I.
CONSIDERACIONES ETIMOLÓGICAS. El término amistad indica una realidad
aparentemente fácil de comprender y describir. Cualquier persona puede aportar
alguna experiencia propia en la que la participación en un mismo gozo, la
benevolencia desinteresada, el amar a otra persona por sí misma, desde la
disposición a aceptarla y valorarla con una cierta igualdad, formen parte de
sus vivencias de alteridad, aunque la intencionalidad de tal vivencia no siempre
sea clara. Sin embargo, resulta una realidad compleja cuando tratamos de
describir los distintos ámbitos en los que la relación de amistad se vive y se
expresa como valor interpersonal, entre las demás relaciones humanas, pues el
«afecto entre personas, recíproco, desinteresado y puro, nace de la mutua
estima y simpatía», como nos indica el Diccionario de la Real Academia
Española de la Lengua. Las lenguas de origen latino emplean términos
amigo-amistad (ami-amitié; amicoamicizia; amigolamizade) que se remontan al
verbo latino amare. Este verbo y el sustantivo amor sirven para designar tanto
la pasión amorosa (éros-libido), como el afecto y el cariño expresados
también con el término dilectio, es decir, la relación fruto de una
elección. No obstante, permanece una cierta ambigüedad que se corresponde con
la sutil complejidad de la relación ,' amistadamor. La lengua griega permite
una distinción más matizada: érós, indica la pasión y el deseo ardiente;
stergó, designa el afecto familiar que une a padres e hijos; agapáó-agapé,
el afecto acogedor de la preferencia,.
predilección y, en el Nuevo Testamento, el amor fraternal; por último, philein-philía
el amor de amistad, el afecto recíproco que mira al otro como amigo; el
sustantivo philía designa la amistad en general, con matices diferentes, en
sentido de afecto vivo libre de sensualidad. La amistad, en el uso actual de la
lengua, designa «la realidad de la relación interpersonal experimentada en la
comunicación espiritual, que procede de una decisión libre>1, por tanto
entendida como afecto recíproco y desinteresado. Se apoya en la simpatía
personal y la fuerza idealizadora del éros, pero tiende a la unión duradera
que descansa sobre una visión común y una valoración concorde de las cosas.
La definición, sin tomarla como definitiva, establece un punto de partida, el
hombre como persona; por lo tanto capaz de una relación verdadera y duradera de
persona a persona, porque todo ser humano es persona y alcanza su personalidad
objetiva en la relación con otras personas; a la relación de amistad la
caracteriza el bien recíproco desinteresado. Al desear y buscar el bien del
otro, encuentra su propio bien, por eso el amigo no es sólo socio, compañero,
accionista, etc. Este punto de partida no disuelve ni confunde la amistad con
las demás relaciones humanas, sino que las sitúa en otro ámbito, en el que
aparece como punto de encuentro de intereses políticos y humanos, pero,
además, en la «recíproca posibilidad de comprenderse» (M. Buber), de acoger
al otro por encima de toda búsqueda personal interesada. La relación arraiga
en las actitudes, en lo que es constitutivo e interpersonal;
de ahí que la dinámica del afecto sea axiológica, portadora de valores. La
amistad es un valor que enriquece al ser humano y, a la vez, promociona a la
persona, que se encuentra con la responsabilidad libremente asumida de comunicar
e intercambiar, con palabras, los sentimientos y las convicciones, de sentir la
armonía del afecto y del encuentro entre los amigos.
II.
LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA. En las interpretaciones de la antigüedad clásica la
amistad aparece tanto en sentido mítico2, como en sentido aristocrático
asimilada a la virtud política de la amistad que caracteriza las relaciones de
la polis. Los presocráticos la consideran un principio cosmológico.
Empédocles habla de la amistad como causa del bien y de la enemistad como causa
del mal, y en la literatura trágica se compara con la fidelidad hasta la muerte
para garantizar la vida del amigo (como en Orestes y Pilades). En la Antígona
de Sófocles aparece otro aspecto, la enemistad, incluso después de la muerte
defendida por Creón, a lo que Antígona se opone: « No he nacido para
compartir el odio, sino el amor», que lleva a Ismene, hermana suya, a querer
morir con Antígona por solidaridad. La philía en el lenguaje de los filósofos
indicaba un «lazo afectivo de libre elección» (Demócrito), dentro de un
orden selectivo, que no siempre supera el mero utilitarismo (Pitágoras).
