Esta es probablemente la escena de su vida que más se ha popularizado entre los fieles cristianos; es la leyenda del enfrentamiento entre San Jorge y el Dragón. Según el relato medieval, existía en Capadocia un dragón que asolaba a la población.
Para evitar las matanzas de la bestia, decidieron entregar un sacrificio humano cada día, elegido al azar entre los lugareños. Pero al parecer hubo un día en que la Princesa del lugar fue la desafortunada ganadora de aquel sorteo. La joven noble aceptó su suerte negándose a ser suplantada como víctima del Dragón por quienes ofrecieron su vida para salvarla.
Una vez en la cueva del Dragón, cuando la doncella estaba ya destinada a ser devorada, San Jordi irrumpió y luchó contra la bestia. Así fue que Jorge de Capadocia mató al animal mitológico, clavando su espada en el corazón.
Cuenta la leyenda que de la sangre que brotó del dragón, nació una rosa. De allí la costumbre de entregar a las damas una rosa roja el día de San Jorge.
Si queremos leer esta historia en clave teológica tendríamos que analizarla de la siguiente manera:
San Jorge representa el ideal moral (social -político o religioso) que toda persona quiere llegar a ser.
Matar al dragón es matar todo lo malo que cada persona cree llevar dentro (por imposiciones políticas, religiosas o traumas infantiles).
Rescatar a la princesa matando al dragón significa que cada persona cree realmente que venciendo al dragón -que llevan dentro- y exterminándolo, van a poder llegar a ser realmente felices; de ahí lo de salvar a la princesa.
Este mito ha llevado a una esclavitud angustiosa a la persona religiosa. Toda la vida flagelándose espiritual o materialmente porque se siente asquerosa, repugnante, mala a los ojos de Dios. Siempre vive en el pecado, nunca llega a sentirse plena consigo misma porque su naturaleza (su dragón) siempre revive y tiene que volver a luchar con él.
La solución a este dilema es muy sencilla:
Dios nos ama como somos. Siempre nos ha amado. No quiere personas perfectas sino buenas, capaces de ir amando cada día un poquito más. Buscar perfecciones de cualquier tipo es antinatural, no es real e infantiliza al hombre. Dios nunca ha buscado en nosotros una perfección ascética, ética o estética, sino nuestro amor de entrega generoso y gratuito desde nuestros dones o capacidades.
No hay que matar al dragón; hay que aceptarlo, conocerlo, entenderlo y darse cuenta que forma parte de nuestra naturaleza humana tanto el príncipe como el dragón. Si somos capaces de conocer al dragón también sabremos controlarlo de una manera natural y no artificial (ritos, oraciones, flagelaciones, peregrinaciones). Podremos conocernos a nosotros mismos en plenitud y poder llegar a ser felices aceptando (no nuestras limitaciones) nuestro verdadero ser.
Miguel Ángel O.P
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