lunes, 9 de septiembre de 2013

Altar. Teología Bíblica.

Nombre y significación. El a. es una superficie horizontal y plana, en forma de mesa, un tanto elevada sobre la tierra, qué está destinada al sacrificio. Puede ser de tierra, madera, piedra o metal. En el A. T., el a. es llamado mizbbeah, «lugar sobre el cual se sacrifica», de la raíz z¿ibáh, «sacrificar, inmolar» (Gen 8, 20; Lev 1, 9.13). Los Setenta traducen el término hebreo por las expresiones zytérion, zygiastérion. Este último término griego se emplea también en el N. T. para designar el a. En el A. T. se emplea a veces la palabra bámáh, «altura», pero, de ordinario, esta expresión está reservada para designar los altares y los lugares de culto idolátricos (Lev 26, 30; 1 Reg 11, 7; 2 Reg 23, 8 ss. 15.19; Is 36, 7). El libro de Ezequiel (43, 15 ss.) llama al a. ari'el. También se dice sulhán, «mesa» (Ez 41, 22; Mal 1, 7.12).
      El altar en el Antiguo Testamento. El primero del que nos habla la Biblia es el de Noé (Gen 8, 20). Sin embargo, el uso del a. debe de ser de época muy anterior (Gen 4, 3 ss.). Abraham edificó altares conmemorativos en Siquem (v.), Betel (v.), Mambré y uno para sacrificar a su hijo Isaac (Gen 12, 7 ss.; 13, 4.18; 29,9). También Isaac edificó en Bersabé un a. conmemorativo (Gen 26, 25) y Jacob en Betel (Gen 28, 18; 35, 14). Todos estos a., así como los de los tiempos primitivos, estaban construidos al aire libre, bajo los árboles o en la cima de las colinas y de los montes (Gen 22, 2.9; Ez 18, 6.15), con piedras sin tallar o con terrones y quizá sin ornamento. Así, p. ej., una de las prescripciones mosaicas más antiguas (Ex 20, 2426) establece que el a. sea sólo de tierra o de piedras sin tallar y que el acceso a 61 no tenga gradas. Primitivamente estaba permitido levantar a. en todos los lugares en que los israelitas querían honrar a Yahwéh: tenemos noticia de a. erigidos sobre el monte Ebal (los 8, 30), a orillas del Jordán (los 22, 9 ss.), en Ofra (Idc 6, 11.24 ss.), en Siquem (los 24, 26 ss.), en Mispá (1 Sam 7, 9), en Rama (1 Sam 7, 17), etc. Por la historia de Salomón sabemos que en Gabaón existía un lugar de culto con a. en donde se ofrecían sacrificios (1 Reg 3, 4; 1 Par 16, 39). Durante casi todo el periodo monárquico subsistieron a. y sitios de culto en los lugares altos (1 Reg 15, 14; 22, 44). Todos estos a. estaban dedicados al culto del verdadero Dios. Pero también los israelitas erigieron, en diversas circunstancias, a. a divinidades idolátricas: en el Sinaí, al becerro de oro (Ex 32, 16); bajo los reyes, se multiplicaron los a. idolátricos: se dedicaron al dios ammonita Moloc y al dios moabita Kamos, al dios Baal (v.) y a Astarté (v.) (1 Reg 11, 5.7; 16, 3.32; 23, 13; 2 Reg 10, 18 ss.; 11, 18) así pecaron y ponían en grave peligro la pureza del yahw4smo (V. SANTUARIO; LEVÍTICO).
      Los a. israelitas del culto legal eran dos: el de los holocaustos y el del incienso. Ambos existieron en el tabernáculo del desierto y posteriormente se encontraban también en el templo de Salomón. El altar de los holocaustos era, según Ex 27, 18; 38, 17, de forma cuadrada y de madera de acacia revestida de bronce, con una altura de 1,50 m. y anchura y longitud de 2,50 m. Los cuatro ángulos superiores terminaban en cuatro prominencias o cuernos de bronce que formaban cuerpo con el resto del a. (Ex 27, 2). Estos «cuernos» parece que simbolizaban la fuerza y la omnipotencia divinas. Por eso, en los sacrificios se los rociaba con la sangre de las víctimas. El que se refugiase en el templo y se agarrase a los cuernos del a., por muy criminal que fuese, era considerado como inviolable (1 Reg 1, 50; 2, 28), a no ser que se tratase de un homicidio voluntario (Ex 21, 14; v. vENGANZA). Bastaba que uno de los cuernos del a. se rompiese para que el a. perdiera su carácter sagrado (Am 3, 14). El a. de los holocaustos estaba rodeado en su parte superior por un rebordillo, karkób (Ex 27, 5), para evitar que cayeran al suelo las cosas que se ponían encima. Sólo lo podían tocar los sacerdotes (Ex 29, 37; 30, 29). Estaba colocado en medio del atrio del tabernáculo (Lev 4, 18), y se subía a 61 por una rampa (Lev 9, 22).
