viernes, 4 de agosto de 2017

CERTIFICANDO AL HEREDERO.

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Tras consumar su matrimonio, Isabel la Católica  (1451-1504) tuvo que mostrar a los testigos apostados junto a la puerta la sábana ensangrentada que demostraba su viginidad. 

No fue la única  que tuvo "mirones". Una costumbre de la Corte Española , que se remontaba a la época de don Pedro el Cruel  (1334-1369), era la de que los partos de las reinas se realizasen en presencia de testigos que diesen fe de que los bebés eran realmente fruto del vientre real.

Como reina de Castilla, Isabel la Católica tuvo que someterse a esta tradición. Así, cada vez que la soberana castellana traía al mundo a uno de sus hijos, que nacieron en Dueñas (Palencia), Sevilla, Toledo, Córdoba y Alcalá de Henares (Madrid), un grupo de testigos tenía que reunirse para presenciar el parto y certificar que por las venas del infante corría sangre real.

Isabel la Católica era una mujer de gran dignidad, incluso a la hora de dar a luz. Por eso, cuando le llegaba la hora, pedía a sus doncellas que le colocasen un velo sobre su rostro para evitar que nadie viera su dolor.

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