SUMARIO: 1. En
camino hacia la madurez cristiana: 1. Interés creciente por el acompañamiento
espiritual; 2. La maduración de la personalidad creyente. II. Historia de la
dirección espiritual: 1. Crisis de la dirección espiritual y nuevo
planteamiento; 2. Acompañar espiritualmente el proceso de iniciación cristiana;
3. Aportaciones de los documentos del magisterio. III. Acompañamiento espiritual
y tipos de acompañamiento: 1. Acompañamiento ordinario; 2. Acompañamiento
sistemático; 3. Acompañamiento extraordinario. IV. Naturaleza y articulación del
acompañamiento espiritual: 1. Actitudes requeridas; 2. La entrevista personal;
3. Funciones del acompañante espiritual; 4. Medios que facilitan el
acompañamiento. V. Acompañamiento y madurez cristiana: 1. Acompañar la
conversión; 2. Acompañar el proceso de maduración cristiana; 3. Madurez y
ascesis. VI. Acompañamiento y discernimiento vocacional: 1. El proceso de
discernimiento; 2. El acompañamiento del discernimiento vocacional; 3. Pasos en
el discernimiento vocacional.
I. En camino hacia la madurez cristiana
II. Historia de la dirección espiritual
III. Acompañamiento espiritual y tipos de acompañamiento
IV. Naturaleza y articulación del acompañamiento espiritual
V. Acompañamiento y madurez cristiana
VI. Acompañamiento y discernimiento vocacional
I. En camino hacia la madurez cristiana
1. INTERÉS CRECIENTE POR EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL. La preocupación por la vida espiritual ha sido una constante en la vida de la Iglesia, ha
adquirido formas distintas a lo largo de la historia, ha padecido crisis más o
menos profundas y se está recuperando con fuerza en las últimas décadas. La
visión teológica del Vaticano II, al tiempo que puso en crisis la clásica
dirección espiritual, también facilitó las bases del nuevo planteamiento del
acompañamiento espiritual.
La formulación de la catequesis como itinerario de fe, el aporte de las ciencias
psicopedagógicas y la necesidad de personalizar la fe ante los retos del mundo contemporáneo han
contribuido al interés por el diálogo espiritual. En consecuencia, el papel del
catequista y del animador de grupos o comunidades cristianas, sobre todo si
están en procesos básicos de iniciación o formación, tiene unos perfiles nuevos,
entre los que destaca la preocupación personal por cada componente y su
crecimiento en la fe.
En la actualidad, cada día cobra más vigor la concepción de la persona como un
todo dinámico, formado por los componentes de la personalidad, los cambios
psicológicos y las influencias del entorno socio-cultural. El conjunto de la
existencia humana se entiende como un proceso en el que el éxito conlleva
superar no pocas dificultades; además nadie puede suplantar a la persona en la
difícil y apasionante tarea de hacerse cargo de su vida. El acompañamiento
espiritual puede ayudar a tomar conciencia y a buscar salidas, pero sólo el
interesado puede responder desde sí mismo a su propia maduración, a la voluntad
de Dios y a los retos que desde fuera le llegan. Este cambio de enfoque en la
dirección espiritual está avalado por múltiples estudios desde diferentes
puntos de vista y por la experiencia eclesial de muchas personas y grupos.
La maduración humana y cristiana tiene mucho que ver con las crisis y
dificultades que se van presentando, y con las decisiones que el interesado va
tomando después de un discernimiento apropiado. Por esta razón el acompañamiento
espiritual es algo para toda la vida, configurado de forma distinta en cada
etapa, y que tiene que ver con los aspectos nucleares
del catecumenado de
adolescentes, jóvenes y adultos.
2. LA MADURACIÓN
DE LA PERSONALIDAD CREYENTE1. Sabemos que la fe
consiste básicamente en la orientación específica de la vida según el Dios de
Jesucristo. A lo largo de las diferentes etapas de la vida la persona va
configurando las relaciones consigo misma (identidad), con los demás (relaciones
interpersonales) y con Dios (trascendencia). Esta configuración depende de los
siguientes factores: la visión del mundo, las relaciones con los otros, la
conciencia moral y la capacidad simbólica. La maduración no se va consiguiendo
de forma lineal; por el contrario, es la activación de estructuras lo que
produce el avance. En este camino hay elementos que permanecen, elementos que se
reformulan y elementos nuevos que se incorporan; este movimiento adquiere forma
espiral y aumenta en complejidad, pero también en relación y unidad de todas las
capacidades humanas.
En estos dinamismos propios de la persona que crece hay que situar los
contenidos de la fe, pues el paso de una fe sociológica o incipiente a una fe
personal o madura no es únicamente un proceso de interiorización, ya que
importan los contenidos del mensaje cristiano en lo que tienen de cosmovisión,
valores, celebración y compromiso.
La meta de la madurez espiritual para el cristiano podría formularse con los
siguientes rasgos: la vivencia de la relación personal con Dios Padre, la
superación del egoísmo, la docilidad al Espíritu Santo, la distinción entre el
bien y el mal, las relaciones
fraternas y comprometidas, y la centralización en Cristo y su evangelio en la
vida cotidiana. Para alcanzar esta meta es necesaria la cooperación de los
elementos humanos y divinos y la superación de múltiples obstáculos, tales como
las heridas del pecado, las frustraciones y los miedos, la afectividad
desordenada, el poco conocimiento de sí mismo y la experiencia inadecuada de
Dios.
II. Historia de la dirección espiritual
La palabra de Dios es, en muchas ocasiones, una invitación del Padre a sus hijos
débiles, ignorantes y pecadores, para que recompongan su existencia y den una
respuesta nueva; el mismo Pablo es enviado a Ananías para que este le inicie en
el camino del evangelio (He 9,6-19). Los escritos paulinos refieren
constantemente cómo el Espíritu Santo que habita en cada creyente (lCor 3,16)
guía su caminar (Rom 8,14); el seguidor de Jesús tiene que examinarse desde el
interior y comprobar en qué medida aparecen en su vida los «frutos del Espíritu»
(Gál 5,22). Los evangelizadores de las comunidades del Nuevo Testamento se
preocupan de aquellos que evangelizan como una madre se preocupa por sus hijos
(He 20,30; 1Tes 2,7.11-12).
