(GIOVANNI FRANCESCO ALBANI).
Nació en Urbino el 23 de julio de 1649; elegido (v. elecciones papales) el 23 de noviembre de 1700; murió en Roma el 19 de marzo de 1721. Los Albani (vid.) eran una noble familia de Umbría. Bajo Urbano VIII, el abuelo del futuro Papa ocupó el honorable cargo de senador de Roma durante trece años. Un tío suyo, Annibale Albani, fue un distinguido erudito y fue prefecto de la Biblioteca Vaticana. Giovanni Francesco fue enviado a Roma a los once años para proseguir sus estudios en el Colegio Romano. Hizo rápidos progresos y a los dieciocho años era un autor conocido, traduciendo del griego a un elegante latín. Llamó la atención de la mecenas de los literati romanos, la reina Cristina de Suecia, quien antes que él fuera mayor de edad lo incluyó en su exclusiva Academia. Con igual ardor y éxito se aplicó a ramas más profundas del saber, la teología y el derecho, y fue nombrado doctor en derecho civil y canónico. Un intelecto tan brillante, unida a una moralidad y piedad (v. Virtud de la Religión) intachables, le aseguró un rápido ascenso en la corte papal. A la edad de veintiocho años fue nombrado prelado, y gobernó sucesivamente Rieti, Sabina, y Orvieto, haciéndose grato en todas partes por su reputación de justicia y prudencia. Llamado a Roma, fue nombrado vicario de San Pedro, y a la muerte del cardenal Slusio le sucedió en el importante cargo de Secretario de Breves Papales (v. bulas y breves), que ocupó durante trece años, y para el cual le capacitaba singularmente su dominio de la latinidad clásica. El 13 de febrero de 1690, fue designado cardenal-diácono y más tarde cardenal-sacerdote del Título de San Silvestre, y fue ordenado sacerdote (v. Órdenes Sagrados) .
El Cónclave de 1700 habría terminado rápidamente con la elección del cardenal Marescotti, si el veto de Francia no hubiera hecho imposible la elección de este cardenal tan capaz. Tras deliberar durante cuarenta y seis días, el Sacro Colegio se unió para escoger al cardenal Albani, cuyas virtudes y capacidad contrapesaban la objeción de que sólo tenía cincuenta y un años. Se necesitaron tres días de esfuerzos para vencer su resistencia a aceptar una dignidad cuyo pesada carga nadie conocía mejor que el experto miembro de la curia (Antoine Galland en Hist. Jahrbuch, 1882, III, 208 y ss.). El periodo era crítico para Europa y el Papado. Durante el Cónclave, Carlos II, el último de los Habsburgo españoles, había muerto sin hijos, dejando sus vastos dominios presa de la ambición de Francia y Austria. Su testamento, que hacía a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, único heredero del imperio español, fue impugnado por el emperador Leopoldo, que reclamaba España para su segundo hijo Carlos. El difunto rey, antes de hacer este testamento, había consultado al Papa Inocencio XII, y el cardenal Albani había sido uno de los tres cardenales a quienes el Pontífice había consultado el caso y le aconsejó pronunciarse secretamente a favor. Esto era en ese momento ignorado por el emperador, de otro modo Austria habría vetado la elección de Albani. Éste fue persuadido finalmente de que era su deber obedecer la llamada del Cielo; el 30 de noviembre fue consagrado (v. consagración) obispo, y el 8 de diciembre fue entronizado (v. entronización) solemnemente en el Vaticano. El entusiasmo con que fue saludada su elevación en todo el mundo es la mejor prueba de su valía. Incluso los protestantes recibieron la noticia con alegría y la ciudad de Nuremberg acuñó una medalla en su honor. Los reformadores católicos sinceros saludaron su acceso como el toque de difuntos del nepotismo; pues, aunque tenía muchos parientes, se sabía que había instigado y escrito la severa condena de ese abuso publicada por su predecesor. Como Pontífice no contradijo sus principios. Otorgó los cargos de su corte a los sujetos más dignos y ordenó a su hermano mantenerse a distancia y abstenerse de adoptar ningún título nuevo o de interferir en asuntos de estado. En el gobierno de los Estados de la Iglesia, Clemente fue un administrador capaz. Proveyó diligentemente a las necesidades de sus súbditos, fue extremadamente caritativo con los pobres, mejoró la condición de las prisiones, y aseguró la alimentación del pueblo en época de escasez. Conquistó la buena voluntad de los artistas prohibiendo la exportación de obras maestras antiguas, y la de los científicos encargando a Francesco Bianchini trazar en el pavimento de Sta. Maria degli Angioli el meridiano de Roma, conocido como Clementina.
