SUMARIO: I. Enfoque cultural: 1. Orígenes, significados, desarrollo: a) En el
campo profano, b) En el campo religioso y litúrgico; 2. Valoración global
- II. La creatividad en la tradición litúrgica: 1. Era apostólica; 2. Entrada en
la cultura greco-latina; 3. Época medieval; 4. De la reforma tridentina al Vat.
II - III. El tema de la creatividad litúrgica en el Vat. II y en el posconcilio:
1. Fundamentos generales: unidad y pluralismo; 2. Unidad y pluralismo en
liturgia: espacio para la adaptación y la creatividad - IV. Perspectivas
oficiales de creatividad en la liturgia reformada: 1. En los actuales libros
litúrgicos; 2. Otras posibilidades de desarrollo - V. Presupuestos y criterios
para una correcta metodología de la creatividad litúrgica: 1. Presupuestos
relacionados con la liturgia misma: a) La liturgia es expresión de un dato que
ella no crea, sino que acoge, b) La liturgia asume y transforma el dato
humano, c) La liturgia es ontológicamente una e históricamente variable en las
formas; 2. Indicaciones metodológicas: a) Conocimiento a fondo del contexto
histórico-cultural y asunción "critica" del mismo, b) Relectura
"soteriológica" de la relación rito-cultura, e) Respeto equilibrado de las
exigencias de "universalidad" y "particularidad", d) Implicación
de las comunidades locales, e) Recurso a otras disciplinas, f) Experimentación
progresiva y gradual - VI. Diversos niveles de competencia: 1. Competencia de
autorización; 2. Competencia de ejecución; 3. Legislación y creatividad - VII.
Perspectivas pastorales: 1. El uso inteligente de los textos y de los ritos
disponibles; 2. Implicación de la comunidad local; 3. Búsqueda de formas de
celebración adecuadas a los diversos niveles de fe; 4. Creación de formas nuevas
para una liturgia más "popular".
I. Enfoque cultural
El uso del término creatividad en el campo de la liturgia católica es
bastante reciente; aparece con motivo del primer encuentro de la -> reforma
litúrgica posconciliar con el mundo de la -> cultura actual. Y de esa misma
cultura ha sido tomado el término. Por eso es importante, para comprender
debidamente la problemática que a la liturgia se le plantea, tener presente lo
que culturalmente está implicado en la noción de creatividad.
1. ORÍGENES, SIGNIFICADOS, DESARROLLO. a) En el
campo profano. El término nació en los Estados
Unidos de América en la época siguiente a la segunda guerra mundial, y en el
campo de las ciencias psicológicas, para designar la capacidad de reacción de la
inteligencia del individuo frente a un problema completamente nuevo: si esa
inteligencia, en vez de limitarse a dar una solución única (converger),
consigue idear el máximo de soluciones posibles (diverger), se podrá
hablar de inteligencia creativa. Utilizado inicialmente como índice de un método
específico de medida de las capacidades intelectivas (test de
creatividad), muy pronto el término entró en el campo de la pedagogía como clave
de un nuevo planteamiento educativo que quiere privilegiar en el niño la
actividad inventiva, el favorecimiento de la iniciativa personal, el estímulo de
la imaginación creadora tanto en el aprendizaje escolar como en las
manifestaciones lúdicas o en el comportamiento familiar y social. Sucesivamente
el término y el correspondiente contenido se fueron extendiendo a ámbitos cada
vez más numerosos de la actividad humana: desde la investigación científica
hasta el desarrollo industrial, desde el sector artístico al de las relaciones
interpersonales, la convivencia social, la cultura, el lenguaje, la concepción y
praxis política o el comportamiento religioso. De este modo la creatividad
termina presentándose como una manera nueva de ver e incluso de programar
al hombre, su personalidad, su actividad, su sistema de relaciones a todo nivel;
y no sólo esto, sino que influye también en la visión del grupo, de la
colectividad, de la sociedad y de la cultura misma en la medida en que en todo
este complejo de realidades se estimule y favorezca la aparición de
comportamientos originales y más auténticos, superando o rompiendo
con anteriores sistemas basados en concepciones monolíticas, en un igualitarismo
general o en el convencionalismo y el conformismo.
Proyectado sobre una gama tan amplia de realidades, resulta difícil definir el
término con precisión. Quizá sea más útil tener presentes los principales tipos
en que se encarna: creatividad de expresión: una actividad buscada por sí
misma, sin dar importancia a la habilidad, a la originalidad, a la calidadde la
obra (por ejemplo, los dibujos espontáneos del niño); creatividad de
producción: control y canalización de la actividad lúdica a consecuencia del
progresivo aumento de los condicionamientos de la técnica; creatividad de
invención: capacidad de captar la posibilidad de relaciones nuevas entre
elementos hasta ahora disociados; creatividad de innovación: modificación
de los fundamentos y postulados de un sistema determinado; creatividad de
emergencia: aparición de una norma o una hipótesis completamente nueva, como
en el caso del arte abstracto.
Múltiples han sido los factores que han presidido o favorecido el afirmarse de
una pedagogía o de una filosofía de la creatividad: la reacción a la progresiva
asfixia de la persona por la organización técnica e industrial, siempre en
crecimiento; el retroceso de concepciones ideológicas y de modelos de
comportamiento heredados del pasado y considerados incapaces de seguir
orientando al individuo y a la sociedad en su conjunto; la confianza concedida
—hasta hacer de ella un problema ético— a la espontaneidad, a la
naturalidad en todos los campos, y el rechazo de toda idea o criterio-guía
proveniente del exterior (la llamada no-directividad); la suspicacia
frente a toda estructura jerarquizada que, entrometiéndose en el ámbito privado
del individuo o en el sistema horizontal de relaciones de los grupos, amenaza la
necesaria autonomía de las personas y de las formas asociativas; la creciente
concepción del hombre como sujeto y protagonista del proyecto y de la creación
de un futuro diverso, donde el papel de la imaginación creativa, abierta,
flexible, ocupa el lugar de las ideologías y de los sistemas monolíticos y
fixistas.
b) En el campo religioso y litúrgico. Las nuevas perspectivas ofrecidas
por la creatividad han influido también en el campo religioso, considerado
estable por su misma naturaleza gracias a su estructura dogmatizante, la
normatividad de su tradición, la sustancial uniformidad de su disciplina y la
repetitividad de su estructura ritual. Dos acontecimientos importantes, cada uno
a su modo, han contribuido a poner en marcha la creatividad en este terreno
específico: el primero es la apertura realizada por el Vat. II al mundo real de
la historia y al diálogo con las múltiples culturas; el segundo es el fenómeno
de la desacralización o -> secularización, aparecido con fuerza a mitad de la
década de los años sesenta. De la apertura conciliar trataremos más adelante. En
cuanto al otro fenómeno, digamos simplemente que, en su forma radical
(secularismo), negaba al cristianismo (y a toda religión) el derecho de
presencia en la historia en nombre de la absoluta autonomía del hombre; a lo
sumo, habría reconocido a la religión el derecho a la existencia a cambio del
abandono de los presupuestos metahistóricos y del compromiso radical de actuar
eficazmente en la historia en orden a la transformación del mundo según módulos
meramente humanos. El cristianismo, en concreto, no pudo menos de sentirse
estimulado por todo esto a interrogarse sobre su relación con el mundo, con
particular atención a las exigencias que le presentaban las legítimas autonomías
reivindicadas por el hombre en el campo de la cultura, de la política, del orden
social, de la economía, de la educación, etc. Este estado de cosas apelaba de
hecho a todos los recursos del cristianismo y de la iglesia, a su expresión
histórica concreta, orientando hacia una renovada capacidad interpretativa y
creativa de los mismos.
En tal situación, la liturgia se encontró en primera línea: por haber sido el
primer sector de la vida eclesial de que se ocupó el Vat. II y en el que éste
introdujo sus fermentos renovadores, tuvo que afrontar a su debido tiempo el
problema de la creatividad en virtud de la propia estructura y del propio modo
de obrar, basados enteramente en un conjunto de elementos provenientes de
ámbitos culturales históricamente identificables.
