martes, 10 de septiembre de 2013

Anciano. Catequesis de la Tercera Edad.

SUMARIO: I. Una opción pastoral. II. Motivaciones y realizaciones: 1. Razones y significado de esta opción pastoral; 2. Realizaciones de la catequesis con la tercera edad. III. Necesidades fundamentales de las personas mayores. IV. Experiencias que deben cultivarse. V. La catequesis en la tercera edad: 1. El sujeto de la catequesis y sus objetivos en la tercera edad; 2. Contenidos de la catequesis, según etapas; 3. Una pedagogía catequética apropiada; 4. «Vida ascendente», una respuesta eclesial.

I. Una opción pastoral
La Iglesia posconciliar ha tomado conciencia de que su misión es servir al hombre, de que el camino de la Iglesia pasa ineludiblemente por el hombre y de que sus preferencias se centran en los más necesitados, que en su mayoría, en nuestra sociedad, siguen siendo las personas mayores. Nos complace saber que la comunidad eclesial hace suyos a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón... Es la persona humana la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre; pero el hombre entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, quien centrará las atenciones pastorales de la Iglesia (cf GS 1 y 3).
Consecuente con estos principios, y refiriéndose a las personas mayores, el Directorio general para la catequesis nos advierte: «Las personas de esta edad, a veces consideradas como objeto pasivo, más o menos molesto, es necesario verlas como un don de Dios a la Iglesia y a la sociedad, a las que hay que dedicarles también el cuidado de una catequesis adecuada. Tienen a ella el mismo derecho y deber que los demás cristianos» (DGC 186).
La acción pastoral de la Iglesia al servicio de la persona mayor es acción, pero no se reduce a mera práctica. Interpreta su vida y sus problemas a la luz del evangelio y se compromete en la transformación de su mundo en reino de Dios. Para ello la Iglesia ha de ayudar a liberar a la persona mayor de cuanto le impide conseguir la verdadera libertad y felicidad, nacida de su condición de hija de Dios y hermana de las demás personas. Se aboga, pues, por una catequesis que responda a las necesidades y exigencias de la persona mayor. En una sociedad secularizada, donde la ignorancia, la pasividad y la indiferencia religiosa son lacras concomitantes (cf GS 19), «la evangelización es la tarea esencial de la Iglesia, su vocación y su identidad más profunda» (EN 14).
La preocupación de la Iglesia por la persona mayor nos viene expresada con voces diversas. Juan Pablo II nos dice: «Es necesario que se desarrolle en la Iglesia una pastoral para la tercera edad, en la que se insista en el papel creativo de la misma, de la enfermedad y la limitación parcial; en el valor de cada vida, que no termina aquí sino que está abierta a la resurrección y a la vida permanente. Con ello se hará una labor eclesial y se prestará un servicio a la sociedad, clarificando la escala de valores humanos» (Juan Pablo II en España. Discursos y homilías).
En esta misma dirección, la Comisión episcopal de enseñanza y catequesis invita a dar respuesta a las necesidades pastorales de la colectividad, cada vez más numerosa, de las personas de la tercera edad: «Al abrirse esta tercera y definitiva fase de la vida humana, la Iglesia debería ofrecer la posibilidad de que los cristianos de edad avanzada ahondasen en los cimientos de su fe para poder vivir con la mayor plenitud cristiana posible este período muchas veces largo todavía de la vida. Hay que tener en cuenta que, para no pocos, esta catequesis constituye, tal vez, la fundamentación cristiana, personal y consciente que no tuvieron o el encuentro primero con el Dios vivo que, sin saberlo, siempre buscaron» (CC 251).
Por eso «se ha de tener en cuenta la diversidad de situaciones personales, familiares, sociales; en particular, la situación de soledad y riesgo de marginación. La familia cumple una función primaria, porque en ella el anuncio de la fe puede darse en un clima de acogida y de amor que confirman, mejor que ninguna otra cosa, el valor de la Palabra. En todo caso, la catequesis de los ancianos, mejor dicho, mayores, ha de asociar al contenido de la fe la presencia cordial del catequista y de la comunidad creyente. Por lo que es deseable que los ancianos participen plenamente en el itinerario catequético de la comunidad» (DGC 186).
