SUMARIO: I.
Necesidad de la acción pastoral: 1. La etapa o acción catequizadora no prepara
la etapa o acción pastoral; 2. Causas de esta carencia de preparación. II.
Qué es la acción pastoral: 1. La catequesis permanente o educación permanente en
la fe; 2. Hacia una maduración de las diversas dimensiones de la fe. III.
Vacío de la acción pastoral: 1. Desconcierto pastoral y malentendidos; 2. Prever
de forma concreta «el después». IV. Agentes de la acción pastoral y principios
pastorales.
I. Necesidad de la acción pastoral
1. LA ETAPA O ACCIÓN CATEQUIZADORA NO PREPARA LA ETAPA O ACCIÓN PASTORAL. La
catequesis corre el riesgo de esterilizarse, si una comunidad de fe y de vida
cristiana no acoge al catecúmeno en cierta fase de su catequesis. Por eso, la comunidad eclesial, a todos los niveles, es doblemente
responsable respecto a la catequesis: tiene la responsabilidad de atender a la
formación de sus miembros, pero también la responsabilidad de «acogerlos en un
ambiente donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han
aprendido» (CT 24; cf IC 61).
Por lo que se deduce de este texto, la acción pastoral sigue a la
acción catequizadora y se refiere a los jóvenes que han superado ya esa
acción catequizadora –catequesis de iniciación– y a los adultos que han
recorrido el proceso de catequesis iniciatoria, para concluir su iniciación
cristiana. Unos y otros son ya sujetos activos
de la etapa o acción pastoral en la comunidad cristiana.
La adultez o madurez en la fe es un objetivo cuyo
alcance está más allá de la madurez que puede proporcionar un proceso
catequético. Los símbolos que utilizamos —y que utilizaron los santos Padres–
para describir los logros cristianos de la catequesis
o acción catequizadora
apuntan a los «cimientos de un edificio», «al esqueleto
humano», «a las raíces de una planta». Estas imágenes –en los santos Padres–
describen el catecumenado, ese período iniciatorio de catequesis básica
en los comienzos de la experiencia de fe; período de introducción a la
lectura y comprensión de la Palabra, de rodaje en la experiencia
comunitaria. Pero, como dice el Directorio general para la catequesis,
«el proceso permanente de conversión va más allá de lo que proporciona la
catequesis de base. Para favorecer tal proceso se necesita una comunidad
cristiana que acoja a los iniciados para sostenerlos y formarlos en la fe» (DGC 59). «La
experiencia religiosa se convertirá en un fenómeno muy fugaz sin el apoyo de la
institución. La institución –en nuestro caso la comunidad creyente–será la que
permita que dicha experiencia crezca y se transmita de generación en
generación»1.
Los cristianos que han superado la etapa catequética o acción catequizadora
iniciatoria deberían encontrar en la comunidad, por lo menos, el nivel
de vida comunitaria, oracional, de lectura de la Palabra comunitariamente
comentada, el impulso misionero, etc., que han vivido en grupo a lo largo del
proceso catequético, de forma que vayan creciendo en todos esos aspectos. No es
esa, sin embargo, la realidad de nuestras parroquias. Muchísimos grupos que
terminan el proceso catequético o acción catequizadora suelen
experimentar un gran desconcierto. Bastantes grupos querrían continuar, pero
ante la carencia de ofertas parroquiales que canalicen la experiencia de fe
vivida en ellos, unos terminan por continuar profundizando el evangelio
dominical; otros, algún libro de actualidad; otros grupos tratan de convertirse
en una especie de movimiento apostólico, incluso se dan grupos que abordan temas
que han sido elaborados para la etapa del primer anuncio y la precatequesis.
En realidad los catequizandos tendrían que ser informados y preparados para
el después de la etapa catequética, para la etapa
comunitario-pastoral que después van a vivir en la comunidad cristiana.