Su capacidad de trabajo era prodigiosa. Sólo dormía poco y comía tan escasamente que bastaban unos céntimos por día para su mesa. Cada día confesaba y celebraba Misa. Entraba minuciosamente en los detalles de cada medida que se le presentaba, y preparaba de su propia mano las numerosas alocuciones, breves y constituciones después reunidas y publicadas. También encontraba tiempo para predicar sus hermosas homilías y se le veía frecuentemente en el confesionario. Aunque su poderosa constitución más de una vez se hundió bajo el peso de sus trabajos y preocupaciones, continuó manteniendo rigurosamente los ayunos de la Iglesia, y generalmente no se concedió a sí mismo sino el descanso más corto posible de sus labores.
En sus esfuerzos por establecer la paz entre las potencias de Europa y defender los derechos de la Iglesia, encontró escaso éxito; pues el siglo XVIII fue eminentemente la edad del egoísmo y la infidelidad. Uno de sus primeros actos públicos fue para protestar contra la asunción (1701) por el Elector de Brandenburgo del título de rey de Prusia. La acción del Papa, aunque a menudo ridiculizada y malinterpretada, era bastante natural, no sólo porque la concesión de títulos reales había sido siempre considerada como privilegio de la Santa Sede, sino también porque Prusia pertenecía por antiguo derecho a la institución político-militar conocida como la Orden Teutónica. En los conflictos excitados por la rivalidad de Francia y el Imperio por la sucesión española, el Papa Clemente resolvió mantener una actitud neutral; pero esto se reveló imposible. Por tanto, cuando el Borbón fue coronado (v. coronación) en Madrid como Felipe V, en medio de las universales aclamaciones de los españoles, el Papa mostró su aquiescencia y reconoció la validez de su título. Esto amargó al hosco emperador Leopoldo, y las relaciones entre Austria y la Santa Sede se hicieron tan tensas que el Papa no ocultó su satisfacción cuando las tropas francesas y bávaras comenzaron esa marcha sobre Viena que terminó tan desastrosamente en el campo de batalla de Blenheim. La victoria de Marlborough, seguida de la exitosa campaña del príncipe Eugenio en Piamonte, colocó a Italia a merced de los austriacos. Leopoldo murió en 1705 y fue sucedido por su hijo mayor, José, digno precursor de José II. Comenzó en seguida una disputa sobre la cuestión conocida como Jus primarum precum, que implicaba el derecho de la corona a asignar los beneficios vacantes. Los victoriosos austriacos, dueños ahora de la Italia del Norte, invadieron los Estados papales, tomaron posesión de Piacenza y Parma, se anexionaron Comacchio y sitiaron Ferrara. Clemente al principio ofreció una animosa resistencia, pero abandonado por todos, no podía esperar éxito, y cuando un fuerte destacamento de tropas protestantes bajo el mando del Príncipe de Hesse-Cassel alcanzó Bolonia, temiendo una repetición de las terribles escenas de 1527, finalmente cedió (15 de enero de 1709) y reconoció al Archiduque Carlos como rey de España “sin detrimento de los derechos de otro”, y le prometió la investidura de Nápoles. Aunque los monarcas de la casa de Borbón no habían hecho nada para ayudar al Papa en su desigual lucha, tanto Luis como Felipe se indignaron mucho y respondieron con todos los medios en su poder (v. Luis XIV). En las negociaciones que precedieron a la Paz de Utrecht (1713) los derechos del Papa fueron cuidadosamente dejados de lado; no se concedió audiencia a su nuncio; sus