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El monasterio de San Juan de la Peña (en aragonés Sant Chuan d'a Penya), situado en Santa Cruz de la Serós, al suroeste de Jaca, Huesca, Aragón (España), fue el monasterio más importante de Aragón en la alta Edad Media. En su Panteón Real fueron enterrados un buen número de reyes de Aragón. Forma parte del camino aragonés del Camino de Santiago. Su enclave es extremadamente singular.
Este sería el inicio del Monasterio del que escribía don Miguel de Unamuno:
Reinando en Pamplona García Íñiguez y Galindo Aznarez I, conde de Aragón, comienzan a favorecer al Monasterio. El rey García Sánchez I concedió a los monjes derecho de jurisdicción, y sus sucesores hasta Sancho el Mayor, continuaron esta política de protección. Allí pasó sus primeros años San Íñigo. En el reinado de Sancho Ramírez de Aragón adquiere su mayor protagonismo llegando a ser panteón de los reyes de Aragón.
Fueron devastadores los incendios de 1494 y 1675. A raíz del último de ellos, se construyó el Monasterio Nuevo. El Monasterio Antiguo fue declarado Monumento Nacional el 13 de julio de 1889 y el Monasterio Moderno el 9 de agosto de 1923. La restauración fue dirigida por el arquitecto modernista aragonés Ricardo Magdalena.
El Maestro desarrolla un programa sobre escenas bíblicas donde
aparecen entre otras el Anuncio a los pastores, la Natividad, la
Anunciación, la Epifanía, el Bautismo y la Circuncisión de Jesús, la
Última Cena, episodios sobre Caín y Abel, la Creación de Adán y Eva, así
como su Reprobación y posterior condena al trabajo. Seguramente el
maestro de Agüero sólo elaboró los capiteles para dos alas del claustro
ya que a finales del siglo XII el monasterio entró en franca decadencia.
El programa iconográfico que plantean los 26 capiteles que conservamos
parece enfocar la Salvación a través de la Fe escogiendo los episodios
más significativos para ello.
Se trabaja con bajorrelieves casi todos dominados por un horror vacui muy acentuado que provoca contorsiones en algunas figuras que superan el propio marco sacando un brazo como en la escena de Jesús y los Apóstoles. Los gestos son exagerados, casi teatrales, acentuando los ojos y la boca, y confiriendo narratividad a las escenas. En cuanto a las formas, éstas se someten a esquemas geométricos que dominan desde la configuración del rostro o los pliegues de los paños, hasta los movimientos de caballos o de la misma agua que se vierte de un jarro a otro.
En San Juan de la Peña, los reyes de Aragón fueron sepultados en tumbas de piedra colocadas en tres órdenes superpuestos, desde la roca hacia afuera, presentando a la vista sólo los pies del féretro. El panteón real ocupa las dependencias de la antigua sacristía de la iglesia alta, que data del siglo XI; fue reformado por Carlos III en 1770, siguiendo las indicaciones de don José Nicolás de Azara y del conde de Aranda, quien quiso ser enterrado en el atrio. La reforma sólo afectó a la decoración, quedando los sepulcros en el mismo lugar; se levantó delante de ellos una pared en la que se colocaron láminas de bronce con las inscripciones correspondientes, se distribuyó por la sala profusión de estucos y mármoles, colocando en la pared frontera unos medallones con relieves que representan escenas de legendarias batallas.
Alberga los restos de algunos monarcas navarros que reinaron en Aragón, de los primeros condes aragoneses y de los tres reyes iniciales de la dinastía ramirense, Ramiro I, Sancho Ramírez, Pedro I, junto con sus esposas.
La necesidad de atraer a los peregrinos a Santiago que pasaban por el cercano camino de Jaca al monasterio aconsejó que en él se ubicara la reliquia. En 1399 el rey Martín I se llevó el vaso sagrado al palacio de la Aljafería de Zaragoza, donde estuvo más de veinte años, después de una breve estancia en Barcelona, acompañando al rey y posteriormente se trasladó a la Catedral de Valencia.
Enclavado
en la ladera norte de la sierra del mismo nombre y constituyendo
un balcón privilegiado orientado hacia las escarpadas
cumbres pirenaicas, el Real Monasterio de San Juan de la Peña
se ubica a unos 20 kilómetros al suroeste de Jaca, desde
donde es posible acceder a través de Santa Cruz de la
Serós, población de la que parte un ramal asfaltado
tan curvilíneo como pintoresco que conduce a los monasterios.
Y decimos "monasterios" en plural porque, efectivamente, dos son los establecimientos monásticos que, bajo la advocación de San Juan, fueron fundados en este recóndito rincón prepirenaico: uno altomedieval al abrigo de un enorme peñón que centrará principalmente nuestra atención; y un segundo levantado unos cientos de metros más arriba entre los siglos XVII y XVIII como consecuencia del pavoroso incendio que, un 24 de febrero de 1675, asoló el monasterio bajo.
