SUMARIO:
I.
Los amigos se hacen
II.
Amistad de fondo sexual
III.
Amistad como experiencia virtuosa
IV.
La amistad según la palabra revelada
V.
Amistad como experiencia cristiana
VI.
Amistad como experiencia caritativa
mística
VII.
Amistad como experiencia caritativa eclesial
VIII.
Amistad como experiencia caritativa
apostólica
IX.
Amistad de personas consagradas
X.
Amistad con cesados
XI.
Soledad y amistad.
I.
Los amigos se hacen
En
sentido ideal, amigo es quien ama por encima de toda búsqueda personal
interesada o utilitarista; quien está todo disponible a acoger al otro; quien
desea ofrecerse como don; quien goza de la paz que envuelve al amado como si
fuese propia. El amigo siente que el otro le corresponde con idéntico amor de
benevolencia: comparte con él un idéntico afecto altruista, una atención
reciproca, la alegría de sentirse amado. Los amigos no conocen el amor
narcisista, ni el amor solitario. Cada uno de ellos encuentra agradable vivir
porque su vivir es un convivir juntos; porque cada uno se siente acogido en la
intimidad del otro; porque piensa y quiere en sintonía con el otro; porque se
descubre implicado en la vida del otro. Los dos son "un alma sola en dos
cuerpos".
Ser
amigos es un estado de enriquecimiento humano. Ofrece la posibilidad de
encontrarse con el otro fuera de un contexto institucionalizado, libre de
presiones socializantes, que apartan de una espontaneidad personal con la
conciencia de ser acogido honradamente como se es, de ser apreciado a pesar de
las propias asperezas, de saber que se encontrará siempre un rostro alegre, de
sentirse partícipe de un coloquio empapado de mutua confianza, de saberse
integrado en una responsabilidad compartida, de percibirse arrancado a la
monotonía de las relaciones cotidianas burocráticas. Tener la conciencia de
vivir en una verdadera amistad es ignorar la amargura de días aburridos; es
estar inserto en una gozosa creatividad; es verse favorecido por un continuo
impulso hacia la promoción personal; es estar injertado en una existencia que
se abre en incesantes y hermosas experiencias de amor.
La
vida de amistad está estructurada de palabras, de silencios y de actitudes. La
palabra comunica e intercambia convencimientos y sentimientos interiores; los
silencios dejan en el alma la certeza de una sintonía profunda. Es esencial que
tanto las palabras como los silencios y las actitudes no expresen ruptura del
diálogo y del encuentro, sino que favorezcan una continuidad profunda. La
copresencia amistosa en el silencio ofrece la experiencia de sentirse
armonizados en los mismos afectos, de saber que no hay necesidad de palabras
para comunicarse, que no existe el imperativo de proclamarse amados para sentir
el amor del otro, que el estar juntos proporciona la alegría de experimentarse
hermanados en lo profundo. La comunión de amistad es un lenguaje que se expande
por la interioridad más honda y que aflora luego espontáneamente en palabras y
gestos exteriores.
Uno
no puede situarse en la amistad como quiera y cuando quiera: ni siquiera puede
recibirla como un don que en un determinado momento y de improviso nos llega de
fuera. Se aprende a vivir en la amistad a través de una larga experiencia de
amores de amistad imperfectos, sin que logremos nunca expresarla en una forma
perfecta y definitiva. La amistad es un momento del crecimiento de la
afectividad del yo, de su sentido comunitario, de su experiencia de relación
interpersonal. No es posible vivir la amistad de un modo diferente a lo que uno
es. En ella afloran loa movimientos latentes e inconscientes del yo la
conHictividad propia, las propias inclinaciones egocéntricas, las aperturas
altruistas conquistadas, las asperezas juveniles, las experiencias adultas
logradas y todas las incesantes variaciones debidas a las propias posibilidades
autocreativas.
La
experiencia de la amistad tiene características diferentes no sólo como
consecuencia de la fase evolutiva en que se encuentran los arrugas, sino, sobre
todo, por su gran dependencia de las
experiencias afectivas que ellos hayan tenido. Las primeras relaciones del
recién nacido con su propia madre predeterminan ya la posibilidad (o
dificultad) de entablar en un futuro relaciones amistosas. Es de fundamental
importancia que el niño se encuentre afectivamente bien instalado en la
familia, que se vea favorecida su comunicación con miembros de otros grupos
sociales. En caso contrario, acumula el sentido del miedo infantil, debido a lo
cual la situación externa no le estimula a ampliar las relaciones sociales,
sino que le empuja a buscar un sistema protector. Puede ocurrir que, a causa de
interpretaciones persecutoriasinculcadas en la infancia, uno no sepa entregarse
a una manifestación afectiva normal. La experiencia relaciona¡ con una madre
austera o severa puede inclinar al adolescente a imaginarse como peligrosa o
amenazadora cualquier presencia de extraños. A la hora de secundar el amor,
experimenta en seguida el temor de que la persona amante acreciente sus
efusiones afectivas hasta esclavizarle, obligándole a perder su autonomía. Por
este motivo aprende a frenar los impulsos y deseos de amor. Y hasta puede que
adopte actitudes insociables o bruscas para no verse superado por la persona a
la que quiere.
En
toda persona es necesaria una progresiva maduración afectiva que la haga pasar
del ansia de poseer al otro para servirse de él a una aceptación del mismo
como persona en sí misma amable. Semejante madurez constituye un supuesto
psicosocial que condiciona toda la actitud virtuosa de la persona, así como
también la vida sobrenatural caritativa. Tarea nada fácil, puesto que la
disponibilidad afectiva de amistad se lleva a cabo entre innumerables e
indispensables conquistas, que han de gustarse sólo provisionalmente, ya que
han de superarse luego a través de crisis que introduzcan en un orden afectivo
superior. Y no siempre se sabe llegar de manera apropiada a una forma nueva de
amor. Asi ocurre que en la misma edad madura pueden persistir factores
fantasmales infantiles o adolescentes, que condicionan el modo actual de vivir
la amistad; pueden aflorar procesos inconscientes de transferencia, los cuales
obstaculizan el desarrollo normal de la afectividad. Se tiende a amar como se ha
sabido y podido amar en el pasado.
La
educación espiritual capacita para destruir las fantasías de la infancia y para
insertar el yo en la realidad actual; favorece la acogida de un yo
responsablemente nuevo, purificado de tendencias evocadoras que encierran dentro
del pasado. El amigo auténtico es espiritualmente libre; sabe conocerse a sí
mismo y al otro de acuerdo con la realidad; sabe estar disponible para la
acogida completa del otro; sabe ofrecer un amor que engrandece al amigo.
II.
Amistad de fondo sexual
En
la crisis adolescente de la afectividad nace el deseo de experimentar emociones
sexuales. A menudo lo que inquieta no es el amor en sentido auténtico, ni el
impulso sexual verdadero, sino la supresión de un conflicto de los primeros
años de vida. Pueden ser crisis afectivas engendradas por una exigencia
compensadora (como exigencia de protección o de posesión dominadora), que en
su mayoría originan un sentido de esclavitud y de incapacidad reciproca de
soportarse. En la adolescencia, junto a la pulsión instintiva (auténtica o de
compensación), apunta siempre una necesidad inicial de comprensión y de
amistad; se esboza el deseo auténtico de realizar una amistad más auténtica.
Las
amistades de fondo sexual en la adolescencia comienzan entre dos del mismo sexo;
surgen entre ellos intimidades y confidencias prolongadas, deseo intenso de
compartir la vida de manera integral, necesidad de conocerse también mediante
la experiencia corporal con el otro. Se trata de una experiencia de sentimientos
homosexuales, que encaja luego en la armonía de la afectividad normal,
favoreciendo el paso a amistades heterosexuales.
Entre
adolescentes, las amistades de fondo heterosexual generalmente tienen como
función preparar a la futura vida conyugal y familiar; están llamadas a hacer
que surja la comprensión recíproca, la capacidad de convivir con vistas a una
misión que desarrollar y la destreza para superar las diferencias entre ambos
sexos. Es un acontecimiento o noviciado que introduce en una vida nueva, que
ofrece experiencia de existencia convivida y confianza en el futuro comunitario
del matrimonio.
