SUMARIO
I.
Introducción.
II.
Los animales en el plan de Dios:
1. Los animales en el contexto de la creación;
2. La historia de la salvación:
a) El animal, compañero de viaje del hombre,
b) La misericordia de Dios con los animales,
c) Los animales, instrumentos de bendición y de castigo;
3. Los tiempos escatológicos.
1. Los animales en el contexto de la creación;
2. La historia de la salvación:
a) El animal, compañero de viaje del hombre,
b) La misericordia de Dios con los animales,
c) Los animales, instrumentos de bendición y de castigo;
3. Los tiempos escatológicos.
III.
Los animales en la vida religiosa de Israel:
1. Contra la tentación de divinizar a los animales
2. Animales puros e impuros;
3. Los animales en el culto.
1. Contra la tentación de divinizar a los animales
2. Animales puros e impuros;
3. Los animales en el culto.
IV.
Los animales en el lenguaje simbólico:
1 . Imágenes y metáforas;
2. Símbolos religiosos;
3. Las potencias del mal.
1 . Imágenes y metáforas;
2. Símbolos religiosos;
3. Las potencias del mal.
V.
Conclusión.
I.
INTRODUCCIÓN.
Entre
todos los seres que componen el universo, el animal es el que más se acerca al
hombre. Desde siempre el hombre ha tenido que compartir con los animales o
disputarles a ellos su espacio vital. Por tanto, es natural que el animal haya
asumido respectivamente en relación con el hombre los rasgos del enemigo, del
amigo o simplemente del medio útil para alcanzar determinados objetivos. De aquí
se deriva igualmente el significado simbólico que se atribuye a determinados
animales debido a su forma y al papel que juegan en relación con los hombres.
En la Edad Media existían incluso libros llamados "bestiarios". donde
se señalaban las propiedades reales o simbólicas de los diversos tipos de
animales.
En
nuestros tiempos la progresiva desaparición de los animales feroces ha dado
origen a una nueva sensibilidad respecto a los animales, a los que se ve sobre
todo como amigos con los que hay que vivir y que hay que defender contra los
abusos y vejaciones. Por otro lado, los estudios de carácter ecológico han
subrayado la importancia de cada una de las especies animales para la conservación
del ambiente y de su equilibrio.
En
el contexto de esta nueva mentalidad surge espontánea la pregunta de
si la revelación reconoce a los animales cierta dignidad y cierto papel específico
en el plan salvífico de Dios y si asienta
algunos principios que exijan su defensa
respecto al hombre. No cabe duda de que la
Biblia no ofrece ninguna reflexión
explícita sobre los animales. Pero en ella se encuentran numerosas referencias
al mundo animal: a veces se considera al
animal en sí mismo, dentro del plan
salvífico de Dios; otras veces, por el
contrario, se habla del animal como de un
instrumento de Dios y del hombre en sus
relaciones mutuas; no faltan, finalmente,
casos en que los animales se convierten en
símbolos de realidades naturales o sobrenaturales. De la síntesis de todas
estas indicaciones dispersas por la Biblia se pueden deducir principios perfectamente
válidos para una correcta relación del hombre con el animal.
II.
LOS ANIMALES EN EL PLAN DE DIOS.
El
diálogo de la salvación tiene lugar
exclusivamente entre Dios y el hombre, pero
hace sentir su influencia sobre todo lo
creado, que está también afectado tanto por el pecado del hombre como por la
redención que Dios le ha concedido. Así pues, dentro del plan salvífico de
Dios es donde hay que buscar ante todo el significado y el papel que la
revelación asigna a los animales.
1.
LOS ANIMALES EN EL CONTEXTO DE LA CREACIÓN. Una reflexión explícita sobre el
puesto que se les reserva a los animales en el plan de Dios se encuentra
exclusivamente en los relatos que tienen por objeto los orígenes del mundo y
del hombre. El relato yahvista de la creación (Gén 2,4b-25), que es también
el más antiguo, habla de los animales inmediatamente después de haber narrado
el erigen del hombre, su colocación en el jardín de Edén y la prohibición
impuesta por Dios de comer de los frutos del árbol del conocimiento del bien y
del mal. Precisamente en este punto es donde Dios, para alejar al hombre de la
soledad en que se encuentra, decide darle una ayuda adecuada. Para ello modela
de la tierra todos los animales, todas las fieras de la estepa y todas las aves
del cielo, y los conduce al hombre, que les va imponiendo nombre; pero en
ninguno de ellos reconoce una ayuda adecuada para él (vv. 18-20). Entonces
Dios, empleando una costilla del hombre, modela a la mujer, en la que Adán
encuentra finalmente lo que Dios había proyectado para él (vv. 21-23).
