domingo, 15 de septiembre de 2013

Astrofísica.

Entrevista al p. Manuel Carreira, S.J.
María Teresa Ramos

Con ocasión de un ciclo de conferencias ofrecido en Lima tuvimos la oportunidad de entrevistar al sacerdote español Manuel Carreira, S.J.
Él es licenciado en Filosofía por la Universidad de Comillas y licenciado en Teología por la Loyola University de Chicago. Es también doctor en Física por la John Carrol University de Cleveland y ha realizado
trabajos de investigación en esa área para la Agencia Espacial
Norteamericana (NASA). Actualmente, además de dictar gran número de conferencias, es catedrático en la John Carrol University y en la Universidad de Comillas, y se dedica a la investigación.

Sacerdote y científico, el p. Manuel Carreira está convencido de que el estudio del universo, que es la morada del hombre, contribuye con valiosos elementos a la comprensión que el ser humano tiene de sí mismo, de su dignidad y misión, y de la importancia de su puesto en el mundo. En efecto, aunque no toca a las ciencias naturales resolver las cuestiones que son principalmente teológicas y filosóficas, como la del sentido de la vida humana, las observaciones de la astrofísica pueden verificar algunas de sus conclusiones en los hechos, iluminando aquel aspecto del problema que está al alcance de sus investigaciones.
Como explica el p. Carreira, la astrofísica contribuye a dar respuesta a preguntas siempre actuales e importantes: ¿Cómo ha tenido origen el mundo? ¿Tendrá un fin? ¿Cuál es el lugar del hombre en el cosmos?

Padre Carreira, usted ha dedicado gran parte de su labor a la investigación en el campo de la astrofísica. ¿Puede explicarnos ante todo cuál es el objeto de estudio de esta ciencia?
La astrofísica es una rama de la astronomía. La astronomía, en su
amplitud total, trata de todo lo que es el universo —los astros, las
estrellas, los planetas, las galaxias—. Pero mientras que la astronomía tradicional era sobre todo una ciencia de predicción de las posiciones de los astros, de calcular órbitas, de saber dónde estaban los diversos cuerpos a diversas distancias, la astrofísica considera cada uno de los elementos del universo como un objeto que tiene propiedades físicas, que necesita por lo tanto alguna fuente de energía para brillar, que debe tener alguna razón de sus estructuras, de su composición. Todo esto, el estudio físico de las estrellas, planetas, galaxias, es lo que llamamos astrofísica.

Conocer el mundo, el universo en el que vive, ha sido una preocupación permanente del ser humano. Hoy en día el alcance de esta preocupación ha crecido enormemente con las nuevas posibilidades de observación que se han abierto. ¿Cómo cree usted
que la astrofísica, al mostrarle al hombre las dimensiones del universo en el que vive, puede influir en la conciencia que el ser humano tiene de sí mismo?

Todo lo que conocemos sobre el entorno en que vivimos nos enriquece y nos da un punto de vista más real. Es mucho más asombroso el universo si uno sabe sus verdaderas dimensiones que si cree, como se creía en tiempos antiguos, que las estrellas son nada más que una especie de decoración en una bóveda que está casi al alcance de la mano.

Cuando se explica las distancias de las estrellas, la primera impresión que se tiene es que el universo es incomprensiblemente
vacío, que tiene muy poca materia, que casi todo es espacio vacío. Y se ve la Tierra como un lugar realmente privilegiado, como una joya dentro de este universo. Cualquier otro sitio parece muy adverso a la vida y casi inasequible por su distancia. Fuera de la Tierra, no conocemos hoy ningún otro lugar en el sistema solar donde el hombre pueda vivir siquiera dos minutos sin tener toda clase de protecciones.
Y fuera del sistema solar, ni siquiera eso sabemos. De modo que todo esto nos ayuda a ver las cosas en su perspectiva correcta, no para minusvalorar al hombre, sino al contrario, para darnos cuenta de lo privilegiados que somos al habitar este planeta, al tener estas condiciones para la vida.

En algunos de sus trabajos usted sostiene que desde la astrofísica se va descubriendo como muy altamente improbable la existencia de vida fuera de la Tierra, más aún si se trata de vida inteligente. ¿Podría explicar brevemente por qué?

