jueves, 19 de septiembre de 2013

Autonomía de la Razón.

El problema de la autonomía de la razón va estrechamente unido al del acto de fe. En el momento en que hay que justificar el acto de fe como un acto plenamente personal, realizado por tanto en libertad, se pregunta de qué manera puede llevarse a cabo si, en la base, es la acción de la gracia la que mueve a la fe. Por otra parte, puesto que la fe tiene como objeto una realidad sobrenatural, surge inevitable la pregunta de cómo puede la razón conocer autónomamente este contenido.
En este horizonte es donde se plantea el problema de cómo puede intervenir la razón y cómo puede ser autónoma al buscar, realizar y justificar la opción de fe sin estar obligada por la evidencia de la verdad de la revelación.
Este tema está presente desde los primeros siglos del cristianismo. Al comienzo de la Iglesia no constituyó un problema, por el hecho de que los creyentes veían en el kerigma el sentido último y definitivo de su vida, que se les ofrecía y que se traducía en la aceptación del bautismo como forma perceptible de su conversión. Sólo más tarde, tras la provocación del encuentro con el pensamiento filosófico, el problema se planteó en términos claros. Esencialmente llegaron a formarse dos tendencias: por una parte, se defendía la irreductibilidad de la fe a todo conocimiento filosófico (la escuela siria y la africana); por otra, se pensaba qúe la razón ayudaba a la fe a explicitar su propio contenido (Justino, Minucio Félix). Con Agustín se llegó a una primera síntesis, expresada en el credo ut intellegam e intellego ut credam. La razón no contradice a la fe, sino todo lo contrario: la fe se ve como un momento del conocimiento y se basa en la autoridad del que revela, para alcanzar posteriormente a la razón, que lleva a un conocimiento intelectual. En una palabra, se da una convergencia de la fe y de la razón hacia la única verdad que se alcanza por caminos distintos.
En la época medieval, Anselmo de Aosta dará la mejor solución por entonces con su fides quaerens intellectum. Es decir, la razón alcanzará la cima de su actividad y de su autonomía al comprender que el objeto en que cree es incomprensible.
La primera sistematización que se encuentra en el período moderno se debe al concilio Vaticano I en el documento Dei Filius (DS 3009-3010 y cánones), donde se afirma que la fe no es un "movimiento ciego del alma», sino que debe ir acompañada de la razón, El concilio se encontraba en una situación histórica en que había que rechazar la concepción de una autonomía completa de la razón, tal como se pensaba a partir de las teorías ilustradas y racionalistas, según las cuales sólo puede haber autonomía cuando se prescinde de cualquier forma de autoridad (cf. las tesis de Hermes, GUnther y -en el lado opuesto pero llegando a las mismas conclusiones- las de los tradicionalistas Lamennais y Bautain). El concilio insiste en que en la fe no se puede aceptar esta noción de autonomía de la razón, pues esto equivaldría- a privar a la revelación de su carácter trascendente. La razón, por su parte, puede llegar a conocer a Dios como creador; pero la verdad debe alcanzarse a través del conocimiento de fe que permite llegar a lo sobrenatural. Contra una autonomía de la razón que quiere prescindir de toda relación con la verdad de fe, el concilio inculca la obediencia a " la autoridad de Dios que se revela» (DS 3008). Por tanto, no existe una autonornía absoluta de la razón, porque los misterios divinos, por su naturaleza, superan siempre toda posible explicación que dé la razón. De todas formas, el acto de fe es libre, porque la razón llega a conocer los argumentos y los hechos de la revelación -en este caso, para el concilio, los milagros y las profecías- que garantizan a la razón que se trata de un acontecimiento sobrenatural y trascendente.
En la perspectiva del Vaticano I, por consiguiente, se afirma que los misterios superan a la razón, pero que ésta puede comprenderlos en parte porque no hay dos verdades, sino un "doble orden de conocimiento" (DS 3015); estos dos conocimientos no pueden entrar en conflicto entre sí, porque la verdad es única.
El concilio Vaticano II no tiene en cuenta este problema y asume por completo la enseñanza del Vaticano I (GS 59). La crisis en que se mueve actualmente la centralidad de la razón y la presencia cada vez más masiva de las tesis del posmodemismo obligan a revisar el problema a la luz de un concepto más amplio de conocimiento personal y de autonomía de la razón.
R. Fisichella
 
Bibl.: G. Rohrmoser Autonomía, en CFF, 150-166; J Alfaro, Fides, spes, caritas, Roma 1968; H. J Pottmever, Der Glaube vor dem Anspn.,ch der Wisse,.lschañ Friburgo Br, 1968.

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