De
este relato se deduce con claridad que los animales son superiores a todos los
demás seres inanimados y se acercan al hombre hasta el punto de que comparten
con él el apelativo de "seres vivientes" (lit. "almas
vivientes": cf Gén 2,7.19) y hacen sospechar que entre ellos podría el
hombre encontrar a alguien semejante. Pero al mismo tiempo aparece
inequívocamente la inferioridad y la sumisión del animal al hombre,
significadas en el hecho de que es éste el que les da nombre, mientras que su
soledad sólo encuentra remedio en un ser totalmente igual a él, salvada la
diferencia de sexo.
El
relato sacerdotal de la creación (Gén 1,1-2,4a) explica el origen de los
animales de una forma ligeramente distinta. El autor sitúa la creación de las
aves, junto con la de los animales acuáticos, que no se mencionan en el otro
relato, en el día quinto (obra sexta: vv. 20-22). A su vez, en el día sexto,
inmediatamente antes de la creación del hombre, se narra la creación de los
animales terrestres, distinguidos en tres categorías: ganados, reptiles y
bestias salvajes (obra séptima: vv. 24-25).
También
en el relato sacerdotal se subraya la semejanza de los animales con el hombre,
ya que también ellos son considerados como parte del gran mundo de "seres
vivientes" y reciben como el hombre una bendición que garantiza su
fecundidad; esta bendición se les confiere de modo directo a los peces y a las
aves, mientras que para los demás animales está incluida en la bendición
pronunciada por Dios al final del día sexto. Pero al mismo tiempo los animales
se presentan como claramente inferiores al hombre, ya que son creados antes de
él y con vistas a él, y son producidos sólo indirectamente por Dios en virtud
del poder que dio a las aguas y a la tierra; además, no llevan como el hombre
la imagen de Dios y están sometidos a su poder (vv. 26-28).
El
poder que tiene el hombre sobre los animales no incluye, sin embargo, según la
tradición sacerdotal, la facultad de matarlos y de alimentarse de su carne,
facultad que se les niega además a los animales respecto a los otros animales y
con mayor razón respecto al hombre; así pues, tanto el hombre
como los animales son vegetarianos (vv. 29-30). Este detalle pone de relieve la
profunda armonía que reinaba en la creación antes del pecado del hombre. La
facultad de matar a los animales y de comer su carne se le dio al hombre sólo
después del diluvio (Gén 9,2-3), como consecuencia de la violencia que había
causado la aparición de aquel terrible castigo (cf Gén 6,13). Pero a los
animales se les niega un poder análogo respecto al hombre (9,5). No obstante,
también para el hombre hay una restricción: Dios le prohíbe que coma la carne
que conserva su sangre (9,4), ya que ésta, por ser sede de la vida, sólo puede
ser usada con fines cultuales (Lev 17,11; Dt 12,16.23-25). Es ésta una forma
práctica de reconocer el poder absoluto de Dios sobre toda vida.
Finalmente,
la tradición sacerdotal incluye en la alianza establecida por Dios a través de
Noé no sólo a la humanidad, sino también
a los animales (Gén 9,9-11).
Los
dos relatos de la creación ponen de manifiesto, aunque de diversas maneras, una
verdad muy importante: los animales son inferiores al hombre y están sometidos
a él; sin embargo, proceden de Dios y, por el hecho de poseer la vida,
mantienen con él una relación especial que el hombre tiene que reconocer y
respetar.
2.
LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN. El lugar que los relatos de la creación reconocen
a los animales en el plan de Dios es el mismo que se vislumbra también en los
textos que trazan el desarrollo de la historia de la salvación. De ellos se
deduce que los animales están continuamente insertos en la tupida trama de
relaciones que vinculan el hombre a Dios, el cual, aunque los pone al servicio
de la humanidad y de su pueblo, muestra una atención especial por ellos y se
sirve de ellos como instrumentos tanto de bendición como de castigo.
a)
El animal, compañero de viaje del hombre. En la Biblia las vicisitudes
de la historia humana se entrecruzan a menudo con la vida de los animales con
los que conviven. En primer lugar impresionan los textos en que se subraya la
profunda semejanza y continuidad que existe entre el reino animal y el humano:
"La suerte de los hombres y la suerte de las bestias es la misma; la muerte
del uno es como la del otro; ambos tienen un mismo aliento; y la superioridad
del hombre sobre la bestia es nula, porque todo es vanidad. Ambos van al mismo
lugar; ambos vienen del polvo y ambos vuelven al polvo. ¿Quién sabe si el
aliento del hombre sube arriba y el de las bestias desciende bajo la
tierra?"(Qo 3,19-21; cf Sal 49,13.21). Tanto el hombre como el animal
volverían inmediatamente al polvo si Dios apartase de ellos su aliento (Job 34
14-15). Por la precariedad de su vida los hombres no son, por tanto, distintos
de los animales. Pero esto no quita que éstos sean claramente inferiores al
hombre y le estén sometidos (ef Sal 8,7-9; Si 17,4; Mt 12,12).