A partir de las enseñanzas de los apóstoles y de la vida de las primeras
comunidades surgen creyentes con fuerte interés por profundizar la vida
cristiana junto a maestros experimentados en la vida interior y en los caminos
del Espíritu. En el cristianismo de Oriente esta relación de maestro-discípulo se estructura alrededor del desierto como lugar geográfico y
espiritual, y los núcleos del aprendizaje cristiano son la penitencia, el
combate contra el mal, la docilidad al espíritu y la búsqueda incesante de la
paz interior; la meta es el hombre espiritual.
En Occidente también se vive esta experiencia, matizada por dos elementos
importantes: el carácter apostólico de la vida cristiana y la respuesta a los
retos que la evolución socio-histórica va presentando. Innumerables figuras de
santos fundadores se podrían aducir como iniciadores de una determinada
espiritualidad de vida religiosa, presbiteral y laical, que ha permanecido
vigente en las comunidades e instituciones por ellos fundadas2.
1. CRISIS DE LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL Y NUEVO PLANTEAMIENTO. La figura tradicional del director espiritual no es fácilmente entendible y
aceptable, tanto en la situación socio-cultural como en el contexto eclesial
actual3. Por un lado, los creyentes maduros sienten la necesidad de una fe más
personalizada, comunitaria y en constante discernimiento; por otra parte, cuesta
admitir todo lo que es autoridad, dirigismo o imposición. Esta nueva
sensibilidad y la teología conciliar y posconciliar nos instan a encontrar una
nueva formulación de la relación espiritual, que asegure su función y sea
aceptada por los parámetros culturales actuales y de la pedagogía no directiva.
Provenientes del mundo de la psicopedagogía han aparecido los términos
consejero, orientador y acompañante. También hoy es evidente que
los caminos de Dios
no resultan fáciles de descubrir ni de aceptar; aquí aparece la figura del
acompañante espiritual para ayudar a leer con fe la realidad personal desde la
confianza, la relación interpersonal de ayuda y la fidelidad a Dios ya la
persona a la que se acompaña. Únicamente creyentes con fe madura y
experimentada, además de apropiada formación teológica y espiritual, pueden
realizar este ministerio dentro de la comunidad cristiana. La formación
psicopedagógica ayudará mucho al acompañante espiritual en una mejor comprensión
y realización de su misión. Ante todo, el que pretenda ayudar a otros en los
caminos del Espíritu necesita ser persona de evangelio, con gran confianza en
las posibilidades de la gracia y en las posibilidades de la persona como
imago Dei, y con un saber hacer que permita a las personas que orienta
llegar a descubrir la voluntad de Dios para con ellos.
2. ACOMPAÑAR ESPIRITUALMENTE EL PROCESO DE
INICIACIÓN CRISTIANA.
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha recogido todos estos aspectos en la
institución del catecumenado de la vida cristiana (SC 64), que trata de llevar
adelante la iniciación cristiana por la conjunción de los siguientes
aspectos: la historia personal y social, el mensaje del evangelio, la iniciación
a la vida litúrgico-sacramental y la presencia comprometida según los valores
del evangelio4.
La iniciación cristiana trata de poner las bases del crecimiento permanente en
la fe, que ha de durar toda la vida; la madurez cristiana depende de la vida de
oración cotidiana, de una fe personalizada, de la identificación
eclesial, del compromiso transformador de la sociedad y del discernimiento
espiritual del estilo y estado de vida, con todos sus componentes: profesión,
trabajo, uso del dinero, empleo del tiempo, militancia, etc.
La etapa siguiente en la vida espiritual se da cuando se siente a Dios como
protagonista definitivo de la propia vida y se asumen con amor las limitaciones
o fracasos, poniendo en Dios la esperanza. Se vive con gran libertad interior,
no desorientan las experiencias de desierto (noches), la oración es
principalmente contemplativa y se siente gran paz interior, sin que falte el
compromiso con la justicia y la solidaridad.
3. APORTACIONES DE LOS DOCUMENTOS DEL MAGISTERIO. Dios mismo está
presente y actuante en el interior de cada creyente, y cada cristiano busca
decidir su vida según la voluntad de Dios, dentro de la Iglesia y al servicio de
la única misión (LG 12, 31, 41; GS 14).
Pablo VI en la Evangelii nuntiandi se refiere a los «sacerdotes que, a
través del sacramento de la penitencia o a través del diálogo pastoral, se
muestran dispuestos a guiar a las personas por los caminos del evangelio, a
confirmarlas en sus esfuerzos, a levantarlas si están caídas y a atenderlas
siempre con discernimiento y disponibilidad» (EN 46).
La catequesis está al servicio del progreso de la vida de fe. Afirma el
Directorio general de pastoral catequética (DCG), de 1971: «La fe,
que es
única, se encuentra con mayor o menor intensidad en los fieles, según la
gracia
dada a cada uno por el Espíritu Santo e impetrada constantemente en la
oración (cf Mc 9,23), y según la respuesta que cada uno otorga a
esta gracia. Además, la vida de fe se encarna en diversas situaciones a
medida
que se desarrolla la existencia del hombre, mientras este llega a la
madurez y
acepta las responsabilidades de su vida. Por tanto, la vida de fe admite
varios
grados, ya sea en la aceptación global de toda la palabra de Dios, ya
sea en su
explicitación y aplicación a las diversas tareas de la vida humana,
según la
madurez y las diferencias de cada hombre. Tal aceptación, explicación y
aplicación a la vida del hombre son distintas según se trate de
párvulos, de
niños, de adolescentes, de jóvenes o de adultos. La catequesis tiene la
función
de ayudar, en el decurso de la existencia humana, el despertar y el
progreso de
esta vida de fe hasta la plena explicación de la verdad revelada y su
aplicación
a la vida del hombre» (DCG 30, 34; cf DV 8; CD 14).
