SUMARIO: I. Orígenes, raíces, historia: El pueblo de Israel es un pueblo elegido
por Dios. El Antiguo Testamento es la respuesta histórica narrativa a su
conciencia vocacional. II. Cómo transmite el Antiguo Testamento las historias de
un pueblo y las etapas de la salvación de Dios: 1. Orígenes, fundamentos y
formación del pueblo; 2. Asentamiento del pueblo y nacimiento de las
instituciones políticas y religiosas; 3. La dimensión poética y sapiencial de
Israel. III. Catequesis sobre Antiguo Testamento: teología narrativa: 1.
Presupuestos para una catequesis sobre Antiguo Testamento; 2. Variables
diferenciales en la catequesis bíblica del Antiguo Testamento.
I. Orígenes, raíces, historia
Los seres humanos individuales y también los pueblos nos hacemos preguntas
acerca de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos. El ser
humano, según los datos que conocemos de su historia, siempre se ha interrogado
sobre sus orígenes. La razón se debe a que, por una parte, un•ser humano sin
historia, y un pueblo sin raíces históricas, acaba perdiendo su identidad. Y,
por otra, se debe al estímulo activo que proporcionan tales interrogantes. No es
difícil constatar hasta qué punto estas preguntas por los orígenes propios han
sido las que, en muchos casos, han guiado los descubrimientos y avances de la
historia humana. Es importante centrarse en el presente, desde luego, pero sin
dejar de tener la vida anclada en el pasado. Tocamos, en este punto, una de las
cuestiones que preocupan hoy, especialmente en relación con las generaciones más
jóvenes. El presentismo chato y pragmático, sin negar sus aspectos positivos,
obstaculiza el proceso por el cual el ser humano va construyendo el sentido de
su vida. La perspectiva de los orígenes, por el contrario, posibilita tener una
historia a la que remitirse para descubrir ese sentido.
El cristiano se hace también esta pregunta, que, lejos de ser abstracta, aunque
se trate de una cuestión existencial, es, por definición, un interrogante
concreto que pide respuestas concretas. Estas solemos encontrarlas y
transmitirlas en forma histórica narrativa. La fe cristiana tiene una historia,
historia de salvación de Dios a la humanidad, que se narra a través de
personajes concretos con sus nombres, su tierra, sus costumbres, su familia.
Esta historia, que vincula a cristianas y cristianos con el judaísmo antiguo, se
remonta hasta los inicios mismos de la humanidad. Un pueblo con profundidad de
sentido se hace preguntas universales sobre los orígenes. Es decir, se interroga
sobre su misma condición humana. El cristiano que se hace preguntas acerca de
sus fundamentos encuentra una línea de respuestas cuando lee el Antiguo
Testamento. Y, en la perspectiva del pueblo de Israel, las historias y los
libros del Antiguo Testamento constituyen la respuesta que el pueblo se dio
cuando se interrogó, a su vez, por sus orígenes y fundamentos. Y es que el
interrogante sobre quiénes somos, de dónde venimos, por qué estamos aquí y cuál
es nuestro sentido en la vida, no es más que el interrogante vocacional.
EL PUEBLO DE ISRAEL ES UN PUEBLO ELEGIDO POR DIos. EL ANTIGUO TESTAMENTO ES LA
RESPUESTA HISTÓRICA NARRATIVA A SU CONCIENCIA VOCACIONAL. ¿Cuándo y con qué
motivo se hace Israel la pregunta sobre sus orígenes, sobre su procedencia? El
punto de partida se encuentra en su conciencia de elegido. Israel tiene una
especial conciencia de ser un pueblo llamado gratuitamente por Dios. La
conciencia vocacional en la Biblia, sin embargo, incluye la misión; por lo
tanto, Israel se siente un pueblo en cuyos orígenes se encuentra una Palabra
divina que le dice que Dios se ha fijado en él y que, por ello, le envía en
medio de las naciones, para que, a través de él, sean benditos todos los pueblos
de la tierra.
Las preguntas sobre el propio origen, si bien pueden surgir en cualquier momento
de la vida de un individuo o de un pueblo, y pueden ser suscitadas por muy
diversas circunstancias, tienen
momentos más propicios que otros. En el ser humano individual una época crítica
e importante es, por ejemplo, la adolescencia, cuando el sujeto debe integrar su
infancia con los cambios que experimenta y con el proyecto de futuro que su
cuerpo y el resto de su persona parecen indicarle. Pero Israel no ha tenido un
momento único propicio para interrogarse sobre sí mismo, como tampoco lo tiene
el individuo humano. Israel se ha hecho esta pregunta muchas veces y, al
responderse, se ha asignado diferentes inicios de sí mismo en cuanto pueblo.
Debemos destacar, de entre todos esos momentos, el período en torno al siglo IV,
cuando Israel, después de dos deportaciones y en medio de experiencias difíciles
de digerir, se encuentra en un tiempo de incertidumbre y de dolor. Estas
circunstancias de crisis piden a la fe religiosa de Israel una respuesta. En
esta época se considera que se redactó el Pentateuco, corpus literario de los
orígenes y fundamentos de Israel; una época que estaba caracterizada por una
pluralidad social, cultural y religiosa, que hacía necesario un pacto de unidad
entre las distintas tendencias que componían el mosaico del judaísmo. Israel
nana sus orígenes étnicos y religiosos, integrando en su historia diferentes
orientaciones y tradiciones, diferentes teologías y concepciones de la historia,
ofreciendo, de este modo, una repuesta diversificada a las crisis por las que
había pasado en cuanto pueblo. Esta pluralidad de tendencias religiosas se
refleja en los escritos del Antiguo Testamento, especialmente en los libros del
Pentateuco, narraciones y normativa, en los
que pueden apreciarse las llamadas cuatro fuentes o hipótesis
documentaria: el J (yavista), E (elohísta), P (sacerdotal) y D (deuteronomista).