El
contacto tan estrecho que existe entre el hombre y los animales hace que entre
el uno y los otros se establezcan relaciones que asumen connotaciones diversas
según las circunstancias. A menudo se capta en las páginas de la Biblia el
miedo que suscita en el hombre el animal salvaje, que domina sin reservas en
donde el hombre está ausente o de donde ha sido eliminado (Éx 23,29; Dt 7,22;
Is 13,21-22; 34,11-15; Sof 2,14-15). A veces, por el contrario, el animal
representa para el hombre una ayuda preciosa, como sucede en el caso de Balaán,
salvado por su burra (Núm 22,22-35), de Jonás salvado por el pez (Jon 2,1.11)
o de Elías alimentado por los cuervos (I Re 17,6); o bien es el hombre el que
acude a socorrer a los animales, como sucedió con ocasión del diluvio (Gén
7,2-3.8).
Finalmente,
otras veces los hombres y los animales son solidarios del mismo destino, como
sucede también en el caso del diluvio (Gén 6,17; 7,23), de la matanza de los
primogénitos de Egipto (Ex 11,5; 12,29) o de la destrucción de una ciudad (Dt
13,16; cf 1Sam15,3;Jer21,6;Ez14,13);también puede ocurrir que, en caso de
pecado, los animales se asocien a la penitencia de los hombres (Jl 3,7-8).
b)
La misericordia de Dios con los animales. Los animales, aunque
normalmente están afectados por el destino del hombre, son también objeto de
una atención específica por parte de Dios. En efecto, Dios extiende a todos
los animales su providencia paternal y amorosa, dándoles el alimento y todo lo
que necesitan para su existencia (Job 38,39-39,30; Sal 36,7; 104,11-30; 147,9).
Jesús se refiere a esta intuición bíblica cuando afirma: "Mirad las aves
del cielo: no siembran ni siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre
celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?" (Mt 6,26; cf
Lc 12,24). Dios no sólo tiene piedad de los hombres, sino también de los
animales (Jon 4 11). Éstos, por su parte, se llenan de terror cuando se
desencadena la ira divina (Ez 38,20); junto con los hombres, son también ellos
llamados a alabar el nombre de Yhwh (Sal 148,10; cf Dan 3,79-81).
Suscitan
especial interés las normas de la ley mosaica relativas a los animales o que se
formulan en su favor. Los primogénitos de los animales están reservados para
Dios, lo mismo que los de los hombres (Ex 13,12-13). Los animales que trabajan
para el hombre están también sujetos a la observancia del sábado (Éx 20,10;
23,12; cf Dt 5,14); el año sabático, los frutos de la tierra están a
disposición no sólo de los pobres, sino también de los animales salvajes (Éx
23,11; Ley 25,7). Está prohibido el apareamiento de hombres y animales (Éx
22,18; Dt 27,21; Lev 18,23) y de animales de diversa especie (Lev 19,19).
Además,
no se pueden uncir al mismo carro animales de diversa especie (Dt 22,10); no es
lícito poner el bozal al buey mientras está trillando (Dt 25,4; cf 1Cor 9,9),
ni cocer al cabrito en la leche de su madre (Éx 23,19; 34,26; Dt 14,21), ni
matar el mismo día a una vaca o una oveja y a su cría (Lev 22,28). Se
recomienda aliviar al asno sometido a un peso excesivo (Éx 23,5), levantarlo si
se ha caído (Dt 22,4) y devolver a su amo el asno o el buey que se ha perdido (Éx
23,4; Dt 22,1-3). Cuando se encuentra un nido, está prohibido tomar a la madre
junto con sus polluelos o los huevos que está incubando (Dt 22,6-7). Existe
incluso el caso de un animal sometido a la pena de muerte, como el buey que mata
a una persona (Éx 21,28-32) o el animal con el que alguien ha cometido actos
sexuales (Lev 20,15-16).
