lunes, 9 de julio de 2012

JORÁN.

Dos reyes contemporáneos, señores de los dos reinos israelitas rivales surgidos del cisma, llevan este nombre que significa "Yah[vé] es exaltado:

1. El Jorán del Norte, noveno soberano de Israel cismático, accede al trono de Samaría cuando Josafat, padre del Jorán del Sur, reina aún en Jerusalén. Parece en efecto que el pasaje de Reyes que fija su advenimiento en el año decimooctavo de Josafat de Judá (2R 3,1) -852 a.C- del que fue aliado (cf. 2R 3,7), es más digno de crédito que el que lo data en "el segundo año de JOrán hijo de Josafat (2R 1,17)".

Nacido de Jezabel, la fenicia, Jorán de Israel es por tanto hijo de Ajab (2R 3,1 cf. 9,22). El escritor sagrado estima que "hizo lo que está mal a los ojos de Yahvé", sin mostrarse, no obstante, tan infiel al verdadero Dios como sus padres, ya que hizo desaparecer entre otras la "estela de Baal" hacía poco erigida por Ajab (2R 3,2 cf. 1R 16,31-32); pero, al igual que todos sus predecesores, mantuvo los santuarios disidentes instituidos, o al menos reactivados, por Jeroboán (2R 3,3 cxf. 1R 12,28-30,, 15,16 y 34, 16,13, 19,26 y 31, 22,53).

Para castigar a Mesá, rey de Moab, tributario de Israel pero en rebeldía desde la muerte de Ajab (2R 3,4-5), Jorán se alía con Josafat de Judá y con el rey de Edom, vasallo de este último (2R 3,7-9). Los tres reyes entran en campaña para caer sobre el enemigo del sur. Ahora bien, en las estepas desoladas próximas a la Arabá, se les ve, junto con sus tropas, expuestos a un gran peligro a causa de la sed (2R 3,9-10). Por suerte Eliseo participaba en la expedición (2R 3,11-12). Sin compasión hacia el rey de Israel, promotor de dudosos cultos, pero en consideración a la virtud del piadoso Josafat (2R 3,13-14), el profeta obtiene del Cielo el agua salvadora para los coaligados, a quienes promete además la victoria (2R 3,15-20). Este agua providencial toma el aspecto de la sangre cuando corre, roja por la arena, hacia el enemigo. A la vista de ello los moabitas, creyendo descubrir el indicio de una matanza entre sus adversarios, se lanzan al pillaje de su campamento, y son derrotados por completo (2R 3,22-24).

Victoriosos en este primer encuentro, Jorán y sus aliados asolan el país de Moab, y acaban por cercar a su rey en Quir-Jaréser, su capital (2R 3,25-26). En las murallas de la ciudad asediada, el moabita sacrifica entonces a su hijo mayor en holocausto a Quemós, el falso dios de su pueblo. Espantados a su vez por los posibles efectos de la cólera del verdadero Dios que podía suscitar este crimen, o informados de alguna amenaza del rey de Damasco contra Samaría, los sitiadores se retiran (2R 3,27). Si se da crédito a la famosa "estela de Mesá" (hoy en el Louvre), esta retirada da por otra parte al rey de Moab la ocasión de agrandar su reino al norte del Arnón, invadiendo el territorio otorgado a la tribu de Gad, y por tanto en detrimento de Jorán de Israel.

El mismo Jorán podría ser ese "rey de Israel", cuyo nombre calla el autor sagrado en un relato correspondiente a uno de los asedios de Samaría emprendido por el arameo Ben-Hadad II (2R 6,24-31). Se ve al mencionado rey llevando bajo sus vestidos "un sayal pegado al cuerpo (2R 6,30)" practicando la penitencia en su ciudad que estaba tan hambrienta que algunas mujeres devoraban a sus propios hijos (2R 6,28-29). Este terrible asedio fue, sin embargo, levantado sin rendición. Consultado por el rey (llamado en esta ocasión "hijo de asesino (2R 6,32 cf. 31 y 1R 21,19)" acerca de la esperanza que podía, no obstante, albergar de una ayuda de lo Alto, el profeta Eliseo anuncia para el día siguiente el fin del hambre (2R 7,1). Por la noche, aterrorizados por ruidos misteriosos que les hacen creer que se acerca un gran ejército, los sitiadores levantan el campo, abandonan tiendas, caballos, asnos, diversos tesoros... y víveres en abundancia (2R 7,6-7 y 16).

