SUMARIO: I. Una nueva praxis eclesial - II. La experiencia de las iglesias alemanas - III. La experiencia de la iglesia francesa - IV. Algunas conclusiones.
I. Una nueva praxis eclesial
En los años que siguieron al Vaticano II fue adquiriendo cada vez mayor difusión
y consistencia un nuevo tipo de asambleas cristianas, en parte ya conocidas en
el pasado: las denominadas asambleas litúrgicas sin presbítero. (No sería
necesario indicar que en esta voz el término asamblea se utiliza como
sinónimo de celebración y, por tanto, con un significado un tanto
distinto del que tiene la voz anterior.)
Centradas en la palabra de Dios y en la oración, estas celebraciones se habían
ya valorado en particulares contextos históricos, y en las misiones',
habiendo encontrado difusión más reciente en Europa y en las iglesias jóvenes.
Pero después del Vat. II esta nueva praxis eclesial ha experimentado
interesantes desarrollos a nivel de reflexión y de organización al menos por
tres motivos: la falta de sacerdotes; la renovación de la eclesiología y de la
doctrina sobre los ministerios; la atención misma que la iglesia oficial ha
reservado a nuevas situaciones pastorales de emergencia. La dramática reducción
numérica de sacerdotes ha provocado, incluso en Europa, la multiplicación de
comunidades cristianas sin pastor, deseosas de seguir congregándose en el día
del Señor dentro de su propio ambiente de vida; por otra parte, el
reflorecimiento de ministerios en las distintas iglesias y la vigorosa
investigación teológica actual sobre la cuestión han favorecido la asunción de
nuevas responsabilidades en las comunidades locales por parte de diáconos,
religiosas y laicos, hasta llegar a presidir la asamblea dominical cuando no se
puede contar con la presencia del sacerdote.
Pero, además, algunas conferencias episcopales se han interesado activamente por
el problema, desarrollando las posibilidades que dejaron abiertas los documentos
conciliares y posconciliares. La constitución litúrgica (1963), en efecto, había
recomendado la celebración de la palabra en los domingos y fiestas, "sobre todo
en los lugares donde no haya sacerdote, en cuyo caso debe dirigir la celebración
un diácono u otro delegado del obispo"
(SC 35,4), mientras que la instrucción
Eucharisticum mysterium (1967) hablaba del caso en que, "por escasez de
sacerdotes, se distribuye la comunión incluso por un ministro que tenga esta
facultad por indulto de la Sede apostólica" (33, c). Como aplicación de cuanto
había recomendado SC 35,4, la instrucción ínter oecumenici (1964) había
ya sugerido la estructura de tales celebraciones de la palabra (37).
Nacía así la posibilidad de programar una celebración dominical, denominada con
nombres distintos, que, además de los ritos de saludo y despedida, podía
comprender tres partes: proclamación de la palabra; oración de la comunidad;
distribución de la comunión. Podía estar presidida por un diácono o por otro
ministro, hombre o mujer, generalmente delegado por el obispo, que hubiere
alcanzado una adecuada preparación. Tal función ministerial, por lo demás, no se
limitaba sólo al momento litúrgico, sino que se extendía a todos los aspectos de
la animación de la comunidad cristiana, que úMcamente raras veces, con
frecúencia sólo cada mes, podía participar en la eucaristía celebrada por el
sacerdote responsable de la comunidad mayor.
El fenómeno se ha propagado en muchas iglesias de diversos países!;
pero para ilustrar sus aspectos y su problemática, juzgamos suficiente
documentar la experiencia más reciente de las iglesias de Alemania y Francia,
que nos parecen bastante representativas y capaces de inspirar algunas
conclusiones de importancia más general.
II. La experiencia de las iglesias alemanas
En las diócesis de la República Democrática Alemana (= RDA), durante los años
del posconcilio adquirió notable estabilidad la institución de las asambleas
sin presbítero, prevalentemente conocidas bajo el nombre de celebraciones
estacionales (Stationsgottesdienste). Propagadas hoy en más de dos mil
parroquias, se han desarrollado desde una praxis anterior, experimentada y
discutida durante más de treinta años en la diáspora, donde "las comunidades
cristianas están de continuo amenazadas de disgregación como piedras expuestas a
la intemperie, en expresión de H. Aufderbeck, el mayor teórico e inspirador de
esta nueva experiencia eclesial. Una interpretación ,.completa de tales
celebraciones bien puede partir de esta directriz del sínodo de Dresde: "El
párroco y el consejo parroquial se han de comprometer a crear la posibilidad de
que los fieles puedan congregarse con un delegado del obispo para escuchar la
palabra de Dios, recibir el pan de vida, recogerse en oración ,por
todos y recorrer en su vida ordinaria los caminos del amor y del testimonio"'.