Cuanto más se ha estudiado el tema, más se han dado cuenta los
científicos de que la vida exige un conjunto de condiciones con muy
poca flexibilidad en cuanto a la variación de una serie de parámetros. Ni una estrella cualquiera vale para que haya un planeta estable, ni un planeta cualquiera vale. Las condiciones concretas de su composición, su tamaño, su período de rotación, la existencia o no de satélites, su evolución a lo largo de muchos millones de años, son muy importantes.
Todo eso no es fácil encontrarlo en un solo sitio. Por ello la Tierra
aparece como un lugar privilegiado. Y no sabemos si esto se puede
dar en algún otro lado. Al contrario, cuantos más detalles encontramos que han tenido que ser muy específicamente escogidos para que sea posible la vida inteligente, menos probable parece que se dé en otros lugares. No podemos descartarlo porque naturalmente lo que vemos en la Tierra es el resultado de leyes físicas, de procesos que pueden darse en muchos otros lugares. Pero que se den todos en el orden correcto, con la intensidad debida, en un planeta, no es fácil.

Uno de los problemas más acuciantes de la cosmología actual es el
del origen del universo y sobre esto se han formulado diversas teorías, de las cuales las más representativas son la "teoría de la gran explosión" y la "teoría del estado estacionario". ¿Podría explicar brevemente qué es lo que estas teorías proponen?

Básicamente puedo presentar las dos teorías con una pregunta que
parece al principio sorprendente: ¿por qué brillan las estrellas? La
razón de esta pregunta es que cada estrella obviamente es un sistema físico que produce energía, y si produce energía tiene que gastar algún combustible. Si las estrellas hubiesen existido siempre ya se habrían quemado todas, no habría estrellas.

La única posible solución a este problema es o bien que el universo
es relativamente joven y las estrellas no han tenido tiempo todavía de apagarse, o bien que si el universo tiene una edad eterna debe haber continua creación de nuevas estrellas para sustituir a las que se apagan. Existen, por tanto, esas dos posibles alternativas: o el
universo es joven y ha tenido un comienzo —y entonces se puede
buscar ese comienzo—, o hay creación continua de nueva materia. En ambos casos se puede ver a qué consecuencias lógicas lleva, desde un punto de vista físico, cada una de las dos hipótesis.

Si se afirma que el universo ha existido siempre y no cambia —la
"teoría del estado estacionario"—, entonces todos los elementos
químicos que conocemos en la naturaleza, los elementos del sistema periódico, tienen que ser el resultado de reacciones nucleares en las estrellas, y por lo tanto las estrellas que se han formado más recientemente deben tener mayor cantidad de esos elementos que las que se formaron hace mucho tiempo. De una manera semejante se puede decir que si el estado estacionario es correcto, la única forma de energía, de radiación que debe haber en el espacio será la suma de la radiación de las estrellas. Y, por último, si el universo es siempre igual, entonces dará lo mismo que observe objetos cuya luz ha tardado quinientos millones de años en venir hasta mí o que observe objetos cuya luz ha tardado diez mil millones de años: veré el mismo tipo de objeto.

En cambio en la teoría que sostiene que el universo ha tenido un comienzo, las predicciones son opuestas. Si el universo tuvo un comienzo y además ese comienzo tuvo que ser de alta densidad y temperatura, pudo haber reacciones nucleares en ese momento, antes de que hubiese estrellas, y podría haber algunos elementos, concretamente el helio y el hidrógeno pesado, que se formaron en esa situación inicial y que estarían, por tanto, en la misma abundancia en estrellas jóvenes y viejas. Habría una radiación, una forma de energía, que llenaría todo el espacio y que no sería la energía que producen las estrellas normalmente. Observando cuerpos cuya luz ha tardado diez mil millones de años en llegar a nosotros, es de esperar que veré objetos que corresponden a una fase primitiva de evolución. En cambio si miro estrellas cuya luz tarda sólo quinientos millones de años, no veré ninguno de esos objetos primitivos.