La Iglesia no se cansa de recordar que «quienes con la ayuda de Dios han acogido el llamamiento de Cristo y han respondido libremente a él, se sienten, por su parte, urgidos por el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la buena nueva... Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración» (CCE 3). Los esfuerzos realizados en la Iglesia por ayudar a los hombres a creer que Jesús es el hijo de Dios, a fin de que, por la fe, tengan vida en su nombre y para educarlos e instruirlos en esta vida y construir el cuerpo de Cristo (CT 1, 2) reciben distintos nombres: el primer anuncio del evangelio o predicación misionera para suscitar la fe y la catequesis, que «comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana» (CCE 5).

II. Motivaciones y realizaciones
1. RAZONES Y SIGNIFICADO DE ESTA OPCIÓN PASTORAL. La Iglesia es madre de los hombres y son múltiples y obvias las razones que la urgen a sembrar el evangelio y a servirlo en los más variados contextos sociales. Entre otras razones cabe destacar las siguientes:
a) Motivos de arden sociocultural. El incremento acelerado del número de personas mayores en nuestra sociedad representa una nueva y específica tarea pastoral de la Iglesia. La situación de pobreza, y hasta de miseria, suscita en la madre Iglesia un profundo dolor, pues «una multitud ingente de hombres y mujeres ancianos sufren el peso intolerable de la miseria» (SRS 13b). La falta de actualización cultural y el pluralismo ideológico y religioso en una sociedad secularizada, el desconocimiento de sus derechos y deberes en la sociedad y en la Iglesia y el predominio de la productividad y el consumismo, como valores prioritarios en nuestra sociedad materialista, nos permiten poder afirmar que solamente vale lo que produce y quien produce. Miradas así las cosas, envejecer pasa a ser una realidad siniestra, de modo que se puede afirmar: es posible que nadie quiera decirlo, pero en nuestra sociedad de consumo sobran los viejos y molestan las tres virtudes teologales. La obra evangelizadora de la Iglesia tiene, en este vasto campo de los derechos humanos, una tarea irrenunciable: manifestar la dignidad inviolable de toda persona humana. En cierto sentido, como recuerda el Directorio general para la catequesis, es la «tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los laicos, están llamados a prestar a la familia humana. La catequesis ha de prepararles para esa tarea» (DGC 20).
b) Razones de índole antropológica y psicológica. «La última crisis del ciclo vital de la persona se caracteriza por la lucha y dialéctica entre una búsqueda de integridad y un sentido de desesperación y disgusto» (E. H. Erikson). La persona mayor experimenta limitaciones físicas y psíquicas, el sentimiento de inadecuación, la desestima personal, la pérdida de categoría y consideración social, al llegar la jubilación; la ausencia de personas significativas y el valor para encarar la propia muerte. Pero, al mismo tiempo, la última crisis del ciclo vital puede ser tiempo de gracia: realización serena de la propia identidad personal, fundamento radical de la vida, que ofrece motivos para la esperanza y razones para vivir y morir con paz y plenitud de sentido. Vivir es una vocación: «Antes de formarte en el vientre de tu madre te conocí» (Jer 15), y también morir es escuchar la llamada: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde el principio del mundo» (Mt 25,34). Gozosa invitación que ya recoge el salmista: «Al despertarme me saciaré de tu presencia» (Sal 17,15).
c) Razones de orden teológico-moral. Existe entre las personas mayores mucha ignorancia religiosa, debida a razones diversas: la falta de una catequesis adecuada a esa edad, el desconocimiento de sus necesidades e intereses religiosos, la falta de consideración y protagonismo en la comunidad cristiana... Añadamos, además, que en la cultura actual se da una persistente difusión de la indiferencia: «Son muchos los que hoy en día se desentienden de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan de forma explícita» (GS 21). He aquí alguna de «las causas de que una muchedumbre de bautizados estén totalmente al margen del Bautismo y no lo vivan» (EN 56). Por esto, urge en nuestra comunidad eclesial la voluntad efectiva de una opción firme por la catequesis de la persona mayor (CC 38). No sólo para ayudarles a vivir la última etapa de su vida con el gozo que procura la fe, sino también para ayudarles a ser elemento evangelizador decisivo para la renovación de la comunidad cristiana. Millones de hombres y mujeres de más de sesenta y cinco años no quieren ni pueden seguir siendo simples objetos de nuestras atenciones: quieren ser sujetos activos en servicio de la sociedad y de la Iglesia. «La evangelización encuentra en el terreno religioso-moral un campo preferente de actuación. La misión primordial de la Iglesia es anunciar a Dios, ser testimonio de él ante el mundo. Se trata de dar a conocer el verdadero rostro de Dios y su destino de amor y de salvación en favor de los hombres, tal como Jesús lo reveló. Para preparar tales testigos es necesario que la Iglesia desarrolle una catequesis que propicie el encuentro con Dios y afiance un vínculo permanente de comunión con él» (DGC 23), de modo que de esa unión brote la coherencia de vida con su fe y participe corresponsablemente de la misión de la Iglesia en el mundo y la toma de conciencia de las exigencias sociales que la fe viva comporta.
