sábado, 14 de septiembre de 2013

Asambleas sin Presbítero.


SUMARIO: I. Una nueva praxis eclesial - II. La experiencia de las iglesias alemanas - III. La experiencia de la iglesia francesa - IV. Algunas conclusiones.

I. Una nueva praxis eclesial
En los años que siguieron al Vaticano II fue adquiriendo cada vez mayor difusión y consistencia un nuevo tipo de asambleas cristianas, en parte ya conocidas en el pasado: las denominadas asambleas litúrgicas sin presbítero. (No sería necesario indicar que en esta voz el término asamblea se utiliza como sinónimo de celebración y, por tanto, con un significado un tanto distinto del que tiene la voz anterior.)
Centradas en la palabra de Dios y en la oración, estas celebraciones se habían ya valorado en particulares contextos históricos, y en las misiones', habiendo encontrado difusión más reciente en Europa y en las iglesias jóvenes. Pero después del Vat. II esta nueva praxis eclesial ha experimentado interesantes desarrollos a nivel de reflexión y de organización al menos por tres motivos: la falta de sacerdotes; la renovación de la eclesiología y de la doctrina sobre los ministerios; la atención misma que la iglesia oficial ha reservado a nuevas situaciones pastorales de emergencia. La dramática reducción numérica de sacerdotes ha provocado, incluso en Europa, la multiplicación de comunidades cristianas sin pastor, deseosas de seguir congregándose en el día del Señor dentro de su propio ambiente de vida; por otra parte, el reflorecimiento de ministerios en las distintas iglesias y la vigorosa investigación teológica actual sobre la cuestión han favorecido la asunción de nuevas responsabilidades en las comunidades locales por parte de diáconos, religiosas y laicos, hasta llegar a presidir la asamblea dominical cuando no se puede contar con la presencia del sacerdote.

Pero, además, algunas conferencias episcopales se han interesado activamente por el problema, desarrollando las posibilidades que dejaron abiertas los documentos conciliares y posconciliares. La constitución litúrgica (1963), en efecto, había recomendado la celebración de la palabra en los domingos y fiestas, "sobre todo en los lugares donde no haya sacerdote, en cuyo caso debe dirigir la celebración un diácono u otro delegado del obispo" (SC 35,4), mientras que la instrucción Eucharisticum mysterium (1967) hablaba del caso en que, "por escasez de sacerdotes, se distribuye la comunión incluso por un ministro que tenga esta facultad por indulto de la Sede apostólica" (33, c). Como aplicación de cuanto había recomendado SC 35,4, la instrucción ínter oecumenici (1964) había ya sugerido la estructura de tales celebraciones de la palabra (37).
Nacía así la posibilidad de programar una celebración dominical, denominada con nombres distintos, que, además de los ritos de saludo y despedida, podía comprender tres partes: proclamación de la palabra; oración de la comunidad; distribución de la comunión. Podía estar presidida por un diácono o por otro ministro, hombre o mujer, generalmente delegado por el obispo, que hubiere alcanzado una adecuada preparación. Tal función ministerial, por lo demás, no se limitaba sólo al momento litúrgico, sino que se extendía a todos los aspectos de la animación de la comunidad cristiana, que úMcamente raras veces, con frecúencia sólo cada mes, podía participar en la eucaristía celebrada por el sacerdote responsable de la comunidad mayor.
El fenómeno se ha propagado en muchas iglesias de diversos países!; pero para ilustrar sus aspectos y su problemática, juzgamos suficiente documentar la experiencia más reciente de las iglesias de Alemania y Francia, que nos parecen bastante representativas y capaces de inspirar algunas conclusiones de importancia más general.