Normalmente
las amistades heterosexuales entre adolescentes se rompen, porque al madurar
ambos se dan cuenta de no estar hechos el uno para el otro,
como exigiría una elección matrimonial. La ruptura debería conservar entre
ellos un lazo de amistad, especialmente si aquélla se ha razonado amigablemente
y se ha adoptado tras comprobar con lealtad que la maduración lograda juntos
apunta a otros afectos. La adolescencia es por su naturaleza un tiempo de
profundas transformaciones; no está capacitada para opciones definitivas, para
vínculos matrimoniales irrompibles, para amistades sólidamente establecidas.
Unicamente alcanza amistades precarias, si bien preciosas y necesarias para la
maduración afectiva de la persona, favoreciendo la formación de una
personalidad de verdad adulta.
Cuando
se inaugura una afectividad de exigencias conyugales incipientes, al principio
las otras amistades aflojan, a tan de conocerse y de profundizar el afecto
reciproco; se tiende al aislamiento. Después de una experiencia entre dos,
aparecen momentos de cansancio; se desea ver a alguien con quien entablar un
discurso nuevo; se siente la exigencia de ampliar la relación que se ha
estrechado demasiado.
Si
en la madurez la amistad demuestra la riqueza comunicativa existente entre los
sujetos, en la vejez es providencial, ya que permite conservar el interés por
la vida, mantiene vivamente despiertas las funciones psíquicas, retrasa el
entumecimiento y ayuda a superar serenamente el aislamiento personal [ >
Anciano III, 2].
Algunos
definen con ardor como amistad sus actitudes afectuosas veteadas de
vinculaciones sensuales. Se sienten ofendidos si alguien aventura la hipótesis
de que se trata de un enamoramiento o de un amor sexual. Temen que pueda
descalificarse su relación frente a la propia conciencia o a la valoración de
otros; tienen la aprensión de tener que tomar la decisión de romper si se
desvelase abiertamente el sentido turbio implicado en la relación. Nunca es
posible distinguir con precisión el amor sensual de la amistad; el uno no se
configura netamente al margen de la otra. Incluso cuando una amistad parece
espiritualmente adulta, persisten vetas sexuales inconscientes. Las amistades de
componente sexual, aunque intentan equilibrarse dentro de correcciones formales,
se encuentran atrapadas entre expresiones emotivas, se ven turbadas por los
celos, condescienden con pequeños compromisos. Es necesarío saber ver con
claridad el propio estado, saber examinar críticamente las propias fantaseas,
descubrir los lazoz que se van anudando, percibir la nueva orientación que se
abre paso; valorar con realismo los propios afectos. Si no se presta atención a
los sentimientos o vínculos afectivos que van asomando y modificándose, puede
suceder que cuando se quiera tomar conciencia de los mismos estén ya
desarrollados y establecidos de forma irremovible. En el periodo de transición
de los propios afectos conviene determinar la orientación que se quiere adoptar
y adónde se pretende llegar, a fin de adoptar las decisiones espirituales
pertinentes.
III.
Amistad como experiencia virtuosa
La
sabiduría antigua elaboró la concepción de la amistad, entendida como virtud,
a través de diversas modalidades culturales. Ya el mundo homérico contempla la
amistad dentro de un contexto de nobleza aristocrática. Solón la configura en
una dimensión política, mientras que Pitágoras la ve como caracterizadora de
ia vida de escuela, donde todo se vive en común en la búsqueda de la verdad.
Sócrates precisa que la escuela, al enseñar a conocer, educa para la amistad,
sobre todo invitando al discípulo a conformarse a la personalidad del maestro,
acaso también mediante intimidades carnales. Según Platón, este amor
erótico, de intimidades escandalosas con una determinada persona, sirve para
encaminarse hacia un ideal de puro bien; es el primer paso hacia la amistad
espiritual. Considera él que la práctica de la amistad homosexual permite la
purificación y liberación de las emociones sensuales: convierte al eros
divinizador,introduce en la posesión aislada del Primer Amado; es una etapa
pedagógica hacia la perfección teologal. El amigo voluptuoso es el medio
necesario, pero provisional, que hace avanzar por la soledad de la beatitud.
Para
Aristóteles, la amistad realiza al hombre en su dimensión política. Por eso
"es una de las necesidades más apremiantes de la vida; nadie aceptaría
ésta sin amigos, aun cuando poseyera todos los demás bienes`. Precisamente por
ser necesaria a nivel político, la amistad debe superar el estadio de lo útil
y de lo deleitable, y asentarse en la virtud'.
En sentido aristotélico, amistad como virtud significa comunión de vida entre
amantes, capaz de hacer gozar beneficios mutuos y de armonizar con valores de la
estructura familiar y politica existente. Si para Platón la amistad es momento
de exaltación que permite aspirar y avanzar hacia la novedad de lo Absoluto
beatificante, para Aristóteles es camino que introduce en un orden terrestre,
que hace experimentar como benéficamente satisfactorio.
Cicerón
reanuda la reflexión aristotélica sobre la amistad. Esta se encuentra toda
ella impregnada de virtud. "La virtud misma produce la amistad. Sin virtud
no hay amistad... La amistad se ha concedido como auxiliar de la virtud, para
que la virtud, que no puede llegar sola a su grado más alto, lo consiga unida y
asociada a otra. Una alianza como ésta procura a los hombres el medio mejor y
más feliz de caminar juntos hacia el bien supremo. Es la virtud, la virtud,
afirmo, lo que forma las amistades y las conserva, puesto que en ella se
encuentra la armonía, la estabilidad, la constancia"°. Mas, en cuanto
virtud, la amistad sólo es posible entre sabios: "Nada hay más dificil
que hacer que perdure una amistad hasta el último día de la propia vida".
A decir de Epicuro, entre "todos los bienes que procura la sabiduría para
la felicidad, el más grande es la adquisición de la amistad"'; es el
supremo de los placeres puros; es la realización verdadera de la personalidad
humana; es el fin de la vida. Por ella el mundo humano deshumanizado vuelve a
ordenarse.
La
antigua concepción sapiencial sobre la amistad atravesó sucesivas perspectivas
culturales profundamente diversas entre si; desde la intuición aristocrática
homérica de espontaneidad vital al ideal metafísico contemplativo platónico;
desde una visión virtuosa e intelectual aristotélica al gozoso afecto amistoso
de Epicuro, y hasta el preceptismo ascético estoico. Pero su intuición
primaria, trasmitida en forma más característica alas sucesivas generaciones,
es la perspectiva de la amistad como virtud. Todo el discurso sobre la amistad
se desarrolla dentro de la visión categorial de la virtud. Basta ser virtuoso
para ser buen amigo; y una amistad adulta y oblativa únicamente se da entre
personas virtuosas. El amor amistoso se legitima sólo cuando es racional y
volitivo; se desconfía de sus posibles dinamismos inconscientes y emotivos. En
consecuencia, la amistad como virtud, a pesar de su configuración enteramente
pulcra y mesurada, da la impresión de algo abstracto, teórico, estático,
controlado, que la priva de su rico encanto espontáneo y humano. Se refleja en
ella una idealidad humana, no la aceptación de los componentes que constituyen
el yo integral existencial.
La
concepción de la amistad como virtud parece descuidar sobre todo el hecho de
que la actitud amistosa esté profundamente condicionada por la madurez afectiva
subyacente. No se admite que el componente psíquico existencial pueda, por
ejemplo, inducir a juzgar laudable un estado amistoso adolescente ásperamente
inmaduro, no ya para su configuración moral objetiva presente, sino en orden a
un crecimiento en vías de actuación.
