jueves, 19 de septiembre de 2013

Destierro de Aviñón.


Aviñón, al empezar el s. xiv, era una pequeña ciudad (sobre 6000 habitantes) a orillas del Ródano, con Universidad (desde 1303) y antigua sede episcopal. Pertenecía al conde de Provenza.
Sus fáciles comunicaciones con todos los países la hacían apta para sede de la curia pontificia. Bajo los papas llegó a tener más de 30 000 habitantes, con bellos monumentos, fuertes muros y gran prosperidad comercial y artística.
I. Causas de la traslación
En la segunda mitad del s. XIII dos concilios se celebran en Lyón y 4 papas son franceses. Roma miraba continuamente a Francia. Así que el paso dado por Clemente v no escandalizó a nadie. Lo mismo Clemente v que Juan xxii no pensaron en establecerse definitivamente en Aviñón; su residencia allí era provisional. Sólo desde Benedicto xii, que inicia la construcción del palacio papal, y más aún, desde que Clemente vi compra la ciudad aviñonesa a Juana de Anjou, puede decirse que Aviñón es la residencia estable del papado. Causas de ello fueron: la voluntad de los papas de reconciliar a Francia con Inglaterra, sin lo cual no se podía pensar en una cruzada; la situación caótica de los estados de la Iglesia y de la misma Roma; el amor excesivo del papa y de los cardenales -casi todos franceses - a su propia patria; por parte de Clemente v, la celebración del concilio de Vienne y el deseo de impedir el proceso contra Bonifacio viii, intentado por Felipe el Hermoso. El nombre de «Destierro aviñonés», o de «Cautividad babilónica», es inexacto, ya que el papa ni estaba desterrado ni cautivo, pero a los romanos la ausencia papal durante casi 70 años (1309-1377) les recordaba el destierro de los judíos en Babilonia, y muchos veían en el pontífice de Aviñón un vasallo del rey de Francia.
II. Los siete papas
En el largo conclave, celebrado en Perugia a la muerte de Benedicto xi, los cardenales optaron por ofrecer la tiara al arzobispo de Burdeos, Bertrán de Got, quien se llamó Clemente v (1305-14). Su coronación tuvo lugar en Lyón, en presencia de Felipe iv el Hermoso. Ya desde entonces se vio clara la presión del rey y la debilidad del papa. Después de recorrer varias ciudades, Clemente v puso su residencia en Aviñón, hospedándose en el convento de los dominicos. Desde ese momento (marzo 1309) Aviñón será la nueva Roma. Clemente v fue el primer papa que exigió las anatas (a Inglaterra, 1306). Con estos y otros censos eclesiásticos acumuló tesoros con que enriqueció a sus parientes. Casi todos los cardenales que creó eran franceses (cinco sobrinos suyos). El hecho más importante de este pontificado fue el concilio de Vienne (1311-12), convocado por voluntad del rey con el fin de juzgar y suprimir a los Templarios. Acerca de sus decretos dogmáticos véase Dz 471-83. El problema de la reforma eclesiástica se tocó, mas no se solucionó. Desde entonces el grito de reforma in capite et in membris resonará en la Iglesia por más de dos siglos.