2. VALORACIÓN
GLOBAL. La aceptación alcanzada en
todos los campos por la idea de creatividad no es, sin más, prueba de validez
incuestionable; como, por otra parte, los excesos a que ella pueda dar lugar no
significan motivo de condena automática. Una valoración justa debe tener en
cuenta el contexto del problema. Ahora bien, el hombre de hoy se caracteriza
notablemente por una crisis que es fruto de un cambio de civilización: todo un
mundo de viejas certezas está agonizando y todo un mundo de perspectivas, ya
fascinantes, ya inquietantes, alborea en el horizonte de la historia. Es una
situación que objetivamente, por necesidad intrínseca más que por
elección deliberada, apela a todos los recursos de inventiva del hombre. Punto
extremadamente delicado es el paso, quizá en la mayoría de los casos inevitable,
de la toma de conciencia de una instancia objetiva a una teorización unilateral
y absolutizante de su solución (ideología). Tal es el caso de la creatividad,
transformada de simple instrumento de investigación psicológica en un modo nuevo
de proyectar y realizar la vida de la persona, los varios niveles de relaciones,
las instituciones, la cultura. La palabra creatividad ejerce por sí misma
una fascinación difícil de dominar, y, sin suficiente análisis crítico, se
convierte con facilidad en eslogan. Más aún si se tiene en cuenta que a ella se
acercan o con ella se confunden otros términos no menos deslumbrantes, aunque
igualmente sujetos a ambigüedad, como improvisación, espontaneidad, gratuidad,
fantasía, originalidad, no-directividad, etc. Es preciso no olvidar el peso de
los orígenes, es decir, aquella concepción pedagógica deudora de la utopía
liberal, de cuño típicamente americano, extremadamente confiada en las
posibilidades de autorrealización del individuo. A pesar de todo, por encima de
ciertas sombras innegables, la creatividad sigue siendo una tarea histórica
frente a problemas inéditos en sí mismos, o a causa de las situaciones en que se
plantean o por sus enormes dimensiones (pensemos simplemente en el sector del
desarrollo tecnológico y científico, con sus inevitables repercusiones en el
campo de la ética, o incluso en la elección de tipo de civilización; pensemos
asimismo en las dificultades que originan los nuevos equilibrios económicos, en
el problema feminista, en las nuevas orientaciones educativo-escolares, etc.).
Es necesario, sin embargo, que para afrontar tales desafíos la creatividad no se
plantee ante todo en términos de pura y simple supresión de los varios
condicionamientos (desestructuración) y luego pretenda comenzar desde cero, sino
que acepte reconocer que en realidad no se da desestructuración sino como
reestructuración de los elementos que entran en juego. Tal reestructuración
puede ser realmente liberadora y signo de crecimiento en la medida en que las
nuevas opciones y los nuevos comportamientos continúen fundamentándose en
valores considerados anacrónicos para muchas situaciones, pero debidamente
reinterpretados y reformulados. La creatividad, algo completamente distinto de
la improvisación, que es la aventura de una fantasía incontrolada, debe ir
acompañada por el esfuerzo del análisis, la búsqueda de mediaciones entre lo
viejo y lo nuevo, la sabiduría de una actitud de reserva crítica ante las
propias creaciones, para poder ser realmente ella misma. Se podrá definir la
creatividad como la búsqueda de las posibilidades óptimas de confirmar la propia
identidad en la renovación, tanto a nivel personal como social, de
instituciones, cultura, etc. Esto reconduce la creatividad a sus verdaderas
dimensiones de instrumento de trabajo, pero asegurándole al mismo tiempo
las mejores condiciones de eficacia.
Desde este punto de vista, la creatividad puede afrontar el mundo religioso en
general, y el litúrgico en particular, con las precisiones ulteriores que la
materia específica exige.
II. La creatividad en la tradición litúrgica
Examinando el concepto de creatividad en referencia a épocas pasadas de la ->
historia de la liturgia, es preciso advertir que, si no la sustancia,
ciertamente el contexto cultural del pasado era muy distinto del actual.
Mientras que hoy la instancia de la creatividad en liturgia requiere una
justificación no sólo histórica, sino también de principio, de su misma
legitimidad, siendo además exigida por estímulos culturales precisos; en otras
épocas, sobre todo en los primeros siglos de la iglesia, era un hechoobvio,
vivido espontáneamente, exigido por necesidades inmediatas de la celebración y
de la pastoral. En una palabra, no existía una problemática de la creatividad
comparable a la nuestra, nacida después de un largo período de fixismo
litúrgico, que pretendía justificarse con argumentos doctrinales. Esta
observación tiende a prevenir contra el peligro de una dogmatización de
los testimonios a favor de la creatividad, que la lectura histórica de la
tradición litúrgica proporciona indudablemente.
1. ERA APOSTÓLICA.
La estructura sustancial de la liturgia
cristiana fue creada prácticamente por los apóstoles sobre la base de los
elementos primordiales proporcionados por la enseñanza y el ejemplo de Jesús.
También en materia litúrgico-ritual se encontraron ante la necesidad de
escanciar el vino nuevo en odres nuevos, es decir, de proclamar el
acontecimiento salvífico Cristo-Jesús no sólo en la predicación, sino también en
formas culturales adecuadas. De estas últimas puede afirmarse con certeza que se
remontan a la era apostólica las siguientes: baño-bautismo en el nombre de
Jesús; la fracción del pan o cena del Señor; la imposición de manos para
conferir el Espíritu junto al poder de presidir la comunidad local; la unción de
los enfermos; la oración en diversas formas; el 1 domingo como día de la memoria
semanal del Resucitado. La creación de esta liturgia embrionaria tuvo lugar
todavía en el contexto y bajo el influjo de la secular y riquísima tradición
cultual (tanto pública como privada) del pueblo elegido; tradición que podía
proporcionar no sólo modelos consagrados —como las oraciones del servicio divino
del templo, las diversas horas de oración a lo largo del día, las fórmulas de
alabanza usadas frecuentemente en la vida cotidiana y, sobre todo, la liturgia
de la palabra de tipo sinagogal—, sino también sólidos fundamentos en materia de
libertad creativa. Especialmente en el campo de las fórmulas de oración, la
tradición oral judía daba cabida a la variedad y espontaneidad, llegando incluso
a prohibir la redacción escrita de fórmulas destinadas a la asamblea, con el fin
de favorecer la implicación y participación personal de cada miembro. Sin
embargo, la fuente y motivación principal de la creatividad litúrgica en la era
apostólica será la nueva economía salvífica inaugurada por Jesús mismo: su
muerte y resurrección constituyen el acontecimiento salvífico único, absoluto,
definitivo, que, como tal, estimula y dirige la capacidad inventiva de los
apóstoles y de las primeras comunidades reunidas en torno a ellos en orden a la
creación de formas cultuales nuevas. La misma actitud personal del Maestro era
determinante en el sentido de que él, continuando la tradición de los antiguos
profetas, proclamaba la llegada de un culto "en espíritu y en verdad" (Jn
4,23-24), liberado, si no del elemento ritual en sí, ciertamente del ritualismo
y legalismo exteriores. Un punto firme e inconmovible, heredado del Maestro,
condicionaba las opciones de los apóstoles: la nueva liturgia tenía como motivo
y centro específico el hacer memoria de Jesús (Lc 22,19; 1 Cor 11,24s):
ya no era la cena de la antigua pascua, sino la "cena del Señor" (1 Cor 11,20);
no la circuncisión o el baño penitencial, sino el "bautismo en el nombre de
Jesús" (He 2,38; 8,16...); no la remisión de los pecados a través de los
antiguos sacrificios expiatorios, sino la obtenida mediante la "sangre de la
nueva alianza" (Mt 26,28); no la oración en contacto inmediato con Yavé, sino
realizada "en el nombre del Señor Jesús, dando gracias al Padre por su
intercesión" (Col 3,17; cf también Ef 5,20). Particularmente significativa es la
aparición de himnos, oraciones, aclamaciones que centran toda su referencia
específica en Cristo y en su papel en la economía de la salvación: 1 Tim
6,15-16; Flp 2,6-11; Ap 4,11; 15,3-4; 5,9-10; 5,12, Rom 16,27; Heb 13,21, etc.
Tener fe en esta herencia significaba para los apóstoles y la iglesia naciente
emprender un camino completamente inédito en busca de signos rituales en los
cuales la novedad de la llegada de la salvación en Cristo Jesús apareciese en
toda su fuerza originaria, procurando que los elementos procedentes del contexto
cultual judío no la oscureciesen ni la sofocasen.
En los escritos de san Pablo encontramos ya testimonios de la aparición de una
tensión entre fidelidad a la tradición y empuje creativo en las primeras
comunidades cristianas: algunos desórdenes (divisiones en la asamblea: 1 Cor
11,18s; confusión en el ejercicio de los carismas: 1 Cor 14,1-40) provocan
llamadas al orden o, lo que es lo mismo, al firme respeto a una tradición ya
reconocida como tal (cf 1 Cor 11,23). Estas llamadas al orden no significan, sin
embargo, negación de la creatividad, sino subordinación de la misma al dato
"recibido y transmitido" (ib) y a la "edificación" común (1 Cor 14,12.
26), en orden y concierto (1 Cor 14,40). La exhortación de Pablo mantiene
siempre la puerta abierta al ejercicio, aunque regulado, de los dones personales
en la asamblea (1 Cor 14,26; cf también Ef 5,18-20), especialmente del don de la
oración espontánea (1 Tim 2,1s). Y la enseñanza de Pablo no podía ser diferente,
al menos en sus grandes líneas, de la de los demás apóstoles. En esta
primitivísima era de la iglesia, por tanto, la creatividad en materia litúrgica
se imponía con una necesidad tanto de principio como de hecho, debido al paso de
la antigua a la nueva economía. Las decisiones del llamado concilio de Jerusalén
(He 15,2-29) tienen un alcance liberador universal, incluido el ámbito cultual,
por el abandono decidido de todo lo que habría podido aprisionar la fuerza
expansiva y creativa de la buena noticia: la carta de los apóstoles fue acogida
con gozo por la comunidad de Antioquía: "Y habiéndola leído, se alegraron con
este consuelo" (He 15,31). Pero esta apertura no podía eliminar por completo el
fondo común a ambas experiencias, la judía y la cristiana, que sigue siendo
patrimonio inalienable de nuestra espiritualidad y nuestra liturgia actual.