Se considera fundamental que los ministros llamados a presidir la celebración
estadiCional, para quienes se prefiere el nombre de diáconos auxiliares,
sean presentados por el párroco y el consejo parroquial y reciban una
,delegación oficial del obispo, después de una conveniente formación.
Progresivamente incrementada a través de modalidades todavía en experimentación.
Ha resultado muy oportuna la adopción de un ordo estable con la siguiente
estructura: saludo y apertura con un acto penitencial; proclamación de la
palabra con homilía; oración universal; distribución de la comunión; despedida y
bendición. La reflexión pastoral de los últimos años ha versado sobre los puntos
siguientes: a) una palabra seguramente decisiva para la pastoral de la diáspora
es Mt 18,19; el credo ecclesiam posee un particular significado para una
pequeña asamblea de dispersos; b) no se infravaloran las dificultades que
experimentan algunos ante las iniciativas que puedan contener un sabor
protestante y que podrían provocar una peligrosa desestima de la eucaristía y
del sacerdocio ministerial; c) se ha reflexionado mayormente sobre las
diferencias entre una celebración eucarística y las celebraciones estacionales:
estas últimas no sustituyen a la primera, que sigue siendo la forma máxima de
reunión de la asamblea, y que no queda eliminada, sino que se celebra más raras
veces; d) una celebración estacional tiene algunas características
propias: expresa la comunión con la comunidad parroquial, con la diócesis, con
la iglesia universal; lleva a experimentar la relación palabra-sacramento;
actualiza la múltiple presencia del Señor; mantiene la antigua ordenación de la
plegaria eucarística (alabanza, acción de gracias, súplica, penitencia); no se
limita a ser un hecho verbal, sino que realiza un ritmo adecuado entre palabras,
ritos, silencio y acciones.
La nueva experiencia en la RDA se ha enjuiciado generalmente de manera muy
positiva: el ministerio de los diáconos auxiliares ha sido por lo demás bien
acogido y con una gran colaboración; ha estado muy bien acentuada la relación
con la eucaristía y la comunidad parroquial; han sido muchos los frutos
pastorales.
La nueva praxis se ha propagado igualmente en la República Federal Alemana (=
RFA), donde "el problema más crucial de la pastoral es, tanto para la comunidad
como para los obispos, la preocupante escasez de sacerdotes, que se irá
agravando aún más por envejecimiento del clero y por las crecientes necesidades
de los fieles", como afirma la conferencia episcopal en un texto sumamente denso
sobre los ministerios'. En este contexto se han desarrollado dos nuevos tipos de
ministerios: el diaconado permanente y los teólogos laicos o asistentes
pastorales (Pastoralassistenten), que son centro de una viva discusión
teológica y pastoral'. Los servicios pastorales de estos nuevos ministros se
extienden a veces hasta presidir las "celebraciones dominicales sin presbítero"
(Sonntdgliche Gottesdienste ohne Priester), a las que dedicara el sínodo
alemán (1975) suma atención en un texto que vale la pena resumir. Se parte de
unas premisas: la importancia fundamental de la celebración eucarística
dominical, como "forma primaria" de la asamblea litúrgica de una comunidad"; la
inconveniencia de multiplicar las misas dominicales de sacerdotes
supercomprometidos, cada vez menos numerosos; la necesidad de una programación
zonal, con la concentración para la celebración eucarística en algunas
localidades más céntricas; la presencia, sin embargo, de comunidades menores,
sociológicamente vinculadas a su ambiente y para las que "es menester tratar de
organizar a toda costa celebraciones litúrgicas dirigidas por un diácono o por
un laico". Se iluminan las motivaciones litúrgico-pastorales de estas
celebraciones, subrayando que "debieran aprovecharse también las ricas
experiencias que en este campo se han realizado ya, por ejemplo, en la diáspora
y con las ejemplares tentativas de la RDA". Se han dado distintas orientaciones
sobre la conveniencia de revitalizar y apelar a la responsabilidad de las
comunidades, sobre la preparación de ministros y la presentación de los mismos a
los fieles "en una celebración particular en la que se lea públicamente la carta
del obispo que les confiere tal oficio".
