miércoles, 25 de febrero de 2015

CRIATURA

Genéricamente este término indica  a todo ser distinto de Dios que ha tenido su origen de él en el tiempo. Depende ontológicamente del Creador y está profundamente marcado por la finitud. Cuando se refiere al ser humano, el término conserva los significados precedentes y recuerda de manera especial la vinculación profunda que existe entre el hombre y Dios, no sólo en cuanto a su origen, sino también en cuanto a su salvación y su destino final.
Según la narración bíblica, las criaturas no son el fruto de una « degradación» del ser supremo, ni el resultado de una acción maliciosa por parte de un poder divino, ni realidades que  existan desde siempre y destinadas a una permanencia banal en la vida. Las criaturas no pueden dividirse en positivas y negativas, en buenas y malas.
Como todo proviene del Creador que  es bueno, todo lleva consigo una bondad connatural: ,"vio Dios que era bueno", afirma el autor de Gn 1, hablando de las diversas criaturas que van apareciendo al comienzo del tiempo. Toda criatura, por el mero hecho de existir, contiene y expresa una serie de positividades y de valores indiscutibles. La primera es el mismo dato de la vida: el existir es una cosa buena respecto a la nada de la no existencia: El que es fuente inagotable de vida, con la creación difunde por el espacio y por el tiempo los rayos de su vida esplendente y eterna; y las criaturas todas, especialmente el hombre, son un testimonio perenne de su gloria, de su «densidad» ontológica.
Otro aspecto positivo de todas las  criaturas es la belleza. El término hebreo tov, que utiliza el autor del Génesis para expresar la bondad que Dios ve en todas las criaturas, puede traducirse también por hermoso : lo que sale de las manos de Dios es intrínsecamente bello, es portador de un splendor formae, de una luminosidad intrínseca que hace del conjunto de las criaturas puestas en el mundo una especie de «liber et pictura» (Alano de Lille) y un «pulcherrimum carmen)' (san Agustín).
Además, toda realidad creada posee  otra perfección: la autonoma existencial, don de un Dios «señorial» que, a pesar de mantener con vida y de ordenarlo todo a su propio fin, les ha dado a sus criaturas, sobre todo al hombre, una «consistencia» ontológica y unas leyes propias que permiten afirmar que «todas las cosas son de Dios, como si Dios no fuese» (A. D. Sertillanges), En virtud de su procedencia de Dios, la criatura es, según los datos bíblicos, objeto del cuidado y de la providencia amorosa del Creador. El crear no es para el Dios bíblico un simple producir las cosas y «tirarlas» a la existencia. La creación es ya una primera forma de alianza (.71): es la inclinación benévola de Dios, su voluntario acercamiento y su afectuosa providencia con todos los seres; Dios guía libre y sabiamente a todo cuanto existe hacia la consecución de su propio fin (Providencia). Esto aparece evidente sobre todo en relación  con el hombre, criatura privilegiada, objeto del amor especial del Dios trino creador y de su disponibilidad a la alianza. Ésta absoluta cercanía de Dios a todos los seres no excluye, sin embargo, que siga habiendo una absoluta diferencia cualitativa entre el Creador y la criatura; contra todo monismo, la fe bíblica atestigua sin sombra alguna de duda la alteridad que existe entre Dios y las criaturas, la «distancia esencial» y la «desemejanza mayor todavía» (DS 806) de cualquier forma de semejanza, que existe a pesar de todo en virtud de la procedencia de las cosas del «divino artesano». La divinidad y la santidad pertenecen sólo a Dios; las criaturas tienen que despojarse de toda dimensión sacral; y el mundo queda confiado, «como mundo mundano y profano, al saber inquisitivo y a la voluntad hacedora del hombre» (W. Kern).
Más aún, si la criatura procede de  Dios y no se confunde con él, se seguirá para el hombre la necesidad de atribuir a Dios una prioridad absoluta incluso en el plano moral.
La criatura, en cuanto existente ontológicamente distinto del Creador, está también naturalmente necesitada: la creaturalidad es también sinónimo de caducidad y de debilidad; estos aspectos, según la fe bíblica, se han acentuado por causa del pecado original, a pesar de que permanece la dignidad substancial de todo existente. La salvación realizada por el Dios trinitario en favor de las criaturas sana de nuevo y eleva a la creaturalidad; según santo Tomás, la gracia no anula, sino que perfecciona a la criatura, y la participación en la vida de Dios (/ divinización), a pesar de ser un don que supera infinitamente la herencia creatural, restituye al hombre a sí mismo; en efecto, la redención cristiana no libera de la creaturalidad, sino que libera a la criatura.
 G. M. Salvati

 Bibl.: K. Rahner, Universo-tierra-hombre,  en «Fe cristiana y sociedad moderna», n. 3, SM, Madrid 19~5, 7-101; P. Schmulders, Creación, en SM. 11, 3-15,

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