1.
Características generales
En
el canon griego y latino llámase libros históricos por antonomasia a los que
la Biblia hebraica clasifica entre los proféticos (Josué, Jueces, Samuel,
Reyes), los hagiógrafos (Rut, Ester 1, 1- 10, 4 Esdras-Nehemías, Crónicas) y
los deuterocanónicos (Tobit, Judit, Ester 10, 4-16, 24, Macabeos). En ellos se
narra la historia de Israel desde la conquista de Canaán (sobre el 1180 a.C.)
hasta Juan Hircano (135-104 a.C.). Esta historia es esquemática, parcial,
selectiva, escrita con métodos históricos deficientes, comparados con los de
la historiografía moderna, y, sin embargo, es superior a la de los otros
pueblos orientales. Se trata de una historia santa, tal como Israel la vio y
vivió, presentada a base de hechos en función de una tesis religiosa. Más que
una historia de Israel es la del progreso de la revelación y de las relaciones
de Dios para con el pueblo escogido, que preparan la salvación mesiánica.
Enjuiciada globalmente y en su intencionalidad general aparece su carácter didáctico,
pedagógico y figurativo. Cooperaron en su elaboración la fe, la tradición, la
idea de la alianza (Gén 17, 9; Dt 9, 26; 29, 11-12) y la reflexión teológica
de todo un pueblo o de un sector escogido del mismo, del cual los hagiógrafos
son portavoces. Dicha reflexión enjuiciaba el presente momento histórico-religioso
a la luz de un pasado glorioso, el cual, aunque desfigurado por la infidelidad
de Israel a lo pactado (Is 1, 4), resurgirá en un futuro más o menos próximo
por la conversión total de un resto al Dios fuerte (Is 10, 21) y
misericordioso, siempre fiel a su promesa (Ez 16, 8; Jer 25, 5; Os 14, 2-9). De
ahí el optimismo y la esperanza de un futuro mejor que rezuman en esta
historia.
Los
historiadores sagrados, hijos de la comunidad hebraica, asumieron la tarea de señalar
las raíces de esta fe optimista que aparece en las antiguas tradiciones
populares, en escritos preexistentes, en los anales que la nación conservaba
celosamente en sus archivos, en las mismas listas genealógicas, incluso en
libros de autores paganos, o en el mismo curso de los acontecimientos de la
historia universal, cuyos hilos mueve Dios en vistas a la consecución de sus
designios de salvación mesiánica. A1 escribir la historia religiosa de su
pueblo cada uno de los autores dejó en su libro huellas de su personalidad, que
se manifiesta en el enfoque diverso del pasado histórico, en la peculiar
proyección hacia el futuro y en los métodos históricos propios de cada uno de
los autores y de los tiempos y ambientes en que ellos se desenvolvieron. Unos
emplean un género histórico parecido al de la historiografía moderna (Saco,
Re, 1 Mac), otros un género histórico profético ( Jos), o anecdótico-didáctico
( Jue), o midrásico (Par, Esd-Neh), o patético-oratorio (22 Mac), o popular
(Rut), o novelesco (Tob, Jdt, Est). Estos libros transmiten en forma narrativa
el mensaje divino en las diversas etapas de la «prehistoria de la Iglesia»,
con la cual Dios un día había de establecer una alianza perfecta y definitiva
( Jer, 31, 31-34; Heb 8, 6-13 ) mediante la sangre de la Cruz (Heb 9, 15-28), y
a la cual habían de pasar en herencia los privilegios de Israel (1 Pe 2, 9; Ap
5, 9-10). Su autor principal, Dios, y los autores humanos tienden primariamente
a robustecer la fe y la esperanza de sus actuales o futuros lectores.
2.