2. REALIZACIONES DE LA CATEQUESIS CON LA TERCERA EDAD. Un análisis de las realizaciones concretas de la catequesis con la tercera edad en la Iglesia actual arroja una gran variedad, felizmente incrementada los últimos años.
a) De modo poco sistematizado, encontramos formas de servicio a la educación de la fe de la persona mayor en el ámbito de la actividad litúrgico-sacramental: homilías en las eucaristías y celebraciones de la Palabra según los tiempos litúrgicos y en fechas de aniversarios; celebraciones de los sacramentos del perdón y de la unción de los enfermos...
b) Con carácter más formativo, se realizan encuentros periódicos, semanales o mensuales, cursillos, conferencias, seminarios sobre la fe; grupos de reflexión y oración, especialmente prodigados por el movimiento eclesial Vida ascendente, al que Juan Pablo II considera «como una fortuna para la sociedad, para la Iglesia y para la tercera edad» (P. Martín, Vida ascendente, 8).
c) En parroquias y residencias donde el movimiento Vida ascendente se ha implantado y sigue vivo y hasta pujante, se viene poniendo en práctica la catequesis ocasional y también la catequesis sistemática de inspiración catecumenal mediante materiales catequéticos como vida en plenitud (cf T. Gutiérrez). La Iglesia existe para evangelizar, esto es, para llevar la buena noticia a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad. Este y otros materiales quieren responder a la catequesis peculiar de la tercera edad y dar respuesta a la necesidad apremiante de evangelización o de una catequesis sistemática de inspiración catecumenal, o quizá, en algunos casos, de una formación permanente de la fe.

III. Necesidades fundamentales de las personas mayores
La evangelización misionera y catequética de la persona mayor habrá de conocer y tener muy en cuenta cuáles son las experiencias y necesidades específicas y fundamentales de la persona mayor, para que incida en su vida.
a) Necesidad de amar y ser amado. Todo ser humano, para seguir vivo y poder realizarse como persona, tiene necesidad de amar y sentirse amado por otras personas. Esta necesidad es propia de toda persona psíquicamente sana, y uno de los componentes más fuertes del obrar humano. «El hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible. Su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por eso precisamente, Cristo redentor revela plenamente el hombre al mismo hombre. En esta dimensión amorosa, el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su humanidad» (RH 10).
Afirmar que el hombre es imagen y semejanza de Dios (Gén 1,26), quiere decir que está llamado a vivir en comunión efectiva con otro: es la vocación al amor. Educar en la fe, es ayudar a potenciar en el otro sus cualidades, buscar su verdad y plenitud, pero abriéndose a los demás por su vocación divina a la alteridad, a la fraternidad. En lo recóndito de nuestra existencia vamos haciéndonos, gracias a los que nos aman, y también gracias a nuestros encuentros en amor y amistad con los demás. El amor de ida y vuelta es la experiencia incondicional por excelencia para que nuestra existencia madure excepcionalmente y en esa experiencia, iluminada por el evangelio, descubrimos el rostro de Dios revelado por Jesús y la fraternidad de su Reino.
b) Necesidad de producir y ser útil. Psíquicamente sana es la persona capaz de amar y trabajar en libertad. Y el trabajo responde a la necesidad apremiante, también de la persona mayor, de producir y sentirse útil. La realización permanente de uno mismo resulta imposible sin comprometerse de alguna manera en una actividad significativa. Y profundamente significativa puede llegar a ser la actividad de la persona mayor que se sabe colaboradora en la recreación y en la mejora del mundo. En efecto, el trabajo, todo trabajo, incluso el no remunerado, el voluntario, edifica en un grado u otro la sociedad, desarrolla la obra del Creador, sirve al bien de los hermanos y contribuye, de modo personal, a que se cumpla el proyecto de Dios en la historia. «Para el cristiano, el trabajo se inscribe en la historia de la salvación, en la construcción del reino de Dios» (LE 27).
