miércoles, 17 de julio de 2013

WALDO, PEDRO.

 

PEDRO WALDO Y LOS VALDENSES


El movimiento evangélico de la Edad Media recibió un valioso refuerzo con la conversión de Pedro Waldo debido a la impresión que le produjo la muerte repentina de un amigo con el cual estaba conversando. Dicho incidente hizo que este rico comerciante, dejando sus negocios, pensara sólo en la salvación de su alma.
Un sacerdote a quien preguntó sobre el gran asunto le respondió que había varias maneras de salvar el alma, pero que la más segura era poner en práctica las palabras de Jesús al joven rico: «Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres.» Se cree que el cura lo dijo con ironía, porque Waldo era un hombre muy rico; pero éste, que estaba decidido a conseguir la salvación a todo coste, lo cumplió al pie de la letra. Su gran acierto fue que, en lugar de ir a profesar el voto de pobreza en un convento, resolvió deshacerse de sus bienes, empleándolos él mismo para beneficio de los pobres y la extensión del Reino de Dios. Considero que era una obra muy buena a los ojos de Dios el mandar traducir y poner en manos del pueblo las Sagradas Escrituras. Hizo escribir a mano muchas copias que eran llevadas por cristianos fieles de un pueblo a otro. El clero empezó a mirar con recelo a aquellos hombres humildes que, de dos en dos, descalzos y pobremente vestidos, con el volumen sagrado en la mano, iban predicando la Palabra de Dios, y el arzobispo Guichard les prohibió predicar.
Pedro Waldo apeló al papa esperando que su justa causa sería reconocida, y compareció con uno de sus colaboradores ante el Concilio de Letrán en marzo del año 1179. El papa los trató amablemente pensando que «los pobres de Lyon», como les llamaban, permanecerían dentro de la Iglesia Católica, quedando convertidos en una orden monástica. Y, según testi¬monio que tenemos de uno de sus jueces, los hallaron muy piadosos y austeros en su modo de vivir, pero ignorantes —según ellos— e incapaces de predicar. Esto fue porque, en lugar de examinarlos sobre las Sagradas Escrituras y las doctrinas más claras y evidentes del Cristianismo, les interrogaron, en len¬guaje filosófico, sobre la Santísima Trinidad, las dos naturalezas de Cristo, y otras cosas que los Concilios habían tratado de resolver y establecer como dogmas, sin pensar que Dios tiene derecho a reservarse algunos misterios, sin revelárnoslos, hasta aquel día en el cual seremos capaces de comprender todas las cosas.
Vueltos a Lyon, resolvieron que debían predicar el Evangelio con sencillez, «porque era menester obedecer a Dios antes que a los hombres», y se lanzaron a la obra, desafiando la persecución. Esto les unió a sus hermanos los antiguos paulicianos —descendientes de los cristianos primitivos—, a los pedrobrusianos y enriquistas, y todos juntos vinieron a formar la Iglesia Evangélica Valdense, que subsistió y se extendió por toda Europa durante varios siglos antes de que apareciese la Reforma.
El edicto de excomunión que se extendió contra ellos en el año 1181 les obligó a salir de Lyon, lo que fue tan beneficioso para la causa del Evangelio como lo había sido la primera persecución que vino a la iglesia cristiana de Jerusalén, la cual obligó a los primeros cristianos a extenderse por todo el mundo antiguo predicando el Evangelio.
Pedro Waldo, huyendo de la intolerancia, llegó hasta Bolonia (hoy Polonia), en la misma frontera de Rusia, donde murió el año 1217 después de cincuenta y siete años de servicio para el Señor.
Los Valdenses en España
Animados por su celo misionero, los valdenses recorrieron el sur de Alemania, Suiza y Francia, llegando a España, donde formaron grupos de cristianos disidentes de Roma en las provincias del norte, y sobre todo en Cataluña. El hecho de que dos concilios y tres reyes se hayan ocupado de expulsarlos de nuestra patria, demuestra que su número tenía que ser considerable. El clero era impotente para detener el avance y, alarmado, pidió al papa Celestino III que tomase medidas en contra del movimiento. El papa mandó un delegado en el año 1194 que convocó una asamblea de prelados y nobles en Lérida, asistiendo personalmente el mismo rey Alfonso II, quien dictó el siguiente decreto:
