Constituye quizá el más antiguo ritual funerario de la humanidad, ya que
hay indicios de su existencia en el Paleolítico inferior. El c. humano fue
objeto ya, por partede paleoantropos y hombres fósiles, de extraños
rituales, algunos de contenido antropofágico (canibalismo ritual), otros
de carácter mágico y, finalmente, otros de carácter funerario. Ignoramos
hasta qué punto unos y otros pueden ligarse a la experiencia religiosa y
al culto. De todas formas, aún hoy en algunos pueblos primitivos actuales
son devorados algunos órganos (cerebro, corazón, hígado) del enemigo
muerto, con objeto de poder atribuirse las virtudes del difunto.
Parece probado que la humanidad prehistórica conoció el culto al c. Los descubrimientos de Choukoutien, en las grutas chinas de la montaña del Dragón excavadas en 1922 y 1927, demuestran su existencia ya en el Sinanthropus pekinensis (hace 500.000 años). Hallazgos de 1927 parecen afirmar un culto similar en el Pithecanthropus erectus, paleoantropo de lava, premusteriense, que inhumaba a los cadáveres decapitados, tratando cuidadosamente a sus cabezas según ritos especiales que quizá recuerdan a los aún utilizados hoy por los aborígenes de la isla de Borneo, quienes consideran a la cabeza como receptáculo del alma, donde reside el fluido vital. Dichos c. presentan escoriaciones y pertenecen quizá a víctimas inmoladas, cuyos c. han sido fracturados a efectos de extraerles el encéfalo para ser consumido en un banquete sagrado (v.). De aceptar tal punto de vista podría afirmarse que el culto al c. está vinculado, en el Pleistoceno medio de Indonesia y China septentrional, a un canibalismo ritual unido a la costumbre de decapitar el cadáver y conservar la cabeza, el c. o scalp en una ceremonia que se desarrollaría antes o después de la comida ritual, sea para incorporarse la sustancia del alma, sea para guardar la cabeza como trofeo.
En la Europa prehistórica se conservan vestigios del culto al c. en diversos lugares. En la gruta de Monte Circeo, en la costa tirrénica italiana, se encontró un c. neanderthalense (v.), rodeado de un círculo de piedra y emplazado en una pequeña oquedad; en tonto al mismo aparecieron osamentas de ciervo, caballo, hiena, elefante y león y dos metacarpianos rotos de buey y de ciervo. Data este osario sagrado del a. 70.000100.000 a. C. También se han encontrado vestigios de culto al c. en estratos magdalenienses (v.) y solutrenses (v.) de una gruta de Placard (Charente, Francia) y en depósitos musterienses (v.), pertenecientes a una capa interglacial, RissWürm, en Krapina (cerca de Zagreb, Yugoslavia). En Asia, y pertenecientes a la misma interglac¡ación, pueden citarse los hallazgos correspondientes a las terrazas de Ngandong, en la cuenca del Solo, lo que da una extensión ecuménica al culto al c. en la Prehistoria.
En terrenos jurásicos de Offnet, junto a Nordlingen (Baviera), se han encontrado vestigios del culto al c. que trascienden el Paleolítico y hacen pensar que en el Mesolítico pervivió tal uso religioso. En el Neolítico antiguo hay claras evidencias del culto al c. en diversos yacimientos del Próximo Oriente. Así, en Jericó (v.) se ha encontrado varios c., algunos de ellos rellenos de yeso y con los ojos simulados con cauries y conchas bivalvas a modo de pupilas. A la Prehistoria se remonta asimismo el culto al c. del oso (v.) tipificado en las grutas musterienses del Drachenloch (Suiza).
La escuela históricocultural sitúa dentro del ciclo de los primeros agricultores una ritualización del culto al c., que se conservaba como recipiente de fuerzas mágicas. Unido al culto a los antepasados, los poderes profilácticos o mágicos del c. institucionalizaron en diversas sociedades arcaicas la llamada caza de cabezas, bien extendida en la Europa bárbara (escitas, celtas, etc.), dando contenido a viejos rituales inspiradores del arte de las cabezastrofeo o tétescoupées, típicas de la arqueología celta y de diversas artes de la Europa bárbara. El culto al c. llevaba aneja la conservación de las cabezas (cfr. G. Pinza, o. c. en bibl.). Hoy el culto al c. se conserva en diversos pueblos primitivos de Indonesia y de la América tropical. En esta última y entre los indios del Orinoco y Amazonas ha originado la especialización de reductores de cabezas, con sus txantxas o cabezastrofeo (jívaros del Ecuador, etc.).
