jueves, 26 de febrero de 2015

Cuidados.

1. Exhortaciones al cuidado.

El cuidado es, en primer lugar, la solicitud que se pone en la realización de un trabajo o de una misión. La Biblia admira y recomienda esta presencia inteligible y activa del hombre en todos sus quehaceres. Primero en los más humildes, en el marco de la casa, por ejemplo (Prov 31,10-31), del oficio (Eclo 38,24-34) o de las responsabilidades públicas (50,1-4). Más alto todavía coloca la Biblia el cuidado de los quehaceres espirituales: la búsqueda de la sabiduría (Sab 6,17; Eclo 39,1-11) o del progreso moral (iTim 4,15; cf. Tit 3,8), la solicitud del apóstol (2Cor 11,28; cf. 4,8s) o la de Pedro (Lc 22, 32). El ejemplo por excelencia es aquí Jesús mismo, entregado sin reserva al cumplimiento de su misión (Lc 12,50; 22,32). Por lo demás, el cuidado de los “asuntos del Señor” es de un orden tan elevado que, por llamamiento de Cristo, puede inducir a renunciar a los cuidados de este mundo para cuidarse directa y totalmente de lo “único necesario” (1Cor 7,32ss; cf. Lc 10,41s).

2. Los cuidados y la fe.

Así pues, en todos los terrenos condena la Biblia la negligencia y la pereza. Pero también sabe que el hombre está expuesto a dejarse absorber por los cuidados de este mundo con detrimento de los cuidados espirituales (Lc 8,14 p; 16,13 p; 21,34 p). Jesús denunció este peligro: llama a sus discípulos a cuidarse únicamente del reino de Dios; la libertad de espíritu necesaria les vendrá no ya de la despreocupación - los quehaceres de este mundo son un deber-, sino de la confianza en el amor paterno de Dios (Mt 6,25-34 p; cf. 16,5-12).
Por otra parte, sea cual fuere el terreno a que pertenezcan, los cuidados son por sí mismos un llamamiento a la confianza y a la fe. Si un quehacer bien desempeñado permite en ciertos casos “sonreír al día queviene” (Prov 31,25), los cuidados que acarrea son más a menudo para el hombre ocasión de adquirir conciencia de sus límites en la incertidumbre, el temor o la angustia. El sufrimiento así engendrado es la ley común de todos los hombres (Sab 7,4). Los invita a confiar al Señor la “carga” de sus cuidados (Sal 55,23; cf. 1Pe 5,7), incluso si proviene de sus pecados (Sal 38,19; cf. Lc 15,16-20), con una fe que sabe que “el Altísimo toma el cuidado de ellos” (Sab 5,15). Entonces podrán “usar de este mundo” con todo el cuidado necesario, “como Si verdaderamente no usaran de él” (1Cor 7,31). En efecto, por encima de todos los cuidados, “la paz de Dios que rebasa toda inteligencia, guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Flp 4,6s).
JEAN DUPLACY

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