Situado igualmente a los pies del Camino de Santiago Aragonés, el Real Monasterio de San Juan de la Peña es, en la actualidad, uno de los monumentos peninsulares que más visitantes atrae tanto por su interés histórico - artístico, como por la inigualable belleza de su emplazamiento y de sus paisajes circundantes.
Historia
Más allá de relatos legendarios que atribuyen los orígenes de San Juan de la Peña a un episodio milagroso acaecido en el siglo VIII en el que el joven Voto, tras caer por un acantilado persiguiendo un ciervo, fue a dar con una cueva en la que yacía el cuerpo sin vida del eremita Juan de Atarés; lo cierto es que el paraje en que se sitúa el monasterio parece más que propicio para que, durante los primeros siglos de Reconquista, constituyese un escenario idóneo para el retiro de eremitas y anacoretas, germen del primer monacato medieval.
Pese a referencias algo nebulosas que hablan de cierta actividad en torno a San Juan de la Peña durante la novena centuria, lo cierto es que hay que esperar a principios del siglo X (año 920) para encontrar las primeras noticias documentales que hablan de una primigenia consagración del cenobio pinatense, convirtiéndose desde entonces en uno de los centros monásticos de referencia para los reyes navarros y aragoneses.
Abandonado
probablemente durante los últimos años del siglo
X, es durante la tercera década del XI cuando, bajo el
reinado de Sancho el Mayor de Navarra, el monasterio es de nuevo
revitalizado con la introducción de la regla benedictina,
siendo también ampliado en sus equipamientos. Sin embargo,
uno de los momentos claves en el devenir histórico del
cenobio pinatense es 1071, fecha en que el monarca Sancho Ramírez,
amén de ampliar el monasterio con la erección
de un segundo nivel, introduce por primera vez en la Península
Ibérica el rito romano en perjuicio de la liturgia hispano
visigoda hasta entonces imperante.
De este modo, el Monasterio de San Juan de la Peña se convirtió desde los años finales del siglo XI y durante todo el XII en una de las plazas de referencia para la monarquía aragonesa, desempeñando incluso la función de panteón real.
A partir
de finales del siglo XII y sobre todo durante todo el XIII,
el cenobio iniciaría un lento proceso de decadencia,
justificado principalmente porque con las conquistas y el avance
cristiano hacia el sur, el foco de influencia y de poder político
se desplazó desde el abrupto Pirineo hacia el área
del valle del Ebro, siendo por consiguiente cenobios como Veruela,
Poblet, Rueda o Piedra los que pasarían a convertirse
en los predilectos de los monarcas.
Así pues, toda la Baja Edad Media será para San Juan de la Peña un periodo de largo ostracismo, sobreviviendo y manteniéndose viva la comunidad monacal en condiciones de extrema humildad hasta que, en 1675, el más devastador incendio de cuantos consta que asolaron el monasterio, motivó el traslado de la comunidad a un nuevo cenobio barroco levantado unos cientos de metros más arriba, concretamente en la llamada Pradera de San Indalecio.
Tras la invasión francesa y, sobre todo, tras la Desamortización, ambos monasterios quedarían abandonados, siendo posteriormente declarados Monumento Nacional en 1923 y 1889 respectivamente, procediéndose a su restauración y adecuación para el turismo, existiendo en la actualidad un centro de interpretación, una hospedería e incluso un pequeño museo.
El Real Monasterio de San Juan de la Peña o "Monasterio Viejo"
El primer monasterio de San Juan de la Peña, conocido popularmente como "el viejo" o "el de abajo", se acomoda al abrigo de un imponente peñón rocoso que, como a continuación observaremos, condiciona decisivamente su morfología.
El conjunto
monacal queda dividido en dos niveles en altura: uno inferior
en el que encontramos la primitiva iglesia mozárabe junto
a la mal llamada Sala de los Concilios; y uno superior en el
que, sobre el propio templo bajo, se acomoda una segunda iglesia,
el panteón real, el celebérrimo claustro, así
como una serie de dependencias monacales anejas.
La iglesia inferior
Dedicada a los santos Julián y Basilisa, la iglesia inferior del Monasterio de San Juan de la Peña es el más antiguo testimonio conservado del cenobio pinatense, remontándose su consagración a nada menos que el año 920.
Por encontrarse semiexcavada en la roca y debiendo acomodarse forzosamente a ella, presenta la particularidad de no respetar la tradicional orientación canónica de los templos cristianos peninsulares.
Consta de dos cortísimas naves separadas por dos arcadas de medio punto doveladas que descansan sobre un potente pilar central. Ambas naves, a través de otros dos arcos de medio punto, desembocan en sendos ábsides cuadrangulares de nicho central literalmente excavados en la roca viva, quedando comunicados entre sí a través de un pequeño ventanal de falsa herradura.
A los pies
de la primitiva nave lateral izquierda mozárabe, abre
un sencillo vano peraltado que en la actualidad comunica con
la Sala de los Concilios pero que, originalmente, pudo cumplir
la función de acceso principal al oratorio.
En una segunda fase constructiva, coincidente probablemente con el reinado de Sancho el Mayor, la primitiva iglesia mozárabe fue ampliada mediante la prolongación hacia los pies de sus dos naves, las cuales, comunicadas a través de escaleras, quedan a un nivel ligeramente inferior respecto a la cabecera.