Algunas
de estas normas, aunque realmente tuvieron origen en culturas muy diversas,
adquieren en la Biblia el significado de una protección de los animales querida
e impuesta por Dios, y sirven para inculcar en el hombre un sentimiento de
bondad y de moderación para con ellos (cf Prov 12,10).
c)
Los animales, instrumentos de bendición y de castigo. Dios
no sólo se interesa por los animales, sino que los llama a desarrollar una
función en sus relaciones con Israel, el cual, en virtud de la alianza, se ha
convertido en su pueblo predilecto. En efecto, a menudo los animales son
mencionados como instrumentos de los que Dios se sirve para otorgar sus bendiciones
en favor de su pueblo o para castigarlo en caso de infidelidad.
La
bendición divina incluye abundancia y fecundidad en el ganado que Israel
necesita, especialmente como instrumento de trabajo o como alimento (Dt 7,13-14;
28,4.11; 32,14; Sal 144,13); por eso la desaparición de los animales se mira
como un signo del castigo divino (Dt 28,18.31; JI 1,18; Os 4,3). También forma
parte de las bendiciones divinas la defensa de Israel contra los animales
feroces (Lev 26,6; Sal 91,11-13; Dan 6,17-23; 14,31-42; cf He 28,3-6), que, por
el contrario, se lanzan contra el pueblo en caso de infidelidad (Dt 28,26.42;
32,24; Lev 26,22; Jer 15,3). Como ejemplos de azotes provocados por los animales
se pueden recordar las mordeduras de las serpientes venenosas (Núm 21,5-7; cf
Sab 16,10), la invasión de las langostas (Am 4,9; 7,1-2; J1 1,4; 2,3-9; Ap
9,3-5) y el ataque de los leones (2Re 17,25-26).
Finalmente,
los animales son usados a veces por Yhwh para castigar a los enemigos de su
pueblo. Recordemos, por ejemplo, a los animales que intervienen contra los
egipcios (Ex 7,26-8,28; 10,1-20; cf Sab 16,19), los que actúan en contra de las
poblaciones cananeas (Éx 23,28; Dt 7,20; Jos 24,12; cf Sab 12,8) y los llamados
a devorar las carnes de los enemigos de Dios y de su pueblo (Ez 39,4.17-20; Ap
19,17-18.21). El libro de la Sabiduría afirma que los idólatras serán
atormentados por los mismos animales que adoraron (11,1516; 16,1).
La
historia de la salvación pone claramente de relieve que el animal está
sometido al hombre y representa un papel positivo respecto a él sólo si él se
somete a su vez a Dios; de lo contrario, el animal se subleva contra él para
destruirlo. Por consiguiente, el choque entre los animales y el hombre es una de
las muchas señales que manifiestan la
presencia del pecado en el mundo.
3.
LOS TIEMPOS ESCATOLÓGICOS. La tensión y el mutuo enfrentamiento que existen
entre los animales y el hombre se presentan en la Biblia como una realidad
provisional, que en los últimos tiempos está destinada a dejar su lugar a una
profunda armonía no sólo entre el hombre y Dios, sino también entre el hombre
y el reino animal.
En
el universo renovado desaparecerán los animales salvajes (Ez 34,25), o bien
-según otros textos se harán pacíficos: "El lobo habitará con el
cordero, el leopardo se acostará junto al cabrito; ternero y leoncillo pacerán
juntos, un chiquillo los podrá cuidar. La vaca y la osa pastarán en
compañía, juntos reposarán sus cachorros, y el león como un buey comerá
hierba. El niño de pecho jugará junto al agujero de la víbora; en la guarida
del áspid meterá su mano el destetado" (Is 11,6-8; cf 65,25); una vez
eliminada la violencia que ha corrompido al mundo, las animales salvajes se
harán de nuevo vegetarianos, como lo eran al principio (cf Gén 1,30), lo cual
será un signo del retorno a la armonía original.
La
reconciliación entre los hombres y los animales se presenta como el
cumplimiento de la alianza establecida un día con Noé: "Aquel día haré
en su favor un pacto con las bestias salvajes, con las aves del cielo y con los
reptiles de la tierra; romperé en el país arco, espada y lanza y haré que
duerman tranquilos" (Os 2,20). En el contexto de esta renovación final
también los animales darán alabanza a Dios por sus obras maravillosas,
realizadas en favor de su pueblo (Is 43,20).
La
esperanza de la reconciliación final del hombre con los animales encuentra su
cumplimiento anticipado, aunque parcial, en el NT: la convivencia de Jesús con
las fieras, después de su bautismo (Me 1,13), parece aludir realmente a la paz
paradisíaca anunciada por Isaías; la misma esperanza parece verificarse en el
hecho de que los discípulos, enviados por Jesús a predicar el evangelio en
todo el mundo, no podrán recibir daño alguno de los animales venenosos (Me
16,18; cf Le 10,19).