El 7 de agosto de 1316, tras un conclave de dos años y tres meses, que estuvo a punto de originar un cisma, salió elegido Juan xxii (1316-34). De papa, siguió viviendo en el palacio que había ocupado siendo obispo de Aviñón. Sencillo, autoritario y buen administrador, tenía dotes de gran pontífice, pero concedió demasiada preponderancia a lo político y económico. Luis de Baviera y Federico de Austria, candidatos al trono alemán, acudieron al papa, pidiendo cada uno la aprobación de sus derechos. Juan xxii, de sentimientos decididamente antigibelinos, aprovechó la situación para reforzar su dominio en Italia. Apelando a su plenitudo potestatis y a las Decretales, afirmó que, cuando está vacante el Imperio, compete su administración al papa; por tanto, nombró vicario suyo en Italia a Roberto de Nápoles y mandó un ejército contra el duque de Milán, representante de Luis de Baviera. Desde la batalla de Mühldorf (24 junio 1322) era el Bávaro único dueño de Alemania; no por eso fue reconocido por el papa. Éste, en virtud del derecho de la Santa Sede a examinar la persona elegida para rey de romanos, le ordenó resignar el gobierno y presentarse en Aviñón. Como no obedeciese, fue excomulgado. La respuesta del monarca fue el Manifiesto de Sachsenhausen (22-5-1324), en que acusaba al papa de herejía, lo presentaba como enemigo de Alemania, usurpador del derecho de los príncipes electores, y pedía la convocación de un Concilio general para elegir un papa legítimo. En 1327 baja a Italia y, siguiendo las ideas de Marsilio de Padua, se hace proclamar emperador en Roma, laicamente, por voluntad popular (17-1-1328), depone a Juan xxii como a papa herético y otorga la tiara a Fray Pedro de Corvara OFM (Nicolás v). Por fortuna casi nadie siguió al antipapa, el cual dos años más tarde abjuró sus errores y se presentó en Aviñón a pedir perdón.
Juan xxii murió sin ver resuelto el conflicto entre el papado y el Imperio. Poco antes había tenido otros violentos choques con los «espirituales» franciscanos, a quienes obligó a someterse a la comunidad (Dz 48490, contra los fraticelos), y con toda la orden de san Francisco, especialmente con su ministro general, Miguel de Cesena, declarando herética la opinión de los que afirman que Cristo y los apóstoles no poseían, ni siquiera colectivamente, cosa alguna en propiedad. Por entonces fue cuando G. de Ockham huyó de Aviñón y se puso al servicio de Luis de Baviera (1328). Como casi todos los monarcas de su tiempo, Juan xxii acentuó la tendencia hacia la centralización y el absolutismo. Por la constitución Ex debito (1327 ) no sólo los beneficios vacantes in curia, sino también todos los que poseían los cardenales y demás empleados curiales, dondequiera que muriesen, y otros muchos obispados y abadías quedaban reservados a la Santa Sede. A la par con el centralismo y las reservaciones, creció enormemente el fiscalismo de la curia. Juan xxii organizó la cancillería; fijó las tasas en el despacho de los documentos, perfeccionó el sistema de contabilidad de la cámara apostólica, reguló la Audiencia de letras contradichas y el tribunal que luego se llamará la Rota. De los 28 cardenales que creó, 23 eran franceses (9 de Cahors, patria del papa).
El cisterciense Benedicto xii (1335-42) reaccionó contra su antecesor, definiendo como dogma de fe que todas las almas santas ya purificadas en el purgatorio, o sin nada que purgar, van inmediatamente a gozar de la visión intuitiva y beatífica de Dios (Dz 530-31), doctrina que Juan xxii, como doctor particular había negado en sus sermones. Benedicto xii corrigió muchos abusos, como el de las encomiendas y el de las expectativas, inculcó la residencia a cuantos tenían cura de almas, atajó la cumulación de beneficios, implató la reforma en su orden del Cister y en la de san Benito, e intentó, sin éxito, reformar a franciscanos y dominicos. Él precedía a todos con el ejemplo de su vida austera y piadosa, y fue uno de los pocos papas aviñoneses exentos de nepotismo. Aunque amante de la paz, no resolvió el conflicto con el Imperio, por condescender más de lo justo con la política de Felipe vi de Francia.
Clemente vi (1342-52), benedictino, buen orador y docto teólogo, se distinguió por la generosidad, liberalidad, amor al lujo y al fausto. La corte aviñonesa alcanzó con él su apogeo de esplendor. Lo que no brilló tanto en este pontificado fue la piedad sacerdotal y el espíritu eclesiástico. Acentuó el fiscalismo, prodigó las expectativas, y en carta a Eduardo iii de Inglaterra (1344) hizo constar su derecho a disponer de todos los beneficios.
En 1348, cuando la peste negra vino a turbar la alegría de la ciudad, arrebatando más de la mitad de la población, el papa Clemens clementissimus mostró su gran misericordia con los contagiados y los difuntos. A una delegación romana, en la que venía Cola di Rienzo, le concedió la celebración del jubileo para el año 1350. Con Luis de Baviera procedió con extremo rigor, y si al fin pudo dar una solución favorable, eso se debió a la muerte del monarca alemán (1347) y a la elección del piadoso emperador Carlos iv.
