jueves, 12 de septiembre de 2013

Argumentación.

Dícese principalmente de un raciocinio (v.) que va encaminado a probar alguna tesis. En este sentido se habla de argumentos silogísticos (v. SILOGISMO), y extrasilogísticos, como el sorites y el entimema. Más concretamente se llaman argumentos a varias maneras falaces de llegar a una conclusión, de las cuales quizá la más conocida es el argumentum ad hominem. En logística se dice de un término que, al insertarse en una función, la convierte en proposición. Argumento de una función es una noción que proviene de la matemática. A veces se llama argumento al término medio de un silogismo. En este sentido, el argumento es la columna vertebral de la prueba (Palacios, Filosofía del saber).
      La prueba. Un argumento en su sentido más frecuente es una serie de proposiciones de las cuales se afirma una en base a las demás. La que se afirma se llama conclusión. Las restantes proposiciones ofrecen la razón o las razones de la conclusión. Hay varias maneras de enjuiciar un argumento. Hay que saber si las premisas son verdaderas, cosa que hacen las diversas ciencias. La lógica, sin embargo, sólo pregunta si el argumento es correcto o incorrecto, válido o inválido. Un argumento es correcto cuando aduce un fundamento para afirmar la conclusión, aunque en realidad ese fundamento no exista.
      La lógica formal del raciocinio ha sido estudiada tradicionalmente en la silogística. En nuestro siglo la logística ha subrayado el punto de vista de la proposición considerada como unidad, en vez del término. La validez o invalidez puramente formal puede decidirse a la vista de las reglas que establecen modos correctos de razonar. También se ha intentado catalogar los diversos tipos de argumentos incorrectos o falaces por razones no estrictamente formales. En la literatura anglosajona se suelen denominar «falacias informales», es decir, falacias por una causa material. Ya Aristóteles intentó clasificar las falacias informales en su libro De los argumentos sofísticos.
      No es posible dar un criterio que incluya a todas las falacias informales, porque su misma naturaleza no responde a ningún orden. Sólo se puede dar una lista de algunas falacias más comunes. De todas formas, hay dos géneros fundamentales de falacias informales: las semánticas y las de irrelevancia o impertinencia. No se ha dado suficiente importancia, a nuestro modo de ver, al hecho de que las falacias materiales parecen formas legítimas de argumentar, de modo que especialmente en las falacias de irrelevancia el carácter falaz del argumento no suele ser obvio.
      Falacias semánticas. En las falacias semánticas es ambiguo lo que se argumenta. Perelman y Olbrechts han insistido en que el argumento contiene dos espíritus en contacto. Por tanto, es especialmente dañino a la a. el que haya una ambigüedad semántica. También ocurre que la falacia puede existir en el argumento conjunto, el debate, de dos interlocutores, en vez de hallarse en uno de ellos como ocurre en una falacia estrictamente formal.
      La equivocación se puede dar cuando alguien sin darse cuenta llama a dos cosas por el mismo nombre. Una situación parecida surge cuando los dos participantes en un debate usan una palabra de modos diversos. De esta forma una controversia, p. ej., sobre el derecho de acceso a la universidad, puede ser viciada porque algunos entienden derecho en sentido positivo y entonces se preocupan del modo de tener ayuda económica para poder acceder a la universidad; otros, en cambio, podrían referirsé únicamente al no ser excluido como antes lo eran los católicos en Inglaterra, las mujeres en España y los negros en muchas instituciones de EE. UU. De modo similar, los fallos de acento, de anfibología y de distribución causan confusión semántica.
      Anfibología es una ambigüedad que resulta de la estructura de la frase. Si decimos: «Tía Conchita regaló 100 pesetas a Juan y a Pepe», no queda claro si regaló 100 pesetas a los dos juntos o 100 a cada uno. En «la madre del estudiante de quien te hablé», no queda claro si se habló de la madre o del estudiante.
      Pueden ocurrir falacias de acento al leer «el estudio de la lógica no tiene que darnos conocimiento de muchos hechos», según se acentúe la frase. Las posibilidades son al menos cuatro: Estudio: el estudio no nos da el conocimiento en cuestión, que, en cambio, encontramos mediante la práctica. Tiene: la lógica no tiene necesidad de darnos ese conocimiento, aunque de hecho nos lo da. Muchos: más bien da conocimiento de pocos hechos. Hechos: la lógica no da conocimiento de hechos, sino de relaciones formales, que son de naturaleza distinta de los hechos físicos. Esta proposición es una importante verdad lógica.