Para la estructuración de estas asambleas, "menos definidas por el derecho
litúrgico", se aconseja "servirse, donde sea posible, de los elementos de la
misa: lecturas del día, explicación por parte de una persona autorizada para
predicar o bien por medio de un texto leído, cantos, oración, plegaria
universal, oración preparatoria y final para la distribución de la comunión". El
mismo sínodo ha dedicado igualmente a estas celebraciones una directriz
pastoral y ha presentado a la conferencia episcopal un voto, solicitando
"la elaboración para las regiones de lengua alemana de algunos modelos comunes
de liturgias comunitarias dominicales sin el sacerdote".
La nueva praxis está siendo, en la RFA, objeto de reflexiones críticas por parte
de algunos estudiosos, que la consideran un "paso en dirección equivocada": se
discuten las nuevas funciones ministeriales concedidas a los laicos; se temen
confusiones y malentendidos a nivel de diálogo ecuménico y de interpretación de
la eucaristía; se expresa la convicción de que una celebración basada en la
palabra y en la oración, sin la comunión, podría convertirse en un camino más
seguro para mantener viva la estima y la espera por la celebración eucarística y
para hacer a los fieles más conscientes y responsables en el afrontar el
problema de la escasez de vocaciones sacerdotales'.
III. La experiencia de la iglesia francesa
En Francia, a comienzos de 1971, con el acento de la escasez de sacerdotes y con
el desarrollo de la reflexión posconciliar, se ha visto ampliamente acogida la
opción pastoral de mantener en su ambiente a las comunidades locales,
invitándolas regularmente a agruparse en asambleas, animadas y dirigidas por sus
mismos miembros'. Estas celebraciones, conocidas más frecuentemente con el
nombre de Assemblées dominicales en l'absence de prétres (ADAP), en 1977
aparecían ya extendidas por más de mil cien parroquias, repartidas en sesenta y
siete diócesis'. Se las ha valorado de acuerdo con un esquema flexible, con
variantes frecuentemente significativas, que por lo general mantienen la
siguiente estructura: rito de apertura; liturgia de la palabra con homilía y
oración universal; acción de gracias; comunión; despedida. Aunque con algunos
antecedentes, la nueva situación se configuró rápidamente a principios de 1973,
merced al fuerte influjo del documento de la asamblea de los obispos sobre la
corresponsabilidad en la iglesia". Sobre la situación pastoral francesa se
realizó en 1979 una reflexión orgánica, en un encuentro nacional de animadores y
responsables, preparado con el informe de 1977 sobre los diversos aspectos de
estas asambleas (decisión, actuación, funciones, contenido de la celebración)15.
Esta floración de asambleas sin sacerdote está ciertamente ligada a la escasez
de clero, pero es igualmente expresión del convencimiento sobre la importancia
fundamental de la asamblea para mantener y manifestar una comunidad cristiana,
teniendo una consideración especial con aquellos que no pueden abandonar su
ambiente; y ha sido posible por la presencia de un grupo de cristianos que viven
conjuntamente su fe en una comunidad local. Entre los aspectos positivos del
fenómeno se ha subrayado el resurgir de una iglesia más consciente y
responsable, más abierta y diversificada, más viva y fraterna.
Pero existen también varias dificultades: la precariedad de ciertos grupos; la
dificultad de construir realmente la iglesia en asambleas con escaso número de
participantes o con una presencia insuficiente de animadores; la persistencia de
una mentalidad y de unos hábitos anteriores, que contribuyen a la continuación
de una práctica tradicional más que al resurgir de un nuevo tipo de comunidad.
Según informes, pueden recogerse experiencias muy diversas sobre la preparación
e introducción de la nueva praxis; sobre las funciones del animador, en relación
con los distintos servicios asumidos por los laicos dentro de la comunidad;
sobre la manera de concebir y de ejercer la presidencia (mantenida como
necesaria, pero con un papel a ser posible más discreto); sobre la sensibilidad
en torno a la función del sacerdote responsable de una comunidad mayor.
