El sermón del monte termina con el desconcierto de las multitudes que se
quedaron impresionadas de la enseñanza de Jesús que «enseñaba con
autoridad y no como los letrados» (Mt 7,28-29).
La gente se da cuenta de que la enseñanza de Jesús viene de Dios y que la doctrina de los letrados no tiene la procedencia divina que ellos querían hacer creer.
Después de la exposición teórica del amor de Dios Jesús pone en práctica lo anunciado y, a través de diez acciones dirigidas a comunicar vida, demuestra hasta dónde llega el amor del "Padre que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos" (Mt 5,45).
La primera de estas acciones tiene por protagonista un leproso (Mt 8,1-4). La lepra, instrumento de castigo de Dios para con los culpables, era temida como una maldición divina (Nm 12,9-12; 2Re 15,5). El leproso era considerado como un "aborto que sale del vientre, con la mitad de la carne comida" (Nm 12,12).
Rápidamente reconocibles, pues debían llevar las vestiduras rasgadas y gritar: "¡Inmundo! ¡inmundo! (Lv 13,45), los leprosos vivían separados de la sociedad y no podían acercarse a nadie ni nadie podía acercarse a ellos.
Equiparados a los cadáveres, su curación era considerada tan imposible como la resurrección de un muerto (2Re 5,7). A lo largo de la Biblia se conocen solamente dos curaciones de leprosos: la de María, hermana de Moisés, llevada a cabo por Dios (Nm 12,9-15), y la del Naamán el sirio realizada por el profeta Eliseo (2Re 5,1-14).
La situación de los leprosos era de desesperanza, porque sólo Dios podía quitarles la lepra, pero la Ley enseñaba que, sólo tras ser purificados, podían dirigirse a Dios. Y para ello debían subir al templo de Jerusalén donde les esperaban cuarenta latigazos si se aventuraban a entrar (Kel. Tos. 1,8).
Pero si el acceso al Dios del templo está prohibido, siempre es posible acceder al Dios que se manifiesta en el hombre Jesús.
Y un leproso, transgrediendo la Ley que le prohibía todo contacto humano, toma la iniciativa, se acerca a Jesús y le pide: "Señor, si quieres, tu puedes purificarme".
El leproso no pide ser curado de la 1epra, sino ser purificado, esto es, que se le quite aquella impureza que le impide dirigirse a Dios, el único que habría podido curarlo de la terrible enfermedad (la curación de la lepra no bastaría, sin embargo, para volver puro al hombre).
El evangelista subraya este propósito, omitiendo en la narración términos como curación o curar, poniendo en evidencia el carácter religioso de la petición de purificación.
En el único caso de curación, narrado por la Biblia, llevada a cabo por un individuo, el profeta Elíseo, verdadero hombre de Dios, para respetar la ley rechaza todo contacto con el leproso a quien no quiere ni ver, curándolo a distancia (2Re 5,10).
Jesús, por el contrario, no huye del leproso, sino que transgrediendo la Ley (Nm 5,1-4), "extendíó la mano y lo tocó" (Mt 8,3). "Extender la mano" es la expresión con la que se describe la acción líberadora de Dios y de Moisés en las diez plagas: «Yo extenderé la mano y heriré a Egipto» (Ex 3,20). «Extiende tu mano sobre Egipto, haz que la langosta invada el país» (Ex 10,12).
Si este gesto provoca destrucción y muerte, la acción de Jesús se realiza para restituir la vida: "Quiero, queda limpio» (Mt 8,3).
A la petición del leproso "si quieres, puedes limpiarme", el Señor no responde "puedo", sino "quiero": por primera vez, demuestra Jesús que el designio de Dios, ya anunciado en el "Padre nuestro" (Mt 6,10), es la eliminación de cualquier barrera que impida a su amor alcanzar a todos los hombres para darles la posibilidad de llegar a ser hijos suyos.
Jesús, el Dios con nosotros (Mt 1,23), revela la falsedad de una legislación que pretendía provenir de Dios y que enseñaba que era necesario ser puro para acercarse a él. Jesús demuestra que la acogida del amor de Dios es la que hace puros: y en seguida quedó limpio de la lepra. (Mt 8,3).