Platón introduce el concepto de benevolencia desinteresada, que es esencial a
la amistad y la reciprocidad que atrae a los amigos entre sí3, aunque no parece
conceder una auténtica trascendencia al otro como alguien
a quien amar por sí mismo, porque en último término la amistad es participar
en el amor a la belleza absoluta4. Para Aristóteles la amistad se encuentra
dentro de la ética, porque o es una virtud o va acompañada por la virtud. Se
apoya tanto en lo útil como en lo placentero y son amistades
imperfectas; pero la amistad perfecta es la que se apoya en la virtud de los
moralmente buenos y se expresa en la benevolencia (recíproca) al otro por sí
mismos. Como amistad incluye los bienes de las anteriores y supone una cierta
'igualdad, comunidad de sentimientos y de vidab. Estos rasgos, por sí mismos,
no la distinguirían nítidamente del amor, que se caracteriza por el deseo de
la presencia y la aflicción ante la ausencia; por eso la amistad se realiza
cuando los amigos comparten la vida diaria, cuando uno se «comporta con el
amigo como consigo mismo, cuando ve en el otro a sí mismo».
Epicuro
sitúa a la amistad en el ámbito de la ética, aunque postula un modo egoísta
de entenderla porque da primacía al provecho propio frente al de los amigos:
«Es una forma activa de evitar los conflictos, por la que nos sentimos bien con
todos»7, con lo que seguimos en lo útil y placentero como motivación; admite
que el trato continuado puede llegar a amar al amigo por sí mismo, pues afirma
«toda amistad merece ser elegida por sí misma, pero tiene su principio en la
utilidad» y no queda claro si « el amar a los amigos no menos que a uno
mismo» es, por esa razón, un motivo egoísta o altruista. Aunque parece que
postuló la amistad y la filosofía como algo posible para todos, hombres y
mujeres, esclavos y libres, no es menos
cierto que la amistad, como tal, no era extensible a la mujer, sin que entrara
en juego el éros, ya que la amistad postula, por su naturaleza, una
cierta igualdad, no reconocida entre el hombre y la mujer en el mundo antiguo, y
tampoco entre los latinos. El horizonte voluntarista y moral es acentuado por
Cicerón, que insiste en la conformidad de los sentimientos, los pensamientos y
los deseos8. Cicerón afirma que la amistad sólo es posible entre hombres9. La
tradición clásica nos deja, por tanto, dos visiones: la platónica que, desde
el éros, la considera un escalón para llegar al bien en sí, idealizando
los lazos afectivos hasta la contemplación de la Belleza; y la aristotélica,
señalando que la virtud es el único bien que la puede hacer duradera e
integrada en las otras relaciones humanas como interrelación. La tradición
latina se une a esta corriente, que influirá en el ,cristianismo.
III.
LA TRADICIÓN BÍBLICA. La interpretación procedente de la tradición
bíblica no ofrece una explicación teórica del sentimiento de la amistad y
su desarrollo, pero lo conoce muy bien como afecto recíproco y desinteresado
cuando lo refleja en la historia de la amistad de David y Jonatán (1Sam
18,1-4; 19,1-7), que describe como amor de persona a persona, «como a sí
mismo», proponiéndola como pacto de benevolencia mutua «por el amor que le
tenía, pues le amaba como a sí mismo» (1Sam 20,17.41-42); Jonatán concierta
alianza con David «pues le estimaba como a su propia persona» (2Sam 21,7). El término
ahabah, empleado para describir esta relación de amistad, comprende tanto
el afecto puro y desinteresado de los vinculados por la alianza, como el trato
simultáneo que ha fortalecido el afecto de ambos, David y Jonatán, hasta
perdurar más allá de la muerte (1Sam 20,12-17).