dominios fueron repartidos para acomodarse a la conveniencia de cada partido. Sicilia se le dio a Víctor Amadeo II de Saboya, con quien desde los primeros días de su pontificado estaba Clemente envuelto en disputas sobre asuntos de inmunidades eclesiásticas y designación de beneficios vacantes. El nuevo rey emprendió ahora revivir la llamada Monarchia Sicula, un antiguo pero muy discutido y abusivo privilegio de origen pontificio que prácticamente excluía al Papa de cualquier autoridad sobre la Iglesia en Sicilia. Cuando Clemente respondió con la proscripción y el entredicho, todo el clero, en número aproximado de 3.000, que permaneció leal a la Santa Sede fue desterrado de la isla, y el Papa se vio forzado a darles comida y alojamiento. El entredicho no se levantó hasta 1718, cuando España volvió a obtener la posesión, pero la vieja controversia fue reanudada repetidamente bajo los Borbones. Por las maquinaciones del cardenal Alberoni, Parma y Piacenza se concedieron a un Infante español sin consideración al señorío papal. De algún consuelo fue para el muy afligido Papa que Augusto de Sajonia, rey de Polonia, volviera a la Iglesia. Clemente trabajó mucho para restaurar la armonía en Polonia, pero sin éxito. Los turcos habían sacado ventaja de las disensiones entre los cristianos para invadir Europa por tierra y por mar. Clemente proclamó un jubileo, envió dinero y barcos en ayuda de los venecianos, y concedió un diezmo de todos los beneficios al emperador Carlos VI. Cuando el Príncipe Eugenio ganó la gran batalla de Temesvár, que puso fin al peligro turco, no se le dio ni la más ligera parte del crédito a la cristiandad, al Papa y al Santo Rosario. Clemente le envió al gran general un sombrero y una espada bendecidos. La flota que Felipe V de España había reunido a instigación del Papa, y con subsidios recaudados de las rentas eclesiásticas, fue desviada por Alberoni para conquistar Cerdeña; y aunque Clemente mostró su indignación pidiendo la destitución del ministro, y comenzando un proceso contra él, tuvo mucha dificultad en convencer al emperador de que no estaba secretamente enterado de la traidora operación. Dio generosa hospitalidad al exilado hijo de Jacobo II de Inglaterra, Jacobo Eduardo Estuardo, y le ayudó a obtener la mano de Clementina, la hábil nieta de John Sobieski, madre de Carlos Eduardo.
La vigilancia pastoral de Clemente se sintió en cada rincón de la tierra. Organizó la Iglesia en las Islas Filipinas y envió misioneros a todos los lugares distantes. Erigió Lisboa en patriarcado, el 7 de diciembre de 1716. Enriqueció la Biblioteca Vaticana con los tesoros manuscritos reunidos a expensas del Papa por José Simeón Assemani en sus investigaciones por Egipto y Siria. En la desafortunada controversia entre los misioneros dominicos (v. Orden de Predicadores y jesuitas (v. Compañía de Jesús]]) en China relativas a la permisividad de ciertos ritos y costumbres, Clemente decidió a favor de los primeros. Cuando los jansenistas (v. Jansenio y jansenismo) provocaron un nuevo choque con la Iglesia bajo la dirección de Quesnel, el Papa Clemente publicó sus dos memorables Constituciones, “Vineam Domini”, de 16 de julio de 1705, y la Bula Unigénito, de 10 de septiembre de 1713 (v. Bula Unigénito; Vineam Domini; Jansenio y Jansenismo). Clemente XI hizo de la fiesta de la Concepción de la Santísima Virgen María una fiesta de precepto, y canonizó a Pío V, Andrés Avelino, Félix de Cantalicio y Catalina de Bolonia.