Y con la lepra se deshace también la enseñanza de los escribas basada en la discriminación entre los hombres en nombre de Dios; el Señor dirige su amor ("queda limpio") también al individuo que se consideraba castigado por Dios.
Jesús no rehabilita al hombre por sus méritos, sino gratuítamente, como don del amor de Dios.
No así los sacerdotes del templo que especulan con los sufrimientos humanos y cobran comisiones por cualquier cosa.
De hecho los sacerdotes tenían el poder de declarar curado a un leproso o no, y de permitirle su reinserción en la sociedad (Lv 14,1-32).
Este precioso certificado de curación realizada era concedido mediante la extorsión (que los sacerdotes llamaban "ofrecirniento") de "dos corderos sin defecto, una cordera añal sin defecto, doce litros de flor de harina de ofrenda, amasada con aceite y un cuarto de litro de aceite" (Lv 14,10).
Impuesto sobre la salud que intentó cobrar también Guejazí. Este, criado de Eliseo, pensó sacar algo de la acción del profeta, que había curado gratuitamente al leproso y, una vez sano, "porfió a Naamán, hasta que le metió en dos costales seis arrobas de plata con dos mudas de ropa, que entregó a un par de esclavos para que se los llevasen" (2Re 5,23). La codicia del criado sería severamente castigada: "-Que la enfermedad de Naamán se te pegue a ti y a tus descendientes para siempre", le dijo Eliseo (2Re 5,27).
Como el profeta Elíseo, Jesús cura gratuitamente al leproso, y ahora lo envía al sacerdote para "ofrecer el donativo que mandó Moisés como prueba contra ellos" (Mt 8,4).
No es un respetuoso obsequio de Jesús a la legislación (que él mismo ha transgredído), sino una invitación tendente a hacer tomar conciencia al leproso y a los sacerdotes de la novedad de la buena noticia de Dios.
La prueba que Jesús envía a los sacerdotes es que Dios actúa al contrario de ellos (sus jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas adivinan por dinero", Mi 3,11), y el hombre es invitado a experimentar la diferencia entre el don gratuito del Dios de Jesús y la avaricia del insaciable Dios de los sacerdotes.
La gente se da cuenta de que la enseñanza de Jesús viene de Dios y que la doctrina de los letrados no tiene la procedencia divina que ellos querían hacer creer.
Después de la exposición teórica del amor de Dios Jesús pone en práctica lo anunciado y, a través de diez acciones dirigidas a comunicar vida, demuestra hasta dónde llega el amor del "Padre que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos" (Mt 5,45).
La primera de estas acciones tiene por protagonista un leproso (Mt 8,1-4). La lepra, instrumento de castigo de Dios para con los culpables, era temida como una maldición divina (Nm 12,9-12; 2Re 15,5). El leproso era considerado como un "aborto que sale del vientre, con la mitad de la carne comida" (Nm 12,12).
Rápidamente reconocibles, pues debían llevar las vestiduras rasgadas y gritar: "¡Inmundo! ¡inmundo! (Lv 13,45), los leprosos vivían separados de la sociedad y no podían acercarse a nadie ni nadie podía acercarse a ellos.
Equiparados a los cadáveres, su curación era considerada tan imposible como la resurrección de un muerto (2Re 5,7). A lo largo de la Biblia se conocen solamente dos curaciones de leprosos: la de María, hermana de Moisés, llevada a cabo por Dios (Nm 12,9-15), y la del Naamán el sirio realizada por el profeta Eliseo (2Re 5,1-14).
La situación de los leprosos era de desesperanza, porque sólo Dios podía quitarles la lepra, pero la Ley enseñaba que, sólo tras ser purificados, podían dirigirse a Dios. Y para ello debían subir al templo de Jerusalén donde les esperaban cuarenta latigazos si se aventuraban a entrar (Kel. Tos. 1,8).
Pero si el acceso al Dios del templo está prohibido, siempre es posible acceder al Dios que se manifiesta en el hombre Jesús.
Y un leproso, transgrediendo la Ley que le prohibía todo contacto humano, toma la iniciativa, se acerca a Jesús y le pide: "Señor, si quieres, tu puedes purificarme".