Esta
concepción de la amistad como relación y encuentro interpersonal es peculiar,
se basa en la gratuidad y la libertad, considera al amigo con el mismo
valor con el que se estima uno mismo, y es característica de la
tradición judía y cristiana; la amistad adquiere el valor de ser un bien en
sí misma y, cuando es sobrenatural, tal amistad se llama caridad: «Presupone
que los amigos son iguales o [la amistad] los hace iguales y, de esta manera, es
la amistad que Dios tiene con nosotros»10. Tal afirmación nos sirve para
encontrar el hilo conductor de algunas de las afirmaciones del Nuevo Testamento,
en el que ese amor es denominado caridad, por referencia al de Dios y en
él entra el prójimo en general (incluido el enemigo, el esclavo, el bárbaro,
etc). Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, representa la demolición del muro
de enemistad que separa al ser humano de su semejante, al varón de la
mujer, sin borrar la alteridad sexual ni oponerla a la amistad como relación
inferior, sino subrayando la universalidad potencial de la relación de amistad
al margen de diferencias sexuales, culturales, religiosas, sociológicas, etc.
De ahí que se fundamente y exija la fidelidad recíproca, aunque por encima de
ella sitúa la fidelidad a Dios (Dt 13,7). El amigo fiel «ama en todo tiempo»
(Prov 17,17), no tiene precio, es como un tesoro, puede ser «más querido que
un hermano» (Prov 18,24), hace la vida
deliciosa porque a medida que gana en profundidad con los años, es más
agradable: < No abandones al viejo amigo, pues el nuevo no lo igualará; vino
nuevo es el amigo nuevo; cuando se haga viejo, bébelo con fruición» (Si
9,10). La realidad humana de la amistad es un reflejo de la amistad que Dios
sella con el hombre, como con Abrahán (Gén 18,1719; Is 41,8) y Moisés (Éx
33,11), llamado a conversar con Dios como «se habla con un amigo», porque la
relación de alianza que Dios quiere establecer entre él y su pueblo es re(ve)lación,
descubrimiento y comunicación, presentada como interrelación
de recíproca benevolencia.
IV
LA TRADICI6N CRISTIANA. La tradición cristiana prefiere los términos agapáó-agapé
y philía y sus correspondientes latinos, caritasdilectio. Pero sobre
todo, propone a Jesús de Nazaret como prueba de la amistad de Dios con los
seres humanos, ya que es él quien nos ha amado y enviado a su hijo como prueba
de amistad solidaria y desinteresada con todos nosotros (Un 4,10). Jesús
aparece como el amigo de los pecadores y publicanos (Mt 9,11;11,19; Lc 15,1-2;
19,7) y, sobre todo, «el que da la vida por sus amigos», porque esa es la
forma suprema del amor supremo, la más auténtica y perfecta amistad, de
benevolencia plena, de completa y perfecta realización de la capacidad humana
de amar, en la que la aparente no-realización que es la muerte, sería
la suprema realización del amigo cuando se entrega, para que otro viva (Jn
15,13). En esta misma tradición se encuentran los autores que consideran que la
amistad es una forma de amor cristiano que
une a los amigos centre sí y con Dios> 11. Aunque san Agustín incorpora
mucho de la tradición latina, sus afirmaciones son coincidentes con la
tradición evangélica: «Si amas, gratis ama» 12 y afirma quod non propter
se amatur, non amatur13, pues la amistad es amar al amigo por sí mismo, en
cuanto que es persona. Es la tradición que continúa en Casiano14, y en Aelredo
de Rievaulx que afirma: Deus amicitia est, interpretando la afirmación
de Jn 4,16 (Deus caritas est). Aelredo distingue la amistad basada en los
sufrimientos compartidos, la que se apoya en la utilidad y una tercera, que se
apoya en el amor mismo15. En los movimientos religiosos del siglo XIII, que
entienden y viven la amistad en clave de amor fraterno, este < no
sólo procede de Dios, sino que es Dios mismo»16. Tomás de Aquino parece
identificar la amistad cristiana con la caridad teologal hacia el prójimo;
aunque se apoya en Aristóteles para explicar cinco efectos de la amistad: «El
amigo quiere que su amigo sea y viva; quiere su bien; se porta bien con él y lo
trata bien; convive con él gustosamente; comparte los sentimientos, en las
alegrías y en las tristezas»17. Ahí aparece una aceptación gustosa de la
existencia del otro en cuanto amigo, aunque se aprecia una cierta objetivización
del amigo, que no llega a expresar la idea de intimidad personal
complementaria de las personas que se saben diferentes y se afirman
recíprocamente, afirmándose como yo en cuanto que tú eres otro yo.