c) Necesidad de ser uno mismo, original y creativo. La pastoral de la tercera edad, y dentro de ella la catequesis de inspiración catecumenal, intenta de inmediato que la persona siga siendo ella misma, sujeto activo de sus decisiones, de todo aquello que le permite ser más ella misma, más viva, más feliz, potenciando su realización personal. La originalidad más preciosa y rara del ser humano consiste en la consecución de una vida sana y gozosa, que depende de un continuo esfuerzo autocreativo que va del nacer al morir. Abarca el ciclo completo de la vida en continuo comenzar. En la raíz de toda vida humana plena está el hecho de aceptarse a sí mismo con sus cualidades y limitaciones. Pues bien, la catequesis de la persona mayor, en cuanto cristiana e inspirada en la ley de la encarnación, promueve este impulso al perfeccionamiento humano. El evangelio de Jesús y el Jesús del evangelio dará conciencia a la persona mayor de que su realización personal encierra un plus de dignidad al descubrirse hija amada de Dios y hermana de los demás seres humanos «en Cristo, el Hijo amado». En efecto, a los ojos de Dios, toda persona es valiosa, amable, original y digna de su amor incondicional de Padre. El secreto, pues, de la auténtica realización de la persona llegada a la tercera edad es descubrir ese valor personal y único de filiación y fraternidad, creer en él con fuerza, y realizarlo con decisión, mediante la ayuda del espíritu de Jesús, el Señor.
d) Necesidad de dar sentido a la propia vida. Exigencia insoslayable del corazón humano es dar significado a cuanto le rodea y le sucede en la vida, esto es, la necesidad imperiosa de comprender el sentido de las cosas, de las personas y de los acontecimientos. Tres ingredientes con los que toda persona construye su proyecto de vida. En la base de esta necesidad constitutiva de la persona mayor brotan frecuentes e insoslayables estas preguntas: ¿Qué sentido tienen mi vida y mi muerte? ¿Cuál es mi verdadero carnet de identidad personal? ¿Cómo realizarme para llegar a ser una criatura nueva? Preguntas que sólo la fe cristiana sabe responder. Y es que no basta vivir. Se necesita una razón que justifique y dé fuerzas para vivir la propia identidad personal, porque en la raíz de toda opción hay siempre un porqué. «La catequesis, al presentar el mensaje cristiano, no sólo muestra quién es Dios y cuál es su designio salvífico, sino que, como hizo el propio Jesús, muestra también plenamente quién es el hombre al propio hombre y cuál es su altísima vocación. La revelación, en efecto, no está aislada de la vida, ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al sentido último de la existencia y la ilumina, ya para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del evangelio» (DGC 116).

IV. Experiencias que deben cultivarse
Hay una tesis fundamental que afirma la sintonía que se da entre las experiencias profundas de la persona mayor y el mensaje cristiano. Para Jung, en la vida de los mayores existe un máximum de sentido que les capacita para vivir más intensamente su existencia. A su vez, K. Rahner afirma que la «idea de que el mensaje cristiano encuentra siempre y en todas las épocas gentes dispuestas a escucharlo pertenece a la naturaleza del mensaje mismo; pero esto quiere decir también que, constitutivamente, el mensaje habrá de tener en cuenta la situación interna y externa concreta del oyente». De ahí que el proceso catequético tienda a privilegiar aquellas experiencias que son nucleares para un hombre que vive la última etapa de su vida y en una situación determinada. «Todo proceso catequético de educación de la fe ha de saber conjugar lo nuclear del evangelio con las experiencias nucleares de los catecumenados. Se superará así la falsa dicotomía: catequesis vivencial y catequesis doctrinal, mediante un proceso de catequización que integre el evangelio y la experiencia» (CC 224). Experiencias nucleares son las que se exponen a continuación.
a) Experiencia de éxodo, liberación y plenitud. La persona mayor tiene conciencia aguda de sus propias limitaciones, esclavitudes y contradicciones internas. Surge ahí un deseo de salir de sí para encontrarse con la Luz. Búsqueda de más plenitud, capaz de reorientar la propia persona según las exigencias y necesidades más profundas del corazón humano. Es la experiencia significativa de san Agustín, compartida por tantas personas mayores: «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti». La fe brota del corazón, afectando a la persona por completo. «Al encontrar a Jesucristo y al adherirse a él, el ser humano ve colmadas sus aspiraciones más hondas: encuentra lo que siempre buscó y además de manera sobreabundante» (AG 13a).