La catequesis educa para que la totalidad del hombre responda a Dios. «Según
esto, la catequesis, educadora de esa fe, ha de cuidar –por igual–esas dos
dimensiones: conversión y conocimiento, entrega confiada y homenaje del
entendimiento y voluntad, experiencia vital y verdad revelada, fides qua
(actitud con la que se cree) y fides quae (mensaje en el que se cree)»
(CC 129). «La catequesis ha de reconciliar desde el interior los dos aspectos,
tratando de superar la dicotomía (cf CT 22) que muchas veces nos afecta» (CC
130). «Se trata, por tanto, de que el hombre entero (CT 20) se vea
impregnado por la palabra de Dios, ya que la catequesis apunta a alcanzar el
fondo del hombre» (CT 52 y CC 131).
El proceso catequético y el acto catequético (CC c. V) exigen una
personalización de la fe por parte del catequista respecto de cada uno de los
componentes de su grupo. «Al final de un proceso catequético, los cristianos han
de desembocar ordinariamente en una comunidad cristiana inmediata e integrarse
plenamente en ella. La comunidad irá manteniendo su vida de fe y en ella vivirán
el don de la comunión con los hermanos y serán impulsados a una vida cotidiana
que sea coherente con la fe que profesan y celebran» (CC 287; cf CC 248).
La espiritualidad propia del catequista tiene las siguientes referencias: «El
catequista descubre la acción del Espíritu Santo no sólo en el catequizando sino
dentro de sí mismo, como fuente de la espiritualidad exigida por su tarea» (CF
61). «En el fondo, ¿hay otra forma de comunicar el evangelio que no sea la de
transmitir a otro la propia experiencia de fe?» (EN 46).
Los textos que hemos citado a modo de ejemplo nos manifiestan claramente que la
educación de la fe supone una relación interpersonal en clave espiritual entre
el catequista y cada uno de los catequizandos. Las Orientaciones sobre
pastoral de juventud (OPJ) de la Conferencia episcopal española matizan aún
más la necesidad del acompañamiento espiritual al diseñar la figura del
catequista de jóvenes, al subrayar la importancia del cultivo de la
espiritualidad cristiana y al situar lo vocacional dentro de la pastoral
juvenil.
«Por pastoral juvenil entendemos toda aquella presencia y todo conjunto de
acciones con las cuales la Iglesia ayuda a los jóvenes a preguntarse y descubrir el sentido de su vida, a
descubrir y asimilar la dignidad y exigencia del ser cristianos; les propone las
diversas posibilidades de vivir la vocación cristiana en la Iglesia y en la
sociedad, y les anima y acompaña en la construcción del Reino» (n. 15).
El período de catequesis constituye la segunda etapa del proceso evangelizador
de los jóvenes, tiene un carácter de formación cristiana integral y fundamental
y encamina a la meta de la confesión de la fe. «La catequesis es como el
noviciado de los cristianos, el período de maduración de la conversión. La etapa
en la que los convertidos se inician en todos los aspectos de la comunidad, para
poder integrarse en ella como sujetos activos de la misma» (Proyecto Marco, 75).
«Al animar al compromiso por el reino de Dios, ha de presentar todas las
vocaciones desde donde se puede servir a este reino –laical, laical consagrada,
ministerio sacerdotal, vida religiosa y monacal– y ayudar en el discernimiento
vocacional» (cf OPJ 32; ChL 58).
Todos los aspectos que aquí hemos seleccionado piden una evangelización de la
juventud, articulada en la relación catequista-catequizando y en el equilibrio
entre vida-reflexión, acción y celebración. Las cuestiones de fondo del
itinerario de fe, la inserción en la comunidad cristiana y el discernimiento
vocacional no serán posibles sin el acompañamiento personal, como el elemento
que más puede potenciar la catequesis con jóvenes y dar unidad a los elementos
constitutivos del proceso de maduración de la fe.
III. Acompañamiento espiritual y tipos de acompañamiento
No es fácil dar una definición de lo que se entiende por acompañamiento
espiritual; intentaremos decir en qué consiste el acompañamiento, a través de
los distintos elementos que se ponen en juego. Entendemos por acompañamiento la
relación estable entre el acompañante y el acompañado para discernir juntos la
voluntad de Dios respecto del acompañado, y así este pueda alcanzar la plenitud
de la vida cristiana5.
La ayuda como clarificación, motivación y orientación que un creyente puede
recibir de otro se entenderá como mediación del Espíritu Santo, que es el
auténtico artífice de la vida interior. La relación de acompañamiento puede
presentarse de tres formas distintas según la situación de las personas y el
objetivo principal de la misma relación de ayuda.
1. ACOMPAÑAMIENTO
ORDINARIO. Es
fruto de la preocupación constante del catequista por los componentes de su
grupo. Periódicamente se entrevistará con cada catequizando para interesarse por
los diferentes aspectos de su vida (familia, estudios, relaciones, etc.) que
tengan que ver con la fe; especialmente comentarán cómo va comprendiendo los
temas que tratan, las relaciones con los demás componentes del grupo, la vida de
oración, el proyecto de vida y los problemas o dificultades que van surgiendo y
que se desean compartir.
Conviene que este diálogo espiritual se realice unas tres veces al año. En
general, los catequizandos valoran
la atención personal que los animadores de grupo les prestan en estos momentos.
2.
ACOMPAÑAMIENTO SISTEMÁTICO.
La sistematicidad de este tipo de acompañamiento viene marcada por las etapas
del seguimiento de Jesús y sus respectivas actitudes. Consiste en recorrer en la
propia historia el camino que Jesús hizo en obediencia a la voluntad del Padre y
entrega a los hermanos.