      Argumentos falaces por división y composición ocurren cuando o bien se pasa a aceptar distributivamente algo que empezó siendo compuesto o colectivo (falacia de división); o, al contrario, se comete la falacia de composición al pasar de entender algo en sentido distributivo o divisivo a entenderlo en sentido compuesto. Igual que la equivocación, estas falacias pueden ocurrir en un diálogo o en un monólogo. Falacia de división sería, por ej., si al decir que en mi dormitorio, mi biblioteca y mi sala de estar tengo 100 libros, mi interlocutor entendiera que tengo 100 libros en cada sitio. Falacia de composición sería suponer que porque ni el ácido nítrico ni la glucosa son explosivas, su compuesto tampoco lo es. O bien suponer que porque todos los militares de un ejército invasor sean individualmente hombres amables y bondadosos, la actuación del ejército para el país invadido sea amable y bondadosa. Se debe notar que a veces es legítimo pasar del todo a las partes (o viceversa) como, p. ej., si decimos que un hospital es bueno, sería natural suponer que cualquier médico determinado del hospital probablemente lo es también. Similarmente, no todo argumento es controversia de palabras. En el ejemplo de la equivocación citado, incluso después de resolver los problemas semánticos sobre derecho quizá seguiría la discusión acerca de qué derechos existen efectivamente.
      Falacias de irrelevancia. Las falacias de irrelevancia o impertinencia en general intentan usar materia que no tiene que ver con la conclusión, contienen personalidades en vez de temas o apelan a elementos no intelectuales. No es posible ningún inventario riguroso de tales falacias y la literatura lógica varía más o menos a placer de los autores.
      La a. con ignorantia elenchi, ignorancia de la conexión, se basa sobre un malentendido. Así, p. ej., si en una discusión teológica sobre los milagros alguien dijera que en realidad los antibióticos son milagrosos, su observación mostraría desconocimiento del problema bajo escrutinio. En realidad, la ignorantia elenchi incluye todas las falacias por irrelevancia. Algunas de ellas, sin embargo, han recibido denominaciones especiales. Similar a la ignorantia elenchi es el argumento que prueba demasiado, p. ej., si se atacará a colegios privados con el argumento de que nadie se dedica a la enseñanza si es capaz de ejercer una profesión, en realidad se ataca todo tipo de centro docente.
      Quizá el argumento por impertinencia más conocido es el ad hominem. Esta expresión tiene dos sentidos totalmente diversos. Primero, se puede argüir dialécticamente de premisas que sólo acepta el otro interlocutor, pero no quien las emplea (p. ej., si intento mostrarle que mi conclusión sigue de sus premisas). Esta táctica puede ser poco honrada en algún caso, pero es perfectamente válida desde el punto de vista estrictamente lógico. En cambio, se puede atacar el carácter del interlocutor en vez de centrarse en el problema que se discute. Esto ocurre, p. ej., cuando los estudiantes acusan a sus padres de ser demasiado viejos para entenderles o, al contrario, los padres acusan a los estudiantes de ser demasiado jóvenes para entender los problemas del mundo.
      A veces se llama tu quoque al argumento que responde a una acusación del interlocutor con otra acusación. Se trata de una subespecie de argumentum ad hominem.
      En sentido contrario, se puede usar el argumento ad verecundiam, lo cual supone un intento de probar algo en razón del respeto que tenemos a una persona. Así, p. ej., el aceptar una tesis especulativa simplemente porque su autor es un santo. Hoy en día hay gran peligro de cometer esta falacia porque la misma especialización que hace que alguien sea autoridad en un campo estorba la posibilidad de que lo sea en otro. Einstein, p. ej., se cita a veces en temas religiosos.
      Tanto el argumentum ad hominem como el argumentum ad verecundiam tienen parecido con a. lícitas. Cuando se depende de un testigo, se acepta su testimonio por su autoridad y no por la evidencia. Por tanto, en algunos casos puede ser necesario discutir la autoridad (atacando o ensalzando).
      El argumentum ad ignorantiam afirma la verdad de la proposición propia en razón de la incapacidad del interlocutor de probar su tesis. A veces se define el argumentum ad ignorantiam como el querer demostrar la propia posición refutando la del interlocutor. Pero tal procedimiento sería correcto cuando (y sólo cuando) hay exactamente dos alternativas. En cambio, aunque haya sólo dos alternativas (p. ej., existencia o inexistencia de vida racional en otros planetas) el que un interlocutor muestre la incapacidad de su contrincante, no significa que haya ganado la discusión.
      El argumentum ad populum consiste en apelar al sentimiento del pueblo. En la Defensa de Sócrates, vemos cómo Sócrates, en el mismo momento de rehusar el argumentum ad populum, lo emplea sutilmente recordando al jurado que 61 también tiene mujer e hijos. A veces se distingue entre las pasiones del pueblo y sentimientos más personales y se habla del argumentum ad misericordiam, como cuando un estudiante intenta convencer a su profesor de que merece buena nota a causa de problemas personales en vez de su progreso escolar. No hay ninguna diferencia lógica entre el argumentum ad misericordiam y el argumentum ad populum. En algunos momentos, al tomar una decisión práctica (no al formular un juicio teorético) puede ser pertinente mencionar factores sentimentales.
      El argumentum ad bacculum consiste en obligar a alguien por fuerza a afirmar una determinada proposición. Así, p. ej., el profesor que suspende a quien no repite exactamente lo que ha dicho. Es dudoso que este argumento sea propiamente falacia, porque no engaña, ni hace asentir, sino tomar una acción externa.
