miércoles, 11 de septiembre de 2013

Antropomorfismo. Filosofía.

Se llama a. (de antropos, hombre, y morfé, forma) a la manera de concebir o expresar la realidad no humana (mundo exterior, Dios) según formas o rasgos propios del hombre, o a proyectar a esa realidad los modos propios de la naturaleza y actividad humanas. El a. configura todo ser a imagen del hombre o de su propio mundo interior, atribuyéndole vida, intenciones y comportamientos semejantes. Suele entenderse como error y como tendencia.
      Para evitar confusiones hay que tener en cuenta que, como error, en primer lugar, no siempre sus manifestaciones se proponen con el valor teorético de verdad, sino con el valor estético de belleza. La poesía es casi siempre animista y antropomórfica; expresa la realidad de un modo metafórico y humano, y no por eso puede ser tachada de errónea, puesto que se mueve en otra esfera de valores. A pesar de ello, los límites entre poesía y teoría son difusos: a) la teoría puede expresarse en lenguaje poético; b) la poesía tiene también un valor revelador de lo real, al menos del sentido que las cosas tienen para el hombre; c) en la infancia del hombre (niños y primitivos), la imaginación y el sentimiento predominan sobre el pensamiento conceptual y abstracto, y, en consecuencia, las interpretaciones míticas y poéticas sobre las racionales. La primera etapa de la humanidad es poética y mítica, lo mismo en las visiones cristianas de la historia (v. vaco) que en las positivistas (v. COMTE). El tránsito entre poesía y teoría, mito y razón, es gradual. En la medida en que la imaginación y el sentimiento nunca se sustituyen del todo y que el hombre necesita siempre imaginar lo que piensa, la poesía y el mito conservan siempre un cierto valor teórico. Así lo entiende Aristóteles cuando dice: «Buscar una explicación de las cosas y admirarse de ellas es reconocer que se las ignora; por esta razón el filósofo es, hasta cierto punto, un hombre aficionado a los mitos, porque el mito se construye sobre asuntos maravillosos» (Met., 1, 2, 982 b 15-20). S. Tomás de Aquino añade en su comentario: «La razón por la que el filósofo es comparado al poeta es ésta: que ambos se ocupan de lo maravilloso» (In Arist. Met., 1, 3, 55). Mientras subsistan para el hombre zonas reales de misterio existirá el. a. poético, tanto menos erróneo en su dimensión teórica cuanto más consciente sea de su carácter aproximado y metafórico.
      En segundo lugar, todo error es una proyección a lo real de un modo humano de concebir; según esto todo error sería un a. En sentido propio, sin embargo, sólo se designa como tal la proyección de modalidades de la constitución del hombre y de su actividad, tal como se revelan en su conciencia. Y, finalmente, entender el a. como error significa suponer que el modo de ser de la realidad no humana, y el del hombre y su conciencia, son distintos. En la medida en que exista coincidencia, y dentro de sus límites, el a. no es un error.
      Es tradicional considerar al hombre como un microcosmos (universo en pequeño): el ser material le es común con los no vivientes; el vivir, con las plantas; la conciencia, con los animales, la inteligencia, con los ángeles; y, por su espíritu, es una imagen de Dios. Si esto es así, toda la realidad se comprende por analogía con el ser del hombre. En la medida en que exista discrepancia, el a. será un error. La calificación de error antropomórfico hecha a una doctrina dependerá de lo que se considere como modo de ser propio de la realidad no humana, y de lo que se incluya en tal realidad: Dios y el mundo, o sólo el mundo; materia y espíritu, o sólo materia.
      Es prácticamente unánime considerar errores antropomórficos el animismo (v.) primitivo y renacentista, presente bajo otra forma y significación en el neoplatonismo (v.) y en la monadología de Leibniz (v.) (todo está animado o vivificado; en toda cosa se encuentra un alma, fundamento explicativo de todos sus fenómenos); el hilozoismo de los presocráticos (v.) y estoicos (v.) (el mundo es como un gran ser viviente; existe un alma del mundo), y las concepciones de la divinidad en las religiones primitivas, contra las que se eleva la crítica de Jenófanes. Parece que el animismo es la primera manifestación de a.
      Para el mecanicismo cartesiano es antropomórfico, concebido a imagen de la composición del hombre en cuerpo y espíritu, el atribuir conciencia a los animales (los animales son simples máquinas), alma a los vivientes e incluso formas sustanciales a los cuerpos (v. DESCARTES; ARISTÓTELES). Para el positivismo (v.), atribuir finalidad a los cuerpos, a imagen de las intenciones que guían la actividad humana. Para el panteísmo (v.), atribuir a Dios un ser personal trascendente, a imagen de un espíritu humano elevado a la infinitud. Para el materialismo (v.), la creencia en espíritus y en Dios, o en todo aquello que no se reduzca a materia, entendida como extensión, figura y movimiento; por consiguiente, toda la religión (v. ATEÍSMO).
      En cuanto a la tendencia al a., en sus formas justas o erróneas, se pueden señalar las siguientes causas, que actúan unitariamente: la necesidad de asimilar lo desconocido a lo conocido. Lo que mejor conoce el hombre, del modo más íntimo y vivo, es su propio ser: no sólo lo conoce desde, fuera, como a las demás realidades, sino desde dentro, en su propio interior, que se revela en la conciencia. Conoce en sí mismo los factores internos que están en la base de determinadas manifestaciones externas y las hacen inteligibles. El conocimiento de la propia realidad interior es, en efecto, la vía de acceso a grandes sectores de la realidad, todos aquellos que están dotados de conciencia. Como no percibe el interior de los demás seres conscientes, sino sus manifestaciones externas, si no lo conociera ya en su propio ser no podría saber a qué corresponden esas manifestaciones. Otra causa es la necesidad de captar totalidades con valor y significación para su vida, capaces de determinar una conducta; porque el conocimiento es función de la vida, que exige hacerse cargo pronto, de alguna manera, de la significación de lo real, para adoptar la actitud conveniente, e incluso a veces está en ello comprometida su propia conservación o seguridád. Y, por último, el papel de la imaginación y del sentimiento en la vida del hombre, especialmente en el niño y en el primitivo.
      Los errores a que da origen la tendencia al a. van siendo superados por el simple crecimiento de la vida de la humanidad y de cada persona singular, de la reflexión y del análisis crítico. En cuanto al a. en el modo de concebir o conocer el ser de la divinidad, con sus errores y aciertos, v. II y III; DIOS I, II; iV, 1 y 3. V. t.: ANALOGÍA.
     
     

BIBL.: A. CHOLLET, Anthropomorphisme, en DTC (Tables génerales, 1954 ss.) I, 2, 1367-70; M. SULLY PRUDHOMME, L'anthropomorphisme et les causes finales, «Rev. Scientifiquen XI (1899) 257-61 (considera antropomórfico un Dios personal creador distinto del mundo); W. CERF, The Physicomorphic Conception of Man, «The lournal of Philosophyv XLVIII (1951) 345-56.
MANUEL GUERRA.

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