Libros históricos
a)
Josué. A pesar de su unidad actual, este libro deja entrever que en él
están recogidas diversas tradiciones orales (2-9) y escritas, algunas muy
antiguas (21, 1-41; 21). En las dos etapas de redacciones deuteronomistas,
posteriores al año 622 a.C., se hizo uso de esas tradiciones,
que luego experimentaron todavía una reelaboración sacerdotal, acompañada de
un incremento de material (3.6.15.17; 6, 116; 22, 9-34). En forma esquemática,
y épica a veces (6-8, 1-29; 9-10), describe la conquista rápida y total de
Canaán por Josué (2-12), si bien algunos textos (13, 1-6; 16, 10; 17, 12-16) y
el libro de los jueces (c 1) nos dicen que ésta fue larga y azarosa; además se
le atribuyen victorias conseguidas por otros (12, 10). Su objetivo es probar la
fidelidad de Dios a su promesa de entregar (13-22) su tierra (3, 11; Lev 25, 23)
en herencia a su pueblo (Gén 12, 7; 15, 18; Dt 4, 1; 6, 10-15, etc.). Dios
estará con Josué en esta empresa (1, 5-9), a condición de que tanto él como
el pueblo permanezcan fieles a la ley (1, 6-9; 23 ), reconociendo a Yahveh como
a su único Dios (24, 14-18, 21). En caso de mezclarse con las gentes del país
y postrarse ante sus ídolos (23, 12-16), Yahveh se irritará contra ellos,
arrebatándoles con la cooperación de estas mismas gentes la tierra buena que
él les ha dado (1, 1-5; 23, 16), y en la cual Israel habita en calidad de
huésped (Lev 25, 23). Todo el libro resalta el significado religioso de los
acontecimientos; la conquista de Canaán por Israel y su reposo en esta tierra
es un episodio de la historia de la salvación, el cual apunta hacia el ingreso
en el reino de Dios (Mt 25, 34) y el descanso eterno en él. Cancán fue luego
entendido como una figura de aquel reino (Heb 4, 8-9) en el que Cristo, el otro
Josué (y°hósú'á: Yahveh salva), nos introducirá una vez que hayamos
triunfado del pecado (1 Cor 6, 9-11; 15,50; Gál 5, 21).
b)
Jueces. El libro se divide en tres partes: doble introducción,
histórica (1, 1-2, 5) y doctrinal (2, 6-3, 6); cuerpo del libro (3, 7-16, 31) y
dos apéndices (17-21). A base de antiguas tradiciones orales, locales y
populares, diversas veces retocadas, coleccionadas y escritas por redactores de
diversa condición, mentalidad y procedencia (Reino del Norte o del Sur) y
sometidas a una revisión deuteronómica (c 2) y sacerdotal (17-21); su autor
(s. v a.C.) describe el estado precario. de Israel en la conquista y posesión
de Cancán, debido a su infidelidad a Yahveh (Jos 23, 15-16; Jue 2, 1-3, 6).
Dios no ha rescindido el pacto de la alianza, mas permanece inactivo hasta que
el pueblo retorne a él. El libro desarrolla la tesis pragmática de los
deuteronomistas en cuatro tiempos (2, 11-19; 10, 6-16; passim): prevaricación y
castigo; arrepentimiento y perdón, con la restauración del orden por obra de
jueces carismáticos que actúan según las exigencias del momento (sho-fetim
viene de shafat: establecer, restablecer). El misterioso período de
los jueces es un capítulo dramático de la teología de la historia de la
salvación (2 Par 15, 3-6), en la cual Dios, justo y misericordioso a la vez,
castiga y busca al pecador para moverle al arrepentimiento y perdonarle. Para la
salvación de su pueblo penitente Dios escoge a jueces que, si bien por ser
hijos de su tiempo tienen una moral vulgar (Aod, Jefté, Sanson), sin embargo,
por su fe (Heb 11, 12) y su fidelidad a Dios (Eclo 46, 11-12) realizan el
designio divino de asegurar al Israel auténtico una posesión pacífica de la
tierra prometida, que prefigura la del paraíso (Lc 23, 43).