Desgraciadamente, no es esa la realidad. Lo reconoce la Comisión internacional
para
la catequesis: «Un
criterio, entre los más valiosos del proceso de la catequesis de adultos,
desdichadamente descuidado con frecuencia, es el expresado por el compromiso de
la comunidad que acoge y sostiene al adulto» (CACC 28).
2. CAUSAS DE
ESTA CARENCIA DE PREPARACIÓN. Sin
ninguna pretensión de analizar dicha carencia, cabría apuntar a dos causas
fácilmente detectables:
a) Ninguna comunidad va a acoger —o se va a sentir
responsabilizada para acoger— a aquellas personas —jóvenes o adultas— que
provienen de una etapa de la evangelización —la acción catequizadora— con la
que la comunidad no se ha sentido identificada o responsable. En concreto, la
experiencia catequizadora con adultos es, en muchos casos, iniciativa de un
sacerdote o un laico concreto; la comunidad la conoce, más o menos, pero no se
siente responsable de esa acción como puede sentirse quizá de la misa
dominical o de la catequesis de niños. Sin embargo, «el pueblo de Dios siempre
debe entender y mostrar que la iniciación (cristiana) de los adultos es cosa
suya y asunto que atañe a todos los bautizados» (RICA 14). En realidad, ese
catequista laico —o presbítero— debería actuar como portavoz del deseo
que la comunidad está viviendo y hace de puente entre ella y los adultos
convocados; así el grupo de catequesis de adultos sería «un árbol
arraigado en el terreno firme de la comunidad cristiana» (CF 72).
b) Nuestra praxis pastoral —lo decimos más arriba— está más
pendiente del antes que del después en todos
sus trabajos pastorales. Ha sido inútil insistir en diseñar el perfil de unas
comunidades juveniles de referencia, antes de lanzarse a la catequesis
preconfirmatoria situada en la adolescencia. Por eso, la mayor parte de los
esfuerzos en torno a la confirmación no han sido más fecundos: han desembocado
en el vacío comunitario. En esta incoherencia pastoral se sitúa una
catequesis iniciatoria de adultos o de adolescentes-jóvenes, no canalizada
después convenientemente en la vida de la comunidad.
II. Qué es la acción pastoral
La acción pastoral no se entiende en este trabajo «en su sentido amplio,
como sinónimo de toda la acción evangelizadora de la Iglesia, sino en su sentido
estricto, como (tercera) etapa de la evangelización dirigida a los fieles
de las comunidades cristianas que han sido ya iniciados en la fe» (CAd 38). Esta
acción pastoral es requerida, bien porque la catequesis no busca más que una
iniciación básica en la vida cristiana y esta debe ir madurando y creciendo
después, progresivamente, en la vida de la comunidad, bien porque, a lo largo
del proceso, se han observado lagunas importantes en algunas de las tareas
catequéticas, lagunas impropias de un creyente adulto en la fe y que es
preciso subsanar. Efectivamente «hay acciones que preparan a la catequesis y
acciones que emanan de ella» (DGC 63).
Esta oferta de acompañamiento a los iniciados por parte de la comunidad está en
la línea de lo que hacían los cristianos veteranos con los recién
bautizados (los neófitos) en la época de los santos Padres: organizaban unas
eucaristías conjuntas –neófitos y cristianos adultos en la fe– en el tiempo de
pascua: bien para acogerlos en la comunidad, bien para profundizar y gustar los
sacramentos recibidos. Pablo era consciente de la débil madurez de fe de los
bautizados de Corinto que habían sido iniciados en el camino: «os di a
beber leche, no alimento sólido, porque no lo podíais soportar» (lCor 3,2).
