La relación entre
la Biblia y la cultura es muy compleja y articulada. En efecto, la palabra de
Dios se encarna en unas coordenadas culturales concretas, asumiendo y creando
formas y modelos. En las tres voces siguientes, "ejemplares" y lógicamente no
exhaustivas, se quiere describir esta relación teniendo presente sobre
todo los aspectos culturales actuales. Existe una propia y
verdadera /"exégesis" en sentido amplio, que realizan los poetas, los pintores,
los escultores, los músicos sobre el texto bíblico, considerado no sólo como un
inmenso repertorio iconográfico y simbólico [/Símbolo], sino también como uno de
los códigos fundamentales de referencia expresiva y espiritual. La Biblia
ofrece, por consiguiente, un lenguaje, y el arte vuelve sobre la Biblia para
reinterpretarla.
La primera voz, lBiblia y arte, esboza ante todo
una reflexión "estética" bíblica, y sucesivamente describe algunos de los
modelos adoptados por el arte de todos los tiempos y de todo el Occidente para
releer y actualizar el texto bíblico. La segunda voz, /Biblia y literatura,
busca, a través de una línea diacrónica que va desde los orígenes de nuestra
lengua hasta hoy, identificar la continua presencia de la Biblia en el área
literaria castellana. La tercera voz está dedicada a la relación entre lBiblia y música; en torno al texto bíblico se ha tejido a lo largo de los
siglos una trama musical muy rica, que ha dado origen a algunas etapas
fundamentales en la misma historia de la música.
Naturalmente, esta fecunda interacción entre el arte y la
Biblia -según se indica con imágenes y ejemplos en la primera voz- podría
"seguirse" dentro de otras artes antiguas y nuevas: la pintura, la escultura, el
teatro, la cinematografía, el cómic, etcétera. Lo importante es captar esta
fuerza de creación y de transformación que la Biblia posee, y comprender cómo la
"gran exégesis" requiere también un trabajo de "Wirkungsgeschichte", según la
expresión recientemente introducida en la ciencia bíblica. Es decir, exige
considerar también la aportación hermenéutica de toda la tradición, incluido el
arte.
G. Ravasi
BIBLIA Y CULTURA:
SUMARIO. I. La
Biblia sobre el arte: 1. "Tób": una estética "circular"; 2. El mar, un
rebelde encadenado: la estética del ser; 3. "Como una bolsa de mirra": la
estética del "eros"; 4. El hombre, pastor y liturgo de la creación; 5. El
"alfabeto abigarrado" de los símbolos; 6. Ni iconoclastas ni adoradores del
becerro; 7. La danza de Dios. II. La Biblia es arte: 1. El microscopio
filológico; 2. "Lo gramatical y lo verdaderamente teológico"; 3. El jardín de
los símbolos; 4. El ricino, el gusano, el viento: el relato bíblico. III. La
Biblia y el arte: 1. Entre los giros del viento y en escalas de luz; 2.. La
sed de la cierva:
el modelo reinterpretativo; 3. Allá arriba, en el
monte Moría: el modelo actualizante; 4. El "Dios alienante" de Aarón y
de Moisés: el modelo degenerativo; 5. "Laudate Dominum omnes gentes": el
modelo transfigurativo.
Si vamos más allá de su desnudez y de su claridad, incluso estereotipada, el título Biblia y arte resulta
casi imposible y dramático. En efecto, se trata de identificar la trama
de relaciones que se dan entre dos mundos muy fluidos y complejos. La
Biblia, por un lado, recoge un arco literario que, después de una
indefinible prehistoria oral, fue cristalizando al menos durante doce
siglos, desde las soberbias odas del siglo xx a.C. (p.ej., Jue 5;Sal 29)
hasta los escritos de literatura menuda que son los evangelios,
nacidos en plena época imperial romana. Por otro lado, hablar de arte,
de su estatuto constitutivo y de sus manifestaciones es algo así -por
usar una imagen de Orígenes- como fiarse de un pequeño madero para
cruzar un océano de misterios. Pero entre estos dos mundos se ha
desarrollado una secuencia ininterrumpida de comunicaciones y de
choques, bien porque la Biblia misma se presenta como producto artístico dotado
de su propia teoría estética, bien porque el arte de todos los siglos
se ha ido repetidas veces abrevando de la iconología bíblica, como de su
referente principal. La inmensidad del océano nos invita a reducir nuestro
itinerario sólo al AT, un área literaria e histórica ya de suyo muy amplia y
quizá menos conocida actualmente en el campo cristiano de lo que era
antiguamente.
I. LA BIBLIA SOBRE EL ARTE. La "dramaticidad" de la
confrontación aparece ya de antemano cuando se intenta un esbozo de la teoría
estética que presupone la Biblia. La perspectiva bíblica es en este sentido
rigurosamente simbólica, unitaria y compacta, y por tanto sumamente densa
en significados y nutrida de interrelaciones [/Belleza].
I. "TÔB": UNA ESTÉTICA "CIRCULAR". Como modelo descriptivo
podemos tomar el vocablo estético fundamental, el hebreo tôb, que
se repite 741 veces en el AT (presente sobre todo en la lírica de los salmos: 68
veces). Si intentamos aislar su significado recurriendo a un buen léxico, nos
encontramos con esta (u otra parecida) letanía simbólica: "agradable,
satisfactorio, gustoso, útil, funcional, recto, hermoso, bravo, verdadero,
benigno, bello, correcto, hábil...". Lo bello bíblico y semítico es circular.
Supone ciertamente la belleza propia y verdadera: bello es lo creado, según
Gén 1; bella es la tierra de la libertad que Dios ofrece a Israel (Éx 3,8; Dt
1,35 3,25; 4,21.22; 6,17; 8,7.10; 9,6; 11,17). Pero también es tób la
celebración de la bondad ética, como se ve frecuentemente en la literatura
sapiencial, sobre todo la proverbial, y por ejemplo, como se dice en el anuncio
de un rey bueno a Israel, después de Saúl (1Sam 15,28).
Tób es también la expresión
de la santidad divina, de su trascendencia abierta hacia el hombre a
través de la alianza, como se canta a menudo en el Salterio (Sal 25,8; 34,9;
73,1; 86,5; 119,68; 135,3; 145,9). Tób es el agrado sensorial de un
paisaje encantador (Ez 17,8) y la ternura de sentimientos que siente Elcaná
por Ana, la futura madre de Samuel (1Sam 1,$). Tób es la verdad, pero
concebida según la gnoseología bíblica, que conoce intelectualmente,
volitivamente, pasionalmente y efectivamente (Sal 111, 10; 119,71.72; Prov
15,23; 17,5.26; 18,5; Qo 5,17; cf Prov 3,14; 8,11.19; 12,9; 15,16-17;
16,8.16.19,32; etc.). Tób es una categoría dinámica, operativa, creativa,
vital ("hacer el tôb" en Is 5,20; Jer 13,23; Am 5,15; Miq 3,2; Sal
14,1.3; 34.15; 37,3.27; 38,2). Por esto los LXX usaron con esmero por lo menos
tres registros léxicos para traducir el círculo semántico de tób:
desde kalós, hermoso, hasta agathós, bueno, y el más indefinido
jréstós, útil, agradable.
A esta luz tób es, ante todo, Dios. Se trata de una
belleza-bondad que puede experimentarse casi físicamente, como dice la densa
expresión del Sal 34,9: "Gustad y saboread cuán tób es el Señor" (cf Sal
27,13 con el verbo contemplar). Tôb es también lo creado, como se repite
en cada una de las obras del hexamerón sacerdotal de Gén 1: "Vio Dios que
era bueno" cada uno de los seres creados. Para el hombre se utiliza el
superlativo tób me'od, puesto que es la hermosísima imagen y semejanza
de Dios (Gén 1,31). En el NT, Cristo, imagen del Padre (Col 1,15), se
revelará en todo su esplendor como resplandor de la gloria divina (Heb
1,3). Y en Jn 10,11.14 él mismo afirmará curiosamente: "Yo soy el pastor
kalós':' también aquí una belleza bíblica, circular, que comprende la
gracia, la belleza, la fascinación, la plenitud, la eficacia, la salvación.
2. EL MAR, UN REBELDE ENCADENADO: LA ESTÉTICA DEL SER. Esta
estética global que nos ofrece la Biblia abre evidentemente muchas cuestiones.
Pone de nuevo sobre el tapete las disputas eternas de las relaciones entre estética y ética, entre humanismo y ciencia. Y sobre
todo es el preludio para una reflexión simbólica sobre el ser. En efecto, la
Biblia contiene su propio proyecto de representación de la dialéctica del ser,
precisamente a través de la intuición simbólica y poética [/Símbolo]. Siente un
desconcierto abismal delante del mar, imagen de la nada y del caos, expresión
del anti-tób, del ra ; es decir, del mal y de lo feo. Las páginas
incandescentes de Job 40-41, citadas casi íntegramente en el Moby Dick de
Melville, ponen en escena a los dos monstruos caóticos Behemot y Leviatán,
semejantes a máquinas horribles teriomórficas, que atentan contra el esplendor
de la creación. La estrofa de Job 38,8-12 representa a Dios fajando con pañales
él mar, como si fuera un niño rebelde, y encerrándolo luego con puertas y
cerrojos invisibles a lo largo del acantilado.
Sin embargo, la Biblia está convencida de que, a pesar de
esta lucha, existe un `esah, es decir, un proyecto operativo armónico, a
través del cual Dios da sentido y belleza al ser sin abandonarlo al abismo.
Pensamos en el sentido que se deriva de esa gran orquestación de la "semana
cósmica" de Gén 1, en que la masa indefinida de las aguas, del viento y de las
tinieblas, del tóhü wabóhü (semejante al que representa el Bosco en los
paneles externos del tríptico de Madrid) se separa y se adorna para
constituir la arquitectura admirable del cosmos. Es verdad que la tensión
permanece: seguimos estando suspendidos sobre la nada y el caos; la creación
está siempre en vilo, y el diluvio (Gén 6 9) es el testimonio del límite y de la
fealdad del universo, la prueba de la oscilación del hombre hacia el silencio
del ser y hacia el mal. En este sentido es perfectamente bíblico el maridaje
entre la creación y el juicio realizado por Miguel Ángel en la Sixtina; bastaría
con leer el salmo 65, que conjuga una súplica por el perdón de los pecados con un
himno a la naturaleza primaveral. Pero esta tensión bipolar entre el ser y la
nada, entre el bien y el mal, entre lo bello y lo feo está siempre inscrita
dentro del plan de aquel que simbólicamente afirma (contra toda tentación
dualista y disociativa del ser): "Yo soy el Señor, no hay ningún otro... Yo
formo la luz y creo las tinieblas; doy la dicha y produzco la desgracia; soy yo,
el Señor, quien hace todo esto" (Is 45,5-7).
El Dios de Israel puede entonces decir y querer como un
"yo" personal, puede edificar proyectos armónicos y diseñar mapas históricos.
Por el contrario, el dios sumerio Enlil es todo oscuridad: "Enlil -canta un
himno sumerio-, tus muchas perfecciones nos vuelven atónitos; su naturaleza
secreta es como una madeja enredada que nadie sabe devanar, es un embrollo de
hilos de los que no se ve el cabo". La lectura de la historia por parte de la
Biblia corresponde al descubrimiento de una trayectoria armónica con una
proyección mesiánica. Para el antiguo Oriente, por el contrario, era una cadena
cíclica, representada litúrgicamente en la fiesta del akitu, el comienzo
del año babilonio, donde, a través de una pantomima sagrada, se ponía un ritmo
cúltico al ciclo anual. Las tres solemnidades fundamentales de Israel, sin
embargo, a saber: la pascua las semanas y las chozas, se transforman de fiestas
estacionales (primavera, verano otoño) en fiestas históricas, abandonan el
mecanismo cíclico naturalista para confiarse a la sorpresa del Dios liberador
del éxodo y de la alianza.
El tób es entonces el descubrimiento de esta armonía
entre el ser y la nada, de este equilibrio histórico entre el bien y el mal,
equilibrio dirigido por Dios y abierto a_un tób mesiánico en donde "el
mar ya no existirá... y no habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni pena" (Ap
21,1.44). C. Magris ha tomado recientemente el "anillo de Clarisse" (Turín 1984)
como emblema sugestivo de una visión estética y ética sin centro; en efecto,
Clarisse es el personaje femenino en el que Robert Musil ha impreso los rasgos
de Nietzsche como poeta del nihilismo. El anillo que ella se saca del dedo no
tiene centro, como tampoco tienen centro ni fin la vida, la historia, el ser.
