Conceptos Básicos
La palabra duelo deriva
del latín dolus: dolor y es la respuesta afectiva a la
pérdida de alguien o de algo. El luto, en cambio, proviene del latín
lugere: llorar y es el duelo por la muerte de una persona
amada. El duelo sería el género y el luto la especie.
A. Pangrazzi enumera
diez tipos de pérdidas que puede sufrir el ser humano. Entre ellas,
la más temida es la muerte de una persona amada, ya que esta
pérdida, a diferencia de las otras, suscita sentimientos más
profundos y duraderos, porque la pérdida es irreversible1.
Por mucho tiempo se
entendió el duelo como el estado social o el conjunto de prácticas
rituales en torno a una pérdida, pero recientemente se entiende por
duelo el estado psicológico y afectivo que afecta a la persona que
ha sufrido una pérdida de alguien. Ha habido un desplazamiento de lo
social a lo psicológico, de lo externo a lo interno, de lo
ritualmente estereotipado al espontáneo e indescriptible drama
interior de la personai.
En efecto el duelo como luto es un fenómeno profundamente humano
que toca los más hondos sentimientos de la persona.
El duelo por la muerte
de un ser querido es algo más que un sentimiento, es la vivencia de
la pérdida de algo valioso que se sitúa en el corazón, en el
centro espiritual de nuestro ser. El intenso dolor por la pérdida de
una persona amada puede, empero, conducir a una nueva forma de vida,
a una manera de vivir más clarividenteii,
a una catarsis, a una purificación.
Finalmente, entendemos
lo espiritual como el ámbito en donde se cuestiona y se buscan
respuestas sobre el sentido de la vida, como la dimensión en la que
se viven los valores decisivos que influyen en nuestras opciones
fundamentales. Conviene distinguir entre la dimensión espiritual y
la religiosa. La primera es más amplia y se da incluso en personas
que no se adhieren a ninguna denominación religiosa. La dimensión
religiosa, en cambio, se refiere al ámbito más restringido de los
credos y las convicciones religiosas concretas.iii
El progreso que se dé en la asimilación del duelo en el ámbito
religioso-espiritual, suele repercutir positivamente en los demás
ámbitos, el físico, el psicológico, y el social.
¿Qué motiva el duelo?
El dolor del duelo es
producto del amor, de la preocupación. Si alguien pudiera vivir en
total aislamiento, en la absoluta indiferencia hacia los demás, en
la completa despreocupación, nunca experimentaría ni la tristeza,
ni el dolor, ni la congoja por la muerte de un ser querido, sería
inmune a las heridas que produce el amor.
Además de este motivo
básico exploraremos a continuación algunas actitudes que pueden
originar el duelo:
1) El duelo surge porque no
aceptamos lo ineludible de la muerte.
Quizá parte de la explicación de lo
penoso y agobiante del duelo en la modernidad se deba, como lo que
apunta Max Scheler, a que el hombre de nuestros días ya no vive de
cara a la muerte, y que se encuentra brutalmente ante ella como ante
un muro con el que inesperadamente se tropieza en la oscuridad. En
efecto, el tabú de la muerte puede ser la causa de que el duelo sea
más agobiante. La muerte reprimida aparece, cuando se presenta, con
brutal violencia. Al tabú de la muerte contribuye el vivir en el
torbellino de los negocios que conduce, según Séneca, a que ni
sepamos vivir ni sepamos morir (Ep. XXVI y LXXIV).
Por consiguiente, una de las primeras
tareas del duelo, como lo postula J. W. Wordeniv
es la de aceptar la realidad de la pérdida. Se considera un sutil
escapismo de esta realidad el procurar por varios mecanismos la
“búsqueda” del ser querido. Así, algunos, en este afán acuden
a sesiones espiritistas, pero al no encontrar en ellas plena
satisfacción terminan por dejarlas. Se ha observado que en ocasiones
estas practicas no contribuyeron a la paz interior.
Muy diferente es la actitud del
creyente que confiesa que su fe en la otra vida le proporciona paz,
sosiego y aceptación serena de la pérdida. Si la persona afirma que
lo consuela la idea de que al ser querido “se lo va a encontrar”
en la otra vida, esta actitud de fe no podría considerarse de
“escapismo”v.
En cambio, no vivir de cara hacia la
muerte conduce a la indiferencia o al miedo ante ella. Para los
estoicos, empero, la muerte no es despreciada. Séneca de modo
especial desarrolla la idea de que una actitud sana ante la muerte
conduce a valorar la vida. “Paratus exisse sum et ideo fruar vita”:
“estoy preparado para marcharme y por eso disfrutaré de la vida”.
(Ep. LXI). “Caram te, vita, beneficio mortis habeo”. “Te quiero
entrañablemente, oh vida, por el beneficio de la muerte” (Ad
Marciam, XX)vi.