1. LA CATEQUESIS PERMANENTE O EDUCACIÓN PERMANENTE EN LA FE.
La
acción pastoral abarca todos aquellos medios que
sirven a la maduración integral de los cristianos. Entre ellos, sobresale la
catequesis permanente o educación permanente en la fe, en sus diversas
formas. Entre estas se encuentran: la catequesis ocasional, como lectura
cristiana de nuevos acontecimientos, el estudio y profundización de la Sagrada
Escritura, la renovación de los sacramentos recibidos, fundamentalmente del
bautismo, apoyándose en los tiempos fuertes litúrgicos, el estudio teológico
para crecer en la inteligencia de la fe y poder así dar más claramente «razón de
nuestra esperanza» (lPe 3,15), etc. Esto es lo que el nuevo Directorio
propone como «formas múltiples de catequesis permanente» (DGC 72),
siempre que
«no se relativice el carácter prioritario de la catequesis como
iniciación».
Todas estas ofertas son, pues, un segundo grado (nivel) de catequesis,
posterior
a la catequesis de iniciación» (DGC 51, nota 64). Cuanto más nos
formamos, más
sentimos la exigencia de proseguir y profundizar tal formación; como
también, cuanto más somos formados, más capaces nos hacemos de formar a
los demás (cf
ChL 63).
2. HACIA UNA MADURACIÓN DE LAS DIVERSAS DIMENSIONES DE LA FE.
Pero,
la comunidad cristiana debe ofrecer, además, a estos recién iniciados en la
etapa catequética o acción catequizadora una continuidad en la maduración de
aquellas dimensiones de la fe en que han sido iniciados y que constituyen
la esencia de la misma. Concretamente, debe ayudar al crecimiento de:
a) La experiencia de la fe. K. Rahner dice: «el
cristiano del futuro o será místico o no existirá en absoluto»2. El
autor entiende al místico como un cristiano dotado de una experiencia
profunda de cercanía y acogida de Dios en su interior. Muchas de las
experiencias catequizadoras con jóvenes y adultos han abusado de hojas,
libros, cuadernos.., han enseñado muchas cosas, pero no han favorecido la
experiencia del encuentro con Dios, con Jesús, el Señor, en la fe, que es
la base de la iniciación cristiana.
Por lo que respecta a los adolescentes, los encuentros preconfirmatorios
a lo más que llegan, quizá, es a que comiencen a descubrir la simpatía
por Jesús, que Jesús y su mensaje puede ser interesante para sus vidas; pero no
llegan, al menos en un largo período de su catequesis preconfirmatoria, a
la experiencia de encuentro con Dios, con Cristo, el Señor. Parte de nuestros
iniciados –recientes y menos recientes– se han marchado de nuestras comunidades
parroquiales acaso en busca de experiencias religiosas orientales, porque
en la catequesis de iniciación hemos destacado la vertiente del
compromiso en el campo socio-político o exigencia transformadora de la fe y no
hemos favorecido suficientemente ni el encuentro vivo y personal con
Jesús, el Señor (la experiencia cristiana), ni les hemos ofrecido con el mismo
interés cauces de interioridad, oración, lectura cristiana de la vida, etc. «Los
valores cristianos, a falta de la savia vital que los nutre (la oración), con el
tiempo se ven aquejados de una anemia progresiva que los va vaciando de
sustancia»3. «Es muy probable que, sin una asidua e intensa oración
personal, resulte extraordinariamente difícil hacer la experiencia de Dios en
las celebraciones comunitarias y en el desarrollo de la vida ordinaria»4.
Jesús dio una importancia capital a la oración personal en su vida. Los
catequizandos y los catecúmenos se encargan de recordar a la Iglesia que las
cuestiones eclesiales no son para ellos las más importantes. Para ellos, la
gran cuestión es Dios: «Habladnos de Dios. Con los catecúmenos, la Iglesia
siempre debe volver a empezar y a descubrir lo que constituye su fundamento,
antes de hablar de sí misma. Nuestra misión consiste en acoger a los catecúmenos
y escuchar lo que Dios dice a las Iglesias por medio de ellos. Si los ha llamado
es con vistas a una novedad que queda por descubrir»5.
b) Una vivencia de celebración adecuada al nivel de fe de estos iniciados.