Para la Biblia, por el contrario, el compendio simbólico del ser está en la Sión
que celebra el salmo 46. A través del simbolismo del seno maternal, la
"metrópoli" fecunda es como un centro cósmico y un hortus conclusos
paradisíaco, recorrido por arroyos y ríos: "Un río y sus canales alegran la
ciudad de Dios, la más santa morada del Altísimo" (v. 5). Todos los pueblos de
la tierra "bailan y cantan a coro: `En ti están todas mis fuentes"' (Sal 87,7);
Sin embargo, fuera de Sión se desencadena la tempestad planetaria del caos, de
la nada y del mal: "Sus aguas rugen y se encrespan sus olas, ellas se alborotan
y los montes retiemblan... Braman las naciones, vacilan los reinos, la tierra se
deshace" (Sal 46,4.7). No obstante, siempre hay un equilibrio entre el terremoto
y la roca de Sión, un equilibrio armónico que corresponde al proyecto cósmico de
Dios. "Por eso no tememos, aunque la tierra se conmueva y los montes se
desplomen en el fondo del mar" (v. 3).
3. "COMO UNA
BOLSA DE MIRRA": LA ESTÉTICA DEL "ERGS". El tób bíblico
ignora todo angelismo, todo dualismo; rechaza la visión del platonismo popular,
según la cual el sóma es sima, sepulcro y cárcel del alma. La
belleza de la persona es global, según la conocida unión psicofísica de la
antropología bíblica. Si es verdad que "el discurso sobre el cuerpo del
hombre sigue sufriendo aún antiguos recelos" (V. Melchiorre),
no nacen ciertamente de la Biblia en cuanto tal. Si se quiere adoptar la ya
célebre distinción entre el Kdrper, el cuerpoobjeto, ,y el Leib,
es decir, el sentirse cuerpo, "el sentimiento fundamental del propio yo" (Rosmini),
hemos de decir que la Biblia sigue sin vacilaciones la segunda perspectiva,
llegando incluso a considerar el cuerpo -es decir, el hombre y su trama de
relaciones ad extra- como "sacrificio vivo, santo y agradable a Dios". Y
sólo esto es el verdadero culto espiritual (Rom 12,1). Bajo esta luz la
belleza del cuerpo se despoja de todo fisicismo objetual pornográfico y el
eros auténtico se despliega gozoso, haciéndose signo de comunicación,
abierto a la perfección necesaria del amor.
He aquí dos ejemplos iluminadores sacados de una de las
obras más fascinantes del AT, el Cantar de los Cantares. Después de haber
buscado por las pistas polvorientas de los pastores, la esposa del Cantar ha
encontrado finalmente a su mozo y está ahora abrazada a él en un palacio creado
por la misma naturaleza: "Vigas de nuestra casa son los cedros; cipreses, los
artesonados"(1,17). Los dos están estrecha y cariñosamente unidos: "Su izquierda
está bajo mi cabeza, y su diestra me tiene abrazada" (2,6). Y la mujer exclama:
"Bolsita de mirra es mi amor para mí que reposa entre mis pechos" (1,13). La
mirra, resina olorosa preciosa, era llevada por las mujeres en una bolsita
colgada sobre el pecho, de forma que envolviera con su perfume penetrante todo
el cuerpo. El hombre, apretado en un abrazo, es visto por aquella mujer como
aquella bolsa de mirra; en contacto con su piel él se ha convertido casi en su
verdadero perfume. Es admirable, entre otras cosas, el original, que
literalmente describe al amado como aquel que
pernocta en los senos de la esposa. Es la
descripción de un refugio sereno y dulcísimo, en donde los temores se disipan y
se tiene la impresión de estar en un jardín de delicias y de aromas. El eros
de esta imagen no podía pasar inobservado. Y he aquí que fueron los padres
de la Iglesia los primeros en demoler este sabroso sentido primario ¡afirmando
que los dos senos son el AT y el NT, a cuyo estudio consagra sus noches el
investigador!
El otro texto ejemplar es el célebre canto al cuerpo,
presente en Cant 4. En él el autor convoca todo el panorama de Palestina para
descubrir sutiles alusiones al esplendor físico de la mujer. Los ojos brillan a
través del velo; el velo esconde y revela al mismo tiempo en un juego alusivo
lleno de fascinación. Pero dejemos la palabra al poeta: "Como cinta de escarlata
tus labios, tu boca encantadora. Tus mejillas, mitades de granada a través de tu
velo. Como torre de David tu cuello, edificado como fortaleza; mil escudos de
ella penden, todos los paveses de los héroes. Tus pechos, como dos crías
mellizas de gacela que pacen entre lirios" (4,3-5).
Y también, en el segundo canto al cuerpo del capítulo 7,
donde la sulamita es captada en los movimientos de la danza: su retrato parte de
sus pies para ir subiendo hasta la cabeza sin reparos pudorosos: "Tu ombligo es
un ánfora redonda, donde no falta vino aromático. Tu vientre, un cúmulo de
trigo, rodeado de lirios" (7 3).
Contra todo intento de reducir la belleza del Cantar a mera
apariencia recurriendo a excesos alegóricos, deberíamos recordar las palabras de
un místico persa, Al-Kashiani, muerto por el 1330: "El verdaderamente bello es
Dios, y todo lo que hay de gracioso y bello en el mundo es una manifestación de
su belleza. Y como Dios ha creado al hombre a su imagen -bello e inteligente-,
cada vez que descubre un ser bello, las pupilas de su entendimiento se sienten
atraídas hacia él y en dirección a él se inclina su vida íntima". Sobre este
tema del "gozo" estético de Dios volveremos más tarde.
4. EL HOMBRE, PASTOR Y LITURGO DE LA CREACIóN. En la
armonía fundamental que revela el horizonte del ser, el arte tiene una función
hermenéutica decisiva. Es curioso advertir que, dada la incapacidad congénica
semítica para la abstracción, la tradición yahvista para indicar simbólicamente
la nada recurre a la ausencia del hombre: en Gén 2,5-6 el mundo no existe porque
"no había hombre que cultivase el suelo" haciendo salir de la tierra el agua de
los canales para regar el suelo. Por eso la primera criatura según la misma
tradición es el hombre (Gén 2,7). Sin el hombre el mundo está mudo: para la
Biblia es como el pastor del ser, el liturgo de la creación a través de su
contemplación y de su acción, a través de su arte y de su ciencia (el dar
nombre a los animales en Gén 2,1920 es un símbolo sapiencial para indicar la
conquista científica y cultural). El lenguaje es en cierto sentido la casa del
ser y el templo de la alabanza.
Resulta sumamente sugestivo el Sal 148, "una liturgia
cósmica en la que el hombre es sacerdote, cantor universal, predicador y poeta"
(F. Delitzsch). El es el artífice de una coreografía cósmica, el director del
coro en que participan los monstruos marinos, los abismos, los cielos, el fuego,
el granizo, la nieve, la niebla, el huracán, los montes, las colinas, los
árboles frutales, los cedros, las fieras, los animales domésticos, los reptiles,
las aves. En el salmo 150, a la orquesta del templo de Jerusalén se asociará en
la alabanza "todo cuanto vive" (v. 6). Por eso el hombre, "llamándolos por su
nombre, pone en orden a los seres: en el cielo, dos astros según los tiempos y,
aparte, las estrellas; por un lado los árboles frutales, por otro los cedros; en
un plano los reptiles y en otro las aves; aquí los príncipes y allí los pueblos;
y en dos filas, dándose quizá la mano, los jóvenes y las muchachas. Dios los ha
establecido dándoles un puesto y una función; el hombre los acoge, dándoles un
lugar en el lenguaje, y así dispuestos los conduce a la celebración litúrgica"
(L. Alonso Schökel). El hombre participa en la construcción de la gran obra
maestra del cosmos con su lenguaje y su contemplación.
5. EL "ALFABETO ABIGARRADO" DE LOS SÍMBOLOS. Para la
Biblia, como para toda manifestación del arte, el símbolo con su fuerza
unificadora, con su reto a la expresión de lo inefable, con su reconstrucción
armónica de todos los hilos de la trama del ser, es por excelencia el gran
instrumento estético y teológico. Escribía atinadamente C. Geffré: "Si por
dogmática se entiende la inteligencia de la fe, quizá habría que dejar de pensar
en que sólo el lenguaje formal es `serio' en teología. Idealmente, una teología
simbólica debería recoger en un bello discurso las referencias simbólicas, la
reflexión especulativa y la presencia del debate contemporáneo". En este sentido
teología y arte son ciencias hermanas, y la Biblia es el testimonio supremo de
esta "fraternidad".
En estos últimos años las investigaciones sobre el material
simbólico bíblico se han hecho especialmente matizadas, recurriendo muchas veces
a algunos métodos de análisis como el que presenta G. Durand, basado en una
constelación de tipo antropológico: la postura erecta ascensional (cabeza, cima,
alba, ángel, cielo, Padre...) y descendente (pies, noche, tierra, caída, pozo,
infierno...), la horizontalidad y el acurrucamiento fetal (sueño,
maternidad, intimidad, líquido, casa, albergue, nutrición...), el dinamismo
cíclico del tiempo (ciclos lunares, estaciones, muerte-resurrección, rotaciones
agrícolas...) y el separador (luz-tinieblas, agua-seco, el opus separationis
de Gén 1,4-13, el fuego, la espada...). Lo cierto es que estas estructuras
simbólicas coordinadoras experimentan dentro del marco de la literatura bíblica
asimilaciones, aclimataciones, reelaboraciones, connotaciones de todo tipo.
De todas formas éste sigue siendo uno de los terrenos más
fértiles en donde proseguir las excavaciones del texto bíblico. Desde este
ámbito se puede reconstruir mejor la teoría estética bíblica y su relativa
capacidad de provocación, de comunicación y de intuición en el terreno del arte.
En efecto, la Biblia ha sido la cantera de donde han salido tantas estatuas del
arte cristiano, la "mina de la que se han extraído" tantos motivos y tantos
materiales figurativos (cf Is 51,1). Durante siglos, ella ha sido el mayor
repertorio simbólico e iconográfico de la humanidad; ha sido, como decía Chagall,
"el alfabeto de color de la esperanza", el "jardín de la imaginación" (Eliot),
las vidrieras transparentes de nuestro apocalipsis (Claudel), el atlas de toda
la tradición artística occidental.
6. NI ICONOCLASTAS NI ADORADORES DEL BECERRO. "No te harás
escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en el cielo, o aquí abajo en la
tierra, o en el agua bajo tierra". Esta disposición del primer mandamiento (Éx
20,4) ha recorrido todos los siglos de la historia veterotestamentaria,
ramificándose en el Israel posterior, que sólo en el siglo iii d.C., con la
admirable sinagoga "periférica" de Dura Europos (ahora en el museo de Damasco) o
con la necrópolis galilea de Bet She'arim tendrá el coraje de infringir
alegremente este mandato. Es un precepto que penetró con sumo rigor en el islam,
el cual recurrirá a las secretas magias de los "arabescos" para expresar
complicadas iconografías del espíritu. Es un precepto que mezclará las
instancias políticas con las excitaciones religiosas en la iconoclasia de
Oriente y que llegará a salpicar también al Occidente en ciertos aspectos de la
reforma protestante. Esta opción sublime y trágica del silencio anicónico tiene
en Israel un sentido negativo y positivo a la vez. Es el rechazo de la
materialización de lo sagrado, de la reducción inmanentista de Dios a objeto
manipulable; es la consecuencia de una mentalidad rigurosamente simbólica y
sintética, que no distingue entre sujeto e imagen, entre divinidad y estatua,
entre persona y retrato, confiada como está en la eficacia del símbolo.
Pero, positivamente, Israel sustituye la imagen divina por
la Palabra y por la Vida. En efecto, la Palabra, que cristalizó luego en el
Libro, se convierte en la expresión más viva de Dios, y el hombre viviente se
transforma en la "imagen" -en hebreo selem, estatua; en griego eikón,
imagen- de Dios (Gén 1,26-27). Israel rechaza la representación inmanente,
prefiriendo el signo de la palabra, que es más trascendente. Es ejemplar en este
sentido la escena de Éx 32-34: en el registro superior del relato nos
encontramos con Moisés en la teofanía tempestuosa del Sinaí en contacto con la
Palabra, que se hace piedra en las tablas de la alianza; en el cuadro inferior
de la llanura está el toro fecundador, representación baálica de Yhwh, reducción
del Dios de Israel a los mecanismos biológicos de la fertilidad.
