La fascinación juvenil por la muerte
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El hecho de desaparecer para desintegrarse por completo o bien aparecer en otra dimensión o estado no ha dejado de preocupar al ser humano, por laico que sea. La muerte -en abstracto o en concreto- está siempre presente en innumerables aspectos de la cultura popular de nuestros días, sobre todo en los jóvenes, que parecen sentir una fascinación malsana por la Parca.
Con la postergación de lo religioso en gran parte de las sociedades actuales podría parecer que conceptos como la muerte también quedan relegados. Cuando el siempre ingenioso Woody Allen parodia la partida de ajedrez que juega la Muerte con Max Von Sydow en El Séptimo sello (película metafísica de Ingmar Bergman) en uno de sus relatos en que presenta a la muerte jugando al bridge y perdiendo, nos da la impresión de que la Parca ha dejado de ser esa figura tenebrosa e implacable del folclore. Incluso resulta un personaje simpático, o cuando menos atractivo, para muchos.
En la llamada sociedad del bienestar, los jóvenes parecen sentirse fascinados por la muerte. Tal vez por carecer de excesivos problemas reales (hambre, guerra, miseria) pagan mucho dinero por practicar deportes de aventura, algunos de gran riesgo, como el rafting o el puenting, que les provocan la emoción de estar a dos pasos de la muerte. Esto se asemeja a lo que hacían algunos intelectuales románticos, que en el siglo XIX viajaban a escarpados parajes alpinos para asomarse a escalofriantes simas -bien sujetados con una cuerda o agarrados a una baranda de hierro-, donde su imaginación podía mirar a la Parca a los ojos.
En los últimos años han proliferado entre los jóvenes los llamados juegos de rol, traducción del original role game, ya que nacieron en Estados Unidos. Se trata de un híbrido entre el club iniciático, el juego y la representación teatral. En ellos, los temas recurrentes hacen referencia a tradiciones esotéricas y místicas, como el satanismo medieval (juegoAkelarre) o el literario Juego de Rol de la Tierra Media, inspirado en la mitología creada por J.R.R. Tolkien. También hayrole games inspirados en la mitología del vampiro.
Los juegos de rol y lo macabro
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En el transcurso de las partidas, cuando el personaje que interpreta a un jugador muere, dicho jugador debe abandonar el juego, lo cual puede provocar reacciones airadas. El papel de los denominados masters (directores de la partida, creadores de la historia representada y en última instancia, gurús del resto de jugadores) es de tal autoridad que el juego se asemeja a un rito de iniciación para formar parte de una sociedad secreta.
Se han documentado casos, aunque evidentemente son los menos, en que la pasión o el grado de identificación que provocan estos juegos en algunas mentes frágiles han llevado a algunos jugadores a confundir la realidad con la ficción y cometer asesinatos rituales.
Música y muerte
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Tradicionalmente, la muerte siempre ha sido un tema recurrente en lo musical. Recordemos las danzas de la muerte de origen medieval que aún se practican en diversos enclaves rurales de Europa. La música popular del siglo XX, el rock, ha recuperado esta temática, en algunos casos con una implicación casi ritual por parte del músico o el oyente.
En la década de 1980 proliferó el llamado pop-rock siniestro, cuyo mayor exponente es la exitosa banda The Cure. Su cantante, Robert Smith, tiene una apariencia escénica similar a una macabra marioneta que recuerda las que se venden en los mercados artesanales de Praga. Los seguidores de The Cure presentan un aspecto muy curioso y susceptible de estudio. Vestidos de luto -lo cual no les diferencia de otras tribus urbanas, ya que el negro es también el color de rockers, punkies o heavies-, se maquillan el rostro de una manera harto clarificadora: la piel blanqueada hasta conseguir una palidez mortuoria y los labios pintados de negro u otros colores oscuros, lo cual les da el aspecto de vampiros (al estilo del juego de rol que hemos mencionado, Mascarada), cuando no de muertos recién salidos de la tumba. Así pues, la muerte es considerada por estos jóvenes como un elemento positivo y un signo de identidad que los diferencia del resto, lo cual les hace pertenecer a un clan. Esto no es tan distinto de los subgrupos sociales que suelen formar los sacerdotes, hechiceros y chamanes en las religiones de muchas culturas. La leyenda dice que Kurt Kobain, cantante del grupo Nirvana, se suicidó en la década de 1990, antes de cumplir la treintena, para seguir los pasos de sus jóvenes ídolos caídos, Hendrix, Joplin y Morrison.