Se acompaña la comunión en la vida y misión de Jesús para llegar así al
encuentro con el Padre y con los hermanos. Los momentos significativos de este
itinerario de fe son la conversión, el estar con Cristo para conocer la
voluntad del Padre y el compromiso con los más necesitados, la opción por la
comunidad de fe y el compromiso con el Reino.
Cada una de las etapas significativas del seguimiento van pidiendo actitudes
nuevas que únicamente se pueden dar desde el sentirse alcanzado por la
persona, mensaje y causa de Jesús. Esta identificación con la persona de
Jesucristo lleva a la disponibilidad vocacional; un aspecto constitutivo del
acompañamiento sistemático es el discernimiento vocacional, desde la actitud de
disponibilidad a lo que Dios quiera, expresado a través de las urgencias de la
comunidad eclesial y de los más necesitados.
El acompañamiento pondrá constantemente en relación los aspectos de la madurez
humana y la madurez cristiana. En la medida en que se necesiten, según la
situación y sensibilidad de cada persona, se abordarán los temas oportunos para
un crecimiento armónico en
la fe, sin retrocesos ni lagunas.
3. ACOMPAÑAMIENTO
EXTRAORDINARIO. Es aquel
que se realiza en situaciones especiales, por las opciones que va a tomar la
persona o por situaciones especialmente problemáticas en el aspecto psicológico,
moral o religioso. En estos casos se requiere la presencia del especialista en
uno u otro campo y, con frecuencia, los datos que puede aportar un
psicodiagnóstico.
En el campo de la catequesis y de la pastoral estamos llamados a atender los dos
primeros tipos de acompañamiento. El primero de ellos, el acompañamiento
ordinario, pertenece a los catequistas; ahora bien, difícilmente un catequista
puede acompañar a otros si a su vez no es acompañado.
Sería deseable que los catequistas de adolescentes y jóvenes vivieran el
acompañamiento sistemático; aquí es donde los sacerdotes, religiosos y laicos
cualificados pueden desempeñar una función muy valiosa y necesaria.
Conviene distinguir el sacramento de la reconciliación y el acompañamiento
espiritual, aunque puede vivirse de forma relacionada. El sacramento de la
reconciliación es para el perdón de los pecados, situado en el proceso de
conversión. El acompañamiento espiritual se refiere a otros muchos aspectos de
la vida, tales como las experiencias, sentimientos, dificultades, dudas,
criterios, etc., en la formación de la personalidad cristiana; con frecuencia el
diálogo espiritual concluye con la celebración del sacramento de la
reconciliación.
IV. Naturaleza y articulación del acompañamiento espiritual
La vida cristiana
se puede definir como encuentro con el Padre en el seguimiento de Cristo por la
docilidad al Espíritu Santo; de este modo Dios nos va haciendo semejantes a su
Hijo, en medio de las dificultades interiores y exteriores al creyente y con la
ayuda de las mediaciones eclesiales (IPe 4,12; Rom 8,5-13; Gál 5,22-23). La meta
personal y comunitaria al servicio de la cual está el acompañamiento personal es
la perfección cristiana como plenitud en Cristo (Ef 4,13).
1. ACTITUDES
REQUERIDAS.
a) Por
parte del acompañante. El
acompañante también es seguidor de Jesús, pero con la misión de ayudar a otros
en el mismo itinerario de fe que él ha recorrido y recorre. Debe sentirse muy
identificado con aquel a quien trata de servir en la comunidad eclesial. Como
dice el evangelista Juan, debe dar fe de lo que «ha visto y oído», es decir,
debe tener competencia experiencial. El mismo debe estar constantemente a la
escucha de Dios y disponible a la voluntad del Padre, para poder iniciar a otros
en esta misma actitud.
A esta competencia espiritual debe unir el acompañante la preparación teológica
y espiritual necesaria y específica; con todo, no puede olvidar que es la propia
vida el elemento que más puede ayudar a otros6.
b) Por parte del acompañado. En la base del acompañamiento espiritual
está el que el acompañado sepa básicamente de qué se trata, quiera
esta relación de ayuda y tenga confianza en el acompañante. Una persona
únicamente se fía de otra si esta tiene autoridad moral por su experiencia,
formación y coherencia de vida. Esta confianza se da con facilidad al comienzo
de la relación, pero debe mantenerse a lo largo de ella cuando el conocimiento
entre las personas sea más completo y real.
El acompañado no puede nunca olvidar que es él quien tiene que responder y tomar
las decisiones oportunas; por ello debe evitar pasar al acompañante la
responsabilidad que a él le corresponde o hacer de este un mero confidente para
recabar apoyo afectivo. De la adecuada manera de situarse acompañante y
acompañado dependerá el éxito de la relación de ayuda.
La persona acompañada también necesita fiarse de las orientaciones y propuestas
que le pueda hacer el acompañante; con creatividad y personalización tratará de
llevarlas a la práctica.
2. LA ENTREVISTA
PERSONAL. Constituye el cauce normal por el que se vehicula la relación de ayuda como
acompañamiento espiritual. La persona que busca ayuda y orientación ha de
sentirse acogida y escuchada en su situación con sus problemas y limitaciones.
En este contexto de confianza una persona comunicará lo profundo de ella, y
podrá ser eficazmente ayudada a encontrar la solución a sus problemas7.
Las actitudes requeridas en el acompañante son: coherencia entre lo que dice y
hace, aceptación incondicional de la persona que va a orientar y empatía para
hacerse cargo del
modo como la otra persona vive desde dentro su situación.
La escucha atenta por parte del acompañante ayuda al acompañado a escucharse a
sí mismo y a Dios en las situaciones concretas que vive; esta experiencia da
unidad a la vida personal, al tiempo que la clarifica.
Durante la entrevista las intervenciones del acompañante tenderán a que la otra
persona perciba mejor en qué consiste su problema, reciba los datos oportunos
para reestructurar la situación y encuentre los medios para seguir avanzando en
la maduración humana y cristiana.