Sin embargo, la Biblia no es iconoclasta; no se reduce a
una colección de teoremas abstractos. Es una historia de la salvación, como se
proclama en el "credo" de Dt 26,5-9, de Jos 24,1;13 y del salmo 136; es una
revelación profética y sapiencial del proyecto de Dios en las obras y en los
días del hombre; es, en Cristo, la celebración de la encarnación de lo divino en
las coordenadas de lo humano. Por eso el texto bíblico está plagado de símbolos,
de imágenes, de escenas cósmicas, de figuras concretas y vivientes, hasta el
punto de que se convierte en un repertorio iconográfico ciertamente más rico que
el griego o que el indio. Existe, por tanto, una vigorosa mitología
bíblica en el sentido bultmanniano de la palabra, es decir, una representación
histórico-carnal de la presencia misteriosa de Dios. Pero esto no significa la
aceptación de la mitología oriental, una reducción de la divinidad al ciclo de
la naturaleza y a las energías de la historia. Por tanto, ni seguidores de una
iconoclasia espiritualista ni adoradores de un becerro materialista.
7. LA
DANZA DE DIOS. Objetivo fundamental
de la literatura sapiencial bíblica es el de mostrar la "cosmicidad" del ser, es
decir, su orden armonioso y su belleza debido al hecho de ser la actuación de un
proyecto de la mente de Dios o, mejor dicho, de su sabiduría. Por eso se
representa a Dios en su creación como a un arquitecto que está diseñando su obra
maestra cósmica y se abandona a esa creación con la embriaguez de un artista
totalmente conquistado por su criatura. En Sab 7,21 se define expresamente a la
sabiduría creadora de Dios como "arquitecto de todas las cosas".
Pero la idea de Dios artista está genial y fantásticamente
elaborada en el arcaico autohimno de la sabiduría presente en Prov 8,22-31.
Nuestra atención se detiene particularmente en los versículos 30-31: "Yo estaba
a su lado, como ámón, y era su danza cada día, danzando todo el día en su
presencia, danzando en su orbe terrestre y encontrando mis delicias con los
hijos de los hombres".
La sabiduría divina está personificada en un modelo
simbólico expresado con el hapax misterioso ámón, del que se dan
dos interpretaciones. La primera, partiendo del contexto (v. 31), le da al
vocablo el sentido de "favorito, querido, niño hermoso". El mismo Miguel Angel,
en su Creación de la Sixtina, introduce a un joven que representa la
sabiduría, la mente creadora de Dios, divirtiéndose en el inmenso "atelier" de
la creación. La otra versión, por el contrario, basándose en el acádico
ummanu ("consejero, proyectista"), prefiere traducir ámón por
"arquitecto". Son posibles los dos sentidos. Pero el primero está aconsejado por
la imagen estupenda de la creación como danza divina: el verbo repetido tres
veces (shq) es el que se destina a describir la danza y la risa de los
jóvenes (Zac 8,5; Jer 30,19; 31,4; 1Sam 18,7), a representar el juego de los
niños (Job 40,29; Sal 104,26), a definir la danza
sagrada del culto (2Sam 6,21; 1 Crón 15,29). La creación se interpreta
entonces según una analogía "lúdica" y "estética" (Sal 104, 24.29; Job 40,
25ss), analogía que ha suscitado cierto interés en la teología contemporánea (H.
Cox, H. Rahner, H.U. von Balthasar). Es una intuición que pertenece a muchas
culturas; y que se concretó, por ejemplo, en la danza de los derviches sufíes de
Konya (Turquía), seguidores del gran místico islámico Jalal ed-Din Rumi Mevlana.
A través de la danza, de la contemplación estética y extática, del juego libre y
creativo, de la celebración festiva y gozosa, se entra en comunión con el Dios
creador, con el Dios alegre, con el Dios sabio, arquitecto y artista del
universo.
II. LA BIBLIA ES ARTE. Nuestra modesta propuesta de una
lectura "estética" de la Biblia (en particular del AT) sugiere sustancialmente
dos movimientos de análisis. El primero es centrípeto, y supone el retorno al
texto antiguo, a su fragancia y a su riqueza casi inagotables. La Biblia se
presenta como obra literaria, poética y narrativa, abierta también
implícitamente a las otras manifestaciones del arte. ¿Cómo no sentirse
conquistados por la planimetría urbanista de la Jerusalén utópica trazada por Ez
40-48, topografía de la esperanza de un profeta desterrado "junto a los ríos de
Babilonia", a millares de kilómetros de distancia de la ciudad santa? ¿Cómo no
sospechar que la arquitectura del templo salomónico dibujada por 1Re 5-8 y por 1
Crón 22-2Crón 2 no es un compendio cifrado de la bipolaridad entre la
trascendencia y la inmanencia divinas? ¿Cómo no vislumbrar en el cuerpo del
joven que describe Cant 5, 10ss la alusión al perfil de una estatua egipcia con
cabeza y manos de oro, vientre de marfil, piernas de alabastro sobre un pedestal
de oro fino (cf Dan 2,31ss)? ¿Cómo no sentir un flujo melódico en la
convocatoria de los instrumentos musicales utilizados en el templo según el
salmo 150 (el cuerno, el arpa, la cítara, el tímpano, las cuerdas, las flautas,
los timbales)? ¿Cómo no intuir aunque sólo sea un bosquejo de drama cuando en el
Cantar se alternan las voces de él, de ella y del coro o cuando en Job el
protagonista forma un contrapunto continuo con los amigos o con Dios? ¿Cómo no
compartir, cuando se leen las reflexiones amargas del Qohélet o las serenas y
esperanzadas del libro de la Sabiduría, la definición de la
hokmah, es decir, de la
sabiduría bíblica, que D. Lys ha traducido por "filosofía"? ¿Cómo no ver en la
acción simbólica de Ezequiel con la tablilla de barro sobre la que está dibujada
Jerusalén sitiada una especie de miniatura primitiva (Ez 4-5)? ¿Cómo no
imaginarse en el cuadro esmaltado de la primavera del salmo 65,10ss una tabla
"pensada" y "soñada"?
Pero dejando entre paréntesis estos detalles, nos damos
cuenta en una primera lectura de que la Biblia se ofrece como un producto
literario, poético, épico, narrativo, filosófico, histórico, etc. Por su misma
naturaleza rechaza toda lectura fundamentalista o literalista; no se contenta
con un mero análisis filológico -ciertamente necesario-, sino que postula una
exégesis completa, que conozca también la dimensión estética en sentido pleno.
Desgraciadamente hay que confesar que una Exegese als Literaturwissenschaft,
como decía el título de un discutido pero interesante volumen de W. Richter,
está aún en sus comienzos; se trata, sin embargo, de un campo espacioso de
investigación en el que empiezan a moverse algunos estudiosos.
La aportación que esperamos es coral y múltiple. Las
ciencias lingüísticas y literarias contemporáneas hace ya varios años que están
ofreciendo instrumentos y métodos para una aproximación sincrónica al texto
bíblico, paralela e independiente respecto a la diacrónica de la exégesis
histórico-crítica. Se asiste así a varias "lecturas estructuralistas" de la
Biblia, como la de R. Lack (Roma 1978) o la de Gremas en su Initiation á 1
ánalyse structurale (París 1976) y de los Signos y parábolas del
Grupo de Entreverñes (Turín 1982). W. Egger, en la obra colectiva Per una
lettura molteplice della Bibbia, aplica el modelo narratológico de C.
Bremond, mientras que R. Barthes, L. Marin y J. Starobinski han intervenido en
ciertas ocasiones presentando textos bíblicos junto con los exegetas
tradicionales. Puede decirse que se ha desarrollado ya una pequeña pero
significativa galaxia de estudios exegéticos estructurales [/Exégesis IV, 2b].
La poesía bíblica, por otra parte, ofrece un repertorio muy
abundante de símbolos, a cuya catalogación y definición se procede con las
citadas metodologías de análisis simbólico. En la época del ordenador tampoco
falta el recurso al operador electrónico; son conocidos los experimentos de las
universidades de Haifa y de Aquisgrán sobre el texto de Isaías para la
identificación de las pluralidades léxicas y estilísticas, signo de una
pluralidad de autores. El trabajo de elaboración automática de la Biblia sigue
adelante en París en el Centro de Análisis y de Tratamiento automático de la
Biblia, y con la aportación de la Association Internationale Bible et
Informatique, y en Hamburgo, con el Deutsches Elektronen Synchroton. Estamos,
pues, ante nuevos capítulos de la exégesis bíblica; capítulos de difícil
descripción, a menudo totalmente desconocidos para el mundo académico de
nuestros ambientes. Se trata de un área en fermentación, todavía por planificar,
pero necesariamente abierta a aportaciones interdisciplinares. Recordando
siempre, sin embargo, las palabras de uno de los más grandes místicos judíos
medievales, B. Ibn Paquda(siglo xi) en su obra Los deberes del corazón:
"Es una locura extraer de las páginas bíblicas sus sentidos dejando al uno o al
otro en libertad. Se trata de un collar de perlas ensartadas; si dejamos libre
sólo una, el lazo se rompe y se escapan todas las demás: Ordena todos esos
sentidos, y cada uno ayudará a comprender los otros".
I. EL MICROSCOPIO
FILOLóGIC0. Nuestro breve itinerario
panorámico en el redescubrimiento de la Biblia como obra de arte intenta ser
precisamente la recomposición de una cadena de perlas diversas en su
luminosidad. Más que formular leyes de teoría literaria, procederemos
empíricamente mediante testimonios y ejemplos. Comenzamos nuestra lectura
"estética" de la Biblia con una primera lente similar a la de un microscopio y
destinada, por tanto, a células sintácticas, léxicas y verbales mínimas, es
decir, a lo particular. Se trata de la filología, instrumento exaltado en el
pasado hasta el punto de haber cegado a muchos, y que ahora se desprecia muchas
veces por falta de preparación, pero absolutamente indispensable; aunque
integrado en otros instrumentos: El exegeta necesita un microscopio para
examinar minuciosamente el texto; el cristiano tiene necesidad de un anteojo
para discernir en qué dirección apunta el mensaje" (J.-P. Charlier).
Sin la base filológica, el texto se reduce a una superficie
plana; pero con la sola filología el texto puede quedar atomizado en partículas
mínimas o en trozos dispersos. De todas formas, a través del análisis filológico
el texto revela sus matices sutiles, sus polisemias, sus alusiones. Veamos
algunos ejemplos. Job 7,6 contiene en el original una asociación fonética entre
un qallu, "huyen", y un yiqetu, "se esfuman"; pero sobre todo
juega con una homofonía entre dos vqcablos distintos tiqwah, que
significan uno "esperanza" y otro "hilo". Si en la versión es imposible recoger
el parentesco fonético entre "huir" y "esfumarse", todavía resulta más difícil
jugar con la homofonía, ya que "hilo" y "esperanza" son muy diferentes entre sí;
sin embargo, en el texto hebreo los dos significados están presentes al mismo
tiempo, evocados por el símbolo ("la lanzadera' y por el tema (la fragilidad
humana). Las versiones castellanas pierden todos estos valores del dístico.
También parece incomprensible, o al menos extraña, una
comparación de Cant 7,6. El esposo celebra de esta forma los cabellos de su
encantadora esposa: "La melena de tu cabeza cual la púrpura, un rey en tus
canales (rizos, trenzas) está preso". La melena sería de un color rubio subido,
parecido a la púrpura, mientras que las trenzas serían tan fascinantes que un
rey (el esposo) se ha dejado prender por tan dulces cadenas. El esposo está
enredado en la red de aquellos rizos; pero ¿por qué en el original hebreo se
habla de "canales"? Ciertamente hay una referencia al movimiento suave, ondulado
y leve de los cabellos semejante al correr de las aguas de un canal. Pero en
Oriente se preparaba y se teñía la púrpura en los canales; por eso nace entonces
en la mente del poeta la atrevida relación entre los cabellos y la púrpura,
prescindiendo del color de la melena.
