lunes, 16 de septiembre de 2013

AUGUSTISSIMAM

Carta Encíclica de GREGORIO XVI
 
Sobre la restauración de la Basílica de San Pablo
 
Del 21 de diciembre de 1840
 
 
1. La Restauración de la Basílica de San Pablo.
 
No creo que exista hombre tan ignorante que desconozca y que no se conduela profundamente ante la noticia o espectáculo de la triste ruina que ofrece la augustísima basílica del apóstol Pablo, doctor de las gentes, destruida súbitamente por un voraz incendio, basílica construida por el emperador Constantino, engrandecida por Teodosio el Grande, enriquecida por el emperador Honorio y restaurada continuamente por el celo y solicitud de los Romanos Pontífices, nuestros predecesores, con cuantiosos gastos y embellecida con el más espléndido culto.

2. Esfuerzo de los Papas por la reconstrucción del Templo.

A la restauración de ese grandioso templo enderezó todos sus cuidados y desvelos nuestro piadosísimo Predecesor de feliz recordación León XII, quien encendido en ardiente deseo de reedificar aquel antiquísimo monumento, no retrocedió ante ningún gasto ni providencia necesaria, a fin de erigir nuevamente y embellecer con la mayor magnificencia posible el monumento más grande de la Religión católica, volviéndolo a su antigua forma. Por esta causa, con el intento de llevar a feliz término obra tan importante, determinó que se destinara cada año a ella una gran suma de dinero del erario pontificio, y esto a pesar de las penurias económicas penurias económicas por que pasaba el mismo. Pero como si se diese cuenta de que empresa tan ingente necesitaba de subsidios mucho más abundantes de los que le podía proporcionar el casi exhausto erario pontificio, confiado en la ayuda de Dios, no se desanimó; antes bien dio comienzo a la obra mientras escribía a todo el orbe cristiano una carta encíclica, por la que excitaba e inflamaba ardientemente los ánimos de todos los fieles, para que prestaran su concurso generoso a tan magna obra. La voz del Padre Santo no fue desoída y con el abundante dinero recogido en todo el mundo cristiano y enviado a esta ciudad, fue posible con la consiguiente alegría de todos, continuar próspera y felizmente, una obra empezada con tan prometedores augurios, y continuada por nuestro predecesor de feliz memoria, Pío VIII, durante el breve lapso de su Pontificado. Ahora bien, desde que fuimos elevados a esta Cátedra de pedro, no ciertamente por Nuestros méritos, sino por un designio oculto de la divina Providencia, en tiempos tan erizados de dificultades y perturbaciones y en medio de tan grandes y , gravísimos cuidados e inquietudes, que r nos ocupan y casi nos agobian, nada i podría ocurrir de mayor importancia, nada más agradable ni apetecible, que a trabajar con todas las fuerzas para que a la brevedad posible se construya y se termine el magnífico templo dedicado al Apóstol pablo, a quién honramos con profunda veneración.

A este fin hemos procurado con especial celo y empeño, todos los auxilios del arte y de la industria, sin dejar nada por explorar ni intentar, para hacer llegar a su deseada coronación tan magnífica obra. Pese a los ingentes gastos que ha tenido que soportar el erario pontificio en estos tiempos, tantos que por poco se arruma, y pese a que los subsidios que la piedad de los fieles espontánea y generosamente enviaba para la restauración de la basílica ostiense, poco a poco han ido disminuyendo, sin embargo la construcción de la obra no sólo no ha sido paralizada, sino que con renovado y confiado empeño ha sido acelerada de modo que con fundamento se puede esperar, que dentro de no muchos años podremos contemplar el insigne templo completamente terminado. Gracias a este esfuerzo, podremos, con inmensa alegría de nuestra alma, recorrer en las sagradas ceremonias el lado transversal del edificio tan artísticamente acabado y enriquecido, y consagrar con solemne rito junto con nuestros Venerables Hermanos los cardenales de la santa, romana Iglesia, el día 5 de octubre, el altar mayor, digno de toda veneración por contener el santísimo sepulcro de Pablo, librado y salvado milagrosamente del furor de las llamas, y ahora restaurado con exquisita diligencia.

