Son cánticos de alabanza, nacidos en un arranque de
entusiasmo; en síntesis, podemos decir que cantan y aclaman la bondad de Yahwéh,
su justicia, su salvación, su auxilio, su amor y su fidelidad, su gloria, su
fortaleza, sus juicios liberadores; todo esto resplandeciendo en las maravillas
de Yahwéh, en sus altas gestas, en todas sus obras (Ps 145; 117; 146; 105; 92).
Aclamar, alabar a Dios, es exaltarlo, magnificarlo (Lc 1, 46); es reconocer su
superioridad única, puesto que es el Santo. La a. brota de la conciencia
exultante por la Santidad de Dios (Ps 30; 97, 12; 105, 3); esta exultación pura
y religiosa une profundamente con Dios.
Aclamación y canto. La a. como toda alabanza nace
del embeleso y de la admiración en presencia de Dios; supone un alma dilatada y
poseída; se expresa generalmente en un grito, en una exclamación, en una ovación
gozosa (Ps 47; 81; 89; 95); al desarrollarse se convierte fácilmente en canto,
apoyado las más de las veces por la música y por la danza misma (Ps 33; 98; 1
Par 23, 5). Uno de los términos más característicos y ricos del vocabulario de
las a. r. y de la alabanza es el famoso hillel hebreo; tal es el caso en la
conocidísima exclamación litúrgica aleluya (v.), que en hebreo equivale a
halleluYa, o sea, «alabad a Yahwéh.
Aclamación y culto. La participación del pueblo israelita en el culto del templo de Jerusalén era viva y jubilosa (v. TEMPLO II); en las fiestas anuales y en otros grandes momentos hallamos la asamblea del pueblo llena de entusiasmo y exaltación, que trata de traducir con los gritos y a. r.: ¡amén!; ¡hosanna!; ¡aleluya! (1 Par 16, 36; Neh 8, 6); con los estribillos repetidos: «Porque es eterna su misericordia» (Ps 136, 1 ss.; Esd 3, 11); finalmente, con la música y los cantos. Numerosos salmos tienen aquí su origen y se componen por necesidades de la alabanza cultual.
Son tres los grandes conjuntos tradicionales de a. r. en el A. T.: el pequeño Hallel (Ps 113 a 118); el gran Hallel (Ps 136), el Hallel final (Ps 146 a 150). Esencialmente, a. r. y alabanza son lo mismo en uno y otro Testamento.
Tal es, p. ej., el sentido del Gloria a Dios de los ángeles y de los pastores en Navidad (Lc 2, 1320); de las a. r. de las multitudes después de los milagros de Jesús (Mt 7, 36 ss.; Lc 18, 43; 19, 37; Act 3, 9). Este es también el sentido fundamental de la a. hosanna del Domingo de Ramos (Mt 21, 16; Ps 8, 2 ss.). Como igualmente del cántico del cordero en el Apocalipsis: «Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios Omnipotente. ¡Justos y verdaderos son tus juicios, oh Rey de las Naciones! » (Apc 15, 3).
Aclamación y culto. La participación del pueblo israelita en el culto del templo de Jerusalén era viva y jubilosa (v. TEMPLO II); en las fiestas anuales y en otros grandes momentos hallamos la asamblea del pueblo llena de entusiasmo y exaltación, que trata de traducir con los gritos y a. r.: ¡amén!; ¡hosanna!; ¡aleluya! (1 Par 16, 36; Neh 8, 6); con los estribillos repetidos: «Porque es eterna su misericordia» (Ps 136, 1 ss.; Esd 3, 11); finalmente, con la música y los cantos. Numerosos salmos tienen aquí su origen y se componen por necesidades de la alabanza cultual.
Son tres los grandes conjuntos tradicionales de a. r. en el A. T.: el pequeño Hallel (Ps 113 a 118); el gran Hallel (Ps 136), el Hallel final (Ps 146 a 150). Esencialmente, a. r. y alabanza son lo mismo en uno y otro Testamento.
Tal es, p. ej., el sentido del Gloria a Dios de los ángeles y de los pastores en Navidad (Lc 2, 1320); de las a. r. de las multitudes después de los milagros de Jesús (Mt 7, 36 ss.; Lc 18, 43; 19, 37; Act 3, 9). Este es también el sentido fundamental de la a. hosanna del Domingo de Ramos (Mt 21, 16; Ps 8, 2 ss.). Como igualmente del cántico del cordero en el Apocalipsis: «Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios Omnipotente. ¡Justos y verdaderos son tus juicios, oh Rey de las Naciones! » (Apc 15, 3).
Aclamaciones especiales. Toda a., en último término,
es la expresión con la cual se solidarizauno con un «sí» personal a la súplica u
oración dicha anteriormente. Su uso es muy corriente, desde antiguo, en la
liturgia, en el A. T., en el judaísmo posterior, en los textos de Qumran y en el
N. T. Veamos brevemente algunas:
a) Amén (v.). Proviene de la raíz hebrea 'mn
(verdad) y significa: «ser firme, seguro, cierto». En el A. T. no se usa nunca
para confirmar lo que uno mismo dice, sino para asentir a lo que dice otro. La
raíz hebrea implica firmeza, solidez, seguridad; decir amén es proclamar que se
tiene por verdadero lo que se acaba de decir, es ratificar una proposición o
unirse a una plegaria. Amén es una palabra que compromete. Y este compromiso es
solemne, cuando es el compromiso colectivo asumido en el momento de la
renovación litúrgica de la Alianza (Dt 27, 1526; Neh 5, 13). En la liturgia
adquiere todo su valor como a. r. El amén es, pues, una a. litúrgica. Así
aparece con frecuencia en el N. T. El amén litúrgico es una a. r. por la que la
asamblea se une al que ora (1 Cor 14, 16; Apc 5, 14; 7, 12). Se usa después de
las doxologías (Rom 1, 25; 15, 33; Gál 1, 5); también como adhesión y a. al
final de las cartas en S. Pablo (1 Cor 16, 24; 2 Cor 13, 13), y como conclusión
de un libro (Mt 28, 20; Mc 16, 20; Lc 24, 53; lo 21, 25).