Tal respuesta, decíamos, significa que Israel se ha hecho la pregunta por su
origen muchas veces y, cada vez, se ha asignado un comienzo. Pero si esto es
así, ¿cómo se explica, sin embargo, su unidad? Esta unidad le llega a través de
acontecimientos históricos de gran valor simbólico y, en gran medida, universal,
junto con algunas figuras de referencia, que se integran en la historia
conjunta. Entre tales historias y figuras de referencia, tomadas en sentido
cronológico-evolutivo, sobresalen las siguientes: 1)
orígenes y fundamentos, creación del mundo,
de la vida y de la humanidad por la palabra y mano de Dios; historia de la
creación y maduración de la primera pareja humana (Adán y Eva); comienzo de la
historia humana, el mal como violencia contra la vida (Caín y Abel, Noé y el
diluvio); elección e historias familiares de los patriarcas y las matriarcas;
nacimiento del pueblo en el paso del mar e historias de su maduración a la
libertad en el tiempo de su estancia en el desierto (Moisés, Aarón y Miriam,
Josué, los jueces y líderes como Débora, Jael, Sansón...); 2) período
monárquico o del nacimiento de las instituciones: la monarquía davídica y
salomónica, la división del reino, la profecía como instancia crítica religiosa
y social (los profetas anteriores y posteriores al destierro); 3) las crisis
y la infidelidad a Yavé como motivación de la catástrofe del destierro de
Babilonia; las historias de las dificultades y el aprendizaje de la convivencia
con otros pueblos y culturas (tiempo del dominio persa) y el período helenista
con la pluralidad de tendencias del judaísmo.
II. Cómo transmite el Antiguo Testamento las historias de un pueblo y las etapas de la salvación de Dios
¿Cómo se explica Israel a sí mismo? ¿Cómo entiende y vive su identidad? ¿De qué
forma lo ha dejado plasmado y cómo ha querido transmitirlo?
El Antiguo Testamento, en primer término, muestra que Israel no tiene una
identidad separada de su relación con Dios. Es decir, que cuando el pueblo se
pregunta: «quién soy», su respuesta siempre tiene que ver con Yavé. Su forma de
interpretarse a sí mismo y de transmitirlo a las siguientes generaciones, pasa
por formas literarias que favorecen la comunicación y la identificación. Por
ejemplo, las narraciones del Exodo dicen que Israel es el primogénito de Yavé (cf
Ex 4,22); algunos profetas, como Oseas
y Jeremías, prefieren decir que Israel es la novia o la esposa amada de Yavé (cf
Os 2). Y cuando, por el contrario, el pueblo pierde su norte, las razones
vuelven de nuevo a referirse a las relaciones con Yavé: Israel ha dejado de ser
el hijo amado o la esposa fiel (cf Jer 3,20), para convertirse en una prostituta
o en un hijo desaprensivo. Toda la historia que Israel se cuenta a sí mismo y
transmite a sus generaciones futuras tiene un marcado sello relacional con Dios.
Y las dos expresiones literarias principales que utiliza son la narración y la
poesía. La normativa está incluida en contextos narrativos.
1. ORÍGENES, FUNDAMENTOS Y FORMACIÓN DEL PUEBLO.
Israel, cuando se mira a sí mismo y se
pregunta por sus orígenes, se encuentra con Dios hecho Palabra que llama a la
vida (cf DGC). En estos comienzos se encuentran ya unidos para siempre la
Palabra y la acción (DGC 139). Israel se definirá a sí mismo en la palabra y la
acción y en sus relaciones mutuas: su palabra, sobre todo la palabra de diálogo
y respuesta a la palabra de Dios, y sus acciones, en conformidad o
disconformidad con la voluntad de Dios, marcarán su historia. Esta importancia
que da Israel a la fuerza de la Palabra explica que se organice, como pueblo, en
torno a ella.
La creación está narrada en dos relatos unidos entre sí por algunas claves de
interpretación, como por ejemplo los procesos progresivos de perfeccionamiento
en cada realidad creada, a medida que avanza la vida, y los procesos de
diferenciación, mayores cuanto más avanza. Así, el ser humano en el relato
primero (el P, Gén 1,27-28) se encuentra como el culmen de la creación, con
respecto al resto de la vida. Pero este ser humano es, a la vez, el ser más
diferenciado y perfecto de todos. Visto en relación con el segundo relato (el J,
2,4b-3,23), sin embargo, este ser humano es tan solo un esbozo general que se va
diferenciando y perfeccionando en la medida en que va transcurriendo la
narración de los procesos a través de los cuales se va haciendo humano: el acto
de nombrar y diferenciar (cf Gén 2,19), el reconocimiento de la igualdad y
diferencia ante otro ser humano (cf Gén 2,23), la adquisición del conocimiento,
la palabra, la libertad, la decisión (cf Gén 3,1-8), la desobediencia y sus
consecuencias (cf Gén 3,8-24)... Cuando se va leyendo este doble relato con
estas claves, se percibe la creación y la llamada a la vida por parte de Dios
como un proceso paciente y amoroso de maduración.
La mayoría de los exegetas y de los teólogos suelen interpretar el segundo
relato, Gén 2,4b-3,24, como una historia de trasfondo mítico según el esquema de
caída, culpa y castigo. En la historia, en este caso, estaría narrado el origen
del mal, de acuerdo con Rom 5,12-21: los humanos son responsables de la
desobediencia, interpretada como pecado, es decir, como culpa moral ante Dios; y
Dios, a su vez, castiga el pecado marcando, de este modo, tanto la condición
humana como su historia posterior.
Sin embargo, en virtud de su misma forma narrativa, abierta y de talante mítico,
otros exegetas y teólogos creen ver en los dos relatos de la creación el proceso
de maduración de los humanos bajo la palabra y la mirada de Dios. Aquí no se
podría hablar todavía de historia. En estas narraciones, según tal
interpretación, se muestran los humanos en sus estadios más inmaduros y van
creciendo en la medida en que Dios les brinda un ámbito de libertad, es decir,
una posibilidad de escoger y decidir. Para tomar la decisión de comer del árbol
del conocer bien y mal, se requiere esa curiosidad que impulsa al descubrimiento
y al conocimiento y este, en efecto, sobreviene cuando se toma conciencia y se
abren los ojos. En este caso, la desobediencia no estaría marcada tanto por una
culpa moral cuanto por la misma dinámica de la maduración de los humanos a la
libertad.
