SUMARIO:
Introducción - I. La contestación profética, expresión de la libertad de Dios
para guiar a la humanidad: 1. La soberanía de Yahvé en el AT; 2. La libertad de
Dios se realiza en Jesús - II. La contestación profética, expresión de la
libertad de Dios en la Iglesia de hoy: 1. Los modos de la
contestación profética en la vida de la Iglesia; 2. Perfil de una contestación
profética hoy.
Introducción
La teología espiritual tiene como objeto aclarar la experiencia cristiana.
Nuestro artículo se refiere ante todo, no al sujeto (el profeta), ni al fenómeno
profético en las religiones no cristianas y en el AT y NT [>Experiencia
espiritual en la Biblia 1, 3: >Profetas], sino
al hecho de la contestación profética hoy.
Lugares teológicos para el juicio y para la aclaración no lo son entonces en
modo exclusivo los estudios exegéticos sobre el profetismo en el AT y el NT,
sino también, y sobre todo, la vida de la Iglesia tal como se expresa en la
experiencia de los santos. Esto es particularmente importante porque la
transformación del profetismo veterotestamentario a través de las grandes fases
del profetismo mesiánico de Jesús y del escatológico de la era apostólica fue
gradualmente adquiriendo cada vez más el carácter de experiencias ligadas a la
santidad. Ello implica una difícil documentación, ya que la experiencia de los
santos ha sido siempre, por desgracia, un lugar teológico secundario y
relativamente poco explorado por los estudiosos. Recientemente, con el
redescubrimiento del carácter esencial de los carismas en la Iglesia o de la
Iglesia como pueblo de profetas según la promesa', el tema de la contestación
profética se ha convertido en categoría general de la autocomprensión eclesial y
cristiana. Esta nueva conciencia generalizada plantea problemas a la teología y
a la Iglesia. Hoy se presta mucha atención a la necesidad de suavizar la tensión
entre la institución eclesiástica y el redescubrimiento de la dimensión
carismática y, por tanto, a la necesidad de formular en términos nuevos el nexo
entre autoridad y libertad cristiana en las relaciones intraeclesiales. Por otra
parte, existe, aunque siempre contrastada por el temor de perder su identidad
histórica, la aspiración a encontrar justamente por vía profética un nuevo modo
de ser de la Iglesia en medio de la humanidad en camino. La indicación del Vat.
II de que la Iglesia es signo e instrumento de la comunión con Dios y de la
unidad de toda la familia humana, postula la necesidad de la contestación
profética como expresión evangélica esencial y constante de la misión espiritual
de la Iglesia frente al mundo. De ahí la tendencia a buscar una contestación
profética recíproca entre los cristianos y los "hombres de buena voluntad",
cualquiera que sea el grupo religioso o el movimiento histórico a que
pertenezcan, con tal que sean capaces de anticipar en la historia un modo nuevo,
más evangélico, de vida. La anticipación profética del futuro recuerda entonces
la tensión, típicamente neotestamentaria, entre "ley" y "evangelio", mucho más
radical que las otras tensiones: la existente entre "iglesia" y "reino", entre
"historia" y "escatología". Hoy, sin embargo, se impone superar en la Iglesia
católica la tentación eclesiocéntrica de reducir todos los problemas teológicos
al horizonte eclesial, y recuperar la dimensión propiamente teológica. Por ello
la contestación profética debe considerarse sobre todo como expresión de la
libertad de Dios para guiar a la historia y a la Iglesia independientemente de
la adhesión del hombre a la "ley". De ahí la dureza del juicio profético sobre
hombres y situaciones. El caso de Jesús de Nazaret se convierte entonces en el
lugar de concentración, normativo en sumo grado, de los significados de la
contestación profética. Por otra parte, la generalización de la conciencia del
carácter esencialmente carismático de toda la Iglesia, con la consiguiente
ampliación del concepto de profeta a todo servicio de la palabra, corre el
riesgo de allanar la relevancia específica de la contestación profética.
Bienvenido lo que es común, siempre que no se afirme a expensas de lo que es
singular.
I. La contestación profética,
expresión de la libertad de Dios para guiar a la humanidad
1. LA SOBERANÍA DE
YAHVÉ EN EL AT - Todo el AT se caracteriza por la hegemonía de Yahvé al guiar la
historia entera, y la del pueblo judío en particular. La iniciativa es siempre
divina. Dios es protagonista de todo. Desde el hecho de la liberación del éxodo
hasta el pacto sinaitico, Yahvé reivindica el titulo de Señor como fundamento de
la alianza mediante la cual une a sí a Israel con vínculos de obediencia y
fidelidad exclusiva. En esta límpida fe yahvista se inserta el profetismo
veterotestamentario', tanto el preclásico (Elías, Eliseo, etc.) como el
literario y clásico (desde Amós en adelante). La libre soberanía de Dios suscita
hombres de fe entre los visionarios y los profetas que circulaban por el
ambiente para hacer que Israel volviera a la pureza de la fe yahvista frente a
las tendencias idolátricas debidas a la contaminación con la religión cananea.
