domingo, 8 de julio de 2012

JEREMÍAS (EPÍSTOLA DE).


La Epístola de Jeremías es un libro apócrifo griego, una carta cuya autoría se atribuye a Jeremías dirigida a los judíos que sería conducidos posteriormente cautivos a Babilonia, siendo el propósito de la carta amonestar contra la idolatría. Parece haber una relación con Jeremías 10:1-16, donde el profeta contrasta agudamente al Dios viviente y eterno de Israel con los ídolos de Babilonia. Jeremías 10:11, una invectiva dirigida a los babilonios, está escrita en arameo, y parece haber sugerido la idea de que Jeremías envió una carta de esa naturaleza1, como se puede ver en el Targun de este pasaje, a los ancianos de la comunidad, quienes lo leyeron a los judíos como una advertencia contra ser inducidos por sus maestros a la adoración de los ídolos. Sin embargo, el autor, aunque usa pasajes tales como Isaías 44:9-19; 46:1-2; Salmos 115:4-8; 135:15:18, tiene en mente a la idolatría egipcia como se desprende del versículo 18, donde se alude obviamente a la “Fiesta de las Luces” de Sais2. Por tanto, se debe clasificar la epístola entre la literatura propagandística de los judíos de Alejandría con el propósito de ganar a los paganos sobre el tema del monoteísmo judío.



Después de unos pocos versículos a modo de introducción anunciando la deportación de los judíos a Babilonia como castigo a sus pecados, y prometiendo el regreso a la Tierra Santa después de un lapso de siete generaciones (probablemente un error de las siete décadas en Jeremías 29:10), el autor de la epístola entra inmediatamente en materia, describiendo con fino sarcasmo, vívido colorido y de su propia experiencia las prácticas de los sacerdotes y de las personas idólatras:



“Los ídolos se cubren de oro y plata, los cuales los sacerdotes a menudo roban para darlos a las rameras (8-11); se les dan cetros y púrpuras, pero no tienen poder, dagas y hachas, pero no los pueden defender contra los ladrones (12-16,18); tienen candelas portando la luz delante de ellos, pero no ven (19); sus ojos llenos de polvo, sus caras negras de humo (17, 21); insectos y murciélagos cubren sus cuerpos, pero no los sienten (20, 22). Son porteados a hombros, y cuando caen, no pueden levantarse; pero se les colocan innumerables regalos delante de ellos. Los sacerdotes los venden y abusan de ellos, les despojan sus vestidos y visten con ellos a sus mujeres y a sus hijos (26-33); no pueden dar ni la salud, ni la riqueza, ni ver, ni hablar, ni ayudar a sus adoradores, y en lugar de eso origina que las mujeres debatan sobre el incesto (34-43); el propio trabajo de los hombres, no pueden salvarlos de la guerra, ni de las plagas, ni del hambre, ni a sus propios templos del fuego (45-55); cualquier vasija o mueble de la casa es mayor que la que puedan utilizar; las estrellas y las nubes cumplen el mandamiento de su creador. Pero estos ídolos son como un espantapájaros en un jardín de pepinos, que de nada aprovecha (61-71)”.

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