c)
Libro primero y segundo de Samuel. A
base de las memorias de David (2 Sam 9-20; 3 Re 1-2), del tiempo de Salomón,
escribas, sacerdotes y profetas (Jer 18, 8) penetraron más profundamente
durante la historia de los reinos de Judá y de Israel en el sentido teológico
de los acontecimientos que culminaron con la entronización de David. Para este
fin recogieron e interpretaron antiguas tradiciones sobre el tránsito del
período de los jueces a la monarquía (1 Sam 1-7 ), sobre la institución de la
misma (1 Sam 8-11), sus primeros pasos y vicisitudes (1 Sam 12-31) y su
afianzamiento con David (2 Sam 1-8). Durante el exilio un autor anónimo las
compiló junto con otras de espíritu deuteronómico (1 Sam 7 y 12; 4, 18; 2 Sam
2, 10-11; 5, 4-5; 7) para explicar la situación presente a la luz de la
anterior historia religiosa. David es el punto central de su meditación
teológica, con derivaciones hacia el pasado y el porvenir. A diferencia de lo
sucedido antes (Saúl) y después (reyes de Israel y Judá), su persona y su
reino no desplazaron a Yahveh, el rey indiscutible de Israel, del cual David fue
lugarteniente y representante visible. Con David la antigua alianza se concreta
en forma de reino de Dios. Éste, por el pacto (Sal 132, 17) con la dinastía de
David, cuyos descendientes son hijos adoptivos de Dios (2 Sam 7, 14), durará
eternamente. Si ellos obran el mal, «serán castigados con varas de hombres»,
pero la misericordia de Dios no se apartará de
su pueblo por amor a David (2 Sam 7, 14-15; Sal 89), de quien él hará surgir
un vástago (Jer 23, 5 ), un Ungido del Señor que ocupará el trono de Israel (Jer
33, 17). El pueblo cristiano descubre esos rasgos (Mt 12, 23; Jn 4, 29; 7, 40)
en el Mesías llegado en la plenitud de los tiempos (Gál 4, 4), el cual es hijo
de David (Mt 15, 22; Mc 10, 47-48), aunque superior a él (Mt 22, 44-45), y por
la resurrección ha sido entronizado en su gloria regia y constituido por Dios
en «Señor y Cristo» (Act 2, 34-36).
d)
Libros de los Reyes. Los compuso un autor anónimo en la
cautividad para invitar a los exiliados a la reflexión sobre las causas morales
que acarrearon la trágica situación de Israel en tierras extrañas. Describen
a grandes rasgos, con ideas del Deuteronomio y de Jeremías, la marcha de los
reinos de Judá e Israel a partir de David hasta la cautividad. En el desarrollo
de su tesis religiosa el autor cita los hechos más importantes, que él ha
recogido en diversas fuentes históricas, proféticas, sapienciales (1 Re 14,
19.29; 17, 1-2 Re 1-13) y canónicas, enjuiciándolos a la luz de la teología
de la alianza y de la teocracia. Esos hechos demuestran que los reyes de Israel,
empezando por el pecado de Jeroboam (1 Re 15, 26.29-30, 34, etc.) y siguiendo
por la idolatría formal (1 Re 16, 26), terminaron en el culto al Dios sirio
Baal (1 Re 16, 25.30-33) y en la deportación (721). Pocos reyes de Judá
imitaron la conducta de su padre David (2 Re 18, 3; 22, 2); la mayoría, o
fueron remisos en abolir los lugares altos (1 Re 15, 11-14; 2 Re 14, 3-4), o
fueron directamente malos (2 Re 8, 18-19; 8, 27; 16, 2-4; 21, 2-6). Ese proceder
explica por qué Dios los arrojó de su heredad (4 Re 23, 27). Pero el exilio es
una pena medicinal. Ya la liberación y rehabilitación del rey Joaquín (2 Re
25, 28-29; Jer 52, 32-33) preanuncia que no faltará a Judá una lámpara que
luzca perpetuamente (2 Re 8, 19) en un futuro glorioso, cuando habrá un solo
Dios, un solo templo, un solo pueblo y una nueva alianza, con una comunidad
israelita más espiritual que étnica, en la cual está prefigurada la Iglesia (Rom
11, 4).