A este respecto es
muy significativo el desafio que el profeta Elías lanza contra los 450 profetas
de Baal en el monte Carmelo (cf 1 Re 18). El desafio no consiste en un
enfrentamiento de poderes entre los falsos profetas y el verdadero profeta
enviado por Dios, ni menos aún en una rivalidad entre profetas de corte para
influir en los fenómenos atmosféricos a fin de combatir la sequía. El desafío
tiende a desenmascarar la infidelidad del pueblo, porque "los hijos de Israel
han abandonado tu alianza, han destruido tus altares, han pasado a espada a tus
profetas" (1 Re 19,10.14). Frente a la infidelidad del pueblo, que ha abandonado
la pureza de la fe originaria "volviéndose a los baales", Yahvé mismo suscita un
hombre obediente que le grita a la cara al pueblo: "¿Hasta cuándo andaréis
cojeando con dos muletas? Si Yahvé es Dios, seguidle; y si lo es Baal, seguidle
a él" (1 Re 18,21). El gesto de Elías asume, pues, el carácter de un desafío
frontal entre él, solo y aislado pero convertido en instrumento de Dios, y "los
que comen a la mesa de Jezabel" (1 Re 18,19: del espíritu inmundo), que son
muchos, mientras el pueblo calla incrédulo (cf 1 Re 18,22). Aquí no se debe
subrayar la eficacia de la palabra de Elías contra la de los profetas de Baal,
ni se opone la inmediatez de la "invasión" profética de Elías a las prácticas
preparatorias y estáticas, por lo demás vanas (cf 1 Re 18,28s), de los falsos
profetas. Hay que subrayar más bien que el verdadero profeta es obediente a
Yahvé y a su verdad, y por ello Dios da eficacia a sus palabras. La libertad de
Dios suscita un servidor de la verdad en el momento en que todos lo han
abandonado, de suerte que la verdad se encuentra sola y aislada frente a la
multitud. El gesto contestativo de Elías es, pues, una manifestación de la
verdad para que el pueblo pueda arrepentirse y crea; es un triunfo momentáneo y
manifiesto —bajo signos— de la verdad, para permitir a los hombres amar y buscar
a fondo el triunfo de la verdad.
A la luz de la
libertad de Dios hay que contemplar también las facultades paranormales o
parapsiquicas que Dios confiere a Eliseo (clarividencia: 2 Re 5,26: visión del
futuro: 2 Re 8,10ss; audición a distancia: 2 Re 6,12.32s), taumatúrgicas y
prodigiosas, hasta la reanimación de un cadáver (cf 2 Re 4,18ss), fenómenos que,
entre otras cosas, prefiguran los gestos prodigiosos de Jesucristo. Si en cierta
medida entran en las facultades reconocidas hoy en parte y estudiadas por la
parapsicología, hemos de subrayar una vez más que no es la eficacia el criterio
de verdad. También los falsos profetas o, mejor, los servidores del enemigo,
tienen facultades prodigiosas (cf Ex 7ss), se las explique o no por la
parapsicología. Ni vale afirmar que los verdaderos profetas son más fuertes o
poseen mayores poderes. Esto es muy cierto; pero justamente como expresión de la
libertad de Dios, que deja obrar al enemigo, aunque sin dejarle llevar a cabo
sus designios. Eliseo triunfa en sus prodigios porque las facultades
paranormales y taumatúrgicas se le conceden con vistas a la misión que Yahvé le
ha confiado: abatir la dinastía reinante, que sirve a Baal y a sus adoradores,
para ungir rey a Jehú, celoso de la fe yahvista pura (cf 2 Re 9-10).
Por lo demás, Dios
consigue el fin de prometer y juzgar mediante un profeta incluso sin darle
facultades particulares, simplemente moviéndole a que hable prometiendo y se
exprese juzgando. Tal es el caso de Natán, que promete a David una descendencia
real con la obligación de construir el templo (cf 2 Sam 7), pero luego le revela
a David su pecado (cf 2 Sam 12,1-25). No parece que Natán posea la facultad de
leer en el corazón o de conocer las acciones ocultas; sin embargo, se le llama
profeta justamente porque las acciones que realiza y las palabras que dice las
suscita Dios para la salvación de Israel y a fin de mantener la pureza de su
linaje.
