sábado, 14 de septiembre de 2013

Ascensión de Jesús. Liturgia.

Origen de la fiesta. Sabemos de una manera cierta que a partir del s. II se destaca, sobre el ciclo dominical en que se celebraba el recuerdo de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, una fiesta propia de la Resurrección, en el domingo que se consideraba el aniversario de este acontecimiento (v. PASCUA II). A partir, por lo menos, del s. III, se prolonga, durante 50 días, la solemnidad de la Pascua. En su origen todos esos días tenían un mismo valor y una misma finalidad: conmemorar el misterio pascual en toda su amplitud.
      En el s. IV el quincuagésimo día toma ya un relieve especial, hasta convertirse en una fiesta propia de clausura de la Pascua; se celebra en esta fecha la memoria de la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles (Act 2, 1 ss.). Sin embargo, existen diferentes testimonios de la época en que se instituye la fiesta de Pentecostés (v.), que hacen suponer que en este día se conmemoraba igualmente la A. del Señor. Probablemente lo que sucede es que nacen a la vez dos tradiciones que subsisten durante algún tiempo. En el fondo, una y otra tratan de solemnizar la plenitud pascual, pero mientras que algunas liturgias subrayan la Glorificación de Jesucristo y su retorno al Padre (Ascensión), otras se fijan más en la Venida del Espíritu Santo y la fundación de la lslesia (Pentecostés). En algunas partes, como en Jerusalén, en el día quincuagésimo coexiste una doble celebración: Pentecostés por la mañana y la A. por la tarde (Peregrinación de Egeria. Madrid 1963, 43; v. ETERIA).
      Pero, posteriormente, esta doble celebración se desglosó, a fines del s. IV o a comienzos del s. V. Testimonios no muy posteriores a la Peregrinación de Egeria dan cuenta de que en el mismo Jerusalén se celebra una fiesta de la A. 10 días antes de Pentecostés, es decir, 40 días después de Pascua (v. la lista de estos testimonios en R. Cabié, o. c. en bibl., 177). Tal fecha vino decidida, sin duda, siguiendo la cronología de los Hechos de los Apóstoles: Jesús, «después de su pasión se dio a ver en muchas ocasiones, apareciéndose a los discípulos durante cuarenta días» (Act 1, 3).
      En otras comunidades, como las de Antioquía y las de Italia del norte, ese desglose se produjo antes que en Terusalén. Pero la fiesta de la A., como solemnidad distinta y universal, no la encontramos propagada definitivamente hasta el s. VI.
      Liturgia y significado de la Ascensión. La fiesta de la A. estuvo precedida de tres días preparativos llamados Rogativas o Letanías (v. ROGATIVAS). Fueron introducidos hacia el 470-475 por el obispo galo Mamerto, con el fin de suplicar a Dios, con oraciones y actos penitenciales, su protección ante las calamidades que azotaban al pueblo en aquella época. En Roma se establecen a fines del s. VIII o principios del s. IX. Los ritos orientales siempre los han ignorado. Especialmente en la liturgia galicana hay una abundante lectura bíblica para esos tres días, pero sin relación directa con la A. Posteriormente se han considerado las Rogativas como días de plegaria intensa al Resucitado, para que al subir al cielo se vea acompañado espiritualmente de sus fieles e interceda por ellos al Padre según sus aspiraciones. A partir de 1960 se desligaron estos días de rogativas de la fiesta de la A. y se concedió a los obispos la facultad de trasladar ese triduo a otras fechas (cfr. Codex Rubricarum, AAS, 15VIII1960, c. X, 87). En el nuevo Calendario promulgado por Paulo VI se dice que las Conferencias Episcopales ordenan las Rogativas en lo que se refiere al tiempo y al modo de celebrarse, pudiéndose elegir para cada uno de estos días la Misa más adecuada entre las votivas del nuevo Misal (cfr. Calendarium Romanum, Typis Polyglottis Vaticanis, 1969, p. 17, nn. 4547).
      La fiesta de la A. tiene un esquema simple: se centra en la narración bíblica de ese hecho histórico. Con todo, al analizar los textos que nos ofrecen los diferentes ritos, hallamos una explicación muy completa del significado del misterio de la A.: la plenitud de la perspectiva escatológica de la Pascua. Al mismo tiempo pone a los fieles que la celebran en tensión hacia la inmediata venida de Jesucristo por medio de su Espíritu. A este respecto se insiste, bajo diversos puntos de vista, sobre el sentido de las palabras del Redentor: «Os conviene que yo me vaya. Porque, si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros» (lo 16, 7).