También en tiempos del románico fue desplegado en los muros y bóvedas de la cabecera mozárabe un amplio programa iconográfico basado en la vida y martirio de los santos Cosme y Damián. Lamentablemente este programa pictórico, cuya ejecución se atribuye a una mano próxima a la del taller del Panteón de San Isidoro de León, se encuentra muy perdido a día de hoy.
Sala de los Concilios
Contigua a la iglesia inferior y comunicada por el vano peraltado anteriormente descrito, se encuentra la conocida como Sala de los Concilios, una denominación basada en la errónea teoría de fue escenario de un concilio a mediados del siglo XI.
Su construcción,
contemporánea a la ampliación románica
de la iglesia inferior, estaría destinada a albergar
los dormitorios de los monjes, conservándose incluso
horadados en la pared varios enterramientos.
La estancia, accesible también desde el exterior a través de unas escaleras, presenta una planta trapezoidal, quedando dividido el espacio interior en ocho tramos (cuatro a dos) separados por arcos rebajados y cubiertos por bóvedas independientes de cañón que van a apear sobre tres recios pilarones centrales de planta cruciforme.
La
iglesia superior
Situada justo sobre la primitiva iglesia mozárabe, la iglesia superior fue edificada en dos etapas: una primera encuadrable cronológicamente en el reinado de Sancho el Mayor, de la que tan sólo se conserva un lienzo hacia el costado de la epístola; y una segunda que correspondería a la actual fábrica que, promovida por el rey Sancho Ramírez, fue definitivamente consagrada a finales del siglo XI, concretamente, en el año 1094.
El espacio de la iglesia superior queda definido mediante una amplia y diáfana nave de tres tramos separados por fajones de medio punto que, al alcanzar la altura de la roca, acusa un marcado ensanchamiento en el último tramo previo a la cabecera, la cual se encuentra literalmente excavada en la roca a considerable profundidad respecto a la iglesia inferior.
Consta dicha
cabecera de tres ábsides de planta semicircular cubiertos
con bóvedas de cuarto de esfera precedidas de brevísimos
tramos rectos con bóveda de cañón, siendo
ligeramente de mayor tamaño el altar central, dedicado
a San Juan, respecto a los dos laterales, bajo la advocación
respectivamente de San Miguel y San Clemente.
La triple cabecera, recorrida horizontalmente por una línea de imposta ajedrezada, queda articulada al interior en su registro bajo mediante arquillos ciegos de medio punto sobre columnas y capiteles de gran sencillez. Llama igualmente la atención que las dos absidiolas laterales quedan comunicadas con la central a través de angostos arquillos de medio punto sobre capiteles bastante desfigurados.
Muy innovadora
puede considerarse la solución adoptada en los soportes
de los tres arcos triunfales de acceso a la cabecera, compuestos
por haces de cuatro columnas en disposición cruciforme,
un recurso que, como señala Antonio García Omedes,
permite crear una sensación de elegancia y ligereza "frente
a la abrumadora sensación de opresión que transmite
la roca viva sobre el templo"
En la actualidad el acceso a la iglesia superior se realiza desde el Panteón de Nobles, aunque existe otro vano de formulación mozárabe que comunica la iglesia con el claustro, una puerta que, según muchos especialistas, podía haber sido trasladada desde la iglesia inferior.
El muro
de los pies, sin embargo, fue reinterpretado en una reforma
tardía, siendo abiertos tres ventanales altos flanqueando
uno central original que bien pudiera ser un primitivo acceso
al templo dispuesto sobre dependencias monacales a nivel inferior
hoy desaparecidas.
Panteón de Nobles
La iglesia superior del cenobio pinatense queda flanqueada a un lado por el inigualable claustro en el que a continuación nos detendremos, mientras que al costado opuesto se disponen tanto las antiguas dependencias monacales habilitadas hoy como museo, como la zona de enterramientos, hoy distorsionada por la adición en tiempos de Carlos III de un moderno Panteón Real.
A la misma entrada del monasterio encontramos una pequeña antesala abovedada desde la que parten dos escaleras: una descendente que nos conduciría a la iglesia baja a través de la llamada Sala del Concilio; y una en ascenso que desemboca directamente en el llamado Panteón de Nobles. Esta escalera, perfectamente documentada gracias a una lápida alusiva a su construcción, dataría del año 1301, siendo mandada habilitar por el Abad Pedro de Setzera.
El Panteón de Nobles propiamente dicho no es más que un pequeño espacio al descubierto habilitado entre la iglesia, las celdas monacales convertidas hoy en museo, y el moderno panteón neoclásico, el cual, fue acomodado sobre el muro en el que se disponen los enterramientos.
Las tumbas,
empotradas literalmente en el muro, se suceden bajo una cenefa
ajedrezada divididas en dos registros: doce en el superior y
diez en el inferior. Los veintidós enterramientos que
suman en total presentan la misma disposición, quedando
individualizadas mediante arcos de medio punto de roscas ajedrezadas
o perladas que inscriben, a modo de pequeños tímpanos,
distintos motivos decorativos.