La muerte es un fenómeno recurrente en la mitología musical. Todavía hay quien afirma que Paul McCartney murió en la década de 1960 y fue sustituido por un doble que hoy en día es quien suplanta la personalidad del bajista y cantante británico.
En conclusión, la desaparición prematura de estos músicos es la que los entroniza en la mitología popular y hace que los jóvenes sueñen con seguir los pasos de sus ídolos antes que llevar una vida larga y gris. De ahí el famoso graffiti del movimiento punk Vive deprisa, muere joven y serás un bonito cadáver.
Seguimos adorando al Sol
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La importancia del Sol en gran parte de las culturas es indiscutible: el sánscrito Dyaus, el griego Zeus, el latín Jovis, el hindú Igni, el altoalemán Zio, el Ugnis lituano o el Ogny eslavo, el quechua Inti o el egipcio Ra son denominaciones de una misma "divinidad" que nos sigue dando vida.
Probablemente, los cultos al Sol son tan antiguos como el ser humano y caracterizan toda creencia relacionada con la naturaleza. El astro que calienta la biosfera y posibilita la vida es una de las primeras percepciones que el hombre tiene de la influencia del universo en su vida cotidiana. La imagen de poderío que representa el Sol, a menudo le ha convertido en centro de los mitos primigenios de muchas culturas.
Origen romano del calendario solar
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El calendario romano era fundamentalmente solar, como el judío lo es lunar, y ello ha marcado las costumbres festivas de los pueblos de Europa que recibieron la influencia de la civilización de la antigua Roma (de todos modos, A. Kuhn defendió el origen solar de toda la mitología europea), pero también las de los países que fueron colonizados posteriormente por los europeos, lo cual da a este legado dimensiones aún mayores. El cristianismo ha dado una apariencia litúrgica a muchos de los cultos paganos: así como el sustrato de la celebración de la Pascua es una festividad hebrea -regida por la Luna-, la Navidad coincide en fechas con la festividad romana del Sol Naciente, en la que se celebraba el solsticio de invierno, momento en que el Sol se sitúa a su altura mínima y período, además, en que calienta menos. Como en el caso de la fiesta "contraria", la del solsticio de verano (San Juan), se trata de acontecimientos de gran trascendencia ritual en cualquier cultura, especialmente en las de origen ganadero y agrícola.
El calor como fuente de vida es un lugar común en cualquier momento de la historia del ser humano, y no sólo el que produce el Sol, sino también el del fuego. La primitiva hoguera y la posterior chimenea siempre han sido vínculos de sociabilización y núcleo de actividad familiar y, en ocasiones, ritual. Los romanos relacionaban el fuego del hogar con los antepasados y la pervivencia de las familias. Las cenizas de la chimenea eran esparcidas por los cultivos para protegerlos de las fuerzas de la naturaleza, ya que se creía que estos restos de la combustión tenían propiedades mágicas. El fuego es un representante del Sol, tan necesario como la lluvia para el crecimiento de los cultivos y, por tanto, un símbolo de fecundidad, aspecto éste que, como sabemos, es muy importante en todas las religiones antiguas. También se puede interpretar el fuego como símbolo de purificación. En la noche de San Juan las grandes hogueras sirven tanto para quemar las malas hierbas como para alejar a los espíritus malignos que pueblan la noche más corta del año, fecha en que se celebra esta festividad.
La Navidad representa el momento en que el año empieza, ya que el Sol renace. También el ganado se reproducía en esta época y la vida, en general, iniciaba un nuevo ciclo. El cristianismo añadió el componente simbólico del nacimiento del Mesías. Pero el sentimiento de inicio está también inherente en la conciencia individual y colectiva: todos formulamos deseos para el nuevo año al comer las uvas y todos hacemos promesas (dejar de fumar, hacer un viaje, perder peso, ganar más dinero, encontrar un amor, etc.) justo en ese instante. El nacimiento del Sol siempre ha sido el momento escogido para todos estos deseos y esperanzas.
Si nos fijamos en muchas de las fiestas del calendario litúrgico, vemos que entre Navidad (inicio de las Saturnaliaromanas) y el dos de febrero, fiesta de la Purificación de la Virgen, que coincide con la fiesta de Imbolc celta y lasLupercalia romanas, hay cuarenta días. Las cuarenta jornadas de la Cuaresma llevaban a la Pascua. De ésta a la fecha del primero de mayo (aproximadamente, fiesta cristiana de la Ascensión, y día de la celebración celta de Beltaine e incluso del homenaje marxista a los trabajadores) también hay cuarenta días. Un período de tiempo similar lleva a San Juan (solsticio de verano, como hemos visto) y, de nuevo, cuarenta días más tarde, llega el día de la Asunción de la Virgen, fecha en que los celtas celebraban el culto a Lugnasad, dios de los oficios. Si se nos apura, este período también tiene una significación especial en la sociedad moderna, pues coincide con las casi sagradas vacaciones de verano. Cuarenta días más y llega la festividad de Todos los Santos (el antiguo Samhain céltico), la gran fiesta de los muertos e inicio del año agrícola. Las razones de esta repetición (40) están probablemente en un intento de combinar los calendadarios solar y lunar.