II. La experiencia de las iglesias alemanas
En las diócesis de la República Democrática Alemana (= RDA), durante los años del posconcilio adquirió notable estabilidad la institución de las asambleas sin presbítero, prevalentemente conocidas bajo el nombre de celebraciones estacionales (Stationsgottesdienste). Propagadas hoy en más de dos mil parroquias, se han desarrollado desde una praxis anterior, experimentada y discutida durante más de treinta años en la diáspora, donde "las comunidades cristianas están de continuo amenazadas de disgregación como piedras expuestas a la intemperie, en expresión de H. Aufderbeck, el mayor teórico e inspirador de esta nueva experiencia eclesial. Una interpretación ,.completa de tales celebraciones bien puede partir de esta directriz del sínodo de Dresde: "El párroco y el consejo parroquial se han de comprometer a crear la posibilidad de que los fieles puedan congregarse con un delegado del obispo para escuchar la palabra de Dios, recibir el pan de vida, recogerse en oración ,por todos y recorrer en su vida ordinaria los caminos del amor y del testimonio"'. Se considera fundamental que los ministros llamados a presidir la celebración estadiCional, para quienes se prefiere el nombre de diáconos auxiliares, sean presentados por el párroco y el consejo parroquial y reciban una ,delegación oficial del obispo, después de una conveniente formación. Progresivamente incrementada a través de modalidades todavía en experimentación. Ha resultado muy oportuna la adopción de un ordo estable con la siguiente estructura: saludo y apertura con un acto penitencial; proclamación de la palabra con homilía; oración universal; distribución de la comunión; despedida y bendición. La reflexión pastoral de los últimos años ha versado sobre los puntos siguientes: a) una palabra seguramente decisiva para la pastoral de la diáspora es Mt 18,19; el credo ecclesiam posee un particular significado para una pequeña asamblea de dispersos; b) no se infravaloran las dificultades que experimentan algunos ante las iniciativas que puedan contener un sabor protestante y que podrían provocar una peligrosa desestima de la eucaristía y del sacerdocio ministerial; c) se ha reflexionado mayormente sobre las diferencias entre una celebración eucarística y las celebraciones estacionales: estas últimas no sustituyen a la primera, que sigue siendo la forma máxima de reunión de la asamblea, y que no queda eliminada, sino que se celebra más raras veces; d) una celebración estacional tiene algunas características propias: expresa la comunión con la comunidad parroquial, con la diócesis, con la iglesia universal; lleva a experimentar la relación palabra-sacramento; actualiza la múltiple presencia del Señor; mantiene la antigua ordenación de la plegaria eucarística (alabanza, acción de gracias, súplica, penitencia); no se limita a ser un hecho verbal, sino que realiza un ritmo adecuado entre palabras, ritos, silencio y acciones.
La nueva experiencia en la RDA se ha enjuiciado generalmente de manera muy positiva: el ministerio de los diáconos auxiliares ha sido por lo demás bien acogido y con una gran colaboración; ha estado muy bien acentuada la relación con la eucaristía y la comunidad parroquial; han sido muchos los frutos pastorales.
La nueva praxis se ha propagado igualmente en la República Federal Alemana (= RFA), donde "el problema más crucial de la pastoral es, tanto para la comunidad como para los obispos, la preocupante escasez de sacerdotes, que se irá agravando aún más por envejecimiento del clero y por las crecientes necesidades de los fieles", como afirma la conferencia episcopal en un texto sumamente denso sobre los ministerios'. En este contexto se han desarrollado dos nuevos tipos de ministerios: el diaconado permanente y los teólogos laicos o asistentes pastorales (Pastoralassistenten), que son centro de una viva discusión teológica y pastoral'. Los servicios pastorales de estos nuevos ministros se extienden a veces hasta presidir las "celebraciones dominicales sin presbítero" (Sonntdgliche Gottesdienste ohne Priester), a las que dedicara el sínodo alemán (1975) suma atención en un texto que vale la pena resumir. Se parte de unas premisas: la importancia fundamental de la celebración eucarística dominical, como "forma primaria" de la asamblea litúrgica de una comunidad"; la inconveniencia de multiplicar las misas dominicales de sacerdotes supercomprometidos, cada vez menos numerosos; la necesidad de una programación zonal, con la concentración para la celebración eucarística en algunas localidades más céntricas; la presencia, sin embargo, de comunidades menores, sociológicamente vinculadas a su ambiente y para las que "es menester tratar de organizar a toda costa celebraciones litúrgicas dirigidas por un diácono o por un laico". Se iluminan las motivaciones litúrgico-pastorales de estas celebraciones, subrayando que "debieran aprovecharse también las ricas experiencias que en este campo se han realizado ya, por ejemplo, en la diáspora y con las ejemplares tentativas de la RDA". Se han dado distintas orientaciones sobre la conveniencia de revitalizar y apelar a la responsabilidad de las comunidades, sobre la preparación de ministros y la presentación de los mismos a los fieles "en una celebración particular en la que se lea públicamente la carta del obispo que les confiere tal oficio".
Para la estructuración de estas asambleas, "menos definidas por el derecho litúrgico", se aconseja "servirse, donde sea posible, de los elementos de la misa: lecturas del día, explicación por parte de una persona autorizada para predicar o bien por medio de un texto leído, cantos, oración, plegaria universal, oración preparatoria y final para la distribución de la comunión". El mismo sínodo ha dedicado igualmente a estas celebraciones una directriz pastoral y ha presentado a la conferencia episcopal un voto, solicitando "la elaboración para las regiones de lengua alemana de algunos modelos comunes de liturgias comunitarias dominicales sin el sacerdote".
La nueva praxis está siendo, en la RFA, objeto de reflexiones críticas por parte de algunos estudiosos, que la consideran un "paso en dirección equivocada": se discuten las nuevas funciones ministeriales concedidas a los laicos; se temen confusiones y malentendidos a nivel de diálogo ecuménico y de interpretación de la eucaristía; se expresa la convicción de que una celebración basada en la palabra y en la oración, sin la comunión, podría convertirse en un camino más seguro para mantener viva la estima y la espera por la celebración eucarística y para hacer a los fieles más conscientes y responsables en el afrontar el problema de la escasez de vocaciones sacerdotales'.

