Personificaciones de la naturaleza
En el Olimpo siempre había nubes, era una montaña inaccesible y quien no tuviese su morada en ella sólo podía encontrar el camino a condición de que fuera conducido por un dios olímpico.
La diferencia de altura es lo que separa a los dioses olímpicos de las demás divinidades, que por ello llamaremos menores, aun cuando algunas más bien "cayeron en desgracia" por el protagonismo de una u otra deidad olímpica. Los antiguos griegos necesitaban dioses más accesibles, que actuasen de forma inmediata en el ámbito en que vivían. Estas divinidades menores tenían un rasgo predominantemente local, su radio de acción estaba restringido a un lugar. Por ello, ante la imposibilidad de abarcar a todos, sólo mencionaremos algunos de los que recibían culto en Grecia. Las divinidades más cercanas, y que en parte estaban emparentadas con los dioses olímpicos y representaban su contrario, eran los dioses ctónicos (en griego antiguo, ctónos significa tierra), que eran potencias del suelo y del subsuelo que traían el peligro y el mal. Se trataba de fuerzas divinas que no debían nombrarse y que se tenían que alejar mediante el sacrificio (por ejemplo, las Erinias).
Otras diosas eran Temis, hija de los Titanes (dioses a los que habían suplantado los olímpicos), cuya compañía era requerida por Zeus; Ilitia, diosa del alumbramiento que ya se menciona en Creta; y Hécate, diosa de los caminos y las encrucijadas. Todas recibían culto en Grecia.
La antítesis de los dioses olímpicos era Hades, hermano de Zeus, dios del mundo subterráneo y del reino de los muertos y que, por lo tanto, infundía terror. Otro dios cuyo culto estaba bastante extendido en Grecia era Pan, dios cabra que representaba el poder no civilizado.
También recibían culto las divinidades del mar emparentadas con la familia olímpica, como las Nereidas que acompañaban a Tetis, madre de Aquiles. Además se personificaban y divinizaban las fuerzas naturales.
Personificaciones de la naturaleza
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Cuando, en la Ilíada, Zeus convoca a los dioses a una asamblea en el monte Olimpo no sólo acuden los olímpicos, sino también las ninfas y todos los ríos. La idea de los ríos como dioses y de los manantiales como ninfas divinas es muy frecuente no sólo en la poesía, sino también en la creencia popular y tuvo sus propios rituales. La veneración de estos dioses estuvo limitada sólo por el hecho de que se identificaban con una localidad específica.
Cada ciudad adoraba a su propio río o manantial. El río incluso podía tener un témenos (recinto sagrado) o un templo (como el de Mesenia, consagrado al río Pamisses). Las ofrendas al río podían constar de regalos votivos o de sacrificios animales, en los que éstos eran arrojados al río. En la iconografía, los ríos se representaban en forma de un toro con cabeza o rostro humano, o bien como figuras humanas.
Un fenómeno muy extendido y que sentó precedente para la religión romana fue la divinización de nociones abstractas como el Miedo (Phóbos), la Riqueza (Plutos) o la Paz (Eirene), que se representaban en forma humana. Estas "abstracciones divinizadas" tomarían más relevancia en el siglo V antes de nuestra era, época de esplendor de la pólisgriega, en la que se instauraría la divinización de virtudes morales referidas -o no- a la figura de algún personaje público destacado.
Los vientos también tenían su propio culto desde época temprana (en Cnosos ya aparece una sacerdotisa de los vientos). En su honor se ofrecían sacrificios y el efecto que se esperaba de los mismos era puramente mágico. El objetivo del sacrificio a veces era muy claro: se esperaba que se calmase el viento invocado para preservar la cosecha o, en el caso de la navegación, que les fuese favorable. También se rendía culto a los vientos desordenados y violentos que sembraban el desorden y a los que era necesario aplacar.
Aunque el culto al Sol, Helios, se celebraba en pocos lugares -en la isla de Rodas-, tenía un valor simbólico excepcional en la religión por su carácter único: Sol sólo hay uno, y más tarde algunos emperadores romanos se equipararían al dios Sol. Se le veneraba en forma antropomórfica y todavía se conserva una estatua de bronce, el famoso Coloso de Rodas.
Selene, en cambio, la diosa Luna, no tiene un culto concreto, al igual que Iris, el arco iris que en la mitología establece el puente entre el cielo y la tierra y que era la mensajera de los dioses.
Existen, por último, los grupos o sociedades de dioses. En la poesía estos grupos a veces acompañan a los dioses olímpicos como séquito: los sátiros y las ménades bailan alrededor de Dioniso, las ninfas alrededor de Artemisa, las musas alrededor de Apolo y las Oceánides, de Perséfone.
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