Pervivencia del culto al Sol
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Cualquier baile que se haga con los brazos hacia arriba suele tener un origen solar. La danza del sol de los sioux, arapahoes y cheyenes fue prohibida en 1904, pero la han seguido practicando camuflada en los festejos del 4 de julio.
Globalmente considerada, la sociedad actual está perdiendo (por lo menos en el mundo industrializado) a marchas forzadas el elemento rural, que en principio era el reducto donde las creencias paganas, y el culto solar es una de ellas, mantenían su vigencia. Sin embargo, también en la ciudad, tal vez más camufladas, perviven estas costumbres. El Sol sigue teniendo su importancia: observemos los cambios de humor que provoca un domingo lluvioso. Se supone que tras seis días trabajando, la fiesta dominical, hoy día más sagrada por lo que significa de descanso y asueto que de celebración religiosa, tiene que estar presidida por un sol refulgente. Si no es así, la decepción hace su aparición. Hemos hablado antes de la noche de San Juan. En ella cambian las costumbres externas pero no el espíritu, ya que la noche del 23 de junio, aun vivida en modernas discotecas y consumiendo sofisticadas drogas de diseño, sigue teniendo el mismo objetivo que antaño: facilitar el intercambio sexual entre los jóvenes, lo cual asegura de algún modo la fecundidad y la continuidad del grupo.
El Sol se ha convertido en un paraíso natural para los turistas procedentes de países desarrollados pero con un clima desagradable. El Sol de España, México o el Caribe se convierte para ellos en una meta casi mítica a la que acudir en el sacro período de vacaciones.
Como se ve, las celebraciones de los solsticios (Navidad, San Juan) y las de los equinoccios (primavera, otoño) se relacionan con fiestas familiares y comunitarias, lo cual hace ver su origen precristiano y también común a muchas culturas. Ello las ha hecho pervivir aun habiendo sido camufladas por las religiones posteriores y han llegado hasta nuestros días si no como culto, sí como tradición respetada. Las celabraciones adquieren hoy otras formas, pero parten de un culto común, en el que el Sol tenía una significación especial.
El turismo como rito
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La religión siempre se ha relacionado con el movimiento, tanto en cortos desplazamientos (romerías) como largos y penosos (peregrinaciones). En el mundo occidental laico cobra un nuevo valor mítico el rito anual de viajar en vacaciones. Pero a veces el turista busca algo más que diversión o tranquilidad.
Viajar era una actividad obligada y habitual hace decenas de miles de años, cuando el ser humano era nómada. En los siglos posteriores, la mayoría de culturas se han convertido en sedentarias (salvo algunas excepciones) y en ellas el viaje obedece a otras necesidades.
Casi todas las religiones incluyen en su doctrina el concepto del viaje. La mayor parte de mitos y leyendas incluyen en su argumento un largo viaje del protagonista o de un pueblo buscando su destino (por ejemplo, los cuarenta años en el desierto de los judíos en busca de Canaán). También es habitual en cualquier creencia el concepto de peregrinación. Existen lugares sagrados a los que los fieles acuden para dar gracias, mostrar devoción o pedir favores a su dios -o dioses, o simplemente santos- y están presentes en los diversos credos: enclaves como Santiago de Compostela o Roma para los católicos, La Meca para los mahometanos o Benarés (el lugar donde Buda predicó su primer sermón) para los budistas indios. Los budistas japoneses llegan a recorrer más de mil kilómetros para llegar al Shikoku. A menudo el recorrido, es decir, el viaje en sí, tiene tanta importancia como llegar al lugar, porque el ser humano frecuentemente ha sentido la experiencia de viajar como una prueba vital, como un proceso extraordinario que, por breve que sea, le cambiará.
La hégira laica del viajero contemporáneo
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En muchos lugares del planeta siguen realizándose peregrinaciones religiosas, pero en el mundo laico se dan otro tipo de viajes rituales, relacionados con el aparentemente prosaico fenómeno del turismo.