Los orígenes del mal, así, no estarían tan vinculados a esta desobediencia de un
estado anterior a la historia humana cuanto al relato de la violenta historia de
Caín y Abel, que tiene lugar fuera ya del paraíso, y, por lo tanto, dentro de la
historia. Este primer acto de violencia humana entre iguales tiene su
continuidad en otras historias violentas que culminan, en una primera gran
etapa, en el relato del diluvio, esa segunda oportunidad recreadora que Dios da
a la humanidad. En este caso, la acusación de pecado es explícita (cf Gén
6,11-13). La tierra estaba llena de violencia (algunas traducciones hablan de
maldad o perversidad) y se hace preciso un nuevo acto creador. De este modo, por
un lado se ofrece una imagen de Dios que confía, aunque castigue, y que da
segundas oportunidades a sus criaturas. Por otro, se indican los extremos a que
puede conducir la violencia humana, como raíz del mal que afecta a todo el
ecosistema en el que los humanos se desenvuelven. Es indudable la importancia
pedagógica que siguen teniendo hoy tales relatos, dado el lugar que la violencia
parece ocupar en nuestro mundo y en nuestra época. Las cotas destructivas del
mal trato que los humanos se dan entre sí y que dan al ecosistema aparecen en el
centro de la educación divina del camino humano hacia la responsabilidad moral
de sí mismo, de los demás y del resto de la creación.
En estas historias de orígenes y fundamentos, se incluyen los orígenes remotos
del pueblo en tres grandes niveles: el de las historias familiares de Abrahán y
Sara, y el resto de patriarcas y matriarcas que se cuenta en la segunda parte
del libro del Génesis (Gén 12-36) y la historia de José (Gén 37-50); el de la
historia del éxodo de Egipto y su estancia en el desierto, donde tiene lugar la
alianza de Dios con Israel y donde se establecen las leyes fundamentales para la
convivencia y regulación del pueblo, que se encuentra en los libros del Exodo,
Números, Levítico y Deuteronomio, y, por fin, el tercer nivel, el de la llamada
conquista de la tierra prometida, Canaán, que se narra en los libros de Josué y
de los Jueces.
La primera palabra de confianza, alianza y amistad con el pueblo, tiene lugar
mediante las personas y la familia de Abrahán y Sara. Y, a partir de ellas, en
las de sus generaciones futuras, que constituirán las bases del árbol
genealógico de Israel: Agar, la esclava, con su hijo Ismael; Isaac y Rebeca;
Jacob y sus mujeres Raquel y Lía, con sus respectivas esclavas, Bilhá y Zilpá,
que dieron origen a los 12 hijos y a Dina, la hija, de quienes saldrían las 12
tribus de Israel. En estas historias, de un profundo y complejo talante humano,
se manifiesta la cercanía y la fidelidad de Yavé, dispuesto a llevar adelante su
promesa de bendición a todas las naciones, aunque le fallen sus amigos y amigas;
se manifiesta, asimismo, el profundo respeto de Dios ante la libertad humana,
pero también su absoluta libertad para intervenir en la vida de los personajes,
siempre, eso sí, sin violentar aquellos dones que él mismo dio a sus criaturas.
En el Exodo, la Biblia cuenta otro de los inicios del pueblo, menos ancestrales
en este caso, pero de una importancia básica y única. Ya no se trata de los
antepasados, sino de quienes fundaron el pueblo. Israel comienza a ser un pueblo
gracias a la desobediencia civil de unas mujeres, matronas egipcias, que no
dejan morir a los niños israelitas a pesar de la orden del faraón de asesinarlos
(cf Ex 1,1-22). Y, en seguida, gracias a otras tres mujeres, que salvan la vida
de Moisés, el libertador, y que le cuidan y educan (su madre biológica, su
hermana y la princesa de Egipto, madre adoptiva), el personaje puede convertirse
en líder y elegido de Dios (cf Ex 2,1-10). Moisés, cuando ya ha madurado y ha
pasado por todo un proceso purificador de su vocación (cf Ex 2,11-15); cuando
llega a tener los mismos ojos de Dios para ver la realidad de su pueblo (cf Ex
3,1-10) como la ve Dios mismo, saca a Israel de Egipto, como le ha ordenado Yavé,
le hace pasar el Mar Rojo y lo conduce por el desierto a lo largo de 40 duros
años, a pesar de sus múltiples resistencias. El pueblo, en toda esta etapa, va
aprendiendo lentamente quién es: quién le ha dado la vida, quién le ha ofrecido
la libertad, el apoyo, la seguridad; quién le ha guiado, qué significa ser un
pueblo libre y cómo se llega a vivir todos estos dones. Israel aprende la
verdadera libertad de pasar de la servidumbre del pueblo, al servicio de Dios,
en medio de protestas, nostalgias, resistencias y pataletas infantiles con el
agua y la comida. Y Dios, aunque se impacienta de vez en cuando, no se
desespera. Sigue a su lado mediante su presencia en los personajes mediadores y
mediante sus descensos a la tienda del encuentro. Pero el mismo Dios va
pidiendo, cada vez más, una responsabilidad moral a las acciones, y
consecuencias de las acciones, de todo el pueblo y también de sus líderes
(Moisés, Aarón y Miriam).
En los libros que siguen al Pentateuco, Josué y Jueces se nana la continuación
de esta historia de comienzos. ¿Cómo llega Israel a Canaán? ¿Cómo consiguen
establecerse las tribus? Aunque los historiadores, apoyados en las evidencias
arqueológicas y en los documentos extrabíblicos y de la historia universal,
intentan reconstruir la historia de los comienzos de Israel en Palestina, no
existe unanimidad en tal reconstrucción. Lo más probable es que se trate de una
ocupación parcial, que tuvo lugar nada más en las mesetas centrales de
Palestina, donde se refugió el grupo que vino con Moisés del desierto y con cuya
llegada se produjo una revuelta de los campesinos y pastores que habitaban tales
mesetas. Lo cierto es que los relatos nos hablan de una larga y difícil
convivencia entre diferentes etnias, marcada por múltiples conflictos políticos
y religiosos.