e)
Libro primero y segundo de los Paralipómenos. Al título de
paralípómenos (Lxx) hay que preferir el de Crónicas, que traduce las palabras
hebreas divrey hayyamin, las cuales
significan lo mismo que Chronicon totius divinae historiae (Jerónimo, PL
22, 554). Al principio formaban un todo junto con Esdras y Nehemías. Constan de
un preámbulo (listas genealógicas), con marcado interés por las tribus de
Judá, Leví y Benjamín (1-9), seguido de las historias del reinado de David
(10-29 ), de Salomón (2 Par 1-9) y de los sucesores de ambos en Judá (2 Par
10-36). En su composición a modo de midrás (sobre el 300 a.C.) se utilizaron
fuentes bíblicas, las cuales se hallan incorporadas sin que se haga mención de
ellas, y fuentes extrabíblicas, que están citadas explícitamente. Unas y
otras son manejadas con libertad; y se las interpreta bajo la luz de la
tradición y de la reflexión teológica. Dichas fuentes relatan la historia de
la teocracia, o sea, la historia de la elección de Israel y de Jerusalén,
donde David y sus sucesores (representantes de Yahveh ante su pueblo y su reino)
tienen su trono, y Yahveh tiene su templo. Después de David y Salomón, este
reino teocrático estuvo en peligro por la infidelidad de los reyes y del pueblo
a la ley de Dios. Si Yahveh se hubiera guiado por su justicia, él habría
terminado con ese reino, pero, movido por sumisericordia, conservó lo que
había instaurado por una gracia especial. La fidelidad a la ley divina y el
celo por el culto aseguran la continuidad eterna de la dinastía davídica y la
prosperidad de la nación. Todos (sacerdotes, levitas, laicos e incluso paganos)
se hallan bajo la perspectiva de la salvación y del reinado universal del
futuro hijo de David (A. NOORDTIJ, Les intentions du Chroniste, RB 49
[1940] 168).
f)
Esdras y Nehemías. Relatan la vuelta del exilio y la
reconstrucción del templo (Esd 1-6), la reparación de los muros de Jerusalén
y su repoblación (Esd 4, 6-23, Neh 1-13 ), así como el restablecimiento de la
ley (Esd 7-10). En el exilio Israel meditó sobre su pasado, que se presentaba
como un tejido de transgresiones. Su historia y la acción de los profetas le
invitaban a proyectarse hacia el futuro mirando a las experiencias del pasado.
Puesto que fue castigado por su infidelidad a los mandamientos de Dios, el resto
de los justos se decide a meditar más profundamente sobre el contenido de la
ley, que se impone como norma de fe y costumbres (Neh 10, 29-40). El sentimiento
religioso se arraiga, el yahvismo se perfecciona, y se desarrolla un culto sin
relación al templo visible. De la cautividad saldrá un Israel con espíritu
nuevo (Ez 11, 19) y corazón nuevo (Ez 6, 9; 11, 19), el cual pactará una nueva
alianza con Yahveh (Ez 11, 20; 16, 60-62). A pesar del aislamiento se abren paso
en Israel el universalismo religioso y un espíritu misionero. La vuelta a su
heredad por el decreto de Ciro (538) hace entrever el resurgimiento de un Israel
más santo, más purificado, con una concepción más espiritualizada del reino
de Dios.
g)
Libro primero de los Macabeos. Fue escrito en hebreo, entre el
año 103 y 76 a.C., por un judío saduceo, contemporáneo de los hechos narrados
(175-135 a.C.) y ferviente admirador de los asmoneos, los cuales a su juicio
estaban predestinados para salir victoriosos de la lucha entre el helenismo
(incluidos los judíos sincretistas, 1, 12-16) y el yahvismo (5, 62). De aquél,
personificado en Alejandro Magno, salió un «retoño de pecado» (1, 11),
Antíoco Epifanes, que desencadenó la rebelión y la resistencia judía por
colocar la «abominación (siqqes) de la desolación» (mesbommem 1, 57;
Dan 9, 27; 11, 31; 12, 11) sobre el altar, desplazando con ello el Baal Shamem
(Zeus Olympios), a Yahveh de su trono (O. EISsFELD, Baalsamem und Yabvé, ZAW
57, 1939, 1-31). Confiando en que Dios los llevaría a la victoria final (2,
59-61; 4, 8-11; 30.55; 12, 15; 16, 3), muchos israelitas empuñaron las armas
dispuestos a morir en defensa de su pueblo y de su ley (2, 50.64). Dentro de la
linea de Jue, Sam y Re, el autor describe las incidencias de la lucha desde el
punto de vista de su significado religioso. La situación trágica que se ha
producido es un castigo pasajero y medicinal; Dios lo ha impuesto por los
pecados del pueblo (1, 66), infiel a la ley. Es obligación de cuantos cumplen
la ley cambiar la situación (2, 67), lanzándose activamente a esta empresa
bajo la dirección de los Macabeos, con fe en las promesas de la alianza, y así
la lucha victoriosa hará posible el cumplimiento de la ley y paralizará la
obra de los pecadores (2, 48). Dios, artífice de la historia, ayudará al
pueblo a conseguir el triunfo. Por eso los israelitas, aunque no se atreven a
pronunciar su nombre por un excesivo respeto, lo invocan antes de los combates
(3, 18-22; 4.10-11; 9, 48; 11, 71) y le piden consejo. Como carecen de profeta (4,
46; 9, 27; 14, 41), ellos se atienen a la torá (3, 48), la cual contiene la
palabra de Dios y cuya observancia asegura la continuidad del trono del David
«por los siglos de los siglos» (2, 57) y la posesión pacífica de la tierra
prometida.
