Genéricamente
este término indica a todo ser
distinto de Dios que ha tenido su origen de él en el tiempo. Depende ontológicamente
del Creador y está profundamente marcado por la finitud. Cuando se refiere al
ser humano, el término conserva los significados precedentes y recuerda de
manera especial la vinculación profunda que existe entre el hombre y Dios, no sólo
en cuanto a su origen, sino también en cuanto a su salvación y su destino
final.
Según
la narración bíblica, las criaturas no son el fruto de una « degradación»
del ser supremo, ni el resultado de una acción maliciosa por parte de un poder
divino, ni realidades que existan
desde siempre y destinadas a una permanencia banal en la vida. Las criaturas no
pueden dividirse en positivas y negativas, en buenas y malas.
Como
todo proviene del Creador que es bueno, todo lleva consigo una bondad connatural:
,"vio Dios que era bueno", afirma el autor de Gn 1, hablando de las
diversas criaturas que van apareciendo al comienzo del tiempo. Toda criatura,
por el mero hecho de existir, contiene y expresa una serie de positividades y de
valores indiscutibles. La primera es el mismo dato de la vida: el existir es una
cosa buena respecto a la nada de la no existencia: El que es fuente inagotable
de vida, con la creación difunde por el espacio y por el tiempo los rayos de su
vida esplendente y eterna; y las criaturas todas, especialmente el hombre, son
un testimonio perenne de su gloria, de su «densidad» ontológica.
Otro
aspecto positivo de todas las criaturas es la belleza. El término hebreo tov, que utiliza
el autor del Génesis para expresar la bondad que Dios ve en todas las
criaturas, puede traducirse también por hermoso : lo que sale de las manos de
Dios es intrínsecamente bello, es portador de un splendor formae, de una
luminosidad intrínseca que hace del conjunto de las criaturas puestas en el
mundo una especie de «liber et pictura» (Alano de Lille) y un «pulcherrimum
carmen)' (san Agustín).
Además,
toda realidad creada posee otra perfección: la autonoma existencial, don de un Dios «señorial»
que, a pesar de mantener con vida y de ordenarlo todo a su propio fin, les ha
dado a sus criaturas, sobre todo al hombre, una «consistencia» ontológica y
unas leyes propias que permiten afirmar que «todas las cosas son de Dios, como
si Dios no fuese» (A. D. Sertillanges), En virtud de su procedencia de Dios, la
criatura es, según los datos bíblicos, objeto del cuidado y de la providencia
amorosa del Creador. El crear no es para el Dios bíblico un simple producir las
cosas y «tirarlas» a la existencia. La creación es ya una primera forma de
alianza (.71): es la inclinación benévola de Dios, su voluntario acercamiento
y su afectuosa providencia con todos los seres; Dios guía libre y sabiamente a
todo cuanto existe hacia la consecución de su propio fin (Providencia). Esto
aparece evidente sobre todo en relación con
el hombre, criatura privilegiada, objeto del amor especial del Dios trino
creador y de su disponibilidad a la alianza. Ésta absoluta cercanía de Dios a
todos los seres no excluye, sin embargo, que siga habiendo una absoluta
diferencia cualitativa entre el Creador y la criatura; contra todo monismo, la
fe bíblica atestigua sin sombra alguna de duda la alteridad que existe entre
Dios y las criaturas, la «distancia esencial» y la «desemejanza mayor todavía»
(DS 806) de cualquier forma de semejanza, que existe a pesar de todo en virtud
de la procedencia de las cosas del «divino artesano». La divinidad y la
santidad pertenecen sólo a Dios; las criaturas tienen que despojarse de toda
dimensión sacral; y el mundo queda confiado, «como mundo mundano y profano, al
saber inquisitivo y a la voluntad hacedora del hombre» (W. Kern).
Más
aún, si la criatura procede de Dios y no se confunde con él, se seguirá para el hombre la
necesidad de atribuir a Dios una prioridad absoluta incluso en el plano moral.
La
criatura, en cuanto existente ontológicamente distinto del Creador, está también
naturalmente necesitada: la creaturalidad es también sinónimo de caducidad y
de debilidad; estos aspectos, según la fe bíblica, se han acentuado por causa
del pecado original, a pesar de que permanece la dignidad substancial de
todo existente. La salvación realizada por el Dios trinitario en favor de las
criaturas sana de nuevo y eleva a la creaturalidad; según santo Tomás, la
gracia no anula, sino que perfecciona a la criatura, y la participación en la
vida de Dios (/ divinización), a pesar de ser un don que supera infinitamente
la herencia creatural, restituye al hombre a sí mismo; en efecto, la redención
cristiana no libera de la creaturalidad, sino que libera a la criatura.
G.
M. Salvati
Bibl.:
K. Rahner, Universo-tierra-hombre, en
«Fe cristiana y sociedad moderna», n. 3, SM, Madrid 19~5, 7-101; P. Schmulders,
Creación, en SM. 11, 3-15,
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