Estas tres predicciones deben verificarse experimentalmente, y ver cuál de las dos teorías concuerda con los hechos experimentados.
Tales comprobaciones se han hecho. Ya desde 1948, en que algunas de estas mediciones se publicaron, se ha demostrado que existe una cantidad de helio prácticamente idéntica en las estrellas más antiguas y en las más modernas. De modo que ese helio tuvo que formarse antes de que hubiese estrellas. La cantidad de hidrógeno pesado, que no se produce en las estrellas, también está de acuerdo con lo que sugiere la "teoría de la gran explosión inicial". Se ha encontrado la radiación debida a esa explosión inicial, exactamente como predice la teoría. Y, finalmente, se han encontrado objetos que sí se ven a grandes distancias, los quasares, pero que no se ven en nuestra vecindad; por lo tanto el universo ha evolucionado.

De modo que ya no es una cuestión de escoger entre dos teorías por capricho o por prejuicio. Es necesario contrastar cada teoría con los hechos y aquella que los explique es la que se acepta. En este caso la única de las dos alternativas que se acomoda a los hechos es la que afirma que hubo una gran explosión, que el universo ha tenido un comienzo.

Eso niega entonces que el universo es eterno. Por lo tanto el universo ha tenido un principio, y eso es demostrado por la física… Así es. El universo ha tenido un principio.

¿Puede entonces la física demostrar que tendrá un fin?

Lo que puede demostrar es que todas las estructuras que tiene el universo terminarán por destruirse. Pero así como la física no puede explicar el que algo comience a existir si antes no había nada, porque si no hay nada no hay física, tampoco puede la física decir que lo que ya existe va a reducirse a nada. Lo único que puede afirmar es que dentro de cierto tiempo ya no habrá estrellas que brillen, todas serán cuerpos oscuros; dentro de más tiempo todavía no quedarán ni siquiera estrellas como cuerpos oscuros, todo será partículas sueltas o agujeros negros, o alguna otra cosa. Eso es lo que llamamos el fin del universo, en el sentido de fin de toda estructura, fin de actividad física.

Se puede decir que la noción de creación de alguna manera ha ingresado a la física…

Así es. Es una palabra que se usa hoy día en muchos libros que son exclusivamente de astrofísica. Algunos autores argumentan que los físicos no expresan con esa palabra lo que se piensa desde la filosofía o la teología. Sin embargo, da igual que lo expresen o no; se refieren a un paso de nada a algo, eso es lo que quiere decir la palabra creación. 

¿Este paso de la nada a la existencia del mundo podría haberse
producido por azar?

El azar no causa nada, no es una propiedad de la materia ni una
fuerza física. Cuando consideramos dos hechos que no tienen relación entre sí y que, sin embargo, vemos simultáneamente, entonces decimos que los vemos simultáneamente por azar, porque entre sí no tienen conexión alguna. Pero esto no es aplicable al universo. En primer lugar, porque no hay dos, tres, cuatro o diez universos para comparar si aparecen o desaparecen espontáneamente o qué es lo que hacen. No, el universo es único. Y en segundo lugar, porque el azar, como no explica nada, tampoco puede explicar que exista el universo.

Lo único que alguno puede decir —con una manera de hablar que
científicamente no es admisible— es que antes de esa gran explosión había el espacio y que de ese espacio salió el universo actual. Pero en física no es admisible afirmar que hay espacio o tiempo previos a la aparición de materia; espacio y tiempo sólo se dan como atributos de la materia.

¿Desde la física se puede salir al paso de una visión materialista del mundo, es decir probar que existe algo más allá de la materia, que existen realidades que no son materiales?

Sería contradictorio pedirle a la física, que es sólo la ciencia de la
materia, que nos diga algo acerca de lo que no es materia. La física sólo trata de las transformaciones de la materia, es lo único que le toca y lo único para lo cual tiene una metodología propia.

Lo que sí debe señalarse es que cuando consideramos la totalidad
de lo que existe hay realidades innegables que no pueden explicarse por actividad de la materia. El pensamiento humano y la conciencia, por ejemplo, no pueden atribuirse a ninguna de las fuerzas de la física.
Los esfuerzos que se han realizado son totalmente ridículos, pues lo único que terminan diciendo es que hay corrientes eléctricas en el
cerebro y que éstas producen la conciencia. Pero nadie señala por qué no tienen conciencia un conjunto de corrientes eléctricas, por ejemplo, en una computadora, o las señales eléctricas que dan lugar a puntos brillantes u oscuros en una pantalla de televisión. No hay ni conciencia ni significado en esos puntos a no ser que alguien inteligente haga un programa y lo transmita. La corriente eléctrica de por sí no tiene nada que ver con el significado de las cosas ni con la conciencia.