Además,
no conviene considerar la amistad exclusivamente como realidad independiente,
sino como espíritu que anima implícitamente los demás comportamientos y que
da un sentido humano nuevo a las actividades propias. Santo Tomás, reanudando
el discurso aristotélico, precisó que la amistad, además de una virtud
especial que indica un deber de justicia social, es un modo amable que
caracteriza todo el estado virtuoso ("una consecuencia de la virtud más
que una virtud", S. Th. II-II, q. 23, a. 3, ad 1). Al dar ejemplos, sé
esbozará la actividad lúdica en modalidades comunicativas muy varias, según
que los participantes fomenten capacidades amistosas infantiles o adolescentes,
o bien sepan expresar con el lenguaje, los sentimientos y los gestos una
comunicación oblativa adulta. Ciertamente es importante vivir una amistad
regulada según la virtud (AA 4, 17; PO 8), pero también estar madurados como
personalidad afectivamente adulta, la cual permite saber expresarse en una
amistad oblativa ejemplar.
IV.
La amistad según la palabra
revelada
La
Sda. Escritura no ofrece un tratado teórico-sistemático sobre la amistad; no
intenta explicar su origen primitivo (como lo hace en relación con el amor
sexual: Gén 1,27s; 2,18s); no indaga su índole filosófica. Se limita a
indicarla como una experiencia humana histórica, que se considera desde una
perspectiva de fe. La Palabra recuerda con insistencia
experiencias admirables de amistad. Baste recordar la amistad entre David y
Jonatán: "El alma de Jonatán quedó prendada dei alma de David, y
Jonatán comenzó a amarle como a sí mismo" (1 Sam 18,1; 20,17).
Singulares son también las amistades de Jesús con Lázaro, Marta y María (Jn
11,5.11) y con Juan evangelista (Jn 13,23).
Desde
luego, la amistad verdadera es rara; difícilmente es auténtica (Prov 14,20;
Sal 38,12; 41,10; Job 19,19). Es necesario acogerla con vigilante preocupación
(Dt 13,7; Eclo 8,5s; 12,8s), intentando vivirla dentro de determinados
requisitos virtuosos (Prov 27,5; Eclo 9,10; 8,18s). Pero cuando uno encuentra al
amigo verdadero y fiel, ha encontrado una riqueza inestimable, que hace
delicioso el vivir (Prov 15,17; 18,24; Sal 133; 2 Sam 1,28). "Un amigo fiel
es escudo poderoso, y el que lo encuentra, halla un tesoro. Un amigo fiel no se
paga con nada, y no hay precio para él. Un amigo fiel es bálsamo de vida"
(Eclo 8,14-18). "Hay amigos más afectos que un hermano" (Prov 18,24);
hacen gustar un amor "más dulce que el amor de las mujeres" (2 Sam
1,19-27).
Si
la revelación se detiene en recordar que la amistad verdadera debe ser
virtuosa, sin embargo no se agota en advertencias éticas. Su enseñanza
primaria consiste en precisar cuál es la presencia de Dios entre las amistades
humanas. La sabiduría antigua habla sentenciado que amigo verdadero sólo puede
serlo el que vive una existencia igual a la nuestra, y no un ser separado como
un dios°. La revelación recuerda que Dios peregrina dentro de la historia
humana. De hecho vive en relación con los hombres, ligados a él por una
alianza. He ahí por qué este Dios se ha manifestado en relación con amistades
humanas; así con Abrahán (Is 41,8), con Moisés (Ex 33.11), con los profetas (Am
3,7; Dan 3,35). Incluso su amistad con el hombre se presenta como el modelo y la
fuente de toda verdadera amistad (Eclo 8,18).
El
acontecimiento de la encarnación del Verbo testimonia que Dios desea vivamente
estar presente en la experiencia humana del amor de amistad (Jn 18,27). A fin de
elevar a las criaturas a la intimidad de su amistad, envió a su Hijo entre los
hombres (Jn 3,18; Tit 3,4), sacrificándolo (Rom 8,32); comunicó a los suyos
sus secretos (Jn 15,15); dejó entre ellos su Espíritu con el encargo de
introducirlos en la amistad que
viven las personas divinas (Rom 8,17; Gál 3,28). La historia salvíftca se
reduce a ser la iniciación de los hombres en la caridad divina intratrinitaria
por obra del Espíritu de Cristo (Jn 17,28; 15,9).
La
amistad del Señor llega a lo profundo del yo amado, dado que penetra allí con
su Espíritu, el cual sabe ser más íntimo de lo que es el yo a si mismo. Al
mismo tiempo, el Señor derrama un amor que abre el ánimo con impulso de
amistad hacia todos los demás (Jn 13,34; 15,12). Si la caridad no desembocase
en esta riqueza de amor extendido a todos, no seria amistad caritativa que
proviene del Espíritu. Cuanto más penetra la efusión del Espíritu en la
interioridad profunda del yo, tanto más éste sabe abrazar a los otros wn amor
amistoso. De hecho, se nos capacita para ser "hijos del Padre celestial,
que hace salir el sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e
injustos" (Mt 5,45; 1 Jn 4,11).
V.
Amistad
como
experiencia cristiana
En
armonía con la convicción ética de Aristóteles, Cicerón afirmaba: "La
amistad no puede existir más que entre hombres". Respecto de este
convencimiento, el mensaje cristiano aporta una innovación y proclama: una
amistad sobrenatural es posible entre hombres sólo porque Dios mismo se ha
ofrecido a ellos como amigo. Santo Tomás afirma que las relaciones existentes
entre Dios y los hombres, llamadas caritativas, son relaciones de amistad (S. Th.
II-II, q. 23, a. 1). Si el hombre consiente en ser engrandecido
sobrenaturalmente en la capacidad de amor de amistad, tiene la posibilidad de
saber establecer intimidad con Dios en Cristo.
La
amistad cristiana es una capacidad nueva de amar a los hombres. El Espíritu
comunica una virtud infusa de amar, llamada gracia caritativa. Por este don de
la caridad, el creyente tiene una posibilidad potencial de compartir el modo
teándrico de amar propio del Señor; es llamado a amar y a estrechar amistades
en Cristo, con Cristo y mediante Cristo. Si Aristóteles ° exigía una larga
experiencia práctica para crear una amistad, al cristiano se le pide que el
mismo Espíritu transforme cada vez más la afectividad personal, le comunique
un corazón nuevo y exprese en él el amor
mismo de Cristo. La amistad cristiana supone una continua purificación pascual
(de muerte-resurrección) para llegar a saber expresar más genuinamente la
caridad amistosa de Cristo resucitado [ > Misterio pascual].
Plutarco,
recogiendo
la enseñanza de los antiguos, había sentenciado: "La amistad se complace
en la compañía, no en la multitud; no asemeja a los pájaros que van en
bandadas, como los estorninos y los grajos. Si se divide un río en diversos
canales, su caudal se hace más débil y limitado. Lo mismo la amistad: se
debilita a medida que se divide" 7. Plutareo habla indicado una perspectiva
propia de la amistad humana, señalada ya por Aristóteles y Cicerón. La
amistad cristiana se centra en una perspectiva totalmente diversa. Está llamada
a tener la profundidad y la amplitud de la del Señor, porque se la experimenta
y vive como continuación de su amistad caritativa.
La
amistad teándrica de Cristo es coextensiva a todos los hombres y está dotada
de tal intensidad que transciende toda amabilidad humana; es espejo de la
amistad que muestra el Padre a todo hombre viviente (Mt 5,45). Para indicar esta
singular extensión y profundidad de la amistad entre los cristianos se recurre
al término nuevo "tiladelfia": los creyentes se han convertido en
amigoshermanos (1 Pe 1,22; 3,8; 2 Pe 1,7; Rom 12,10). "Acerca del amor
fraterno (filadelfia) no necesitáis que os escriba, porque personalmente habéis
aprendido de Dios cómo debéis amaros los unas a los otros, y, en efecto, así
lo hacéis con todos los hermanos de toda Macedonia. Sin embargo, queremos
exhortaros, hermanos, a que progreséis todavía más... 11 (1 Tes 4,9-10).