V. t.: ANTROPOLATRJA.
Parece probado que la humanidad prehistórica conoció el culto al c. Los descubrimientos de Choukoutien, en las grutas chinas de la montaña del Dragón excavadas en 1922 y 1927, demuestran su existencia ya en el Sinanthropus pekinensis (hace 500.000 años). Hallazgos de 1927 parecen afirmar un culto similar en el Pithecanthropus erectus, paleoantropo de lava, premusteriense, que inhumaba a los cadáveres decapitados, tratando cuidadosamente a sus cabezas según ritos especiales que quizá recuerdan a los aún utilizados hoy por los aborígenes de la isla de Borneo, quienes consideran a la cabeza como receptáculo del alma, donde reside el fluido vital. Dichos c. presentan escoriaciones y pertenecen quizá a víctimas inmoladas, cuyos c. han sido fracturados a efectos de extraerles el encéfalo para ser consumido en un banquete sagrado (v.). De aceptar tal punto de vista podría afirmarse que el culto al c. está vinculado, en el Pleistoceno medio de Indonesia y China septentrional, a un canibalismo ritual unido a la costumbre de decapitar el cadáver y conservar la cabeza, el c. o scalp en una ceremonia que se desarrollaría antes o después de la comida ritual, sea para incorporarse la sustancia del alma, sea para guardar la cabeza como trofeo.
En la Europa prehistórica se conservan vestigios del culto al c. en diversos lugares. En la gruta de Monte Circeo, en la costa tirrénica italiana, se encontró un c. neanderthalense (v.), rodeado de un círculo de piedra y emplazado en una pequeña oquedad; en tonto al mismo aparecieron osamentas de ciervo, caballo, hiena, elefante y león y dos metacarpianos rotos de buey y de ciervo. Data este osario sagrado del a. 70.000100.000 a. C. También se han encontrado vestigios de culto al c. en estratos magdalenienses (v.) y solutrenses (v.) de una gruta de Placard (Charente, Francia) y en depósitos musterienses (v.), pertenecientes a una capa interglacial, RissWürm, en Krapina (cerca de Zagreb, Yugoslavia). En Asia, y pertenecientes a la misma interglac¡ación, pueden citarse los hallazgos correspondientes a las terrazas de Ngandong, en la cuenca del Solo, lo que da una extensión ecuménica al culto al c. en la Prehistoria.
En terrenos jurásicos de Offnet, junto a Nordlingen (Baviera), se han encontrado vestigios del culto al c. que trascienden el Paleolítico y hacen pensar que en el Mesolítico pervivió tal uso religioso. En el Neolítico antiguo hay claras evidencias del culto al c. en diversos yacimientos del Próximo Oriente. Así, en Jericó (v.) se ha encontrado varios c., algunos de ellos rellenos de yeso y con los ojos simulados con cauries y conchas bivalvas a modo de pupilas. A la Prehistoria se remonta asimismo el culto al c. del oso (v.) tipificado en las grutas musterienses del Drachenloch (Suiza).
La escuela históricocultural sitúa dentro del ciclo de los primeros agricultores una ritualización del culto al c., que se conservaba como recipiente de fuerzas mágicas. Unido al culto a los antepasados, los poderes profilácticos o mágicos del c. institucionalizaron en diversas sociedades arcaicas la llamada caza de cabezas, bien extendida en la Europa bárbara (escitas, celtas, etc.), dando contenido a viejos rituales inspiradores del arte de las cabezastrofeo o tétescoupées, típicas de la arqueología celta y de diversas artes de la Europa bárbara. El culto al c. llevaba aneja la conservación de las cabezas (cfr. G. Pinza, o. c. en bibl.). Hoy el culto al c. se conserva en diversos pueblos primitivos de Indonesia y de la América tropical. En esta última y entre los indios del Orinoco y Amazonas ha originado la especialización de reductores de cabezas, con sus txantxas o cabezastrofeo (jívaros del Ecuador, etc.).
V. t.: ANTROPOLATRJA.
BIBL.: F. KÚNIG, Diccionario de
las Religiones (voces ASIA; MEGALITICA, RELIGION; PREHISTORIA, Barcelona
1964; G. H. R. VON KÚNIGSWALD, Los hombres prehistóricos, Barcelona 1960;
F. M. BERGOUNIOUX1. GOETZ, Religiones prehistóricas y primitivas, Andorra
1960, 19 ss., 37 ss.; E. O. JAMES, Prehistoric Religion, Londres 1958; C.
HOSE y W. McDoUGALL, The Pagan Tribes ot Borneo, 1, 1912, 114; 11, 20 ss.;
H. P. EIDOUUX, Monuments et trésors de la Gaule, París 1958; G. PINZA, La
conseruazione delle teste umane e le idee e i costumi alle quali si
connetta, en Memorie della Societá Geogralica Italiana, VII, Roma 1898; P.
LAMBRECHTS, L'exaltation de la téte dans la pensée et dans 1'art des
celtes, en Disertationes Archaeologicae Gandenses, II, Brujas 1954; F.
BENOIT, Dieuxtétes, «Latomusn XIV,290 ss.
M. GÓMEZTABANERA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.