El leproso no pide ser curado de la 1epra, sino ser purificado, esto es, que se le quite aquella impureza que le impide dirigirse a Dios, el único que habría podido curarlo de la terrible enfermedad (la curación de la lepra no bastaría, sin embargo, para volver puro al hombre).
El evangelista subraya este propósito, omitiendo en la narración términos como curación o curar, poniendo en evidencia el carácter religioso de la petición de purificación.
En el único caso de curación, narrado por la Biblia, llevada a cabo por un individuo, el profeta Elíseo, verdadero hombre de Dios, para respetar la ley rechaza todo contacto con el leproso a quien no quiere ni ver, curándolo a distancia (2Re 5,10).
Jesús, por el contrario, no huye del leproso, sino que transgrediendo la Ley (Nm 5,1-4), "extendíó la mano y lo tocó" (Mt 8,3). "Extender la mano" es la expresión con la que se describe la acción líberadora de Dios y de Moisés en las diez plagas: «Yo extenderé la mano y heriré a Egipto» (Ex 3,20). «Extiende tu mano sobre Egipto, haz que la langosta invada el país» (Ex 10,12).
Si este gesto provoca destrucción y muerte, la acción de Jesús se realiza para restituir la vida: "Quiero, queda limpio» (Mt 8,3).
A la petición del leproso "si quieres, puedes limpiarme", el Señor no responde "puedo", sino "quiero": por primera vez, demuestra Jesús que el designio de Dios, ya anunciado en el "Padre nuestro" (Mt 6,10), es la eliminación de cualquier barrera que impida a su amor alcanzar a todos los hombres para darles la posibilidad de llegar a ser hijos suyos.
Jesús, el Dios con nosotros (Mt 1,23), revela la falsedad de una legislación que pretendía provenir de Dios y que enseñaba que era necesario ser puro para acercarse a él. Jesús demuestra que la acogida del amor de Dios es la que hace puros: y en seguida quedó limpio de la lepra. (Mt 8,3).
Y con la lepra se deshace también la enseñanza de los escribas basada en la discriminación entre los hombres en nombre de Dios; el Señor dirige su amor ("queda limpio") también al individuo que se consideraba castigado por Dios.
Jesús no rehabilita al hombre por sus méritos, sino gratuítamente, como don del amor de Dios.
No así los sacerdotes del templo que especulan con los sufrimientos humanos y cobran comisiones por cualquier cosa.
De hecho los sacerdotes tenían el poder de declarar curado a un leproso o no, y de permitirle su reinserción en la sociedad (Lv 14,1-32).
Este precioso certificado de curación realizada era concedido mediante la extorsión (que los sacerdotes llamaban "ofrecirniento") de "dos corderos sin defecto, una cordera añal sin defecto, doce litros de flor de harina de ofrenda, amasada con aceite y un cuarto de litro de aceite" (Lv 14,10).
Impuesto sobre la salud que intentó cobrar también Guejazí. Este, criado de Eliseo, pensó sacar algo de la acción del profeta, que había curado gratuitamente al leproso y, una vez sano, "porfió a Naamán, hasta que le metió en dos costales seis arrobas de plata con dos mudas de ropa, que entregó a un par de esclavos para que se los llevasen" (2Re 5,23). La codicia del criado sería severamente castigada: "-Que la enfermedad de Naamán se te pegue a ti y a tus descendientes para siempre", le dijo Eliseo (2Re 5,27).
Como el profeta Elíseo, Jesús cura gratuitamente al leproso, y ahora lo envía al sacerdote para "ofrecer el donativo que mandó Moisés como prueba contra ellos" (Mt 8,4).
No es un respetuoso obsequio de Jesús a la legislación (que él mismo ha transgredído), sino una invitación tendente a hacer tomar conciencia al leproso y a los sacerdotes de la novedad de la buena noticia de Dios.
La prueba que Jesús envía a los sacerdotes es que Dios actúa al contrario de ellos (sus jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas adivinan por dinero", Mi 3,11), y el hombre es invitado a experimentar la diferencia entre el don gratuito del Dios de Jesús y la avaricia del insaciable Dios de los sacerdotes.
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