La amistad de Cristo según santo Tomás de Aquino
Para dar cuenta de
la naturaleza y de los movimientos de la gracia, podemos servirnos también del
tema de la amistad, que santo Tomás puso por delante en su análisis de la pasión
del amor (I-II q. 26-28) y en su definición de la caridad (II-II q. 23). Para
hacerlo se apoya en el discurso que siguió a la última Cena, referido por san
Juan en el cap. 15, donde Jesús se sirve de la comparación de la viña para
mostrar a sus discípulos cómo «permanecer en su amor» y concluye así: «Nadie
tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos,
si hacéis lo que yo os mando. No os Llamo ya siervos, porque el siervo no sabe
lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído
ami Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 13-15).
Santo Tomás emplea
asimismo el término de «comunión» («koinónia»), tan rico en el lenguaje de la
Iglesia primitiva 2, para calificar la comunión amistosa
que establece la caridad y que la fundamenta como amistad. Cita a este respecto
el preámbulo de la primera carta a los Corintios: «Pues fiel es Dios, por quien
habéis sido llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo, Señor nuestro» (1,
9). Podríamos añadir a esto el deseo final de la segunda carta, retomado por la
liturgia, que conviene exactamente a nuestro tema: «La gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos
vosotros» (13, 13).
Finalmente, en el
corazón del tratado sobre la Ley nueva, a propósito de los consejos que incluye,
nos presenta santo Tomás a Cristo como el Amigo por excelencia. «Los consejos de
un amigo lleno de sabiduría son de una gran utilidad, como está escrito: "El
aceite y los perfumes ponen el corazón alegre y los buenos consejos de un amigo
son un bálsamo para el alma" (Pr 27, 9). Ahora bien, Cristo es el sabio y el
amigo por excelencia. Sus consejos son, por tanto, de la mayor utilidad y
conveniencia» (I-II, q. 108, a. 4 sed c.).
Esta particularidad
de la Ley evangélica –la de incluir consejos– nos muestra que posee una
naturaleza diferente a las leyes jurídicas: nos eleva a una condición nueva
inspirada por la amistad, en la que Cristo no se dirige ya a nosotros de modo
imperativo, como a siervos, sino a modo de consejo y apelando a nuestra libre
iniciativa. Efectivamente, entre amigos no conviene darse órdenes, sino ayudarse
mutuamente por medio de consejos y de exhortaciones, como en la catequesis
apostólica. Por eso la Ley nueva merece llamarse «ley de libertad» y, podríamos
decir, ley de gracia amistosa.
Si santo Tomás ha
situado la Ley nueva bajo el signo de la amistad, se debe a que esta ocupaba, a
sus ojos, al igual que al de los antiguos, un lugar de predilección en la moral,
en relación con las virtudes que la fundamentan. La amistad lleva a cabo la
armonía en las relaciones humanas; constituye el fin superior de la ley en la
sociedad, la realización más acabada del amor. Se anuda a través de la
reciprocidad y de la comunión de los sentimientos y los intercambios. Presupone
o establece la igualdad dinámica de las personas.
Ambos temas –el de
la amistad y el del amor conyugal–, uno más masculino, más femenino el otro,
centrados en la persona de Cristo, van juntos en la teología y en la
espiritualidad cristianas. Hay que evitar oponerlos; ambos se completan y nos
ayudan a dar cuenta de las riquezas de la misericordia de Dios, manifestada en
Cristo, lo que ninguna obra de espiritualidad puede expresar adecuadamente.
La libertad, la reciprocidad y la igualdad en la amistad con Cristo
El tema de la
amistad, en lo que concierne a la gracia y a su obra, puede servir para mostrar
la grandeza del don divino: la caridad como amistad, partiendo de la mayor
desigualdad entre el Creador y la criatura, entre el pecador y la san-
2. Cfr.
Biblia de Jerusalén, 1 Co 1, 9, nota b.
tidad divina, nos
une a Dios en la libertad, la reciprocidad y la igualdad de una comunión activa.
La puerta de
entrada de la amistad es la libertad: se penetra en ella voluntariamente; y no
puede mantenerse más que mediante el respeto atento y benevolente de la libertad
del otro. La amistad es el espacio de una experiencia única en el que se aprende
cómo pueden compenetrarse dos personalidades, y después, al mismo tiempo,
afirmarse y reforzarse la una por la otra. En la amistad se puede percibir,
quizás de un modo más claro que en el amor, cómo se establece la comunicación
entre las libertades, especialmente por medio de los consejos, que son gracias,
regalos de sabiduría ofrecidos al amigo para ayudarle en su progreso.