III. La experiencia de la iglesia francesa
En Francia, a comienzos de 1971, con el acento de la escasez de sacerdotes y con el desarrollo de la reflexión posconciliar, se ha visto ampliamente acogida la opción pastoral de mantener en su ambiente a las comunidades locales, invitándolas regularmente a agruparse en asambleas, animadas y dirigidas por sus mismos miembros'. Estas celebraciones, conocidas más frecuentemente con el nombre de Assemblées dominicales en l'absence de prétres (ADAP), en 1977 aparecían ya extendidas por más de mil cien parroquias, repartidas en sesenta y siete diócesis'. Se las ha valorado de acuerdo con un esquema flexible, con variantes frecuentemente significativas, que por lo general mantienen la siguiente estructura: rito de apertura; liturgia de la palabra con homilía y oración universal; acción de gracias; comunión; despedida. Aunque con algunos antecedentes, la nueva situación se configuró rápidamente a principios de 1973, merced al fuerte influjo del documento de la asamblea de los obispos sobre la corresponsabilidad en la iglesia". Sobre la situación pastoral francesa se realizó en 1979 una reflexión orgánica, en un encuentro nacional de animadores y responsables, preparado con el informe de 1977 sobre los diversos aspectos de estas asambleas (decisión, actuación, funciones, contenido de la celebración)15.
Esta floración de asambleas sin sacerdote está ciertamente ligada a la escasez de clero, pero es igualmente expresión del convencimiento sobre la importancia fundamental de la asamblea para mantener y manifestar una comunidad cristiana, teniendo una consideración especial con aquellos que no pueden abandonar su ambiente; y ha sido posible por la presencia de un grupo de cristianos que viven conjuntamente su fe en una comunidad local. Entre los aspectos positivos del fenómeno se ha subrayado el resurgir de una iglesia más consciente y responsable, más abierta y diversificada, más viva y fraterna.
Pero existen también varias dificultades: la precariedad de ciertos grupos; la dificultad de construir realmente la iglesia en asambleas con escaso número de participantes o con una presencia insuficiente de animadores; la persistencia de una mentalidad y de unos hábitos anteriores, que contribuyen a la continuación de una práctica tradicional más que al resurgir de un nuevo tipo de comunidad. Según informes, pueden recogerse experiencias muy diversas sobre la preparación e introducción de la nueva praxis; sobre las funciones del animador, en relación con los distintos servicios asumidos por los laicos dentro de la comunidad; sobre la manera de concebir y de ejercer la presidencia (mantenida como necesaria, pero con un papel a ser posible más discreto); sobre la sensibilidad en torno a la función del sacerdote responsable de una comunidad mayor.
Son significativas, y no sólo para la iglesia francesa, las orientaciones dadas por Pablo VI a los obispos franceses en 1977: "Afrontad igual-mente el problema de las asambleas dominicales sin sacerdote, en los ambientes rurales donde la aldea forma una cierta unidad natural tanto para la vida como para la oración; sería perjudicial desentenderse de él o dispersarlo. Compren-demos perfectamente la razón y las ventajas que de ahí pueden derivar para la responsabilidad de los participantes y la vitalidad de la población. El mundo actual prefiere estas comunidades a la medida humana, a condición, evidentemente, de estar atendidas con suficiencia, vivas y no cerradas en sí mismas como un ghetto. Os decimos, pues: proceded con discreción, pero sin multiplicar este tipo de reuniones, como si fuesen ellas la mejor solución y la última posibilidad. Ante todo, estad vosotros mismos convencidos de la necesidad de seleccionar con prudencia y de preparar a los animadores, laicos o religiosos, y de que ya en este nivel aparece de importancia capital el papel del sacerdote. Por lo demás, el objetivo debe seguir siendo la celebración del sacrificio de la misa, la única verdadera realización de la pascua del Señor. Y pensemos sobre todo en serio que estas asambleas del domingo no pueden bastar para construir comunidades vivas e irradiantes, en un contexto de población poco cristiana o que está abandonando la práctica dominical. Es menester crear al mismo tiempo otros encuentros de amistad y de reflexión, grupos de formación cristiana, con el concurso de sacerdotes y de laicos más formados, que puedan ayudar al ambiente a establecer relaciones de caridad y a tomar una mayor conciencia de las propias responsabilidades familiares, educativas, profesionales, espirituales'.

