La imagen de Dios que se deduce de la lectura de la Biblia es un tanto
contradictoria. La contradicción refleja las diferentes culturas,
espiritualidad y circunstancias de las decenas de autores que han
compuesto aquellos escritos que después han confluido en la Biblia y que
se declaran globalmente "Palabra de Dios".
De una primera lectura de la Biblia salen al menos dos imágenes contrastantes de Dios: la de "Creador" y la de "Legislador".
El Creador se entusiasma con su creación y no puede menos de exclamar cada vez que todo lo que va haciendo es "bueno... muy bueno" (Gen 1).
El Legislador no hace otra cosa que poner carteles con el letrero de "prohibido" (Lv 11).
El Creador eleva a la dignidad de su palabra la serenata un poco "audaz" de un enamorado a su querida: "¡Qué hermosa eres, mi amada, qué hermosa eres! (Cant 4,1). "Esa curva de tus caderas como collares; tu ombligo, una copa redonda rebosando licor; tu vientre, montón de trigo, rodeado de azucenas; tus pechos como crías mellizas de gacela (Cant 7,2.4)
El Legislador llega a prescribir con meticulosidad obsesiva hasta el material y la largura de los calzoncillos de los sacerdotes: "de lino que les cubran sus partes, de la cintura a los muslos" (Éx 28,42).
El Dios creador ama la vida.
El Dios legislador la hace imposible.
Para el primero todo es puro (Tit 1,15).
Para el segundo todo es pecaminoso.
El Creador quiere elevar al hombre a su mismo nivel.
El Legislador lo aleja.
El Dios creador busca personas que se le asemejen.
El Legislador, súbditos que le obedezcan. Mientras la semejanza desarrolla al hombre y lo conduce a la plenitud de la libertad, la obediencia le quita la serenidad y le produce angustia.
La observancia religiosa separa de los no practicantes y crea la superioridad.
La semejanza aproxima a todos y lleva al servicio.
Insertándose en la línea de los profetas, Jesús no sólo tomó partido decididamente a favor del Dios creador, oponiéndose al Legislador y a sus representantes, sino que llevó el conocimiento de Dios a un nivel todavía más profundo, presentándolo como "Padre": aquél que no se limita a crear algo externo a sí, sino que por amor comunica su propia vida a la humanidad.
Un amor que no es condicionado por las respuestas del hombre, sino que se propone incesantemente para transmitir vida.
Con esta actitud, Jesús, manifestación visible de este Dios, se vuelve a los individuos que encuentra o que le salen al encuentro, "bautizándolos", esto es, sumergiéndolos en la realidad del amor del Padre.
Los personajes varones que aparecen en los evangelios son en su mayoría negativos.
Incluso los mismos discípulos son presentados como obtusos y hostiles a Jesús.
Hasta durante la última cena, después de la comunión, en lugar de dar gracias, se ponen a discutir violentamente entre ellos sobre quién es el más importante: "Surgió entre ellos una disputa sobre cuál de ellos debía ser considerado más grande" (Lc 22,24).
Al contrario, los aproximadamente veinte personajes femeninos presentes en los evangelios son todos positivos, a excepción de la ambiciosa "madre de los hijos de Zebedeo" (Mt 20,20-28), y de Herodías, adúltera y asesina (Mt 14,1-11).
Las mujeres son presentadas en los evangelios como las que, cronológica y cualitativamente, han acogido y comprendido primero a Jesús: desde la madre, que es grande no porque lo haya dado a luz, sino porque ha sabido hacerse discípula del hijo, a María Magdalena, primera testigo y anunciadora de la resurrección.
Pero hay un personaje femenino inquietante, cuya embarazosa historia constituyó una especie de "patata caliente", que al menos por un siglo, ninguna comunidad cristiana aceptó en su evangelio y que en los siguientes siglos, fue cuidadosamente censurada por los Padres de la Iglesia de lengua griega.
Solamente en el siglo III los once escandalosos versículos encontraron hospitalidad en un evangelio que no era el originario y debieron esperar otros doscientos años antes de ser insertados en la lectura litúrgica.
Actualmente este episodio conocido con el título de "La mujer adúltera", se encuentra en el evangelio de Juan (8,1-11).
El estilo de este relato, su gramática y los términos usados en él excluyen que haya sido compuesto por el autor del evangelio de Juan, siendo atribuido unánimemente a Lucas.
En efecto, si esta perícopa se quita del evangelio de Juan, éste es más lineal, mientras que si se inserta en Lc 21,38 encuentra en él su contexto natural.
Su estilo, temática y lenguaje son propios de Lucas, el evangelista que ha hecho del amor misericordioso de Jesús el leitmotiv de su evangelio.
Pero la actitud del Señor con relación a la adúltera fue considerad peligrosa por la vacilante estabilidad conyugal en las comunidades cristianas, y contradictoria con el rigor del sacramento de la penitencia en uso en la Iglesia primitiva, de modo que ninguna comunidad quería este relato inserto en su evangelio porque -como escribe preocupado Agustín- podía hacer creer "a las esposas la impunidad de su pecado" (De Coniug. Adult. II,7,6).
El relato está ambientado en el templo de Jerusalén. El espacio donde Dios debía manifestar su amor se convierte en una trampa mortal.