2. ENTRADA EN LA CULTURA GRECO-LATINA. Con la expansión misionera de la joven
iglesia, también la liturgia tuvo que vérselas muy pronto con un universo
cultural, el greco-latino, completamente distinto del mundo semítico judío. Los
recursos de adaptación y creatividad fueron, por tanto, llamadas a una empresa
más ardua y arriesgada.
Ya la presencia en las primeras comunidades de convertidos provenientes tanto
del judaísmo de la diáspora como del paganismo (He 2,8-11.41; 11,20, 13,46-48)
planteó graves problemas, que no podían ignorar tampoco el aspecto cultual. Su
influjo fue ciertamente determinante en las decisiones de apertura adoptadas ya
por el concilio de Jerusalén. El gradual pero impresionante multiplicarse de
iglesias con características rituales diversificadas debe explicarse, en su
raíz, desde esta primera toma de conciencia oficial del universalismo cristiano,
que implica el respeto a las costumbres de cada pueblo. Pero la fidelidad a la
tradición era siempre el criterio-guía del esfuerzo de adaptación y creatividad.
La aparición de las primeras desviaciones doctrinales (desde el gnosticismo y
maniqueísmo hasta las herejías cristológicas y trinitarias) obligó, por un lado,
a la defensa y ulteriores precisiones de la fe cristiana y, por otro, a una
particular vigilancia de la praxis litúrgica, considerada desde siempre como
garantía de la autenticidad de la fe misma en cuanto testimonio objetivo de la
tradición. Llamadas a una disciplina litúrgica las encontramos ya en la
Didajé (cuya datación podría remontarse incluso a antes del concilio de
Jerusalén), en los cc. 9-11; pero en cuanto se refiere a una relación entre
observancia de la tradición y libre creatividad, es determinante el testimonio
de la Tradición apostólica de Hipólito de Roma (215 d.C. apte.).
Queriendo oponerse a los innovadores de su tiempo, Hipólito compone una
exposición de la antigua tradición litúrgica romana tal como era a comienzos del
s. ni, pero según una formulación personal: no pretende recopilar un código
ritual, sino más bien proponer un modelo enunciando al mismo tiempo un
principio de importancia capital: "el obispo dé gracias según el modo que hemos
Indicado arriba. Pero no es necesario que pronuncie las mismas
palabras formuladas por nosotros y teniendo que esforzarse por repetirlas de
memoria en su acción de gracias a Dios, sino más bien ore cada uno según su
capacidad. Si alguien es capaz de componer convenientemente una oración solemne
y elevada, esto está bien; pero si ora y recita una oración más modesta no se le
impida, con tal que su oración sea correcta y conforme a la ortodoxia"'.
Hipólito es, pues, testigo de una liturgia al mismo tiempo fiel al dato
tradicional en cuanto a las cosas esenciales y abierta a la inspiración
creativa, especialmente en materia de formulación oral. Esta simbiosis será
constante todavía durante mucho tiempo, apoyada por figuras como Tertuliano,
Orígenes, Agustín, Ambrosio, etc., y por concilios locales como el de Hipona,
del año 393, y los dos de Cartago, de 397 y 407. Particularmente significativa
es la afirmación de san Ambrosio en que dice que quiere seguir la tradición
litúrgica romana, aunque reservándose el derecho de adoptar y conservar algunos
usos diversos de los de Roma.
Tres hechos importantes favorecen decididamente un ulterior desarrollo de las
relaciones entre tradición y creatividad: la libertad concedida al cristianismo
por Constantino el Grande, el paso de la lengua griega a la latina, el afirmarse
de iglesias-modelos. El edicto de Milán del año 313, al hacer salir a la iglesia
del estado de persecución y de privación de todo derecho público, determinó,
entre otras cosas, un desarrollo impresionante de la liturgia cristiana, la cual
tuvo que modelarse ahora según las exigencias tanto de una celebración en
ambientes públicos (basílicas) como de una gran multitud de neoconversos
(organización del l catecumenado). Una explosión de vitalidad creativa se
manifestó también en el campo de los edificios sagrados (además de las
basílicas, los baptisterios, las memorias sobre las tumbas de los
mártires, los cementerios) y del arte pictórico y musical. El paso, en Roma, del
griego al latín en el uso litúrgico —paso que tuvo lugar probablemente bajo el
papa Dámaso (366-384)— supuso de manera singularísima la inculturación romana
de la liturgia misma, con las bien conocidas características de sobriedad,
claridad y racionalidad, y con la producción fecundísima y original de textos
eucológicos. Entran en la liturgia, además, elementos provenientes del culto
pagano y del ceremonial de la corte imperial: se trata, desde luego, de
elementos secundarios y bien filtrados antes de su aceptación (vestidos,
insignias, proskynesis o postraciones, expresiones técnicas del uso
forense o asambleario, etc.), pero importantes en cuanto al principio subyacente
a su adopción, o sea, el impulso encarnacional de la liturgia cristiana. El
afirmarse, finalmente, de iglesias-guía (comenzando, en Occidente, por Roma) con
motivo de su origen apostólico, o del prestigio de grandes obispos, o de su
ubicación geográfica y política, dio origen a procesos de imitación por parte de
las iglesias menores o en algún modo dependientes: ritos y fórmulas,
particularmente apreciados por su consonancia con el dato de la fe o por su
belleza literaria, fueron adoptados por estas últimas. A esto hay que añadir una
razón de orden interno: siendo la liturgia (y en particular el corazón de la
misma, es decir, la plegaria eucarística) expresión del credo de la
iglesia, su celebración constituye una auténtica proclamación de la fe misma,
común a todos los creyentes; es lógico, pues, que la liturgia fuese
convenientemente estructurada de modo que presentase una cierta homogeneidad por
encima de las diferencias geográficas, étnicas, lingüísticas o rituales. Si todo
esto implicaba el inicio de un proceso de gradual afinidad incluso exterior de
las diversas expresiones litúrgicas, no significaba, sin embargo, la
desaparición de la creatividad: tal proceso, en efecto, no se debe a una
legislación positiva centralizadora y unificadora (impensable en esta época),
sino a una convergencia natural siempre respetuosa, a pesar de todo, con las
peculiaridades locales.
No pudiendo seguir aquí paso a paso, tanto para el Oriente como para el
Occidente, el desarrollo creativo de las varias familias litúrgicas, nos
limitaremos a precisar, a modo de síntesis, el sentido genuino de la creatividad
litúrgica en el período singularmente fecundo que se extiende desde mediados del
s. iii hasta finales del s. vii. Es posible hablar de espontaneidad e
improvisación, pero dentro de los límites de convenciones (synthékai:
Orígenes) y de normas universalmente reconocidas y respetadas acerca de
la estructura esencial de las formas litúrgicas, los contenidos doctrinales
fundamentales y un vocabulario cultual específico, por ejemplo en lo referente a
la plegaria eucarística (anáfora). Una creatividad absoluta, desligada de reglas
y de puntos de referencia, no se dio jamás en la iglesia de los primeros siglos,
pues era demasiado viva la conciencia de que la liturgia es en sí misma
depositum y traditio de los misterios de la fe recibidos de Cristo y de los
apóstoles. Por otra parte, la aparición, ya en esta época, de recopilaciones
escritas (libelli sacramentorum y, luego, sacramentarios, antifonarios,
pontificales...) no se debió en manera alguna a una presunta concepción fixista
y uniforme de la liturgia. Ni siquiera la huella, en ciertas liturgias, de
herejías doctrinales o la aparición de abusos en materia ritual fueron capaces
de transformar las llamadas al orden, que tienen lugar ya frecuentemente en la
época en cuestión, en prohibición de libertadcreativa (la tradición litúrgica
posterior, hasta hoy, no ha vuelto a igualar en creatividad a aquellos cuatro
siglos). La tradición misma era fuente de inspiración creativa mediante una
adaptación pastoral a nivel local; esta última, a su vez, era concebida al
servicio de una mayor eficacia del patrimonio de fe transmitido.
3. ÉPOCA MEDIEVAL.