Para facilitar la comunicación, sobre todo en las primeras entrevistas, es
conveniente utilizar la técnica de entrevistas semidirigidas; esta técnica
consiste en facilitar a la persona que va a venir a la entrevista algún tipo de
instrumento (preguntas, texto, cuestionario, etc.) que le facilite la
comunicación hasta que vaya adquiriendo más confianza y facilidad en la
comunicación de la vida interior.
Al terminar una entrevista debe fijarse con flexibilidad la fecha de la
siguiente y deben proponerse las tareas concretas y prácticas como conclusión de
la relación de ayuda. La siguiente entrevista comenzará por el comentario del
resultado conseguido en la práctica de lo propuesto.
3. FUNCIONES DEL
ACOMPAÑANTE ESPIRITUAL.
El
objetivo último del acompañamiento espiritual está en el descubrimiento del paso
de Dios por la vida del creyente; el acompañante se siente instrumento de una
acción en la que el Espíritu Santo es el protagonista, y el acompañado busca con
la ayuda recibida la voluntad de
Dios en su vida 8. Para que esto sea posible deben ponerse en juego las siguientes
funciones:
a) Atención a todo lo que pasa en la vida cotidiana de la
persona: sentimientos, vivencias, pensamientos,
dificultades, logros, avances, retrocesos, etc. Interesa situar los aspectos
concretos dentro del conjunto de la historia personal, y dar a ésta unidad.
b) Iluminar la existencia del acompañado desde la palabra de
Dios, la persona de Jesús y su evangelio.
Atención especial merecen la resonancia y
sentimientos que la contemplación de los ministerios de la vida de Jesucristo
van suscitando en el creyente. El análisis de estos sentimientos ayuda a
entender el paso de Dios por la persona e historia de cada creyente.
c) Apoyar afectivamente al acompañado en sus problemas, crisis
y dificultades. Al realizar este
apoyo el acompañante evitará caer en los defectos que dificultan el
crecimiento interior: el paternalismo y el dirigismo. El paternalismo consiste
en dar primacía a los sentimientos protectores y de simpatía que siente el
acompañante, más que al crecimiento del acompañado o a la búsqueda conjunta de
la voluntad de Dios; este modo de proceder revelaría en el acompañante una
personalidad inmadura y adolescente. El dirigismo viene producido por la
personalidad impositiva del acompañante y por la personalidad débil del
acompañado; esta forma de proceder busca lo mejor, pero no respeta los ritmos
de maduración de la persona orientada y, a la larga, la ayuda prestada resulta
poco eficaz.
d) Ayudar al crecimiento interior.
Estamos ante el tema común y nuclear del
acompañamiento espiritual; en la relación de ayuda, el acompañante cuidará
especialmente la actitud de conversión, el progreso en el seguimiento de Jesús,
el camino de oración, la superación de los defectos, la actitud de
disponibilidad, la constancia en los compromisos y la veracidad del
discernimiento vocacional. Esta tarea pide al acompañante un gran equilibrio,
percepción objetiva de la situación y tacto pedagógico para no agobiar ni forzar
los ritmos personales del acompañado. Una vez más, la sinceridad y la confianza
son la base para que el proceso vaya adecuadamente.
4. MEDIOS QUE
FACILITAN EL ACOMPAÑAMIENTO.
La
vida cristiana es el contenido fundamental del acompañamiento, pues esta es la
que tiene que ser convertida, iluminada y transformada. El creyente acompañado
debe sentir de una u otra forma que su persona y su vida cotidiana son lo
fundamental en el diálogo espiritual; en la existencia se da el encuentro de la
gracia de Dios y la cooperación humana que propicia la maduración de la
personalidad cristiana. Esta maduración comprende ineludiblemente la experiencia
de Dios, el descubrimiento de la comunidad, la formación de la conciencia moral,
el compromiso social y la llamada vocacional. Estos aspectos estructurantes de
la persona no se adquieren de golpe, ni de una vez para siempre, pues el
aprendiz necesita ser iniciado, comprender, asimilar, fundamentar, optar y
encarnar el nuevo sentido de la existencia. Para poder acompañar la formación
integral de la persona resultan de gran interés los siguientes medios:
a)
El proyecto personal. Es un
escrito personal que recoge los aspectos nucleares de la vida personal: la
fundamentación de la persona en Dios, los ámbitos por donde transcurre la vida
(familia, amigos, centro, calle, parroquia, trabajo, ocio, etc.), los medios
que se van a poner para dirigir la vida (horario, oración, vida sacramental,
lecturas, defectos que se van a corregir, actitudes que se van a potenciar,
etc.) y las metas hacia las que se va. Para que los adolescentes y jóvenes
elaboren el proyecto personal necesitan motivación, un guión y bastante
asesoramiento. Los proyectos de grupo se pueden hacer a partir de los
proyectos personales. La entrevista puede ser una buena ocasión para revisar
el proyecto personal a fin de hacerlo más operativo.
b) Los temas que se tratan en el grupo de fe.
En este caso la entrevista personal servirá
para personalizar los temas que se van desarrollando en el grupo. Cada persona
tiene sus ritmos, sensibilidad, motivación y posibilidades; según estos
condicionamientos, se verá el mejor modo de ir pasando temas por el corazón e
ir incorporando a la vida lo que se va viendo comunitariamente. Sin esta
dimensión los diálogos en el grupo pueden resultar superficiales, impersonales
y poco comprometidos.
c) Las cuestiones personales.