3. Pero la terminación de la ingente empresa requiere
la contribución de los fieles

Mientras comunicamos al orbe católico tan fausta nueva, nos alegramos y gozamos profundamente en el Señor. Sin embargo, aunque Nos hemos dedicado a procurar con particular esmero y diligente celo la terminación de las demás partes de la Basílica, aún falta mucho, para que se pueda acabar pronto tan espléndido templo.

Como las circunstancias son tales, que sólo es posible obtener medios pecuniarios de los erarios pontificios, y en consecuencia una obra empezada con tanta celeridad, se vería en la necesidad de ser retardada sobremanera, es una obligación de nuestro cargo, que, siguiendo las pisadas de nuestros predecesores y emulando sus ejemplos, estimulemos la devoción y piedad de todos los fieles cristianos, para que se esfuercen en prestar toda su ayuda e industria a la obra de la conclusión de los trabajos de este nobilísimo y grandioso templo. Abrigamos la más firme esperanza de que todos, con ánimo decidido y generoso, con gran empeño y diligencia, querrán secundar esforzadamente nuestros deseos, tratándose principalmente de la glorificación del Apóstol Pablo, el Maestro de los gentiles, brillante lumbrera de la ley cristiana, profundo escrutador de los misterios de Dios, el cual, vestido aun de los mortales despojos, fue huésped bienaventurado del cielo, guió, ilustró, regó con su sangre y unificó a la Iglesia santa de Cristo por medio de sus sapientísimos y divinos escritos. y sus gloriosísimas hazañas. Nadie ignora, ni puede ignorar, cuántas amenazas, penas, infortunios, trabajos, tormentos, dolores, peligros, en mar y tierra, sobrellevó con ánimo invencible, arrostró y despreció, para confundir en todo el orbe con su predicación celestial a la sinagoga, para cubrir de turbación a la filosofía pagana, para destronar de su solio a la idolatría, y a todas las gentes, y a todos los pueblos y naciones, disipada la sombra de sus errores, y abjurada la superstición pagana, convertirlos a Cristo, imbuirlos en los preceptos de la ley divina. Enseñarles y enderezarles por el camino de la salvación y el sendero del cielo. ¿Quién no se sentirá vivamente impulsado a trabajar con todas sus fuerzas en el embellecimiento de su sepulcro, trofeo de victoria, pensando y recordando estas cosas? ¿Quién no experimentará un ardiente deseo de ver ennoblecido con su ayuda el templo de Pablo, a quien sabe y siente que debe honrar y venerar como a maestro y padre? ¿Quién no procurará con incansable solicitud, contribuir generosamente al embellecimiento, con todo ornato y culto, de esta basílica en que se veneran con suma devoción, las cenizas de aquel cuerpo, que al decir de San Crisóstomo, completaba lo que faltaba a Cristo, llevaba sus llagas, esparcía por doquier su predicación; las cenizas de ese cuerpo por medio del cual hablaba Cristo y resplandecía su luz con un resplandor superior a todo brillo, y su voz resonaba más terrible que el trueno para los demonios, por el cual conocimos a Pablo y al Señor de Pablo?