En la situación resultante de la caída
del imperio romano de Occidente y al encontrarse con nuevos pueblos y culturas,
la religión cristiana y su liturgia fueron el factor primario de aglutinación y
de inspiración. Se asiste a la aparición de un doble fenómeno: por una parte, el
surgir de una serie de usos litúrgicos propios de las iglesias locales (rito
galicano, céltico, -> hispánico, -> ambrosiano, aquileyense...); por otra, la
atención siempre creciente a la iglesia de Roma y su liturgia. La progresiva
modelación de las liturgias locales según la romana deja amplio espacio a las
particularidades regionales. La misma iglesia de Roma conoce en el primer
medievo una intensa actividad creativa, de la que son claros testimonios sobre
todo los sacramentarios veronense, gelasiano y gregoriano. En particular, la
reforma de la liturgia realizada por Gregorio Magno para la ciudad de Roma con
intentos claramente pastorales (retocando no sólo elementos rituales, sino
también el mismo lenguaje), está acompañada de una viva sensibilidad por el
respeto a las exigencias culturales y espirituales de los diversos lugares,
sensibilidad que el mismo Gregorio en cierto modo codificó en una metodología de
adaptación pastoral cuya inspiración de fondo es perennemente válida. A las
preguntas precisas que le dirigió el monje Agustín, misionero en Inglaterra,
respondió él en el año 601 recomendándole que tuviese siempre en cuenta la
costumbre de la iglesia romana, pero que recogiese también elementos útiles de
las otras iglesias y los insertase en la de Inglaterra. En otra carta del mismo
año, dirigida también a Agustín por medio del abad Melitón, sugiere utilizar
elementos rituales paganos (templos, sacrificios, banquetes) insertando en ellos
nuevas tentativas, de modo que gente todavía ignorante pueda convertirse
a los nuevos valores cristianos gradualmente, sin choques, a partir de
experiencias ya vividas'. Aun sin definiciones ni teorizaciones sistemáticas,
tenemos aquí toda la sustancia de la problemática actual referente a la
inculturación litúrgica (1 Adaptación, IV).
El fenómeno que caracteriza los ss. viii-xii, con las migraciones de los libros
litúrgicos romanos a los territorios franco-germanos y las consiguientes
mescolanzas de la liturgia romana con la galicana (floreciente ya desde hace
siglos) —intercambio que dio origen a la liturgia llamada romana hasta la
reforma del Vat. II—, puede ser considerado también como un hecho de
creatividad, pero ciertamente en tono menor, pues se trata sobre todo de una
serie de adaptaciones, compilaciones entrecruzadas de textos y de libros
litúrgicos, en las que no se detecta una verdadera originalidad. Esta, todo lo
más, se manifiesta en sectores periféricos de la liturgia, como oraciones
privadas para los fieles o para el celebrante mismo (apologías),
secuencias y oficios devocionales. Y todo ello en consonancia con el surgir de
nuevas tonalidades en la teología, en la espiritualidad y en la piedad: de
la.consideración objetiva y global de los misterios de la fe se pasa a acentos
más subjetivos, intimistas, apasionados, amantes de los detalles históricos y
también de la acumulación y repetición de elementos secundarios. Y el conjunto
fue favorecido enormemente por el progresivo apagarse de la -> participación
activa en las acciones litúrgicas, determinado por la ininteligibilidad del
latín en una época en que surgen ya las lenguas vulgares y por la creciente
distancia entre celebrante y fieles. El período que comprende los ss. xul y xiv
se caracteriza por un proceso de fijación de los formularios y de los ritos
dentro de cada iglesia: nos ha quedado prueba de ello en la abundante producción
de ordinarios y libros ceremoniales. Sin embargo, aunque falte
creatividad, sigue habiendo pluralidad de formas litúrgicas, si bien se notan ya
los signos de una profunda decadencia de la liturgia misma.
4. DE LA REFORMA
TRIDENTINA AL VAT. II. Es sabido que si la decadencia litúrgica había
contribuido notablemente al nacimiento del protestantismo, la respuesta de
Trento a los reformadores pasaba no sólo a través de las declaraciones
dogmáticas, sino también a través de la restauración de las formas litúrgicas y
de la correspondiente disciplina. Sin embargo, a pesar de uniformar toda la
materia litúrgica, el concilio de Trento reconoce el derecho de existencia a los
ritos antiguos de cada iglesia aprobados por la iglesia romana; y, por lo que
toca al problema de la -> lengua litúrgica, el uso de las lenguas vulgares no es
condenado en sí mismo, sino en relación con la afirmación de su necesidad
intrínseca para la validez de las acciones litúrgicas. Es cierto, sin embargo,
que Trento crea una mentalidad tal que, de hecho, la más rígida uniformidad
ritual y el absoluto monopolio del
latín se convirtieron, en la iglesia occidental, en una norma inderogable. La
época siguiente, hasta la reforma del Vat. II, ya no fue de creatividad, sino de
estricto rubricismo. La rigidez con que se entendió la uniformidad litúrgica
apareció con particular evidencia en el sector misionero, donde no se concedió
derecho de ciudadanía en la liturgia ni en otros sectores de la evangelización a
los valores propios de culturas extraeuropeas. Pero esto revela exactamente el
nudo central del problema, es decir, el progresivo distanciamiento entre la
cultura de la iglesia, anclada en el modelo medieval, y la naciente cultura de
la Europa moderna. Volviendo al tema litúrgico, si se afrontó alguna tentativa
de reforma, como la proyectada por Benedicto XIV, y sobre todo la del sínodo de
Pistoya (jansenista), no se llegó a ningún resultado. Sólo el -> movimiento
litúrgico que caracterizó el medio siglo anterior al Vat. II representa una
tendencia inversa a la iniciada con la era postridentina. Pero dicha tendencia
se mueve no tanto en el sentido de una creatividad propiamente dicha cuanto en
la de un reflorecimiento y revitalización de la liturgia existente. Mas así como
la mentalidad dominante en Trento llevó al fixismo y al rubricismo, así, en
sentido opuesto, la mentalidad suscitada por el movimiento litúrgico terminaría
preparando el terreno a la creatividad.
III. El tema de la creatividad litúrgica en el Vat. II y en el posconcilio
Apremiado por las instancias provenientes del mundo misionero y ecuménico en el
marco de la multiplicidad de las culturas actuales a las que se dirige el
mensaje cristiano, el Vat. II hizo de la apertura a esas diversas culturas y
tradiciones una de las líneas maestras de su enseñanza.
1. FUNDAMENTOS
GENERALES: UNIDAD Y PLURALISMO. Afirmando la unidad de la iglesia y en la
iglesia, el concilio dejó también, autoritativamente, espacio para una legítima
y necesaria diversidad en el ámbito de la expresión teológica, pastoral,
jurídica, disciplinar y, por tanto, también litúrgica del único e idéntico
depositum fidei. Y esto no sólo como reconocimiento de un dato de hecho
ineludible o como simple adecuación exigida de vez en cuando por necesidades
obvias, inmediatas, como surgiendo de una intuición instintiva más bien que de
una reflexión global y sistemática, sino principalmente como un valor teológico
en sí, o sea, como exigencia de la misma catolicidad y apostolicidad de la
iglesia, que está obligada a buscar formas y métodos diferentes para hacer
conocer y experimentar los misterios divinos (cf LG 13; 23; GS 7;
44; 92; UR 2; 6; 17) sobre la base de una madura autoconciencia del valor
de las culturas en el encuentro con el mensaje de la salvación.
2. UNIDAD Y
PLURALISMO EN LITURGIA: ESPACIO PARA LA ADAPTACIÓN Y LA CREATIVIDAD. Según la
constitución SC, principio fundamental en la apertura creativa es que,
excluyendo toda rígida uniformidad en cosas no esenciales, sean valorados y
asumidos los elementos positivos de las diversas culturas (37). De ahí se sigue
la norma general según la cual, salvaguardando la unidad sustancial del rito
romano, hay que dejar lugar a las legítimas diversidades, que deben preverse e
indicarse positivamente en el trabajo mismo de reforma (38). Esta apertura está
esencialmente determinada por la preocupación pastoral que domina decisivamente
todo el documento y que está atenta a asegurar sobre todo la participación
inteligente y activa del pueblo de Dios en las diversas celebraciones (14 y 21).
Así se explica que el texto de la constitución prescinda de un razonamiento
expreso sobre el valor intrínseco de la encarnación cultural, limitándose a
recoger su necesidad y oportunidad pastoral. Será el período sucesivo de
aplicación de lo ordenado en la constitución el que prorrogue, a través del
encuentro con las situaciones reales, una profundización en la temática
cultural, apoyándose para ello en las aportaciones maduradas entre tanto en los
otros documentos conciliares, sobre todo en la GS. Pero, ya por sí misma, la SC
ofrece todas las premisas necesarias y suficientes para una legitimidad de la
adaptación y de la creatividad en el campo litúrgico. La terminología misma del
documento —aptare, aptatio- contiene en sí una potencialidad de
desarrollos que van más allá de la remodelación rubrical externa, para llegar,
precisamente allí donde la celebración se inserta en un contexto vital preciso,
a la creación de formas y de elementos nuevos. Adaptación y creación, aunque
rigurosamente hablando puedan distinguirse, en realidad, sin embargo, se
compenetran mutuamente: "toda adaptación exige creatividad, igual que toda
creatividad es fruto y exigencia de una adaptación" Por eso, el trabajo
realizado por la reforma litúrgica está en perfecta correspondencia con las
intenciones de fondo y con las indicaciones tanto de método como de contenido
que se encuentran en la SC.