«La liturgia... es el lugar privilegiado de la catequesis del pueblo de
Dios» (CCE 1074) y «la homilía vuelve a recorrer el itinerario de fe propuesto
por la catequesis» (CT 48).
Con todo, parece obligado que las comunidades cristianas ofrezcan
periódicamente a los cristianos ya iniciados unas eucaristías distintas, más
reposadas, en las que se pueda comentar en común la Palabra, recitar salmos,
cantar recogidamente, etc., como lo hacían durante el proceso catequético. Esto
es más necesario tratándose de jóvenes, ya que dicen no hallarse a gusto en el
marco de nuestras celebraciones parroquiales. Su mundo simbólico-cultural
diferente, la calidez de sus grupos de fe, etc., están pidiendo celebraciones
periódicas pensadas para ellos. La maduración de la fe y la experiencia de las
celebraciones que han promovido las catequesis preconfirmatorias no son, quizá,
lo suficientemente fuertes como para impulsar a los adolescentes recién entrados
en la juventud a participar habitualmente en la celebración dominical adulta.
Por eso es importante estimular a estos jóvenes a no perder el contacto con esta
celebración dominical, pero ofreciéndoles en momentos oportunos celebraciones
más adaptadas a ellos, porque «la catequesis (y la misma educación permanente)
se intelectualiza si no cobra vida en la práctica sacramental» (CT 23).
c) La dimensión comunitaria. Las comunidades
parroquiales no suelen ofrecer espacios y relaciones cálidas de amistad,
oración, compartir y fiesta, como los cristianos iniciados lo han encontrado en
el camino catequético-catecumenal. De ahí que las comunidades cristianas deban
ofrecer en su interior plataformas comunitarias que puedan servir de
referencia, de acompañamiento y de acogida para nuevos grupos en búsqueda de
la
fe. El estilo de vida y funcionamiento de estas comunidades no es algo definido
y terminado, donde se incorporan calladamente
los que vuelven;
al contrario, «estos se unen a un modo de existencia
que también ellos contribuyen a definir»6.
No obstante, para potenciar esta dimensión comunitaria, Juan Pablo
II recalca la conveniencia de las pequeñas comunidades eclesiales en el
marco de las parroquias y no como un movimiento paralelo que absorba a sus
propios miembros; estas «pueden ser una ayuda notable en la formación de los
cristianos, pudiendo hacer más capilar e incisiva la conciencia y la experiencia
de la comunidad y de la misión eclesial» (ChL 61; DGC 258c).
d) La dimensión
apostólico-misionera. Dado que la misión
pertenece a la esencia de la Iglesia («ella existe para evangelizar» [EN 14]),
«designó a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar» (Mc
3,14), y reconociendo que la dimensión de la misión es hoy día, acaso, la
dimensión menos trabajada en los procesos catequéticos, las comunidades deberán
pensar en esa laguna, presentando a los catequizandos ofertas que les
ayuden, por una parte, a crecer en conciencia e ilusión misionera, y por otra, a
canalizar su capacidad y deseo de compromiso (pedagogía del compromiso). «La
comunidad es misionera y la misión es para la comunidad» (ChL 32). El
compromiso, la actividad, es quizás el apoyo de mayor enganche para que los
adolescentes –ya jóvenes confirmados– continúen suficientemente adheridos a la
comunidad cristiana.
En este sentido, sería de desear y
de esperar que los cristianos iniciados en la lectura de los acontecimientos
desde claves cristianas pudieran desembocar en grupos de revisión de vida o
movimientos apostólicos. «Es muy propio de los seglares, repletos del
Espíritu Santo, convertirse en constante fermento para animar y ordenar los
asuntos temporales según el evangelio de Cristo» (AG 15).
