Una mente ordenadora del caos
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Mitos, leyendas, tradiciones, novelas, dioses, héroes, combates sangrientos, diluvios, terremotos; víctimas y sacrificios, monstruos y gigantes, abismos subterráneos, cultos en cavernas, oráculos indescifrables; fragmentos de poemas, estatuas mutiladas, templos de los que sólo queda una parte de los cimientos... A seis mil, cuatro mil años de distancia, con documentos mal transmitidos y la mayoría de los edificios arruinados, ¿qué nos queda de la Antigüedad?
Quedamos nosotros, por supuesto, pero cargados con un bagaje cultural consciente o inconsciente que nos impone, año tras año, acciones tan dispares como encender hogueras en el solsticio de verano o encerrarnos en familia e intercambiarnos regalos en el de invierno. O celebrar locos carnavales justo antes del inicio de la primavera, tomar dulces con licor después de un funeral familiar o llevar flores a las tumbas.
Al profundizar en el porqué de estos y otros rituales, podemos llegar por una intrincada escalera-laberinto hasta la percepción de antiguas sabidurías que, ante todo, se preguntaban de dónde y por qué había surgido el mundo habitable, y hacia dónde se dirigía la vida humana, que aparentemente terminaba siempre en la muerte individual.
Paradójicamente, todo parecía un caos ordenado. Si las tempestades asolaban la región, al año siguiente las cosechas eran más abundantes; si en el cielo nocturno las estrellas se mostraban en total desorden, la cadencia de los días y las estaciones era exacta año tras año; si el fuego lo destruía todo en un momento, bien administrado era fuente de calor y de vida... Orden en el desorden. Ése debía de ser el secreto del principio de todo. Ordenación del caos: eso debía ser, necesariamente, la creación del mundo.
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