Entre el
repertorio ornamental desplegado en los frentes de los nichos
encontramos distintas variedades de cruces, crismones trinitarios,
una rueda, blasones nobiliarios, formulas vegetales e incluso
escenografías figurativas, destacando un grifo dentro
de un clípeo, un jinete, o una representación
del alma del difunto siendo elevada por ángeles.
Además
de las tumbas, son también numerosas las laudas funerarias
alusivas a diferentes personajes relevantes que encontramos
a lo largo y ancho de todo el espacio, tanto en el mismo lienzo
sobre los propios nichos como, incluso, aprovechando el exterior
del muro del evangelio de la iglesia superior.
Entre el Panteón de Nobles y la propia peña bajo la cual se asientan las distintas dependencias monásticas, se situaba el Panteón Real original en el que reposaban los restos de los reyes de Aragón. Sin embargo, en el siglo XVIII y por mandato del rey Carlos III, fue erigido el suntuoso panteón neoclásico que puede observarse en la actualidad, habiendo quedado el primitivo panteón altomedieval parcialmente oculto, pudiendo, aún así, observarse entre la peña y el muro algunas tumbas antropomórficas.
Claustro
Al costado opuesto del Panteón de Nobles, frente al muro de la epístola de la iglesia superior, fue habilitado el claustro: sin duda, es el más relevante de cuantos restos se han conservado del primitivo Monasterio de San Juan de la Peña tanto por su propio valor artístico, como por su genuina apariencia que lo convierten, por méritos propios, en una pieza única.
Desde la
iglesia se accede al espacio claustral a través del arco
de herradura anteriormente aludido y que, para la mayoría
de especialistas, se trataría del acceso primitivo de
la iglesia baja que, en algún momento, sería trasladado
al templo superior. Llama la atención este arco por la
inscripción en caracteres mozárabes que recorre
toda su rosca y en la que se puede leer: "Por esta puerta
se abre el camino de los cielos a los fieles + que unan la fe
con el cumplimiento de los mandamientos de Dios"
Junto a
la iglesia y asomando al claustro, se encuentra la Capilla de
San Victorián, preciosa construcción añadida
en tiempos del gótico para albergar los enterramientos
de diferentes abades pinatenses. Al lado opuesto, accesible
a través de una modesta portada neoclásica, abre
la segunda de las capillas claustrales, dedicada a San Voto.
Parece evidente, a juzgar por los cimientos y por las huellas aún patentes en la iglesia que, en primera instancia, el claustro quedaba protegido al exterior mediante un muro hoy desaparecido. Cabe reseñar también la notable cantidad de laudas epigráficas empotradas sobre todo en el muro de la iglesia orientado al claustro, inscripciones que solemos encontrar en la mayoría de claustros monacales dedicadas a miembros de la comunidad tras su fallecimiento.
En la actualidad,
el claustro conserva prácticamente íntegros los
lienzos Norte y Oeste, habiendo desaparecido las pandas oriental
y meridional: es decir, la contigua al muro de la iglesia y
la más próxima al peñón rocoso.
Otra de
las razones que hacen del claustro pinatense un monumento sobresaliente
es el hecho de que en sus capiteles trabajó, durante
la segunda mitad del siglo XII, el celebérrimo Maestro
de Agüero o de San Juan de la Peña, un artista anónimo
cuya inconfundible maestría es perfectamente apreciable
en diferentes edificios religiosos del norte de Aragón
y de Navarra, siendo perfectamente reconocible, entre otros
rasgos, por su personalísima manera de representar los
ojos de los personajes: muy bulbosos y considerablemente desproporcionados.
En cuanto
al programa iconográfico de los capiteles se refiere,
es de suponer que el claustro en su totalidad constituiría
una verdadera y completísima Biblia pétrea, sin
embargo, debido a la mencionada desaparición casi total
de las pandas Sur y Este, hemos de conformarnos con las escenas
labradas en los capiteles de los lienzos Norte y Oeste así
como con algún capitel aislado y descontextualizado aparecido
en los alrededores y recolocado de manera aparentemente aleatoria.
La lectura
del conjunto comenzaría en el ángulo nordeste
del claustro, donde fue representado el Ciclo del Génesis,
siendo reconocibles las escenas de la Creación de Adán
y Eva; el Pecado Original, su consiguiente Expulsión
del Paraíso por sucumbir a las tentaciones del demonio
y, por último y como consecuencia de su pecado, la obligación
de trabajar la tierra por parte de los primeros padres.
A continuación,
a partir del tercer capitel de la panda norte, comenzaría
el Ciclo de la Infancia de Cristo, apareciendo en primer lugar
y sobre un único capitel los pasajes de la Anunciación,
la Visitación y el Anuncio a los pastores. Tras él,
y en lo que constituye un error en la sucesión temporal
de la narración, quizás cometido durante la restauración,
aparecen dos capiteles con las escenas de la Huida a Egipto
y el Sueño de José por un lado, y los Magos ante
Herodes junto con la Matanza de los Inocentes por otro.