h)
El libro segundo de los Macabeos, escrito en griego hacia el 120
a.C. por un judío alejandrino, describe en un tono retórico y patético la
lucha religiosa entre el judaísmo (2, 21; 8, 1) y el helenismo (4, 13) en torno
al templo de Jerusalén, desde el año 175 hasta el 160 a.C. Es un epitome de la
obra en cinco tomos de Jasón de Cirene (2, 20-23). El templo, el más célebre
del mundo (2, 23), el santuario más importante de los judíos (15, 18), ha sido
saqueado y profanado por los reyes seléucidas y por los apóstatas judíos,
aprovechándose de que Dios estaba momentáneamente irritado por los pecados de
su pueblo (5, 17). Pero la muerte de los mártires aplacará la ira divina (4-7)
y restaurará con todo esplendor el lugar santo (5, 20). Con la ayuda de Dios
(5, 21), Judas Macabeo sale victorioso de la lucha y lo purifica (8, 1-10, 9);
los repetidos conatos de profanarlo nuevamente fracasan (10, 10-13. 26; 14,
1-15.37). La purificación del templo fue solemnizada con la fiesta de la
Hanukkah (1, 9.18; 10, 1-8; 1 Mac 4, 36-39) y la muerte de Nicanor (15, 28-35)
quedó exaltada con la celebración del «día de Nicanor» (1 Mac 7, 45-50; 2
Mac 15, 36-37). Los enemigos del templo fueron castigados (3, 24-29.39; 5, 7-10;
9, 1-28; 13, 6-8; 14, 33; 15, 28-35) y obligados a confesar la santidad del
lugar (3, 2; 13, 25). El triunfo de la ley, de la religión, del judaísmo es
total. No cabe ningún compromiso (4, 7-17) entre el helenismo impío y la ley
santa (6, 23-28), el Dios santísimo (14, 36), el sagrado templo (2, 22) y el
pueblo santo de Dios (15, 24) y herencia suya (1, 26).
Dios
pone sus ángeles buenos (11, 6; 15, 23) a servicio de los que luchan por la fe
judía; los justos, ya glorificados, interceden por ellos (15, 12-16); y, si los
soldados caen en la lucha envueltos en alguna impureza (12, 40), se benefician
de las oraciones de los vivientes (12, 41-46) mientras esperan la resurrección
(7, 9; 9, 11-14; 14, 46) y la retribución en la otra vida (6, 26). En cambio,
los impíos recibirán en el juicio divino el justo castigo por su soberbia (7,
36). Los
santos
no sólo luchan por poseer aquí la tierra prometida, sino también por una
magnífica recompensa (7; 14, 45) en el mundo que empieza con la resurrección,
en el reino de los santos (Dan 12, 1-4).
3.