La
amistad cristiana, impregnada toda ella de amabilidad sobrenatural (1 Tes 2,8),
al hacerse transcendente por la caridad (Flm 8,21), tiene una amplitud eclesial
(He 20,58-38). Se presenta como nota de una autenticación ejemplar en relación
con la primitiva comunidad eclesial. "La multitud de los fieles tenia un
solo corazón y una sola alma; y nadie llamaba propia cosa alguna de cuantas
poseía, sino que tenían en común todas las cosas" (He 4,32). Con
términos apropiados se habla de amor amistoso vivido dentro del cuerpo místico
eclesial: una unidad al modo de la solidaridad orgánica, que sólo la amistad
del Espíritu de Cristo sabe realizar.
En
consonancia con la narración de los
"Hechos de los Apóstoles", si se quiere captar y explicar la realidad
del cuerpo místico, es preferible no hacer uso de conceptos abstractos o de
supuestos teóricos, sino detenerse en la realidad eclesial viva. Hay que
dejarse instruir por la experiencia; verificar su alcance según el ambiente
sociocultural y eclesial actual. La realidad de la comunión de los fieles en
Cristo se puede conocer hoy más comprensiblemente, apreciarla y amarla, si se
verifica en concreto aquella vida caritativa que derrama el Espíritu entre los
creyentes como experiencia de amistad sobrenatural generalizada. Debo habituarme
a pensar si amo al hermano con la misma amistad que nutro hacia Cristo. Para
comprender en su significado auténtico la gran realidad del cuerpo místico,
debo dejarme instruir por la caridad viva; debo consentir que el Espíritu me
introduzca cada vez más en la participación de la amistad que el Señor tiene
a todo mortal. Las verdades evangélicas sólo son comprensibles si se logra
captarlas como fermento operante y tranaformante de la vida presente, como
sentido de la vida eclesial experimentada, como animación de la cultura actual.
Hay
que educar a los cristianos para que reconozcan al Señor a través de la
experiencia de la amistad fraterna; deben aprender a conocer y apreciar los
valores evangélicos a través del amor amistoso practicado con todos los
hombres. Debe proponerse la práctica de la amistad como fuente universal de
conocimiento, como el medio para captar las realidades cristianas en su sentido
íntimo y profundo. Pierre Teilhard de Chardin oraba: "Dios mío, haced que
brille para mí, en la vida del otro, vuestro rostro. Concededme reconoceros
también y sobre todo en lo que hay de más íntimo, perfecto y remoto en el
alma de mis hermanos". Criterio este que se debe aceptar de manera
general, precisamente porque la amistad caritativa es fundamental para
constituir y experimentar lo que es específico de la verdad y de la vida
cristianas.
VI.
Amistad como experiencia
caritativa
mística
El
cristiano, en cuanto está llamado a participar sacramentalmente de la amistad
caritativa propia de Cristo hacia Dios Padre, tiene por ello mismo una vocación
de unión con Dios en Crlsto.
La experiencia mística cristiana se puede caracterizar como una amistad viva
del alma con Dios en el Espíritu del Señor (OT 8). Es un gusto anticipado en
la tierra de la intimidad que tendrá el alma en Cristo con el Padre en la era
futura. Así lo pedía el Señor en su oración por sus discípulos (Jn
17,21-22) [ > Hombre espiritual].
La
amistad de modalidad mística se expresa y desarrolla preferentemente a través
de la oración. En la oración el alma se adentra en la intimidad de Dios; se
esfuerza en hacerse transparente al amor trinitario; se ofrece toda ella a Dios,
proclamado como lo único necesario. Mediante la oración, el que reza se
vincula al amor que origina todo amor entre los hombres; acoge como don el amor
del Padre, el cual ofrece su Hijo a los hombres, y el amor dei Hijo, que ofrece
todo lo humano al Padre. La oración educa al que ora para que se abra a las
amistades, como a un don del Padre, como a un reclamo para adentrarse en el
Señor. "Gracias, Señor, por haberme hecho comprender que cada hombre que
encuentro, aunque sea al azar, es llamado por ti a establecer lazos de amistad
celestial conmigo"° "Señor, enséñame a descubrir en cada hombre la
tierra inexplorada que eres tú" .
Le
amistad se eleva a experiencia mística cuando se concibe y vive como un modo de
vida cada vez más abandonado al Espíritu de Cristo. El alma no sabe vivir
ninguna amistad humana particular si no es como itinerario de amor hacia su
Señor. San Elredio, abad de Rieval, enseñaba que "existe un grado de
amistad cercano a la perfección" cuando "el hombre, mediante el
amigo, se convierte en amigo del hombre-Dios". En semejante amistad, al
profundizar la unión afectiva con el amigo, paralelamente se penetra en una
intimidad amistosa ulterior con Cristo: "el sic per amoris grados ad
Christi conscendens amicltiam, unus cum eo spiritus efficitur in osculo uno"
(De spirituati amicitia, 1, II, PL 195, 872). Con insistencia describe
él la amistad humana como el modo más apropiado de conocer y amar al Señor.
"Desde que te he encontrado en mi amigo (¡oh Señor!), es a ti a quien
busco ahora. Busco penetrar en su intimidad, penetrando en tu Intimidad,
sorprender su mirada dejando que mis ojos descansen en tu rostro, encontrar su
amor de una manera enteramente joven penetrando en la eterna juventud de tu amor,
tierra inexplorada hacia la cual se dirigen todas mis aspiraciones: Vida del
Padre, de su Hijo y del Espirito de amor". San Pedro Damián confirmaba:
"Al dirigir mis ojos a tu rostro, a ti a quien quiero, elevo mi mirada a
aquel con quien deseo juntarme, unido a ti" (Epistolario 2, 12 PL 144,
278).
Esta
sublimación mística de la amistad puede verificarse, bien cuando el amigo
está también del todo vaciado en el Señor, bien cuando el amigo no comparte
una experiencia caritativa respecto al Señor. En esta segunda hipótesis, el
amante místico se ofrece con un amor de benevolencia, en el cual se manifiesta
el dinamismo salvífico pascual del Señor. "Ser impulsado hacia el otro
como amigo según las modalidades del Primer Amado (el Hijo) es una actitud
trinitaria en su significado más profundo. La amistad no quede con ello
disminuida; antes bien, de ahí se deriva un movimiento de acercamiento (como en
la Trinidad) y de encarnación (a saber, acercándose a otro que no vive en la
misma profundidad). En este sentido es un movimiento de `kénosis', no de
degradación, que asume el estado de pecador, o sea, de falta de amor del
otro" .
La
experiencia mística de amistad ayuda a abrirse a un modo nuevo de amor
cristiano a los hermanos amigos. Si la amistad cristiana inclina a madurar como
efusión mística con el Señor, a su vez la experiencia de unión con Dios en
Cristo habilita para amar con Singular intensidad al amigo, para crear una
intimidad antes desconocida. "Cuanto más se sube, más se hace uno capaz
de dar, puesto que se recibe en mayor medida. En un primer nivel, es el amigo el
que es impulsado hacia los otros por el amor que se les profesa. En un segundo
nivel, es la misma amistad que los amigos se profesan la que se dirige hacia los
otros. En un tercer nivel, el amigo se siente impulsado hacia otro amigo nuevo a
partir de la amistad que se profesan los amigos. Y este movimiento de amor no
tiene ya un aspecto redentor como en el nivel primero; no es otra cosa que una
prolongación de la encarnación. Finalmente, en el último nivel, el dei amor
más sublime, es el Padre el amigo del que se deriva toda amistad, quien se
dirige como amigo hacia los otros nuevos amigos, siguiendo el mismo movimiento
con que el amigo se dirige hacia ellos en la amistad vivida; el Padre es amado
en este amigo, por medio de él y con él, de
modo que la amistad del nuevo amigo se hace plena. Tal es la amistad trinitaria
en su profundidad y riqueza. Dios nos ha amado así desde el principio; pero su
amor ha penetrado en nosotros lentamente (...). A partir de la amistad (el
Espíritu Santo), el Amigo (Cristo) se dirige a los otros (los hombres); y a
través de este Amigo (Cristo), el primer Amante (el Padre) se da él mismo a
los hombres (Emmanuel)".
VII.
