martes, 8 de enero de 2013

LA MUERTE EN LA ANTIGUA GRECIA.


La civilización griega nos ha dejado herencias en muchos campos, también en el de la muerte, a la que daban mucha importancia

La civilización griega es la base de la cultura occidental. Sus conocimientos han tenido increíble influencia en la lengua, política, educación, pensamiento, arte y ciencia de la sociedad occidental actual.
Representación del dios Hades
Representación del dios Hades

La muerte para los griegos era muy importante, pues negar sepultura a un cadáver era condenar a vagar al alma del difunto y por consiguiente crear un peligro a los vivos. Era de esencial que un griego fuera enterrado o incinerado en su patria.

Ritual funerario en la Antigua Grecia
Una vez  fallecido, del difunto se encargaba su más allegada familia, que preparaban y amortajaban al finado sometiéndolo a un baño de agua y otro de aceite aromático. Se envolvía al difunto en un sudario dejando el rostro al descubierto y se le ponía algunas alhajas. Lo más significativo y lo que ha pasado a la historia como leyenda tradicional es la moneda que ponían en la boca del fallecido. Este óbolo era de poco valor económico, pero de mucho valor simbólico. La moneda serviría para pagar a Caronte, que según la mitología griega era el barquero que transportaría el alma del difunto hasta su destino final, el Hades.

Al día siguiente del deceso y una vez el cuerpo estaba listo, se exponía en el domicilio para velarlo. Este ritual recibía el nombre de prothesis. El requisito para este ritual era que los pies del difunto señalaran a la puerta y la cabeza se cubriera con flores. Se avisaba de que se había producido el óbito con un vaso de agua en la puerta de la casa, que se traía de otra parte ya que el agua del domicilio se consideraba “contaminada” por el óbito. Al lado del vaso se colocaba una rama de ciprés, que ya era considerado árbol funerario. Al salir de velar al muerto se rociaba al visitante con un poco de agua para purificarlo.

El cadáver era visitado por amigos y conocidos del difunto, aunque las visitas femeninas estaban sólo reservadas para las más allegadas. Las galas femeninas de luto eran negras. El cabello tenía que estar recogido y las presentes debían de lamentarse, cantando para expresar la pena por el deceso. Así, se golpeaban el pecho y se desgarraban las mejillas. Lloraban,  lamentaban y oraban por el muerto. En algunas casas con recursos se contrataba incluso a plañideras que exageraban sus lamentaciones.

Como ejemplo de ello, se puede citar lo que dice el coro de esclavas que acompañan a Electra ante la tumba de Agamenón en Coéforas, 22-31, de Esquilo: “Enviada del palacio, llego aquí a ofrecer estos fúnebres presentes. Mi seno resuena bajo los golpes de mis manos, y mis mejillas sangran por las heridas que han abierto en ellas mis uñas. Mi corazón se nutre de suspiros, y estos linos de luto, estos linos con que los desgraciados heridos por el infortunio velan su seno, también ellos hechos jirones por mi dolor han exhalado su lamento.”

Después de tres días de velatorio, el fallecido estaba listo para recibir sepultura o cremación. Salía de la casa antes de amanecer y se efectuaba una procesión por las calles menos transitadas. En griego antiguo este ritual se llamaba ecforá. El difunto era conducido en un carro o en hombros hasta fuera de la ciudad, pasadas las murallas, y era sepultado o cremado (la incineración costaba algo más). Si el difunto era sepultado, el lugar se señalaba con algún elemento. Si era incinerado, sus cenizas se depositaban dentro de una urna que después permanecería en la casa. Más tarde, todos regresaban a la casa donde se había velado el cuerpo y realizaban rituales de purificación y grandes banquetes fúnebres.

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