La temática del episodio censurado se refiere a la elección de Dios en el que hay que creer: el Dios legislador que castiga con la muerte la desobediencia a sus leyes o el Padre que no condiciona su amor al comportamiento del hombre.
Un Dios que mata o uno que salva.
Conducen a Jesús a "una mujer sorprendida en adulterio".
El matrimonio en Israel se contraía en dos etapas: los "esponsales", ceremonia durante la que la muchacha de doce años y el hombre de dieciocho son declarados marido y mujer, volviendo después cada uno a su casa; y, un año después, las "bodas", momento a partir del que comienza la vida en común.
Si se comete adulterio entre el espacio de tiempo que va de los esponsales a las bodas, la pena prevista es de lapidación (Dt 22,23-24) como piden a Jesús los escribas y fariseos para la adúltera sorpendida en el acto.
Para el adulterio después de las "bodas", la mujer es estrangulada (Sanh 11,1.6). Así pues, la "mujer" arrastrada hasta Jesús, apenas tiene doce-trece años.
En una cultura en la que los matrimonios se decidían por las familias y los esposos se conocían con frecuencia solamente el día de los esponsales, el adulterio era común (aunque no fácil).
Los varones que hacen las leyes (para después enmascararlas como "Palabra de Dios") se previenen al respecto.
Mientras un hombre es culpable de adulterio sólo si la mujer con la que se une es hebrea y casada (teniendo, por tanto, permiso para sobrepasarse con todas las núbiles o paganas), para la mujer "adulterio" es cualquier relación con un hombre (Dt 22,22-29; Lv 20,10).
¿Y en caso de duda?
Se deja la decisión al juicio de Dios.
En el libro de los Números (5,11-31) se prescribe que la mujer sospechosa de adulterio sea llevada al sacerdote que le descubrirá la cabeza (solamente las prostitutas llevan la cabeza descubierta) y le hará beber un jarro lleno de agua donde ha esparcido ya la ceniza del suelo del santuario y disuelto la tinta con la que había escrito en un rollo todas las acusaciones delmarido.
Si a la pobre le da dolor de barriga es señal inequívoca de que es culpable y es condenada: Palabra de Dios.
A Jesús, "los escribas y fariseos" le han preparado una trampa.
La mujer ha sido cogida en "flagrante adulterio" (el evangelista subraya hasta el momento: "al alba"). Moisés, portavoz de Dios, mandó apedrear a "mujeres como ésta". ¿De parte de quién se alinea Jesús?
Sea cual fuere la respuesta, Jesús se perjudica perdiendo la reputación o la libertad.
Si está de acuerdo con el Dios legislador, sufrirá inmediatamente un descenso en el índice de popularidad ante aquella masa de marginados y pecadores que lo siguen por haber visto en él un mensaje de esperanza y misericordia.
Si es contrario a lo que Moisés ha mandado, la policía del templo está preparada para arrestarlo como sacrílego blasfemo y peligroso subvertidor de la Ley dictada palabra a palabra por Dios mismo.
Jesús responde escribiendo "en la tierra", gesto simbólico que alude a la denuncia del profeta Jeremías hacia cuantos "han abandonado la fuente de agua viva" y "serán escritos en el polvo" (Jr 17,13), esto es, entre los muertos. Para Jesús aquellos que cobijan sentimientos de muerte están ya muertos.
Jesús denuncia que tan celosa defensa de la Ley por parte de los escribas y fariseos sirve solamente para enmascarar su odio mortal.
A la vista de la insistencia de los acusadores para que se pronuncie, Jesús da una respuesta que desactiva sus planes de muerte.
"Quien de vosotros esté sin pecado, que tire la primera piedra contra ella".
El evangelista anota que "se fueron uno a uno, comenzando por los ancianos".
Como en la historia de Susana narrada en el libro de Daniel (Dn 13), estos "ancianos" no son los "viejos", sino los "presbíteros", esto es, los influyentes miembros del Sanedrín, que gozaban entre los escribas y fariseos de gran prestigio y tenían el derecho de juzgar.
Este grupo, que se había mostrado compacto cuando se trataba de condenar, se disgrega cuando se ve en peligro de ser desenmascarado ("se fueron uno a uno").
Comprendido bien por Pablo ("¿Quién condenará? Cristo Jesús, que ha muerto, más aún, que ha sido resucitado, y que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros", Rom 8,34) y descrito magistralmente por Agustín ("Quedan solo dos, la miserable y la misericordia", Com. a Juan 33,5), el comportamiento de Jesús, el único "en el que no hay pecado" (1 Jn 3,5) no es de condena.
Los jueces han conducido a Jesús a una adúltera para condenarla; él ve a una mujer a la que hay que ayudar.
Jesús que "no ha venido a juzgar", sino a salvar (Jn 3,17), no reprueba a la mujer y ni siquiera la invita a arrepentirse y a pedir perdón cuando menos a Dios: éste le ha sido ya concedido incondicionalmente.
Y con el perdón del Padre ha recibido también la fuerza necesaria para volver a vivir: "vete, y de ahora en adelante no peques más".
El Dios legislador, abandonado de sus policías, ha dejado la escena del linchamiento al legítimo Dios del templo, un padre que manifiesta su amor y no "rompe la caña cascada" (Mt 12,20), sino que la refuerza con su perdón vivificante.
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