En esta línea del descubrimiento del otro en tanto que otro, se irá
avanzando en lo que Laín Entralgo, apoyado en M. Buber
y J. Lacroix, llama ontología personal de la amistad, apareciendo como
una «aproximación a la individualidad», nunca agotada pero siempre
compartida, desde el principio según el cual hago mío lo que para mi amigo es
bueno, en cuanto que mi ser personal se constituye en bien para el ser del otro.
La individualidad entonces queda abierta, pues «nadie es una isla>18.
V
EL PENSAMIENTO PERSONALISTA Y COMUNITARIO. Partiendo de la noción del hombre
como persona, el pensamiento personalista y comunitario afirma la
vocación comunitaria de la misma como superación del individuo abstracto y
sitúa la personalización en el movimiento de autorrealización y
conquista sobre lo impersonal. Del individuo cerrado, a la persona abierta y
autotrascendente19, la persona se nos presenta como una presencia dirigida hacia
las otras personas, que no la limitan, sino que la hacen ser; la primera
persona, yo, es la experiencia de la segunda, tú, y de ahí surge el nosotros,
cuando se pueda «hacernos llegar al corazón mismo del hombre y en él al
corazón de todos los hombres». Los actos originales de la persona se moverán
en esa nlisma dirección en cuanto salida de sí para llegar a ser
disponible, y en cuanto el situarse en el punto de vista del otro es un
ejercicio de comprensión de su singularidad, un acto de acogida y un
esfuerzo de concentración en el otro, para asumir lo que es, para dar
gratuitamente, sin cálculo de compensaciones, y para dar continuidad a una
amistad fiel y orientada siempre al bien. De esa forma se comprende la amistad
como una relación desinteresada y pura, que en la reciprocidad encuentra su
alimento y fortaleza y, a la vez, las posibles motivaciones condicionadoras de
una buena relación de amistad. La reciprocidad de las conciencias deja abierta
así la posibilidad de un nosotros que, sin ser la suma de dos, no existe
fuera de ellos, porque no es fruto ni de la fusión ni de la confusión, sino de
la amistad como afecto, que hace que el amigo esté presente en el otro
con su originalidad creadora; tampoco quedan saturados en su propia
reciprocidad, sino que el nosotros dos es nosotros todos (M. Nédoncelle),
mutua transparencia y conocimiento que convierte la amistad -en cuanto amor- en
una relación eficaz de promoción mutua, porque es auténtica y nos
sitúa ante las condiciones precisas de la amistad: la verdad y la sinceridad
(no sólo para no mentirse a sí mismos, sino para buscar lo que es auténtico y
nos acerca a la verdad de la vida); la sinceridad, en cuanto se orienta por la
fidelidad a las exigencias de la verdad y de la libertad: Dilige et quod vis
fac20; la madurez espiritual, para que la amistad sea el fruto de la
personalidad lograda e integrada en la libertad y en la capacidad de donarse él
mismo y de mantener el corazón entero sin dejarse llevar por la exclusividad a
la que tiende el amor cuando se queda fijado en la propia finalidad. La
libertad, desde este orden del amor y del ser, se orienta con precisión, pues
«ser libre sin posibilidad de don no es ya amor, como tampoco lo es el don sin
libertad posible»21. La amistad también se afianza cuando el despojo de la
separación, la distancia, exige poner el corazón como un altar sobre el que se
depositan todas las ofrendas, algunos de suyo dolorosas, para poder amar en
altura y profundidad, es decir, cuando no queda más que la persona y su bondad,
que la hace verdadera, y la amistad dura por encima de la felicidad o de la
desgracia.