Finalmente, amén como adhesión y a. concluye los cánticos de los elegidos en la liturgia del cielo, donde se une al aleluya: «Entonces los veinticuatro ancianos y los cuatro animales se prosternaron y adoraron a Dios, que está sentado sobre el trono, diciendo: «Amén, ¡Aleluya! »(Apc19, 4).
Finalmente, amén como adhesión y a. concluye los cánticos de los elegidos en la liturgia del cielo, donde se une al aleluya: «Entonces los veinticuatro ancianos y los cuatro animales se prosternaron y adoraron a Dios, que está sentado sobre el trono, diciendo: «Amén, ¡Aleluya! »(Apc19, 4).
b) Aleluya (v.). Es una de las a. r. más conocidas y
características; la a. litúrgica por antonomasia, especialmente en los salmos
aleluyáticos ( ss. al principio; 115117 al final; 106, 113; 134; 146150 al
principio y al final). Es una expresión litúrgica muy antigua; originariamente
era pronunciada por el cantor, el sacerdote y los levitas y después era repetida
por el pueblo (Ps 106, 48). En el Apocalipsis, aleluya es el grito de júbilo de
los ángeles y, sobre todo, la a. exultante y entusiasta que rubrica y concluye
los cánticos de los elegidos en la magna celebración litúrgica de los cielos.
«Después de esto, oí en el cielo la voz de una gran multitud que decía:
¡Aleluya! La salud, la gloria y el poder a nuestro Dios» (Apc 19, 1).
c) Bendito Dios. Es el barukbendito por excelencia.
Como a. r., como grito espontáneo, es frecuente en los libros sagrados. Brota
naturalmente del sobrecogimiento experimentado ante un gesto en que Dios acaba
de revelar su poder. Una vez más la a. r. es una reacción del hombre ante la
revelación de Dios: « ¡Bendito el Dios Altísimo, que ha puesto a tus enemigos en
tus manos! » (Gen 14, 19 ss.). Así en tantos lugares del A. T. (Gen 24, 27; Ex
18, 10; Rut 4, 14). La a. r. es siempre confesión pública del poder y majestad
de Dios y, al mismo tiempo, acción de gracias por su generosidad: « ¡Bendito el
que viene! ». Es el grito, la a. entusiasta de la multitud dirigida a Jesús a su
entrada en Jerusalén en vísperas de su pasión (Mt 21, 9). Jesús es el centro de
todas las a. cristianas.
d) Hosanna. Es palabra de origen hebreo, Hosi'ana,
que significa «ayúdanos». En el salmo 118, 25, es una petición de ayuda
constante para la victoria; pero esta petición se fue transformando poco a poco,
convirtiéndose luego en a. r. en honor de Yahwéh, y también en vítor en honor
del rey.
Era muy usada en la liturgia del pueblo de Israel y también después de la Iglesia cristiana. En la liturgia judía, como el salmo 118, formaba parte del gran Hallel que se cantaba en la fiesta de la Pascua y en otras solemnidades, principalmente en la fiesta de los Tabernáculos. En el culto judío posterior se destaca todavía más, sobre todo en el día séptimo de la fiesta de los Tabernáculos, hasta recibir esta fiesta, en virtud de tal costumbre, el nombre de gran Hallel. Celebrábase igualmente una procesión con Hosanot, una especie de ramos, cantándose letanías con la a. constante de hosanna a manera de estribillo general (v. JUDAÍSMO II). Esta misma a. la dirigía entusiasmada la multitud a Jesucristo en su entrada triunfal en Jerusalén: «La multitud, que había venido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramos de palmas y salieron a su encuentro gritando: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! » (lo 12, 1213).
Era muy usada en la liturgia del pueblo de Israel y también después de la Iglesia cristiana. En la liturgia judía, como el salmo 118, formaba parte del gran Hallel que se cantaba en la fiesta de la Pascua y en otras solemnidades, principalmente en la fiesta de los Tabernáculos. En el culto judío posterior se destaca todavía más, sobre todo en el día séptimo de la fiesta de los Tabernáculos, hasta recibir esta fiesta, en virtud de tal costumbre, el nombre de gran Hallel. Celebrábase igualmente una procesión con Hosanot, una especie de ramos, cantándose letanías con la a. constante de hosanna a manera de estribillo general (v. JUDAÍSMO II). Esta misma a. la dirigía entusiasmada la multitud a Jesucristo en su entrada triunfal en Jerusalén: «La multitud, que había venido a la fiesta, al oír que Jesús venía a Jerusalén, tomaron ramos de palmas y salieron a su encuentro gritando: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! » (lo 12, 1213).
D. YUBERO GALINDO
BIBL.: L. GILLET, Amen, «Ephemerides theologicae
Lovanienses» 56 (194445) 134136; H. B. SwETE, An Introduction to the Old
Testament in Greek, Cambridge 1900; J. B. BAURR, Amen, en Diccionario de
Teología Bíblica, Barcelona 1967; J. GUILLET, Bendito, en Vocabulario de
Teología bíblica, Barcelona 1967.
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