La libertad de Dios
postula, funda y favorece la libertad del profeta. De ahí la insistencia de los
profetas clásicos en anteponer a la misión profética el relato de su vocación (cf
Am 7-9; Is 6; Jer 1; Ez 1-3; Is 40,3-8; Zac 1,7 - 6,8). Si estas llamadas van
acompañadas cada vez de más visiones y acciones simbólicas, ello no es tanto
señal de una mayor o menor presión de Dios sobre el profeta, ni siquiera de una
mayor o menor grandeza del profeta mismo; están en correlación con la aspereza
de la lucha que el profeta habrá de soportar en su contestación profética, y con
el grado de corrupción y obstinación de Israel o de los pueblos. En efecto, por
lo que se refiere al profeta mismo, las audiciones, visiones y acciones
simbólicas se orientan exclusivamente a suscitar su libre obediencia, venciendo
la resistencia (el sentido de la propia incapacidad, pequeñez y pecaminosidad) o
la verdadera y auténtica repulsa ante una misión que pone a todos contra él,
incluso con la perspectiva de una muerte violenta. Por eso es ocioso discutir si
la "invasión" profética incluye o no el éxtasis, o sea, la sustracción de las
facultades intelectivas y volitivas, a fin de dejar espacio al espíritu de Dios
y a la canalización de la visión sobrenatural y de la palabra reveladora. Puede
ocurrir lo uno y lo otro. Lo decisivo es que el profeta perciba claramente con
la inteligencia de modo global el origen divino de las mociones, con o sin
éxtasis; y, sobre todo, que acoja libremente con obediencia lo que Dios le pide
que diga o haga.
Es bastante
probable, según se tiende hoy a destacar, que la experiencia de la autonomía y
de la indisponibilidad de la palabra profética frente a la psique del profeta
favoreciera la formación de una reflexión sobre la palabra como factor fontal de
revelación, o bien de una verdadera y estricta "teología de la palabra", tal
como se expresa en Jeremías y en el Deuteronomio. De este modo, por medio de la
experiencia profética veterotestamentaria, el elemento "palabra" viene a formar
parte, junto con el elemento "acontecimiento", de la estructura fundamental de
la revelación judeo-cristiana". Hay que subrayar, sin embargo, que si la
palabra profética resulta creadora de historia salvífica y, por tanto, de
historia reveladora, la revelación del plan de Dios no es el fin primero de la
contestación profética en sentido estricto. La tarea del teólogo que
reflexiona sobre los acontecimientos interpretando en ellos el plan de Dios, se
distingue, en principio, de la del profeta en cuanto contestador, que, en cuanto
tal, es mero canal de la voluntad y de los afectos divinos respecto a los
hombres de un ámbito determinado a cada momento.
Si antes de los
profetas la experiencia religiosa y la reflexión teológica ocurrían
principalmente adaptando las antiguas tradiciones histórico-salvificas a las
nuevas situaciones, con los profetas, que contestan en primer lugar la
infidelidad presente y notifican el juicio de Dios sobre la actualidad, existe
la posibilidad de rectificar la verdad de la misma experiencia religiosa y de
volver al sentido genuino de los acontecimientos salvíficos pretéritos y de las
tradiciones religiosas vigentes, haciendo valer la exigencia siempre actual de
la soberanía exclusiva de Dios hoy. En ese sentido podría decirse, en términos
modernos, que uno de los efectos más notables de la contestación profética sobre
la teología es el de desideologizarla. Menos correcto sería afirmar que el
carisma profético entra en tensión/complementariedad con las instituciones de
Israel (ley, culto, sacerdocio, reino, etc.). Pero es más exacto afirmar que los
profetas, al trasmitir el juicio de Dios sobre situaciones concretas, impiden
que las instituciones se anquilosen en el circulo repetición/diferencia, que se
desvíen del significado originario/actual, que se vuelquen en un cuerpo
ideológico de legitimación de intereses que no tienen nada que ver con las
intenciones de Dios.
En tal sentido, los
profetas son por excelencia los portadores de novedad. Hacen que suceda el "novum",
porque ven las cosas desde el punto de vista último y definitivo de Dios. Hay
que destacar que los polos en torno a los que se centra la contestación divina
transmitida por el profeta, son el juicio de infidelidad y la llamada a la
conversión, mientras que los afectos de Dios que se manifiestan en tal
contestación son la ira, que clama venganza y catástrofes sobre el pueblo de
Dios, y la misericordia y/o consolación, que se prometen gracias a algún justo
que se arrepiente, a veces pagando por todos.