Tras ellos,
después de un confuso capitel que se ha venido interpretando
como un pasaje del Bautista descontextualizado, volvemos a recuperar
el Ciclo de la Infancia con escenas alusivas a los Magos: apareciendo
primero sobre sus cabalgaduras camino de Belén, y a continuación
adorando al Niño (Epifanía). Los dos últimos
capiteles de la panda norte desaparecieron y fueron sustituidos
por dos lisos de hechura contemporánea.
Los capiteles del lienzo occidental, es decir, del más alejado de la iglesia, disponen escenas alusivas al Ciclo de la Vida Pública de Cristo, comenzando por el episodio de las Tentaciones de Cristo en el desierto primero, la Pesca Milagrosa a continuación, así como una magnífica representación de las Bodas de Canaá.
Tras ellos,
aparece una escena de difícil interpretación que
bien podría representar el pasaje de la Magdalena suplicando
de rodillas a Cristo la curación de su hermano Lázaro,
ya que en el siguiente capitel si que resulta perfectamente
reconocible el tema de la Resurrección del de Betania.
Alcanzando
una calidad plástica prácticamente insuperable,
la narración prosigue con los capiteles de la Entrada
triunfal de Jesús en Jerusalén y el de la Última
Cena con el Lavatorio de los pies, rematándose el ciclo
con el pasaje de la Traición de Judas.
El resto
de capiteles, excepción hecha de un magnífico
Bautismo de Cristo muy deteriorado reubicado en la panda sur
del claustro, ya no son atribuibles a la mano del Maestro de
San Juan de la Peña, siendo de destacar pese a todo una
magnífica representación de Cristo en Majestad
dispuesto en el sector suroriental del conjunto.
El
Museo
Diferentes
capiteles aislados aparecidos en diversas restauraciones o campañas
de excavaciones han sido depositados en el modesto museo de
San Juan de la Peña, habilitado tanto en la zona de las
celdas de los monjes junto a la iglesia superior, como en lo
que sería la zona de cocinas del cenobio, donde también
puede admirarse el horno original del monasterio viejo.
El
Monasterio Nuevo
Situado unos cientos de metros más arriba del viejo monasterio de San Juan de la Peña, concretamente en la llamada Pradera de San Indalecio; el conocido como Monasterio Nuevo de San Juan de la Peña fue erigido entre la última década del siglo XVII y la primera del XVIII como consecuencia de un incendio, perfectamente documenatdo, que asoló y dejó inhabitable el viejo cenobio pinatense.
Consagrado
en el año 1705, el Monasterio nuevo construido en ladrillo
responde a los cánones propios del barroco, siendo de
destacar la fachada principal de la iglesia, la cual queda enmarcada
entre dos torres campanario angulares y abierta a través
de tres portadas ornamentales coronadas respectivamente por
las efigies pétreas de San Benito, San Indalecio y San
Benito.
Tanto la
iglesia como todos los equipamientos monacales anejos quedaron
en el más absoluto abandono tras la Desamortización
de Mendizabal, quedando parcialmente arruinado.
Entrado
ya el siglo XXI, fue sometido a una profunda restauración,
siendo habilitado en su interior una hospedería y un
centro de interpretación que introduce al visitante en
la historia del monasterio y, por consiguiente, en la historia
del Reino de Aragón.
Monasterio de San Juan de la Peña | |
---|---|
Bien de interés cultural | |
Tipo | Monasterio |
Ubicación | España Aragón Huesca Santa Cruz de la Serós |
Coordenadas | 42°30′27.77″N 0°40′23.81″O Coordenadas: 42°30′27.77″N 0°40′23.81″O (mapa) |
Uso | |
Culto | Católico |
Orden | Exclaustrado |
Arquitectura | |
Construcción | siglos XI-XII |
Estilo arquitectónico | Románico |
Índice
Historia y leyenda
Cuenta la leyenda, que un joven noble de nombre Voto (en algunas versiones, Oto), vino de caza por estos parajes cuando avistó un ciervo. El cazador corrió tras la presa, pero ésta era huidiza y al llegar al monte Pano, se despeñó por el precipicio. Milagrosamente su caballo se posó en tierra suavemente. Sano y salvo en el fondo del barranco, vio una pequeña cueva en la que descubrió una ermita dedicada a San Juan Bautista y, en el interior, halló el cadáver de un ermitaño llamado Juan de Atarés. Impresionado por el descubrimiento, fue a Zaragoza, vendió todos sus bienes y junto a su hermano Félix se retiró a la cueva, e iniciaron una vida eremítica.Este sería el inicio del Monasterio del que escribía don Miguel de Unamuno:
...la boca de un mundo de peñascos espirituales revestidos de un bosque de leyenda, en el que los monjes benedictinos, medio ermitaños, medio guerreros, verían pasar el invierno, mientras pisoteaban la nieve jabalíes de carne y hueso, salidos de los bosques, osos, lobos y otros animales salvajes.Se habitan estas montañas poco después de la invasión musulmana, al construir el castillo de Pano, destruido en el año 734. El origen legendario del Reino de Aragón también encuentra en el monasterio cueva de San Juan de la Peña su propia historia, cuando reunidos los guerreros cristianos junto a Voto y Félix deciden por aclamación nombrar a Garcí Ximénez su caudillo que les conducirá a la batalla por reconquistar tierras de Jaca y Aínsa, lugar éste donde se produjo el milagro de la cruz de fuego sobre la carrasca del Sobrarbe.