Uno de los salmos más arcaicos es ciertamente el salmo 29,
que parece construido sobre un entramado léxico y sobre una teología ligados al
mundo cananeo, la cultura indígena de Palestina. El texto sigue el despliegue de
una tempestad y está marcado todo él por el ritmo del retumbar de los truenos,
de forma que ha sido definido como "el salmo de los siete truenos". En efecto,
la sutil fascinación del poema se deriva del hecho de que en hebreo el término
onomatopéyico qól no sólo significa "trueno", sino igualmente "voz". Por
eso el retumbar del vocablo por siete veces evoca el ruido bronco y el terror de
la tempestad. Se oyen los primeros truenos en la lejanía; la tempestad viene del
Mediterráneo (v. 3). Los truenos se acercan, resuenan sobre la tierra firme,
mientras que los cedros altísimos del Líbano y del Hermón (Sarión), ante aquella
implacable irrupción, se ven sacudidos por los rayos, y las cadenas montañosas
se sobresaltan como animales asustados (vv. 4-6). La tempestad está ya sobre el
espectador (vv. 7-9): los relámpagos ciegan la vista, la estepa meridional se ve
envuelta en aquel torbellino que hace parir prematuramente de terror a las
ciervas. En Canaán la
tempestad se consideraba como el orgasmo del dios Baal
Hadad, que derramaba su semen (la lluvia) en el seno de la tierra. En Israel,
por el contrario, es solamente un signo de la trascendencia y del señorío de
Yhwh sobre las energías del cosmos. El "trueno" es la "voz" del Creador;
naturalmente, sin esta continua referencia, imposible en nuestras lenguas, la
lírica se empobrece, perdiendo su sentido naturalista o su sentido teológico.
Por eso el salmo 29 nos introduce en otra dimensión
filológica de la poesía bíblica, la de la paronomasia. En efecto, la métrica
hebrea no es cuantitativa, sino cualitativa; atiende a los efectos sonoros, a
las formas léxicas reguladas por ritmos "musicales". Es lógico que estos
valores, que es imposible reconocer sin una buena formación filológica, se
difuminen en cualquier versión. En la oda arcaica de Débora se observa el
intento atrevido de imitar el golpear de los cascos de los caballos en los
ásperos terrenos de la llanura de Yizrael: "Halemú iqqebé-süs middaharót
daharót 'abiraw: Los casos de los caballos resonaron al galope, al galope
con sus jinetes" (Jue 5,22).
Por su parte, resulta sugestivo el sonido -i en Cant 5,1
que evoca en hebreo el pronombre de primera persona ("yo, me, mío' acompañado a
menudo de tonalidades tiernas, sensuales, seductoras:
Ba'ti legannil áhoti kallah,
áriti móri `im-besami,
ákalli ya ri '¡m-dibsi,
satiti yéni `im-halabi:
áriti móri `im-besami,
ákalli ya ri '¡m-dibsi,
satiti yéni `im-halabi:
"He entrado en mi jardín, / hermana mía, novia mía, / he
recogido mi bálsamo y mi mirra, / he comido mi miel y mi panal, / he bebido mi
vino y mi leche..."
En 4,1 el poeta reproduce casi palpablemente las caricias
de las manos en los cabellos de la esposa, evocando al mismo tiempo las caricias
sobre la lana de las ovejas: "¡Qué hermosa eres, amor mío,/ qué hermosa eres!...
/ Tu melena, cual rebaño de cabras / ondulante por las pendientes de Galaad".
2.
"LO GRAMATICAL Y LO VERDADERAMENTE-TEOLóGICO". La
poesía y la prosa, para expresar su lógica interna, acuden a los géneros
literarios, a las técnicas estilísticas, a los módulos estructurales, que no se
utilizan, sin embargo, como receptáculos fríos donde verter la incandescencia de
la intuición artística. El área de los géneros literarios ha sido
ampliamente explorada, sobre todo a partir de H.. Gunkel (1862-1932), que
comenzó, a propósito de los /Salmos, aquella catalogación que es ya clásica y
que ha sido ulteriormente ampliada y afinada (himnos a la creación, a Sión, a
Yhwh rey; súplicas personales y nacionales; cantos de confianza; salmos de
acción de gracias individual y comunitaria; poemas reales; textos
didáctico-sapienciales; liturgias de entrada; salmos históricos, etcétera). Pero
la creatividad de cada artista le da a cada lírica nuevas tonalidades y
connotaciones inéditas.
En 1753 un obispo anglicano, profesor de Oxford, R. Lowth,
identificaba una peculiaridad fundamental de la poesía semítica, y por tanto
bíblica: el llamado paralelismo, que el iniciador del Sturm und Drang
romántico, J.G. Herder, describiría más tarde como "olas que se suceden unas
a otras". El paralelismo es una especie de rima interior, típica de un proceso
lingüístico mnemónico. Pero, lejos de ser una cansina repetición de conceptos,
es la explosión de una imagen o de una idea en todas sus dimensiones y
virtualidades. Para captar sus matices proponemos como ejemplo el
Sal 1,1. No se trata de una triple descripción de la
repulsa del mal por parte del justo, sino de la verificación in crescendo
de un proceso interior: "Dichoso el hombre que no entra en la reunión de
los impíos, ni anda por el camino de los extraviados, ni se sienta
en el banco de los cínicos".
Son significativos los tres verbos del comportamiento: el
primero es un simple "entrar", una entrada curiosa en el lugar en donde se
reúnen los impíos; el segundo es ya un "seguir", un ponerse a escuchar sus
teorías; el tercer verbo define ya un consenso duradero con ellos, una
participación total y una connivencia "sentándose" en la mesa de sus proyectos.
Pero, aparte de la espiral musical del paralelismo, cuyos
giros -como en la música oriental- tienden a arrastrar el oído, la memoria y la
adhesión, la poesía y la narrativa bíblicas conocen desde su origen técnicas
concretas de montaje. Puede verse un ejemplo estupendo en el mencionado
cántico de Débora, uno de los textos originarios de la poseía hebrea (siglo xi
a.C.; Jue 5). Después de cuadros de contrastes fuertes e impresionistas vienen
intermedios líricos e invocaciones intensas. No se describe la batalla, sino que
se alude a ella en el resonar de los cascos de los caballos, mientras que se oye
el grito de batalla: "¡Despiértate, despiértate, Débora, despiértate!" En los
versículos 24-27 se contempla una escena independiente, contada dentro del gran
desafío entre Israel y Canaán. Con una secuencia de acciones rapidísimas (pidió,
dio, le sirvió, cogió, le golpeó, le rompió, le atravesó, se doblegó, cayó,
yació) otra mujer, Yael (la famosa "viril Yael" del Marzo 1821 de Manzoni,
pero con una fuerza poética más elevada), celebra el triunfo de la debilidad
sostenida por el Señor sobre la fuerza del general enemigo Sisara. La violencia
del homicidio queda marcada por tres verbos que reproducen casi como en un filme
la caída ("se doblegó, cayó, yació"), mientras que la triple repetición de la
escena en el versículo 27 extiende y amplía al derrumbamiento del guerrero
extendiendo sus confines y convirtiéndolo en símbolo del hundimiento de un
pueblo entero. Inmediatamente después, con otro hábil montaje, el foral de la
oda (vv. 28-30) desplaza el objetivo hacia otro ámbito espacial, hacia la corte
cananea de Sisara, en donde la madre espera ansiosamente el regreso triunfal del
hijo. Mientras "se asoma a la ventana, mira por entre las celosías" observando
el camino, "la más avisada de sus damas" (la ironía es mordaz) le habla del
botín excepcional de mujeres, de vestidos y de joyas que el hijo traerá consigo
del campo de batalla. El poeta no disipa ese sueño con la descripción de la
realidad, sino que lo deja en suspenso en su ilusoria necedad, mientras que en
la lejanía resuena el grito de victoria de los hebreos (v. 31).
El uso de otra técnica, la de la suspensión o del
retraso, por la que el final explota de forma sorprendente y en cierto modo
desconcertante, está atestiguado sobre todo en la literatura profética. Es
inolvidable el contraste entre el tierno cuadro doméstico de la parábola de la
"corderilla" pronunciada por Natán ante el rey David (2Sam 12) y la violenta
aplicación final al rey culpable: "Tú eres ese hombre". Todavía está más
calibrada la tensión presente en el célebre canto de la viña de Is 5,1-7, una de
las mayores obras maestras de la poesía hebrea, nacida de la pluma de Isaías, el
Dante de la literatura hebrea. Los oyentes juzgan con acritud a la viña que,
tras infinitos cuidados, sólo ha sabido producir agrazones. Y el profeta, con un
improvisado golpe de escena, revela que la viña es Israel, y de este modo los
oyentes se dan cuenta de que han pronunciado su propia condenación.
También es sorprendente la finura con que la Biblia sabe
romper los estereotipos, creando efectos de asombro y de agilidad
poética. Es ejemplar la fórmula usada por el salmo 8 para pintar el cielo como
obra de Dios: en vez del manido "obra de tus manos" (cf v. 7), el autor
de este noble canto "humanista" introduce la fórmula inédita "obra de tus dedos"
(v. 4). Dios "ha fijado", regulándolos con las leyes rígidas de la mecánica
celestial, las brillantes obras maestras del sol y de los astros; sin embargo,
estos cuerpos celestiales han sido creados por Dios con la misma ligereza con
que los dedos se mueven al bordar, con la misma delicadeza con que se tocan las
cuerdas de un arpa o se trabaja con un cincel. Y precisamente a través de esta
atención a las "palabras" se llega a descubrir en toda su riqueza la Palabra".
Es justa la observación que hacía Lutero en sus Operationes in psalmos:
"Queremos poner la atención ante todo en lo gramatical, precisamente porque es
lo verdaderamente teológico".
3. EL JARDÍN DE LOS SÍMBOLOS. Ya hemos hablado de la
posición fundamental que el /símbolo ocupa en el arte de todos los tiempos.
Privado del símbolo, el hombre se fracciona en la dispersión de análisis
fragmentarios, las piedras del mosaico del ser se aglomeran en pequeños montones
dotados de sentidos modestos. El símbolo, especialmente bíblico, es un reto a lo
inefable, a lo infinito, a la totalidad en el deseo de "comprenderlos". Por otra
parte, la misma gnoseología bíblica es estructuralmente simbólica y se
manifiesta a través de "un conocimiento-experiencia sabrosa, afectiva,
operativa" (J. Maritain).
Nos gustaría ahora introducir al lector, aunque sólo sea
unos pasos, en el jardín de la imaginación simbólica bíblica. Echaremos una
mirada a la mayor colección lírica de la Biblia, el Salterio.
Comencemos nuestro viaje por lo que podríamos llamar la
simbólica teológica. Utiliza como medio privilegiado de expresión el
antropomorfismo y se esfuerza por mantener continuamente en equilibrio la
trascendencia y la inmanencia de Dios. Nos encontramos enseguida con la
representación tradicional del "organismo" de Dios (rostro, nariz, labios,
brazo, mano, pie, ojo, oído, dedo, entrañas...) y de su "psicología"
(gozo, ira venganza, imaginación, indignación, arrependimiento, amor, odio,
embriaguez, tristeza...). En este sentido podría ser ejemplar el monumental
Te Deum real davídico del salmo 18: el corazón de la oda está formado por
dos evocaciones de la acción de Yhwh, por la que él cae sobre la tierra como un
jinete envuelto en el manto de nubes para salvar al fiel náufrago y para
adiestrarlo a combatir con él. Dios jinete e instructor militar, por
consiguiente. La primera imagen es de una fuerza única: un gigantesco héroe
envuelto en un manto tenebroso (cf también Sal 35,2-3;144,1), echando humo por
sus narices y despidiendo por su boca un fuego devorador, truena desde el cielo
lanzando rayos y agitando el mar, pero dispuesto también a levantar al justo de
las aguas, llevándolo a tierra firme "porque lo ama". Por su atrevimiento en el
uso de los antropomorfismos son también célebres las imágenes de Yhwh llevando
en su mano un cáliz de vino drogado que los impíos tienen que beber hasta las
heces (75,9), y de Yhwh ebrio y adormecido por el vino (Sal 78,65). Pero la
representación bíblica más violenta de Dios sigue siendo la de Job 16,9ss, en
donde él se levanta como una fiera, como un guerrero sanguinario y como un
arquero implacable en una sádica competición de tiro al blanco contra el hombre
(cf Lam 3,12-13): "Su furia me desgarra y me persigue, /rechinando sus dientes
contra mí. / Mi adversario aguza contra mí sus ojos, / abre su boca
amenazando... Vivía yo tranquilo y él me sacudió, / me agarró por la nuca para
despedazarme, / me ha hecho blanco suyo. / Sus flechas me acorralan, /traspasa
mis entrañas sin piedad / y derrama por tierra mi hiel. / Abre en mí brecha
sobre brecha, / me asalta lo mismo que un guerrero" (Job 16,9.10. 12-14).
