jueves, 19 de septiembre de 2013

Ave María.


Oración dirigida a la Santísima Virgen, así conocida por comenzar en latín con estas dos palabras. Consta de dos partes. La primera reproduce el saludo del arcángel S. Gabriel a María y el de su prima S. Isabel (Lc 1, 28.42). La segunda es una petición. Para apreciar el profundo sentido teológico de la primera parte, sería necesario estudiar el contenido bíblico de cada una de las expresiones que la integran.
De la salutación angélica ya decía Orígenes que era algo de excepcional valor (In Lc, hom. 6, 7: PG 13, 1815). La palabra latina ave tiene un sentido genérico de saludo.. con diversos matices según las circunstancias; aquí es una traducción del griego jaire; el original hebreo presunto sería salóm, saludo ordinario, por el que se desean toda suerte de bienes, sin excluir los mesiánicos. De los tres términos, es el griego jaire el que tiene un contenido más profundo y específico; los Setenta lo emplearon para traducir la invitación insistente de los profetas, a fin de que Jerusalén se alegrase por la próxima venida del Mesías (Soph 3, 14; loel 2, 21; Zach 9, 9; Is 12, 6). Este sentido de alegría y esperanza mesiánica es el que expresa el texto de S. Lucas y el que ha recogido luego la Iglesia, al incorporar la salutación angélica a la liturgia de Adviento. El nombre, María, no está en Lc 1, 28, pero ha sido muy bien traído del versículo anterior. La expresión «llena de gracia» (gratia plena, kejaritóméne) supone que la Virgen posee la plenitud de gracia de modo permanente. «El Señor está contigo» es una evocación de la presencia de Yahwéh en medio del pueblo de Israel, como tantas veces se manifestó a través de la Historia Sagrada, y en Isaías llega a hacerse la expresión más alta de la venida mesiánica, «Emmanuel, Dios-con-nosotros» (Is 7, 14). En cuanto al saludo de S. Isabel, «Bendita eres entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre», es una reminiscencia de la alabanza de Judit (Idt 13, 18-19) y de las bendiciones patriarcales (Gen 12, 2-3; 18, 17-18).
La práctica de invocar a María con el saludo del ángel existía ya en Oriente en el s. VI, según puede Comprobarse por una fórmula del ritual del Bautismo de Severo de Antioquía (cfr. Acta Sanct. VII, Oct., 1.108). En Occidente puede verse en la Vida de S. Ildefonso (s. IX), atribuida a S. Julián de Toledo. Su inserción en los antifonarios gregorianos, como ofertorio del domingo IV de Adviento, generalizó su uso. A partir del s. XII se encuentra ya, de modo bastante general, unido al saludo de S. Isabel; así lo emplea S. Bernardo (Serm. III in Missus: PL 183, 73-74), y otros autores de la baja Edad Media. Es entonces cuando aparecen relatos diversos acerca de las gracias que acompañan a dicha devoción. Muchos obispos obligaron a que los fieles la aprendieran con la misma solicitud que el Credo y el Padre Nuestro, p. ej., Odón de Soliac, en París, en 1198 (cfr. Mansi XXIL 681). En el s. XIII, entre los cistercienses se obligó a rezar el A. M., como oración de sufragio, para los hermanos conversos, y sobre todo se popularizó en el rezo del Rosario.
La segunda parte del A. M. es una oración de impetración: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». Se añadió en época muy difícil de precisar, aunque no antes del s. XVI, al menos en su redacción actual; sin embargo, ya desde el s. XIV se terminaba frecuentemente el A. M. con una fórmula de invocación a María, cuyo texto contenía más o menos las mismas expresiones de la fórmula actual (cfr. a..c. Trombelli, en Summa aurea, o. c. en bibl., 210-242; P. M. Montagna, La formula dell' «Ave Maria» a Vicenza in un documento del 1423, «Marianum» 26, 1966, 234). A partir del s. XVI esta fórmula se va generalizando más y más en los breviarios de los diversos ritos monásticos, sin que todavía llegue a prescribir su práctica. Modernamente forma un todo con la salutación angélica.
En la liturgia, las salutaciones bíblicas, como el A. M., tienen su lugar adecuado de modo especial en el ciclo de Adviento y Epifanía, por la sencilla razón de que evocan el acontecimiento histórico (anuncio del Mesías) en que esas aclamaciones se pronunciaron. También porque, aun considerando el Adviento en su visión universal escatológica (preparación al juicio final y renovación del universo), ésta entra en su fase decisiva cuando Jesús nace de María. La primera parte del A. M. debió entrar en la liturgia occidental entre los s. V-VII (de hecho el primer testimonio escrito conocido es del s. VII). Posiblemente se introdujo también en esa misma época en la primitiva liturgia de Alejandría, donde aparece en la anáfora de S. Marcos (la trae el códice más antiguo, del s. XII, que se conoce de esa anáfora). En su texto completo, tal Como hoy lo conocemos, no aparece en la liturgia antes del s. XVI, según J. Mabillon (cfr. DACL, X, 2043-2062).
La musicalización del A. M. en su primera parte se remonta al s. VII (cfr. J. Gajard, Notre Dame et l'art gre. gorien, en Maria, Du Maoir, II, París 1952, 352 ss.). La musicalización del A. M. completa, tal como hoy se conoce, es del s. XVI. Después del Padre Nuestro, el A. M. es la oración cristiana más extendida y estimada.

BIBL.: S. LYONNET, Le récit de I' Annonciation et la Maternité divine de la Sainte Vierge, (L'Ami du Clergé) 66 (1956) 33 55.; D. G. MAESO, Exégesis lingüística del Ave María, (Cultura bíblica) U (1954) 302-319; J. MABILLON, Acta Sanctorum O.S.B. S. II, Venecia 1733, 449; G. C. TROMBELLI, De cultu publico ab Ecclesia Beatae Mariae exhibito, reed. en J. J. BOURASSÉ, Summa Aurea de laudibus beatissimae Virginis Mariae, París 1866, 210.242.299; H. LECLERCQ, Marie (le vous salue), en DACL, X, 2043-2062; I. E. LABORDE, El Ave Maria o excelencias de la salutación angélica, México 1954.
I. FERNÁNDEZ DE LA CUESTA.

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