Reinando en Pamplona García Íñiguez y Galindo Aznarez I, conde de Aragón, comienzan a favorecer al Monasterio. El rey García Sánchez I concedió a los monjes derecho de jurisdicción, y sus sucesores hasta Sancho el Mayor, continuaron esta política de protección. Allí pasó sus primeros años San Íñigo. En el reinado de Sancho Ramírez de Aragón adquiere su mayor protagonismo llegando a ser panteón de los reyes de Aragón.
Fueron devastadores los incendios de 1494 y 1675. A raíz del último de ellos, se construyó el Monasterio Nuevo. El Monasterio Antiguo fue declarado Monumento Nacional el 13 de julio de 1889 y el Monasterio Moderno el 9 de agosto de 1923. La restauración fue dirigida por el arquitecto modernista aragonés Ricardo Magdalena.
Breve historia de la construcción del monasterio
Probablemente existiera algún tipo de cenobio anterior al siglo XI, pero la construcción de mayor importancia empieza el año 1026 por iniciativa de Sancho el Mayor. En el año 1071 el rey Sancho Ramírez cede el conjunto existente a los monjes cluniacenses y favorece su reforma. En este momento se levanta el conjunto que hoy queda, en mayor o menor medida. La reforma benedictina de Cluny no podía obviar la construcción de un claustro que se finalizará ya entrado el siglo XII.Los capiteles del claustro
De finales del siglo XI son un conjunto de capiteles del claustro con temas de animales fantásticos y algunos motivos geométricos y vegetales donde destacan los roleos. Un segundo grupo, formado por veinte capiteles, fue encargado en el último tercio del siglo XII al maestro de San Juan de la Peña, autor anónimo, también conocido como Maestro de Agüero, probablemente para sustituir otro anterior.1 El pequeño recinto ofrecía un cerramiento diáfano en forma de arcadas separadas por columnas. Los arcos se veían rematados con cenefas con el típico taqueado jaqués.
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Se trabaja con bajorrelieves casi todos dominados por un horror vacui muy acentuado que provoca contorsiones en algunas figuras que superan el propio marco sacando un brazo como en la escena de Jesús y los Apóstoles. Los gestos son exagerados, casi teatrales, acentuando los ojos y la boca, y confiriendo narratividad a las escenas. En cuanto a las formas, éstas se someten a esquemas geométricos que dominan desde la configuración del rostro o los pliegues de los paños, hasta los movimientos de caballos o de la misma agua que se vierte de un jarro a otro.
Panteón Real
En el piso superior se encuentra el Panteón Real. En él, durante cinco siglos se enterraron algunos de los monarcas de Aragón y de Navarra. Su aspecto actual data del siglo XVIII.En San Juan de la Peña, los reyes de Aragón fueron sepultados en tumbas de piedra colocadas en tres órdenes superpuestos, desde la roca hacia afuera, presentando a la vista sólo los pies del féretro. El panteón real ocupa las dependencias de la antigua sacristía de la iglesia alta, que data del siglo XI; fue reformado por Carlos III en 1770, siguiendo las indicaciones de don José Nicolás de Azara y del conde de Aranda, quien quiso ser enterrado en el atrio. La reforma sólo afectó a la decoración, quedando los sepulcros en el mismo lugar; se levantó delante de ellos una pared en la que se colocaron láminas de bronce con las inscripciones correspondientes, se distribuyó por la sala profusión de estucos y mármoles, colocando en la pared frontera unos medallones con relieves que representan escenas de legendarias batallas.
Alberga los restos de algunos monarcas navarros que reinaron en Aragón, de los primeros condes aragoneses y de los tres reyes iniciales de la dinastía ramirense, Ramiro I, Sancho Ramírez, Pedro I, junto con sus esposas.
El santo Grial
Según la leyenda española sobre el Santo Grial, éste permaneció en el monasterio, después de pasar por diversas ubicaciones como la cueva de Yebra de Basa, monasterio de San Pedro de Siresa, iglesia de San Adrián de Sásabe, San Pedro de la Sede Real de Bailo, la Catedral de Jaca, desde 1071 hasta el 1399.La necesidad de atraer a los peregrinos a Santiago que pasaban por el cercano camino de Jaca al monasterio aconsejó que en él se ubicara la reliquia. En 1399 el rey Martín I se llevó el vaso sagrado al palacio de la Aljafería de Zaragoza, donde estuvo más de veinte años, después de una breve estancia en Barcelona, acompañando al rey y posteriormente se trasladó a la Catedral de Valencia.