También en los Salmos la venganza de Dios puede convertirse
en alimento terrible para el malvado (17,14). Puede llegara ser bebida para el
impío (75,9). Puede ser vestido para el injusto (109,18-19).
Pero el antropomorfismo también conoce la delicadeza:
pensemos en la aplicación a Dios de los arquetipos "psicoanalíticos" paterno y
materno (27 10; 103,13; 131,2); o en el difícil y admirable salmo 139, el himno
al Dios infinito, omnisciente, que sigue siempre y por todas partes al hombre
para salvarlo. Entre el fiel y Dios se establece un intercambio de miradas:
"Tengo mis ojos fijos en el Señor... Mírame Señor, y ten piedad de mí"
(25,15-16). "A ti levanto mis ojos... Como están los ojos del esclavo fijos en
su señor, como están los ojos de la esclava fijos en su señora, así están
nuestros ojos fijos en el Señor, nuestro Dios" (123 1-2). "Sus ojos están fijos
en el mundo, sus miradas exploran a los hombres" (11,4). "Aunque es excelso, el
Señor se fija en el humilde, pero conoce desde lejos al soberbio"(138,6). "El
ojo de Yhwh está sobre el que lo teme" (33,18). "Con sus ojos vigila a las
naciones para que no se subleven los rebeldes" (66,7). El justo dirige sus ojos
a lo alto, hacia Sión y hacia el cielo (121, I ): "Los que miran hacia él quedan
radiantes y su rostro no se sonroja jamás" (34,6). En efecto, "en tu luz vemos
la luz" (36,10). Todos los seres vivientes tienen fija su mirada en Dios: "Los
ojos de todos están fijos en ti y tú les das a su tiempo la comida" (145,15). Y
la plegaria más tierna es la del autor del Sal 17,8: "Guárdame como a la pupila
de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas".
Si para definir el misterio de Dios se apelaba al hombre,
para definir el del hombre se utilizan a menudo símbolos animales. La simbólica
antropológica acude entonces a un auténtico jardín zoológico. La cierva que se
lamenta por su sed (42 2) o que corre veloz (18,34), la golondrina y el amor a
su nido (84,4), el rebaño que recorre los caminos del desierto (Sal 23), el
águila (103,5), la sombra de sus alas (36,8-9), la ignorancia cerril del
hipopótamo (73,22), la soledad del búho y de la lechuza (102,7) son algunas de
las imágenes con que se dibuja la experiencia íntima del orante. Por el
contrario, otras veces nos vemos transportados a una escena de caza en donde la
presa es perseguida, acosada, alcanzada, pisoteada, arrastrada por el polvo
(7,6) o cae en una trampa abierta en el terreno (7,16) o en las redes tendidas
(31,5; 35,7-8; 57,7). El orante se siente abandonado a las garras de un león que
lo quiere despedazar (7,3; 22,14), a sus fauces abiertas (35,21), a sus dientes
que desgarran sus carnes (27,2). También se usan símbolos vegetales, que
representan al justo como árbol lozano (1,3), como palma y cedro (92,13-IS),
mientras que los árboles típicos del paisaje mediterráneo el olivo y la vid, se
convierten en emblemas de la familia ideal (128,3). Hay, además, una luz solar
que envuelve al justo: es una luz que procede de Dios y de la ley (Sal 19), y
que aparece a menudo al amanecer, el momento tradicional del oráculo de acogida
de las súplicas.
También el organismo del hombre, según la visión unitaria
de la antropología bíblica, puede transformarse en símbolo de su psicología: los
huesos que arden como brasas en el sufrimiento, los ojos que se consumen
en el llanto, las vísceras que se retuercen, el latido del corazón que se
acelera, la inapetencia (107,18), las llagas pútridas y malolientes que alejan a
los demás (38,6)... Por otro lado, en el AT es muy viva la relación entre el
dolor físico y el pecado, entre la fisiología y la teología, como puede verse en
la oración dramática del leproso del salmo 38. Esta fragilidad existencial y
casi metafísica está formalizada simbólicamente por la célebre tesis "inclusiva"
del Qohélet: "Vanidad de vanidades. Todo es vanidad" (1,2; 12,8). El término
simbólico hebreo traducido por "vanidad" es hebel, que es mucho más
intenso y se acerca a nuestro "nada" o "absurdo". Alude a la transitoriedad del
aliento, del vapor que se disuelve. Estamos ante el descubrimiento de la
absoluta inconsistencia de la realidad humana y cósmica, ante el vacío, ante la
nada; más aún, como dice la forma superlativa hebrea "vanidad de vanidades",
ante una nada infinita. Estamos ante la negación radical de la existencia y de
la condición humanas y la denuncia de todos los sistemas tranquilizantes:
"Análisis lúcido de la condición humana, libro de preguntas, Qohélet es un
cuestionamiento no tanto de la doctrina tradicional, sino más bien de uno mismo"
(D. Lys). En el Salterio le hace eco al Qohélet su hermano espiritual, el autor
del salmo 39, que usa por tres veces el mismo término hebel para definir
la amarga existencia humana y que grita a Dios: "Aparta tu mirada, que tenga yo
un respiro antes de que me vaya y deje de existir" (v. 14). Job, desesperado,
gritaba todavía más trágicamente: "Grito al sepulcro:'¡ Tú eres mi padre!'; a la
podre: `¡Tú mi madre y mi hermana!` (Job 17,14). Por el contrario, el orante del
Sal 55,6 imploraba con mayor dulzura:
"Tú registras mis pasos y recoges en tu odre mis lágrimas: ¿no están acaso en tu
libro?" Por tanto, Dios recoge con cuidado todas las lágrimas de los justos,
preciosas a los ojos de Dios, como el agua o la leche que el beduino
conserva en su odre. Incluso hay una especie de registro del dolor humano, en el
que Dios apunta todos los sufrimientos para no dejarlos caer en el vacío. En la
"oración de la mañana" para la navidad de 1943, Bonhoeffer, en el campo de
concentración nazi, escribía: "En mí hay oscuridad, pero en ti hay luz; estoy
solo, pero tú no me abandonas; no tengo coraje, pero tú eres mi ayuda; estoy
inquieto, pero en ti hay paz; hay en mí amargura, en ti paciencia; no comprendo
tus senderos, pero tú sabes cuál es mi camino". Así pues, el hombre es el eje
central del simbolismo de los Salmos, como lo será también en el arte cristiano.
Lo es en la grandeza de su dolor, pero también en la grandeza de su conciencia:
"Son muchas las cosas admirables, pero ninguna es tan admirable como el hombre",
dirá Sófocles. Es éste el tema del salmo 8, que anticipa la reflexión pascaliana
del hombre, "caña frágil, pero caña pensante" (Pensées, 264, ed.
Chevalier). El escenario es nocturno. En presencia de un cielo tachonado de
estrellas, el salmista plantea la eterna pregunta: ¿Qué es el hombre en medio de
lo infinito? La primera respuesta espontánea habla de nulidad, de falta de
proporción, no sólo respecto a la inmensidad espacial de los cielos y de las
constelaciones, sino sobre todo respecto a la majestad del Creador. Por eso la
primera reacción es de desconcierto, incluso porque el término de la comparación
es Dios y el hombre es énoll, es decir, un ser frágil y enfermo, es
ben ádam, es decir, hijo de la tierra. Pero, continúa el poeta, Dios "se
acuerda" y "se preocupa" del hombre, haciéndolo un poco inferior a él mismo (v.
6), dándole una posición de rey en el contexto del universo: "Le diste el
señorío de la obra de tus manos, bajo sus pies todo lo pusiste" (v. 7). En las
manos frágiles y a menudo egoístas del hombre se ha puesto la gama entera de las
criaturas. Por eso el salmo 8 es una oración audaz, y por esta misma audacia la
carta a los Hebreos se la aplicó al "hombre nuevo", el Cristo Señor (Heb 2,7-9).
La tercera área simbólica es la del cosmos, un álbum
de maravillas en el que están escritas frases teológicas (Sab 13,1-9) y sobre el
que se arroja el hombre como un peregrino asombrado (cf la obra maestra de Job
38-39). Como ya sabemos, la nada está representada a través de símbolos
teriomórficos como Rajab y Leviatán, signos de la anticreación que controla Yhwh
en su providencia (Sal 74,1314; 89,10-11; 104,26). Por el contrario, la
naturaleza se contempla como compendio de las perfecciones del Creador. Una
naturaleza tripartita verticalmente (cielo-tierra-infiernos) y bipartita
horizontalmente (tierra-mar), celebrada en páginas soberbias (Sal 8; 19; 65;
104; 148); una naturaleza cuyos horizontes, centrados muchas veces en Jerusalén,
son espaciosos y libres. Vemos entonces el árbol frondoso, plantado a orillas de
un riachuelo (Sal 1,3), pero también el cielo, la luna, las estrellas, los
rebaños, los animales, las aves del cielo, los peces del mar que recorren los
senderos marinos (Sal 8). Vemos el sol, como un esposo, saliendo al amanecer de
su tienda nupcial y comenzando como un atleta su loca carrera por los cielos,
calentando todo nuestro planeta (Sal 19). Vemos los cedros del Líbano, en los
que colocan sus nidos las aves; los cipreses, donde tiene su casa la cigüeña;
las rocas para las gamuzas. A1 caer la noche, las fieras recorren la floresta,
mientras que los leoncillos rugen buscando la presa (Sal 104,16-22). Vemos la
dorada y perfecta Sión: "Dad vueltas a Sión, enumerad sus torres; admirad sus
murallas, fijaos en sus palacios" (Sal 48,13-14). Vemos la tierra de Palestina
en primavera, con sus campos bañados por la lluvia, sus retoños que despuntan,
los pastos del desierto que destilan abundancia, los prados revestidos de verdor
y del blanco de los rebaños, los valles alfombrados de mieses, un panorama en
donde todo grita de gozo y entona cantares (Sal 65,10-14).
Pero está también la aridez del verano (Sal 90,6), está la
tragedia de la sequía, que Jeremías ha pintado en un cuadro de negras tintas:
"Los ricos mandan a sus siervos a buscar agua; éstos van a los aljibes, no
encuentran agua y vuelven con sus cántaros vacíos; quedan consternados,
humillados, y se cubren la cabeza. El suelo no da su fruto, porque no hay lluvia
en el país; los labradores, consternados, se cubren la cabeza. Hasta la cierva,
en pleno campo, abandona su camada por falta de hierba. Los asnos salvajes,
tendidos sobre las colinas peladas, aspiran el aire como los chacales, mientras
sus ojos palidecen por falta de pasto" (Jer 14,3-6). Vemos también la tierra de
Palestina, devastada por un invasor, cuyas tropas son como "el que blande y mete
el hacha en medio de un tupido bosque; a mazazos y hachazos destrozaron todas
las esculturas, prendieron fuego a tu santuario" (Sal 74,5-7). Todo el universo
encierra dentro de sí un mensaje estético y teológico que el hombre tiene la
obligación de descifrar: "Los cielos narran la gloria de Dios, el firmamento
pregona la obra de sus manos, un día comunica el pregón al otro día y una noche
transmite la noticia a la otra noche. No es un pregón, no son palabras, no son
voces que puedan escucharse" (Sal 19,2-4).
4. EL RICINO, EL GUSANO, EL VIENTO: EL RELATO BIBLICO.
Hemos destacado ante todo la poética bíblica, especialmente la sálmica. En
efecto, Jerónimo escribía: "David es nuestro Simónides, nuestro Píndaro, nuestro
Alceo, nuestro Flacco, nuestro Catulo y nuestro Sereno. Es la lira que canta a
Cristo" (PL 22,547). Siglos más tarde le hacía eco Lamartine, que en su
Voyage en Orient exclamaba con cierta retórica: "¡Leed a Horacio o a Píndaro
después de un salmo; yo no sería capaz de hacerlo!" Pero una reflexión paralela
podría hacerse también sobre el relato bíblico, tanto por los mecanismos
estilísticos originales que revela como por su fuerza expresiva o por la función
que puede desempeñar en la propia catequesis. Pensemos en esa joya que es la
narración sapiencial de Jonás, relato ejemplar, sumamente vivaz, impregnado de
ironía, que concluye con la espléndida parábola del ricino, del gusano y del
viento, destinada a ilustrar la pregunta teológica fundamental con que se cierra
el libro: "Tú te enfadas por un ricino que no te ha costado fatiga alguna, que
no has hecho tú crecer, que en una noche ha nacido y en una noche ha muerto, ¿y
no voy a tener yo compasión de Nínive, en la que hay más de ciento veinte mil
personas...?" (4,10-11). Se trata de un texto que provocó también el interés de
Jesús (Mt 12,39-41) y sobre todo la fantasía del arte cristiano: la historia de
Jonás con su misterioso cetáceo se recoge con gusto, -y dentro de la óptica
cristiana pascual, ya desde la segunda mitad del siglo ni, en un delicioso
bajorrelieve del sarcófago del Museo Lateranense.