      Sobre dicho a. debía arder continuamente el fuego sacrificial (Lev 6, 2), y sobre 61 se ofrecían los sacrificios sangrientos, es decir, el holocausto, en el que toda la víctima era quemada sobre el a.; los sacrificios pacíficos o de acción de gracias, en los que sólo se quemaban sobre el a. las partes grasas del animal ofrecido (Lev 3, 5); y los sacrificios por el pecado y por el delito (Lev 4, 10.18 ss.; 7, 2). Todas las mañanas y tardes se ofrecía en él un sacrificio como ofrenda regular y oficial de Israel a su Dios. Era «el holocausto perpetuo» de que nos hablan los Libros sagrados (Num 28, 3 ss.). La sangre de las víctimas, después de rociar los cuernos del a., era derramada a los pies del mismo (v. SACRIFICIO II).
      El a. de los holocaustos del Sinaí, y probablemente todos los que se construyeron después, se consagraron con un ritual solemne. Se ungió el a. con óleo santo y después se hicieron siete aspersiones con la sangre del sacrificio por el pecado. Este rito se repitió durante siete días (Ex 29, 12 ss.; 36 ss.; 30, 25 ss.; 40, 9 ss.; Lev 8, 10 ss.). Después de esta ceremonia, el a. se inauguró con una serie de sacrificios que duraron 12 días, durante los cuales los jefes de cada tribu ofrecieron en sacrificio numerosas víctimas (Num 7, 1084). Desde entonces se estableció que todos los sacrificios tenían que ser ofrecidos sobre el a. de los holocaustos.
      Más tarde, cuando Salomón (v.) construyó el templo de Jerusalén (v. TEMPLO II), el a. de los holocaustos, llamado frecuentemente «el a. de bronce» (1 Reg 8, 64; 2 Reg 16, 14 ss.), conservó su puesto en el atrio que estaba delante del vestíbulo del templo, o sea, en el atrio interno (Ioel 2, 17), las dimensiones del a. construido por Salomón eran mucho mayores, pues así lo exigía la abundancia de los sacrificios (1 Reg 8, 64; 2 Par 4, 1). Se subía a 61 por una rampa dividida en tres series de peldaños (cfr. Ez 43, 17).
      El altar del incienso o de los perfumes se llamaba así porque estaba destinado a la oblación y a la combustión de los perfumes en honor de Yahwéh (Ex 30, 110). Era de madera de acacia revestida de oro y terminaba en un reborde también de oro que impedía la caída de los perfumes y de las brasas. Sus proporciones eran pequeñas: medio metro de largo y de ancho y un metro de alto (Ex 39, 38; 40, 5.26). Los cuatro ángulos terminaban también en cuatro «cuernos». Fue consagrado con óleo (Ex 30, 25 ss.), y estaba colocado en el interior del tabernáculo, en el Santo, entre el candelabro de siete brazos y la mesa de los panes de la proposición (Ex 30, 6). Sobre 61 se quemaban aromas en honor de Yahwéh por la mañana y por la tarde (Ex 30, 7 ss., 3136) y sobre sus «cuernos» se ejecutaba un solemne rito de expiación (Ex 30, 10; Lev 4, 2 ss.). En el templo de Salomón, el a. del incienso fue construido con madera de cedro y revestido de oro; por eso se le llama «a. de oro» (1 Reg 7, 48). También existía este a. en el templo de Zorobabel (1 Mac 1, 23; 4, 49; 2 Mac 2, 5) y en el de Herodes el Grande.
      El a. por excelencia para todo israelita era el de los holocaustos, que constituía como el símbolo de todo el culto del A. T. El construido por Salomón fue profanado posteriormente varias veces, sobre todo en tiempo del rey Ajaz (742727), que edificó como a. en el atrio del templo, de forma pagana, y relegó a un lado el a. de los holocaustos (2 Reg 16, 10 ss.). El rey Ezequías lo debió volver a colocar en su sitio (2 Reg 18, 46). Manasés (692642) también profanó el a. de los holocaustos, pero más tarde se arrepintió y lo restableció en su lugar primitivo (2 Reg 21, 4 ss.; 2 Par 33, 4 ss. 16). Cuando los ejércitos de Nabucodonosor II (v.) se apoderaron de Jerusalén e incendiaron y profanaron el templo, también el a. de los holocaustos fue profanado y destruido (2 Reg 25, 9.13 ss.). Al retorno del destierro, los judíos reedificaron el a. de los holocaustos según la antigua legislación (Esd 3, 26; cfr. Ex 27, 18). Antíoco IV Epífanes volvió a profanarlo de nuevo (1 Mach 1, 23.57; 4, 38). Judas Macabeo lo hizo demoler y en su lugar levantó otro con piedras nuevas sin labrar, conforme lo prescribía la Ley (1 Mach 4, 47), inaugurándolo solemnemente e instituyendo la fiesta de la Dedicación. Posteriormente parece que el a. de los holocaustos no sufrió modificaciones importantes. En el templo de Herodes el Grande se conservó el existente, aunque tal vez se haya agrandado un tanto (cfr. Flavio Josefo, De Bello judaico, 5, 5, 6).
