SUMARIO: I.
Cuestiones historiográficas. II. El plan de la narración: 1. De Adán
a David; 2. David y Salomón; 3. Esplendor, hundimiento y
renacimiento de la teocracia. III. La
perspectiva teológica: 1. Dios
con nosotros; 2. El triunfo del culto; 3. La esperanza del
cronista.
I. CUESTIONES HISTORIO-GRÁFICAS. Nuestro término "Crónicas" intenta traducir de una forma sustancialmente correcta el hebreo "actas de los días". Por el contrario, es inadecuado el título de los LXX-Vg: "Paralipómenos", "omisiones", explicable sólo por el hecho de que aquellos traductores pensaban equivocadamente que 1-2Crón eran una obra complementaria de 1-2Sam y 1-2Re. En realidad, se trata de una obra historiográfica nueva y autónoma de estilo "sacerdotal", paralela pero independiente de la "deuteronomista". Aunque 1-2Crón en la Biblia hebrea están puestos detrás de Esd-Neh, su posición lógica es más bien la contraria, ya que son algo así como la premisa a la historia posexílica. Por eso mismo sus preocupaciones son más de orden hermenéutico y teológico que estrictamente histórico.
Sin embargo, su autor, que escribe quizá a finales del
siglo IV a.C., se preocupa (a veces
de un modo artificioso) de insistir en las fuentes que le sirven de inspiración:
el libro de los reyes de Israel (1Crón 9,1; 2Crón 20,34), el libro de los reyes
de Israel y de Judá (2Crón 27,7; 35,27; 36,8; cf 16,11; 25,26; 28,26; 32,32), el
midras del libro de los reyes (2Crón 24,27), los Hechos de los reyes de
Israel (2Crón 33,18), las Crónicas del rey David (lCrón 27,24), los Hechos de
Samuel el vidente (lCrón 29,29), los Hechos de Natán el profeta (lCrón 29,29;
2Crón 9,29), los Hechos de Gad el vidente (lCrón 29,29), la profecía de Ajías de
Silo (2Crón 9,29), las visiones de Idó el vidente (2Crón 9,29), los Hechos del
profeta Idó (2Crón 12,15), los Hechos del profeta Semayas (2Crón 12,15), el
midras del profeta Idó (2Crón 13,22), los Hechos de Jehú, hijo de Jananí
(2Crón 20,34); el resto de los Hechos
de Ozías escrito por Isaías (2Crón 26, 22), la visión de Isaías (2Crón 32,22),
los Hechos de Jozay (2Crón 33,19), el canto fúnebre de Jeremías sobre Josías
(2Crón 35,25). Además, el autor conoce la profecía bíblica: Isaías (7,9 en 2Crón
20,20) y Zacarías (4,10 en 2Crón 16,9); conoce los Salmos (132,8-11 en 2Crón
6,41-42 y 96; 105; 106 en ICrón 16,8-36); conoce los libros de Samuel y de los
Reyes, sobre los que traza el nuevo plantea-miento teológico, sus
modificaciones, sus omisiones, sus correcciones. En la larga lista de 1 Crón 1,
que traza la genealogía desde Adán hasta Israel, se acomoda también al
Pentateuco, que ha alcanzado ya su forma definitiva.
Naturalmente, la forma teológica que rige la reconstrucción
y que presentaremos posteriormente condiciona la elaboración histórica, que es
más teológica que historiográfica, a pesar de que se basa en datos y documentos.
Como escribía E. Osty, el cronista no desfigura por completo los sucesos, pero
los transfigura y puede ser que en algunos casos conserve tradiciones históricas
genuinas e inéditas respecto a l-2Sam y 1-2Re (cf 2Crón 11,5-12; 14,5-7; 16,14;
17, 2.7-9.13; 19,4-5; 20,1-2; 21,2-4; 21, 16-28; 22,1; 26,6-15; 27,3-7; 28,9-19;
35,23-24). Por el contrario, en otros lugares es evidente la intervención de la
tesis teológica, que hace histórica-mente sospechoso el relato. Así, por
ejemplo, todo el proyecto de edificación del templo que se le atribuye a David (lCrón
22,2-29,20); el midras de 2Crón 20,1-30; los discursos teológicos (2Crón
13,4-12); las cifras desorbitadas (2Crón 12,3; 13,3; 14,7; 17,14-15; 26,13;
28,6); el destierro de Manasés en Babilonia (2Crón 33,11-16), introducido para
salvar la teoría de la retribución (el largo reinado de un rey impío iba contra
el principio mismo del "delito-castigo").
