domingo, 7 de julio de 2013

ORLEANS, HERÉTICOS DE.

                     En 1022 se celebró un proceso sensacional en Orleans (Francia). Los heréticos eran un grupo de aristócratas y sacerdotes entre quienes figuraba el confesor de la reina Constanza. Fue la primera vez, en la Edad Media, que se lanzó la acusación de culto a Satán, y la conclusión del juicio también fue extraordinaria, porque catorce reos murieron quemados y era la primera vez que se aplicaba tal suplicio a unos heréticos al norte de los Alpes.

                     Los orígenes del caso fueron políticos a la vez que religiosos. En la época el rey Roberto el Piadoso trataba de someter al conde Eudo de Blois y consiguió que fuese nombrado obispo de Orleans un allegado suyo, Thierry, en vez de Odalrico, el candidato propuesto por Eudo. Poco después un aliado de Eudo aseguró haber descubierto mediante espías que un grupo de Orleans, seguidores de Roberto, distaban de ser creyentes cristianos ortodoxos, sino que eran en realidad servidores del Diablo.

                     Así que obviamente el proceso fue consecuencia de la batalla política entre Roberto y Eudo. Pero si el cargo de satanismo fue ciertamente una maquinación de los enemigos de Roberto, destinada a crearle dificultades, también parece demostrado que el grupo de Orleans mantenía creencias no ortodoxas. Las crónicas de la época indican que algunas de éstas habían sido importadas en la ciudad por "italianos". Algunos historiadores sugieren que los visitantes de Italia pudieron ser misioneros de los bogomilos, ya que fue ésa la vía de penetración de dicha herejía balcánica en el Occidente de Europa.

                    Las doctrinas que confesaron los acusados se asemejan en algunos aspectos al bogomilismo. Admitieron que no creían en los milagros del NT, ni que tuviesen ningún valor los sacramentos de la Iglesia, incluidos el matrimonio y la eucaristía. Para ellos el mundo material era mal, y comer carne, pecaminoso. Era preciso que el Espíritu Santo entrase en el corazón de uno para llegar a entender verdaderamente las enseñanzas cristianas.

                   El rey, al verse comprometido por personas relacionadas con su mujer, no tuvo más remedio que tomar medidas drásticas. Suya fue la orden de quemar a los heréticos. Es posible que también creyeran en la reencarnación: al igual que sus sucesores en la Historia de las herejías de Francia, los cátaros, no les daba miedo la muerte en la hoguera y avanzaron hacia la pira cantando himnos. Thierry, el candidato del rey, fue depuesto, y Odalrico se hizo con el obispado. Pero la decisión de Roberto había sentado un precedente peligroso. Las quemas de heréticos menudearon cada vez más durante el siglo siguiente, y culminaron en las matanzas albigenses del s. XIII.

                  Varios decenios después, Pablo de Chartres hizo la crónica del proceso. Partidario de la facción de Eudo de Blois como era, no sólo admitió la falsa acusación de satanismo sino que la enriqueció con más detalles morbosos. Los heréticos de Orlenas, según Pablo, se reunian de noche a la luz de las velas y salmodiaban nombres de demonios hasta que se materializaba el Diablo en forma de un animal. Entonces se apagaban las velas y todos se daban a la orgía. Si nacían hijos como resultado de esas celebraciones diabólicas, los quemaban para fabricar una poción mágica con las cenizas. Éstas se echaban en la comida de algún desprevenido, quien caía entonces bajo el poder del hechizo y entraba a formar parte de la secta.

                 Esta ficción no era original, sino que reproducía acusaciones dirigidas durante el s.III por las autoridades pagans de Lyon contra los cristianos, para justificar las persecuciones. Las actas habían quedado durante siglos en los archivos y resurgieron para ser usadas contra los heréticos del s. XII. De esta manera entró la imaginería anticristiana antigua en la propaganda antiherética de la segunda mitad del Medievo; hacia el s. XV era ya parte de la descripción habitual del aquelarre y servía para justificar la Gran Caza de Brujas. Leuthard, heréticos de Monteforte.

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