En una palabra, todo catequizado debe encontrar en la comunidad la forma
de desarrollar y crecer en todas las dimensiones de la fe en que han sido
iniciados. Para él es muy importante poder verificar en la comunidad lo que ha
tratado de descubrir en el proceso catequético. «La experiencia habla claramente
del fallo de una catequesis que sólo presenta la experiencia cristiana como
debería ser, es decir, en abstracto, sin confrontación visible y constatable
con la realidad vivida por la comunidad»7. Es triste reconocer que esta
convicción, tan lógica pastoralmente, no se verifica en la mayor parte de las
parroquias.
III. Vacío de la acción pastoral
1. DESCONCIERTO PASTORAL Y MAL
ENTENDIDOS. Hemos recordado
que muchos de los grupos de catequesis de jóvenes y adultos, una vez terminado
su proceso catequético, han sufrido una gran desorientación y, en algunos casos,
una sensación de abandono, dado que la mayoría de las parroquias no cuentan con
un proyecto pastoral donde se contempla la catequesis de adultos ni su
salida hacia el futuro. Ante esto, y ante el deseo de no querer perder lo
adquirido a lo largo del proceso catequético, muchos grupos optan por seguir reuniéndose comentando algún libro, preparando la
liturgia dominical con los textos bíblicos... Otros optan por transformarse en
una pequeña comunidad cristiana, pero sin una perspectiva clara: hacia dónde va,
cómo incorporar lo específico del camino catequético recorrido, cuál es su
diferencia con lo que hasta ahora han vivido en el proceso de catequesis
iniciatoria... Este hecho afecta más claramente a aquellos miembros que se han
visto obligados a ir a otra parroquia para realizar su proceso catequético.
Esta situación puede provocar malentendidos en los responsables parroquiales,
que llegan a pensar que el trabajo catequético con adultos desangra a las
parroquias, porque se lleva a sus mejores cristianos, o que, al final,
desemboca en algo que la catequesis de adultos ha tratado siempre de evitar: que
la catequesis promueva «un movimiento comunitario paralelo, al margen de
nuestras parroquias, sin contribuir a renovarlas, lo que supondría que la
catequesis no ejerce su misión de incorporar a los cristianos a la comunidad» (CAd
54).
2. PREVER DE FORMA CONCRETA «EL
DESPUÉS». Por lo que respecta a los
adolescentes-jóvenes, es claramente constatable que, una vez terminada la
catequesis iniciatoria de la confirmación, muchos abandonan la comunidad
cristiana, salvo en contados casos en que determinados jóvenes continúan porque,
detrás de ellos, hay una comunidad de jóvenes mayores que los ha acogido.
Bastantes responsables parroquiales se preguntan: ¿qué aporta la catequesis a la
vida parroquial, si todos los esfuerzos catequéticos, sobre todo con adolescentes, no se
ven compensados con una posterior incorporación activa a la vida de la
comunidad? Se les puede responder interpelando su modelo de funcionamiento
pastoral: hay que prever salidas, al catecumenado de confirmación, por
ejemplo, mediante grupos de fe en los que se realice la educación
permanente de la fe, se contrasten las acciones apostólicas llevadas
a cabo en el entorno social, se celebre gozosamente la fe y así se
colabore al crecimiento de la comunidad parroquial. Esto supondría una
preparación de animadores de estos grupos o de otras
posibles salidas pastorales.
La catequesis es sólo una forma peculiar de educar la fe; no se le debe
atribuir, ni ella debe apropiarse, más campos ni responsabilidades que los suyos
propios (cf CC 59). «No es tarea específica de la acción catequética el
promocionar, crear y organizar la vida comunitaria de una Iglesia local» (CC
288). Pero el movimiento catequético no puede abandonar a quienes, una vez
iniciados, buscan apoyos comunitarios. Son varios los secretariados diocesanos
de catequesis que, en labor de suplencia, han tratado de impulsar y coordinar
ese movimiento comunitario plural de jóvenes ya iniciados.