II. EL PLAN DE LA NARRACIÓN. La articulación
sustancial del hilo histórico trazado por el cronista presenta dos secciones:
las listas de lCrón 1-9 y la historia propia y verdadera de lCrón 10-2Crón 36.
Sin embargo, desde un punto de vista narrativo, vemos cómo se dibujan con
bastante claridad tres áreas distintas: la que lleva desde Adán hasta David, la
de David y Salomón y, finalmente, la historia de la teocracia hebrea en las
etapas sucesivas.
1. DE ADÁN A DAVID. A través de una cadena genealógica muy
compleja (lCrón 1-9) se intenta enlazar los dos polos de la creación (Adán) y de
la / elección (David). Como ya hemos dicho, no faltan las referencias concretas
al texto bíblico, como en el caso de Núm 26 (el censo), enriquecido por Gén 46,
por algunos otros pasajes histórico-topográficos de la tradición deuteronomista
y por Rut, así como por otras fuentes que des-conocemos. De esta manera se va
configurando la comunidad de Israel con sus tribus, que tienen lógicamente en el
centro a Leví, la tribu sacerdotal (1 Crón 6), cuya genealogía que-da "refinada"
al enlazar con la genealogía purísima y altísima de Aarón-Sadoc (lCrón 6,38). El
capítulo 9 es un añadido posterior, donde se registra la población repatriada
del destierro (cf Neh 11).
Ciertamente, este interminable desfile de nombres y de
listas que se detienen, vuelven a comenzar, se entrecruzan, se contradicen a
veces y se repiten continuamente constituye para el lector de nuestros días un
terreno árido, pero para el cronista y para sus contemporáneos se trataba más
bien de un paisaje conocido y apreciado, destinado a orientarse hacia un centro
y hacia una persona: el templo y David. En torno a este núcleo de la historia de
las Crónicas gira no solamente todo Israel, sino
también toda la humanidad y toda la tierra, según
una red sutilísima de conexiones "históricas" y espirituales.
2. DAVID Y SALOMÓN.
El /David de las Crónicas es muy distinto del de 1-2Sam,
pasional, humano, pecador, guerrero, rodeado de tentaciones y de esplendores
[/Samuel II, 2]. Ahora el gran rey se presenta casi como envuelto en una aureola
luminosa; su retrato oleográfico no conoce miserias, pasiones, intrigas. Se alza
como el supremo arquitecto de aquel templo que habrá de construir su hijo, pero
basándose en el proyecto minucioso y detallado que había hecho el padre. De
todas formas, el verdadero soberano sigue siendo el Señor, del que David es sólo
el lugarteniente (2Crón 9,8) e Israel el reino (lCrón 17,14). El trono de Da-vid
es en realidad "el trono de Yhwh, el trono de la realeza de Yhwh sobre Israel" (lCrón
29,23; 28,5). Así pues, la formulación de la teocracia es clara y sin
vacilaciones. La omisión del adulterio de David con Betsabé y del asesinato de
Urías entra en este proceso de tipificación. Por el contrario, sigue figurando
el acontecimiento del censo, ya que se abre a la adquisición del área destinada
a la edificación del templo. Despojada de todas las maniobras por la sucesión,
la narración de los últimos momentos de David y de la consagración de Salomón se
convierte, como escribe E. Cortese, en una "página solemne e inmaculada, en la
que ocupan un lugar de primer plano las recomendaciones relativas a la
construcción del templo. David le entrega a su sucesor incluso el modelo del
edificio (c. 28)".
Salomón, rey piadoso y justo, es digno de "construir una
casa para el nombre del Señor" (2Crón 6,8-9.18). El relato de esta empresa ocupa
2Crón 2-8, prácticamente casi todala relación dedicada al reinado de Salomón,
inaugurado con el rito solemne de Gabaón y que culmina con la apoteosis de la
teocracia en la exaltación hecha por la reina de Saba. Por otra parte, la
promesa hecha por Dios a David según lCrón 17 comprendía esta cláusula explícita
en favor de Salomón: "Lo mantendré siempre en mi casa y en mi reino, y su trono
será firme eternamente" (v. 14).