IV. Algunas conclusiones
Después de haber confrontado la copiosa bibliografía sobre la cuestión y las experiencias más conocidas, al menos en Europa, creemos poder ya sacar algunas conclusiones orientadoras.
1. Basados en los hechos más destacados, parece legítimo afirmarque el fenómeno de la propagación de las asambleas sin sacerdotes se debe ciertamente a la falta o escasez de clero y a la voluntad por parte de la iglesia de no abandonar a sus comunidades más "pequeñas, pobres y dispersas"; pero se debe también, en no pocas situaciones, a una viva presencia de laicos comprometidos, que desean asumir sus propias responsabilidades dentro de una iglesia que se renueva, construyéndose desde abajo.
2. Las asambleas sin sacerdotes pueden representar una solución pastoral provechosa en muchos ambientes eclesiales, donde las comunidades menores están olvidadas o atendidas con una apresurada misa dominical, desligada por otra parte de su vida y de todo compromiso de evangelización. El juicio podría extenderse no sólo a las zonas rurales, sino también a las grandes ciudades, en sintonía con la tendencia a formar grupos de barrio, de vecinos, de afinidad, que pueden llegar a servir de base sociológica de nuevas etperienciay de iglesia.
3. Los problemas abiertos y las dificultades existentes no deben hacer olvidar que nos hallamos solamente en los comienzos de una andadura, de la que brotan ya no pocos indicios alentadores, como la mayor corresponsabilidad, la vigorosa creatividad, el deseo de una mayor formación, la relación celebraciónvida, la progresiva iniciación en una más plena comprensión de la eucaristía y del sacerdocio ministerial.
4. Más en particular se subraya cómo, aun introducida por necesidad, esta nueva praxis "representa la ocasión privilegiada para traducir en realidades concretas las enseñanzas del Vat. II sobre el pueblo de Dios, ofreciendo a sus miembros la posibilidad de tomar parte activa en la vida de la iglesia y en hacerla realidad"1e; es decir, estamos asistiendo a la consolidación de un nuevo estilo de iglesia, que representa un hecho nuevo y de gran importancia para el futuro.
5. Y un último dato significativo que, bajo el signo de la evidencia, encuentra un eco vivo sobre todo en las iglesias jóvenes: las asambleas sin sacerdotes son el lugar donde más vivamente se plantea el problema de los ministerios a partir de las necesidades reales y de los carismas que se ponen de manifiesto en las comunidades, sin excluir "la posibilidad de admitir como elegibles para la ordenación sacerdotal a líderes reconocidos, salidos de niveles de comunidades cristianas de base de índole distinta"' En una palabra: estas nuevas experiencias, aunque recursos provisionales y precarios de una pastoral en difíciles situaciones, pueden llegar a ser punto de partida de una vigorosa renovación eclesial, capaz de desembocar en una profunda reestructuración de las comunidades cristianas.
[-> Mujer, IV, 2, e].
D. Sartore
BIBLIOGRAFIA: Keremer J., Celebración de la Palabra de Dios sin sacerdote, en G. Barauna, La sagrada liturgia renovada por el concilio, Studium, Madrid 1965, 313-352; Parés X., Las asambleas dominicales en ausencia de presbítero, en "Phase" 119 (1980) 393-404; Secretariado Nacional de Liturgia, Celebraciones dominicales en ausencia de sacerdote, Subsidia Liturgica 39, EDICE, Madrid 1981.

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