Pensemos también en aquella epopeya folclórica y tribal que
es el ciclo danita de Sansón ("el solar") y de su antagonista-amada, la filistea
Daiila ("la noche"), presente en Jue 13-16: Rembrandt se fijó en ella en varias
ocasiones, desde el nacimiento del héroe y sus bodas (Gemáldegalerie de Dresde)
hasta el famoso Sansón que amenaza a su suegro, del Kaiser Friedrich
Museum, de Berlín, por no hablar del célebre corte de sus cabellos, representado
también por Van Dyck (Londres, Dulwich Art Gallery) o por Morone (Poldi Pezzoli).
Narrativamente es excepcional el nocturno terrible del delito de Guibeá, con la
transformación de la mujer del levita, violentada hasta la muerte, en una
trágica carta de carne en doce pedazos para el juicio de la tribu de Benjamín (Jue
19-21). Pensemos también en la secuencia y en el montaje tan hábil del doble
delito de David (adulterio con Betsabé y asesinato de Urías), que desemboca en
el juicio implacable de Dios manifestado por Natán (2Sam 11-12). Se trata de un
auténtico campo de ejercicio para el arte cristiano, incluso por los aspectos
carnales que invaden la narración.
III. LA BIBLIA Y EL ARTE. "Los héroes del AT son tan vivos,
tan verdaderos y tan humanos en sus debilidades y en sus heroísmos... Nos
preceden como hermanos en los caminos jalonados por los beneficios de la
Providencia... Todos los episodios de esta aventura simbólica vuelven a
repetirse en cada período del ,arte europeo; no son todos ellos más que
capítulos de un viaje dramático a través de las vicisitudes de la vida" (M.
Brion, 16-17). Este viaje por el arte y por la vida constituye el segundo de los
dos movimientos anunciados, el que podríamos llamar "centrífugo", porque parte
del centro de la Biblia para llegar a la periferia de los siglos sucesivos hasta
nuestros días. La misma Biblia se presenta como una obra abierta; en ciertos
aspectos como un work in progress, confiado a la "tradición" de los
creyentes. Ella es consciente de ser una palabra ardiente
como fuego abrasador que penetra en los huesos del hombre (Jer 20,9), de ser
fecunda como la lluvia que cae sobre un terreno reseco (ls 55,10-11), de ser
luminosa como la lámpara que guía los pasos en la noche (Sal 119,105), de ser
viva y eficaz y más aguda que espada de dos filos; ella penetra hasta
la•división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula"
(Heb 4,12).
Como ha subrayado Gadamer, es indispensable la tradición
para una hermenéutica completa de la Biblia. Por eso podemos decir que la gran
exégesis de la Biblia tiene que implicar también la interpretación que hace todo
el coro de la comunidad creyente y humana de esta palabra viva y abierta. En
este sentido hemos de añadir a los análisis estrictamente exegéticos la lectura
fulgurante o simplificada, inesperada o rutinaria, de la tradición artística: la
literatura, las artes figurativas, la música, el teatro, el cine también pueden
hacer exégesis. Es verdad que recoger estas lecturas "artísticas" de la Biblia
es una empresa ciclópea, por no decir imposible; se han ido acumulando inmensos
materiales desde hace siglos y todavía están esperando ser catalogados.
1. ENTRE LOS GIROS DEL VIENTO Y EN ESCALAS DE LUz. En
realidad, se han intentado ya algunos "catálogos". Es, por ejemplo, modélica la
obra realizada por la Scuola di perfezionamento in Archeologia e Storia del)
Arte y por el Departamento de Ciencias religiosas de la Universidad Católica
de Milán sobre la tipología de la "Jerusalén celestial" en el arte del siglo 111
al xlv (M.L. Gatti Perer, Gerusalemme celeste, Milán 1983), Por nuestra
parte, hemos intentado una investigación sobre la tradición de Job, es decir,
sobre el influjo que esta obra maestra de la poesía bíblica y universal ha
tenido en las diversas artes (G. Ravasi, Giobbe, 19842). Nos gustaría
ahora sugerir algunas ideas para que se multipliquen estas catalogaciones
tipológicas, iconográficas e ideológicas.
Al pensamiento acude espontáneamente una obrita
veterotestamentaria que ya hemos citado, el libro sapiencia) que se conoce con
el nombre de Qohélet, el "presidente de la asamblea" (cúltica o sapiencia). Se
trata de una obra enigmática por su autor, por su estructura, por
su
mensaje, "de cuya lectura nadie sale indemne, sino adulto o pronto para serlo" (Maillot).
Sus reflexiones son indiferentes y atormentadas al mismo tiempo. Su aparente
spleen y el talante irónico y sereno del razonamiento ocultan, en realidad,
ansias vivas y contradicciones desgarradoras, hasta el punto de que la misma
lengua se ve trastornada: tras párrafos aristocráticos y refinados vienen líneas
banales, plagadas de idiotismos, casi para resaltar también allí, en el arte y
en la lengua, el hebel, el "absurdo".
Sin embargo, la mente del hombre está condenada a la
búsqueda: "No se sacia el ojo de ver, ni el oído se harta de oír" (1,8). Por 37
veces repite el verbo "ver", por 85 veces insiste en el pronombre personal "yo"
según un autobiografismo raro en la Biblia. Pero los mil rostros de la
existencia no revelan más que miseria y sinsentido. Hay uü escándalo de Dios,
ausente de una historia que es como un disco inexorablemente condenado a un
movimiento circular. "Nada hay nuevo bajo el sol". La célebre letanía de las
siete parejas de "movimientos y tiempos" de 3,1-15 describe visualmente esta
eterna monotonía circular. Todavía más poderoso en este sentido es la
comparación sacada de la contemplación de los giros del viento: "Sopla el viento
hacia el sur, y luego gira hacia el norte; y gira, gira y retorna sobre su
recorrido el viento" (1,6). Y la-conclusión es inevitable: "Todos los debarim
son aburridos". Pues bien, en hebreo la palabra debarim significa
"palabras" o "hechos": las palabras y los sucesos son muchos, cansinos, opacos,
aburridos.
Hay un escándalo del hombre, bestial en su estructura y en
su obrar (3,18-4,13), desgraciado y abocado a esa vejez que se describe
extraordinariamente en el canto final del castillo agrietado, símbolo del cuerpo
humano (12,1-7). "Detesto la vida", exclama el autor en 2,17; "más vale el día
de la muerte que el día del nacimiento" (7,1). Es evidente que estas y otras
palabras "escandalosas" y tajantes, puestas bajo el signo de la "revelación" han
encendido el corazón y la mente de una auténtica escuela qohelética que ha
encontrado su lema en el vanitas vanitatum. Por otra parte, como escribía
G. Bernanos, "no se alimentan los papagayos con el vino aromático de Job o del
Eclesiastés" (Grandi cimiteri sotto la luna, Milán 1967, 145). En el
Qohélet, por el contrario, se han inspirado, por ejemplo, Tolstoi, que esmaltó
sus Confesiones con citas de Qohélet hasta llegar a transcribir
literalmente los capítulos 1-2 y 9 (Milán 1979, 8488); Mirskij en su Historia
de la literatura rusa observa que "las Confesiones de Tolstoi pueden
ponerse al lado de dos libros supremos, Job y el Eclesiastés". Qohélet aparece
también de forma evidente en estas líneas de uno de los relatos del Mercader
de corales, de J. Roth: "De la sonrisa de la muchacha aprendía que no hay
nada interesante bajo el sol... Todo en la vida se hace viejo y caduco: las
palabras y las situaciones. Todos los momentos justos ya han pasado. Todas las
palabras ya se han dicho. Yo no puedo repetir palabras y situaciones..."
Pero la investigación podría continuar, creciendo con ello
el flujo poético e ideológico dejado por Qohélet. Podríamos recordar seguramente
a Shakespeare: el hombre walking shadow del Macbeth, la conclusión
de Próspero en la Tempestad: "Estamos hechos de la misma sustancia de los
sueños". O bien a Quevedo ("Sueño fui ayer, mañana seré polvo. Un poco antes
nada, un poco después humo"); a Paul Celan ("Da un sentido a tus palabras: dales
sombra. Di la verdad que expresa la sombra"); a Hemingway ("Sabía bien que todo
es nada, y luego nada; así pues, oh nada nuestro que estás
en la nada, que sea nada tu nombre...', a S. Beckett definido por
G. Marmori como "el extraño Eclesiastés de Dublín'... La investigación debería
identificar la figura humana que de él se deduce, los paradigmas simbólicosque
le dan cuerpo, la visión generaldel mundo que de allí se deriva, etc.
Mas para definir la influencia decisiva que a menudo tiene
la Biblia en el arte se podría también seguir un procedimiento inverso,
partiendo de un artista concreto, de un escritor, de un poeta, hasta de cada uno
de sus cuadros o de sus filmes, para aislar su matriz bíblica. Nos gustaría
sugerir aquí el modelo de Marc Chagall, que confesaba: "Yo no he leído la
Biblia, siempre la he soñado". En efecto, su exégesis nace de las lecturas de su
madre en Vitebsk, en las heladas tardes de invierno o en los frágiles calores
estivales de Rusia. "Desde mi juventud me ha hechizado la Biblia. Siempre me ha
parecido y me sigue pareciendo que es la mayor fuente de poesía de todos los
tiempos. La Biblia es como una resonancia de la naturaleza e intento transmitir
este secreto". Un relato hasídico, nacido en los mismos shtetl de donde
provenía Chagall, narraba que el decacordio de David fugitivo, colgando de una
palmera de Engadí, sonaba por la noche con armonías dulces y desgarradoras, es
decir las melodías sálmicas, porque las cuerdas eran movidas por los dedos de
los ángeles del viento nocturno, y al día siguiente David no hacía más que
transcribirlas. Chagall tiene la misma concepción del arte: se trata sólo de
transcribir con el pincel lo que ya escribieron los ángeles en las páginas
bíblicas. G. Bachelard decía: "Chagall lee la Biblia, e inmediatamente los
pasajes bíblicos se convierten en luz". Es la sintonía de la fe con un mensaje
que es infinito, pero que es también carne, sangre, música, colores, símbolos,
aromas, vida.
Por eso mismo Chagall, aunque recorrió casi todo el AT e
hizo incursiones en el NT (la pasión de Cristo, el Apocalipsis), quiso destacar
aquellos libros en donde más se entrelaza la perfección intacta de los
contrarios, la risa y las lágrimas: "La Biblia es para mí poesía purísima, una
tragedia humana. Los profetas me inspiran, Jeremías, Isaías..." Se abandona al
hechizo multicolor del Cantar, en donde todo es gozo, risa, amor, primavera. Le
gusta el Génesis, sobre todo en el episodio desconcertante de Abrahán
sacrificando a Isaac o en el de Jacob en las orillas del río Yaboc. Pero también
le encanta el alegre final de las bendiciones de Jacob, convertidas en
verdaderas obras maestras en las vidrieras de la sinagoga del hospital de
Hadassah, junto a Jerusalén. También aparece en él con frecuencia el Éxodo con
el rostro glorioso de Moisés. La Biblia es el canto de la presencia de Dios en
medio de estas lágrimas y de este gozo, y Chagall ve en el dolor y en la
infelicidad de la existencia humana la reproducción de la Biblia casi en
filigrana, en una genuina "actualización".
Entonces sus personajes son rostros cotidianos, velados
incluso por una pátina de vulgaridad o de ironía, o iluminados con los
resplandores de la santidad. La Biblia se convierte en el mundo de hoy y el
mundo de hoy queda santificado y glorificado por la Biblia: Y como en la antigua
historia de la salvación las teofanías tenían lugar casi en cada una de las
encrucijadas de la vida del pueblo elegido, también así ahora, en la Biblia
chagalliana del presente, Dios se aparece detrás de la casa del zapatero, o bien
en los suelos plomizos de las aldeas judías de Rusia. Nos lo declara el mismo
Chagall: "He visto las montañas de Sodoma y del Negueb; de sus gargantas salen
las sombras de nuestros profetas, con sus hábitos amarillentos, del color del
pan seco, y he oído las antiguas palabras. ¡Oh Dios, que te escondes en las
nubes o detrás de la casa del zapatero, haz que se revele mi alma, el alma
doliente de un niño balbuceante; revélame mi camino. No me gustaría ser como los
demás; quiero ver un mundo nuevo".