      Suposición ilícita. Hay diversos tipos de argumentación en los que se hace una suposición ilícita. La de la pregunta compleja es un caso típico «¿Ha dejado usted de emborracharse?» es una pregunta que no se puede contestar sin admitir un supuesto desfavorable.
      La causa falsa o a. post hoc, propter hoc, demuestra un principio general implícito falso. Antiguamente se suponía que los animales se generaban espontáneamente a causa del calor y humedad bajo las piedras. Es también cierto que los cánones de la deducción (v.) de J. S. Mill buscan simplemente una sucesión regular. Confunden, pues, causa y condición.
      El argumento circular y la petición de principio son muy similares. La petitio principii es argüir aceptando algo que se trata de demostrar. El argumento circular expresa la conclusión en otra forma verbal como principio.
      Argumento en logística. En la lógica matemática, el argumento de una función es un término que llena un hueco. Simbólicamente, en la, y a representa un argumento y f la función. Así, p. ej., «Carlos V» es un argumento de la función «x fue Rey de España». Cualquier término cuya presencia forma una proposición significativa, aunque sea falsa, puede ser argumento de una función. En rigor hay distintos tipos de funciones y, por tanto, distintos tipos de argumentos. «Es verdad que x» sería una función que exige una oración como argumento como, por ej., «Marsella es la capital de Francia», lo cual produciría desde luego, una proposición falsa. En cambio, no cabe decir «Es verdad que Carlos V». Esa sustitución produce un sin-sentido.
      Argumentos meramente probables. Es interesante observar que algunos argumentos que convencen más psicológicamente son en cambio menos sólidos desde el punto de vista lógico-formal. Como, p. ej., el método reductivo, que ha desplazado prácticamente a la inducción, viene a decir: «Si el principio A es verdadero se deben dar los casos particulares al, a2, as, etc. Pero, en efecto, se dan esos casos, luego A es verdadero». Tal como queda dicho, semejante modo de argumentar es un sofisma y, sin embargo, es la base del trabajo científico. Estrictamente hablando da un resultado sólo probable desde el punto de vista formal, aunque a base de suficientes comprobaciones se puede eliminar cualquier duda razonable.
      El argumento por ejemplificación que tanto usan las publicaciones de lengua inglesa es otro caso de argumentación con poca validez formal. Convence más, sin embargo, la explicación anecdótica de un caso real, que no la deducción desde generalidades.
      Muy similar es el argumento por analogía, que no tiene que ver con la analogía tomista. A nuestro modo de ver, fuera del tomismo se usa analogía en dos sentidos. En primer lugar, se habla de la proporción matemática: «A es a B, como C es a D». Aquí en realidad no hay analogía, sino equivocidad. Exactamente la misma relación se da en ambos casos. En segundo lugar, la analogía se usa para aplicar los principios válidos en un caso a otro caso, cuando son semejantes en algún aspecto. A nuestro parecer, es esencial a esta acepción de analogía el que los casos sean singulares. Se hace entonces un salto de un caso singular a otro -salto que no tiene estricta justificación formal-. Buen ejemplo de este tipo de argumentación es el uso de precedentes por los tribunales ingleses y americanos. Es poco rigurosa esta argumentación por casuística, puesto que cuando los precedentes ya son un poco numerosos se puede escoger el que más convenga.
      Argumento a fortiori. Un argumento legítimo y seguro es el a fortiori. Se basa en la consideración de una propiedad susceptible de grados, una propiedad que se da en diversas intensidades. A esa propiedad está relacionada otra que se vincula con la primera precisamente en sus variaciones intensivas. En ese supuesto, lo que se puede atribuir a algo que posee la primera propiedad se podrá decir con razón de más de lo que posee la propiedad en mayor grado. Negativamente, lo que no se puede decir de algo que posee la propiedad en alto grado, se podrá decir aún menos de quien lo posee en menor grado. Así, p. ej., positivamente se puede argüir: «Si el robo es criminal y, por tanto, castigado, más castigado será el asesinato». Negativamente se podría argüir: «Si los sabios no son omniscientes, mucho menos lo serán los analfabetos».

 

JAMES G. COLBERT, JR.

BIBL.: C. PERELMAN y L. OLBRECHTS-TYTECA, Traité de 1'argumentation, París 1958; S. E. TOULMIN, The Uses of Argument, Cambridge 1964; C. PERELMAN y L. OLBRECHTS-TYTECA, Les notions et l'argumentation, «Archivio di Filosofia» (1955) 249270; La theorie de l'argumentation, ed. Le Centre Belge de recherches de Logique, Lovaina s. f.; C. PERELMAN y L. OLBRECHTS-TYTECA, Retórica y lógica, México 1959; C. PERELMAN, H. W. JOHNSTONE y OTROS, «Rev. Internationale de Philosophie» 58 (1961); ARISTÓTELES, Segundos analíticos; íD, De los argumentos sofísticos; J. DE S. TOMÁS, In libros Posteriorum, Ars Lógica; L. E. PALACIOS, Filosofía del saber, Madrid 1962, cap. IX lib. 1; W. S. JEVONs, Lógica, Madrid 1952; J. C. CowAN, The Uses of Argument. An Apology for Logic, «Mind» (1964) 27-45.

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