Amistad como experiencia
caritativa
eclesial
La
Iglesia primitiva mostró de manera singular que sabía vivir en la experiencia
gozosa de una amistad caritativa comunitaria; pudo proclamar abiertamente la
novedad de la amistad cristiana, la cual no se estructura más allá de todo
amor humano. La amistad cristiana no es una amistad como las otras; ni se
distingue sólo por el hecho de ser más extensa y más intensa. Se origina
remotamente en una participación terrena de la vida de amor divino; es una
realidad utópica, que comienza por un don carismático; la practican
únicamente los que tienen intimidad con Dios, y se expresa en la medida en que
Dios hace participar de su vida.
Ia
amistad cristiana es comunitaria por vocación, porque proviene de un Dios que
es padre de todos; porque es comunicada por el Espíritu de Cristo, que es el
amor a todo viviente; porque ha sido inoculada en el fondo de lo humano por la
encarnación del Verbo; porque es purificada y madurada en los hombres por la
sacramentalidad del misterio pascual del Señor. Por esto la amistad cristiana
tiene esencialmente una dimensión eclesial. La comunidad de los creyentes es
invitada a manifestar cómo una amistad comunitariamente eclesial es gozosamente
enriquecedora.
Si
es un aserto teológico bastante evidente que la amistad cristiana tiene una
dimensión eclesial irrenunciable, en la práctica espiritual esta afirmación
ha suscitado y sigue suscitando no pocas dificultades. Ya los Padres de la
Iglesia se preguntaron si la caridad, en cuanto amistad cristiana hacia todos,
podía conciliarse con una amistad particular. San Basilio, que por su parte
practicó intensamente y exaltó una amistad personal con san Gregorio
Nacianceno, exige que los monjes testimonien una amistad evangélica
dirigida explícitamente a todos de forma indiscriminada. "Conviene que los
hermanos tengan caridad los unos hacia los otros, pero no hasta el punto de
formar grupo de dos o de tres. Esto no sería ya caridad, sino discordia,
división y un mal argumento por parte de los que viven juntos" (Constituciones
monásticas, PG XXXI, 1418). En cambio, Juan Casiano, basándose en una
experiencia propia de santa amistad, considera que la misma perfección de la
caridad puede hacer uso benéficamente de una amistad particular hacia un amigo
con el que se comparte un mismo trabajo o una misma formación o una experiencia
virtuosa igual. Casiano distingue entre agape ("caridad debida a
todos, que el Señor ha ordenado tener incluso con los enemigos") y
diátesis ("caridad de afecto, dirigida a un pequeño grupo de personas, a
saber, a los que están unidos a nosotros o por semejanza de costumbres o por
comunidad de virtud... Aun amando a todos, la caridad escoge a algunos a los que
desea testimoniar una ternura particular, e incluso en este número de
privilegiados elige un pequeño grupo, al cual concede un afecto todavía más
especial" (Conferencias espirituales, PL 49, 1042).
Entre
los Padres de la Iglesia se había planteado el problema no sólo de la
práctica de la amistad particular, sino también de si era posible legitimar
como caritativa una amistad de rasgos afectivos o sensibles. San Agustín había
experimentado una profunda amistad juvenil, hasta tal punto que a la muerte del
amigo confiesa: "Todo me era odioso porque todo estaba vacío de
él". "Sentí cómo mi alma y su alma eran un alma única en dos
cuerpos; y por eso sentía horror a la vida, pues no quería vivir
dividido" (Confesiones, 1, IV, c. 8, 2). Al convertirse, considera
que un cristiano debe transcender toda afectuosidad amistosa: "Hay dos
amores: el del mundo y el de Dios. Cuando hayas vaciado tu corazón de todo amor
terreno, alcanzarás el amor de Dios". Por eso, dirigiéndose a Dios,
lamenta su necia locura, que en la juventud le había hecho gustar una amistad
terrena: "Me mantenían lejos de ti aquellas cosas que, de no subsistir en
ti, no existirían" (lb, 1, X, c. 27).
En
cambio, según san Bernardo, abad de Claraval, la afectividad amistosa puede ser
recibida como recompensa que otorga Dios por la práctica de la caridad hacia
todos: "La afectividad, si está
sazonada con la sal de la sabiduría, está llena de una unción celeste y hace
que el ánimo guste la abundancia de las dulzuras que se encuentran en
Dios" (Sermón 50 sobre el Cantar de los Cantares).
Por eso, escribiendo a Ermengarda, antes condesa de Bretaña, le confía con
todo candor: "Mi corazón está en el colmo de la alegría cuando sabe que
el vuestro está en paz; vuestra satisfacción es la mia, y cuando vuestro
ánimo está bien, el mío se siente lleno de salud. ¡Cómo me gustaría hablar
con vos de viva voz sobre este tema del amor de Dios en lugar de hacerlo sólo
por carta! En verdad, a veces la tomo con mis ocupaciones, que me impiden ir a
veros; ¡me siento tan contento cuando me permiten hacerlo! Es cierto que esto
ocurre raras veces; pero por ser rara vez, siento siempre mayor alegría en ir;
pues prefiero veros también sólo de vez en cuando a no veros en absoluto"
(Carta CXVll).
¿Es
posible dar una solución a las problemáticas indicadas, las cuales, en forma
diversa, se han renovado y han reaparecido insistentemente en las varias épocas
y en las numerosas espiritualidades? ¿0 hay que admitir que existirán siempre
actitudes espirituales discordantes a propósito de la amistad? Se podría
observar que los modos dispares de vivir en amistad dependen de experiencias
personales, de comprobaciones de conductas realizadas en comunidad, de las
concepciones teológicas sobre la función de la amistad en la vida espiritual,
y cosas similares. Son expresión de las situaciones y experiencias personales,
culturales, ambientales y eclesiales siempre mudables. No obstante, como
indicación espiritual, se podría recordar que las soluciones parcialmente
diferentes pueden ser expresivas de una riqueza experiencial pluralista,
característica de la vitalidad eclesial. En la Iglesia se puede amar al Señor
de diversos modos; a cada uno se le invita, a través de caminos propios de
amistad, a llegar al amor de Dios Padre en el Espíritu de Cristo. En la
variedad pluralista se expresa mejor la amistad cristiana en dimensión eclesial
con riqueza de carismas.
VIII.
Amistad como experiencia caritativa
apostólica
La
amistad cristiana, en cuanto don
caritativo del Espíritu, es inefable; no se la
puede definir mediante expresiones humanas; no se agota en las experiencias
terrenas; no se puede traducir adecuadamente en actitudes sensibles. ¿Conviene,
entonces, dejarla subsistir en la intimidad interior del yo? ¿Es oportuno que
permanezca oculta en la interioridad profunda del ser humano? La amistad
cristiana, al tener una dimensión eclesial, necesariamente debe expresarse a
través de sentimientos humanos, debe encarnarse en una afectuosidad sensible,
debe hacerse comunitariamente visible. En cuanto eclesial, requiere constituirse
como signo sacramental perceptible y comunicable entre las realidades terrenas.
La
expresividad humana se exige en la
amistad cristiana, ya sea para que pueda testimoniarse como auténticamente
válida entre los hombres, ya para que aparezca como carisma al servicio de la
vida eclesial. Los creyentes en cuanto comunidad han de saber dar un nombre
culturalmente actual, un contenido eficazmente eclesial y expresiones vivamente
afectivas a la experiencia caritativa amistosa. Solamente así la amistad
cristiana es un signo sacramental de caridad entre los hombres. Función ésta
que la Iglesia apostólica vivió en otro tiempo de forma laudable, mientras que
en la actual comunidad cristiana un sentido de pudor ha hecho que se privara en
parte de toda esta experiencia sensible y confortable de la caridad. Se exalta
la necesidad de contactos amistosos para llevar a cabo una verdadera
evangelización. Esto es un supuesto humano necesario, pero insuficiente. A
través de estos contactos amistosos deben sentirse los otros como encuadrados
en la intimidad de Dios en Cristo. Estos otros se convertirán a la fe cristiana
sólo cuando, en relaciones amistosas entre sí, sientan que se aman en Dios;
cuando por el coloquio mutuo tengan conciencia de haber encontrado al Señor;
cuando por la manifestación de su propio amor sientan que se han comunicado
recíprocamente el Espíritu de amor. Se trata siempre y solamente de amistad
como comunicación de caridad evangélica.