«Ordenamos a todo valdense que en vista de que están excomulgados de la santa Iglesia, son enemigos declarados de este reino y tienen que abandonarlo, e igualmente los demás estados de nuestros dominios. En virtud de esta orden, cualquiera que desde hoy se permita recibir en su casa a los susodichos valdenses, asistir a sus perniciosos discursos o proporcionarles alimentos, atraerá por esto la indignación de Dios todopoderoso y la nuestra; sus bienes serán confiscados sin apelación, y será castigado como culpable del delito de lesa majestad; además, cualquier noble o plebeyo que encuentre dentro de nuestros estados a uno de estos miserables, sepa que si los ultraja, los maltrata o los persi¬gue no hará con esto nada que no nos sea agradable.»
Desde entonces la persecución se hizo sentir con violencia, y en una sola ejecución 114 valdenses fueron quemados vivos y sus cenizas echadas al río Ter en Gerona. Sin embargo, muchos lograron esconderse y seguir secretamente la obra de Dios en el reino de León, en Vizcaya y en Cataluña, pues al contrario de lo que decretaba la orden real, les veían con costumbres austeras y anunciar tan claramente las Buenas Nuevas de salvación, bien afirmadas en textos de la Sagrada Escritura, que hasta se menciona al obispo de Huesca, uno de los más notables prelados de Aragón, como protector decidido de los perseguidos Valdenses.
Pero las persecuciones contra ellos no cesaron, llegando a su apogeo por el año 1237, cuando 45 de éstos fueron arrestados en Castellón y 15 de ellos quemados vivos en la hoguera.
En Alsacia y Lorena hubo desde el año 1200 tres grandes centros de actividad misionera. En Metz, el barba (pastor) Crespin y sus numerosos hermanos confundían al obispo Beltrán, quien en vano se esforzaba por suprimirlos. En Estrasburgo los inquisidores mantenían siempre el fuego de la intolerancia contra la propaganda activa que hacía el barba Juan y más de 500 hermanos que componían la iglesia perseguida de aquella ciudad.
En Bohemia, donde Pedro Waldo terminó su glo¬riosa carrera, los resultados de la obra misionera valdense fueron fecundos. A mediados del siglo xm el inquisidor de Passav nombraba 42 poblaciones don¬de los Valdenses habían echado raíces; y en Austria, a principios del siglo xiv, el inquisidor Krens hacía quemar 130 valdenses. Se cree que el número de éstos en Austria no bajaba de 80.000.
En Italia los Valdenses estaban diseminados y bien establecidos en todas partes de la península. Tenían propiedades en los grandes centros, y un ministerio itinerante perfectamente organizado. En Lombardía los discípulos de Arnaldo de Brescia —gran opositor del papa a pesar de que nunca llegó a separarse de la Iglesia Católica, y que fue quemado vivo en el año 1155— unían fácilmente a los valdenses cuando éstos les predicaban el Evangelio. En Milán poseían una escuela que era centro de una gran actividad misionera.
En Calabria se establecieron muchos valdenses del Piamonte, en el año 1300, en Fuscaldo y Montecarlo. Habían conseguido cierta tolerancia, y se les permitía celebrar secretamente sus cultos con tal de que pagaran los diezmos al clero.
En tres de los valles del Piamonte —Lucerna, Perusa y San Martín— los Valdenses formaron pueblos enteros en las primeras décadas del siglo XIII
Estos datos históricos que poseemos de la abundante literatura producida por los Valdenses, prueban de un modo irrefutable cuan equivocada y absurda es la afirmación de la Iglesia Romana de que el Protestantismo tuvo su origen en Lutero. Centenares de años antes de que se produjese el movimiento espiritual de la Reforma, existían ya muchos miles de cristianos que no comulgaban con los dogmas de la Iglesia Católica Romana y eran tanto o más protestantes de los errores y abusos del Catolicismo que el famoso fraile sajón.

SAMUEL VILA,ORIGEN E HISTORIA DE LAS DENOMINACIONES CRISTIANAS, P.35-39,ED. CLIE

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