En resumen, los libros del Pentateuco y los de Josué y Jueces, narran la
vocación de Israel y sus primeros pasos en la historia. Grandes temas de estas
narraciones son la imagen de Dios creador y libertador; la institución de la
pascua, el significado del paso del Mar Rojo, la alianza y el nombre de Dios, el
don de la ley en un contexto histórico, la idolatría como respuesta negativa del
pueblo, el credo histórico, la tierra que simboliza la identidad, el pan y la
libertad.
2. ASENTAMIENTO DEL PUEBLO Y NACIMIENTO DE LAS
INSTITUCIONES POLÍTICAS Y RELIGIOSAS. LOS libros de Samuel y Reyes y, en una
versión posterior, los libros de las Crónicas, narran el nacimiento, auge y
decadencia de una de las instituciones políticas más ambiguas de Israel: la
monarquía. A la par, tiene lugar el establecimiento de otra gran institución: la
profecía. La profecía es una institución religiosa ligada a la monarquía y, en
muchas ocasiones, a contrapelo de ella y de otras instituciones políticas. Es, a
la par, la instancia crítica que Dios suscita en Israel a fin de que este no
olvide ni sus orígenes ni su misión. Los profetas recuerdan al pueblo tanto su
condición de relación libre y fiel con Yavé como las consecuencias sociales e
históricas que de esta conciencia se derivan: la justicia social, el derecho
humano a la libertad y la parcialidad y la predilección de Dios por los pobres y
desamparados. Los reyes y líderes políticos representan al pueblo. Son elegidos
por Dios para proteger la identidad de Israel, animar su vida social, política y
religiosa y para tener especial cuidado de los más desgraciados. Sin embargo, el
abuso del poder, la ambición del dinero y el deseo ególatra de prestigio por
parte de estos líderes, acarrean nuevas opresiones e injusticias y amenazan la
identidad religiosa de Israel, que acaba por volverse a los ídolos y olvidarse
de Yavé. Los profetas son la voz doliente de Dios por su pueblo, la crítica dura
a su conducta y la insistente llamada a la conversión. Porque siempre hay, para
Yavé, una segunda oportunidad.
El pueblo, obcecado en su pecado, acaba cayendo en las manos de otros pueblos
que lo deportan, lo someten y pretenden arrebatarle su identidad. La decadencia
del sistema político y su correlato social y religioso, injusto y excluyente,
acaba siendo una trampa mortal para Israel. El lector cristiano advierte, en las
diferentes historias y reconstrucciones interpretativas de los hechos, de qué
forma se anudan entré sí lo privado y lo público y cómo unos niveles tienen
consecuencias en el otro. Aprenderá de la historia de David de qué forma se
encadenan el abuso del poder, el sexo y la violencia asesina (cf 2Sam 11) y
advertirá cómo, en la actualidad, estos nudos siguen vigentes. O cómo, según las
profecías de Amós, Oseas y otros, la existencia de pobres es consecuencia del
injusto reparto de los bienes y de pactos políticos cuyo objetivo es el aumento
del poder y la riqueza de personas e instituciones determinadas. Del mismo modo
que verá en el libro de Rut de qué forma la misericordia de una mujer,
extranjera y que no pertenece oficialmente a la fe israelita, es signo de la
misericordia de Dios, que restablece la justicia y prolonga la vida de los
pueblos. O cómo el compromiso de personajes individuales, como la reina Ester y
Mardoqueo, pueden evitar un genocidio.
En resumen, a través de la lectura de los libros históricos y proféticos (1 y
2Sam; 1 y 2Re; Crón, Esd, Neh, Rut, Tob, Jdt, Est, 1 y 2Mac; Is, Jer, Ez, Dan, y
profetas menores) el creyente accede, entre otras cosas, a una imagen de Dios de
múltiples rasgos, interpretación proyectiva, en muchos casos, de las situaciones
por las que pasan los individuos y los pueblos; una imagen de Dios colérica,
exigente y justiciera, en muchas ocasiones, pero también un Dios entendido y
experimentado como dialogante, paciente, de entrañas de misericordia y de
perdón. El lector creyente accede mediante la lectura de estos libros a la
ambigüedad de la historia y del ser humano, a sus contradicciones, a sus
intentos de conversión y al dolor que experimenta ante las consecuencias de sus
pecados.
3. LA DIMENSIÓN
POÉTICA Y SAPIENCIAI, DE ISRAEL. El Antiguo Testamento es un buen ejemplo de la
unidad entre poesía y narración y entre estas formas literarias de expresión y
comunicación y el realismo y la fantasía. La prosa narrativa de las historias
del Antiguo Testamento incluyen elementos de fantasía y de poesía. A menudo,
poemas como los de algunos salmos se convierten en narraciones en verso de las
historias de siempre. El pueblo, así, une la vida y la fe de múltiples maneras.
Ora narrando litúrgicamente, una y otra vez, los grandes acontecimientos de la
salvación (cf Sal 105-107; 114). Escucha la crítica de los profetas, pero
también sus anuncios cargados de esperanzas y de sueños, como los del segundo
Isaías, en poéticos oráculos. Expresa la crisis de fe que acarrea la perplejidad
del mal en el mundo y en uno mismo, el sentimiento de injusticia de ver cómo
medran los que consideramos malos y lo mal que les va a los que consideramos
justos, mediante la historia versificada de un individuo llamado Job. El lector
creyente puede seguir haciendo suyas las terribles preguntas de Job a Dios, sus
desgarradas protestas y sus quejas, de rabiosa actualidad. Descubrirá, así, como
también en muchos de los refranes populares del libro de los Proverbios, o del
Sirácida, la tensión de la fe, las
preguntas que la vida hace a esta y la difícil respuesta posible, a pesar de
Jesús y de su pascua. Aprenderá el carácter de misterio inaprensible de Dios y
la dificultad para manipularlo, junto con la tentación continua de engañarse con
su imagen, de reducir la complejidad de la vida a simplistas
preguntas-respuestas que dan seguridad, pero que no responden a la historia de
la salvación...