El lazo de la
amistad se anuda a través de la reciprocidad de los intercambios a nivel de Ios
sentimientos, de las ideas, de las voluntades y de los bienes, a través de la
puesta en común y del compartir, bajo el signo de la gratuidad. Sin embargo,
aquí, y lo mismo ocurre con la obra de la gracia, las cosas no marchan por sí
solas. En efecto, el ejercicio de la amistad reclama una educación, la
adquisición de una madurez personal mediante la paciente labor de las virtudes,
que proporcionan la base firme de la amistad verdadera, pues sólo ellas nos
enseñan la generosidad y forman la necesaria estima mutua.
La caridad tomará
como base principal la amistad con Cristo, fundamentada por la fe sobre la roca
de su Palabra confirmada por el testimonio interior del Espíritu; obrará con la
ayuda de las otras virtudes haciéndonos espontáneamente dóciles a los
mandamientos y a los consejos del Señor, especialmente a través del ejercicio de
la misericordia fraterna. La espiritualidad cristiana es así una educación en la
amistad con Cristo bajo la dirección del Espíritu Santo.
Por último, la ley
de la amistad es la igualdad. Que el hombre pueda entrar en relaciones de
amistad con Dios, a pesar de la infinita distancia que los separa, constituye la
gracia más asombrosa. Es propiamente sobrenatural. Procede del misterio de la
encarnación y culmina en la redención. Tiene por objeto hacemos participar, como
hijos adoptivos, en la intimidad y en la igualdad que reinan entre Cristo y su
Padre, reunirnos asimismo en el seno de la Iglesia, como hermanos y hermanas,
como amigos, sea cual fuere la diversidad de las vocaciones, de los ministerios
y de las condiciones.
Una igualdad
semejante es espiritual. Tiene como medida y como modelo la persona de Cristo.
Posee un dinamismo que le es propio y que caracteriza los movimientos de la
gracia. Sigue la lógica paradójica que expresa el Evangelio en muchas ocasiones
como una ley fundamental: «El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues
el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Mt 23,
11-12). He aquí una sorprendente igualdad: se adquiere no reivindicándola,
incluso abandonándola; se ejerce por medio de la humildad y el servicio
fraterno, a imitación de Cristo, que ha venido «a servir y a dar su vida en
rescate por muchos» (Mt 20, 28).
Encontramos ya en
la amistad humana, señalémoslo, un esbozo de esta ley, pues el amigo se complace
en ponerse al servicio de su amigo, y hasta de sus allegados a causa de él;
previene espontáneamente sus deseos, sus necesidades, mejor de lo que pudiera
hacerlo un siervo. La igualdad no es aquí material ni querida por sí misma en
primer lugar; es personal, entregada al otro y recibida de él en reciprocidad
con ayuda del servicio mutuo y gracioso.
El tema de la
amistad, enriquecido con numerosos datos provenientes de la experiencia
proporcionada por los tratados clásicos de Aristóteles y de Cicerón, entre
otros, puede ser utilizado, consiguientemente, por la teología y la
espiritualidad cristianas. Sufrirá, no obstante, hondas transformaciones, como
el tema del amor, mediante su elevación al nivel de la vida de la gracia y de la
experiencia espiritual. Proporciona también, y no en menor medida, una base
natural al estudio de la caridad teologal.
Amor y amistad
La ventaja del tema
de la amistad consiste en ayudar a expresar de una manera más serena, más
comedida, más completa, sin duda, los movimientos y el trabajo de la gracia en
nosotros y en la Iglesia; el tema del amor posee, en cambio, más calor, más
sentido dramático y, posiblemente, mayor hondura. Uno conviene mejor a la
espiritualidad contemplativa y a la teología armoniosa de santo Tomás; el otro
es más apto para describir las luchas contra el pecado, los ardores, las
exigencias y las peripecias de un amor que rebasa la medida humana, como es el
caso de la Cruz de Cristo bajo la moción del Espíritu.
Los temas de la
misericordia, del amor y de la amistad, se concentran todos ellos en la persona
de Jesús en la experiencia cristiana. El es el Esposo, el Amigo, la Fuente de la
gracia misericordiosa. También es él quien, por su Espíritu, nos ayuda mejor a
comprender que su gracia y nuestra libertad no son rivales, sino que se reclaman
entre sí y se apoyan mutuamente. La gracia no puede fructificar sin nuestra
libertad y ésta, sin la gracia, sólo puede replegarse sobre sí misma y volverse
estéril. El lazo que las reúne y las ata es el Espíritu de vida, que escribe en
el fondo de nosotros la Ley nueva.
BIBLIOGRAFÍA
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art. Loi et Evangile en DSAM, t. 9, 966-984.
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bei Thomas von Aquin, Göttingen, 1965.
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Régamey, P., Portrait spirituel du chrétien,
París, 1988.
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