Las actuales parroquias ¿pueden organizar una acción pastoral de cara a los
iniciados en la fe? Este planteamiento de unas comunidades que siguen, acogen y
planifican acciones para quienes terminan su iniciación cristiana,
o vuelven a la fe,
está suponiendo unas auténticas comunidades
propias para tiempos de misión, y la
parroquia, institución heredada de la cristiandad, difícilmente puede responder
a esa exigencia comunitaria, a no ser que se transforme mucho más de lo que se
ha transformado. En efecto, «la comunidad cristiana es germen y matriz de
iniciación, cuando se sitúa en estado de misión, y en continua referencia
catecumenal» (C. Floristán).
¿No habrá que tomar más en serio que las parroquias que quieran convocar a los
adultos a grupos de catequesis han de contar con plataformas o cauces
comunitarios adultos capaces de acompañar y acoger a los que realicen el camino
catequético? Ciertamente, cuando los grupos de catequesis de adultos empiezan en
una parroquia, hay que iniciarlos lo mejor que se pueda, pero con la intención
de que, más adelante, la parroquia cuente con estas plataformas comunitarias que
sean punto de referencia, de acogida y acompañamiento para otros grupos
catequéticos de adultos, de jóvenes y hasta de niños.
¿Habrá que reconocer que aquellos lugares pastorales en que existen
comunidades juveniles asentadas, sean parroquiales o de otro estilo (CVX,
Fraternidades marianistas, franciscanas, Juventudes marianas, vicencianas,
comunidades Adsis, neocatecumenales...), son los lugares más indicados desde
donde se puede convocar a los adolescentes a la confirmación? Ciertamente, para
comenzar habrá que hacerlo lo mejor que se pueda, para que en el futuro se den
esas comunidades juveniles vivas. Otra cosa serán las relaciones que las
comunidades no parroquiales han de promover y cultivar con la diócesis y las
estructuras de la Iglesia diocesana, con la ayuda de la misma diócesis.
IV. Agentes de la acción pastoral y principios pastorales
El esquema todavía utilizado para hablar de los agentes-responsables —«la
acción misionera es obra de todos; la acción catequética es obra de
los catequistas, y la acción pastoral pertenece a los pastores»— no
responde ya a una actual concepción de la Iglesia evangelizadora. Las tres
acciones implican a toda la comunidad cristiana, si bien los grados de
responsabilidad en los cristianos pueden variar de unos a otros. No cabe
responsabilizar únicamente a los párrocos o a los consejos pastorales
parroquiales de la ausencia de una buena acción pastoral. Hay que reconocer que
los mismos iniciados en la fe no muestran con frecuencia verdadero
interés por poner en marcha o incorporarse a esas plataformas comunitarias:
grupos de fe, escuelas bíblicas, grupos de revisión de vida, comunidades
eclesiales de base... ¿Será que no ha sido acertada la catequesis de iniciación
en la fe? ¿O tendremos que invocar, una vez más, a nuestra debilidad, a nuestra
condición de pecado: «llevamos este tesoro en vasijas de barro»? (2Cor 4,7). A
la hora de intentar poner en marcha la acción pastoral, parece obligado
recordar tres principios pastorales:
a) No hay catequesis sin comunidad. Los
catequistas no transmiten lo que se les ocurre. Disponen del mandato de Jesús:
«Enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado»
(Mt 28,20). Esto Jesús se lo dice a los apóstoles como Iglesia naciente. La
comunidad cristiana es el origen de la catequesis. Más aún, «el ámbito
normal de la catequesis es la comunidad» (MPD 13). Más todavía, «la
catequesis es una acción educativa que se realiza desde la
responsabilidad de toda la comunidad, en un contexto o clima comunitario
referencial, para que los que se catequizan se incorporen activamente a
la vida de dicha comunidad» (CAd 126).
b) No hay comunidad sin catequesis.