b) Experiencia de conversión. Toda persona es un ser en comunión. Ha sido creada para vivir en armonía con su Dios, con los hermanos, consigo misma y con todo lo creado. Por el pecado se siente dividida en sí misma, separada de las otras personas y en guerra con la creación. La experiencia de conversión es salida de sí y superación del narcisismo para optar por la forma nueva de ser persona según Jesucristo, dentro de sus posibilidades y remitiéndose confiadamente a la divina misericordia, con toda humildad y jovialidad de espíritu. «La fe es un don destinado a crecer en el corazón de los creyentes. La adhesión a Cristo da origen a un proceso de conversión permanente que dura toda la vida. Quien accede a la fe es como un niño recién nacido que, poco a poco, crecerá y se convertirá en un ser adulto, que tiende al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo» (DGC 56).
c) Experiencia de mirada cristiana y compromiso liberador. El milagro transformador de la fe son los ojos nuevos, que convierten lo cotidiano en signo, en sacramento de la presencia de Dios, y sacramento de la presencia de uno mismo ante Dios. Los signos de los tiempos están ahí con un mensaje que ha de ser descifrado desde la persona de Jesucristo y su causa. En efecto, «la voz del Espíritu que Jesús, de parte del Padre, ha enviado a sus discípulos, resuena también en los acontecimientos mismos de la historia. Tras los datos cambiantes de la situación actual y en las motivaciones profundas de los desafíos que se le presentan a la evangelización, es necesario descubrir los signos de la presencia y del designio de Dios. Se trata de un análisis que debe hacerse a la luz de la fe, con actitud de comprensión. Valiéndose de las ciencias humanas, siempre necesarias, la Iglesia trata de descubrir el sentido de la situación actual, y en las motivaciones profundas de los desafíos que se le presentan a la evangelización, es necesario descubrir los signos de la presencia y del designio de Dios dentro de la historia de la salvación. Sus juicios sobre la realidad son siempre diagnósticos para la misión» (DGC 32).
d) Experiencia de apertura al misterio. La catequesis de la persona mayor tiene en cuenta la situación de fe del catequizando: habrá quien llegue a esta edad con una fe sólida y rica; otros con una fe débil, y no faltará quien llegue a la última etapa de su existencia con profundas heridas en su alma. «En cualquier caso, la condición de la persona mayor reclama una catequesis de la esperanza que proviene de la certeza del encuentro definitivo con Dios. Es siempre beneficioso para él y para la comunidad el hecho de que el anciano creyente dé testimonio de una fe que resplandece aún más a medida que se va acercando al gran momento del encuentro con el Señor» (DGC 187). Afortunadamente, una cierta coherencia consigo misma impulsa a la persona mayor a plantearse las grandes preguntas de sentido último. El Misterio y su propio misterio se le imponen en la medida en que vive con una cierta autenticidad, propia de su edad. Cuando un hombre se encuentra con Dios, no sólo fundamenta su finitud, sino que despierta lo más propio del espíritu finito, su nostalgia de eternidad. Hemos sido creados para él y sólo podremos saciarnos con su Rostro. Aquí es de capital importancia recordar con Pascal que «a Dios no lo conocemos sino por Jesucristo. Fuera de él, no sabemos ni lo que es nuestra vida ni nuestra muerte, ni Dios ni nosotros mismos» (Pensamientos, 73). De ahí la importancia, para toda persona mayor, de conocer a Jesucristo, de saber a Jesucristo hasta poder decir: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21).
e) Experiencia de comunión y misión. La persona humana es un ser en relación. Se realiza como persona en la medida en que se abre a los demás y entra en relación solidaria con ellos. La persona mayor encuentra en la comunidad un espacio privilegiado para actualizar, vivir y compartir su fe. En comunidad, todos sus miembros se hacen esta pregunta fundamental: ¿Cómo está Dios en este mundo concreto al que queremos llevar la buena noticia? ¿Cómo está y cómo quiere estar para que la persona mayor pueda vivir como hijo de Dios y como hermano de los demás hombres? La catequesis de talante catecumenal es una iniciación a la vida comunitaria, a la oración personal y con otros hermanos, a leer e interpretar juntos la Palabra, a interpelarse y animarse a vivir la fe... El papel de la comunidad en la catequesis de iniciación y en el proceso de conversión permanente es insustituible: «Para favorecer tal proceso, se necesita una comunidad cristiana que acoja a los iniciados para sostenerlos y formarlos en la fe. La catequesis corre el riesgo de esterilizarse, si una comunidad de fe y de vida cristiana no acoge al catecúmeno en cierta fase de su catequesis. El acompañamiento que ejerce la comunidad en favor del que se inicia se transforma en plena integración del mismo a la comunidad» (DGC 69).