De ahí la
importancia del "día del Señor"; sin la ira vengadora de Dios contra Israel
infiel no se podrá nunca comprender este concepto "escatológico" de los
profetas. De ahí la importancia del "resto de Israel" y, luego, del "siervo de
Yahvé"; sin ellos —con la idea importante de la sustitución vicaria que
implican— no se podría comprender la espera "soteriológica" suscitada por la
contestación profética. Si luego, ante el endurecimiento del pueblo, no se
encuentra ni siquiera un justo que compense la infidelidad, los profetas revelan
la grandeza soberana del corazón de Dios, que, sin tener en cuenta la
infidelidad de Israel y apelando a la propia fidelidad, a sus entrañas de
misericordia, decide abrir un camino nuevo en la historia y promete un
nuevo éxodo (Is 52,11s; 55,12s) y una nueva alianza definitiva (Jer 31,31ss), a
fin de que sea llevada a término la intención originaria de la creación y de la
alianza antigua para el triunfo de la verdad y la plena manifestación de la
gloria.
En el cuadro
completo de sus vicisitudes puede verse entonces la peculiaridad del profetismo
veterotestamentario como una contestación cotidiana que apunta a la obra
grandiosa de conformar el corazón del hombre —por la obediencia— a la acción
salvífica de Dios, pero con el triste balance de revelar la dureza del corazón
humano y su incapacidad para responder por sí solo a Dios con amor.
2. LA LIBERTAD DE
DIOS SE REALIZA EN JESÚS - La actitud de los escritos del NT con el profetismo
veterotestamentario es sustancialmente unitaria y persigue dos metas precisas:
a) mostrar que los profetas prefiguraron y preanunciaron acontecimientos que se
realizaron en Jesucristo y en su comunidad; b) evidenciar el
rechazo y la muerte violenta de Jesús como destino del profeta. Aquí el profeta
no es, pues, sólo el que habla en nombre de Dios, sino también el que es
rechazado a pesar de ser justo, de forma que de su sufrimiento brote el
acontecimiento final de la salvación. Es importante observar que esto debe
acontecer en Jerusalén (cf Le 13,33s; Mt 23,37). Naturalmente, el profeta se
convierte también en modelo al que debe referirse la comunidad perseguida (cf
Sant 5,10; Heb 11,32-38). Tal concepción revela una conciencia precisa
histórico-salvifica: en Jesús de Nazaret se prolonga la antigua contestación
profética.
Se suele destacar
que en tiempos de Jesús brota un reflorecimiento del carisma profético, que
había sido desvalorizado por el racionalismo sapiencial o neutralizado por el
judaísmo rabínicos. Tal reflorecimiento asumía las notas más
estridentes de contestación violenta y a menudo armada. Pero esto se queda en el
fondo del cuadro histórico, limitándose los escritos del NT a señalar figuras
proféticas relacionadas con la persona de Jesús (Zacarías, Isabel, Simeón y
Ana). Con todo, el papel más importante le corresponde a Juan Bautista, a su
círculo y a las expectativas que en torno a él iban surgiendo. El, en efecto,
resume todo el profetismo veterotestamentario, hasta el punto de ser visto como
el último de los profetas de la antigua alianza: anuncia la ira de Dios y
proclama la exigencia de una conversión radical, le echa en cara al soberano sus
injusticias con la misma franqueza de los antiguos profetas y anuncia al Fuerte
que vendrá después de él. Sin embargo, los discípulos y el pueblo ven en él
simplemente al profeta-mesías escatológico, llegando a suscitarse la cuestión de
si el profeta portador de salvación es él o Jesús (cf Jn 1,21), incertidumbre de
la que quedan huellas aún en la era protocristiana (cf He 1,5; 19,2).
Jesús ciertamente
se conduce como profeta, y mayor que Juan; pero no dice nunca de sí que lo sea.
El es profeta y más que un profeta. Realiza el profetismo, pero lo supera. Es
superfluo recorrer los datos del comportamiento profético de Jesús. Más vale
reflexionar sobre el contenido y los modos de su contestación profética. Pues
bien, su peculiaridad aparece en el hecho de que en Jesús coinciden objeto y
sujeto en un máximo de concentración soteriológica y escatológica. Jesús no es
sólo instrumento de la palabra y de la acción de Dios. El mismo, en su persona,
en sus palabras y en sus actos, es Palabra profética de Dios. Toda su vida y su
destino son contestación profética del mundo. Además, en él la contestación
profética resulta salvífica de una manera suma y cumplida, porque no sólo lleva
el no de Dios a los hombres, pagando incluso con su persona por esta misión,
sino que es también el sí del hombre a Dios, el amén de Dios, de tal modo que su
obediencia se convierte en condición de posibilidad para cualquier otro sí del
hombre a Dios. La contestación profética de Jesús es, además, cumplidamente
escatológica, porque la acción salvífica de Dios en el mundo se realiza en él de
modo pleno, total y definitivo; en Jesús, el plan salvífico de Dios es llevado a
su cumplimiento en toda su plenitud.
