Reflejo de la variedad geográfica y cultural de Navarra son las
diferentes actitudes y prácticas ante la muerte. Si bien las honras
fúnebres se han ajustado a las normas de la Iglesia Católica, ciertas
prácticas, arraigadas de modo especial en la Montaña, son evidencia de
una peculiar forma de ser. Se prevé la muerte como algo natural, antes
de que vaya a suceder. Así, las capitulaciones matrimoniales, en
familias que transmiten el patrimonio indiviso (Montaña y Zona Media),
señalan cómo deben celebrarse las honras fúnebres de los donantes "en el
tiempo y forma acostumbrados en el país" con cargo a los bienes
donados.
En la zona de Aoiz, hasta mediados del siglo XX, el propio difunto, poco antes de morir, indicaba qué personas del pueblo debían llevarle las velas en el traslado de la casa a la iglesia. En Vera de Bidasoa se recogen ciertos presagios de muerte: el aullido del perro o el oír cantar al gallo antes de tiempo; pero también recoge el remedio: echar al fuego uno o tres puñados de sal para evitar la desgracia. En San Martín de Unx han oído decir que si entra un moscardón negro en una habitación, es presagio de muerte. En el momento en que moría una persona, en el Baztán, el primer vecino o un familiar se ocupaba de avisar al sacerdote (aviso de muerte*) y desde la iglesia, por medio del tañido de campanas quedaba informado el vecindario. La intervención de las mujeres se hace más patente en este momento. En Vera de Bidasoa se abría la ventana de la habitación y se tapaban los cuadros, espejos y retratos del cuarto. En Valcarlos sobrecamas y encajes blancos cubrían las paredes de la habitación y hojas de laurel del Domingo de Ramos servían de hisopo para esparcir agua bendita del Sábado Santo, que no faltaban en ninguna casa.
Lavar, perfumar y amortajar el cadáver ha sido responsabilidad de determinados vecinos en Baztán, de familiares que no viven en la casa del difunto en Urzainqui o de familiares y "alguna vecina dispuesta" en la Zona Media y Ribera.
El hábito de una Cofradía o su escapulario, si el difunto pertenecía a alguna, debieron ser las prendas más utilizadas para amortajar, a juzgar por los restos encontrados en las fuesas* de la parroquia de San Martín de Unx durante las obras de restauración. La información oral recoge el uso del "traje de boda" o vestidos sin escotes como prendas más frecuentes, acompañados de "la bula de difuntos" que se sacaba en el acto, un crucifijo o algún rosario entre las manos. En las viejas sepulturas de la parroquia de San Martín de Unx aparecieron numerosas cruces de Caravaca, medallas religiosas y objetos diversos que iban desde una cartilla escolar a un alfiletero de madera, dedal o colgantes de cuerno y madera.
Mientras el cadáver permanezca en la casa, será velado por parientes, vecinos y amigos. En el Fuero de Navarra constan varias disposiciones: "Si muere ombre pobre quoal que hora que moriese sotiérrenlo; et si alguno richo o emparentado muere de dia, véyllelo de nuytes...". Los vecinos estaban también obligados a hacer la fuesa y cuidar la casa y el ganado durante la ganbeila o velatorio. También debió de ser antigua la costumbre de cubrir con gasa negra el escudo de las casas hidalgas a que alude en 1877 Lande, referida a Baztán. En Urzainqui, al morir los dueños de la Casa, ponían de luto el ganado con cintas negras, les quitaban las esquilas y lo llevaban "sin rumbo", sin elegancia. Toda la familia vestía de luto (indumentaria*). En tanto el carpintero hacía el ataúd, el cadáver se tenía en el suelo. En Artajona se derramaba alrededor una línea de cal en polvo, en forma de óvalo. Algunos interpretan que se hacía para evitar la hinchazón del difunto, pero la práctica más frecuente en Navarra para este fin ha sido colocar sobre el vientre del difunto amortajado un plato de sal.
El ataúd, forrado de tela blanca si se trataba de un niño o soltero y negra en los demás casos, lo hacía el carpintero del pueblo; con trencilla de estambre adornaba los más modestos y con galones dorados los de los pudientes, que se quitaban antes de darles tierra. En Améscoa arrancaban y guardaban estas trencillas para curar el reuma y los calambres.
La formación del cortejo fúnebre ha variado de unos pueblos a otros, pero no ha sido arbitraria hasta hoy. En Urzainqui iban en primer lugar los parientes por línea paterna. En Améscoa, cinco individuos del vecindario están obligados a asistir al entierro, uno con la cruz y cuatro con el ataúd, "a renque". La cruz de madera va pasando de casa en casa cada vez que ocurre una defunción. La casa que tiene la cruz cuando se produce una muerte es la encargada de avisar a los cuatro vecinos siguientes que les toca portar el cadáver. Tras el funeral la cruz pasará a la siguiente casa de "la renque".
