El contacto personal con los dioses
La fiesta y los misterios
Los signos constituyeron una de las principales formas de contacto
con el mundo de los dioses. Éstos podían enviar signos en función de la
devoción y el favor que, en la tierra, les dispensaban los mortales.
Los signos debían ser interpretados por una persona dotada de un don especial que estuviese "inspirada". Este individuo se llamaba mántis y la mántica era el arte de la adivinación. La divinidad se podía manifestar de muchas maneras: podían leerse los signos en el sacrificio, en el modo de arder el fuego, en la claridad de las llamas, en el vuelo de las aves o en el examen de las entrañas de un animal.
Existían unos recintos sagrados consagrados a un dios en los que se buscaba consejo divino. A partir del siglo VIII antes de nuestra era algunos lugares en los que el dios oficiaba adquirieron una relevancia especial. Los griegos llamaron a estos sitios chrestérion o mantéion y los romanos, oráculos. En ellos, el dios se expresaba por boca de su profeta, persona que actuaba como médium y que generalmente estaba sumido en un estado de entusiasmós. El éxito en la interpretación de los signos significaba la fama del dios y de su santuario. Así sucedió con el oráculo de Delfos, al que acudían personas de toda Grecia y cuya fama perduró hasta la época romana.
Podían acceder a estos oráculos tanto las personas a título individual como los representantes de una colectividad, y el tipo de preguntas variaba en el contenido y en la formulación. Se acudía a los oráculos para consultar cuestiones de orden práctico cotidiano o prescripciones de tipo religioso relativas a la fundación de cultos divinos o heroicos, a la reglamentación de los sacrificios y, en época temprana, incluso para la fundación de una colonia. En un principio no existía una fórmula específica, aunque el tipo de respuesta solía ser invariable: raras veces el oráculo vaticinaba el futuro y cuando lo hacía, la respuesta solía ser ambigua y enigmática, por lo que debía ser interpretada. Por lo general, las personas que iban a consultarlo ya conocían varias opciones, y el oráculo servía para reafirmar una decisión en cierto modo tomada de antemano.
Casi siempre se buscaba la sanción divina, la adecuación de una decisión -que se consideraba correcta- al orden establecido por las fuerzas sobrenaturales (y la consecuente confianza puesta en la decisión divina). Los oráculos panhelénicos más célebres fueron los ubicados en Dodona y en Delfos, al que ya se ha hecho mención.
El primero estaba dedicado a Zeus y el segundo, a Apolo. El oráculo de Dodona tenía la peculiaridad de que la respuesta divina provenía del movimiento de las hojas de una encina. En Delfos, era una mujer que vivía dedicada exclusivamente al dios en el santuario, la pitia. Antes de dar una respuesta, la pitonisa caía en un estado de "éxtasis", y su mensaje, salvo raras excepciones, debía ser interpretado.
Otro modo de invocar la presencia de la divinidad era a través de
las fiestas (heortai), que constituían un aspecto muy importante de la
vida religiosa de los griegos. El calendario estaba estructurado en meses
lunares, que llevaban el nombre de dioses o de las diferentes fiestas, aunque
el número de éstas excedía la docena. Las fiestas estaban destinadas a
complacer a la divinidad y eran una ceremonia colectiva alrededor de un acto
cultual central, que era el sacrificio. Había fiestas locales, pero también
panhelénicas. En estas fiestas, además de la danza y las procesiones, se
entonaban unos cantos específicos de cada dios, en los que éste se hacía
presente. Así sucedía en el canto a Apolo, el peán, o en el ditirambo
en honor a Dioniso.
Estos diferentes modos de relación con la divinidad forman parte del rasgo politeísta de la religión griega. En la Grecia antigua no existía un término para expresar el concepto de piedad tal y como la entendemos hoy, y dependía de la actitud religiosa del individuo respecto a los rituales y cultos comunitarios. En general, los actos religiosos solían ser públicos, pero también había cultos secretos, llamados cultos mistéricos que no constituían una religión distinta de la pública, sino una oportunidad de entrar en contacto con los dioses a título individual. El desarrollo de estos ritos, que normalmente eran de iniciación (en latín el equivalente de mysteria es initiatio), se mantenía en secreto, razón por la cual se sabe muy poco de ellos. Todos los misterios iban acompañados de mitos, de leyendas. Existían varios cultos mistéricos, como el culto órfico o el báquico, pero quizás el más importante era el culto mistérico de Eleusis, localidad del Ática. Su actividad se extiende hasta el 400 d.C. Era un lugar de epifanía divina, en el que, según los mitos, se creía que la diosa Deméter había dispensado el grano a los griegos o donde se había encontrado con su hija Perséfone. De estos cultos nacieron posteriormente las sociedades secretas, que en cierta medida se mantenían como tales mediante un ritual.