Desde
esta perspectiva, la amistad no se reduce a mera sublimación de la sexualidad o
a considerar la amistad como la forma ética del éros en cuanto este
sería algo así como el deseo insaciable del corazón humano y la amistad una
forma de interacción no compulsiva, sino libremente decidida; ni tampoco la
amistad se reduce a una institución social de segundo orden, sin relevancia
sociológica, a la que se considera con un grado de intimidad menor que el amor,
sino como el bien que la persona posee por naturaleza y se experimenta como
relación positiva de intercomunicación de conciencias y libertades personales,
movidas por la predilección, que ni es reductible a sus expresiones
eróticas ni al agapé místico, porque aquellas son exclusivistas y
estas sitúan en un plano diferente al ser humano y su capacidad de relación,
en el que «Dios será todo en todos» (1Cor 15,28). Incluso en el caso del
dolor causado por la amistad (o el amor) verdadera, que toca a la persona en su
constitución misma y que podemos describir como «la herida cordial», porque
nos hace sentir el soplo de la muerte, habrá que afirmar la hermosa tradición
que nos habla del amor «más fuerte que la muerte», la amistad por encima del
tiempo y de las contradicciones de la vida, porque no teme a la muerte y es
capaz de entregarse por aquellos a los que ama, y en esa entrega, en la amistad,
adquiere la persona una nueva seguridad en la vida y deja espacio a la
esperanza.
NOTAS:
' E. BISER, Freundschaft, LThK
4, 363-364. - z Aquiles-Patroclo, Ulises-Leuco: HOMERO, Riada 10, 224: la
amistad es dos que caminan juntos. - 3 PLATÓN, Lisis 2126-d;
214a; 219e. - ° ID, Symposion 211bc. - 5 ARISTÓTELES, Ética a
Nicómaco, 11576. - 6 ID, 11566. - ' Cf DIÓGENES LAERCIO, Vitae X, 148-54.
- 8 CICERÓN, Lalelius, de amicitia, 17, 20, 18. - ' ID, 19: maximum
est in amicitia pareen esse inferior¡. - '° L. DE LA PUENTE, Meditaciones
espirituales VI, Apostolado de la Prensa, Madrid 1916, 108. - " SAN
AGuSTIN, Epístola 258. -'2 ID, Sermones 165, 4; PL 38, 905. -
" ID, Soliloquia, I, 13; PL 13, 881. -" CASIANO, Collationes,
16, De amicitia; PL 49, 1011-1044. - 'S AELREDO DE RIEVAÜLx, De
spirituali amicitia II-III; PL 195, 666-667 y 671. - '6 SAN AGUSTíN, De
Trinitate, VIII, 12. - " Suma de Teología II-II, q. 25, a 7
resp. -'e P LAÍN ENTRALGO, Teoría y realidad del otro, Alianza, Madrid
1983, 594. - " A. MARECHAL, El mundo interior del hombre. De los miedos
interiores a la construcción de la personalidad, Nova Terra, Barcelona
1967, 88. - z° SAN AGUSTÍN, In Epistolam Joannis Tractatus, VII, 8; BAC,
Madrid 1959, 304. -z' A. MARECHAL, o.c., 89.
BIBL.:
BISER E., Freundschaft, en HOFER
J.RAHNER K. (eds.), Laxikon far Theologie und Kirche IV, Herder, Friburgo
1960, 363-364; CABADA CASTRO M., La vigencia del amor. Afectividad,
hominización y religiosidad, San Pablo, Madrid 1994; DE GUIDI S., Amistad
y amor, en Diccionario teológico Interdisciplinar I, Sígueme,
Salamanca 1985, 370399; LAÍN ENTRALGO P, Sobre la amistad, Esposa-Calpe,
Madrid 1972; LEPP I., Uom Wessen und Wert der Freundschaft, Würzburgo
1966; MARION J. L., Prolegómenos a la caridad, Caparrós, Madrid 1993;
TREU K., Freundschaft, en Reallexikon fiir Antike und Christentum, Band
VIII, Anton Hiersemann, Stuttgart 1972, 418-434; VANSTEENBERGHE G., Amitié, en
Dictionnaire de Spiritualité I, Beauchesne, París 1939, 500-529.
R.
Sanz Valdivieso
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