Además, la comunidad es para la misión. Comunidad y misión son dos realidades que se implican. Y la comunidad para la misión se constituye según el modelo de la comunidad de los Hechos de los apóstoles: donde todos «tenían un solo corazón y una sola alma» (He 4,32). «El catecúmeno, en unión fraterna con los demás creyentes, va adentrándose de forma progresiva en lo que la Iglesia cree, vive, celebra y anuncia. En la catequesis, la misma Iglesia se va presentando a sí misma como realidad sacramental de salvación» (CC 253). Por otra parte, el aprendizaje de la vida comunitaria es esencial a la vida cristiana. Convivir, cooperar con los demás, sentir y simpatizar con los proyectos y preocupaciones de los otros es un deber que el cristiano ha de conservar toda la vida. «La presencia de la persona mayor en el seno de la comunidad es una bendición del cielo. Es la depositaria de una intensa experiencia de vida, lo que en cierto modo la convierte en catequista natural de la comunidad. Es, de hecho, testigo de la tradición de fe, maestra de vida y ejemplo de caridad. La catequesis valora esta gracia, ayudando a la persona mayor a descubrir de nuevo las ricas posibilidades que tiene dentro de sí; ayudándola también a asumir funciones catequéticas en relación con el mundo de los pequeños para quienes, a menudo, son abuelos queridos y estimados, y en relación con los jóvenes y los adultos. De este modo se favorece un rico diálogo entre generaciones dentro de la familia y de la comunidad» (DGC 188).

V. La catequesis en la tercera edad
1. EL SUJETO DE LA CATEQUESIS Y SUS OBJETIVOS EN LA TERCERA EDAD. El educador de la fe, después de saber cuáles son las necesidades más profundas de la persona mayor, se pregunta en qué situación humana y religiosa se encuentran los destinatarios de su acción catequética. «La catequesis de los ancianos debe estar atenta a los aspectos particulares de su situación de fe» (DGC 187). Aun admitiendo una multiplicidad de situaciones personales, el acompañamiento pastoral personalizado y comunitario de la persona mayor habrá de tener en cuenta tres situaciones particulares.
a) Los alejados de la fe, víctimas quizá de la ansiedad, el temor y la amargura; de la discriminación y, tal vez, del olvido de la propia Iglesia. En esta situación, se realizará una catequesis de talante misionero, también llamada precatequesis, pues no es infrecuente que «la persona mayor llegue a esta edad con profundas heridas en el alma y en el cuerpo: la catequesis le ayudará a vivir su situación en actitud de invocación, de perdón, de paz interior» (DGC 187).
Sus objetivos fundamentales son: descubrir los valores humanos propios y ajenos, encontrar la sintonía entre estos valores y la fe cristiana, a través de la presencia amorosa, el servicio desinteresado y el testimonio de vida del animador y de otros cristianos y cristianas. Sigue siendo válida la confesión: «Cuando hablo de Cristo, los hombres se alejan, cuando vivo de Cristo, se acercan». Superada esta situación, las personas mayores se homologan con las de la situación siguiente.
b) Los interesados en madurar su fe, fuertemente enraizada en el pasado, pero con vistas al futuro. Por ello, sienten la urgencia de una catequesis de inspiración catecumenal en sintonía con sus necesidades. Es la acción catequético-iniciatoria para los que optan por el evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación (DGC 49).
En razón de las personas a quienes se dirige la catequesis, esta seguirá conservando, en sus primeras reuniones, un talante misionero o precatequético, pero con una progresiva temática de catequesis que ahonde la conversión a la persona de Jesús y su evangelio, al mismo tiempo que se insistirá ya en el descubrimiento gozoso de pertenencia a la Iglesia (CC 173).
Entre los objetivos fundamentales de esta etapa señalamos: actualizar su fe en Dios, de modo que puedan vivir gozosamente su fe en él, como Padre de nuestro Señor Jesucristo y su propio Padre (CC 177); afianzar su confianza en Jesucristo y su fe en la comunidad eclesial; ayudarles a descubrir el sentido cristiano gozoso y servicial de esta última etapa de la vida; y a aceptarla como es, asumiendo el pasado sin amarguras y hasta con gratitud.
c) Los creyentes integrados en la comunidad cristiana. Esta etapa ya no es de catequesis, sino de formación permanente en la fe. Conviene advertir que las tres etapas no son cerradas: se reiteran siempre que sea necesario, ya que tratan de dar el alimento evangélico más adecuado al crecimiento espiritual de cada persona o de la misma comunidad (DGC 49).