La fiesta y los misterios
El contacto personal con los dioses
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Los signos debían ser interpretados por una persona dotada de un don especial que estuviese "inspirada". Este individuo se llamaba mántis y la mántica era el arte de la adivinación. La divinidad se podía manifestar de muchas maneras: podían leerse los signos en el sacrificio, en el modo de arder el fuego, en la claridad de las llamas, en el vuelo de las aves o en el examen de las entrañas de un animal.
Existían unos recintos sagrados consagrados a un dios en los que se buscaba consejo divino. A partir del siglo VIII antes de nuestra era algunos lugares en los que el dios oficiaba adquirieron una relevancia especial. Los griegos llamaron a estos sitios chrestérion o mantéion y los romanos, oráculos. En ellos, el dios se expresaba por boca de su profeta, persona que actuaba como médium y que generalmente estaba sumido en un estado de entusiasmós. El éxito en la interpretación de los signos significaba la fama del dios y de su santuario. Así sucedió con el oráculo de Delfos, al que acudían personas de toda Grecia y cuya fama perduró hasta la época romana.
Podían acceder a estos oráculos tanto las personas a título individual como los representantes de una colectividad, y el tipo de preguntas variaba en el contenido y en la formulación. Se acudía a los oráculos para consultar cuestiones de orden práctico cotidiano o prescripciones de tipo religioso relativas a la fundación de cultos divinos o heroicos, a la reglamentación de los sacrificios y, en época temprana, incluso para la fundación de una colonia. En un principio no existía una fórmula específica, aunque el tipo de respuesta solía ser invariable: raras veces el oráculo vaticinaba el futuro y cuando lo hacía, la respuesta solía ser ambigua y enigmática, por lo que debía ser interpretada. Por lo general, las personas que iban a consultarlo ya conocían varias opciones, y el oráculo servía para reafirmar una decisión en cierto modo tomada de antemano.
Casi siempre se buscaba la sanción divina, la adecuación de una decisión -que se consideraba correcta- al orden establecido por las fuerzas sobrenaturales (y la consecuente confianza puesta en la decisión divina). Los oráculos panhelénicos más célebres fueron los ubicados en Dodona y en Delfos, al que ya se ha hecho mención.
El primero estaba dedicado a Zeus y el segundo, a Apolo. El oráculo de Dodona tenía la peculiaridad de que la respuesta divina provenía del movimiento de las hojas de una encina. En Delfos, era una mujer que vivía dedicada exclusivamente al dios en el santuario, la pitia. Antes de dar una respuesta, la pitonisa caía en un estado de "éxtasis", y su mensaje, salvo raras excepciones, debía ser interpretado.
La fiesta y los misterios
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Estos diferentes modos de relación con la divinidad forman parte del rasgo politeísta de la religión griega. En la Grecia antigua no existía un término para expresar el concepto de piedad tal y como la entendemos hoy, y dependía de la actitud religiosa del individuo respecto a los rituales y cultos comunitarios. En general, los actos religiosos solían ser públicos, pero también había cultos secretos, llamados cultos mistéricos que no constituían una religión distinta de la pública, sino una oportunidad de entrar en contacto con los dioses a título individual. El desarrollo de estos ritos, que normalmente eran de iniciación (en latín el equivalente de mysteria es initiatio), se mantenía en secreto, razón por la cual se sabe muy poco de ellos. Todos los misterios iban acompañados de mitos, de leyendas. Existían varios cultos mistéricos, como el culto órfico o el báquico, pero quizás el más importante era el culto mistérico de Eleusis, localidad del Ática. Su actividad se extiende hasta el 400 d.C. Era un lugar de epifanía divina, en el que, según los mitos, se creía que la diosa Deméter había dispensado el grano a los griegos o donde se había encontrado con su hija Perséfone. De estos cultos nacieron posteriormente las sociedades secretas, que en cierta medida se mantenían como tales mediante un ritual.
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