Este principio interpretativo, sobre el que luego
volveremos, supone en última instancia que la Biblia ha de renacer en París, la
ciudad adoptiva de Chagall y la metrópoli-símbolo del siglo xx. "No hace mucho
fui a Jerusalén para inspirarme y para verificar el espíritu bíblico; pero he
vuelto a París para hacer mi Biblia, ese París sin cuyo aire la humanidad puede
asfixiarse".
La exégesis visual de Chagall está dirigida por la fe y la
fe es apertura a lo infinito; es el intento de romper el silencio del misterio.
Chagall es el cantor del nuevo día de la historia de la salvación, un día de
esperanza y de colores, purificado por las lágrimas. Apollinaire, en sus
Caligramas, había escrito de la obra de su amigo Chagall: "Un día nuevo, hecho
de fragmentos de amarillo, de azul, de verde, de rojo". Este nuevo mundo es
contemplado por el artista con los ojos de los narradores judíos de midra1him,
las famosas narraciones homiléticas rabínicas. Así sucede, por ejemplo, en la
compleja Arca de Noé. Como en un midrash, avanza por este espacio
místico de la salvación toda la multitud de hombres y de animales: blanco el
caballo, amarilla la cierva, rosa el brazo de una mujer, verde el rostro de Noé,
pero todos amigos y solidarios. Parece como si en esta aldea de la salvación se
reprodujera una vez más la vida de la aldea judía rusa con una vaca sacrificada
en la otra parte del patio según el rito para la comida kagher, es decir,
pura. Pero sobre todos y sobre todo irrumpe la luz del nuevo día, bañada en
vapores blancos, suspendidos, pintados con plena pasta en la que Chagall ha
marcado algunos cortes para hacer más vivas las vibraciones de la luz. Y es la
luz la última palabra de la naturaleza, de Dios y de Chagall. Precisamente como
lo había intuido el escritor B. Cendrars, amigo y compañero de Chagall,
remitiendo a la célebre visión de Jacob (Gén 28): "Chagall, Chagall, entre
escalas de luz..."
En la exégesis coral que hacen las artes sobre el texto
bíblico es posible señalar, pues, unos modelos constantes. Intentemos ahora
identificarlos de manera esencial. Como documentación, dejaremos ahora un poco
entre paréntesis la literatura, terreno tan vasto que permite numerosas
incursiones, campo al que, por otra parte, ya nos hemos referido varias veces.
2. LA SED DE LA CIERVA: EL MODELO REINTERPRETATIVO. Es
sabido que la primera gran reinterpretación de la Biblia tiene lugar en la misma
Biblia. Debido a ese fenómeno, por ejemplo, los salmos reales de entronización
(Sal 2; 110) se transforman en poemas mesiánicos. Y es ésa la perspectiva
cristológica con que el NT utiliza a menudo citas del AT. También es éste uno de
los métodos hermenéuticos clásicos del arte cristiano. Pongamos sólo algún
ejemplo indicativo.
Una de las composiciones líricas más fascinantes del
Salterio es el Sal 42-43, quizá el canto de nostalgia de un levita recluido
obligatoriamente en su domicilio de la alta Galilea. En los primeros compases de
su lamento el poeta se representa como una cierva sedienta que, ante un wadi
seco, lanza su gemido: "Como la cierva busca corrientes de agua, así mi alma
te busca a ti, Dios mío". La tradición cristiana ha reinterpretado esta sed no
sólo como una necesidad irresistible de Dios, sino también como sed de la
eucaristía y del bautismo. La cierva entonces se abreva en la fuente bautismal;
es éste un motivo iconográfico difundido por toda el área cristiana, incluso la
más remota, como en la Sión de Aten¡, en Georgia oriental (siglo vii; luneta del
portal). O bien la cierva tiene sed del cáliz eucarístico: es el uso del salmo
en la liturgia del jueves santo, a la que Palestrina ofrece una melodía purísima
y perfecta (Sicut cervus). Por otra parte, al simbolismo bautismal
obedecen muchas reinterpretaciones de escenas veterotestamentarias, sobre todo
la del agua que brota de la roca, a la que acude el creyente para bañarse en
ella y no sólo para saciar su sed; pensemos en el fresco de las catacumbas de
San Calixto (siglo iv) o en la pintura de Tintoretto para el techo de la Escuela
de San Roque, en Venecia (1577), con sus tres saltos de agua casi cósmicos.
También el maná se convierte en "pan de los ángeles" (Sab 16,20), el pan que
baja del cielo de la homilía de Jesús en Cafarnaún (Jn 6); Dirk Bouts (siglo xv),
en la iglesia de San Pedro de Lovaina, dispone la escena del maná en una mesa
junto a la de la última cena.
Reinterpretación cristológica también para Job, según el
principio formulado por san Zenón de Verona en el siglo iv: "Job Christi
imaginem praeferebat". La Biblia pauperum, entonces, interpreta las
burlas de la mujer de Job en paralelo con la flagelación de Jesús (flagellatio
linguae), en su camastro, con las manos caídas parece evocar al Cristo
golpeado y humillado. En la sillería de la catedral de Amiens y en la de
Champeaux (siglo XVI), toda la historia de Job figura en paralelismo con la de
Jesús. El Carpaccio, por el año 1500, con su Meditación sobre la Pasión,
que es una compleja alegoría sobre la muerte y resurrección de Cristo, inscribe
en el respaldo del trono de piedra que está en el centro la frase hebrea "Este
es mi Redentor vivo", sacada de un pasaje oscuro de Job (19,25), pero
fundamental en la teología cristiana de la resurrección. También en el Llanto
por la muerte de Cristo el pintor veneciano había evocado a Job en la figura
sentada a espaldas de Jesús.
3. ALLÍ ARRIBA, EN EL MONTE MORIA: EL MODELO ACTUALIZANTE.
Uno de los intérpretes más destacados de las páginas bíblicas en la cultura
moderna ha sido sin duda S. Kierkegaard. Le resultan especialmente gratas las
páginas de Job y la "elohísta" de Gén 22 sobre el sacrificio de Isaac. Este
último texto, que entre otras cosas es un caballo de batalla de la
reinterpretación cristológica, se transforma en la reflexión del filósofo danés
en una representación de la experiencia constante de cada uno de los creyentes.
El terrible y silencioso camino de tres días de Abrahán hacia el monte Moria, la
cima de la prueba, es para Kierkegaard el paradigma de todo itinerario de fe. Es
un recorrido oscuro y peligroso, acompañado tan sólo de aquella orden
implacable: "Toma ahora a tu hijo, al que tanto amas, Isaac, vete
a país de Moría, y ofrécemelo allí
en holocausto "(v. 2). Luego, el silencio. Silencio de Dios; silencio de Abrahán;
silencio del hijo, que sólo una vez emprende un diálogo con ingenuidad
desgarradora: "¡Padre! -¿Qué quieres hijo mío? -Llevamos el fuego y la leña;
pero ¿dónde está el cordero para el holocausto? -Dios proveerá, hijo mío" (vv.
7-8). El texto bíblico quiere proponer simbólicamente la dialéctica de la fe, y
Kierkegaard, en Temor y temblor, vuelve a proponerla a través de cuatro
reflexiones diversas con distintas hipótesis sobre el sentido de la aventura de
Abrahán, para llegar en un crescendo extraordinario a aquel final en que
la fe se ve reducida a su alma más pura, despojada de todo apoyo humano. Como
hijo, Isaac tenía que morir para que Abrahán renunciase a su paternidad y no
tuviese siquiera el apoyo de la paternidad para creer, sino sólo el de la
palabra divina. Por eso la Palabra le propone la destrucción de su paternidad.
Así Abrahán, después de la prueba, no recibe ya a Isaac como a un hijo, sino
como la promesa divina. Un gran conocedor del AT, G. von Rad, ha recogido en un
precioso librito, Il sacrificio di Isacco (Brescia 1977), aquella
exégesis coral a la que aludíamos, uniendo a ella, además de su trabajo de
exegeta profesional, el testimonio de Martín Lutero en su curso universitario
sobre el Génesis, el de Kierkegaard y el del filósofo polaco Leszek Kolakowski,
así como la meditación pictórica de Rembrandt.
De este modo la página bíblica se convierte en
autobiografía de todo Adán, del hombre y del creyente y ésta es la orientación
continua de la hermenéutica bíblica de Kierkegaard. La cima se alcanza con Job,
leído apasionadamente en el Evangelio de los sufrimientos y convertido en
la trama escondida de su obra La reanudación (1843). En este escrito
autobiográfico el protagonista Constantius tiene que romper definitivamente el
vínculo que lo ata a una mujer (es transparente la referencia a la novia de
Kierkegaard, Regina Olsen). Se dirige entonces a Berlín en busca del tiempo
perdido para poder "reanudar" o "recuperar" las decisiones del pasado. Allí
recibe de un amigo algunas cartas que le comentan el libro de Job. Sobre la base
de este comentario entabla su discusión personal con Dios, comprendiendo que
sólo Dios puede "devolverle" el pasado, sólo Dios puede hacerle "recuperar" el
tiempo perdido. Y sólo en esta visión de fe "reencuentra" a su novia. Y
Constantius-Kierkegaard confiesa: "¡Si no hubiera tenido el libro de Job! No
puedo explicaros detallada y sutilmente qué significado y cuántos significados
tiene para mí. No lo leo con los ojos como se leen los otros libros, sino que lo
meto por así decirlo en el corazón y en un estado de clairvoyance
interpreto cada uno de sus pasajes de la manera más diversa. Lo mismo que el
niño pone el libro bajo la almohada para estar seguro de que no va a olvidarse
de la lección cuando se despierte por la mañana, también yo me llevo a la cama
por la noche el libro de Job. Cada una de sus palabras es alimento, vestido y
bálsamo para mi pobre alma. Unas veces, despertándome de mi letargo, sus
palabras me suscitan nuevas inquietudes; otras veces aplaca la estéril furia que
hay en mí, pone fin a todas las atrocidades que suscitan los mudos espasmos de
la pasión".
De esta manera Job se convierte en hermano nuestro, no sólo
en el dolor, sino también en la búsqueda ansiosa de Dios, una búsqueda liberada
de las mediaciones estereotipadas y de los lugares comunes religiosos o de las
recetas consolatorias: "Job lo soportó todo -escribe también Kierkegaard en su
Diario (1, 829)-; pero cuando llegaron sus amigos teólogos para
consolarle, entonces perdió la paciencia". Job es nuestro contemporáneo, como
dice el título de un ensayo de H. H. Kent (Job our contemporary, Grand
Rapids 1968), porque en él se refleja el existir humano y el creer auténtico y
sufrido. Resulta así contemporáneo de Goethe, de Dostoyevski, de Melville, de
Kafka, de Camus, de Sachs, de Jaspers, de Bloch, de Pomilio... Lo es incluso, a
través del teatro, con el Job americano de A. McLeish (J. B.), de Neil Simon
(God'sfavorite) y de K. Wojtyla (1985) o a través del cine con el Job del
húngaro I. Gytingyóssi (La rebeldía de Job, 1984).
Cada una de las páginas bíblicas puede convertirse en
palabra para nuestro presente, puede renacer ante nuestros ojos. Es lo que
supone, por ejemplo, Gauguin con su cuadro "bretón" de la Lucha con el ángel
de Gén 32, tema clásico en el arte de todos los tiempos (pensamos una vez
más en el Rembrandt del Museo Kaiser Friedrich, de Berlín). En primer plano
aparecen las características cofias de algunas mujeres bretonas que acaban de
escuchar un sermón sobre Gén 32 y están recogidas en oración (la obra lleva el
título específico de Visiones después del sermón, National Gallery of
Scotland, Edimburgo). En el centro, en medio de un charco de sangre, el ángel y
Jacob inclinado están terminando su lucha. El misterio de aquella noche de la
que habría de surgir el nuevo Jacob de nombre Israel, reactualizado a través de
la predicación cristiana, se convierte en experiencia de cada día, en presencia
inmediata, en ese nudo divino que enlaza todas las obras dispersas de la
jornada.