      El altar en el Nuevo Testamento. El a. de los holocaustos, en unión con el templo de Jerusalén, tenían una extraordinaria importancia para los judíos, pues eran como el símbolo de su fe y de su vida religiosa. Jesucristo alude también al a. de los holocaustos en el Sermón de la montaña (Mt 5, 23 ss.), y cuando nos dice que los judíos tenían la costumbre de jurar por el a. y por el templo (Mt 23, 18). Jesús y los Apóstoles frecuentaban el templo, pero parece que se abstuvieron de ofrecer sacrificios. En todo caso, lo que para Jesús y los Apóstoles tenía importancia era la religión interior y espiritual. En adelante, Dios, que es espíritu y está en todas partes, no puede consentir que su culto se limite a un solo lugar. Dios hará que sea adorado en todas partes, pues ha de serlo «en espíritu y en verdad» (lo 4, 24). Jesucristo sustituyó el sacrificio cruento del templo de Jerusalén por el de su vida y muerte en la cruz, ordenando a los Apóstoles en la Última Cena su perpetuación y aplicación a través del sacrificio incruento de la Eucaristía (v.), que diariamente se ofrece en miles de a. por toda la tierra.
      S. Pablo llama al a. Zysiasterion y trapedsakyriou, «mesa del Señor» (Heb 13, 10; 1 Cor 10, 21). Esta segunda expresión cayó pronto en desuso, permaneciendo sólo la primera. La mesa del Cenáculo (v.) sobre la que
      Jesús celebró la última Cena (v. CENA DEL SEÑOR) era posiblemente de madera. Por ese motivo, o por simples razones prácticas (p. ej., traslados en caso de persecución), los primeros cristianos se sirvieron en general de mesas de madera para celebrar la Eucaristía. Para S. Pablo, como para todo cristiano, el verdadero a. es el mismq Cristo inmolado por quien ofrecemos nuestras súplicas a Dios. De ahí que la epístola a los Hebreos (13, 10) diga que «no es lícito que coman de este a. los que sirven al tabernáculo». El hagiógrafo contrapone aquí el a. cristiano al tabernáculo judío. Los que sigan sirviendo a la Antigua Alianza, que es sombra de la Nueva Alianza, están excluidos de la participación en el a. que es Cristo. El Apocalipsis nos habla del a. celeste que vio Juan (Apc 6, 9; 8, 3 ss.; 9, 13; 14, 18; 16, 7), el cual, por la forma y el uso, se ve que está calcado del a. del incienso del A.T. Un ángel derramaba perfumes sobre el fuego que ardía en él (Apc 8, 3), perfumes que simbolizaban las oraciones de los santos. La liturgia latina de la Misa alude a este pasaje cuando el sacerdote pide a Dios que «por manos de su ángel las ofrendas sean presentadas sobre el altar del cielo, en presencia de la divina Majestad».
      V. t.: SACRIFICIO II; TEMPLO Il.
     

BIBL.: J. DE GROOT, Die Altüre des Salomonischen Tempelhofes «Beitráge zur Wissenschaft vom Alten (und Neuen) Testament», Leipzig 1924, 6164; K. GALLING, Der Altar in den Kulturen des alten Orients, Berlín 1925, 1320; J. Hi1NEL, Der Altar Salomos «Theologische Studien und Kritiken» 107 (193637) 195209; E. KALT, Archeologia Biblica, 2 ed. Turín 1944. 109 ss.; l. J. STAMM, Zum Altargesetz im Bundesbuch (Ex 20,24), «Theologische Zeitschrift» 1 (1945) 304306; A. FERNÁNDEz, Geographica. El Gran Bamah de Gabaón, en Miscellanea Biblica Ubach, Montserrat 1953, 137145; J. CARMIGNAc, Vutilité ou 1'inutilité des sacrifices sanglants dans la Regle de la Communauté de Qumrán, «Rev. Biblique» 63 (1956) 524532.
JOSÉ SALGUERO.

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