Referencias
- Enríquez de Salamanca, Cayetano, Rutas del reománico en la provincia de Huesca, Las Rozas (Madrid), 1987, pág. 42, ISBN 84-398-9582-8.
Enlaces externos
- Wikimedia Commons alberga contenido multimedia el Monasterio de San Juan de la Peña.
- Página web oficial del Monasterio de San Juan de la Peña
- Fotografías de 1889 por el restaurador Ricardo Magdalena
- Página Aragón Románico con fotos de los capiteles
- Catálogo de Claustros con esquema del recinto e imágenes
- Monasterio de San Juan de la Peña en el Portal de Patrimonio Cultural de Aragón
Y decimos "monasterios" en plural porque, efectivamente, dos son los establecimientos monásticos que, bajo la advocación de San Juan, fueron fundados en este recóndito rincón prepirenaico: uno altomedieval al abrigo de un enorme peñón que centrará principalmente nuestra atención; y un segundo levantado unos cientos de metros más arriba entre los siglos XVII y XVIII como consecuencia del pavoroso incendio que, un 24 de febrero de 1675, asoló el monasterio bajo.
Situado igualmente a los pies del Camino de Santiago Aragonés, el Real Monasterio de San Juan de la Peña es, en la actualidad, uno de los monumentos peninsulares que más visitantes atrae tanto por su interés histórico - artístico, como por la inigualable belleza de su emplazamiento y de sus paisajes circundantes.
Más allá de relatos legendarios que atribuyen los orígenes de San Juan de la Peña a un episodio milagroso acaecido en el siglo VIII en el que el joven Voto, tras caer por un acantilado persiguiendo un ciervo, fue a dar con una cueva en la que yacía el cuerpo sin vida del eremita Juan de Atarés; lo cierto es que el paraje en que se sitúa el monasterio parece más que propicio para que, durante los primeros siglos de Reconquista, constituyese un escenario idóneo para el retiro de eremitas y anacoretas, germen del primer monacato medieval.
Pese a referencias algo nebulosas que hablan de cierta actividad en torno a San Juan de la Peña durante la novena centuria, lo cierto es que hay que esperar a principios del siglo X (año 920) para encontrar las primeras noticias documentales que hablan de una primigenia consagración del cenobio pinatense, convirtiéndose desde entonces en uno de los centros monásticos de referencia para los reyes navarros y aragoneses.
De este modo, el Monasterio de San Juan de la Peña se convirtió desde los años finales del siglo XI y durante todo el XII en una de las plazas de referencia para la monarquía aragonesa, desempeñando incluso la función de panteón real.
Así pues, toda la Baja Edad Media será para San Juan de la Peña un periodo de largo ostracismo, sobreviviendo y manteniéndose viva la comunidad monacal en condiciones de extrema humildad hasta que, en 1675, el más devastador incendio de cuantos consta que asolaron el monasterio, motivó el traslado de la comunidad a un nuevo cenobio barroco levantado unos cientos de metros más arriba, concretamente en la llamada Pradera de San Indalecio.
Tras la invasión francesa y, sobre todo, tras la Desamortización, ambos monasterios quedarían abandonados, siendo posteriormente declarados Monumento Nacional en 1923 y 1889 respectivamente, procediéndose a su restauración y adecuación para el turismo, existiendo en la actualidad un centro de interpretación, una hospedería e incluso un pequeño museo.
El Real Monasterio de San Juan de la Peña o "Monasterio Viejo"
El primer monasterio de San Juan de la Peña, conocido popularmente como "el viejo" o "el de abajo", se acomoda al abrigo de un imponente peñón rocoso que, como a continuación observaremos, condiciona decisivamente su morfología.
La iglesia inferior
Dedicada a los santos Julián y Basilisa, la iglesia inferior del Monasterio de San Juan de la Peña es el más antiguo testimonio conservado del cenobio pinatense, remontándose su consagración a nada menos que el año 920.
Por encontrarse semiexcavada en la roca y debiendo acomodarse forzosamente a ella, presenta la particularidad de no respetar la tradicional orientación canónica de los templos cristianos peninsulares.
Consta de dos cortísimas naves separadas por dos arcadas de medio punto doveladas que descansan sobre un potente pilar central. Ambas naves, a través de otros dos arcos de medio punto, desembocan en sendos ábsides cuadrangulares de nicho central literalmente excavados en la roca viva, quedando comunicados entre sí a través de un pequeño ventanal de falsa herradura.
En una segunda fase constructiva, coincidente probablemente con el reinado de Sancho el Mayor, la primitiva iglesia mozárabe fue ampliada mediante la prolongación hacia los pies de sus dos naves, las cuales, comunicadas a través de escaleras, quedan a un nivel ligeramente inferior respecto a la cabecera.
También en tiempos del románico fue desplegado en los muros y bóvedas de la cabecera mozárabe un amplio programa iconográfico basado en la vida y martirio de los santos Cosme y Damián. Lamentablemente este programa pictórico, cuya ejecución se atribuye a una mano próxima a la del taller del Panteón de San Isidoro de León, se encuentra muy perdido a día de hoy.