Al
final de este examen se puede concluir que en el plan divino, tal como está
trazado en la Biblia, el animal, a pesar de estar subordinado al hombre,
conserva cierta dignidad que el hombre tiene que respetar. Esta dignidad se
deriva en último análisis del don de la vida, que lo sitúa en el mismo nivel
que al hombre y lo pone en relación especial con Dios. La ferocidad de ciertos
animales es considerada como una consecuencia del pecado del hombre, destinada a
desaparecer cuando llegue a su cumplimiento el plan salvífico de Dios.
III.
LOS ANIMALES EN LA VIDA RELIGIOSA DE ISRAEL.
La
reflexión sobre el papel que los animales representan en el plan salvífico de
Dios camina a la par con $u utilización en la esfera del culto y en la de una
vida sometida a la voluntad divina. Son distintos los ambientes en que hacen su
aparición los animales, ejerciendo unas funciones que son a veces negativas y a
veces altamente positivas.
1.
CONTRA LA TENTACIÓN DE DIVINIZAR A LOS ANIMALES. La religión israelita se
desarrolló en un contexto cultural en el que la divinidad se asociaba
frecuentemente a determinados animales que, como el novillo o la serpiente,
ponían de relieve una característica específica, a saber: la de conferir la
fecundidad. Parece cierto que la estatua no era identificada con la divinidad,
sino que era considerada más bien como el lugar en donde la
divinidad se hacía presente entre los hombres. A través de la estatua los
hombres podían entrar, por consiguiente, en relación con la divinidad y
hacerse con su poder extraordinario.
En
el AT no sólo se prohibe la adoración de cualquier otra divinidad fuera de
Yhwh sino que llega a excluirse toda representación del mismo Yhwh: "No
vayáis a prevaricar haciéndoos imágenes talladas de cualquier forma que sean:
de hombre o de mujer,, de animales o de aves, de reptiles o peces" (Dt
4,16-18; cf Éx 20,4). Según la tradición deuteronomista, el simple hecho de
asociar a Yhwh con la estatua de un animal significaba ponerlo en el mismo nivel
que a las divinidades cananeas, cayendo así en un paganismo práctico no menos
peligroso que el teológico.
Israel
cedió con frecuencia a la tentación de representar a Yhwh bajo la forma de un
animal, sobre todo el novillo (Éx 32,1-6; 1Re 12,28-32; Os 8,5; 10,5; Sal
106,20) y la serpiente (2Re 18,4; cf Ez 8,10). Después del destierro la
adoración de imágenes de animales es vista como la característica de los
paganos (Sab 13,10.14), especialmente de los egipcios (Sab 15,18-19; 11,15;
12,24). Se contaba cómo Daniel había matado a un dragón considerado como una
divinidad (Dan 14,23-27) para poner en ridículo las creencias de los paganos.
Pablo describe de este modo la idolatría: "Cambiaron la gloria del Dios
inmortal por la imagen del hombre mortal, de aves, de cuadrúpedos y de
reptiles" (Rom 1,23).
2.
ANIMALES PUROS E IMPUROS. En la vida religiosa y social del pueblo de Israel
adquirió una importancia primordial la distinción entre animales puros e
impuros. Son considerados como impuros tanto los animales que no tienen la
pezuña partida y son rumiantes (o son considerados como tales), como los que,
teniendo la pezuña partida, no rumian. Sobre la base de esta regla, son
declarados expresamente impuros el camello, la liebre, el tejón y el cerdo. Los
animales acuáticos son impuros si no tienen aletas ni escamas; también son
impuras las aves de presa y los pájaros rapaces, así como los insectos alados
que caminan a cuatro patas, a excepción de las langostas, los saltamontes, las
caballetas y los grillos; y, finalmente, los reptiles, entre los que se enumera
también a los topos, la comadreja, el ratón, la tortuga, etc. (Dt 14,3-21; Lev
í l). Finalmente son también impuros los animales muertos de muerte natural o
que han sido matados por otros animales (Lev 17,15).
La
distinción entre animales puros e impuros se remonta para los autores de la
Biblia a los orígenes del mundo; en efecto, a Noé se le ordenó que hiciera
entrar en el arca siete parejas de animales puros y una sola pareja de animales
impuros (Gén 7,23=J). El verdadero origen de esta discriminación no se conoce:
se piensa generalmente que los animales impuros eran usados en el contexto de
cultos o de prácticas paganas, y que por eso eran excluidos del culto israelita
(cf Gén 8,20); se prohibió comer de sus carnes y tocar sus cadáveres.