Por lo que se
refiere a la contestación profética entendida como expresión de la libertad de
Dios, debemos notar que en Jesús esto es algo completamente manifiesto. A Dios
no le gusta en absoluto echar en cara: "Misericordia quiero y no sacrificios".
En su libertad, elige hombres que adviertan a los otros la ira que les amenaza
por sus malas acciones y el extravío de su corazón. En su libertad, Dios aguarda
todavía pacientemente y retrasa la ira merecida. Frente a la incapacidad de la
conversión, busca a algunos siervos que, por la obediencia y el sufrimiento
violento, compensen con su servicio fiel y amante la cerrazón y la falta de amor
de la muchedumbre. Finalmente, elige a uno solo que sea, en lo recóndito de su
identidad personal, la misma Palabra eterna de su corazón, el Hijo que desde
siempre le corresponde con el amor, a fin de que, a través de su sacrificio
amante, todos los hombres, con libertad, sean capaces de obediencia filial. Dios
es libertad; por eso funda, promueve, respeta y cumple la libertad de los
hombres. Dios es amor; por eso estimula con la contestación profética la
respuesta de amor de los hombres. Sólo en las acciones inspiradas en el amor se
da el cumplimiento de la libertad.
He ahi por qué el
fruto de la redención operada por Jesucristo consiste en el don personal del
Espíritu. El Espíritu es vínculo personal de amor entre el Padre y el Hijo. Por
eso es expresión suma de la libertad de Dios y de toda otra libertad realizada
en sus significados. El don del Espíritu a la humanidad redimida por Cristo
funda la nueva capacidad, salvífica y escatológica, de vivir en libertad y amor,
según el plan de Dios desde la creación.
El que luego Dios
haya querido vincular el don 'personal del Espíritu a la Iglesia, con sus
sacramentos y sus ministerios, no disminuye, sino que incluso refuerza el
carácter esencialmente carismático y profético de la comunidad que ha optado
visiblemente por el seguimiento de Jesús. Esta sacramentalidad de la institución
humano-divina que es la Iglesia, además de representar y continuar la imagen de
la encarnación redentora, se constituye como servicio en favor de la humanidad
entera, anticipando en germen el reino final de Dios, creando las condiciones
que posibilitan una salvación integral en la historia y anunciando
constantemente el evangelio de Dios manifestado en Jesucristo. La existencia
complementaria de carismas libres junto a las instituciones eclesiales
(ministerios, sacramentos) no debe llevar a concebir la institución de modo
sociológico, sino que debe impulsar a valorizar su esencia teológica peculiar
arriba descrita.
Mas esto suscita
problemas. Si toda la Iglesia es, según el NT, un pueblo de profetas, ¿por qué
de hecho las manifestaciones de carisma profético parecen tan raras? Si los
ministerios y los sacramentos del NT están marcados, a diferencia de las
instituciones del AT y de cualquier otra institución religiosa, por el carácter
esencial de lo carismático, ¿por qué su ejercicio se caracteriza tan raramente
por el espíritu de libertad? Según el NT, la función profética es en gran parte
absorbida por el oficio común de la predicación evangélica; ¿por qué en él
adquiere tanto relieve el control comunitario-jerárquico más bien que la
exigencia de la verdad de Dios?; ¿por qué se marginan las manifestaciones
extraordinarias del Espíritu? ¿Acaso la libertad de Dios se ha ocultado tras la
cáscara de la institución? Se perfila entonces la posibilidad de que la Iglesia,
sin volverse por ello enteramente o sólo en parte infiel a su Señor (ecclesia
sancta), se sienta tentada a cerrarse orgullosamente en sí misma y a no
escuchar a los profetas que Dios le envía (ecciesia semper reformanda).
Los profetas existirían, pero no se los reconocería por no escucharlos, y no se
los escucharía por ser incómodos. Una de las características, en efecto, de la
contestación profética neotestamentaria consiste en que, por lo general, no es
clamorosa, ni hace gestos incontrovertibles, sino ambivalentes con la
ambivalencia de los signos, de suerte que quien quiera entender entienda, y
quien no quiera escuchar sea libre para escandalizarse y rehusar. Es el estilo
nuevo del evangelio de Dios practicado por Jesucristo, que rezuma todo él
mansedumbre; el profeta del NT no apaga la mecha humeante. Se limita a decir:
dichosos los que no se escandalicen de mis palabras.