Sala de los Concilios
Contigua a la iglesia inferior y comunicada por el vano peraltado anteriormente descrito, se encuentra la conocida como Sala de los Concilios, una denominación basada en la errónea teoría de fue escenario de un concilio a mediados del siglo XI.
La estancia, accesible también desde el exterior a través de unas escaleras, presenta una planta trapezoidal, quedando dividido el espacio interior en ocho tramos (cuatro a dos) separados por arcos rebajados y cubiertos por bóvedas independientes de cañón que van a apear sobre tres recios pilarones centrales de planta cruciforme.
Situada justo sobre la primitiva iglesia mozárabe, la iglesia superior fue edificada en dos etapas: una primera encuadrable cronológicamente en el reinado de Sancho el Mayor, de la que tan sólo se conserva un lienzo hacia el costado de la epístola; y una segunda que correspondería a la actual fábrica que, promovida por el rey Sancho Ramírez, fue definitivamente consagrada a finales del siglo XI, concretamente, en el año 1094.
El espacio de la iglesia superior queda definido mediante una amplia y diáfana nave de tres tramos separados por fajones de medio punto que, al alcanzar la altura de la roca, acusa un marcado ensanchamiento en el último tramo previo a la cabecera, la cual se encuentra literalmente excavada en la roca a considerable profundidad respecto a la iglesia inferior.
La triple cabecera, recorrida horizontalmente por una línea de imposta ajedrezada, queda articulada al interior en su registro bajo mediante arquillos ciegos de medio punto sobre columnas y capiteles de gran sencillez. Llama igualmente la atención que las dos absidiolas laterales quedan comunicadas con la central a través de angostos arquillos de medio punto sobre capiteles bastante desfigurados.
En la actualidad el acceso a la iglesia superior se realiza desde el Panteón de Nobles, aunque existe otro vano de formulación mozárabe que comunica la iglesia con el claustro, una puerta que, según muchos especialistas, podía haber sido trasladada desde la iglesia inferior.
Panteón de Nobles
La iglesia superior del cenobio pinatense queda flanqueada a un lado por el inigualable claustro en el que a continuación nos detendremos, mientras que al costado opuesto se disponen tanto las antiguas dependencias monacales habilitadas hoy como museo, como la zona de enterramientos, hoy distorsionada por la adición en tiempos de Carlos III de un moderno Panteón Real.
A la misma entrada del monasterio encontramos una pequeña antesala abovedada desde la que parten dos escaleras: una descendente que nos conduciría a la iglesia baja a través de la llamada Sala del Concilio; y una en ascenso que desemboca directamente en el llamado Panteón de Nobles. Esta escalera, perfectamente documentada gracias a una lápida alusiva a su construcción, dataría del año 1301, siendo mandada habilitar por el Abad Pedro de Setzera.
El Panteón de Nobles propiamente dicho no es más que un pequeño espacio al descubierto habilitado entre la iglesia, las celdas monacales convertidas hoy en museo, y el moderno panteón neoclásico, el cual, fue acomodado sobre el muro en el que se disponen los enterramientos.
Entre el Panteón de Nobles y la propia peña bajo la cual se asientan las distintas dependencias monásticas, se situaba el Panteón Real original en el que reposaban los restos de los reyes de Aragón. Sin embargo, en el siglo XVIII y por mandato del rey Carlos III, fue erigido el suntuoso panteón neoclásico que puede observarse en la actualidad, habiendo quedado el primitivo panteón altomedieval parcialmente oculto, pudiendo, aún así, observarse entre la peña y el muro algunas tumbas antropomórficas.
Claustro
Al costado opuesto del Panteón de Nobles, frente al muro de la epístola de la iglesia superior, fue habilitado el claustro: sin duda, es el más relevante de cuantos restos se han conservado del primitivo Monasterio de San Juan de la Peña tanto por su propio valor artístico, como por su genuina apariencia que lo convierten, por méritos propios, en una pieza única.
Parece evidente, a juzgar por los cimientos y por las huellas aún patentes en la iglesia que, en primera instancia, el claustro quedaba protegido al exterior mediante un muro hoy desaparecido. Cabe reseñar también la notable cantidad de laudas epigráficas empotradas sobre todo en el muro de la iglesia orientado al claustro, inscripciones que solemos encontrar en la mayoría de claustros monacales dedicadas a miembros de la comunidad tras su fallecimiento.
Los capiteles del lienzo occidental, es decir, del más alejado de la iglesia, disponen escenas alusivas al Ciclo de la Vida Pública de Cristo, comenzando por el episodio de las Tentaciones de Cristo en el desierto primero, la Pesca Milagrosa a continuación, así como una magnífica representación de las Bodas de Canaá.
Situado unos cientos de metros más arriba del viejo monasterio de San Juan de la Peña, concretamente en la llamada Pradera de San Indalecio; el conocido como Monasterio Nuevo de San Juan de la Peña fue erigido entre la última década del siglo XVII y la primera del XVIII como consecuencia de un incendio, perfectamente documenatdo, que asoló y dejó inhabitable el viejo cenobio pinatense.
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