3. ESPLENDOR, HUNDIMIENTO Y RENACIMIENTO DE LA
TEOCRACIA. Ignorando las
vicisitudes del reino cismático septentrional de Samaria por razones obvias (la
teocracia davídica, la polémica antisamaritana de los repatriados, que se
encargan de recoger también Esd-Neh; el "cisma" samaritano del 332 a.C. según
Flavio Josefo), las Crónicas se detienen en las historias de la casa de Judá,
cuyos pecados están regulados por la ley rígida de la retribución (cf lCrón
22,13; 28,9; 2Crón 13,18; 14,6; 15,2.15; 16,7-9; 21,10; 24,22-26; 25,14-22;
28,6; 32,30), a fin de permitir que el hilo de la historia de la salvación se
desarrolle de forma intacta. En este sentido resultan especialmente
significativas tres figuras: Roboán, Ozías y Josías (remitimos a los pasajes
respectivos). Si ellos se conservan fieles, el éxito pueden tenerlo por seguro;
la ruina y la calamidad caen sobre ellos si abandonan la fidelidad a Yhwh. Una
colección de discursos proféticos sirve para introducir esta hermenéutica
funda-mental de la historia (2Crón 12,5-8; 15,1-7; 16,7-10; 19,1-3; 20,14-17.37;
21,12; 24,19-21; 25,7-9.15-16; 28,9-11; 33,10; 36,15-16).
Tres grandes reyes, Josafat, Ezequías y Josías, con sus
respectivas reformas, exaltan la teocracia he-brea; pero los tres últimos reyes,
Joaquín, Jeconías y Sedecías, no hacen más que acelerar la catástrofe por sus
pecados: "Fueron tercos y obstinados y no quisieron convertirse al Señor, Dios
de Israel. Igualmente, todos los jefes de los sacerdotes y del pueblo
multiplicaron las infidelidades, siguiendo las prácticas abominables de las
naciones y profanando el templo que el Señor se había consagrado en Jerusalén.
El Señor, Dios de sus padres, les envió continuos mensajeros, porque quería
salvar a su pueblo y a su templo. Pero ellos hacían escarnio de los enviados de
Dios, despreciaban sus palabras, se burlaban de sus profetas, hasta el punto que
la ira del Señor contra su pueblo se hizo irremediable" (2Crón 36,13-16).
Pero la destrucción de Jerusalén en el 586 a.C. por obra de
Nabucodonosor no es la última palabra de Dios sobre su pueblo. En efecto, el
libro de las Crónicas termina hablando del edicto de Ciro del año 538 a.C., con
el que se abre igualmente el libro de Esdras (36,22-23). En el centro del mismo
resuena la palabra tan preciosa, que constituye el auténtico corazón de la
teología sacerdotal: el templo. Con la repatriación y con la reconstrucción del
templo renace la esperanza; la teocracia, considerada como parte decisiva del
proyecto di-vino, vuelve a brillar y se revela como indestructible y perenne.
III. LA PERSPECTIVA TEOLÓGICA. El perfil que hemos
dibujado hasta ahora de la historia según el libro de las Crónicas nos ha
manifestado ya abundantemente cuál es el ángulo de visión fundamental. Los
acontecimientos, los reyes, los profetas, están todos ellos orientados hacia el
templo y la teocracia. La organización religioso-cultural de Judá y de Jerusalén
constituye la piedra de toque por la que se miden las personas y los hechos.
Entonces, en posición de prestigio, se van presentan-do en la escena David,
Salomón, los sacerdotes y los levitas, con acentos muy
distintos de los de la obra deuteronomista. Las etapas decisivas de la historia
de la salvación son la genealogía levítica de lCrón 6,33ss con sus ciudades, la
construcción del templo y la institución del servicio litúrgico, las reformas
descritas primordialmente en clave de culto (Josafat, Ezequías, Josías), el
altar y el templo posteriores al destierro.
1. DIOS CON NOSOTROS. La teocracia tiene su
fundamento en la conciencia de la presencia constante de Dios junto a su pueblo
y en la ciudad santa. El, como se ha
dicho, es el verdadero rey de Israel, y su acción política, judicial y religiosa
puede percibirse a través de sus lugartenientes y mensajeros (los reyes, los
sacerdotes, los profetas). El lema "Dios-connosotros", con matices incluso
marciales, dominaba ya en la obra deuteronomista (Dt 1,42; 2,7; 31,6.8. 23; Jos
1,5.9.17; 3,7; 7,12; 22,31; Jue 1,29; 6,12-13.16; lSam 3,19; 16,18; 18,12.14.28;
20,13; 2Sam 5,10; 7,3.9; 14,17; 15,20; 1Re 8,57; 11,38; 2Re 18,7; etc.). Pero
ahora se convierte en un auténtico emblema teológico.