IV. Perspectivas oficiales de creatividad en la liturgia reformada
Puesto que, como hemos visto, la acogida de legítimas diversidades litúrgicas
debe ser, según la SC 38, programada en la realización misma de la reforma, será
útil hacer una presentación de conjunto de las posibilidades de creación
expresamente contenidas en los -> libros litúrgicos y de las previstas en
ulteriores documentos oficiales.
1. EN LOS ACTUALES
LIBROS LITÚRGICOS. En general, la creatividad contemplada por esos libros es la
entendida en sentido amplio, es decir, como facultad de adaptar los ritos
oficiales o de elegir entre los propuestos ad libitum o pro opportuninate.
Pero no falta la posibilidad de crear ritos y textos nuevos. Los elementos
adaptables o también, en ciertos casos, recreables se refieren a todos y cada
uno de los sacramentos y sacramentales, a la liturgia de las Horas y al
calendario litúrgico. Posibilidades más amplias ofrece el ritual de la
iniciación cristiana de los adultos, el rito del matrimonio y el de exequias, en
cuanto que a ellos corresponde con bastante frecuencia una ya rica tradición
religioso-civil en las diversas áreas culturales. Especialmente susceptibles de
adaptación o de innovación son los -> gestos y las posturas del cuerpo, los
utensilios sagrados [-> Objetos litúrgicos/ Vestiduras], el -> canto y la
música, el -> arte sacro, la -> traducción de los libros litúrgicos'.
2. OTRAS
POSIBILIDADES DE DESARROLLO. En esa misma línea lógica inherente al camino de la
reforma litúrgica, a las dos primeras etapas ya realizadas, de la adopción de
las lenguas vivas y dela publicación de los nuevos libros litúrgicos, debe
añadirse una tercera, bastante más exigente: la de una auténtica -> adaptación
cultural, cuya profundidad puede extenderse hasta la creación propiamente dicha
de elementos nuevos. En efecto, la admisión autoritativa del principio de la
encarnación cultural en perspectiva pastoral contiene en germen un itinerario
que, partiendo de los actuales libros litúrgicos, que reflejan la unidad
sustancial del rito romano, preparará la asunción gradual, cada vez más
decidida, de legítimos valores culturales y de sus expresiones simbólicas
concretas. El instrumento principal para realizar tal tarea se identifica
siempre, en los documentos oficiales y en los libros litúrgicos mismos, con la
autoridad eclesiástica local, es decir, con las conferencias episcopales y
los -> organismos establecidos por ellas. En esta referencia a la tarea de la
iglesia local está implícito el reconocimiento de que las líneas de la ya
renovada legislación litúrgica universal [-> Derecho litúrgico] son
necesariamente generales, y no pueden por ello considerar problemas
estrictamente ligados a situaciones específicas, de las que sólo la iglesia
local puede hacerse cargo in situ. Desde esta perspectiva, las
posibilidades de desarrollo de una válida creatividad litúrgica son inmensas,
incluso teniendo en cuenta ciertos presupuestos imprescindibles, ciertas líneas
metodológicas que hay que seguir y límites que no deben traspasarse, a los que
aludiremos más adelante. Tales posibilidades no revelan todavía una fisonomía
concreta de su alcance, pues, en general, las iglesias locales no han
aprovechado hasta el presente sino una mínima parte del espacio disponible que
se les ofrece, habiéndose quedado mucho más acá del límite.
V. Presupuestos y criterios para una correcta metodología de la creatividad litúrgica
Puesto que la liturgia es tradición viviente y vivida de los misterios de fe de
la iglesia, cualquier iniciativa que se ordene a crear nuevas síntesis entre el
revestimiento ritual de tales misterios y los múltiples contextos culturales de
la historia en curso, debe prestar la debida atención a ciertos aspectos
específicos de la liturgia misma que inspiran también los criterios operativos
de una válida y fructuosa creatividad.
1. PRESUPUESTOS
RELACIONADOS CON LA LITURGIA MISMA. a) La liturgia es expresión de un dato
que ella no crea, sino que acoge. En efecto, lo que la liturgia celebra en
sus ritos y ritmos, es decir, el misterio de la salvación, es algo que no
procede del hombre, sino de la libre iniciativa divina, y que como tal es
propuesto a la fe de cuantos, por Cristo y en la iglesia, se acercan a Dios. De
ahí se sigue que el primer deber de todo auténtico esfuerzo de creatividad en el
ámbito de la liturgia es el perfecto respeto a esta primacía de la intención y
de la acción divina, evitandq indebidas superposiciones de significados
meramente humanos, por muy dignos que en sí mismos puedan ser o por arraigada
que esté su vivencia (un ejemplo de esa indebida superposición podría ser la
tendencia a ver en la eucaristía simplemente la sublimación de una fraternidad
humana, o bien la celebración de la fraternidad en Cristo, olvidando que la
eucaristía es ante todo celebración memorial de la pascua de Cristo, de la que
brota la dimensión de caridad-fraternidad).
b) La liturgia asume y transforma el dato humano. Ya en elmomento mismo
en que la liturgia cristiana asume elementos humanos realiza una obra de
verdadera creatividad al darles un nuevo y más alto significado en relación con
su contexto natural y cultural. Cada vez que situaciones históricas y pastorales
específicas exigen ulteriores intervenciones creativas, estas últimas deben
moverse en el ámbito preciso de esa transfiguración, teniendo presente
que la liturgia es el lugar primero de la transformación, en sentido salvífico,
de toda la realidad humana, en cuanto que en su estructura y en su dinamismo
sacramental es donde tal realidad continúa siendo asumida.
c) La liturgia es ontológicamente una e históricamente variable en las formas.
Esto no es sólo un dato de hecho que emerge de la
historia de la liturgia misma, sino un aspecto constitutivo de esta última
gracias a la índole encarnacional del misterio que se autorrevela. La percepción
de la oferta divina de gracia, tal como se manifiesta en un contexto histórico
concreto, obliga a las formas que la liturgia paulatinamente va asumiendo a
interrogarse tanto sobre su unidad de fondo como sobre su fidelidad a las
exigencias de encarnación en respuesta a las llamadas divinas que actúan en la
historia. Precisamente en esa necesidad de un constante examen de la
doble fidelidad de la liturgia se fundan primariamente la exigencia de
creatividad (que no debe confundirse, por tanto, con la simple espontaneidad, la
cual hace referencia esencialmente a necesidades subjetivas) y la necesidad de
distinguir entre partes inmutables y partes susceptibles de cambio (cf SC
21), distinción que delimita claramente el
campo de acción de la adaptación y de la creatividad.
2. INDICACIONES
METODOLÓGICAS. a) Profundo conocimiento del contexto histórico-cultural y
asunción "crítica" del mismo. Es una necesidad indirectamente puesta de
relieve por el hecho de que la falta o insuficiencia de auténticas mediaciones
culturales, es decir, de -> signos-símbolos válidos (lenguaje simbólico) tomados
de las culturas corrientes, constituye en la actualidad la más grave laguna de
la renovación litúrgica. Esta situación de hecho exige más que nunca que las
iniciativas de creatividad se funden en un análisis serio y metódico de las
múltiples áreas culturales en que deben encarnarse la palabra y el gesto
litúrgico. Esto es tanto más necesario cuanto que todo aquello que en materia de
valores humanos, lenguaje y simbolismo entra a formar parte de los ritos
cristianos, asume consiguientemente una función sacramental, permitiendo
a los ritos mismos una encarnación real en el ámbito de la experiencia humana, y
a esta última una posibilidad real de inserción en la historia de la salvación.
Es preciso, por tanto, que los valores y sus correspondientes expresiones sean
atentamente acrisolados, rechazando todo lo que resulte indisolublemente unido a
errores y supersticiones (SC 37), y aceptando cuanto sea susceptible de
ser orientado hacia el misterio cristiano. A esto subyace la nueva comprensión
de la misteriosa acción de Dios en la historia y en el mundo, que lleva a una
consideración teológicamente más positiva de los fenómenos culturales y
religiosos existentes incluso fuera del ámbito cristiano, aceptados ya como
posibles vehículos de una manifestación de la acción divina encaminada a
desvelar más plenamente la naturaleza misma del hombre y a abrir nuevas vías
hacia la verdad (GS 44b).
b) Relectura "soteriológica" de la relación rito-cultura.