Pero la guerra contra los mismos arameos de Damasco persiste para Israel como un mal crónico. El duodécimo año de su reinado (841) es contra Jazael, asesino y sucesor de Ben Hadad II, contra quien Jorán, en compañía de Ocozías de Judá, su nuevo aliado del momento, debe luchar por la posesión de Ramot de Galaad (2R 8,28 cf. 2Cró 22,5). Herido en el combate, el rey de Israel se retira para curar sus heridas en su residencia de Yizreel, donde Ocozías viene a hacerle una visita de cortesía (2R 8,29 y 9,15 cf. 2Cró 22,6-7). Allí, o más exactamente en las inmediaciones de la ciudad, ambos caen heridos de muerte bajo los golpes de Jehú (2R 9,24 y 27 cf. 2 Cró 22,8-9) (véase este lema). Con este asesinato y los de todos los miembros de la familia real a los que también ejecuta, Jehú "abate la casa de Ajab (2R 10,1-17 cf. 9,7-10), conforme a la maldición proferida contra ella por Elías (1R 21,21-24). Pone así fin a la tercera dinastía del Israel del cisma, que había fundado Omrí, y de la que Jorán fue el cuarto y último rey. Su asesino le sucede (cf. 2R 9,2-6,12-13 y 10.30).

2. El otro Jorán, hijo mayor y sucesor inmediato de Josafat (2R 8,16 y 2Cró 22,8-9), es el quinto sucesor de Salomón en el trono de Jerusalén (848-841 a.C). Esposo de Atalía (2R 8,18; cf. 8,25-26 y 2Cró 21,6 y 22,1-2), hija de la  pagana Jezabel y de Ajab rey de Israel, inaugura su reinado matando a sus seis hermanos ("mejores que él") a los que su padre había hecho antes de morir importantes donaciones (cf. 2Cró 21,2-4 y 13). Descarriado él mismo, arrastra a su pueblo en sus extravíos y favorece especialmente los cultos idólatras (2R 8,18 y 2Cró 21,6 y 11). Todos estos crímenes le habrían valido, según el Cronista, un mensaje de maldición por parte del anciano profeta Elías (2Cró 21,12-15).

Los libros de los Reyes y de las Crónicas no contienen casi nada más acerca de él aparte de sus reveses. "En su tiempo", los edomitas se liberaron totalmente del dominio de Judá (2R 8,20-22 y 2Cró 21,8-10). También una ciudad como Libna, en la Tierra Baja, plaza estratégica de gran importancia para la defensa contra las bandas filisteas y los saqueadores venidos del sur, se subleva contra la autoridad real (2R 8,22 y 2Cró 21,10). Más aún, envalentonándose por la debilidad militar de este mal rey, filisteos y árabes asaltan su reino, realizan en él fructíferas correrías, penetran hasta en su campamento (cf. 2Cró 21,1), incluso en "su casa" , se apoderan de sus mujeres y de sus hijos y tan sólo le dejan al más joven, Ocozías (2Cró 21,16-17), que pronto le sucederá (2R 8,25 y 2Cró 22,1).

El mensaje reprobador que le había dirigido el profeta consagraba a Jorán a males horribles (2Cró 21,15). Su muerte sobreviene  en el octavo año de su reinado (cf. 2R 16,17 y 2Cró 22,1), al término de una enfermedad de las entrañas que había durado dos años y que acabó con terribles sufrimientos (2Cró 21,18-19). El pueblo de Judá enterró a su impío y desafortunado soberano sin pena ni honores en la Ciudad de David, pero no en la tumba dede los reyes (2Cró 21,19-20 cf. 2R 8,24).

Por indigno que fuera este príncipe del linaje davídico, cuya continuidad se encontraba garantizada por una promesa divina (2R 8,19 y 2Cró 21,7; cf. 2S 7,15-16), figura entre los antepasados de Cristo en la genalogía conservada por Mateo (Mt 1,8).

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