II. La contestación profética,
expresión de la libertad de Dios en la Iglesia de hoy
1. LOS MODOS DE LA
CONTESTACIÓN PROFÉTICA EN LA VIDA DE LA IGLESIA - Cuando se intenta hablar de la
profecía hoy, se cede generalmente a la tentación de referirse al profetismo
veterotestamentario, recalcando sus modos y contenidos oportunamente integrados
y ampliados con algunos datos relativos al NT. Aquí se lleva la palma la
consideración de que todo el pueblo de Dios es un pueblo de profetas (cf He 2);
de que, por tanto, todos tienen libertad de palabra en la asamblea (cf 1 Cor
14); de que el carisma profético libre debe tener un puesto reconocido en la
Iglesia, complementario del de los apóstoles (cf Ef 2,20), pues, siendo para
Pablo la misma predicación evangélica común una función profética, el uso de las
palabras profeta o profético se amplia hasta cubrir una gama de significados muy
genérica. Por otra parte, en el lenguaje común se llama profeta al que, en
contra de los tiempos, ha anticipado con sus ideas y con su acción adquisiciones
hoy comunes. Faltan, sin embargo, reflexiones y estudios más profundos sobre la
peculiaridad y la permanencia de la contestación profética en la historia de la
Iglesia. Los movimientos entusiastas y carismáticos han tenido siempre un
reconocimiento marginal, pues en su mayoría han asumido una figura herética°. Se
señala luego el monaquismo, especialmente en los comienzos, como fenómeno dotado
de características proféticas. Pero la discusión se alarga en demasía al querer
insertar la historia de las órdenes religiosas en el elemento carismático de la
Iglesia; si es cierto que la vida religiosa [>Vida consagrada] tiende a
desarrollar una condición permanente que realiza la perfección del espíritu
evangélico y las exigencias radicales del reino de Dios [>Consejos evangélicos
I] prefigurando un nuevo modo de vida, también lo es que a veces, lejos de
contestar proféticamente, puede tener necesidad ella misma de ser constantemente
contestada'.
Parece válida la
indicación de von Balthasar, que busca en la experiencia de los santos la
manifestación y la permanencia del carisma profético. Existe, en efecto, una
estrecha relación, según el NT, entre profecía y santidad. Las contestaciones
proféticas más fructuosas en la Iglesia son las inspiradas en la caridad y
rubricadas por la santidad de la vida, que es signo de salvación. Menos válida,
en cambio, parece la pista de la continuidad entre los aspectos extáticos del
profetismo y el éxtasis del misticismo; la experiencia mística de la unión con
Dios tiende a la gratificación del alma y a su perfeccionamiento; por tanto,
como tal puede faltar en principio en el profeta, cuyos fenómenos de audición y
visión, extáticos o no, están en función del anuncio de la verdad. Esto puede
verificarse fácilmente en santa Teresa de Avila, cuya experiencia mística
abarca, sin confundirlas, la complacencia de Dios en unir el alma consigo y la
comunicación de palabras proféticas y de misiones operativas. Es muy difícil,
finalmente, moverse en el inmenso mar de las apariciones y visiones, más o menos
acompañadas de revelaciones privadas. Es un enorme problema
distinguir la autenticidad de la moción divina de las autosugestiones de
fanáticos, el simple fenómeno paranormal del acontecimiento sobrenatural.
También aquí cabe preguntarse si todas las libres intervenciones de Dios han
tenido la consideración y el reconocimiento de la Iglesia; o bien si el mensaje,
esencialmente público, ha quedado restringido al ámbito de un pequeño circulo, o
si ha llegado a todos en su autenticidad originaria. Sin embargo, hay que tener
presente que Dios guía infaliblemente a su Iglesia, de suerte que lo que debe
hacerse, sin perjuicio de la libertad de los hombres, es llevado en todo caso a
término.
2. PERFIL DE UNA
CONTESTACIÓN PROFÉTICA HOY - Dada la carencia de estudios orgánicos sobre la
profecía en el tiempo de la Iglesia, el teólogo es en un cierto sentido más
libre para trazar el perfil ideal de la contestación profética hoy.
a) El profeta hoy
es el que recupera la libertad de Dios sobre la humanidad y sobre la misma
Iglesia. Como tal, no entra en los esquemas de ninguna teología de moda. Puesto
que se coloca en el punto de vista de Dios y comunica su juicio sobre hoy (cf Ap
2-3), es inevitable que los modos y contenidos de su contestación profética
aparezcan un tanto anómalos para la autocomprensión que el hombre y la Iglesia
tienen. El suyo es un juicio último, desde el punto de vista de lo eterno; por
eso ve el momento actual en el contexto de la totalidad histórica cumplida, cosa
imposible a toda reflexión humana, incluso teológica. Su mensaje no añade nada
nuevo al evangelio y es coherente con los datos dogmáticos; sin embargo, puede
traer consigo importantes innovaciones en la disciplina y en la praxis, con
frecuencia imprevisibles, adaptando la vida al evangelio mismo.
b) El contenido más
importante de la contestación profética actual es la invitación a una coherencia
entre fe y vida, entre palabra de Dios y práctica cristiana. En efecto, la
separación entre estas dos dimensiones hoy no es ya sólo un fenómeno individual
y de masa, sino que corre el riesgo de convertirse en un alejamiento histórico
consolidado desde siglos.
c) El profeta
expresa con su vida el contenido del mensaje profético. Hay que precisar que no
se trata de la coherencia de un sistema doctrinal o moral. El profeta realiza
con un gesto de su vida una acción simbólica como confirmación de sus palabras.