Contra el fausto de Clemente vi reaccionó Inocencio vi (1352-62), volviendo a la sencillez y al espíritu reformador de Benedicto xII. Aunque él no se vio libre del nepotismo, condenó severamente la acumulación de beneficios, promovió la reforma de la orden dominicana en materia de pobreza, persiguió y castigó a varios franciscanos fanáticos y visionarios (Juan de Roquetaillade, Antonio Muntaner) y escuchó la voz de santa Brígida, que le mandaba en nombre de Dios volver a Roma. Cada día era más insegura la situación de Aviñón, fácil presa de las «compañías de aventureros», pero los estados pontificios estaban en la anarquía. Para reconquistarlos y pacificarlos envió a Italia con poderes omnímodos al cardenal Gil Carrillo de Albornoz, guerrero genial, hábil diplomático y sabio legislador. Inocencio vi murió antes de poder realizar su viaje.
Ésa fue la gloria de Urbano v (1362-70), que el 9 de junio 1367 desembarcó en Corneto, donde le aguardaba Albornoz (+22-8-1367), y el 16 de octubre entró en Roma. Desgraciadamente a los tres años, ilusionado con la idea de pacificar a los reyes de Francia e Inglaterra, retornó a Aviñón, donde murió santamente el 19 de diciembre de 1370.
Gregorio xi (1370-78), último papa aviñonés, debía la púrpura cardenalicia a su tío Clemente vi. Moralmente era muy superior a él por su piedad, modestia y delicadeza de conciencia. Condenó en 1377 la doctrina de Wiclef y alentó a la inquisición en Portugal, Aragón, Provenza y Delfinado. Contra la ambiciosa Florencia lanzó el anatema y un ejército de mercenarios bretones, bajo el mando del cardenal Roberto de Ginebra, que actuó muy cruelmente. Los estados pontificios estaban otra vez en peligro de perderse, sin la presencia del papa. Gregorio determinó restituir la sede a Roma. A ello le impulsaban las ardientes súplicas de santa Brígida de Suecia y luego de santa Catalina de Siena. El 13 de septiembre de 1376 dejó la ciudad de Aviñón. En Marsella venció los últimos obstáculos que le ponían los cardenales, seis de los cuales no le acompañaron en el viaje. El 17 de enero de 1377, remontando el Tíber, desembarcó junto a la basílica de san Pablo, de donde cabalgando hizo su entrada triunfal en la ciudad eterna. El «destierro aviñonés» había terminado. Gregorio xi murió el 27 de marzo de 1378 con el presentimiento del cisma.
III. Caracteres y consecuencias del «destierro»
Dante y Petrarca estigmatizaron cruelmente a los papas de Aviñón. Posteriormente los historiadores se dividieron en sus apreciaciones.
Hoy se muestran todos más ecuánimes y objetivos. Se les acusó: a) de servilismo al rey de Francia, con perjuicio del sentido de catolicidad; b) de fiscalismo exagerado de la curia; c) del cisma de Occidente. El servilismo no se puede probar (a no ser en Clemente v quizá), aunque es cierto que el papado se afrancesó más de lo justo, provocando sentimientos de hostilidad en Italia, Inglaterra y Alemania. El fiscalismo es innegable; los servitia communia, annatae, expectativae, ius spolii, vacantes, decimae y otros censos y subsidios, exigidos por la Cámara apostólica, dieron al gobierno y administración de la Iglesia un carácter más financiero que espiritual; pero ¿se hubiera evitado estando la curia en Roma? En cuanto al cisma de Occidente, fue efecto del antagonismo nacionalista de italianos y franceses; por culpa de unos y otros esta oposición se agudizó en la época aviñonesa (polémica entre Petrarca y J. de Hesdin). Cierto es que Aviñón, prestando al antipapa una sede prestigiosa, dio consistencia al --> cisma de Occidente.
Ricardo García Villoslada

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