Que
los hombres se amen y entablen entre si amistades sinceras es confortable y
sumamente hermoso, mas esto no es el objeto primario de la evangelización. El
sentido de la actividad eclesial apostólica es hacer de la amistad un signo
sacramental para comunicar al Señor reactualizado como amigo que va al
encuentro de las almas; para testimoniar cómo es el Espíritu de amor el que se
revela en el gesto evangelizador. "A la Iglesia toca hacer presentes y como
visibles a Dios Padre y a su ¡fijo encarnado con la continua renovación y
purificación propias bajo la gula del Espíritu Santo" (GS 21). La
comunidad eclesial no puede limitarse a hacer sacramentalmente presente a Cristo
en momentos excepcionales (en la penitencia, en la eucaristía, en la
meditación de la palabra). Debe tender a conseguir que todas las situaciones
humanas vividas por los fieles (trabajo, vida familiar, relaciones sociales y de
ocio, amistades, etc.) se conviertan en un modo de comunicar al Señor.
No
solamente la amistad entre cristianos ha de vivirse de modo que sea carisma
apostólico, sino que toda actividad misionera debe revestir el aspecto de un
amor amistoso. La amistad es una modalidad irrenunciable del apostolado (CD 13).
Es necesario que el apostolado se exprese y viva por amor, conformándose a los
del propio barrio; que se haga pobre entre los pobres; que asuma sus
preocupaciones como propias; que se sienta implicado en las situaciones comunes.
Como ellos, por amor a ellos, por una vida vivida con ellos, aceptando sus
mismos riesgos para confundirse con ellos. Esta amistad es un testimonio
apostólico eclesial que expresa un Cristo reactualizado, que lo muestra dado y
sacrificado por los hombres, que lo revela como el gran amigo totalmente
entregado a vivificar las amistades humanas.
Carlos
De Foucauld se había propuesto, como preparación a la evangelización,
cultivar amistades: "Intento conquistar la confianza de los indígenas,
apaciguarlos, crear un clima de amistad" (15 de julio de 1904). Aludía con
ello a una amistad no en el sentido de afectividad sentimental, sino en forma de
coparticipación existencial con las personas amadas: "No puedo concebir el
amor sin necesidad, sin una necesidad imperiosa de conformidad, de semejanza y,
sobre todo, de participación en todas las penas, en todas las dificultades, en
todas las asperezas de la vida" (Retiro de Nazaret, 1897). Sobre todo hoy,
en el ambiente actual descristianizado y ateo, el apóstol ha de constituir el
camino hacia Dios mediante una auténtica amistad caritativa entre los hombres,
a los que ha de hacer sus amigos. Solamente así puede mostrar huellas
para encontrar al Señor, se cualifica como rostro del Dios que vive en el
mundo, comunica la experiencia inicial de una vida amable vivida con Dios en
Cristo, proclama que Dios es verdaderamente el que ama.
El
apostolado se perfila como experiencia progresiva en la amistad con el otro; la
evangelización se actúa en la medida en que sabe que realiza una
profundización de amistad con las personas (PO 18). El primer contacto amistoso
puede arraigar en la sensibilidad (un gesto afectuoso), en el plano intelectual
(el amigo de la reflexión convincente) o en un servicio material (pequeñas
ayudas reciprocas). Y entonces la persona amada siente que se despierta su
interés por Dios, el cual aparece como la fuente inefable del amor del
misionero. Queda disponible para ser iniciada en la experiencia personal de un
amor de amistad caritativa con el Señor. E. Van Broeckhoven, jesuita obrero,
habla así de un compañero suyo de trabajo no creyente: "Nuestro encuentro
había terminado por implicar nuestra intimidad más profunda; aunque en forma
velada, él había ya encontrado al Padre y a Cristo en mí y yo en él; Cristo
resucitado estaba presente en medio de nosotros por medio de su Espíritu de
Amor. Mediante nuestro encuentro, había él aprendido a conocer a Dios, pues
todos los que aman conocen a Dios. Si permanece fiel a este encuentro, está
salvado; el amor no desmaya (...). Porque, a fuerza de amarlo, lo he conducido a
Dios"
La
progresividad de la amistad como apostolado puede y debe manifestarse también a
través de las modalidades de los mismos signos amistosos. El apóstol pone de
manifiesto los aspectos de la amistad caritativa que pueden captarse y que son
válidos para su interlocutor. Puede que al principio muestre amabilidad
afectiva, y que la retire luego según va viendo que el alma es capaz de vivir
en una caridad espiritualizada.
San
Francisco de Sales se dirige al principio a la noble joven Juana de Chantal en
tono afectivo, de forma que ésta queda impresionada. Le confiaba que su alma
"se había instalado íntimamente en la de ella". A las inquietudes de
la Chantal, el santo responde: "No os sabré explicar ni la cualidad ni la
grandeza de este afecto que tengo a vuestro servicio espiritual; mas pienso que
es de Dios, y por eso lo fomentaré con cariño, y veo que todos los días crece
notablemente...
Pues bien, querida señora, haced valer mi afecto, usad de cuanto Dios me ha
dado para servicio de vuestro espíritu; soy todo vuestro y no penséis más en
qué forma ni en qué grado lo soy" (Carta 24 de junio 1804). Cuando
Francisco ve a la Chantal consagrada ya en el convento, le sustrae la amistad
sensible para darle ocasión de realizar un sacrificio pascual al Señor. Quiere
que se despoje de todo sentimiento afectivo; que tenga "un corazón
maleable como una bolita de cera en manos de su Dios: un corazón sin elección,
sin otro objeto que la voluntad de su Dios; (...) una pobre y miserable
criatura, sin pedir ni acción ni afecto". Y en la Introducción a la
vida devota precisa: "Los que están en religión no tienen necesidad
de amistades particulares; en cambio los que están en el mundo las necesitan
para abrirse y socorrerse mutuamente" (III, c.19).
No
raras veces faltamos a la obligación de ser apóstoles y misioneros con
dimensión de amistad caritativa. Como cuando no nos esforzamos ya en ampliar
nuestros conocimientos y relaciones de amistad; nos encerramos dentro del grupo
propio; nos sentimos en él bien protegidos y custodiados: nos acurrucamos,
temiendo que una mayor apertura vaya a amenazar nuestra propia seguridad. O
también cuando dentro del grupo no se profundiza la amistad como don espiritual
por temor de que pueda atentar contra la propia autonomía o contra el gusto
sensual que se siente. O bien cuando teóricamente se proclama que somos
comunidad eclesial de hermanos, todos una sola cosa en Cristo, favorecidos por
la presencia de una autoridad como servicio. E1 hecho de repetir estos
enunciados evangélicos habitúa a no advertir las divisiones existentes, las
marginaciones profundas favorecidas, las discriminaciones inculcadas, el uso de
la autoridad como poder despótico. Acaso se abusa de la misma caridad para
expresarse en contra de las reformas sociales obligadas o, al contrario, para
alimentar luchas fraternas. Si la amistad caritativa es fundamental para la
actividad misionera, resulta difícil, sin embargo, vivirla con autenticidad,
purificada de toda deformación.
IX.
Amistad de personas consagrada
¿Puede
un consagrado cultivar un amistad heterosexual? Entre los autores de
espiritualidad han surgido pareceres dispares.
Quizá no se trata precisamente
de dar la solución con un sí o un no,
sino de sugerir más bien cómo puede
y debe vivir el consagrado sus amistades
y con qué sentimientos puede o debe
renunciar a ellas.