4. Más que un deber es un honor contribuir
a la glorificación del apóstol.

Ojalá, Venerables Hermanos, que esta exuberancia de ingenio, esa increíble y casi divina abundancia y riqueza con que se expresó y escribió sobre San Pablo, el sobre toda ponderación elocuentísimo Crisóstomo se transmitiera a Nosotros, y pudiéramos atraer vuestros ánimos y corazones a manifestar con toda clase de ayuda vuestra devoción al Apóstol. También vosotros, Venerables Hermanos, según la medida de vuestra eximia devoción y egregia piedad hacia San Pablo, con cuya doctrina os habéis alimentado, haced cuanto esté de vuestra parte  por impulsar más y más a los pueblos confiados a vuestra fe y desvelos, para que ellos, honrando al Apóstol Pablo con un obsequio digno de él, tenga a gran gloria enviar sus aportes para dar cima a la obra de su templo. Hacedles ver claramente, que harán algo muy agradable a los ojos de Dios si contribuyen con sus medios y facultades a promover el embellecimiento de su casa. Pues, aunque Él, creador de cielo y tierra y Señor de ella, en nada necesita de nuestro auxilio, sin embargo es tan bondadoso y misericordioso, que no sólo nos pide nuestra cooperación para la edificación en nombre suyo de su casa coronando con el éxito nuestros esfuerzos, sino que se alegra y regocija de que le tributemos semejante homenaje. Cuando Dios mandó a Moisés que construyese el tabernáculo de materiales preciosísimos, que erigiese un altar, que aprestase las vestimentas, fundiese los vasos, ciertamente ordenó también que todo el pueblo de Israel diese de su dinero, y, al recibirlo dijo: Lo que ha sido ofrecido por los hijos de Israel lo dispondrás para uso del Tabernáculo del Testimonio, para que sirva de testimonio de ellos ante Dios, y así Dios es apiade de sus almas.[1]
¿Quién pues, no se sentirá ardientemente incitado, con tan insigne y salvadora promesa del mismo Señor, a ofrecer su contribución según la medida de sus posibilidades a la obra de Dios, para que le sirva de monumento ante el Señor, y de propiciación por su alma? Inmenso fue, por cierto, el gozo de aquel santísimo conductor del pueblo israelítico, cuando oyó a los encargados de las obras, que el pueblo había ofrecido más de lo que se requería, y se vio obligado a prohibir al pueblo continuar aún ofreciendo sus dones, pues bastaba y sobraba con lo que ya habían ofrecido.

Quiera el clementísimo Dios cumplir de esta manera nuestros deseos para que podamos restablecer y poner fin con el auxilio piadoso y abundante de los fieles a este celebérrimo edificio. ¡Cuan grandes gracias no le tendría reservadas el mismo Apóstol Pablo, por su parle, a aquellos que se dedicasen con lodo celo a la magnífica restauración de la basílica, levantada en su honor, y completamente destruida por el siniestro, devolviéndole su antigua majestad! Ciertamente nosotros, Venerables Hermanos, confiamos firmemente en aquel Señor que es rico en misericordia, en que todos los fieles cristianos de cualquier clase y condición que sean, movidos por la gloria de Dios, la honra del Apóstol Pablo, y vuestras exhortaciones, y a la vez animados por el magnífico edificio ya en gran parte construido, contribuirán con tal copia de oro y plata, que resulte bastante para dar término a ese nobilísimo edificio.

5. Conclusión. Confianza en vuestra generosidad.

Vosotros os preocuparéis, Venerables Hermanos, de juntar el dinero ofrecido por los fieles y enviarlo a Nos, y enriquecer con todo celo y empeño, el santísimo sepulcro del Apóstol Pablo, tan celebrado siempre por la veneración universal de todo el orbe católico, y por el constante concurso de los fieles, para que sostenidos más y más por el patrocinio del Apóstol, más fácilmente podáis en estos calamitosos tiempos, apartar a las ovejas a vosotros encomendadas, de los pastos venenosos, conducirlas al camino de la salvación, regirlas y defenderlas. Confiado en esta esperanza, pidiendo al Padre de toda misericordia y Dios de toda consolación vuestra dicha y felicidad, os impartimos nuestra Apostólica Bendición a vosotros y a la grey confiada a vuestra solicitud.
Dada en Roma, en San Pedro el día 21 de Diciembre de 1840, décimo de nuestro Pontificado. Gregorio XVI.

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