lunes, 9 de septiembre de 2013

Alfarero.


La alfarería o el arte de fabricar vasijas de barro, amasado con las manos o con los pies, modelado en el torno o en la rueda y cocido en el horno, es una de las formas más antiguas de fabricar objetos. No hay duda de que los hebreos usaron vasijas y recipientes de barro tanto en su marcha por el desierto como durante su estancia sedentaria en Palestina.
Ya el libro del Génesis presenta a Dios, de un modo plástico y catequético, modelando al ser humano de un trozo de arcilla (2,7). Igualmente los profetas y sabios hacen del alfarero la imagen de la soberanía divina sobre las criaturas (Is 29,16; 45,9; 64,7; Jer 18,2-7; Si 33,13). En los monumentos egipcios, lo mismo que en muchos textos bíblicos, se describen minuciosamente la técnica y procedimiento empleados en el arte de la alfarería (Jer 18,1-4; Si 38,29; Sap 15,7). Célebre es la interpretación paulina, apoyada en la metáfora del alfarero y la vasija de barro: «¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios?» (Rom 9,20-21).
Según el primer libro de Crónicas 4,23 había en Jerusalén un establecimiento real de alfareros, de cuyo emplazamiento y de los cascotes de arcilla arrojados allí, tal vez recibió el nombre de Campo del Alfarero. El Campo del Alfarero, en el valle de Hinnon, al sur de la piscina de Siloé, habría cambiado el nombre, según la explicación cristiana, por el de Haceldama (Campo de Sangre), porque los sacerdotes judíos lo compraron con las monedas de la traición de Judas, que, por ser precio de sangre, no podían ingresar en el tesoro del Templo (Jer 19,2s; Mt 27,7,10).
Carlos de Villapadierna

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