Para evitar que adaptación y/o creatividad acaben
reduciéndose a una mera operación cultural, será absolutamente necesario referir
los elementos culturales, objeto de interés, a aquello de lo que la liturgia es
directamente signo y actuación: el misterio salvífico de Cristo. Por tanto,
habrá que proceder a una reinterpretación de la presencia y del alcance de la
acción de Cristo en el substrato antropológico del rito, de modo que se pueda
dar una respuesta adecuada a la pregunta sobre cómo las múltiples y más
auténticas manifestaciones de la experiencia humana puedan ser reconocidas,
reexpresadas y vividas dentro de los actos salvíficos de Cristo que la liturgia
propone. De esa manera el -> rito, que se presenta como fruto de una nueva
creación, se convierte, gracias a la eficacia intrínseca de la -> celebración,
en el lugar primigenio en el que una -> asamblea actual puede captar el
sentido nuevo, transfigurador, refundidor, que el misterio de Cristo da al
patrimonio humano de que ella dispone y que, en cuanto parte de su condición
existencial, también necesita ser salvado.
c) Respeto equilibrado de las exigencias de "universalidad" y `particularidad':
La liturgia, como la iglesia, es
ontológicamente una, pero fenomenológicamente variada: una e idéntica, en cuanto
que es siempre acción de la iglesia de Cristo, incluso en sus diferentes ritos,
lugares y tiempos; variada, en cuanto caracterizada por peculiaridades propias
de las diversas comunidades eclesiales en que se celebra. La creatividad
estimulada por las diversas situaciones culturales debe salvaguardar el dato
absolutamente primario, según el cual no hay iglesia local —y por tanto liturgia
particular— que no sea epifanía y actuación sacramental de la iglesia
católica, puesto que todos y cada uno de los fieles son llamados, cualquiera
que sea la situación geográfica, cultural y nacional de que provengan, a ser y
actuar como miembros de la iglesia una e indivisa de Cristo: la liturgia de las
diversas iglesias y asambleas particulares sigue siendo siempre católica,
es decir, universal. Pero debe salvaguardarse igualmente el valor de cada
iglesia y asamblea en cuanto dotadas de una identidad espiritual propia, ligada
a procesos históricos y culturales diferenciados: las diversas iglesias locales
"tienen una disciplina propia, unos ritos litúrgicos y un patrimonio teológico y
espiritual propios" (LG 23). La
inevitable tensión entre estos dos polos, igualmente necesarios, encuentra un
soporte equilibrador en un concepto renovado de lo universal, que,
tomando muy en consideración las irreducibles diferencias que destacan el
carácter de unicidad e irrepetibilidad de los diversos grupos humanos y de los
individuos mismos, renuncia a proceder por generalizaciones teóricas y
jurídicas, para captar, en cambio, en aquellos mismos sujetos la capacidad de
contener y expresar en su peculiaridad valores de alcance humano. Un
grupo humano culturalmente definido, cuanto más en contacto se pone con las
auténticas raíces de su identidad (que brota de determinadas razones históricas,
etnológicas, geográficas, políticas, económicas, religiosas, etc.) y cuanto más
fiel permanece a ellas, empeñado en su desarrollo, tanto más crece humanamente
en todos los sentidos. Lo universal no aparece ya como suma de rasgos comunes,
sino como un todo simultáneamente presente en todo tipo cultural. Desde
este punto de vista, la creatividad litúrgica tendrá que partir del presupuesto
de que una comunidad local, cuanto mejor consiga leer los valores auténticos del
propio patrimonio cultural a la luz del misterio de Cristo operante en la
liturgia y permanecer fiel a ellos como a una manifestación precisa de la gracia
regeneradora del Señor, tanto mejor expresará desde dentro de su propia
experiencia el valor universal de la potencia santificadora de la liturgia en
cuanto "acción de Cristo y de la iglesia": el significado y el alcance universal
de su liturgia culturalmente encarnada serán los mismos de la iglesia
católica. Propiamente hablando, no es la iglesia particular quien proyecta
en dimensiones universales la propia experiencia específica, sino que es la
iglesia ontológicamente una e idéntica quien, en y mediante la actividad
creativa desarrollada in loco por la iglesia particular, asume en su
propio horizonte aquella misma experiencia y se reconoce en ella.
d) Implicación de las comunidades locales.
Estas últimas, si son el sujeto integral de la
celebración litúrgica, son también el sujeto integral del proceso creativo que a
ella se refiere, dado que éste exige la puesta en ejercicio de vocaciones y
carismas propios de la iglesia local, necesarios para su crecimiento y misión.
Una creatividad que fuese fruto solamente del trabajo de expertos
correría el riesgo no sólo de ser un frío producto de laboratorio, sino que
además no respetaría el papel activo del sensus fidei y de los carismas
del pueblo de Dios (cf LG 12).
El modo de realizar en la práctica esta implicación de todos se estudiará caso
por caso, en diversos grados y formas: la responsabilidad
primera compete al -> obispo, liturgo de su iglesia, y, en grado subordinado, a
las personas y a los -> organismos encargados del trabajo de adaptación
creativa. Pero habrá que idear el modo de convocar una amplia y representativa
porción de la comunidad local a prestar su colaboración en las fases de
consulta, estudio, experimentación, evitando cuidadosamente que la elaboración
de una liturgia encarnada se quede en feudo de grupos particulares o de visiones
personales.
e) Recurso a otras disciplinas. El respeto a las
diversas competencias y disciplinas, sagradas y profanas, punto firme en el
afrontamiento de cualquier objeto de estudio, lo es particularmente en el campo
de la creatividad litúrgica, dado que ella está en relación directa con el
encuentro entre la liturgia y los diversos mundos culturales. Por tanto, habrá
que recurrir necesariamente, en el campo de las ciencias sagradas, a las
aportaciones de la exégesis bíblica, de la tradición patrística, de la teología
en general y de la litúrgica en particular, de la -> historia de la liturgia y
de la -> religiosidad popular; en el campo de las ciencias humanas, a las
aportaciones de la -> antropología, de la -> psicología, de la -> simbología,
del -> lenguaje ritual, con atención especial a las culturas locales. El
criterio de fondo que debe inspirar el recurso a tales disciplinas es doble: por
una parte, debe respetarse la legítima autonomía de que ellas gozan, sin
absorberlas en esquemas preestablecidos; por otra, particularmente a propósito
de las disciplinas humanas, debe tenerse presente el carácter auxiliar de
su aportación a los fines que la creatividad litúrgica se propone, ya que no
pueden ser elevadas en sí mismas a criterio último de validez de los resultados
obtenidos o que se quieran obtener; en efecto, el criterio último será siempre
el espíritu específico de la liturgia cristiana, que es el de celebrar el hoy de
la salvación de Dios.
f) Experimentación progresiva y gradual. La
complejidad de las investigaciones preliminares, el respeto a los tiempos de
maduración de las diversas mentalidades, la atención a las necesidades
espirituales reales de una comunidad determinada exigen un criterio prudente de
gradualidad en la ejecución de un programa de creación litúrgica, tanto
en cuanto a los tiempos de su realización como en lo que se refiere a los
elementos rituales sobre los que hay que actuar. Las diversas etapas de este
proceso creativo deben responder no tanto a un esquema preestablecido cuanto al
grado de receptividad real de una asamblea o de una iglesia local: en último
término, el verdadero examen de madurez al que debe someterse una
determinada creación es el realizado por la misma comunidad a que se destina.
Una intuición en sí misma excelente puede resultar de hecho suspendida
por la reacción de la comunidad, que quizá la experimenta como desfasada en
relación con sus exigencias objetivas. Esto puede suceder sobre todo cuando la
creatividad se limita a incluir en la liturgia elementos importados de
experiencias realizadas en otro lugar con óptimos resultados, pero extrañas al
nuevo ambiente. Gradualidad significa, por tanto, paciente conocimiento del
terreno, discreta animación de la sensibilidad del pueblo de Dios hacia un
encuentro de su camino de fe con los objetivos reales de la participación
litúrgica, propuesta motivada por las nuevasexpresiones rituales, reflexión
crítica sobre las mismas. Aquí es donde interviene el criterio complementario de
la experimentación: se trata de un instrumento verdaderamente nuevo en
materia litúrgica que, con la debida autorización, se justifica por una
necesaria cautela, y está confiado a la responsabilidad de la autoridad
eclesiástica territorial y circunscrito a grupos cualificados y por tiempos
determinados (SC 40, 2; cf también 44). La circunspección con que la SC trata de
los necesarios experimentos está motivada no sólo por la extrema
delicadeza de la materia en sí, sino también por la necesidad de garantizar en
la fase de experimentación el carácter de eclesialidad siempre exigido
por la liturgia, de modo que el rito sometido a innovación no sea un momento
cerrado en sí en la vida litúrgica de la iglesia, es decir, considerado
únicamente como un producto en prueba, sino parte integrante de la misma. La
experimentación debe asegurar que los nuevos elementos respondan no sólo a las
exigencias culturales y ambientales, sino también al espíritu de la liturgia de
la iglesia de Cristo: en los frutos de la creación litúrgica debe ser
recognoscible tanto el hombre de hoy con sus propias aspiraciones como la
iglesia de Cristo en su gesto de ofrecer al hombre de todos los tiempos el don
de la salvación "no hecho por mano de hombre". Por tanto, el derecho a la
experimentación no es reivindicable por el último advenedizo ni puede
ejercitarse a capricho.