Este santo y gran pontífice murió apropiadamente en la fiesta de San José, por quien tenía una particular devoción, y en cuyo honor compuso el Oficio especial que se halla en el Breviario. Sus restos descansan en la Basílica de San Pedro. Sus actas oficiales, cartas y breves, como también sus homilías, fueron reunidas y publicadas por su sobrino, el cardenal Annibale Albani (2 vols., Roma, 1722-24)
POLIDORI, De vita et rebus gestis Clementis XI libri sex (Urbino, 1724), también en FASSINI, Suplemento a NATALIS ALEXANDER, Historia Ecclesiastica (Bassano, 1778); REBOULET, Histoire de Clément XI (Aviñón, 1752); LAFITEAU, Vie de Clément XI (Padua, 1752); BUDER (no católico), Leben und Thaten des klugen und beržhmten Papstes Clementis XI. (Francfort, 1721); NOVAES, Elementi della storia dei sommi pontefici da S. Pietro fino a Pio VI (Roma, 1821-25); LANDAU, Rom, Wien, Neapel wehrend des spanischen Erbfolgekrieges (Leipzig, 1885); HERGENR…THER-KIRSCH, Kirschengeschichte (4ª ed., Friburgo, 1907), III. Ver también sobre los Albani, VISCONTI in Famiglie di Roma (I), and VON REUMONT en Beitrage zur ital. Geschichte, V, 323 y ss., y Gesch. d. Stadt Rom (Berlín, 1867), III, ii, 642 y ss. Cf. ARTAUD DE MONTOR, History of the Roman Pontiffs (Nueva York, 1867), II.
Loughlin, J. (1908). Pope Clement XI. In The Catholic Encyclopedia. New York: Robert Appleton Company. from New Advent: http://www.newadvent.org/cathen/04029a.htm Transcrito por Gerald Rossi Traducido por Francisco Vázquez. Revisado y corregido por Luz María Hernández Medina. JMGK
Nació en Urbino el 23 de julio de 1649; elegido (v. elecciones papales) el 23 de noviembre de 1700; murió en Roma el 19 de marzo de 1721. Los Albani (vid.) eran una noble familia de Umbría. Bajo Urbano VIII, el abuelo del futuro Papa ocupó el honorable cargo de senador de Roma durante trece años. Un tío suyo, Annibale Albani, fue un distinguido erudito y fue prefecto de la Biblioteca Vaticana. Giovanni Francesco fue enviado a Roma a los once años para proseguir sus estudios en el Colegio Romano. Hizo rápidos progresos y a los dieciocho años era un autor conocido, traduciendo del griego a un elegante latín. Llamó la atención de la mecenas de los literati romanos, la reina Cristina de Suecia, quien antes que él fuera mayor de edad lo incluyó en su exclusiva Academia. Con igual ardor y éxito se aplicó a ramas más profundas del saber, la teología y el derecho, y fue nombrado doctor en derecho civil y canónico. Un intelecto tan brillante, unida a una moralidad y piedad (v. Virtud de la Religión) intachables, le aseguró un rápido ascenso en la corte papal. A la edad de veintiocho años fue nombrado prelado, y gobernó sucesivamente Rieti, Sabina, y Orvieto, haciéndose grato en todas partes por su reputación de justicia y prudencia. Llamado a Roma, fue nombrado vicario de San Pedro, y a la muerte del cardenal Slusio le sucedió en el importante cargo de Secretario de Breves Papales (v. bulas y breves), que ocupó durante trece años, y para el cual le capacitaba singularmente su dominio de la latinidad clásica. El 13 de febrero de 1690, fue designado cardenal-diácono y más tarde cardenal-sacerdote del Título de San Silvestre, y fue ordenado sacerdote (v. Órdenes Sagrados) .