Por eso, si bien no la física, la experiencia total del ser humano sí nos dice que hay realidades que la física no puede explicar. Y si la física es la ciencia de la materia y no puede explicar esas cosas, ni siquiera en principio —no se trata de limitaciones de nuestros instrumentos— entonces es necesario afirmar, con toda lógica, que
existe algo que no es materia.

Una mentalidad cientificista en nuestro tiempo tiende a pensar que toda pregunta humana debe tener una respuesta mensurable, experimentable. Y el problema a veces se agrava cuando esta mentalidad pretende dar respuesta a interrogantes que desbordan los límites de lo que abarcaría el método científico. ¿Qué piensa usted de este problema?

Le preguntaron una vez a Einstein si pensaba que todo podría ser algún día explicado en términos físicos. Y él contestó: «Sería absurdo. Sería como decir que uno puede explicar una sinfonía de Beethoven refiriéndose nada más a los cambios de presión en el aire por el sonido. Eso no es una sinfonía de Beethoven». La física es obviamente incapaz de explicar, de dar razón, de medir el valor de una poesía o de una obra pictórica, o de cualquier sensación de belleza, que puede ser incluso una belleza de orden meramente abstracto: la belleza de una teoría matemática. ¿Qué mido yo allí para saber si es bella? Absolutamente nada. Y lo mismo puedo decir de todo el mundo de la ética: ¿Por qué una acción es loable? ¿Por qué es digno de alabanza alguien que hace un sacrificio heroico? Esto es totalmente imposible expresarlo en términos físicos. Y la finalidad de las cosas no se puede expresar en términos físicos.

Es curioso que si se le pregunta a un niño qué es algo, casi con certeza responderá con una afirmación de finalidad. Si le pregunto qué es una silla, él me contestará: «Es para sentarse». No me dirá que es un objeto de forma cuadrangular con cuatro patas de tal altura. No. Dirá que es para sentarse. De modo que el hablar de finalidad responde a una necesidad muy obvia del ser humano. El saber para qué son las cosas nos dice muchas veces más de ellas que su composición. La silla puede ser de hierro o de madera, de mimbre o de cualquier otro material, pero lo básico es que sirve para sentarse, y esto nos dice mucho en todos los niveles. Y, sin embargo, la finalidad no se puede saber por ninguna medida física, ni se puede expresar en números.

Una de las preguntas de la cosmología, como decíamos al principio, es precisamente: ¿Para qué existe el universo? ¿Cuál es la finalidad del universo? Es desde el mundo de la física —sorprendentemente— desde donde nos llega la afirmación: El universo está hecho de esta manera, concretamente así, y no de otra, no con más masa, ni con menos, ni con más cuerpos, ni con menos, porque solamente así puede aparecer la vida inteligente.

Ése es el principio antrópico, al cual usted se refería alguna vez...

Ése es el principio antrópico, así es.

Entonces, hay algún elemento físico que nos explique que el universo tiene al ser humano como punto de referencia.

No es un elemento físico, es más bien una concatenación de propiedades tal que si se cambia cualquiera de ellas la vida inteligente no hubiese aparecido. Viendo este conjunto se llega a afirmar que ya desde su primer instante el universo está ajustado con un equilibrio perfecto de todas estas propiedades para que pueda aparecer la vida inteligente.

Muchas personas piensan actualmente que la relación entre fe y ciencia es conflictiva y que hay que hacer una opción por una o por la otra. Hay que responder a ciertos problemas o bien desde la fe o bien desde la ciencia. Usted que es sacerdote y físico es un vivo testimonio de que esta opción no es tal, que no es necesario elegir
conflictivamente. ¿De dónde cree que proviene este malentendido? ¿Cómo debe entenderse correctamente esta relación entre ciencia y fe?