VI. Diversos niveles de competencia
Según la SC 22 y 39-40, para la adaptación creativa de la liturgia se
requieren diversos grados de competencia. Para mayor claridad
distingamos entre competencia de autorización (= los sujetos a quienes
compete autorizar la creación y experimentación en materia litúrgica) y
competencia de ejecución (= los sujetos a quienes se confía la función de
traducir en hechos una y otra).
1. COMPETENCIA DE AUTORIZACIÓN. Corresponde sobre todo a las autoridades
eclesiásticas territoriales, de hecho las conferencias episcopales, para las
regiones sometidas a ellas, y en orden a una más profunda adaptación de
la liturgia; en la práctica, en los casos en que la reforma realizada por los
organismos centrales de la iglesia resulte insuficiente. Es el caso precisamente
de aquella adaptación que se lanza en profundidad hasta crear nuevas síntesis
entre datos culturales y tradiciones litúrgicas, y que requiere en último
término la anuencia de la sede apostólica para su implantación definitiva (cf SC
40,1 y 44). En cuanto a los obispos individualmente, es de su competencia
promover y autorizar la creación litúrgica en el ámbito de las respectivas
diócesis sobre la base de la plenitud del sacramento del orden, que los
constituye "principales administradores de los misterios de Dios..., promotores
y custodios de toda la vida litúrgica en la iglesia que les ha sido confiada"
(CD 15). La tercera instrucción, Liturgicae instaurationes (1970),
concretiza esta facultad hablando del papel mediador entre la norma general y
las necesidades que surgen en la pastoral. En cuanto a los ministros,
finalmente, la facultad de creación, además de estar limitada territorialmente,
cuadra mejor en el ámbito de la adaptación (accommodatio) de elementos
que forman ya parte de los esquemas celebrativos de los libros litúrgicos: en la
práctica, se trata de posibilidades de elección, de reducción, omisión,
añadidura, ampliación, sustitución, cambio de lugar, etc., allí donde los libros
litúrgicos no sólo prevén tales cambios, sino que muy frecuentemente
proporcionan ellos mismos los elementos que han de utilizarse.
2. COMPETENCIA DE
EJECUCIÓN. Incumbe a todos aquellos organismos (comisiones) que las autoridades
eclesiásticas destinan a la investigación, experimentación, propuesta,
preparación y valoración de cuanto se orienta a enriquecer el patrimonio
litúrgico con nuevas creaciones. Formados por personas cualificadas en las
varias disciplinas de interés, tales organismos son, actualmente, los únicos
autorizados para actuar en el sector de la creatividad propiamente dicha, en
orden a garantizar la suficiente seriedad y continuidad; lo cual no quita, sino
que más bien exige, que ellos se sirvan de todas aquellas personas y de todos
aquellos instrumentos necesarios para asegurar el más amplio abanico posible de
conocimientos y experiencias.
3. LEGISLACIÓN Y
CREATIVIDAD. Se trata de un punto extremadamente delicado, en cuanto que la
creatividad no parece hermanarse fácilmente con la idea de normatividad. Sin
embargo, el análisis que acabamos de hacer acerca de la naturaleza y finalidad
de la creatividad litúrgica ha dejado en claro que esta última no consiste en
una pura y simple espontaneidad o improvisación entendida como ausencia de
directividad, sino en un proceso de mediaciones regulado por principios y
metodologías imprescindibles. El hecho de que tal proceso esté regulado también
por diversos niveles de competencia
jurídica es un criterio que se sigue de la misma visión de las cosas. Pero es un
hecho también la presencia de complejas creaciones litúrgicas realiza das en
autonomía respecto de las normas vigentes. La normativa arriba indicada y
las numerosísimas advertencias de estos últimos años contra abusos de todo
género, sobre todo en materia de iniciativas locales en el campo de la
creatividad litúrgica, declararía automáticamente tales creaciones contra
legem. Pero consideraciones meramente jurídicas no agotan por sí solas la
relación entre iniciativa local y norma universal, puesto que el fenómeno de la
creatividad autónoma no puede ser etiquetado a la ligera y sin matizar
como rechazo de la institución. Aun en medio de grandes ambigüedades y
excesos de idealismo, hay valores que merecen consideración, como la búsqueda de
autenticidad, el intento de recuperar la capacidad de expresar la fe a través de
la multiplicidad de las sensibilidades y los testimonios, el actuar juntos, el
escucharse y criticarse recíprocamente, etc. Para recuperar estos
aspectos en sí positivos, actualmente se puede disponer de dos instrumentos
jurídicamente fundados: la experimentación y la costumbre. De la primera, de
reciente institución, ya hemos tratado; sólo hay que añadir que la
experimentación, cuando se realiza con la debida autorización, debe poder ser
utilizada con una amplitud y una flexibilidad tales que conduzcan realmente a
algo nuevo y válido: debería convertirse en una metodología normal en la
vida de las iglesias. En cuanto a la costumbre, se trata de un
instrumento antiquísimo en la tradición de la iglesia y de la misma vida
litúrgica, aunque su aplicación al caso de la creatividad se ha hecho más
difícil por la situación actual, caracterizada por rápidos cambios culturales y
por la multiplicación de iniciativas locales: estamos muy lejos de los tiempos
en que la institución de la costumbre presuponía una estabilidad sustancial del
derecho y de la vida misma de la iglesia. Sin embargo, se podría tener presente
que el recurso a esta institución específica invoca sobre todo la
racionabilidad de la forma naciente, cuando ésta, aun configurándose contra
la letra de la ley en vigor, tiende, sin embargo, a alcanzar los objetivos de la
misma No se trataría, pues, de un lenitivo complaciente, sino de un instrumento
jurídico inspirado en el sentido de la economía pastoral de la iglesia, que
induce a reconsiderar y modificar la letra de la ley cuando ésta pueda
convertirse en obstáculo para lograr el verdadero objetivo. En todo caso, se
trata por el momento no de un criterio operativo, sino de un proyecto que merece
ser tomado en consideración en el actual proceso de renovación de la legislación
canónica. Actualmente, el itinerario de la creatividad litúrgica está regulado
por la normativa anteriormente expuesta, que tiene como único instrumento
jurídico operativo la facultad de la experimentación legítimamente autorizada.
[-> Adaptación].
VII. Perspectivas pastorales
En el campo de la -> pastoral litúrgica ordinaria, la actual orientación
normativa da estatuto privilegiado al uso inteligente y fiel de los instrumentos
de celebración (textos y ritos) que la reforma ha puesto a disposición,
reservando las iniciativas de creatividad propiamente dicha a los organismos y
los modos explícitamente autorizados.
Pero existe un tipo de creatividad posible, más aún, obligatorio, que, aunque no
se refiere directamente a la producción de textos y ritos nuevos, se empeña en
valorar al máximo la naturaleza de acontecimiento propia de la ->
celebración, es decir, en tratar a esta última como creación efectiva
cada vez del encuentro de una asamblea concreta con los misterios del Señor, aun
cuando el marco ritual siga siendo sustancialmente el oficial. No nos referimos
con esto simplemente a lo que se entiende por -> animación de la celebración,
que, a pesar del acierto de la expresión, sugiere la idea de un esfuerzo
orientado a dar vida a un cuerpo inerte, o que, en cualquier caso, insiste
demasiado en una perspectiva espectacular de la celebración, sino más
bien a la búsqueda de aquellas condiciones mediante las cuales una comunidad
local, reunida en asamblea litúrgica, puede personalizar la celebración,
captando su significado de fe y refiriéndolo a su propia situación de vida. Esta
búsqueda puede realizarse a través de etapas progresivas, como, por ejemplo:
1. EL USO
INTELIGENTE DE LOS TEXTOS Y DE LOS RITOS DISPONIBLES. Se trata de un punto de
partida imprescindible, pues los nuevos libros litúrgicos representan, para
todas las expresiones locales de la iglesia, una base unitaria de
identificación, de comunión, de vinculación con la sustancia perenne de la
tradición. Saber utilizar todas sus posibilidades de adaptación
constituye, si no todavía una creatividad propiamente dicha, al menos sí su
preparación necesaria, sobre todo si consigue suscitar en los pastores y en los
fieles el sentido. de un camino progresivo y siempre parcialmente
realizado hacia el objetivo real de la celebración, que hemos recordado más
arriba. Esto hará aparecer la creación de nuevas formas como un paso exigido por
la madurez de la comunidad local: la hará desearla y pedirla, estimulando al
mismo tiempo la manifestación de los carismas pertinentes. Para moverse en esta
dirección es preciso, sin embargo, considerar la flexibilidad ofrecida por los
varios ritos en función no de la pura y simple vitalidad de la celebración, sino
de la concentración en eI significado esencial del misterio celebrado. Siendo el
-> rito en sí mismo, considerado en su globalidad, un hecho de lenguaje, será
necesario exaltar todas sus posibilidades comunicativas, recurriendo al
realce, en sus diversos momentos, de su esquema unitario, de los temas y de los
símbolosclave, de los pasos lógicos, de los contactos con la vida cotidiana.