El Cónclave de 1700 habría terminado rápidamente con la elección del cardenal Marescotti, si el veto de Francia no hubiera hecho imposible la elección de este cardenal tan capaz. Tras deliberar durante cuarenta y seis días, el Sacro Colegio se unió para escoger al cardenal Albani, cuyas virtudes y capacidad contrapesaban la objeción de que sólo tenía cincuenta y un años. Se necesitaron tres días de esfuerzos para vencer su resistencia a aceptar una dignidad cuyo pesada carga nadie conocía mejor que el experto miembro de la curia (Antoine Galland en Hist. Jahrbuch, 1882, III, 208 y ss.). El periodo era crítico para Europa y el Papado. Durante el Cónclave, Carlos II, el último de los Habsburgo españoles, había muerto sin hijos, dejando sus vastos dominios presa de la ambición de Francia y Austria. Su testamento, que hacía a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, único heredero del imperio español, fue impugnado por el emperador Leopoldo, que reclamaba España para su segundo hijo Carlos. El difunto rey, antes de hacer este testamento, había consultado al Papa Inocencio XII, y el cardenal Albani había sido uno de los tres cardenales a quienes el Pontífice había consultado el caso y le aconsejó pronunciarse secretamente a favor. Esto era en ese momento ignorado por el emperador, de otro modo Austria habría vetado la elección de Albani. Éste fue persuadido finalmente de que era su deber obedecer la llamada del Cielo; el 30 de noviembre fue consagrado (v. consagración) obispo, y el 8 de diciembre fue entronizado (v. entronización) solemnemente en el Vaticano. El entusiasmo con que fue saludada su elevación en todo el mundo es la mejor prueba de su valía. Incluso los protestantes recibieron la noticia con alegría y la ciudad de Nuremberg acuñó una medalla en su honor. Los reformadores católicos sinceros saludaron su acceso como el toque de difuntos del nepotismo; pues, aunque tenía muchos parientes, se sabía que había instigado y escrito la severa condena de ese abuso publicada por su predecesor. Como Pontífice no contradijo sus principios. Otorgó los cargos de su corte a los sujetos más dignos y ordenó a su hermano mantenerse a distancia y abstenerse de adoptar ningún título nuevo o de interferir en asuntos de estado. En el gobierno de los Estados de la Iglesia, Clemente fue un administrador capaz. Proveyó diligentemente a las necesidades de sus súbditos, fue extremadamente caritativo con los pobres, mejoró la condición de las prisiones, y aseguró la alimentación del pueblo en época de escasez. Conquistó la buena voluntad de los artistas prohibiendo la exportación de obras maestras antiguas, y la de los científicos encargando a Francesco Bianchini trazar en el pavimento de Sta. Maria degli Angioli el meridiano de Roma, conocido como Clementina.
Su capacidad de trabajo era prodigiosa. Sólo dormía poco y comía tan escasamente que bastaban unos céntimos por día para su mesa. Cada día confesaba y celebraba Misa. Entraba minuciosamente en los detalles de cada medida que se le presentaba, y preparaba de su propia mano las numerosas alocuciones, breves y constituciones después reunidas y publicadas. También encontraba tiempo para predicar sus hermosas homilías y se le veía frecuentemente en el confesionario. Aunque su poderosa constitución más de una vez se hundió bajo el peso de sus trabajos y preocupaciones, continuó manteniendo rigurosamente los ayunos de la Iglesia, y generalmente no se concedió a sí mismo sino el descanso más corto posible de sus labores.