En los libros poéticos el lector creyente podrá respirar la frescura del mejor
erotismo poético al reconstruir los diálogos amorosos entre la amada y el amado
del Cantar de los cantares, integrando, de nuevo, la experiencia humana del amor
apasionado con la experiencia religiosa del amor de Dios por su pueblo y por
cada uno de sus individuos. Porque, antes como ahora, sabemos que hay
experiencias desbordantes que prefieren la evocación y el lenguaje abierto,
creativo y poco sujeto a las normas, de la poesía.
En resumen, podemos decir que nada de lo que sea humano, tanto desde el punto de
vista individual como desde el punto de vista social y colectivo, escapa a la
historia de Israel, que, como pueblo creyente, la cuenta y la transmite como
historia sagrada, como historia religiosa. El Dios que se revela en los libros
del Antiguo Testamento no tiene un rostro único, ni es homogéneo, rígido,
estereotipado y unívoco. Es un Dios de rostro múltiple, revelado en las
diferentes épocas, pedagógicamente adaptado a cada momento del pueblo y de su
capacidad de comprensión. Un Dios de una variada y rica expresividad, que cada
creyente debe reconstruir a partir de
diversos fragmentos, pero desde la perspectiva que ofrece Jesús en los
evangelios. Y el ser humano que revelan las múltiples páginas del Antiguo
Testamento se muestra, asimismo, en su enorme diversidad, en su múltiple rostro
y sus diversos contextos. Si el rostro de Dios, a partir de sus grandes
atributos y de sus múltiples fragmentos, se revela cercano y misterioso, íntimo
e inaprensible, el rostro humano que se deja mirar y llamar por Dios, se revela
en la hondura de su misterio. Por eso acercarse a ambos sigue siendo una forma
de encuentro con uno mismo.
III. Catequesis sobre Antiguo Testamento: teología narrativa
Aunque el corpus
legal y los libros poéticos del Antiguo Testamento tienen enorme importancia, me
ha parecido más pedagógico centrarme en las narraciones, es decir, en las
posibilidades catequéticas que encierra la teología narrativa
veterotestamentaria.
1. PRESUPUESTOS
PARA UNA CATEQUESIS SOBRE ANTIGUO TESTAMENTO. a) Lo primero que cualquier
catequista y catequizando debe tener presente es la importancia del Antiguo
Testamento para el Nuevo Testamento. Los evangelios no pueden entenderse
bien ni se puede captar mucho de su mensaje sin tener una buena información y
formación sobre el Antiguo Testamento. En efecto, hay esquemas literarios,
trasfondos de mentalidad, costumbres, escenas, personajes, citas...
que sólo son comprensibles en su contexto cuando se sabe de dónde vienen, a qué
se refieren y de qué forma se adecuan o contrastan con lo que prescribía el
Antiguo Testamento. Para entender el sentido y el mensaje del midrás de la
infancia de Jesús en Mateo es preciso conocer el Exodo, el libro de Josué y la
interpretación del destierro como un nuevo éxodo invertido que realiza el
pueblo. No es igual, por otro lado, explicar este trasfondo que, una vez
conocido, evocarlo en una lectura atenta de estos capítulos de Mateo. Estos
textos, en efecto, presuponen este conocimiento y pretenden evocarlo a fin de
que quien los lea o escuche perciba semejanzas y diferencias y, en ellas, el
sentido de lo que se narra.
b) El segundo supuesto catequético para el Antiguo Testamento es, lógicamente,
el de la conciencia de la distancia
en tiempo, época, lengua, espacio y cultura entre el Antiguo Testamento y
quien entra en contacto con él. Este supuesto debe ser consciente. Es decir, si
no hay conciencia de estas distancias será preciso crearla. Con ello se
evitarían problemas que, con frecuencia, son difíciles de abordar, como el
literalismo, el fundamentalismo y el empirismo histórico, que es el responsable
de entender los textos como meras ventanas desde las que cada cual se asoma al
mundo antiguo, sin tener en cuenta que los textos tienen toda una historia en la
que se ha seleccionado un determinado material y se ha desechado otro; que esta
selección se ha llevado a cabo según los propósitos a los que se destinan cada
uno de los libros y que pueden ser propósitos de propaganda nacionalista o, por
el contrario, de apertura universal;
propósitos litúrgicos o de identificación religiosa con la fe yavista.
Cada contexto y cada situación requerirá unos determinados recursos. En unas
ocasiones bastará con evocar la historia del propio pueblo indígena que se
acerca a las Escrituras, como es fácil que ocurra en pueblos de América latina,
por ejemplo. En otras podrá recurrirse a ciertos materiales ya creados a
propósito, unas veces, o como expresiones artísticas, en otras; por ejemplo,
puede ser útil tener a mano algunas películas y novelas que han intentado con
éxito reconstruir los entornos de épocas y personajes bíblicos.
c) El tercer supuesto es el respeto que requiere la forma en que se transmite
el mensaje. Por ejemplo, un poema, antes de ser explicado, debe ser
adecuadamente leído o escuchado a fin de que produzca el impacto que pretende en
el oyente o lector. Si se comienza una catequesis con la lectura de un poema del
libro de la Sabiduría o de un poema del segundo Isaías con la explicación
directa, se mata el mensaje que conlleva la forma explícita, que es eso que
llamamos poesía y poema. Es preciso insistir en ello porque nuestras catequesis
bíblicas se han caracterizado hasta ahora, y todavía se siguen caracterizando,
por un altanero desprecio y una tremenda falta de respeto hacia la forma del
mensaje de salvación de las Escrituras, como si se pudiera separar el mensaje de
la forma en que este se brinda. Catequistas y catequizandos deben aprender a
percibir el mensaje en sus formas concretas, como aprendizaje existencial para
percibir la revelación continuada del Señor en los diversos modos en que hoy se
brinda. Es, por tanto, un supuesto necesario para la actitud de discernimiento.
d) El cuarto supuesto se refiere a ciertos elementos que tienen que ver
expresamente con la sensibilidad de nuestro tiempo. Me refiero a los
contextos culturales raciales, clasistas y sexistas que se reflejan en las
Escrituras. Y por ello, este supuesto se relaciona con la percepción de ciertas
imágenes de Dios y de las normas éticas. Si se ha tenido en cuenta el segundo
supuesto, entonces este será más sencillo de crear o de abordar, porque,
evidentemente, están relacionados.