En Vera de Bidasoa encabezaban el cortejo los cantores y sacerdotes seguidos de los portadores del ataúd -cuatro vecinos varones hacia la parte que mira la iglesia-, a continuación iban los hombres con la presidencia de duelo al frente y después las mujeres con su presidencia y las ofrendas (ofrendas mortuorias*). Al llegar a la plaza, si el entierro era por la mañana, se separaba la comitiva del féretro. Este era llevado al cementerio por un cura y los portadores, precedidos de un hombre (el vecino que vive en la casa a la derecha de la del muerto), que tomaba una cruz distinta de la parroquial. Detrás iba una mujer con una rama de laurel que la depositaba sobre el ataúd al llegar al cementerio. En tanto, en la iglesia se celebraban los funerales.
Una práctica de origen remoto era la quema del colchón del muerto que llevaban a cabo dos vecinos o vecinas y tenía lugar en un cruce de caminos, nada más sacar el féretro de casa en Vera, o al sonar la campana de la consagración de la misa fúnebre en Yanci y Aranaz o al anochecer del día del entierro. En Valcarlos, personas ancianas creen que el alma del difunto sigue a sus familiares al volver del cementerio, tras el sepelio, y que el fuego las ahuyenta. Se relaciona con esta creencia la elección de un cruce de caminos al quemar el colchón para despistar el espíritu del muerto. Además, en Vera se echaba al fuego una moneda de 5 cm que quien la encontraba tenía que enterrarla.
Tras las honras fúnebres los invitados a la misa estaban invitados a la mesa (comida fúnebre*). En muchos pueblos se volvía a rezar responsos a la vuelta del cementerio, en la casa del difunto. En Irurozqui, en el zaguán de la casa, sendos sacerdotes rezaban primero un responso con los hombres y después otro con las mujeres, ante dos cirios encendidos. No terminaba todo con el funeral y entierro. Las mujeres de la casa asistían a misa durante un año al menos un día al mes, con la cera en la argizaiola o en sus canastillos, y durante la misa encendían las velas del hachero* y colocaban sobre el añal* o bancal* las ofrendas*. Además, la vida diaria estaba cuajada de recuerdos hacia los familiares difuntos. La recién casada tenía que hacer la ofrenda "post-nupcial" en favor de los difuntos del marido; en Améscoa, al meter el pan al horno, se hacía la señal de la cruz y se rezaba un padrenuestro por los difuntos; tras la comida también ha sido frecuente rezarles. En Romanzado, el Día de Almas toda la familia iba por las habitaciones de la casa donde habían muerto familiares y se rezaba un padrenuestro por su eterno descanso. La celebración de fiestas especiales, como Todos los Santos* o el Día de Difuntos* contribuyen aún hoy a mantener el recuerdo de los antepasados en la vida común.
En la zona de Aoiz, hasta mediados del siglo XX, el propio difunto, poco antes de morir, indicaba qué personas del pueblo debían llevarle las velas en el traslado de la casa a la iglesia. En Vera de Bidasoa se recogen ciertos presagios de muerte: el aullido del perro o el oír cantar al gallo antes de tiempo; pero también recoge el remedio: echar al fuego uno o tres puñados de sal para evitar la desgracia. En San Martín de Unx han oído decir que si entra un moscardón negro en una habitación, es presagio de muerte. En el momento en que moría una persona, en el Baztán, el primer vecino o un familiar se ocupaba de avisar al sacerdote (aviso de muerte*) y desde la iglesia, por medio del tañido de campanas quedaba informado el vecindario. La intervención de las mujeres se hace más patente en este momento. En Vera de Bidasoa se abría la ventana de la habitación y se tapaban los cuadros, espejos y retratos del cuarto. En Valcarlos sobrecamas y encajes blancos cubrían las paredes de la habitación y hojas de laurel del Domingo de Ramos servían de hisopo para esparcir agua bendita del Sábado Santo, que no faltaban en ninguna casa.
Lavar, perfumar y amortajar el cadáver ha sido responsabilidad de determinados vecinos en Baztán, de familiares que no viven en la casa del difunto en Urzainqui o de familiares y "alguna vecina dispuesta" en la Zona Media y Ribera.
El hábito de una Cofradía o su escapulario, si el difunto pertenecía a alguna, debieron ser las prendas más utilizadas para amortajar, a juzgar por los restos encontrados en las fuesas* de la parroquia de San Martín de Unx durante las obras de restauración. La información oral recoge el uso del "traje de boda" o vestidos sin escotes como prendas más frecuentes, acompañados de "la bula de difuntos" que se sacaba en el acto, un crucifijo o algún rosario entre las manos. En las viejas sepulturas de la parroquia de San Martín de Unx aparecieron numerosas cruces de Caravaca, medallas religiosas y objetos diversos que iban desde una cartilla escolar a un alfiletero de madera, dedal o colgantes de cuerno y madera.