Los objetivos propios para esta etapa comunitario-pastoral serán, entre otros, seguir madurando en su fe en el Resucitado y participar más activamente en la construcción del Reino en el entorno social, responsabilizándose de algunas acciones pastorales de la comunidad cristiana local y en la sociedad. El futuro de la evangelización está ligado a la creación de comunidades cristianas vivas, también entre los mayores, donde alimenten, revisen y compartan la fe.
2. CONTENIDOS DE LA CATEQUESIS, SEGÚN ETAPAS. La catequesis es una acción eclesial ofrecida a los mayores en unos años concretos de su vida, y en razón de las circunstancias personales que les ha tocado vivir. En un buen número de personas, quiere ser una catequesis orgánica y sistemática de esta etapa vital clave de la tercera edad, la que permite vivir de la única ilusión, cuando se van abandonando las falsas ilusiones que no llenan el corazón (CT 35). La catequesis podrá ser un proceso progresivo de reiniciación cristiana, es decir, en línea catecumenal (CC 83).
El catequista de la persona mayor tendrá en cuenta que la palabra de Dios es la fuente de la catequesis. De esa fuente tomará su mensaje. «La catequesis extraerá siempre su contenido de la fuente viva de la palabra de Dios, transmitida mediante la tradición y la Escritura, dado que la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen el único depósito sagrado de la palabra de Dios confiado a la Iglesia» (CT 27).
En la presentación del mensaje se recomienda tener presentes estos criterios: «El mensaje ha de estar centrado en la persona de Jesucristo; el anuncio de la buena noticia del reino de Dios, centrado en el don de la salvación, implica un mensaje de liberación. El carácter eclesial del mensaje remite a su dimensión histórica y el mensaje evangélico, por ser buena noticia destinada a todos los pueblos, busca la inculturación y se ha de presentar en toda su integridad y pureza» (DGC 97).
a) Etapa precatequética. Esta primera etapa se destina al estudio de los valores humanos, que han de ser vividos por las personas mayores. Desde estas experiencias positivas o valores, Dios llama a las personas a reconocerle a él y a su Hijo hecho Hombre, como fuente de estos valores y sentido de la vida humana. Efectivamente, para la persona mayor es fundamental vivir, con sentido, el último tramo de su camino; saber que la vida merece la pena vivirse con plenitud, a imitación de Jesús, que pasó por la vida haciendo el bien. Si, como advierte san Juan de la Cruz, «en la tarde de la vida, te examinan del amor», la persona mayor hará suyo el deseo: «Señor, no permitas que muera sin haber vivido y amado de veras».
b) Etapa catequética. Esta etapa se centra en lo nuclear de nuestra fe, tomando como centro la persona de Jesús, su obra y su mensaje de salvación. «Jesucristo no sólo transmite la palabra de Dios: él es la palabra de Dios. Por eso la catequesis –toda ella– está referida a Cristo» (DGC 98). El es centro de la historia de la salvación, la clave, el centro y el fin de toda la historia humana (GS 10). En Cristo, el Padre da una respuesta definitiva e irrevocable a los insoslayables interrogantes del hombre, en su situación concreta acerca de su presente y de su futuro destino. En Cristo, Dios Padre pronuncia un sí incondicional al hombre y al mundo (2Cor 1,19-20) e invita al hombre a la comunión total consigo (Jn 14,21).
c) Etapa de la vida de fe vivida en comunidad, dedicada a redescubrir la dimensión eclesial y sacramental de la vida cristiana. «El cristocentrismo de la catequesis conduce a la confesión de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La fe del cristiano es radicalmente trinitaria. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana» (CCE 234). A través de la reflexión común en una comunidad misionera y de su inserción en ella, como lo exige la catequesis de inspiración catecumenal, las personas mayores van a encontrar cabal respuesta a sus necesidades de plenitud personal, pues la persona se realiza plenamente en la medida en que se abre a los demás. Dios ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos (GS 24).
A lo largo de esta propuesta de valores humanos y del mensaje cristiano, se va sembrando la apertura a los demás y a la creación, sensibilizando para descubrir acciones capaces de transformar la sociedad e instaurar en nuestro mundo el reino de Dios.
La catequesis tiene un intrínseco carácter eclesial. «La catequesis no es sino el proceso de transmisión del evangelio tal como la comunidad cristiana lo ha recibido, lo comprende, lo celebra, lo vive y lo comunica de múltiples formas» (DGC 105).