Así, por ejemplo, no se pueden abordar las historias de Jacob y de sus mujeres,
Lía y Raquel, sin tener en cuenta, entre otras muchas cosas, la condición de la
esclavitud en aquellos tiempos, la mentalidad sobre las posesiones y los rasgos
del trato que se daba a esclavas y esclavos. Pero, además, dado el papel que
juegan en estas historias Zilpá y Bilhá, esclavas de Lía y Raquel, como madres
de algunos hijos de Jacob, pero pertenecientes a sus señoras, debe tenerse en
cuenta no sólo esta condición de esclavitud, sino el sesgo sexista y clasista
que impregnaba la relación de estas mujeres con Jacob, pero también con las
señoras o esposas legales, y las consecuencias relacionales que todo ello tenía
en la convivencia y trato entre los hijos e hijas 1.
Esto evitaría que la catequesis y la transmisión de los textos bíblicos
reforzara el clasismo, el nacionalismo a ultranza y el sexismo en una sociedad
que, como la nuestra, aunque sea en el nivel de las aspiraciones, pretende la
construcción de una sociedad más igualitaria, acorde con el mensaje de Jesús y
del conjunto del Nuevo Testamento.
e) El último supuesto que puede pedirse a la catequesis sobre el Antiguo
Testamento tiene que ver con dos tentaciones siempre presentes cuando se
lee la Biblia. La primera se refiere a la pregunta por la verdad de lo
narrado en el Antiguo Testamento y que, generalmente, encubre la pregunta sobre
aquella forma de verdad que prevalece en la mentalidad occidental, la verdad
histórica, entendida como evidencia documental verificada y contrastada
científicamente. La segunda tiene que ver con la inmediatez de la
aplicación. Suele formularse, más o menos, con una pregunta así: ¿y esto qué me
dice a mí hoy? O, más en concreto, ¿me vale esto para la vida? Si el trasfondo
de la primera cuestión es un reduccionismo acerca de la condición de la verdad
de un mensaje y las condiciones en las que solemos aceptarla, el trasfondo de la
segunda se refiere a un cierto utilitarismo inmediato en el plano de la fe. Si
esto no me vale para este momento, en mis circunstancias y de forma concreta,
entonces es que no vale. Es decir, si no es útil para mí aquí y ahora, entonces
no me sirve. Es preciso salir al paso de cada una de estas tentaciones, creando
unos supuestos lo suficientemente asentados como para que interfieran lo menos
posible en las catequesis. Son cuestiones que suelen llevarse mucho tiempo y
muchas energías en las sesiones, clases, cursillos y, al final, no suelen dar
mucho fruto.
La tentación del concepto empirista y periodístico de la verdad es típica de
nuestro tiempo. Pero, además, es irracional. Pretende que los hechos pueden
separarse de su significado o que este siempre se ajusta a una pretendida
objetividad. En realidad, en esta cuestión laten problemas que tienen que ver
con los conceptos teológicos de inspiración y revelación. Si en ellos no se
introduce cuanto antes la categoría de encarnación y no se advierte la
importancia que adquieren las mediaciones históricas, culturales y subjetivas
(de sujeto o de los sujetos), el catequista, el educador, estará fomentando una
concepción del mensaje cristiano desligado de la historia, o una imagen de Dios
que se manifiesta sin contar con la naturaleza (milagrismo), el ser humano y la
historia, e incluso contra ellas, por más criaturas que sean. Transmitirá la
imagen de un Dios bíblico caprichoso y poderoso, al que gusta dejar bien claro
quién es el que detenta el poder y que se muestra celoso de los humanos que
pueden robarle prestigio y protagonismo. Este Dios, no lo olvidemos, será muy
difícil de conciliar con el Dios de Jesús que presentan los evangelios.
La otra tentación, utilitarismo inmediato religioso, es también difícil de
frenar. Ciertamente, la Biblia es un libro en el que el ser humano de todos los
tiempos sigue reconociéndose. Pero para que los humanos nos reconozcamos y
hagamos nuestros los textos y su mensaje, sin anacronismos de graves
consecuencias, es preciso contar con esas distancias a las que hice referencia
al tratar el supuesto segundo: la necesidad de tomar conciencia de la distancia
entre el Antiguo Testamento y hoy, en todos los sentidos. Lo que transforma la
vida es un cambio de mentalidad y este no se realiza de la noche a la mañana ni
por reiterados intentos de aplicaciones literales del supuesto mensaje inmediato
de los textos. Captar el mensaje del Antiguo Testamento es ir captando la
mentalidad del pueblo, la forma en que Dios actúa y los personajes y grupos
interpretan que Dios actúa en sus vidas. Esto hace que, lentamente, aprendamos a
mirar la vida y la realidad, a nosotros mismos y a Dios, de una manera nueva, y
que nos acerquemos al evangelio con una preparación interior que nos capacite
para escuchar, como dirigida a nosotros, la palabra de Dios en Jesús.
2. VARIABLES DIFERENCIALES EN LA CATEQUESIS BÍBLICA DEL ANTIGUO TESTAMENTO a) En
la perspectiva del género
hay que contemplar algunas peculiaridades por
las que debe tenerse en cuenta si se trata de niñas, adolescentes, jóvenes y
adultas, o si se trata de niños, adolescentes, jóvenes y adultos. La variable
del género traspasa la de la edad.