Así como Oseas se desposó con una prostituta y tuvo hijos de ella para
significar la infidelidadde Israel y su adulterio (cf Os 2-3), así el profeta
acepta de Dios ser el primero en comenzar un camino nuevo para aquellos a
quienes se dirige.
d) El profeta
anuncia hoy la violencia de la paz. La incoherencia entre la fe y la vida, en
efecto, no deja de generar una falsa conciencia y escisión interior, pues todos
saben en su corazón lo que es justo y bueno, mas no siempre lo siguen. Por eso
están escindidos en sí mismos y a merced del riesgo de perder toda esperanza,
cosa que conduce a la muerte del hombre interior. Al anunciar la paz, que es
reconciliación, no puede menos de provocar una reacción violenta.
e) El profeta
acepta hoy que la violencia del que no tiene paz, suscitada por el anuncio mismo
de la paz, descargue sobre él. Por eso el profeta es visto hoy a menudo como un
hombre de violencia y escándalo. Lleva la violencia por donde pasa, la padece en
sí mismo y, quizá, muere violentamente por cargarse por amor con los pecados de
muchos.
f) Puede parecer un
signo de los tiempos el creciente rechazo de la violencia en la conciencia de la
humanidad actual. También la Iglesia ha suprimido de la liturgia los salmos
llamados vindicativos. Sin embargo, el profeta anuncia la ira de Dios
sobre la humanidad inicua y sobre aquellos sectores de la Iglesia que no se
convierten.
g) Entre Iglesia y
Evangelio hay siempre una separación, una tensión; de forma que aún hoy el
evangelio escandaliza, y la paz, paradójicamente, suscita división y violencia.
Además, el orden histórico fatigosamente ganado por la Iglesia se ve hoy
comprometido por el proceso de secularización y por los impulsos innovadores del
movimiento obrero. Por eso quizá alguno en la Iglesia podría invitar a los
creyentes a cerrar filas, juzgando fastidiosa la existencia de los conflictos en
su seno. Puede ocurrir que la Iglesia se vea tentada a hacer callar a sus
profetas.
h) La Iglesia,
nacida de la fe pascual, ha tenido que asumir a lo largo de la historia las
funciones de la religión popular y de masa, haciéndose a veces, aquí y allá,
orgánica con intereses sociales del todo espurios. Como religión, no siempre ha
sabido liberarse de la función de una práctica consolatoria para los débiles, de
una ideología compensadora de las frustraciones de quien no tiene el valor de
amar. La contestación profética mira
hoy a purificar la fe y la Iglesia, liberando de tales aspectos deteriorados y
regresivos a la verdadera religión de Cristo, la religión en espíritu y verdad.
i) La ira de Dios con que amenaza el profeta en realidad no destruye aquella
parte de la humanidad que es inicua, ni tampoco la parte mediocre de la Iglesia,
a saber, aquellas organizaciones suyas todavía poderosas que no se convierten; y
ello gracias a la humillación de los oprimidos y a la santidad de los puros de
corazón, que compensan con sustitución vicaria la falta de amor y de fidelidad,
que puede anidar incluso en los lugares más respetables y en las instituciones
más santas.
j) No debe maravillar que el juicio de ciertos "profetas" sacuda con mayor
violencia a la Iglesia. El Señor, en efecto, purifica a los que ama. Además,
donde están presentes las gracias y los instrumentos de salvación son también
más fuertes las tentaciones. Pues si lo óptimo se corrompe, se vuelve pésimo y
mancha a los otros. Se podría repetir con Dante: "Lo bueno se acrecienta cuando
no enloquece" (Par 10,96). Una gran lucha se desarrolla siempre en el cuerpo de
Cristo: vida y muerte chocan en duelo atroz.
k) Sólo la mansedumbre de Dios, infinitamente bueno, permite que, a imagen de su
Hijo crucificado, la humillación del "pobre de Yahvé" compense las debilidades y
las renuncias de los que tienen la responsabilidad de guiar a la comunidad.