Esto exige, ante todo, una relectura previa y sabia del rito mismo no como
esquema que hay que realizar, sino como propuesta o modelo que hay que encarnar
con renovada sensibilidad; por consiguiente, la búsqueda de intervenciones de
palabra (moniciones, sugerencias, didascalías, invitaciones...) que,
oportunamente distribuidas a lo largo de la celebración, la ayuden a superar la
repetitividad un poco mecánica de los esquemas rituales para convertirse en
verdadero acontecimiento. Para evitar que estas intervenciones se
estanquen en lo genérico o en tópicos, será preciso sintonizar con el mundo
cultural ambiental, intercambiando con él, siempre con el debido filtro crítico,
sensibilidades, esperanzas, lenguaje.
2. IMPLICACIÓN DE
LA COMUNIDAD LOCAL. Esta viene exigida no sólo por la recuperada temática
teológica del pueblo de Dios como sujeto-actor de la liturgia por su sacerdocio
bautismal, sino también por el hecho de que el lenguaje (capacidad significativa
y comunicativa) de la celebración y el lenguaje (mundo cultural) de la asamblea
deben encontrarse y fundirse para permitir que se dé en realidad un
acontecimiento salvífico vívido. Ahora bien, la comunidad local, considerada
tanto en su momento asambleario como en su condición ordinaria de diáspora
propia de la vida social, es portadora de todo un potencial de capacidad, de
actitudes, de carismas, que no puede ni debe permanecer inutilizado durante la
asamblea. Mientras que en el sector de los -> ministerios litúrgicos se han
obtenido buenos resultados, queda todavía por explorar el amplísimo sector de
los servicios desarrollados de hecho por numerosos fieles comprometidos en la
animación cristiana del orden temporal y de la -> promoción humana, y que,
puesto que como tales forman parte de la misión de la iglesia, podrían ser
objeto de ministerio eclesial °. Para lograr una liturgia que sea verdadera
expresión de una comunidad que crece solidariamente en la fe y en la caridad, es
preciso que toda esta riqueza de formas ministeriales encuentre acogida en la
celebración: la capacidad de diálogo, de análisis de la realidad circundante, de
ayuda recíproca material y espiritual, que en buena medida caracteriza la
actividad de estos miembros de la comunidad local, debe poder ejercerse también
en el ámbito propiamente litúrgico de múltiples maneras: en la preparación de la
celebración, en la actualización de la palabra de Dios, en la individuación de
los temas y de los gestos-clave del rito celebrado, en la cualificación más
específica de la oración de la asamblea (por ejemplo: oraciones, preces de los
fieles, temática de la acción de gracias y del memorial en la plegaria
eucarística, etc.). Esta continuidad entre comunidad del testimonio y comunidad
celebrante origina un impulso que es creativo tanto de unidad interna como de
verdadera participación litúrgica. La comunidad-asamblea, manifestándose como
sujeto interpretativo (y no sólo ejecutivo) de la propia celebración en
referencia a la propia situación de fe y de vida, alcanza el objetivo más
profundo de la creatividad, en el sentido de que, más bien que ser la creación
de textos y ritos nuevos la que plasme la fisonomía de la comunidad-asamblea, es
la renovación de la vitalidad de esta última quien confiere nuevo rostro y nuevo
vigor al rito.
3. BÚSQUEDA DE
FORMAS DE CELEBRACIÓN ADECUADAS A LOS DIVERSOS NIVELES DE FE.
Las comunidades cristianas actuales viven
situaciones de fe diversamente caracterizadas: además de los fieles en el
sentido más verdadero del término, hay personas en crisis y en búsqueda,
adolescentes y jóvenes en período de intranquilidad y de cambio, bautizados en
situaciones irregulares (divorciados, ,amancebados); personas, en
cualquier caso, incapaces por el momento de participar plenamente en la liturgia
sacramental de la iglesia confesante. Para estas categorías de personas se
plantea la necesidad pastoral de buscar formas de celebración que, respetando
las exigencias propias de una fe todavía problemática, permitan, no obstante, un
verdadero encuentro vital con la palabra y los signos de la liturgia de la
iglesia; es un campo completamente abierto a la inventiva pastoral litúrgica.
Propuestas como la de "asambleas de diversas entradas y salidas", o de la
concesión de sacramentos a los divorciados (las condiciones podrán
determinarse), necesitan todavía mayor madurez y profundización, además de la
necesaria sanción por parte de quienes tienen la responsabilidad de decidir en
materia tan delicada; pero es claro que será posible programar para esas
categorías celebraciones de tipo precatecumenal o catecumenal, según los casos,
en las cuales, incluso teniendo el papel preponderante de la palabra de Dios
como fuente de anuncio, de catequesis y de confrontación, encuentren amplio
espacio también gestos concretos de oración en común, de penitencia, de
compromiso. Será una liturgia del todavía no, del aspecto crucificante
del -> misterio pascual de la espera activa del momento de luz plena, pero, aun
así, testimonio siempre vivo de la capacidad de acogida por parte de la
comunidad eclesial. Mas, incluso en este caso, es necesario que la comunidad
local se haga cargo del camino de estos miembros suyos particulares.
4. CREACIÓN DE
FORMAS NUEVAS PARA UNA LITURGIA MÁS "POPULAR". Como es sabido, el relieve
justamente concedido por la renovación litúrgica al primado y a la centralidad
de la celebración eucarística ha causado, aunque haya sido involuntariamente, un
vacío en el ámbito de los ejercicios de piedad y de las devociones populares,
dejando insatisfechas algunas legítimas esperanzas. Sin ceder a un nostálgico
replegarse sobre el pasado, se abre a la creatividad un amplísimo campo de
trabajo en dar vida a nuevas expresiones de la auténtica piedad del pueblo de
Dios, teniendo presentes los valores y las orientaciones procedentes de la
renovación litúrgica: a) la liturgia por sí sola no agota todas las
posibilidades de crecimiento de la vida espiritual (SC 12); b) es
preciso que los ejercicios de piedad estén en consonancia con el espíritu de la
liturgia, que se inspiren en ella y a ella conduzcan (SC 13); c) la posibilidad
de ampliar la extensión del área litúrgica más allá de una distinción puramente
jurídica entre lo litúrgico y lo no litúrgico, recurriendo al principio —ya
utilizado para la liturgia de las Horas (cf OGLH 22)— según el cual un
acto de culto realizado por fieles convocados y unidos con el presbiterio
"visibiliza la iglesia que celebra el misterio de Cristo". La capacidad
inventiva en este campo está facilitada por una mayor elasticidad normativa y,
por tanto, por una más libre posibilidad de acoger valores culturales ligados a
ambientes específicos (urbano, rural, estudiantil, industrial, artístico...).
Así podrían nacer liturgias diversificadas según acentos particulares:
confesiones de fe, alabanza, penitencia, catequesis, circunstancias vinculadas a
la vida de la comunidad local. Piénsese en las inmensas posibilidades ofrecidas
por acontecimientos de fiesta, de luto, de solidaridad cívica..., así como por
la reinvención de tradiciones populares como las procesiones [->
Procesión], peregrinaciones, bendiciones [-> Bendición; -> Libros
litúrgicos]. La creatividad es solicitada aquí, más que en cualquier otro
campo, a mediar sabiamente en el encuentro entre el misterio de Cristo y la
situación humana 12.
A. Pistoia
BIBLIOGRAFÍA:
Bellavista J., Ayer y hoy de la creatividad litúrgica, en "Phase" 103
(1978) 45-60; Bernal J.M.,
¿Traducir o crear textos nuevos?, ib, 41
(1967) 446-458; Briones R., Creatividad y
fidelidad en la celebración cristiana, en
"Pastoral Misionera" 7-8 (1980) 602-614;
Fernández L, La oración litúrgica frente a la creatividad, en "Liturgia"
254 (1971) 198-223; Goenaga J.A., Creatividad litúrgica (Historia, reflexión,
pautas), en EE 51 (1976) 521-540; Marsili S., Textos litúrgicos para el
hombre moderno, en "Concilium" 42 (1969) 219-236;
Martín Pintado V., La creatividad en la liturgia, en "Salmanticensis" 27
(1979) 419-442; Rodríguez del Cueto C., Pequeñas comunidades y creatividad
litúrgica, en "Studium Legionense" 19 (1978) 173-249; Rombold
G., Arquitectura religiosa y libertad creadora de
nuestras comunidades, en "Concilium" 62
(1971) 251-259; Urdeix J., Liturgia y
creatividad, en "Phase" 76 (1973)
315-328; VV.AA., Creatividad litúrgica, en "Liturgia" 254
(1971) 185-291; VV.AA., La liturgia, una tradición creativa, en "Concilium"
182 (1983) 157-294; Velado B., Los himnos de la Liturgia de las Horas en su
edición española, ib, 130 (1982) 325-355. Véase también la bibliografía de
Adaptación.
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