4. EL
"DIOS ALIENANTE" DE AARÓN Y DE MOISÉS: EL MODELO
DEGENERATIVO. En la misma historia de la exégesis se han verificado desviaciones
y degeneraciones en la lectura y en la interpretación del texto bíblico. Por
otra parte, cada una de las lecturas
de un texto supone una precomprensión y el instrumento hermenéutico puede ser a
veces una lente deformada y deformante. Por eso es natural que también la
exégesis "artística" haya podido producir algunas desgarraduras en el
significado original del texto bíblico o, en otros casos, su superación a través
de la proyección hacia otros horizontes semánticos. El texto bíblico se
transforma entonces solamente en un pretexto para crear "otra cosa", "otro",
texto, que puede incluso adulterar el significado original. Sobre estas
incomprensiones espontáneas o conscientes se podría construir casi una exégesis
alternativa de toda la Biblia. Escogeremos sólo algunos ejemplos significativos.
Es curioso advertir cómo la tradición artística sobre Job,
fuera de raras excepciones, ha ignorado totalmente la parte fundamental y de
altísima tensión redactada por el poeta (3,1-42,6), para detenerse casi
exclusivamente en el prólogo-epílogo de los capítulos 1-2 y 42,7ss, en prosa,
que probablemente recogen una "parábola" difundida ya antes,én Oriente
(inscripción de Jarán, oración de Nabónides, etc.), que el autor de Job asume
sólo como punto de partida. Pues bien, la finalidad auténtica y la sustancia
temática de la obra se encierran naturalmente en las páginas poéticas que se han
olvidado: más que de un tratado de teodicea sobre el problema angustioso del
mal, se trata de una meditación aguda y gritada sobre el drama de la fe y sobre
la búsqueda del verdadero rostro de Dios, como lo atestiguan los compases
finales: "Sólo te conocía de oídas; pero ahora, en cambio, te han visto mis
ojos" (42,5). Pues bien, el arte cristiano, siguiendo una reducción realizada ya
por la carta de Santiago (5,11) y por la tradición judía y perfeccionada por
Clemente Romano (Ad Corinthios 17,3-4), por el
De Poenitentia de
Tertuliano, por el De interpellatione Job et David de Ambrosio y por los
Moralia de Gregorio Magno, ha transformado a Job en el modelo del hombre
paciente en sus pruebas, el admirandae patientiae vir, como lo llama el
martirologio romano.
Esta interpretación reductiva sólo es posible si se
consideran exclusivamente los capítulos 1-2, ignorando la "impaciencia" de Job
en la protesta torrencial de los capítulos poéticos, que son el verdadero
corazón de la obra. Por esto mismo, para Gregorio, Job es un mártir ante
litteram; y por eso también en los sarcófagos de la Galia aparece como un
atleta que combate la buena batalla de la fe y del sufrimiento, mientras que las
representaciones de Job en el camastro a partir del fresco de la sinagoga de
Dura Europos (siglo III) en adelante, o de Job atormentado por su mujer a partir
del fresco del cementerio de los Santos Pedro y Marcelino, de Roma (siglo III),
se convierten en un tema común de todo el arte cristiano. Pensemos en los
relieves de piedra de Chartres (1230) o de Notre-Dame de París; pensemos en los
capiteles medievales, en las miniaturas como las de la Biblia de Admont
(1130-1150) de la Biblioteca del Estado de Viena, en la célebre y sabrosa tabla
de Durero en el Museo de Frankfurt (15031504), en el cuadro del maestro de la
leyenda de Santa Bárbara de Colonia (1480-1483), etc. Job se convierte de esta
manera en un campo para ejercitaciones morales sobre las virtudes humanas de la
paciencia, de la constancia y de la fortaleza, con ciertos toques de misoginia,
mientras que los tres amigos pasan a ser el signo de los enemigos de la Iglesia,
que discuten maliciosamente y atormentan al justo.
Pero la superación más atrevida y "degenerativa" del Job
bíblico tiene lugar con la lectura que de él hace K. G. Jung en su provocadora
Respuesta a Job, publicada en Zurich en 1952. Esta novela-ensayo, ambigua
y descifrada de varias maneras, es la descripción de la evolución "psicológica""
de Yhwh, satánicamente tentado contra el hombre justo por su omnisciencia y su
omnipotencia, que no se preocupa de ser moral o amoral. El justo y paciente Job,
desde su lecho de ceniza y de dolor, consigue suscitar en Dios el sentido de la
moralidad y de la responsabilidad, preparando de este modo el motivo de la
redención. Job se revela moralmente superior a Yhwh, porque es fiel a la alianza
ética. Yhwh, por el contrario, se deja enredar en una antinomia: por un lado
aplasta sin el menor escrúpulo la vida y la felicidad humanas, pero por otro se
da cuenta de que necesita del hombre como compañero. Una vez que ha tomado
conciencia de su "inmoralidad" y de su injusticia a través del choque con el
justo Job, Yhwh tiene que expiar sus culpas y renovarse. Nace en él el deseo de
hacerse hombre: la encarnación y el sufrimiento de Cristo, el Hijo de Dios, se
convierten en la verdadera "respuesta a Job". Cuando siente la tentación de
volver a desafiar al hombre, Yhwh se ve bloqueado por Cristo, que le recuerda
que "no hay que caer en la tentación, sino que hay que librarse del mal". La
dureza salvaje de Yhwh volverá a aparecer todavía, como nos enseña el
Apocalipsis; pero de ahora en adelante cabe la esperanza de que Yhwh sabrá
reconquistar la verdadera sabiduría, encarnada en el Hijo, y podrá expulsar para
siempre de su cielo a su alter ego satánico.
En un terreno similar, incluso por la conexión existente
entre los dos autores, podríamos poner como ejemplo significativo de esta
"exégesis" desenfrenadamente libre los tres ensayos del otro padre del
psicoanálisis, S. Freud, sobre Moisés y la
religión monoteista (Madrid 1975). Fruto de tres
semanas de meditación ante el Moisés de Miguel Ángel en San Pietro in
Vincoli de Roma, estos escritos, compuestos en 1913, pero aparecidos sólo en
1939, definidos por el mismo Freud como una "bailarina en equilibrio sobre la
punta del pie", presentan a Moisés como un príncipe egipcio que "apretado por el
dolor y la soledad crea un pueblo", imponiendo a los "pobres esclavos hebreos"
el dios de su faraón fracasado (Akénaton, el autor de una famosa reforma
"monoteísta" solar). Un dios de verdad y de justicia, señor abstracto e
invisible de un imperio cósmico. Los hebreos, vinculados más aún con Moisés por
medio de su "parricidio", atestiguado por su rebelión en el desierto, traducirán
la lección de Moisés en un valor ético, religioso e intelectual que quedará
libre de la norma de la evolución y constituirá una especie de excepción
espiritual en la historia de la humanidad. También en este caso la Biblia es
solamente un pretexto para una reflexión sobre ciertos temas predilectos de
Freud (analogía individuo-especie, la "neurosis" religiosa, la angustia de los
tiempos en que "el progreso se aliará con la barbarie", etc.).
Moisés sigue siendo de todos modos una figura decisiva en
la historia del arte. Conquistó las artes figurativas ya desde las catacumbas de
Calixto hasta Miguel Ángel y Chagall; conquistó la música desde el Israel en
Egipto de Hándel a los tres Moisés de Rossini, M. Bruch y-Perosi;
conquistó la literatura con los tres Moisés de Schiller, Chateaubriand y
De Vigny; conquistó la filosofía con las reflexiones sobre el Éxodo del
Ateismo en el cristianismo de Bloch; ha sido un punto de referencia para la
teología política, para la de la liberación y de la esperanza. Sobre Moisés se
han encendido también las luces de la producción cinematográfica (dejemos entre
paréntesis los "colossals" a la De Mille), con un filme poco conocido, pero que
revela una superación original y provocativa (y una adulteración) del texto
bíblico. Se trata del espléndido Moisés y Aarón de J.-M. Straub y D.
Huillet, basado en la ópera homónima en tres actos de A. Schónberg (1930-1932).
La película sigue los tres actos de la ópera de Schónberg: en el primer acto se
escenifica la vocación de Moisés, el encuentro en el desierto entre Moisés y
Aarón y el mensaje de Israel; en el segundo acto domina el episodio del becerro
de oro, con la presencia de Aarón y la ausencia de Moisés, que está en el Sinaí
dialogando con Dios; en el tercer acto Moisés condena a Aarón. Como había
declarado Straub en una entrevista de 1975, "lo que me ha impresionado ha sido
el aspecto teológico". Efectivamente, en la película se enfrentan dos
concepciones de Dios. La de Aarón, "in Bildern", en "imágenes", es la
presentación de un dios humano y demagógico, alienante en la locura orgiástica.
Por el contrario, el dios mosaico, "in Begriffen", en "conceptos", es inhumano,
pero paradójicamente liberador: libera del ritualismo, rompe las argollas de la
esclavitud, pero sigue siendo un enemigo del derecho humano a la plena
autodeterminación. "Surge así de la película la invitación revolucionaria al
pueblo para que se desembarace de los dioses, de los guías, y para que tome en
sus manos su propio destino" (L. Bini).
5. "LAUDATE DOMINUM OMNES GENTES": EL MODELO
TRANSFIGURATivo. Toda operación artística es por naturaleza "transfigurativa".
Queremos referirnos aquí a ese proceso según el cual, aun dentro de una
fidelidad sustancial, el artista consigue cargar el texto bíblico original de
resonancias inéditas, de emociones nuevas, retranscribiéndolo en toda su pureza,
pero también haciendo germinar en él virtualidades insospechadas. Naturalmente,
éste es un resultado constante en todas las grandes (y también pequeñas)
operaciones artísticas, pero algunas veces este resultado brilla de manera
sorprendente. No se trata de una simple actualización de la "palabra", sino de
una fidelidad transfigurativa que hace explotar mil ecos.
Podría darnos ahora la música un ejemplo muy elocuente. Más
aún, observamos que en un período histórico concreto, el que va de la segunda
mitad del siglo xvii hasta comienzos del xix, la música superó a las artes
figurativas en su cualidad de intérprete de la Biblia: los nombres de Schütz,
Pachelbel, Bach, Vivaldi, Buxtehude, Telemann, Couperin, Charpentier, Hándel,
Haydn, Mozart atestiguan inequívocamente este predominio. Queremos referirnos
expresamente a Mozart, debido a su relectura musical de un salmo muy modesto
literariamente, el más breve del Salterio (punctum Psalterfi), una
auténtica jaculatoria que hay que poner casi al final de los demás cantos como
una especie de Gloria Patri. Se trata del salmo 117 (116 Vg), dedicado a
la alabanza "instantánea" de las dos virtudes fundamentales de Dios, el amor
(hesed) y la fidelidad (émet).
"Alabad al Señor todos los pueblos; aclamadlo todas las
naciones;
pues su amor por nosotros
es muy grande
y su lealtad dura por siempre".
pues su amor por nosotros
es muy grande
y su lealtad dura por siempre".
Laudate Dominum, omnes gentes,
collaudate eum, omnes populi!
Quoniam confirmata est
super nos misericordia ejus
et veritas Domini manet in aeternum.
collaudate eum, omnes populi!
Quoniam confirmata est
super nos misericordia ejus
et veritas Domini manet in aeternum.
Mozart ha sabido sacar de esta antífona esencial, compuesta
en hebreo con sólo nueve palabras
principales, una composición mágica, llena de asombro y de paz, de exaltación y
de armonía, el Laudate Dominum en fa menor de las Vísperas solemnes de
un confesor (K. 339, año 1780). En esta reelaboración, el espíritu de
confianza y de abandono del texto vuelve a crearse de un modo altísimo, casi
supremo. Tras diez compases de orquesta se abre "una maravillosa cantilena de un
soprano solo. En la forma estrófica se recoge la melodía por segunda vez en el
coro, dentro de una atmósfera de inefable ternura ultraterrena. Después de las
dos estrofas, un breve momento de inmovilidad y de gozo. Y luego la voz del
soprano se une al coro en el amén final, dominándolo dulcemente" (M. Vignal). La
exégesis "artística" sabe incluso modular aquí el texto encendiéndolo en
esplendores inesperados y encendiendo en él nuevos rayos. Pavel Florenskij
(1882-1946?), el "Leonardo da Vinci ruso" por la versatilidad de su ingenio
literario, teológico y científico, escribía: "El oro bárbaro y pesado de los
iconos, inútil de suyo a la luz del día, se anima con la luz temblorosa de una
lámpara o de una vela haciendo vislumbrar otras luces no terrenales que llenan
el espacio celestial".
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G. Ravasi
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