      La plenitud de la perspectiva escatológica de la Pascua se traduce particularmente en el significado del encuentro para siempre de Jesucristo, Hombre, con el Padre. Jesucristo sube al cielo «para hacernos partícipes de su divinidad» (Prefacio II de la A. en la liturgia romana), «para que a todos los que Tú el Padre le diste, les dé Él la vida eterna» (lo 17, 2). Por la glorificación del Señor se revela más el sentido de la vida eterna: es el encuentro, el perfecto «conocimiento de Ti, único Dios verdadero, y de Tu Enviado» (lo 17, 3). Jesucristo sube al cielo porque en «la casa del Padre hay muchas moradas... y yo voy a prepararos el lugar. Cuando me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré a vosotros y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros. Pues para donde yo voy, vosotros conocéis el camino» (lo 14, 24: lectura señalada para la A. en el leccionario galicano de Luxeuil). Seguir el camino de Jesucristo es «amarse los unos a los otros como yo os he amado» (lo 13, 3335: lectura del mismo leccionario para el mismo día). S. Pablo insiste en algunos aspectos del amor; lo considera como promoción de la unidad con los hombres y con Dios «que está sobre todos, por todos y en todos» a través de los diferentes dones que nos ha otorgado por la gracia de Jesucristo, quien «subiendo a las alturas llevó cautiva la cautividad y repartió dones a los hombres... El mismo que bajó es el que subió sobre todos los cielos para llenarlo todo» (Eph 4, 1 ss.: lectura para la A. en las liturgias galicana y ambrosiana, y desde el vers. 7 al 13 también para el rito romano en la vigilia de la fiesta).
      Para llegar al término del camino de Jesucristo es necesaria una transformación, prefigurada ya en las ascensiones del A. T. (la liturgia hispánica determina en el día de la A. la lectura del texto bíblico que narra el arrebato al cielo del profeta Elías: 2 Reg 2, 115). Este término nos viene descrito por el Apocalipsis, en la visión sobre la innumerable muchedumbre que participa de la gloria del Cordero (texto escogido por el antiguo leccionario de Bobbio para la misma fecha: Apc 7, 913). Subir Jesucristo al cielo significa que Él establece su presencia entre los hombres para siempre. Una oración del Sacramentario Gelasiano sintetiza el sentido de esa realidad: «Que según Tu promesa nosotros merezcamos que T ú vivas con nosotros sobre la tierra y nosotros siempre contigo en el cielo» (ed. H. A. Wilson, The Gelasian Sacramenaary, Oxford 1894, 107). La manifestación de la presencia de Jesucristo en los hombres y la de éstos en Él, se realizará plenamente por la efusión de su Espíritu, signo de unidad y de comunión: «En aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros» (lo 14, 20: lectura del leccionario galicano de Wolfenbüttel, seguramente para la A.). En todos los ritos hay una referencia constante al misterio de Pentecostés (v.), principio del camino de la Iglesia hacia el encuentro con los hombres y con Dios, hacia el día en que volverá Jesucristo «lleno de gloria» como Juez de la salvación.
      Antiguamente, después del Evangelio de la Misa de la A. el diácono apagaba el cirio pascual, signo de la Resurrección de Jesucristo, como para significar su A. Según el nuevo Misal el cirio ha de encenderse hasta la fiesta de Pentecostés. Después es conveniente tenerlo en el bautisterio y encenderlo durante la administración del Bautismo.
      En el nuevo Misal se han introducido además otras modificaciones. Además del antiguo prefacio, que ha sido corregido en sus últimas frases según el estilo propio de los prefacios del Tiempo Pascual, se ha añadido otro que desarrolla más el misterio de la A. La colecta está inspirada en estas palabras del sermón 1° sobre la A. de S. León Magno: «pues la ascensión de Cristo constituye nuestra elevación, y el cuerpo tiene la esperanza de estar algún día allí donde le ha precedido su gloriosa Cabeza; por eso, con dignos sentimientos de júbilo, amadísimos, alegrémonos y gocémonos con piadosas acciones de gracias» (PL 54, 396 B). La la y 3a lecturas bíblicas son las
mismas que en el Misal anterior, la 2a se ha tomado la Epístola a los Efesios, 1, 1723, que expresa la misma idea que la colecta y da el sentido dinámico de la obra salvadora de Cristo. La poscomunión ha sido compuesta con dos oraciones del antiguo Sacramentario Veronense o Leoniano (v.) y alude a la llegada al Reino, tema muy común en todo el Tiempo Pascual. En los días que siguen a la A. se hace presente la imagen de la Virgen y de los discípulos del Salvador que, ante la inminente venida del Espíritu Santo, «perseveraban unánimes en la oración» (Act 1, 14).
     

 

A. ARGEMÍ ROCA.

BIBL.: R. CABiÉ, La Pentecóte. L'évolution de la cinquantaine pascale au cours des cinq premiers siécles. Tournai 1965, especialmente 117197; P. MIQUEL, Le Mystére de l'Ascension, «Les Questions Liturgiques et Paroissiales» 220 (1959) 105126; I. DANIÉLou, Les Psaumes dans la liturgie de l'Ascension, «La MaisonDieu» 21 (1950) 4056; Asambleas del Señor. Fiesta de la Ascensión, n« 49; P. BENoiT, L'Ascension, «Rev. Biblique» 56 (1949) 160203; B. CAPELLE, Une messe de S. Léon pour l'Ascension, « Ephemerides Liturgicae» (1953) 201209.

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