Estas son propias de cada persona según su
historia, situación actual, problemática y planteamientos de futuro. En ningún
caso se perderá la visión de conjunto, pues tanto la persona como el
seguimiento de Jesús tienen un sentido unitario. Las cuestiones principales
son las que se refieren a la madurez personal, el seguimiento de
Jesús, la experiencia de Dios, el sentido eclesial, los compromisos, el estilo
de vida y el discernimiento vocacional. Conviene secuencializar de forma
pedagógica cada uno de estos aspectos estructurantes en indicadores que permitan
ver los pequeños pasos que se pueden dar para ir avanzando, saber lo que se ha
recorrido y lo que falta para llegar a la meta.
d) Los contenidos del acompañamiento9. Por contenidos
entendemos los núcleos del mensaje cristiano referentes a la maduración personal
del cristiano. Los principales son: la persona a partir de una visión cristiana,
la aceptación de los contenidos específicos de la fe, el sentido comunitario de
la fe (compartir la vida, la acción evangelizadora y celebración), la
convergencia de la existencia, las tareas y las convicciones del seguidor de
Jesús, la maduración en la vida afectiva (relaciones interpersonales,
sexualidad, sentido comunitario y compromiso social), la actitud de
disponibilidad respecto a la voluntad de Dios y al servicio del Reino, el
progreso en la vida de oración (de la oración reflexiva a la contemplativa, y de
esta a la oración afectiva y unitiva) y los compromisos apostólicos intra y
extra eclesiales.
V. Acompañamiento y madurez cristiana
El término madurez
humana alude a la integración de los aspectos físicos, psíquicos, sociales,
morales y espirituales de la persona y a su plena vivencia en el contexto
socio-cultural en que se está. La madurez espiritual se da por la incorporación
a Cristo y
el ejercicio de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. La madurez
humana y cristiana se integran perfectamente. La ruptura interior de la persona
en lo humano (la posmodernidad como cultura del fragmento) y la separación entre
lo humano y lo espiritual es lo que puede impedir en mayor medida la realización
personal como algo unitario y singular.
La madurez humana tiene mucho que ver con la integración interior de las
inclinaciones, los deseos, los criterios y los proyectos; cuando la intención,
la afectividad y las actuaciones son convergentes podemos hablar de persona
madura y realizada. Este tipo de personas verán con claridad qué decisiones
tienen que tomar, y sentirán la alegría y fuerza necesarias para llevarlas a la
práctica. Si todo esto se percibe como expresión del proyecto de persona que uno
es como imagen de Dios, la energía interior para superarse, amar a los demás y
transformar la realidad será muy grande. Por el contrario, cuando la tarea de
ser y hacerse persona crea perplejidad interior, dudas permanentes, tensiones y
desasosiego, algo importante necesita clarificación o motivación; en muchos
casos se debe a que por un lado se quiere crecer y ser cristiano, y por otro se
vive dominado por pasiones, egoísmos o intereses incompatibles con la fe. No hay
que olvidar que la madurez psicológica, la madurez moral y la madurez espiritual
caminan paralelas, son convergentes y repercuten directamente en el sentimiento
de felicidad personal.
1. ACOMPAÑAR LA
CONVERSIÓN. Cada persona tiene que elegir en su vida entre el camino
del bien y el camino
del mal (Prov 2,19; Jer 21,8; Dt 30,15-16); en el Nuevo Testamento el camino es
Jesucristo mismo (Jn 14,6) como revelación definitiva de Dios como Padre y del
hombre como hijo de Dios (He 9,2; 19,9.23; 24,14.22). Cristo nos invita a todos
a la conversión (Mc 1,15; Lc 13,1-5; Mt 18,3) y a la renuncia al egoísmo (Mc 8,
34-35).
La falta de conversión en la vida cristiana se manifiesta en vivir según la
carne y no según el Espíritu (lCor 1, l0ss.); esto lleva a un uso inadecuado de
la libertad (1Cor 9,41) y a la autosuficiencia. En consecuencia, uno cree que lo
sabe todo y que todo lo hace bien cuando está fallando en lo fundamental; es la
ceguera que produce la soberbia y el vivir proyectados en el propio yo. Al
olvidarse de que todo viene de Dios y debe ser interpretado desde él, no se
acoge el evangelio en todas sus exigencias (lCor 3,1ss; Ef 4,14), se vive en
permanentes dudas de fe, e incluso cuando se vive la fe se hace con criterios de
honor y poder, no de servicio y amor incondicional (lCor 13,1-11).
2. ACOMPAÑAR
EL PROCESO DE MADURACIÓN CRISTIANA. La madurez de la
personalidad cristiana se da cuando las virtudes teologales actúan como
principio estructurante de la existencia dando unidad a los sentimientos,
pensamientos y comportamientos, y centrándolos en Dios y su proyecto (Rom 11,20;
Jn 20,28; Gál 2,20).
Una de las primeras consecuencias de la vida teologal es el sentimiento de que
Dios existe y es para nosotros un Padre misericordioso, atento y bondadoso (Rom
4,21; 14,5; 1Tes 1,5); la experiencia de Dios conlleva
la percepción nítida de lo que construye positivamente a la persona, y de lo que
deshumaniza a uno mismo y a los demás (lCor 14,20; Heb 5,14; Rom 12,2)10.
La apertura a la novedad de Dios y a los valores éticos desde lo nuclear de la
persona es el mejor camino para que el Espíritu Santo pueda actuar en el corazón
del creyente, ayude a conocer los misterios de la vida de Cristo (Col 1,27; Ef
1,9) y vaya configurando al creyente con la persona de Jesucristo (1Tes 5,23).
La madurez cristiana incluye también la eclesialidad como pertenencia y
referencia a la comunidad de los que tienen el Espíritu del Señor resucitado.
Ser miembro activo de la Iglesia implica colaborar en su propia edificación (Ef
2,20ss.) y trabajar por extender el reino de Dios en medio de los quehaceres
temporales.
La madurez humana va apareciendo por la superación de elementos que parecen
opuestos, pero que se integran en una síntesis armónica; estos binomios son: los
deseos y la adaptación de la realidad, lo objetivo y lo subjetivo, la autonomía
personal y la cooperación solidaria, la necesidad de ser aceptado y las tareas
que hay que desempeñar, los impulsos y el dominio de sí mismo, etc. El hilo
conductor que va ayudando a resolver adecuadamente estas antítesis es la
maduración de la afectividad; cuando el amor se entiende principalmente como don
y amor oblativo se ha madurado básicamente. La forma de entender y vivir la
sexualidad y el grado de sensibilidad social ante las injusticias que padecen
los más desfavorecidos constituyen los mejores termómetros de la madurez de la
personalidad, pues difícilmente se puede ser responsable en las relaciones con los
demás si personalmente no se ha alcanzado esta madurez. El resultado final de
este camino de madurez es el sentimiento de felicidad, la confianza radical y la
esperanza que ayudan a sentir la vida y el futuro con optimismo existencial.