El
consagrado está llamado a poner de
relieve en toda amistad personal su unión
mística con Dios en Cristo a través
del espirito de los consejos evangélicos;
sobre todo se le invita a expresar un
estado de pobreza. Pobre evangélicamente
es el que no tiene el espíritu ocupado
por otro de suerte que esté poseído
íntegramente por él. Si el otro ocupa
el pensamiento y el afecto, si es objeto
de los deseos propios y de las propias
satisfacciones, si es el criterio de
la propia paz gozosa o de las ansiedades
personales, significa que Dios sólo
puede instalarse allí como realidad yuxtapuesta,
harto condicionada. No debes
querer que alguien esté todo poseído
en su corazón por ti o que tu corazón
esté todo poseído por el amor de alguien;
sino procura que, lo mismo en ti que
en cualquier otra persona honesta, reine
Jesús"
El consagrado debe mostrarse en estado
de pobreza afectiva, incluso por amor
de solidaridad social. En esta vida algunas
personas sufren por estar privadas
de amistad, por verse abandonadas del
cónyuge, por ser descuidadas afectivamente
por los demás, por encontrarse huérfanas
de un posible compañero de amor,
por no ser objeto de la atención afectiva
de otros. El consagrado debe mostrarse
pobre entre estos pobres por solidaridad
para confortarlos en estas situaciones
privadas de amistad y orientarlos
hacia una amistad con Dios en Cristo;
para indicar que siempre es posible
una riqueza afectiva por encima de
las apariencias terrenas: para mostrar
que siempre existe una riqueza caritativa
gozosamente disponible para todos.
"Mi destino es no ser comprendido.
Mas esto me ha obligado siempre a pensar
en mí mismo y a buscar una mayor
unión con Dios. Y así, lentamente, he
comprendido que mi único consuelo puede
ser la eucaristía" (J. H. card.Newman).
E1
consagrado debe mostrarse en estado
de pobreza respecto ala afectividad
para desarrollar responsablemente su
ministerio apostólico: para saber librar
a los demás de lazos terrenos hacia la
libertad de los hijos de Dios. Si el consagrado introdujese al otro en la
ternura
afectiva, en caricias amables, en sensaciones sensuales, en intimidades
sensibles, desencadenaría en su ser una especie de ansia insaciable de algo que
habría que repetir siempre, una necesidad de recibir satisfacciones renovadas,
de sentirse continuamente calmado y conquistado. Ahora bien, el consagrado en la
caridad tiene como misión ayudar a trascender estas servidumbres agradables, a
iniciar en un desprendimiento capaz de favorecer el encuentro con el Señor;
debe permanecer entre los hermanos como don de promoción, no de sujeción.
Mas
si el consagrado tiene el deber de mostrarse en estado de pobreza afectiva,
también necesita la amistad para equilibrarse humanamente. Es preciso decir que
un sacerdote sin amigos es generalmente un sacerdote en peligro" (Mons.
Ancel). Tanto más que el consagrado debe vivir la amistad como un compromiso
misionero irrenunciable. Si no despierta amistades, si no caracteriza a su
comunidad eclesial como fraternidad amistosa, si deja que existan personas
aisladas, significa que no es un buen apóstol; ciertamente no sabe evangelizar.
Hoy no se tiene compasión con un amor sobrenatural privado del testimonio del
amor humano. Fierre de la Gorce decía de los monjes anteriores a la revolución
francesa: "Se amaban en Dios, es decir, no se amaban en absoluto".
El
consagrado debe testimoniar no sólo que su caridad despierta amistades santas
en la comunidad cristiana, sino también cómo debe vivirse una amistad según
el espíritu evangélico. Los fieles tienen necesidad de contemplar en concreto
cómo se vive el amor amistoso según el misterio pascual. "Si los dos
esposos, que están bajo el régimen del amor loco de Dios, saben lo que hacen,
saben que al mismo tiempo les es preciso renunciar al amor loco del uno por el
otro '°. La indicación concreta sobre la manera de vivir efectivamente esta
amistad caritativa debe ofrecerla la vida del misionero; podría ser el
resultado de su vida espiritual personal entera. "El camino de la amistad
es humilde y cotidiano; añadiré que es largo, que exige paciencia y que una
amistad digna de este nombre no podría existir entre hermanos sin pasar por
etapas dolorosas
(...). El aprendizaje de una amistad
auténtica es un aprendizaje que nos prepara a todo amor desinteresado".
El
consagrado establece sentimientos de amistad con espirito eclesial y misionero;
no para ligar a otros a sí mismo, no para someterlos a su propia utilidad, no
para buscar una compensación de amor, no para mostrarse débil y necesitado de
afecto, sino para comunicar el sentido de la amistad según la caridad, ya sea a
los jóvenes que fatigosamente se orientan hacia una madurez sexual, ya a las
muchachas que intentan aprender la manera de introducirse en el ánimo de un
amigo, ya a los esposos que buscan una integración comunitaria como pareja, ya
a los cohermanos célibes que quieren confirmarse en su voluntad de ser carisma
eclesial.
Hoy
existen experiencias religiosas de amistad promiscua a nivel institucional. Así
se comprueba, por ejemplo, cuando en una misma casa religiosa conviven juntos
religiosos y religiosas. La misma consagración se expresa como experiencia de
amistad promiscua. Esta amistad tiene el mérito no sólo de ser continente,
sino de estar vivida como carisma eclesial. Estos religiosos unidos en
fraternidad mixta intentan proclamar la inauguración de un nuevo género de
amistad entro los hombres: "No hay varón ni mujer, pues todos sois uno en
Cristo Jesús" (Gál 3,28).
En
conclusión, el consagrado es invitado frente a la amistad a asumir actitudes
diversas complementarias entre sí. Debe mostrarse pobre y carente de amistad
humana para testimoniar únicamente el deseo de la amistad de Dios en Cristo;
debe presentarse involucrado en amistades auténticas para anunciar que toda
carne puede ser asumida en la gloria del Señor debe ofrecerse purificado de
afectividades sensibles para indicar que la práctica pascual es capaz de
pneumatizar la misma afectividad; debe servirse de su afectuosidad amistosa para
convencer a todas las almas de que Dios es el que ama. En cada experiencia
afectiva, el consagrado debe ser consciente de que practica un carisma eclesial;
debe saber que puede exprosarae de modos diversos, pero siempre como célibe
entregado a la caridad del Señor.
Sobre
toda, el consagrado, en virtud de la gracia del Espíritu y como carisma
eclesial, debe vivir su posible amistad como una disponibilidad a acoger a los
fíeles sin encerrarse en la posesión exclusiva de ninguno. También en la
amistad debe vivir una caridad virginal hacia el Señor y hacia los hermanos. He
ahí
por qué los santos vivieron la amistad atendiendo alas exigencias espirituales
de los otros y no alas afectivas personales. San Francisco de Asís contrae
profunda amistad espiritual con Clara, llegando a hacerle frecuentes visitas.
Luego, concede "encuentros que eran siempre breves y se celebraban a la
vista, de modo que nadie pudiese murmurar o tener ninguna sospecha" (Tomás
de Celano). Si frente a los hombrea mundanos esto podía bastar, por
consideración a sus hermanos pensaba que debía interrumpir sus visitas. Les
explicaba: "No dudéis de mi afecto por todas ellas (a saber, las monjas de
San Damián); pero ha sido necesario que diese ejemplo, para que también
vosotros hagáis como me habéis visto hacer a mí. San Francisco vivió su
amistad con Clara como un carisma eclesial apostólico.
X.
Amistad con casados
Las
personas casadas pueden contraer amistad, pero de ordinario conviene que sean
amistades compartidas por ambos cónyuges. El amigo de uno solo de ellos puede
ayudar a desarrollar la autonomía del casado, pero no potencia su unión
matrimonial, no aumenta su amor conyugal, no favorece la comunión familiar. El
amor singular de amistad haría vivir un vinculo afectivo que no se injerta en
el ya existente en virtud del matrimonio; haría comprender que el amor personal
es más profundo y más amplio que el conyugal; habituarla a concebir la vida
conyugal y familiar como uno más entre los muchos sectores en que uno se
realiza. En cambio, si el amigo lo es de entrambos cónyuges, este amor amistoso
profundiza y desarrolla el mismo lazo conyugal. Se va al amigo como casado; se
goza y se guata la relación con el amigo en cuanto ligado matrimonialmente. La
misma armonía conyugal se vive como prerrequisito para poder entablar
relaciones amistosas gozosas.