La filosofía existencialista nos
habla de la creaturidad del ser humano, de su total contingencia. La
reflexión religiosa, a su vez, reitera que la vida es un préstamo,
que lo nuestro es el usufructo, cuya duración no está a nuestro
arbitrio. Protestar y reclamar no tiene para el filósofo estoico
mucho sentido, pues “es de pésimo deudor denostar al acreedor (Ad
Marciam, X).
Una justa estimación de lo que es la
vida nos conduciría al sereno desprendimiento de ella, y a no
apegarnos a lo que tenemos prestado. De ese modo no existiría ni el
tedio de la vida, ni el miedo a la muerte: “nec vita taedio erit
nec mors timoris” (Séneca, Ep. LXXVIII).
Existe incluso en algunas fábulas
una visión naïf de la muerte. Ella se representa como un personaje
bondadoso y venerable que lleno de amor apaga con un beso la antorcha
de la vida. Lessing nos ofrece un interesante comentario al respecto.
Pero el hecho es que estas
explicaciones filosóficas, artísticas y religiosas no hieren
nuestra sensibilidad, la cual percibe la muerte no sólo con
repulsión, sino como algo terrible, inexorable y cruel.
Ahora bien, es obvio que las
concepciones de la vida y de la muerte se reflejan en la manera de
vivir el duelo. En ocasiones, ya lo hemos observado, nos atribuimos
derechos que no son tales: “Todo es un bien prestado, todo es un
regalo, la vida entera es un regalo hasta la muerte”vii.
Sin embargo, la tristeza ante la
muerte se da porque la razón acepta que la muerte es ineludible,
pero el corazón no acepta que lo sea.
Séneca atisba estas razones cuando
en su Consolación a Marcia describe qué es el hombre: “vaso
frágil que quiebra una leve sacudida y un roce ligero... cuerpo
débil, desnudo, inerme, menesteroso... caedizo, enfermizo, que con
el llanto inaugura su vida”. Por consiguiente, la muerte nos es
propia, es algo inherente a nuestra existencia. La muerte no es un
simple dato, ni un accidente, sino la vivencia de nuestra dirección
mortal, como lo postulaba Max Scheler.
Más aún Heidegger nos dirá que la
muerte más que un dejar de ser, es un modo de ser que el hombre
adopta cuando comienza a ser. De este modo la muerte se presenta como
un aspecto “positivo” de la vida, y así la visión
existencialista, en este punto, coincidiría en el fondo con la
visión religiosa. Mas estas concepciones serias y profundas chocan
en la práctica, como lo hemos señalado con nuestra percepción de
lo negativo de la muerte, y de ahí el duelo, el dolor y la tristeza.
Lo ineludible de la muerte se canta
en un poema de Antonio Machado.
“Al borde de la vida un día
nos sentamos.
Ya nuestra vida es tiempo y nuestra
sola cuita
son las desesperantes posturas que
tomamos
para aguardar... mas Ella no
faltará a la cita.”
2) Se suele propiciar el duelo
cuando cultivamos un complejo de culpa.
Un aspecto del duelo se expresa en el
lamento por las carencias de lo que se “podría” haber realizado
por la persona amada.
Pablo Neruda escribe a este respecto:
“Ahora nos damos cuenta que cargamos con lo que no le dimos, y ya
es tarde: nos pesa y no podemos con su peso”viii.
Sin embargo, no debería exacerbarse
el sentimiento de culpa. Al repasar nuestras relaciones con una
persona difunta siempre puede surgir la posibilidad de otros
comportamientos. Pero el escarbar en el pasado el sentimiento de
culpa no conduce a nada. Hay que perdonarse y aceptar las propias
imperfecciones, y en lugar de ver al pasado, atender al presente y
mirar al porvenir.
En ocasiones, como ante el suicidio
de un ser querido, los sentimientos de culpa pueden ser más
profundos, pero al mismo tiempo puede surgir la actitud de no
conceder el perdón al suicida. La fe puede ayudar a dar y a pedir
perdón y a no permanecer anquilosados en la culpa y en el rencor. El
perdón nos abre al amor.
Cuando durante el duelo surgen
sentimientos de culpa, puede parecer frustrante e inútil pedir
perdón al difunto, pero debemos ser conscientes de que en el ámbito
espiritual se trascienden los límites del tiempo y del espacio.
3) Puede surgir el dolor del duelo
porque la muerte de un ser querido nos interpela.
Hay otro aspecto, doloroso y
purificador de la muerte del ser querido, que puede pasar
inadvertido, y que sin embargo es importante: las consecuencias
éticas de la muerte. La muerte del otro interpela nuestra vida,
nuestro quehacer, nuestras actitudes. Muy bien lo ha expuesto Tolstoi
en La muerte de Ivan Illich “había en esa expresión (de su
rostro) un reproche o una advertencia a los vivos.”