Mientras el cadáver permanezca en la casa, será velado por parientes, vecinos y amigos. En el Fuero de Navarra constan varias disposiciones: "Si muere ombre pobre quoal que hora que moriese sotiérrenlo; et si alguno richo o emparentado muere de dia, véyllelo de nuytes...". Los vecinos estaban también obligados a hacer la fuesa y cuidar la casa y el ganado durante la ganbeila o velatorio. También debió de ser antigua la costumbre de cubrir con gasa negra el escudo de las casas hidalgas a que alude en 1877 Lande, referida a Baztán. En Urzainqui, al morir los dueños de la Casa, ponían de luto el ganado con cintas negras, les quitaban las esquilas y lo llevaban "sin rumbo", sin elegancia. Toda la familia vestía de luto (indumentaria*). En tanto el carpintero hacía el ataúd, el cadáver se tenía en el suelo. En Artajona se derramaba alrededor una línea de cal en polvo, en forma de óvalo. Algunos interpretan que se hacía para evitar la hinchazón del difunto, pero la práctica más frecuente en Navarra para este fin ha sido colocar sobre el vientre del difunto amortajado un plato de sal.
El ataúd, forrado de tela blanca si se trataba de un niño o soltero y negra en los demás casos, lo hacía el carpintero del pueblo; con trencilla de estambre adornaba los más modestos y con galones dorados los de los pudientes, que se quitaban antes de darles tierra. En Améscoa arrancaban y guardaban estas trencillas para curar el reuma y los calambres.
La formación del cortejo fúnebre ha variado de unos pueblos a otros, pero no ha sido arbitraria hasta hoy. En Urzainqui iban en primer lugar los parientes por línea paterna. En Améscoa, cinco individuos del vecindario están obligados a asistir al entierro, uno con la cruz y cuatro con el ataúd, "a renque". La cruz de madera va pasando de casa en casa cada vez que ocurre una defunción. La casa que tiene la cruz cuando se produce una muerte es la encargada de avisar a los cuatro vecinos siguientes que les toca portar el cadáver. Tras el funeral la cruz pasará a la siguiente casa de "la renque".
En Vera de Bidasoa encabezaban el cortejo los cantores y sacerdotes seguidos de los portadores del ataúd -cuatro vecinos varones hacia la parte que mira la iglesia-, a continuación iban los hombres con la presidencia de duelo al frente y después las mujeres con su presidencia y las ofrendas (ofrendas mortuorias*). Al llegar a la plaza, si el entierro era por la mañana, se separaba la comitiva del féretro. Este era llevado al cementerio por un cura y los portadores, precedidos de un hombre (el vecino que vive en la casa a la derecha de la del muerto), que tomaba una cruz distinta de la parroquial. Detrás iba una mujer con una rama de laurel que la depositaba sobre el ataúd al llegar al cementerio. En tanto, en la iglesia se celebraban los funerales.
Una práctica de origen remoto era la quema del colchón del muerto que llevaban a cabo dos vecinos o vecinas y tenía lugar en un cruce de caminos, nada más sacar el féretro de casa en Vera, o al sonar la campana de la consagración de la misa fúnebre en Yanci y Aranaz o al anochecer del día del entierro. En Valcarlos, personas ancianas creen que el alma del difunto sigue a sus familiares al volver del cementerio, tras el sepelio, y que el fuego las ahuyenta. Se relaciona con esta creencia la elección de un cruce de caminos al quemar el colchón para despistar el espíritu del muerto. Además, en Vera se echaba al fuego una moneda de 5 cm que quien la encontraba tenía que enterrarla.
Tras las honras fúnebres los invitados a la misa estaban invitados a la mesa (comida fúnebre*). En muchos pueblos se volvía a rezar responsos a la vuelta del cementerio, en la casa del difunto. En Irurozqui, en el zaguán de la casa, sendos sacerdotes rezaban primero un responso con los hombres y después otro con las mujeres, ante dos cirios encendidos. No terminaba todo con el funeral y entierro. Las mujeres de la casa asistían a misa durante un año al menos un día al mes, con la cera en la argizaiola o en sus canastillos, y durante la misa encendían las velas del hachero* y colocaban sobre el añal* o bancal* las ofrendas*. Además, la vida diaria estaba cuajada de recuerdos hacia los familiares difuntos. La recién casada tenía que hacer la ofrenda "post-nupcial" en favor de los difuntos del marido; en Améscoa, al meter el pan al horno, se hacía la señal de la cruz y se rezaba un padrenuestro por los difuntos; tras la comida también ha sido frecuente rezarles. En Romanzado, el Día de Almas toda la familia iba por las habitaciones de la casa donde habían muerto familiares y se rezaba un padrenuestro por su eterno descanso. La celebración de fiestas especiales, como Todos los Santos* o el Día de Difuntos* contribuyen aún hoy a mantener el recuerdo de los antepasados en la vida común.
Voces relacionadas
- INDUMENTARIA TRADICIONAL
- El habitante del valle de Ezcabarte (cont), , XIV, (1923), pp 109-110; T. Urzainqui, Aplicación de la encuesta etnográfica en la villa de Urzainqui.
- JUEGO INFANTIL
- J. Caro Baroja, La vida rural en Vera de Bidasoa (Navarra) (Madrid, 1944), p. 133 y ss.; J. Cruchaga, Un estudio etnográfico de Romanzado y Urraúl Bajo, , núm. 5 (1970), p. 204 y ss.; B. Estornés Lasa, El valle de Erronkari.
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