domingo, 22 de septiembre de 2013

Asno (imagen).

 

El asno siempre ha gozado de un marcado favor sobre todas las otras bestias de carga en Palestina. Esto se evidencia por dos observaciones muy sencillas. Mientras, por un lado, la mención de este animal ocurre más de ciento treinta veces en la Sagrada Escritura, por el otro lado, para designar el asno el vocabulario hebreo posee, de acuerdo a su color, sexo, edad, etc, un surtido de palabras en fuerte contraste con la penuria ordinaria del lenguaje sagrado. De estos diversos nombres el más común es hamôr, "rojizo", pues en general el pelo del asno oriental es de ese color. Los asnos blancos, más raros, eran también más apreciados y se reservaban para el uso de los nobles ( Jc. 5,10). Parece que la costumbre se introdujo muy temprano, y todavía prevalece, de pintar los burros mejor formados y valiosos en rayas de distintos colores. En el Oriente el asno es mucho más grande y más fino que en otros países, y en varios lugares las genealogías de las mejores razas son cuidadosamente preservadas. Los asnos han sido siempre un elemento importante en los recursos de los pueblos de Oriente, y en la Biblia se nos habla repetidamente sobre los rebaños de estos animales que poseían los patriarcas ( Gén. 12,16; 30,43, 36,24, etc .), y los israelitas ricos (1 Sam. 9,3; 1 Crón. 27,30, etc.); de ahí las varias regulaciones producidas por el legislador de Israel sobre este tema. “no codiciarás… ni su asno…”( Éx. 20,17); además, si encuentras el asno extraviado de tu vecino, no te desentenderás, y debes ayudar a su dueño a cuidar esta parte de su rebaño ( Deut. 22,3-4).
En Oriente el asno sirve para muchos propósitos. Su andar parejo y seguro, tan bien adaptado a los caminos ásperos de la Tierra Santa, lo hicieron en todo momento el más popular de todos los animales de montar en las regiones montañosas (Gén. 22,3, Lucas 19,30). Tampoco fue montado sólo por la gente común, sino también por personas del más alto rango (Jc. 5,10; 10,4; 2 Sam. 17,23; 19,26, etc.). No es de extrañar, pues, que Nuestro Señor a punto de entrar triunfalmente a Jerusalén, mandó a sus discípulos que le trajeran una asna y su pollino; no fue ninguna lección de humildad, como pretenden algunos, sino la afirmación del carácter pacífico de su reino.
Aunque la Escritura habla de "ensillar" el asno, por lo general, el jinete no usaba silla; un paño extendido sobre el lomo del asno y sujetado con una correa era todo el equipo. El jinete se sentaba sobre esta tela, y generalmente un criado caminaba a un lado. En caso de un viaje familiar, las mujeres y los niños montaban el asno, ayudados por el padre (Éx. 4,20). Este modo de viajar ha sido popularizado por pintores cristianos, que copiaban las costumbres orientales en sus representaciones de la huida de la Sagrada Familia a Egipto. Decenas de pasajes de la Biblia aluden a asnos que llevan cargas; los Evangelios, al menos en el texto griego, hablan de muelas giradas por asnos ( Mateo 18,6; Marcos 9,41; Lc. 17,2); Josefo y los monumentos egipcios nos enseñan que este animal se utilizó para trillar el trigo. Por último, leemos en repetidas ocasiones en el Antiguo Testamento de asnos atados a un arado (Deut. 22,10; Is. 30,24, etc.) y, en referencia a esta costumbre, la Ley prohibía arar con un buey y un asno juntos (Deut. 22,10).
Por Isaías 21,7, confirmado por las declaraciones de los escritores griegos, nos enteramos de que parte de la fuerza de caballería en el ejército persa cabalgó en burros; tal vez deberíamos entender de 2 Reyes 7,7 que los ejércitos sirios siguieron la misma práctica, pero tal costumbre parece no haber prevalecido alguna vez entre los hebreos. Para ellos el asno era esencialmente para usos pacíficos, el emblema de la paz, como el caballo era el símbolo de la guerra. La carne del asno era impura y prohibida por la Ley. Sin embargo, en algunas circunstancias particulares ninguna ley podía prevalecer sobre la necesidad, y leemos que durante el reinado de Joram, cuando Benadád sitió a Samaria, el hambre era tan extrema en esa ciudad, que la cabeza de un asno se vendía por ochenta piezas de plata (2 Rey. 6,25).

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