Estas
prescripciones asumieron una importancia especial durante el tiempo del
destierro, cuando la abstención de ciertos tipos de carne fue considerada por
los israelitas como un medio dispuesto por Dios para mantenerse separados de los
pueblos en medio de los cuales vivían y que no tenían las mismas costumbres (cf
Lev 20,25-26; Dt 14,2-3). A continuación este uso se explicó de modo
alegórico, como un medio a través del cual se inculca una lección de
carácter moral (Aristeas 150-166).
En
el NT la distinción entre animales puros e impuros, con todas las consecuencias
que esto acarreaba en el terreno alimenticio, se fue eliminando progresivamente
(Me 7,15-19; He 10,9-16; cf Rom 14,14-20; Col 2, 16.20-21; 1Tim 4,3-4; Heb
9,10); a la luz de la salvación realizada por Cristo, resulta claro que sólo
la fe es capaz de reconciliar al hombre con Dios, frente al cual no existe
ninguna discriminación de personas (cf Gál 2,16; He 10,28) [l Comida III].
3.
LOS ANIMALES EN EL CULTO. Los animales en
el culto hacen sobre todo su aparición en los ritos en que se ratifica la
alianza. l Abrahán recibe de Dios la orden de tomar una ternera, una cabra, un
carnero, una tórtola y una paloma, de partirlos a todos ellos (menos a las
aves) en dos partes y de poner una parte frente a otra; luego Dios pasa por
medio de ellas bajo forma de fuego (Gén 15,910.17-18); se trata de un antiguo
rito imprecatorio mediante el cual los contrayentes, en este caso Dios
solamente, desean sufrir la misma suerte que los animales si no son fieles a los
compromisos adquiridos (cf Jer 34,18). l Moisés, por su parte, hace inmolar
unos terneros y derrama la mitad de su sangre sobre el altar y la otra mitad
sobre el pueblo (Éx 24,5-8), significando con ello la unión tan estrecha que
mediante la l alianza se ha llevado a cabo entre Dios e Israel, que se han
convertido así en partícipes de la misma vida, que está contenida en la
sangre (cf Lev 17,11). Según otro texto, Moisés ratifica la alianza mediante
un banquete consumido por los jefes del pueblo en presencia de Yhwh (Éx 24,11):
este rito es análogo al que tenía lugar en los sacrificios de comunión.
Los
sacrificios ofrecidos por los israelitas eran el holocausto, el sacrificio de
comunión y los sacrificios expiatorios (cf Lev 1-7). Los animales usados como
víctimas eran reses de ganado bovino
(terneros y bueyes) o de ganado lanar (ovejas y cabras). El rito se abría con
la imposición de manos sobre la víctima por parte del oferente, que con este
gesto reconocía que el animal era suyo y que lo dedicaba a la divinidad. Luego
se inmolaba la víctima y el sacerdote realizaba el rito de la sangre, que
consistía en aplicar la sangre a los objetos más sagrados del culto, es decir,
según los casos, el propiciatorio, el velo del santo de los santos, el altar
del incienso o el altar de los holocaustos; la finalidad de este rito era la de
significar la restauración de la comunión de vida con la divinidad,
interrumpida por el pecado. Finalmente, en los holocaustos se quemaba toda la
carne de la víctima en honor de la divinidad, mientras que en los otros
sacrificios se quemaba una parte, y la parte restante era consumida por los
sacerdotes; y en los sacrificios de comunión era también consumida una parte
por los oferentes como signo de comunión con Dios [l Levítico lI,1].
Junto
a los sacrificios normales hay que recordar también el rito del cordero
pascual, que después del destierro era inmolado en el templo y su carne era
consumida en las casas como-recuerdo de la salida de Egipto (Éx 12,1-11) [!
Pascua]. Finalmente, vale la pena recordar el rito del chivo expiatorio en el
"día de la expiación", que era cargado con los pecados del pueblo y
enviado luego a Azazel, en el desierto (Lev 16,20-22), como para significar la
eliminación del pecado del pueblo [/Levítico II, 4].
Dentro
mismo de la Biblia surgió una fuerte corriente de pensamiento en contra de los
sacrificios (Os 6,6; Am 5,22; Is 1,10-16; Sal 40,7-9; 50,815, etc.). Pero esta
corriente no se debe a un mayor respeto de los animales, sino más bien al hecho
de que los sacrificios se habían convertido en prácticas vacías y meramente
formales, a las que no correspondía ya la
fidelidad a Dios y la observancia de los mandamientos.
En
la religión hebrea, el hecho de que ciertos animales puedan ser ofrecidos como
don a la divinidad representa un reconocimiento de su dignidad y de su
importancia. Ellos no son divinidades ni pueden ser usados como imágenes de
Dios, pero son criaturas que Dios ha concedido al hombre para que éste pueda
remontarse a él a través de ellas.