3. UNA PEDAGOGÍA CATEQUÉTICA APROPIADA. Toda pedagogía –también la catequética– para responder creativamente a las necesidades de la persona –en este caso, de la persona mayor– ha de ser una pedagogía de base humana. Al estilo de Jesús, toda acción con los mayores estará impregnada de calor humano, de cercanía y escucha, de acogida y comprensión; será liberadora de cuanto impida a la persona mayor ser y sentirse libre y salvada: 1) Una pedagogía creativa, estudiada y planificada en equipo y con la participación de los mismos destinatarios. Es necesario, recordaba Juan Pablo II, que se desarrolle en la Iglesia una pastoral para la tercera edad, en la que se insista en el papel creativo de la misma (Juan Pablo II en España. Discursos y homilías, 23). Será creativa y actualizada, si estudia la realidad, marca los objetivos, planifica la acción, selecciona los medios y motiva su realización y revisión. 2) Una pedagogía activa y participativa. Que contrarreste la tendencia acentuada a la pasividad, propia de las personas de estas edades. La razón de este protagonismo está en que esta pedagogía quiere ser una forma de terapia ocupacional que organice adecuadamente los muchos tiempos de ocio, que les dé sentido y vida y que facilite la manifestación de los sentimientos íntimos en relación con Dios y con los hombres. 3) Una pedagogía vivencial o de comunicación profunda de su fe, personal y comunitaria, a través de encuentros de reflexión, de oración, de celebración de la Palabra y de compromiso. 4) Una pedagogía de análisis, de valoración y de transformación de la realidad conforme a los valores evangélicos.
4. «VIDA ASCENDENTE», UNA RESPUESTA ECLESIAL. Entre las diversas formas que puede tener la catequesis de la tercera edad, merece mención especial el movimiento seglar Vida ascendente. Es un verdadero movimiento del Espíritu para dar respuesta desde la fe a la vida y a la problemática de hombres y mujeres llegados a la edad de la jubilación. Nació como respuesta a los signos de los tiempos en una sociedad occidental en progresivo envejecimiento.
Entre los objetivos que se propone conseguir este movimiento eclesial, destacamos la denuncia profética de la sociedad pragmática que no valora el papel y la función de las personas mayores, condenándolas alegremente al aislamiento y la incomunicación; ignora conscientemente el valor creativo de la persona mayor, su bagaje de experiencia y su aportación generosa a la construcción de la sociedad y de la misma Iglesia, colaborando, desde su originalidad, en la extensión del reino de Dios. Es necesario recordar que, para la Iglesia, la persona mayor creyente suele ser testigo ejemplar de sabiduría, comprensión y amor, y depositaria de una intensa experiencia de Dios al servicio de la familia y la comunidad.
Vida ascendente se define como un movimiento seglar de Iglesia que, mediante su metodología propia, propicia la creación y animación de grupos de amistad entre los cristianos de la tercera edad. Se propone facilitarles el descubrimiento y constante desarrollo de la vida del Espíritu, e impulsarles, desde la exigencia de esa vida, a realizar todas aquellas acciones evangelizadoras con las que, según la vocación propia y los dones peculiares de cada uno, pueden ser colaboradores eficaces de la construcción, ya desde nuestra sociedad, de esos «cielos nuevos y tierra nueva en los que reine la justicia» (2Pe 3,13).

BIBL.: AA.VV., La tercera fase de la vida, Concilium 235 (Monográfico, mayo 1991); ARNUALD Y. A., Ensayo sobre fundamentos psicológicos de la comunidad, Atenas, Madrid 1986; CARAM L., Vive tu fe, Edibesa, Madrid 1985; DAVANZO G., Anciano, en DE FLORES S.-GOFFI T. (dirs.), Nuevo diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 1991^, 65-71; ERIxsON E. H., Los viejos, Dopesa, Barcelona 1987; FLÓREZ F. J.-LÓPEZ-IBOR J. M., Saber envejecer, Temas de hoy, Madrid 1990; GUARDINI R., La aceptación de sí mismo y las edades de la vida, Guadarrama, Madrid 1966; GUTIERREZ T., Vida en plenitud. Tema de catequesis para la tercera edad, San Pío X, Madrid 1992; LASANTA J., Diccionario de teología y espiritualidad de Juan Pablo II, Edibesa, Madrid 1996; MARTÍN P., Vida ascendente, la pastoral eclesial apuesta por la tercera edad, Autor-editor, Madrid 1983; MOVILLA S., Del catecumenado a la comunidad, San Pablo, Madrid 1983; SovERNIOO G., El proyecto de vida, Atenas, Madrid 1990; Juan Pablo II en España. Discursos y homilías, San Pablo, Madrid 1983^; VALERO M., Actividades para la enseñanza de la religión, PPC, Madrid 1992.
Toribio Gutiérrez Alonso

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