Creo que siempre existe la tentación de ser demasiado simplistas en nuestras respuestas. A partir del siglo pasado, sobre todo, la tentación que más ha llamado la atención en el mundo ha sido la de reducirlo todo a la materia. El marxismo comienza afirmando que sólo la materia existe y que todo lo demás es una ilusión. La materia, piensan, tiene sus leyes y por esas leyes lleva a este tipo de desarrollo económico, social, político... Ya hemos visto qué absurdo es este planteamiento y adónde ha llegado ese punto de vista. La misma ciencia señala que la materia no es eterna y que no está en continua superación, como decían los marxistas, sino al contrario, que va a destruir todas las estructuras. Y el marxismo no pudo explicar la realidad de la ética, del arte, el ansia de conocer y el pensamiento humano, ni podrá jamás. De modo que es una tentación de un simplismo casi pueril el aferrarse a priori, contra toda evidencia, a afirmar que sólo hay materia y querer reducirlo todo a ella.

También se ha dado en la historia de la filosofía la tentación opuesta. Todos hemos oído hablar de los filósofos idealistas, que piensan que no existe nada más que las ideas (no nos dicen dónde están las ideas). Según ellos todo lo que vemos, tocamos y somos, nuestro mismo cuerpo, es una ilusión. Esto también es una aberración total.

De modo que no es naturalmente lógico el empezar con el presupuesto de que todo tiene que ser lo mismo y de la misma realidad. No hay razón para ello. No hay necesidad de ningún monismo.

Por otro lado, el no saber distinguir el ámbito, la metodología, el criterio de certeza en diversos campos, lleva a muchos engaños. Y ha llevado a los así llamados conflictos entre ciencia y fe que, en realidad, no lo son. Se trata simplemente de una mala aplicación de metodologías propias de la ciencia experimental a cuestiones de fe; o malas aplicaciones de la metodología propia de la teología y la filosofía a cuestiones de ciencia. Ni lo uno ni lo otro es correcto.

Ni puede explicarse todo por la ciencia, ni puede explicarse todo por la teología. La teología no describe cómo reaccionan los gases en el interior de una estrella para producir luz y calor. Y la física no tiene ningún instrumento para medir si existe el espíritu humano, o si existe Dios, o si el pensamiento es correcto o equivocado. La física no tiene absolutamente nada que ver con esas realidades. Por eso lo más obvio es que las personas que creen que hay conflicto, o ignoran en gran parte lo que es ciencia y lo que es fe, o llaman conflicto a una interpretación a veces pueril de una cuestión de física o de una cuestión de fe y de teología.

Si uno cree, por ejemplo, que la Biblia tiene que enseñarnos física, entonces piensa: «En este pasaje la Biblia señala que el universo se creó sólo en siete días. La ciencia me dice que fueron muchos miles de millones de años. Entonces, como pueden ver, la Biblia se equivoca». Pues no. La Biblia no me dice que el universo se creó en siete días. Me describe de una manera poética a Dios haciendo las cosas en siete etapas sucesivas para poner en orden, por así decirlo, la casa del hombre. Y nada más. Es una descripción poética muy bella, muy adecuada, muy fácil de entender en su significado: el cuidado que Dios pone en preparar el lugar en que quiere crear al ser humano. Pero no me dice nada de la ciencia. Por lo tanto, no puede haber conflicto.

Y lo mismo podríamos responder si alguien desde el punto de vista
de la teología dijese: «La ciencia afirma que la materia ni se crea ni se destruye, y eso es un contrario a la idea de que Dios crea el mundo». Pues no. La ciencia afirma que la materia ni se crea ni se destruye como una regla aplicable a todas las situaciones en que hago un experimento. Cuando empiezo un experimento tengo tanta materia, cuando termino debo tener exactamente la misma; no puede faltar, ni va a aparecer algo nuevo de la nada. Pero eso no me explica por qué existe el universo.

Por ello, como digo, los llamados "conflictos", en general, nacen del poco conocimiento o de la ciencia, o de la teología, o de ambas. Y así, por ejemplo, todas estas razones que he expuesto respecto al origen del universo no son ni siquiera cuestiones de fe; casi se puede decir que son simplemente de filosofía. Y, por tanto, debieran ser aceptadas por cualquiera que piensa correctamente.

Manuel Carreira

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