Este sentimiento básico tiene capacidad estructurante de la personalidad, y es
generador de energías necesarias para superar adecuadamente los problemas.
3. MADUREZ Y ASCESIS. Todos los seres humanos percibimos dentro de nosotros enfrentamientos y rupturas entre los
diferentes componentes (físico, psíquico, social, ético, religioso, etc.) de la
vida humana. La ascesis se orienta y sirve a la recomposición de la unidad
interior de la persona y a la necesidad de preparar el terreno para que el
Espíritu Santo nos cambie por dentro y nos santifique. La vocación cristiana
consiste en descubrir y cumplir la voluntad de Dios; ahora bien, la aceptación
de la voluntad de Dios implica la superación de muchos egoísmos y limitaciones.
Hay enfoques, actitudes y comportamientos básicamente incompatibles con la
voluntad de Dios, con la dignidad humana o con el respeto a otras personas, y
nuestro corazón se siente inclinado a «hacer el mal que no quiere y no hacer el
bien que quiere»; por esto se necesita la ascesis, para recomponer la unidad
interior y querer de corazón lo que Dios quiere.
Lo importante para un cristiano es la plena unión con Dios en lo que los
místicos llaman los desposorios espirituales; pero para ello se necesita
un camino en verdad, bondad y amor
oblativo. Al servicio de estos requisitos está la
ascesis.
VI. Acompañamiento y discernimiento vocacional
La existencia cristiana se nos presenta con frecuencia como toma de decisiones
en situaciones poco claras y-conflictivas. La propia persona del creyente, la
vida eclesial y lo que sucede a nuestro alrededor son los tres ámbitos donde se
ejerce el discernimiento11. La distancia entre la realidad concreta que somos y
vivimos y la plenitud del horizonte escatológico nos obliga a estar en
permanente discernimiento.
La persona de Jesús es la gran referencia para el discernimiento cristiano; por
el sacramento del bautismo, sus seguidores hemos recibido su Espíritu (Rom 8,9),
que nos posibilita el vivir conforme a lo que somos: hijos de Dios y hermanos
entre nosotros. No hay posibilidad de discernir adecuadamente si no se está
convertido a la persona de Jesús y a su evangelio. La conversión, la oración
personal y la actitud de completa disponibilidad nos permiten distinguir las
mociones auténticas del Espíritu de las que no lo son.
1. EL PROCESO DE DISCERNIMIENTO.
En el libro de los Ejercicios espirituales (nn. 168-189) san Ignacio de
Loyola nos ha precisado desde su experiencia el proceso de discernimiento
cristiano, que consta de los siguientes aspectos:
a) Estado de libertad interior por dominio propio
y el don del Espíritu (n. 21). Esta situación se expresa por
el deseo del más y mejor (n. 25) respecto de la voluntad de Dios, la disposición
para «sentir y gustar de las cosas interiormente» (n. 2), es decir, desde la
afectividad.
b) Para avanzar en el camino del discernimiento hay que
comenzar por pedir con la cabeza y el corazón la gracia que se desea alcanzar
(n. 91). La acogida de la palabra de Dios desde lo profundo del corazón y
la contemplación de los misterios de la vida del Señor son el contenido
fundamental de los Ejercicios espirituales. Al misterio cristiano se
llega a través de la oración contemplativa y afectiva, para ser transformados
por aquello que contemplamos.
c) «Hacernos indiferentes»
(n. 23) a todo lo que no es Dios y su reino; todo
lo demás es relativo e innecesario, y se asume si ayuda a hacer la voluntad de
Dios y a construir su reino. Por lo mismo, todo deseo, seguridad o decisión
que no se confirme desde Dios debe revisarse.
d) Actitudes ante las elecciones. Se
pueden tener dos actitudes, una adecuada y otra
inadecuada. La actitud cristiana se da cuando el cristiano se dispone «mirando
para lo que soy creado, es a saber, para alabanza de Dios nuestro Señor y
salvación de mi alma» (n. 169). La actitud no evangélica es la que elige
primero los medios, y luego trata de acomodar la voluntad de Dios a los
propios intereses (n. 169).
e) Comprobar las consolaciones y desolaciones
en el «conocimiento interior» del Señor y en
el compromiso con su proyecto. Se trata de ver qué cosas nos llenan de amor a
Jesucristo, nos dan paz y alegría y aumentan las virtudes teologales (n. 316).
Las
experiencias de consolación llevan a amar todas las cosas en y desde Dios, y a
buscar la salvación personal y de los demás, y a confirmar las decisiones que se
han tomado. Por el contrario, las experiencias de desolación se manifiestan en
ceguera, tristeza, frialdad para las cosas de Dios, y en falta de amor y
esperanza; en consecuencia, la persona se siente atraída por todo lo terreno (n.
317); la desolación es manifestación de la acción del mal espíritu en
nosotros.
A partir de las mociones interiores, del examen de razones y motivos a favor y
en contra de una elección y en un tiempo tranquilo se puede hacer una
elección como voluntad de Dios. Después debe llevarse la elección a la oración
para que Dios la confirme (nn. 179-183).
2. EL ACOMPAÑAMIENTO DEL DISCERNIMIENTO VOCACIONAL. Nos centramos
ahora en el discernimiento vocacional al que cada creyente está llamado como
maduración de su vocación bautismal12. La referencia obligada es Jesús de Nazaret,
por dos motivos principales; él tuvo una vocación única como mesías de Dios, y
su persona es para nosotros la referencia de toda vocación.
Para Jesús lo último y definitivo fue hacer la voluntad del Padre, expresada
como la llegada y realización del reino de Dios; Jesús vivió desde su
experiencia original y recorrió un camino histórico para encontrar la expresión
de la voluntad del Padre: la praxis del amor a los más pobres como amor
preferencial y conflictivo.