Una experiencia contemporánea de la
presencia de los muertos y la interpelación de la muerte de un ser
querido nos la transmite Christian Gaste, en un reciente artículo de
Études. A él se le quedó grabada, cuando
tenía 9 años, una frase de su abuelita: “Nuestros muertos no nos
dejan en realidad, sino cuando los olvidamos: La muerte golpea,
separa, pero no deja lugar para el olvido. Los seres queridos no nos
dejan totalmente; su presencia es todavía real, pero de otro
orden”ix.
Christian ha sido golpeado en
profundidad por varias experiencias de duelo, pero ninguna tan
dolorosa como la de un amigo que le arrebató el virus del sida. “Mi
reacción fue de rabia, -él escribe- de un coraje que aumentaba por
el silencio obligado: no podía compartir con los que me rodeaban
esta muerte, porque hubiera tenido que mencionar la enfermedad”.
Preguntas decisivas lo atormentaban ¿por qué amar?, ¿por qué
sufrir? ¿por qué él? En esta ocasión él escribe “la fe que no
me había jamás dejado, pero que yo había puesto bajo el celemín,
se ha fortificado, en un deseo más grande de espiritualidad, de
búsqueda del amor de Dios, que se transparenta a través de todo lo
que hacemos en nuestra vida.”
Él está convencido de que su amigo
le dejó esta aspiración de profundizar su fe. Él cree que no
hubiera avanzado en su duelo si no hubiera leído los acontecimientos
a la luz del amor de Dios. “Existen acontecimientos humanos que no
tienen lógica; pero el amor de Dios sobrepasa toda lógica”x.
4) Se da el duelo porque la
preocupación o cura es inherente a la vida y a la muerte.
La antigua fábula del latino-español
Higinio acerca de la formación del hombre por Cura, modelador del
barro, ha adquirido, gracias a la filosofía, una revaloración
inusitada. Cura en efecto, significa en latín no sólo cuidado, sino
también remedio, diligencia, solicitud, amor y angustia. La
preocupación y la angustia según la fábula dominarán al hombre
mientras viva, hasta su muerte. Sin embargo, la fábula se queda
corta: por el duelo, Cura seguirá reinando sobre la vida del hombre
incluso después de su muerte. La muerte provoca desolación,
desvelo, inquietud, abandono y angustia. Cuando el hombre ha llegado
a su descanso, surge en los seres queridos la desdicha y la angustia.
Cura está siempre presente, en la
infancia y primera adolescencia el cuidado está más en los padres.
Después llevamos nuestro ser y nuestro quehacer como una carga (als
Last). Esta solicitud frecuentemente se convierte, sobre todo ante la
muerte, en angustia, que como su nombre lo indica es estrechez de
ánimo. Cuando se termina la vida la angustia y la congoja sobrecoge
a los seres queridos.
Esta angustia adquiere en la
concepción de Kierkegaard una profunda connotación religiosa. Dice
el filósofo danés que “la angustia es en unión con la fe algo
profundamente educativo porque consume todas las cosas finitas”, y
con la ayuda de la fe “educa al hombre a descansar en la
Providencia”xi.
1
Cfr. Pangrazzi Arnoldo, La pérdida de un ser querido. Un viaje
dentro de la vida. Ed. San Pablo, Madrid, 1993, 3ª ed. p. 9.
i
Mayor ambigüedad existió en el siglo XIX cuando el duelo
significaba los “lances de honor” en el que dos personas se
batían a muerte.
ii
Cfr. Lukas, Elisabeth, En la tristeza pervive el amor.
Paidós, Barcelona, Buenos Aires, México, 2002, p.11-13
iii
Cfr. Brusco, Angelo, Humanización de la asistencia al enfermo,
Sal Terrae, Santander, 1999, p. 73.
iv
Cfr. Worden, J. W. El tratamiento del duelo: asesoramiento
psicológico y terapia,
Paidós, Barcelona 2000 2ª. Ed. p. 27-58
v
Cfr. Sánchez Sánchez, Ezequiel- Julio, La relación de ayuda en
el duelo, Sal Terrae, Santander, 2001, p.36-38
vi
Citado por Lojendio, Ignacio María de, La muerte, G. E. H.
A. Sevilla , 1950, p. 59.
vii
Lukas, o. c., p. 16.
viii
Cfr. Alarcón Martínez, Francisco José, Consecuencias éticas
de la muerte, en Proyección, XLVIII, no. 203. octubre-diciembre
2001, p. 307-328.
x
O.p.c., p. 482-483.
xi
Citado por Lojendio, Ignacio María, La muerte, o. c., p. 58.
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