Aclaremos el porqué del título de este subapartado. Como sabemos, la palabra árabe hegira conmemora la huida deMahoma de La Meca a Medina en el año 622. Y como huida cabe calificar a menudo el tipo de turismo que practica un gran sector de la población. Muchas personas tratan de escapar de la mecanización y el estrés urbano viajando hacia realidades más próximas al sentimiento religioso o pararreligioso. A veces es un viaje interior, buscando lo que queda en el inconsciente colectivo -si seguimos la terminología de Jung- de ritualidad antigua: el culto a la tierra, a la sencillez de la vida relajada. Esto explica el auge de ciertas literaturas inspiradas en culturas y creencias orientales o procedentes de países no industrializados. Pero también se dan cada vez más casos de viajeros que buscan en las tierras y ritos ajenos una luz que les ilumine. De ahí que los occidentales viajen cada vez más a la India o a Extremo Oriente, buscando en ideas como la reencarnación o prácticas como la meditación una salvación para su atribulado espíritu.
En estos casos no podemos hablar de viaje religioso propiamente dicho, pero sí de viaje místico o ritual, pues en principio el viajero busca respuestas a problemas metafísicos, respuestas que en su sociedad es incapaz de rastrear. Entonces el viaje ya no es propiamente una huida, sino una búsqueda.
De todos modos, la mayor parte de la gente no tiene en la cabeza estos conceptos cuando se traslada de un lado a otro por vacaciones. Estos períodos son aprovechados -por este orden de preferencia- para descansar, hacer unas cuantas fotos (que justifiquen cierto interés cultural de cara a los amigos) y tratar de conocer la cultura del país visitado. Este último objetivo es el menos perseguido y, por supuesto, el menos conseguido por los viajeros, lo cual es bastante lógico si observamos que el período de tiempo pasado en el lugar rara vez supera los treinta días. Se dice que este interés por conocer las características de lo que se visita es la diferencia entre el turista y el viajero. Pero muchas veces el que afirma ir "de viajero" a un país acaba convirtiéndose, sin darse cuenta, en turista. El único rito claro que encontramos en el caso del turista es la sacralización que él mismo hace del viaje en sí, por lo que representa para él (descanso, desconexión, premio a largos meses de trabajo). Negar las vacaciones a un trabajador produciría hoy en día una indignación próxima a la del creyente al que niegan un dogma. Que el trabajo remunerado tiene derecho a unas vacaciones es, por tanto, un dogma de fe dentro de la doctrina laica del capitalismo y la economía de mercado.
Santos sepulcros de políticos, escritores y músicos
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Los sepulcros de personas santas han sido a menudo el punto geográfico al que se dirigían las peregrinaciones. El apóstol Santiago o santo Tomás Beckett (cuyos restos reposan en Canterbury) son ejemplos de esta costumbre en el cristianismo. En la laica sociedad occidental, como hemos visto en otros apartados de esta última parte del libro, muchos cultos a santos y dioses son sustituidos por personas que adquieren el rol que habían tenido los anteriormente mencionados.
Empecemos por los políticos. Quien haya visitado el bonito cementerio victoriano de Highgate, en el norte de Londres, habrá podido ver el enorme panteón presidido por la cabeza gigantesca de Karl Marx con esta inscripción: Los filósofos sólo han interpretado el mundo desde varios puntos de vista. De lo que se trata, sin embargo, es de cambiarlo. Proletarios del mundo, uníos. Socialistas y comunistas de todo el mundo peregrinan habitualmente a visitar esta tumba, que siempre está cubierta de rosas. En España fue tal el carácter religioso que se dio a la figura del dirigente anarquista Buenaventura Durruti, que en algunos ateneos libertarios su imagen está puesta en un altar.
Muchos escritores, en especial los que fueron perseguidos y murieron lejos de su tierra tienen en común estar enterrados en lugares que se han convertido en enclaves de peregrinación. Éste es el caso del poeta Antonio Machado en Colliure (sur de Francia) o del filósofo alemán Walter Benjamin en Portbou (norte de España), curiosamente sepultados en países distintos, aunque tan sólo a unos veinte kilómetros de distancia entre sí. Machado huía del franquismo y Benjamin del nazismo, lo cual les ha convertido en símbolos políticos.
Y por último, otra de las grandes mitologías del siglo XX, la música popular tiene en las tumbas de dos héroes juveniles (Elvis Presley en Graceland, EE.UU., y Jim Morrison en París) famosos santuarios a los que los jóvenes -y no tan jóvenes- acuden en un diáfano caso de peregrinación.
Como hemos podido ver, el fenómeno de la peregrinación aparentemente ha cambiado de motivaciones, pero pervive porque es connatural al inconsciente colectivo del ser humano.
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