Jesús también animó el proceso vocacional de sus discípulos, desde la primera
llamada hasta el envío misionero poco antes de la ascensión (Mt 28,16-20). Jesús «eligió a los que quiso» y
en el grupo de los elegidos coincidieron personas muy distintas; él les invitó a
la radicalidad evangélica y a formar comunidad para la misión.
El seguimiento vocacional de Jesús, entonces y ahora, tiene unas notas muy
específicas: relativizarlo todo por el Reino, que sea para13 siempre, en favor de
los más pobres y en gratuidad. La dinámica del seguimiento no es la de conocer
para seguir, sino la de seguirlo para mejor conocerlo y amarlo. Sólo es posible
permanecer en el seguimiento vocacional de Jesús si su persona, vida, mensaje y
causa enamoran nuestro corazón; únicamente así la renuncia y los esfuerzos se
viven en positivo y para dar cabida a la utopía del evangelio.
Sabemos que la vocación tiene estructura dialogal, llamada y respuesta; la
vocación es la iniciativa de Dios para una misión. Si la vocación es auténtica
ayuda a vivir, a realizarse. No es posible llegar a percibir la llamada de Dios
sin un conocimiento interno de la persona de Jesús en la oración contemplativa y
en la praxis del seguimiento; elegir es ante todo ser elegido por el estilo de
vida de Jesús y su proyecto liberador.
3. PASOS EN
EL DISCERNIMIENTO VOCACIONAL. a)
La iniciativa en la llamada vocacional parte de Dios (Le 5,10). Se inicia la
andadura vocacional cuando el creyente percibe que su proyecto de vida tiene que
ver con el proyecto de vida de Jesús. No se trata de tener fe, sino de que toda
la vida esté en referencia a él y a su causa.
b) La seducción de Cristo (Flp
3,8). Supone que la persona de Jesús aparece como lo más importante, como la
novedad que recrea y resitúa todas las cosas. Produce el efecto de descentrar a
la persona de sus egoísmos e intereses para abrirle un horizonte nuevo.
c) La vocación se vive en el mundo, sin ser del mundo,
para transformar el mundo (Jn 17,15). La vida cristiana
se entiende como un estilo alternativo de vida, basado en los valores del
evangelio: ser, servir y compartir. La sociedad suele moverse, en gran parte,
por los intereses del tener, dominar y competir. La confrontación de uno y
otro estilo lleva al conflicto y a la praxis transformadora de la realidad.
Las dificultades no se pueden superar sin la ayuda de la gracia, el
discernimiento de lo bueno y la toma de partido.
d) «Los gritos de los más pobres»
(GS 1). Cuando lo que sucede a nuestro alrededor
deja de percibirse ingenuamente, algo importante ha ocurrido en la conciencia.
La capacidad crítica iluminada por la fe nos permite descubrir las causas del
mal y hacer de la propia vida una respuesta liberadora. Los sufrimientos y las
penas de los marginados no nos dejan indiferentes, pues a través de ellos
percibimos la misma voz de Dios que llama y envía.
e) La llamada relativiza todo lo que no es Dios y la justicia
de su reino (Mt 19,21). El
seguimiento de Jesús como llamada vocacional nos invita a quitar del corazón
todo lo que nos impida responder de forma pronta, libre y generosa. Cada
vocacionado verá los autoengaños que le acechan a la hora de discernir y de
tomar opciones. Los principales autoengaños son: no vivir la fe como llamamiento personal,
entender la radicalidad del evangelio como algo optativo, no sentirse urgido
por las necesidades de los más pobres, querer tener plena claridad intelectual
para tomar decisiones, miedo a elegir por cerrar otros caminos y reservarse
facetas de la vida al margen de los planteamientos creyentes.
f) La vivencia de la vocación consiste en la identificación
con Cristo (Gál 2,20). Cuando
Pablo exclama «y ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí», siente la
seducción de Cristo y el corazón inflamado por el amor a todos los
hombres. La confianza absoluta en Dios Padre misericordioso y la
identificación gozosa con la cruz desde el servicio humilde es lo único que da
las fuerzas necesarias para responder a la llamada de Dios con constante
fidelidad.
g) Con Cristo resucitado,
cabeza y primogénito de la nueva humanidad. Cristo
resucitado, cabeza de la nueva humanidad y primogénito de los hermanos, va
haciendo camino. ¿Cómo continuar su misión? ¿Cómo servir más y mejor a su
causa? La respuesta a estos interrogantes vocacionales son posibles desde la
experiencia de que el Resucitado está presente y actuante en medio de nosotros
como primicia.
h) «Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo»
(Mt 28,20). La presencia del Señor es
para que nos animemos a vivir del amor, de la entrega y la gratuidad.
Construir el reino de Dios en este momento supone una forma nueva de ver y
hacer. Ser testigos y enviados hasta el extremo del orbe para construir la
fraternidad. Las vocaciones cristianas son misioneras,
pues son servicio fraternal a todos los hombres y mujeres, empezando por los más
pequeños y sencillos. El vocacionado sabe que Dios nunca le fallará y que
siempre será para él sostén y fuerza .
NOTAS: 1 J. SAHAGÚN LUCAS, El hombre, ¿quién es? Antropología cristiana,
Atenas, Madrid 1988; J. A. GARCÍA-MONGE, Estructura antropológica del
discernimiento espiritual, Manresa 61 (1984) 137-145. -2 R. MERCIER, Aspectos históricos de
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pastoral, Confer 80 (1982) 661-683. — 8 J. SASTRE, El acompaña-miento
espiritual, ose., 107-114. — 9 Ib, 65-67 y 75-88. — 10
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consagrada, Publicaciones Claretianas, Madrid 1989; Acompañamiento
espiritual en la formación para la vida religiosa, Publicaciones
Claretianas, Madrid 1983, 8.
Jesús Sastre
García
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