En sus esfuerzos por establecer la paz entre las potencias de Europa y defender los derechos de la Iglesia, encontró escaso éxito; pues el siglo XVIII fue eminentemente la edad del egoísmo y la infidelidad. Uno de sus primeros actos públicos fue para protestar contra la asunción (1701) por el Elector de Brandenburgo del título de rey de Prusia. La acción del Papa, aunque a menudo ridiculizada y malinterpretada, era bastante natural, no sólo porque la concesión de títulos reales había sido siempre considerada como privilegio de la Santa Sede, sino también porque Prusia pertenecía por antiguo derecho a la institución político-militar conocida como la Orden Teutónica. En los conflictos excitados por la rivalidad de Francia y el Imperio por la sucesión española, el Papa Clemente resolvió mantener una actitud neutral; pero esto se reveló imposible. Por tanto, cuando el Borbón fue coronado (v. coronación) en Madrid como Felipe V, en medio de las universales aclamaciones de los españoles, el Papa mostró su aquiescencia y reconoció la validez de su título. Esto amargó al hosco emperador Leopoldo, y las relaciones entre Austria y la Santa Sede se hicieron tan tensas que el Papa no ocultó su satisfacción cuando las tropas francesas y bávaras comenzaron esa marcha sobre Viena que terminó tan desastrosamente en el campo de batalla de Blenheim. La victoria de Marlborough, seguida de la exitosa campaña del príncipe Eugenio en Piamonte, colocó a Italia a merced de los austriacos. Leopoldo murió en 1705 y fue sucedido por su hijo mayor, José, digno precursor de José II. Comenzó en seguida una disputa sobre la cuestión conocida como Jus primarum precum, que implicaba el derecho de la corona a asignar los beneficios vacantes. Los victoriosos austriacos, dueños ahora de la Italia del Norte, invadieron los Estados papales, tomaron posesión de Piacenza y Parma, se anexionaron Comacchio y sitiaron Ferrara. Clemente al principio ofreció una animosa resistencia, pero abandonado por todos, no podía esperar éxito, y cuando un fuerte destacamento de tropas protestantes bajo el mando del Príncipe de Hesse-Cassel alcanzó Bolonia, temiendo una repetición de las terribles escenas de 1527, finalmente cedió (15 de enero de 1709) y reconoció al Archiduque Carlos como rey de España “sin detrimento de los derechos de otro”, y le prometió la investidura de Nápoles. Aunque los monarcas de la casa de Borbón no habían hecho nada para ayudar al Papa en su desigual lucha, tanto Luis como Felipe se indignaron mucho y respondieron con todos los medios en su poder (v. Luis XIV). En las negociaciones que precedieron a la Paz de Utrecht (1713) los derechos del Papa fueron cuidadosamente dejados de lado; no se concedió audiencia a su nuncio; sus dominios fueron repartidos para acomodarse a la conveniencia de cada partido. Sicilia se le dio a Víctor Amadeo II de Saboya, con quien desde los primeros días de su pontificado estaba Clemente envuelto en disputas sobre asuntos de inmunidades eclesiásticas y designación de beneficios vacantes. El nuevo rey emprendió ahora revivir la llamada Monarchia Sicula, un antiguo pero muy discutido y abusivo privilegio de origen pontificio que prácticamente excluía al Papa de cualquier autoridad sobre la Iglesia en Sicilia. Cuando Clemente respondió con la proscripción y el entredicho, todo el clero, en número aproximado de 3.000, que permaneció leal a la Santa Sede fue desterrado de la isla, y el Papa se vio forzado a darles comida y alojamiento. El entredicho no se levantó hasta 1718, cuando España volvió a obtener la posesión, pero la vieja controversia fue reanudada repetidamente bajo los Borbones. Por las maquinaciones del cardenal Alberoni, Parma y Piacenza se concedieron a un Infante español sin consideración al señorío papal. De algún consuelo fue para el muy afligido Papa que Augusto de Sajonia, rey de Polonia, volviera a la Iglesia. Clemente trabajó mucho para restaurar la armonía en Polonia, pero sin éxito. Los turcos habían sacado ventaja de las disensiones entre los cristianos para invadir Europa por tierra y por mar. Clemente proclamó un jubileo, envió dinero y barcos en ayuda de los venecianos, y concedió un diezmo de todos los beneficios al emperador Carlos VI. Cuando el Príncipe Eugenio ganó la gran batalla de Temesvár, que puso fin al peligro turco, no se le dio ni la más ligera parte del crédito a la cristiandad, al Papa y al Santo Rosario. Clemente le envió al gran general un sombrero y una espada bendecidos. La flota que Felipe V de España había reunido a instigación del Papa, y con subsidios recaudados de las rentas eclesiásticas, fue desviada por Alberoni para conquistar Cerdeña; y aunque Clemente mostró su indignación pidiendo la destitución del ministro, y comenzando un proceso contra él, tuvo mucha dificultad en convencer al emperador de que no estaba secretamente enterado de la traidora operación. Dio generosa hospitalidad al exilado hijo de Jacobo II de Inglaterra, Jacobo Eduardo Estuardo, y le ayudó a obtener la mano de Clementina, la hábil nieta de John Sobieski, madre de Carlos Eduardo.