La primera cuestión que no debe obviarse es que la
transmisión del Antiguo Testamento, ya sea como historia sagrada, ya sea como
lectura litúrgica continua en las eucaristías diarias o festivas, o incluso en
los estudios sistemáticos de teología, comporta un sesgo sexista, incluso cuando
se dice que no se hacen diferencias. Muchos miles de mujeres testimonian y
denuncian este sesgo. En primer término, no debe olvidarse que el Antiguo
Testamento es un conjunto de libros de mentalidad patriarcal 2. En segundo
término, la catequesis no puede ignorar a las múltiples mujeres que hay en todos
los libros de la Escritura. En tercer lugar, hay
que explicar el sesgo sexista cultural e histórico de ciertos
textos; tal vez de la mayoría. Y esto debe ser explícito. Y, en último término,
el punto de partida que guíe tanto las explicaciones sesgadas, como la
inadecuación de modelos, costumbres, etc. debe ser el de los evangelios, con
expresa referencia a la conducta de Jesús para con cada uno de los géneros.
Cuando los textos tengan varias alternativas válidas de interpretación, sería
éticamente deseable que se eligieran aquellas que fueran menos lesivas para la
dignidad del 52% de la humanidad, las mujeres, que, además, constituyen hoy la
parte más victimizada por la pobreza (feminización de la pobreza) y la
violencia. Por ejemplo, habría que tenerlo en cuenta al narrar y explicar los
textos de la creación de la humanidad.
b) En la perspectiva de las edades.
1) Para los niños, teniendo en cuenta los diferentes momentos
evolutivos de la religiosidad, es fundamental privilegiar la modalidad narrativa
de la catequesis bíblica. Por una parte, se respeta la forma del mensaje y, por
otra, se respeta y aprovecha la capacidad imaginativa y fabuladora de los niños.
No olvidemos que nuestra cultura es, en gran medida, narrativa. Esto significa
que el catequista debe vigilar su tendencia a ofrecer explicaciones
racionalistas, proyección de sus preocupaciones e intereses, más que adecuación
a la mente infantil y a los estadios psicoevolutivos de su religiosidad.
Es importante no separar la imagen de Dios de las
historias en las que interviene. Habrá que prestar atención a no hablar de Dios
como de un elemento que hay que explicar aparte.
Los niños y las niñas tienen enorme facilidad para deducir cómo es Dios a partir
de las historias en las que aparece e interviene.
Es preciso, también, evitar las moralejas. Las historias ya son morales, y la
moraleja que no es pedida por niños indica que el catequista no confía en la
moralidad de la historia que ha contado o que ha explicado o leído para ellos.
En otras ocasiones manifiesta dudas y problemas de educadores, catequistas y
orientadores, acerca de la moralidad de ciertas historias. Para ilustrar lo que
quiero decir, me remito a las actitudes confiadas que solemos tener ante
narraciones de dudosa moralidad como los cuentos clásicos infantiles. En la
mayoría de ellos abunda la violencia, se divide a los humanos de forma maniquea
en buenos y malos, se realizan acciones que no son generosas, se da cabida a
venganzas, castigos durísimos, ausencia de piedad... Y, a pesar de todo, la
mayoría de los adultos no se hace problema sobre tan dudosa moralidad... En
cambio, sienten terribles reticencias y no confían en los niños al transmitirles
ciertas historias bíblicas que, como esas otras, suelen contener muchas
ambigüedades y que, como esas otras, pueden cumplir un objetivo religioso y de
discernimiento moral, según la mentalidad de cada edad y las necesidades
psicológicas y evolutivas de cada momento.
No es necesario evitar o eliminar el mal, el sufrimiento o las tragedias en las
historias del Antiguo Testamento. No olvidemos, de nuevo, que los cuentos
infantiles integran los elementos perversos y trágicos de la vida. A este
respecto es importante, siempre que sea posible, acabar las historias con
finales felices. De este modo, sin ocultarles la realidad, las historias del
Antiguo Testamento contribuyen a crear un esquema psicológico de referencia
positivo, confiado y catártico. Se prepara, así, el marco pascual de la fe y la
confianza básica de que el bien y la luz vencen al mal y a la tiniebla. Son
interesantes, a este respecto, las historias del Exodo.
En la narración de historias bíblicas veterotestamentarias a niños es importante
evitar crear esquemas sexistas, racistas y clasistas. Estas historias tienen
garra suficiente como para crear estereotipos de los que luego es difícil
deshacerse; o para reforzarlos, cuando ya existen (que suele ser lo común).
Cuando ocurre algo así, se añade un serio inconveniente en relación con los
evangelios y pueden ocurrir varias cosas: que se empleen los mismos esquemas
sexistas, racistas y clasistas al leer las historias evangélicas,
incapacitándose así para apreciar las rupturas innovadoras de Jesús y del
reinado de Dios; que se haga un corte maniqueo, considerando el Antiguo
Testamento como un estadio negativo en su conjunto, olvidando la filiación
religiosa judía del mismo Jesús y obstaculizando, de paso, el diálogo ecuménico
con la religión judía; que los esquemas creados o reforzados dificulten la
dinámica pedagógica de la revelación de Dios en Jesús, ya que no podría
percibirse la contemporaneidad de la continuidad y la ruptura innovadora.
Por último, es preciso señalar que, sobre todo entre los 4 y los 8 años, no es
necesario contar muchas historias bíblicas a niños, sino contar muchas veces las
mismas historias, animarles a que las repitan y las narren entre sí y a otra
gente, a que las interpreten, reproduzcan y representen de diferentes maneras.
Esta repetición es la que forma en ellos esquemas psicológicos, sociales y
religiosos de referencia. Esto advierte ya de la importancia que tiene saber
seleccionarlas.
2) En relación con los adolescentes, contando con la dilatación de este
período en nuestras sociedades occidentales, sería bueno tener en cuenta algunas
cosas como las siguientes. No desestimar en ningún momento la importancia de la
dimensión narrativa de la fe, a partir de las historias del Antiguo Testamento,
aunque es indudable que las mismas preguntas de chicas y chicos irán orientando
el tipo de explicaciones que sobre ellas necesitan. Por ejemplo, es momento de
ofrecerles una buena y seria introducción a las Escrituras, a medida que cada
historia vaya pidiendo contexto, análisis histórico y social y teología. Es un
momento especialmente oportuno para introducirles en la perspectiva de la
antropología cultural aplicada a los textos bíblicos. De este modo, el despertar
de una nueva forma de pensamiento se une a la fuerza narrativa del mensaje
religioso.