Son significativas, y no sólo para la iglesia francesa, las orientaciones dadas
por Pablo VI a los obispos franceses en 1977: "Afrontad igual-mente el problema
de las asambleas dominicales sin sacerdote, en los ambientes rurales donde la
aldea forma una cierta unidad natural tanto para la vida como para la oración;
sería perjudicial desentenderse de él o dispersarlo. Compren-demos perfectamente
la razón y las ventajas que de ahí pueden derivar para la responsabilidad de los
participantes y la vitalidad de la población. El mundo actual prefiere estas
comunidades a la medida humana, a condición, evidentemente, de estar atendidas
con suficiencia, vivas y no cerradas en sí mismas como un ghetto. Os decimos,
pues: proceded con discreción, pero sin multiplicar este tipo de reuniones, como
si fuesen ellas la mejor solución y la última posibilidad. Ante todo, estad
vosotros mismos convencidos de la necesidad de seleccionar con prudencia y de
preparar a los animadores, laicos o religiosos, y de que ya en este nivel
aparece de importancia capital el papel del sacerdote. Por lo demás, el objetivo
debe seguir siendo la celebración del sacrificio de la misa, la única verdadera
realización de la pascua del Señor. Y pensemos sobre todo en serio que estas
asambleas del domingo no pueden bastar para construir comunidades vivas e
irradiantes, en un contexto de población poco cristiana o que está abandonando
la práctica dominical. Es menester crear al mismo tiempo otros encuentros de
amistad y de reflexión, grupos de formación cristiana, con el concurso de
sacerdotes y de laicos más formados, que puedan ayudar al ambiente a establecer
relaciones de caridad y a tomar una mayor conciencia de las propias
responsabilidades familiares, educativas, profesionales, espirituales'.
IV. Algunas conclusiones
Después de haber confrontado la copiosa bibliografía sobre
la cuestión y las experiencias más conocidas, al menos en
Europa, creemos poder ya sacar algunas conclusiones orientadoras.
1. Basados en los hechos más destacados, parece legítimo
afirmarque el fenómeno de la propagación de las asambleas sin
sacerdotes se debe ciertamente a la falta o escasez de clero y a la
voluntad por parte de la iglesia de no abandonar a sus comunidades más
"pequeñas, pobres y dispersas"; pero se
debe también, en no pocas situaciones, a una viva presencia de laicos
comprometidos, que desean asumir sus propias responsabilidades dentro de
una iglesia que se renueva, construyéndose desde abajo.
2. Las asambleas sin sacerdotes
pueden representar una solución pastoral provechosa en muchos
ambientes eclesiales, donde las comunidades menores están olvidadas
o atendidas con una apresurada misa dominical, desligada
por otra parte de su vida y de todo compromiso
de evangelización. El juicio podría extenderse no sólo a las
zonas rurales, sino también a las grandes ciudades, en
sintonía con la tendencia a formar grupos de barrio, de vecinos, de afinidad, que pueden llegar a servir de base
sociológica de nuevas etperienciay de iglesia.
3. Los problemas abiertos y las dificultades
existentes no deben hacer olvidar que nos hallamos solamente en los comienzos de una andadura, de la que brotan ya
no pocos indicios alentadores, como la mayor
corresponsabilidad, la vigorosa creatividad, el deseo de una mayor
formación, la relación celebraciónvida, la progresiva iniciación
en una más plena comprensión de la eucaristía y del sacerdocio
ministerial.
4. Más en particular se subraya cómo, aun
introducida por necesidad, esta nueva praxis "representa
la ocasión privilegiada para traducir en realidades concretas
las enseñanzas del Vat. II sobre el pueblo de Dios, ofreciendo
a sus miembros la posibilidad de tomar parte activa en la vida de la iglesia y en hacerla realidad"1e; es
decir, estamos asistiendo a la consolidación de un nuevo
estilo de iglesia, que representa un hecho nuevo y de gran
importancia para el futuro.
5.
Y un
último dato significativo que, bajo el signo de la
evidencia, encuentra un eco vivo sobre todo en las
iglesias jóvenes: las asambleas sin sacerdotes son el lugar donde más vivamente se plantea el problema de los ministerios a
partir de las necesidades reales y de los carismas
que se ponen de manifiesto en las comunidades, sin
excluir "la posibilidad de admitir como elegibles para la
ordenación sacerdotal a líderes reconocidos, salidos de niveles
de comunidades cristianas de base de índole distinta"' En una palabra: estas nuevas experiencias, aunque recursos
provisionales y precarios de una pastoral en difíciles
situaciones, pueden llegar a ser punto de partida de una
vigorosa renovación eclesial, capaz de desembocar en una
profunda reestructuración de las comunidades
cristianas.
[-> Mujer, IV,
2, e].
D. Sartore
BIBLIOGRAFIA: Keremer J., Celebración de la Palabra de Dios sin sacerdote,
en G. Barauna, La sagrada liturgia renovada por el concilio, Studium,
Madrid 1965, 313-352; Parés
X., Las asambleas dominicales en ausencia de presbítero,
en "Phase" 119 (1980)
393-404; Secretariado Nacional de Liturgia, Celebraciones dominicales en
ausencia de sacerdote, Subsidia Liturgica 39, EDICE, Madrid 1981.
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