jueves, 26 de febrero de 2015

La crisis judaizante.

La admisión de los paganos en la Iglesia no tardó en plantear el problema del valor de las observancias judías, cuya práctica conservaban los judeocristianos. Imponerlas a los gentiles convertidos a Cristo habría sido reconocer que eran necesarias para la salvación. Y tal era sin duda la pretensión de los judaizantes (Hech 15,1). Pero, según Pablo, así se hacía inútil a Cristo y se privaba a la cruz de su eficacia: buscar uno su justicia en la ley era romper con Cristo, apartarse de la gracia (Gál 5,1-6). La división amenazaba a la Iglesia. Pablo quiso a toda costa obtener el acuerdo de la Iglesia judeocristiana, sobre todo el de “Santiago, Cefas y Juan” (2,9), sobre la libertad de los paganocristianos (2,4; 5,1). Lo obtuvo en la asamblea del 49 (Hech 15; Gál 2, 1-10), sin lo cual él “habría corrido en vano” (Gál 2,2), es decir, que la revelación apostólica se habría contradicho a sí misma: “Si alguien os anuncia un Evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema” (Gál 1,9).

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