Los
cónyuges están llamados a integrarse ya sea con amigos particulares ya
con otros matrimonios. En la amistad con otra pareja, los esposos pueden mirarse
en un amor conyugal distinto, educando el suyo para nuevas posibles
amabilidades. En la amistad con personas célibes, los esposos son ayudados a
percibir la diferencia entre los dos tipos de amor y a ver cómo deben
integrarse entre sí. En semejantes amistades los esposos
se encuentran ante una riqueza propia participada a loa demás, al mismo tiempo
que ante una pobreza propia que se integra en nuevos valores existentes en el
amigo.
Frente
a una pareja conyugal amiga es necesario respetar el misterio de la intimidad
singular. Isabel Fournier, al casarse con Santiago Riviére, escribe a su
hermano Enrique, con el cual tenía una profunda y gran amistad: "Ya no te
amamos separadamente; nosotros tenemos ambos una única ternura para todo lo que
no es nosotros. No puedo expresarte de otra manera el cambio ocurrido: cuando
era pequeña, para saber hasta qué punto amaba a alguno, me preguntaba qué
dolor me habría causado su muerte. Con toda sinceridad, por ti habría muerto.
Ahora hay alguien que me lo impedirla; ahora es él el que me es esencial. Que
esto no te dé pena. ¿No debiera ser así?" (Carta, junio 1908). Y cuando
Enrique le pide una colaboración a su hermana Isabel, le explica por qué ha
pedido primero permiso a su marido: "Tú lo sabes; una colaboración es un
lazo muy intimo, un acuerdo que exige mucho más que lo más íntimo de sí
mismo (...). A Santiago le hubiera podido parecer que le robaba algo de su
mujer, que solamente le pertenece a él; quería desde el principio estar de
acuerdo en que no se sentiría ofendido" (Images
d'Alain-Fournier).
El
sacerdote, cuando entabla amistad con casados, no está bien que se constituya
en principio afectivo o directivo espiritual que avalore o sostenga la
animosidad de un cónyuge contra otro. Un sacerdote, por su misión evangélica
caritativa, no está nunca autorizado a dividir o contraponer. Menos aún cuando
se trata de amor conyugal. "Lo que Dios ha unido no lo separe el
hombre" (Mt 19,8). En caso contrario, el sacerdote destruiría o rasgaría
lo que Dios va realizando a través del gesto sacramental de la Iglesia; se
mostraría infiel a la misión de evangelizar recibida del Señor; intentarla
hacer ineficaz el simbolismo de Cristo-Iglesia operante en la vida conyugal. El
sacerdote debe favorecer la profundización de la unión entre sus amigos
casados.
El
sacerdote, a través de la práctica de su caridad virginal, debe colaborar a
hacer presente entre los esposos algo del Señor; debe recordar cómo cada
casado tiene con Cristo también un encuentro solitario, una intimidad inefable
más allá y por encima de todo vinculo
matrimonial; cómo cristo es más intimo a nosotros mismos que cualquier afecto
interior. El sacerdote es el amigo de la confidencia sacramental, de la
comunicación espiritual, del abandono sobrenatural confiado. Un cónyuge
respeta, en la amistad que el otro tiene con el sacerdote, lo inefable de la
personalidad espiritual de cada uno, que no puede circunscribirse dentro del
vínculo matrimonial.
XI.
Soledad y amistad
Un
hombre o una mujer, bien solteros bien unidos en matrimonio insatisfactorio,
tienden a buscar una amistad que los arranque de la soledad. "El mal de la
soledad es el vacío" (Marcel Ségal). La soledad puede echar raíces en
cierto modo en cualquier espíritu. Para superarla, generalmente se busca la
amistad con el otro sexo.
La
amistad es un gran don que puede arrancarnos de la soledad, pero es también muy
rara: "Cuando es el único alimento de una vida desierta, se muere de
hambre" (Journal de Paule Régnier). Además, cuando se contrae amistad
promiscua, ¿es posible conservarla sin que degenere en pasión? No es posible
establecer normas generales para asegurarle buen fin. Una amistad refleja la
personalidad de las personas amigas con todo lo que su carácter y su
experiencia tienen de singular. ¿No seria el caso de aprender a vivir
satisfechos en la soledad? "El día que comprendamos que la escisión
incurable entre los demás y nosotros es el espacio de lo que nos hace ser lo
que somos; cuando comprendamos que ahí es donde Dios nos habla llamándonos por
nuestro nombre, habremos realizado la gran conversión que hace de la soledad
mala la soledad bienaventurada" .
Cada
edad intenta superar la soledad con amistades que presentan características
propias. Entre adolescentes, la amistad es algo serio, e incluso necesario para
hacerse adultos. Las burlas o la falsa preocupación moralizante de los adultos
producen efectos deletéreos. Escribe Ana Frank acerca de su amistad con Peter:
"Cada uno tiene algo que decir sobre nuestra súbita amistad. Pero sus
habladurías no nos interesan y, por otra parte, no tienen nada de originales.
¿Es que los padres han olvidado su juventud? Se diría que si. Nos toman
siempre en serio cuando decimos algo en
broma
y, en cambio, se ríen cuando hablamos en serio". Son amistades
vividas con una cierta inconsciencia; pueden conducir a situaciones
enojosas.
"Ya había llegado a un punto en que necesitaba alguien a quien contar
mis
cuitas, un amigo que me mostrara el camino a seguir, y al atraérmelo,
lenta
pero sólidamente, hacia mi, lo he conquistado, no sin dificultad.
Finalmente,
después de haber despertado en él su amistad hacia mi, llegamos, sin
querer, a
relaciones íntimas que, pensándolo bien, ahora me parecen inadmisibles".
Es fundamental que los adolescentes se sientan comprendidos y
afectivamente
sostenidos en la familia, de suerte que puedan manifestar en ella sus
confidencias. Más que indicar los peligros latentes en sus actitudes, es
preferible interpretar positivamente sus exigencias afectivas respecto a
una
experiencia de amistad con Jesucristo.
También
la superación de la soledad mediante
la amistad entre personas religiosas
puede suscitar problemas. Santa
Teresa, sensible y deseosa de afecto, considera
que la conversación frecuente con
amigos no sólo ayuda a superar la soledad,
sino que, según su experiencia, proporciona
gran ventaja espiritual. A sor
Maria de San José, que le confía la soledad
deprimente que ha experimentado
con su partida, le escribe: "Yo le digo
que le pago bien la soledad que dice
tiene de mi. Heme holgado tanto, que me
enterneció y caído en gracia sus perdones.
Con que me quiera tanto como la
quiero yo, la perdono hecho y por hacer". Sin embargo, cuando observa la vida
comunitaria de las hermanas, advierte
que tal género de amistades "trae
tanto mal y tantas imperfecciones consigo,
que no creo lo creerá sino quien
ha sido testigo de vista". Su misma
experiencia mística la vuelve conscientemente
"mucho más desprendida
de las criaturas, pues comprende que
sólo el Creador puede consolarla y saciarla".
Por lo cual reza: "Haz, Señor, que
abandone esta vida cuando no sepa ya
amar más que a ti, cuando no use ya la
palabra amor más que hacia ti solo". Quizá
la amistad sea, como la vida humana,
un gran don que Dios nos concede;
pero es preciso purificarlo y sacrificarlo
de continuo para abrirnos a una amistad
aún mayor y nueva en una existencia
futura [ Comunidad de vida
IV, 1].
T.
Goffi
DicES
DicES
BIBL.-Aken,
W. van, Los jóvenes y la amistad,
Studium, Madrid 1965.-Aláiz, A. La amistad es una fiesta, Paulinas, Madrid 1981
(¡diez ediciones en cinco adosl).-Babin, P, Amistad. Educación de los
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E, G'amore, l'arnicizia e Dio, Gribaudi, Turín 1978.-Habra, G, Amour et
concupiscence, Fontainebleau 1976.Jouanne, J, Saber ganarse amigos, Mensajero,
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