La vigilancia pastoral de Clemente se sintió en cada rincón de la tierra. Organizó la Iglesia en las Islas Filipinas y envió misioneros a todos los lugares distantes. Erigió Lisboa en patriarcado, el 7 de diciembre de 1716. Enriqueció la Biblioteca Vaticana con los tesoros manuscritos reunidos a expensas del Papa por José Simeón Assemani en sus investigaciones por Egipto y Siria. En la desafortunada controversia entre los misioneros dominicos (v. Orden de Predicadores y jesuitas (v. Compañía de Jesús]]) en China relativas a la permisividad de ciertos ritos y costumbres, Clemente decidió a favor de los primeros. Cuando los jansenistas (v. Jansenio y jansenismo) provocaron un nuevo choque con la Iglesia bajo la dirección de Quesnel, el Papa Clemente publicó sus dos memorables Constituciones, “Vineam Domini”, de 16 de julio de 1705, y la Bula Unigénito, de 10 de septiembre de 1713 (v. Bula Unigénito; Vineam Domini; Jansenio y Jansenismo). Clemente XI hizo de la fiesta de la Concepción de la Santísima Virgen María una fiesta de precepto, y canonizó a Pío V, Andrés Avelino, Félix de Cantalicio y Catalina de Bolonia.
Este santo y gran pontífice murió apropiadamente en la fiesta de San José, por quien tenía una particular devoción, y en cuyo honor compuso el Oficio especial que se halla en el Breviario. Sus restos descansan en la Basílica de San Pedro. Sus actas oficiales, cartas y breves, como también sus homilías, fueron reunidas y publicadas por su sobrino, el cardenal Annibale Albani (2 vols., Roma, 1722-24)
POLIDORI, De vita et rebus gestis Clementis XI libri sex (Urbino, 1724), también en FASSINI, Suplemento a NATALIS ALEXANDER, Historia Ecclesiastica (Bassano, 1778); REBOULET, Histoire de Clément XI (Aviñón, 1752); LAFITEAU, Vie de Clément XI (Padua, 1752); BUDER (no católico), Leben und Thaten des klugen und beržhmten Papstes Clementis XI. (Francfort, 1721); NOVAES, Elementi della storia dei sommi pontefici da S. Pietro fino a Pio VI (Roma, 1821-25); LANDAU, Rom, Wien, Neapel wehrend des spanischen Erbfolgekrieges (Leipzig, 1885); HERGENR…THER-KIRSCH, Kirschengeschichte (4ª ed., Friburgo, 1907), III. Ver también sobre los Albani, VISCONTI in Famiglie di Roma (I), and VON REUMONT en Beitrage zur ital. Geschichte, V, 323 y ss., y Gesch. d. Stadt Rom (Berlín, 1867), III, ii, 642 y ss. Cf. ARTAUD DE MONTOR, History of the Roman Pontiffs (Nueva York, 1867), II.
Loughlin, J. (1908). Pope Clement XI. In The Catholic Encyclopedia. New York: Robert Appleton Company. from New Advent: http://www.newadvent.org/cathen/04029a.htm Transcrito por Gerald Rossi Traducido por Francisco Vázquez. Revisado y corregido por Luz María Hernández Medina. JMGK
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