Debe tenerse en cuenta que las narraciones y explicaciones bíblicas han de
favorecer la personalización de la fe en los chicos, debido a su tendencia a la
abstracción, así como debe favorecerse en ellos la integración del ideal en la
realidad y en la vida, dada su propensión a situarlo fuera. En las chicas, será
preciso prestar atención a que los sentimientos y emociones, que en un principio
ayudan a personalizar la fe, no las cierren en una espiritualidad intimista de
corte espiritualista.
En esta etapa es fundamental configurar modelos en el horizonte de sentido de
chicas y chicos. En el Antiguo Testamento hay una impresionante gama de héroes y
antihéroes, que pueden contribuir positivamente a la dinámica psicológica y
religiosa de la imitación e identificación de actitudes, soporte necesario para,
en una época posterior, dar el paso hacia el seguimiento de Jesús, verdadera
actitud de fe madura con respecto al personaje central.
Es importante, también, tener en cuenta los momentos de dudas y crisis de fe.
Abordarlos con historias bíblicas, como las experiencias de Jeremías o de Job o
del Qohélet, por ejemplo, es una forma indirecta y eficaz de clarificación,
ayuda y liberación. Del mismo modo, es interesante saber situar adecuadamente la
dimensión moral de las historias del Antiguo Testamento, evitando una moral
heterónoma y favoreciendo una moral teónoma y de actitudes, que ayude,
positivamente, a crear la propia capacidad de discernimiento y de libertad
interior.
3) En lo que respecta a los jóvenes, así como a los adultos, creo que,
además de dar continuidad a la tarea catequética bíblica comenzada con la etapa
adolescente, podría acentuarse y ampliarse la formación para una lectura crítica
y creyente del Antiguo Testamento. Existen diversos métodos de praxis, entre los
que destaco el de la lectio divina, de probada tradición eclesial, en sus
diferentes momentos de lectio, oratio, collatio, contemplatio y actio.
Como criterios y cuestiones a tener en cuenta señalo los que me parecen más
relevantes.
Es importante para una persona creyente, sea joven o de más edad, prestar
atención a la complejidad y ambigüedad que caracterizan las historias,
situaciones y personajes del Antiguo Testamento. Con ello queda de manifiesto
una imagen de Dios respetuosa con la libertad humana, pero también confiada en
la responsabilidad de las personas y de la dinámica histórica. Sería de desear
que se favoreciera un adecuado análisis social y político, de forma que la
intervención de Dios en la vida de la humanidad, tal y como aparece revelada en
su Palabra, no sea situada al margen de la historia misma y sus vicisitudes.
Muy importante, a mi modo de ver, sería que los creyentes, jóvenes y adultos,
fueran madurando en capacidad interpretativa. De hecho, las narraciones, como
teología narrativa, se prestan a diversas interpretaciones que, ciertamente,
deben ser adecuadamente evaluadas en su contexto literario, canónico e
histórico. En este sentido, no está de más advertir del peligro que catequistas
y formadores en la palabra de Dios, suelen correr al precipitarse en dar las
respuestas antes, incluso, de que hayan sido formuladas las preguntas. Más
pedagógico, si las preguntas no surgieran, sería provocar interrogantes. Pero,
además, considero que catequistas y animadores de la Palabra no deben tener
miedo a dejar abiertos algunos graves interrogantes, para los que las
Escrituras, el Antiguo Testamento en nuestro caso, no tiene respuestas, o que,
incluso, ha dejado dolorosamente abiertos. Piénsese, a modo de ejemplo, en el
libro de Job, que abre unos interrogantes que después no cierra. O, en un
sentido distinto, en el libro de Jonás de final abierto, provocación para el
lector, lectora u oyente, que puede, si quiere, comprometerse a poner un final
concreto, o puede seguir eligiendo dejarlo abierto...
Concluyendo, la catequesis sobre el Antiguo Testamento, de eminente modalidad
narrativa, puede convertirse en verdadera escuela de fe y de humanidad, de
compromiso social y liberador para todo creyente. Precisa, quizás, buenos
catequistas, que hayan realizado procesos serios de formación bíblica.
NOTAS: 1. Puede verse al respecto E. ESTÉVEZ, Las
esclavas, y M. NAVARRO, Las extrañas del Génesis, tan parecidas, tan
diferentes, en I. GÓMEZ ACEBO (ed.), Relectura del Génesis, Desclée
de Brouwer, Bilbao 1997. — 2 Actualmente existe una ingente cantidad de libros y
de artículos en los que se pone de relieve, tanto el sesgo sexista de la
transmisión de la Biblia en los círculos cristianos y judíos, como las posibles
alternativas a fin de ofrecer una perspectiva diferente y más igualitaria. En
español, entre otras, puede verse C. BERNABÉ, Biblia, en M. NAVARRO (ed.),
10 mujeres escriben teología,
Verbo Divino, Estella 1995.
BIBL.: AA.VV., La Biblia en grupo. Doce itinerarios para una lectura
creyente, Verbo Divino, Estella 1997; AA.VV., La nueva crítica del
Pentateuco, Estudios bíblicos 52 (1994); CHARPENTIER E., Para leer el
Antiguo Testamento, Verbo Divino, Estella 1986; GóMEZ ACEBO L (ed.),
Relectura del Génesis, Desclée de Brouwer, Bilbao 1997; Los libros de
Josué, Jueces y Rut, Herder-Ciudad Nueva, Barcelona-Madrid 1995; MESTERS
C., La formación del pueblo
de Dios, Verbo Divino, Estella 1997;
Lectura orante de la Biblia, Verbo Divino, Estella 1997; NAVARRO M.,
Barro y aliento. Exégesis y antropología de Gén 2-3, San Pablo, Madrid 1993;
PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La interpretación de la Biblia en la Iglesia,
Ciudad del Vaticano 1993; SICRE J. L., Introducción al Antiguo
Testamento, Verbo Divino, Estella 1992.
Mercedes
Navarro Puerto
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