IV.
LOS ANIMALES EN EL LENGUAJE SIMBÓLICO.
Los
animales aparecen con frecuencia en la Biblia como imágenes o símbolos de las
realidades más diversas, con las que el hombre entra en contacto, bien en su
vida cotidiana, bien en su experiencia religiosa.
1.
IMÁGENES Y METÁFORAS. El animal, en cuanto ser irracional, se convierte
fácilmente en símbolo de un comportamiento estúpido e irracional (Sa173,22;
Tit 1,12; 2Pe 2,12; Jdt 10; cf Dan 4,13); los enemigos son comparados pn una
manada de toros, de leones feroces o con una jauría de perros (Sa122,13-14.17);
un ejército invasor es descrito como una plaga de langostas (Jer 51,27; Nah
3,15-17); los fariseos son llamados raza de víboras (Mt 3,7;12,34; 23,33). La
serpiente, al ser una divinidad cananea hacia la que Israel se sintió atraído
con frecuencia, se convierte en el símbolo de la tentación (Gén 3); el
carnero o el macho cabrío, por su fuerza y vitalidad, se convierten en símbolo
del rey (Dan 8); un pueblo dividido es descrito como un rebaño sin pastor (Is
53,6; cf Me 6,34), y la destrucción de los enemigos de Israel, como una gran
hecatombe de animales para el sacrificio (Is 34 6-7; Ez 39,17-20). Los
sufrimientos de Pablo en Éfeso son representados como una lucha sostenida en el
circo contra las fieras (1Cor 15,32).
2.
SÍMBOLOS RELIGIOSOS. Son numerosos los símbolos religiosos sacados del mundo
animal. Resulta particularmente eficaz la representación de Yhwh como un león
(Os 5,14) que ruge desde Jerusalén (Am 1,2; Jl4,16; Jer 25,30). Israel, en
cuanto pueblo de Dios, es simbolizado a veces por la paloma (Os 7,11; 11,11; Sal
68,14; Is 60,8; Cant 2,14; 5,2; 6,9; 4Esd 5,2527); probablemente en el bautismo
de Jesús se aparece el Espíritu Santo en forma de paloma (Mc 1,10 par) para
significar que la obra a la que guiaría a Jesús habría de ser la reunión
escatológica del pueblo de Dios.
El
pueblo de Israel es representado igualmente como un rebaño que ha sido
conducido fuera de su camino por sus pastores, pero que algún día será guiado
por Dios mismo (Jer 23,1-3; 31,10; Ez 34,1-22; cf Zac 11,417; Sal 23); esta
misma imagen la emplea Jesús para indicar la misericordia de Dios, pastor
bueno, con los pecadores (Mt 18,12-14; Lc 15,3-7), y para designar la comunidad
de sus discípulos y el papel único que él desempeña dentro de ella (Lc 12
32; Jn 10,1-8; cf 21,15-17; Heb 13,20; 2Pe 2,25).
Otra
imagen sacada del mundo animal es la del cordero,
que se aplica al siervo de Yhwh debido a su
mansedumbre (ls 53,7; cf Jer 11,19) e, implícitamente
como víctima para el sacrificio (Is
53,10). A partir de la figura del siervo de
Yhwh se comprende la designación joanea de Jesús como cordero de Dios (Jn 1,29-36)
y como cordero degollado al que se le ha
concedido poder abrir el libro de los siete
sellos (Ap 5,6; 14,1). En el origen de esta
simbología quizá no haya que excluir una
referencia al cordero pascual, que era
símbolo de la liberación de Israel de
Egipto.
Recordemos,
finalmente, los cuatro animales que, según Ezequiel, transportan la carroza del
Señor (Ez 1,5-12): recuerdan a los karibu
asirios, seres con cabeza humana, cuerpo de león, patas de toro y alas de
águila, cuyas estatuas custodiaban los palacios de Babilonia. Las
características de estos cuatro animales vuelven a encontrarse en los cuatro
seres vivientes del Apocalipsis (Ap 4,7-8), que representan a los cuatro
ángeles que presiden el gobierno del mundo físico. La tradición ha visto en
ellos los símbolos de los cuatro evangelistas.
3.
LAS POTENCIAS DEL MAL. En los mitos de Babilonia se presenta la creación como
el efecto de la lucha victoriosa de la divinidad contra un monstruo marino que
personifica el caos primordial. Esta concepción queda negada expresamente en la
Biblia, que describe a Dios creando el mundo con su palabra y que presenta a los
grandes monstruos marinos (tanninim) como criaturas de Dios (Gén
1,21). El libro de Job identifica al monstruo marino por excelencia, a
Leviatán, con el cocodrilo y muestra su total sumisión a Dios (Job 40,2541 26;
cf Sal 104,26; 148,7).