Porque el amor es más fuerte que la muerte y sus obras, astutas pero no
inteligentes, no inteligentes por faltarles el amor, astutas pero incapaces de
llegar a buen fin.
l) Por esto una sola gota de sangre de Cristo es capaz de ganar a muchos y de
regenerar a la Iglesia. El profeta que acepta por amor el camino de Cristo y
está dispuesto a derramar su sangre compensa con su vida la iniquidad de muchos
y neutraliza sus obras de muerte.
m) La contestación profética tiende hoy, como siempre, a promover la santidad
del ministerio sacerdotal y el valor santificador de los sacramentos. Conforta y
consuela a muchos sacerdotes que —ya sea por las dificultades propias de su
ministerio, ya por la incomprensión del pueblo, ya por los obstáculos que las
incertidumbres y debilidades de la organización eclesiástica generan— se sienten
inducidos a apagar el fervor apostólico. De otro lado, el profeta invita a
aquellos ministros de Dios que, muertos interiormente, llevan una existencia
doble o rutinaria, ocasionando un daño gravísimo a los fieles, a ofrecer con
serenidad y alegría sus propias culpas a Dios; no hay nada más constructivo para
una comunidad de fieles que ver al propio ministro confesar sus pecados. El
profeta invita hoy a los sacerdotes a no buscar el éxito pastoral o el
reconocimiento de la gente, sino la complacencia de Dios en los hombres.
n) El profeta "siente" cuándo no hay olor a pan en quien se ha acercado al
banquete eucarístico; "advierte" cuándo no hay olor a óleo consagrador en los
ministros de Dios; "se da cuenta" de cuándo no existe la paz de la
reconciliación en los penitentes. No tiene en cuenta el oro y el incienso de los
tabernáculos, si no se distribuye el pan. Se indigna por las asambleas
eucarísticas, si cada hombre no descubre que él mismo es tabernáculo de Dios
siempre que lo quiera. El profeta comprueba, de manera ciertamente traumática y
no sin un don extraordinario, la verdad del sacramento eficaz, aquí y ahora,
y exige que los sacramentos
sean honrados con una conducta de vida según el Espíritu y la verdad.
ñ) La contestación profética busca exclusivamente el
triunfo de la verdad y la gloria de Dios. Hoy como nunca se descubre que la
gloria de Dios es el hombre vivo (san Ireneo). Por eso el profeta a veces se ve
obligado a decir: "Tú pasas por vivo, pero estás muerto" (Ap 3,1). Por eso hoy
la contestación profética desenmascara la singular estrategia actual del Maligno
para matar al hombre interior. La estrategia del Maligno parece ser ésta:
envidioso de la encarnación y homicida desde el principio, suscita el miedo a la
vida atenazando con la culpa el corazón del hombre a fin de que desespere, no
crea en el amor y muera interiormente. Luego, como mentiroso que es, se sirve de
la religión ya desvitalizada como de instrumento; consuela con las prácticas
piadosas y con santos principios la turbación del hombre de iglesia para que no
se dé cuenta de que está muerto por dentro e incluso combata a los profetas por
una causa en apariencia noble. Así, el "espíritu" que odia quisiera tener
encadenada a la Iglesia, si Dios lo permitiese. Puntos fuertes de esta
estrategia de la "culpabilidad falsamente compensada" son hoy —como siempre— el
desprecio del placer y de la sexualidad (recordemos, sin embargo, que muchos han
hecho hoy del placer y del sexo un ídolo), así como la oposición a los
movimientos históricos de promoción terrena del hombre (aunque muchos cristianos
luchan por la liberación incluso terrena de la humanidad). No hay por qué
maravillarse; el Maligno tiene envidia de la encarnación. En cambio, los que
afirman estos valores son marginados o lanzados incluso al conflicto con la
historia visible de la salvación cristiana. De tal divorcio, el Maligno sólo
puede obtener ventaja. Sin embargo, no falta nunca la esperanza en Cristo, el
cual ha vencido al Maligno, de forma que no puede dañar sin medida; sus
designios perversos se quiebran frente a la simplicidad del amor y la fortaleza
de los justos.
[Cf también Heroísmo II, 2].
P. Mariotti
BIBL.—Alberdi, R, Contestación y utopía,
Ethos, Irún 1971.—Bennassar, B, Contestación, carisma y cambio de
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Profetismo y profetas, Apostolado Prensa, Madrid 1971.—Monloubou, L,
Un sacerdote se vuelve profeta: Ezequiel,
Apostolado Prensa, Madrid 1973.—Neher, A,
La esencia del profetismo, Sígueme, Salamanca 1975.—Olmo tete, G. del,
La vocación del líder en el antiguo Israel, Univ. Pont. de Salamanca
1973.—Zimmerli, W, La ley y los profetas, Sígueme, Salamanca 1980.
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