Dios está con David (lCrón 11,9; 17,2.8; 22,11.16; 28,20),
con Salomón (2Crón 1,1), con Josafat (2Crón 17,3) y con sus magistrados
(19,6-7); está incluso con el faraón Necao cuando tiene una misión de juicio que
cumplir (2Crón 35,21). Pero David está seguro de que "Dios está con nosotros" (lCrón
22,18), y por tanto en medio de todo Israel santo (cf 2Crón 8,18; 12,5; 13,10ss;
15,2.9; 20,17; 24,20.24; 25,7). Está con Israel de manera especial en el momento
trágico del asedio de Senaquerib: "Sed fuertes —dice el rey Ezequías—,
tened valor. No tengáis miedo ante el rey de Asiria y ante esa horda que le
acompaña, porque el que está
con nosotros es más poderoso que el que
está con él. Con él no hay más que brazos de carne; con nosotros
está el Señor, nuestro Dios, pronto a
socorrernos y combatir nuestros combates" (2Crón 32,7-8). Al
pensamiento acude espontáneamente la profecía de Isaías, que había llamado a
Ezequías "Emanuel, Dios-con-nosotros" (Is 7,14). Y en el edicto de Ciro, que
cierra la obra, resuena este mismo grito: "Que el Señor, su Dios, esté con
Israel" (2Crón 36,23). La acción con que Dios regula la historia es la de la I
retribución, que con su rígido ritmo binario de delito-castigo/ justicia-premio
rige todo el curso humano según el proyecto divino.
2. EL TRIUNFO DEL CULTO. Como
se ha visto, la preferencia, incluso
cuantitativa (25 de los 65 capítulos), se le reserva al templo, cuya presencia
se cierne sobre los reinados de David y de Salomón casi como si los agotase,
pero cuya realidad sirve además de trasfondo a las demás fases de la historia
bíblica (pensemos solamente en el reinado de Ezequías). Todo el libro está
impregnado del gozo del culto, de la música, del aroma de los sacrificios. H.
Cazelles ha escrito: "El gusto por el canto sagrado le da a toda la obra una
atmósfera musical que no se encuentra en ninguna otra parte de la Biblia". Y W.
Rudolph añadía: "La alabanza divina es el deber máximo del pueblo que se lo debe
todo a Dios". Efectivamente, el relato está totalmente dominado por la música de
los "instrumentos musicales del Señor" (2Crón 7,6).
Recogiendo una antigua y sólida tradición (1Sam 16,18.23;
18,10; 19,9; 2Sam 23,1; Am 6,5 y los 74 títulos "davídicos" de los Salmos), el
cronista ve en David al progenitor de esta genealogía musical que llegaba hasta
sus días; se le atribuyen no so-lamente la organización de la "schola cantorum"
del templo, sino incluso la invención de muchos instrumentos musicales (lCrón
23,5; Neh 12,36). La música y las aclamaciones litúrgicas van señalando los
momentos fundamentales de la historia, desde la consagración del templo hasta
las batallas santas, como la de Josafat (ICrón 20,21-22.28); desde la coronación
de los nuevos monarcas (2Crón 23,13.18) hasta las grandes reformas litúrgicas,
como la de Ezequías (2Crón 29,25-28) y las celebraciones pascuales (2Crón 30,21;
35, 15). La música sirve de fondo a un entramado muy rico de oraciones públicas
y privadas.
David invoca para Salomón inteligencia política y fidelidad
religiosa a la ley del Señor (1 Crón 22,12) y pide para el pueblo buena voluntad
(1 Crón 29,18). La oración es eficaz (2Crón 13,18; 14,10; 16,7-8; 20,1-2; 28,8;
32,1ss), puesto que Dios la escucha desde lo alto de su trascendencia
omnipotente (2Crón 30,27), pero también desde su santa sede en la tierra, el
templo (2Crón 6,20-21), concediendo a sus fieles —según la ley de la retribución
de las obras—una larga vida (2Crón 24,15; 33, 1-12), una numerosa descendencia
(2Crón 13,21; 24,3), un abundante botín de guerra (2Crón 20,25) y paz (lCrón
21,28). Redactadas muchas veces de forma rítmica, las oraciones (2Crón 13,18ss;
14,8ss; 32,20; etc.) no tienen, sin embargo, un efecto mágico, sino que suponen
la conversión del corazón y la confianza en Dios (2Crón 12,7.12; 13,18; 14,10;
16,7ss; 20,1-30; 25,8; 28,18; 32,26; 33,11-12). El clima espiritual general que
impregna la obra podría expresarse muy bien con las palabras de Nehemías en Neh
8,10: "¡No os pongáis tristes! ¡El gozo del Señor es vuestra fuerza!"