Desde los comienzos de la Iglesia de Jesús observamos que la predicación
apostólica y la catequesis —la escucha de la enseñanza de los apóstoles
(He 2,42)— eran uno de los pilares de la comunidad. Esta iba creciendo porque
los que se bautizaban —tras haber escuchado y obedecido al evangelio (una vez
iniciados) (cf He 2,37-40; 8,4-10)– se agregaban a la comunidad (He 2,41;
8,11-13). La comunidad se reúne en torno a Jesús, y la meta de la catequesis
es vincular a los catequizandos con Jesús (cf He 9,5-6).
c) Es incoherente una catequesis de iniciación cristiana si no
están proyectados, para después,
unos medios que den profundidad y madurez a dicha iniciación: la catequesis
o educación permanente en la fe, «elementos muy importantes de la
acción pastoral (cf DGC 49, 51c, 69-72). Esto no indica que toda comunidad
parroquial debe ser capaz de ofrecer todos los medios posibles para realizar
una auténtica acción pastoral. Tanto las pequeñas comunidades
eclesiales de base y los grupos de fe, como los cursos teológico-bíblicos, las
celebraciones especiales para iniciados etc., pueden —y en algunos casos deben— ser interparroquiales. Esto es
más patente en la actual situación pastoral, con una carencia fuerte de
presbíteros que impulsen la acción pastoral. Los ámbitos pastorales
supraparroquiales que comienzan a ser una realidad en muchas diócesis, son
un claro exponente de todo ello.
Reconocemos al Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, como el gran agente de la
acción pastoral. Sin él, Dios queda lejos, Cristo queda en el pasado, el
evangelio es letra muerta, la Iglesia es simple organización, una dominación la
autoridad, una propaganda la misión, una evocación mágica el culto y una moral
de esclavos el quehacer cristiano»8.
NOTAS: 1. P. BERGER,
Una gloria lejana, Herder, Barcelona 1994, 209. — 2.- K. RAHNER,
Elementos de espiritualidad para la Iglesia de mañana. Stuttgart 1989; cf
Schriften 14, 180. — 3. J. L. Ruiz DE LA PEÑA, Crisis y apología de la fe,
Sal Terrae, Santander 1995, 338. – 4. J. MARTÍN VELASCO, La experiencia
cristiana de Dios, Trotta, Madrid 1995, 68. - 5. COMISIÓN NACIONAL FRANCESA DE CATEQUESIS,
Catecumenado de adultos, Mensaje-ro, Bilbao 1996, 14. – 6 Cf Ib, 7. —7. E. ALBERICH, Catequesis y praxis eclesial, CCS, Madrid 1983, 194. –8.
Congreso Evangelización y hombre de hoy, Edice, Madrid 1986, 174; cf EN
74-80.
BIBL.:
BOURGEOIS H., Los que vuelven a la fe, Mensajero, Bilbao 1995; GARITANO
F., La catequesis de la comunidad cristiana y en la Iglesia local,
Teología y catequesis 4 (1983) 559-577; Una praxis pastoral que estimule la
pertenencia a la comunidad cristiana, Teología y catequesis 51 (1994)
85-101; GONZÁLEZ FAUS J. I., Nueva evangelización, nueva Iglesia,
Cristianisme i justicia, Barcelona 1992, 14-26; MOVILLA
S., Del catecumenado a la comunidad,
San Pablo, Madrid 1982, 141-183; PAGOLA J. A.,
¿Cómo renovar nuestras parroquias?, en Congreso: Parroquia
evangelizadora, Edice, Madrid 1988, 3' ponencia, 133-181: SECRETARIADO
DIOCESANO DE CATEQUESIS DE MADRID,
De la cristiandad a la comunidad, San Pablo, Madrid 1978; XIII REUNIÓN DE
VICARIOS DE PASTORAL, Evangelización de la increencia. La renovación de la
acción pastoral, Publicación ciclostilada, Madrid 1987, 58-66.
Félix Garitano
Laskurain
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