A
pesar de la forma diferente de concebir la creación, la Biblia, sin embargo, no
ha abandonado por completo la idea de la lucha de Dios contra el dragón
primitivo. Efectivamente, en varios textos poéticos encontramos la idea según
la cual el monstruo primordial, llamado Leviatán o Rahab, ha sido vencido y
encadenado por Dios (Job 7,12; 9,13; 26,12-13; Sal 74,13-14; 89,10-11); por
consiguiente existe todavía y puede ser evocado de nuevo en algunas ocasiones (cf
Job 3,8; Am 9,3). En el Déutero-Isaías la victoria divina sobre el dragón
primordial se utiliza para ilustrar el milagro del paso del mar Rojo y es
considerada como una garantía de la liberación final del pueblo (Is 51,9-I1).
De esta manera se abre camino la tendencia a simbolizar en el monstruo
primordial, identificado con el cocodrilo, a Egipto (Is 30,7; cf Sal 87,4; Ez
29,3; 32,2), como poder enemigo de Dios, dejando para el fin de los tiempos su
destrucción y la de todas las potencias adversarias de Dios (Is 27,1).
En
la l apocalíptica se desarrolla ulteriormente el tema del monstruo primordial.
En Daniel los cuatro monstruos marinos representan los grandes imperios de la
antigüedad, que se oponen a Dios y son destruidos por él (Dan 7,2-12.17). En
el Apocalipsis de Juan aparece un gran dragón que combate contra la mujer y su
descendencia (Ap 12,1-6.13-17); contra él combaten Miguel y sus ángeles (Ap 12
7-12). El monstruo, que es identificado con la "antigua serpiente" (cf
Gén 3,1), se hace representar en la tierra por una bestia, que simboliza al
Imperio romano (Ap 13,1-10; 17 1-14); con ella se asocia una segunda bestia (Ap
13,11-18), que representa a la ideología al servicio del poder político. A1
final, tanto la bestia como el dragón quedan aniquilados (Ap 19,19-20;
20,1-3.710) y comienza el reino de Dios y del Cordero, es decir, el reino de
Cristo (Ap 21-22).
En
la concepción del monstruo marino identificado con el demonio se inspira
también el episodio evangélico del endemoniado de Gerasa (Mc 5,1-20): los
demonios, a través de los puercos, animales impuros por excelencia, son
arrojados a su elemento primordial, es decir, las aguas del mar.
Los
símbolos sacados del mundo animal muestran cómo en él están continuamente
presentes dos elementos antitéticos, uno positivo que hay que valorar y otro
negativo contra el que hay que combatir. El animal puede ser el mejor amigo que
recuerda las realidades más nobles o el enemigo con el que se identifican los
males que amenazan continuamente a la
existencia humana.
V.
CONCLUSIÓN.
Los
animales ocupan un lugar importante en la Biblia. Pero la Biblia no ofrece
indicaciones detalladas y precisas sobre la actitud que ha de mantener el hombre
frente a ellos. Todo lo más, es posible deducir de ella algunas líneas de
reflexión que pueden tener importantes consecuencias de carácter práctico.
Ante
todo, es claro que el animal pertenece al hombre, que puede servirse de él como
alimento o como instrumento de trabajo. A diferencia de otros sistemas
religiosos, la Biblia reconoce, por tanto, como lícita la muerte del animal, no
sólo por fines defensivos, sino por cualquier otro fin de utilidad para el
hombre.
Pero
al mismo tiempo la Biblia sugiere el respeto al animal en cuanto criatura de
Dios y sometida a él. La explotación excesiva, la tortura, la eliminación
metódica de especies animales no están ciertamente legitimadas por la Biblia,
aunque este tema se trate expresamente en muy raras ocasiones.
Pero,
sobre todo, lo que es característico del pensamiento bíblico es la tensión
hacia una armonía total entre el hombre, los animales y el ambiente. Esta
armonía, realizada ya en el momento de los orígenes y destruida luego por el
pecado del hombre, es vista como el punto de llegada de toda la historia y
encuentra sus premisas y una anticipación parcial en la salvación realizada
por Cristo. En esta perspectiva surge para el hombre el deber de eliminar toda
instrumentalización de los animales por fines egoístas y de darles la
posibilidad de desarrollar su propia función en un ambiente nuevamente saneado.
A.
Sacchi
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