Merecen una alusión especial en este apartado del culto los
levitas. "Desempeñan una función decisiva junto al arca de la alianza (lCrón
15-16); en el templo —donde se regulan detalladamente sus funciones incluso
antes de que fuera erigido (1 Crón 23-26)—; en las reformas de Ezequías (2Crón
29-31) y de Josías (2Crón 34-35); pero, incluso fuera de estos pasajes, los
levitas intervienen casi continuamente" (R. de Vaux). Efectivamente, el cronista
se muestra interesado en dejar bien sentada su genealogía y en definir sus
nombres a través de listas numerosas y detalladas (lCrón 6,1-9.14-15; 2Crón
17,8; 29,12-13; 31,12-13; 34,12; 35,8-9); no deja de exaltar su celo (2Crón
35,10-15) y su competencia (2Crón 30,22); subraya oportunamente su misión
catequética (2Crón 17,7-9; 35,5; cf Neh 8,7-9). A este propósito es interesante
subrayar la primacía que en esta última función se les reserva a los levitas
respecto a los sacerdotes, a diferencia de lo que ocurría en otros textos
anteriores (cf Dt 17,9-10; 33,10; Ag 2,11-13; Zac 7,3; Mal 2,7). En este sentido
es muy significativa la declaración de 2Crón 29,34: "Los levitas habían sido más
diligentes que los sacerdotes en purificarse" [/Sacerdocio].
3. LA ESPERANZA DEL CRONISTA. La promesa de Natán a la
dinastía davídica es ciertamente también para el cronista uno de los puntos de
referencia capitales: "Lo mantendré siempre en mi casa y en mi reino, y su trono
será firme eternamente" (lCrón 17,14). Por eso mismo, el hilo de la esperanza
davídica vuelve a re-anudarse después de la tragedia del año 586 a.C., e incluso
después de la práctica extinción de la dinastía y de la institución monárquica
de Judá: "Señor Dios, no apartes tu mirada de tu ungido. Recuerda los favores
que hiciste a tu siervo David" (2Crón 6,42). Sería de esperar entonces, dentro
de la teología del libro de las Crónicas, el paso de una ideología monárquica a
una perspectiva explícita-mente mesiánica, donde el David perfecto mesiánico
sustituyese al descendiente dinástico de David inexistente. Después de todo,
esta idea había sido ya atisbada en Jer 23,5-6; 33,15-16; 30,9-21; en Ez
34,23-24; 37,24-25; en Zac 3 y 6 y en Ag 2,21-22. Sin embargo, en apariencia no
hay nada que hable en este sentido; más aún, parece como si, para el cronista,
la dinastía davídica tuviera solamente la misión de proyectar, de construir y de
proteger el templo. Una vez cumplido este cometido, no tiene ya especial
importancia el destino posterior de la dinastía (véase, por el contrario, el
anhelo del salmo 89).
En realidad, la esperanza existe también en estas páginas,
que son una nueva meditación de la historia bíblica; lo que ocurre es que, como
ha observado E. Osty, estamos ahora en presencia de un "l mesianismo discreto,
velado, silencioso, fuente de resignación, de constancia y, en último análisis,
de optimismo". La misma representación idealizada de Da-vid tiende a fijar en él
los rasgos, no ya del rey que vivió en el siglo x a.C., sino más bien los trazos
del David nuevo y perfecto. La santidad, la pureza, la integridad de la
comunidad que se mueve en la obra del cronista es en cierto sentido la
prefiguración de aquella comunidad esperada como el pueblo mesiánico. El
espíritu de la teología de 1-2Crón puede por tanto definirse con aquella
estupenda síntesis que hace Pablo en su discurso al rey Agripa II: se trata de
"la esperanza de la promesa hecha por Dios a nuestros padres, a la que as-piran
nuestras doce tribus, sirviendo a Dios asiduamente día y noche" (He 26,6-7).
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