Novelas históricas
a)
El libro de Rut, por la genealogía de David (4, 22, obra de un
glosador) y por las palabras < en el tiempo en que gobernaban los jueces»
(1, 1), fue sacado del canon de los ketubím (hagiógrafos) y colocado entre los
libros de los jueces y los de Samuel (LXX, Vg.). Fue compuesto en la primera
mitad del s. v a.C. Su autor describe la incorporación de Rut, aun siendo
moabita, al pueblo hebreo por las leyes del goel y del levirato (4,
1-12). Como reacción contra la ley de los matrimonios mixtos (Esd 9-10, Neh 13,
1-3.23-27), defiende una posición más universalista, basándose en una antigua
tradición familiar que consideraba a Rut como abuela de David (4, 17; 1 Sam 22,
3-4). A diferencia de los hombres, Dios no rechaza a la moabita que le escoge
como Dios suyo (1, 16); más bien, viendo su fe, devoción y piedad filial, la
incluye en la lista de los ascendientes de David (Mt 1, 5), del que saldrá el
Mesías, el cual será luz que ilumine a los gentiles y lleve la salvación
mesiánica hasta los confines de la tierra (Lc 2, 32; Is 49, 6.8 [LXX]).
b)
Tobías. Este libro, obra de un autor anónimo (s. iii-zv a.C.),
refiere una historia, inspirada en gran parte en la Sabiduría de Ahikar, cuya
finalidad es enseñar la providencia de Dios para con los que le sirven (12, 7).
Aunque éstos sufran grandes calamidades, Dios les devolverá el bienestar, pues
las desgracias no son otra cosa que una prueba divina para acrisolar su virtud.
Rafael se encarga de presentar a Dios sus oraciones y buenas obras (12, 12-14,
passim). El libro hace hincapié en la santidad del matrimonio. Inculca la
oración, el ayuno y todas las formas de caridad para con el prójimo (4, 319;
12, 6-10; 14, 8-11). Es un edificante libro de familia, cuya lectura todavía no
ha perdido nada de su actualidad.
c)
El libro de Judit, barajando nombres, reales o fingidos, de
personajes y lugares geográficos, describe la acción del paganismo,
personificado en Nabucodonosor, contra el yahvismo
(6, 1-3). Pretende probar la tesis de que nadie prevalecerá contra Israel,
mientras éste se halle libre de culpa o pecado contra su Dios (5, 20), pues
Yahveh lo protegerá y estará con él (5, 21). De ahí que la esperanza del
verdadero Israel en su Dios deba ser ilimitada. Aunque Yahveh le azote, él no
busca el castigo, sino la amonestación de sus servidores (8, 27). Basta a Dios
un instrumento tan débil como es una viuda para vencer sobre todos los imperios
de la tierra. Aunque el relato histórico puede ser una mera ficción, sin
embargo, lo que el libro enseña es un verdadero consuelo para los creyentes.
d)
El libro de Ester. Consta de dos partes: la proto (1, 1-10, 4) y
la deuterocanónica (10, 5-16, 24). En la primera no se menciona explícitamente
el nombre de Dios, en la segunda, sí. Esta segunda parte suele intercalarse en
el contexto de la primera, aunque no encaje perfectamente (3, 2-6 y 12, 6; 2, 9
y 11, 3; 6, 3 y 12, 5; 9, 20-28 y 16, 22). Con esta composición griega, la cual
no tiene el carácter de una adición o de un suplemento, Lisímaco, que la
escribió al final del tiempo de los Macabeos (10, 13 ), quiso ofrecer a los
judíos de la diáspora en Egipto una obra que fuera más fácilmente legible en
un ambiente helenista. Para ese fin, además de traducir al griego el texto
hebreo, suprimió los pasajes excesivamente hostiles a los gentiles (9, 5-19), y
así lo humanizó, dándole un carácter menos nacionalista y más religioso. A
pesar de las sorprendentes analogías con lo que Heródoto (3, 68-69) y el
tercer libro de los Macabeos escriben, más que de una historia propiamente
dicha se debe hablar de una novela histórica, en la cual se enfrentan el
judaísmo y el paganismo, el Dios de Israel y la astucia y malicia humana. Las
dos fuerzas antagónicas están personificadas, respectivamente, en Mardoqueo,
el judío (5, 13; 6, 10; 8, 7) y en Amán, el agagita (3, 10; 8, 3.5; 9, 24; 1
Sam 15, 9). A pesar del carácter religiosamente neutro del texto hebraico, se
vislumbra en él la fe en la divina providencia (4, 13-14; 3, 1; 4, 16) y en la
acción eficiente de Dios sobre su pueblo. El Dios justo no tolerará que los
malos triunfen sobre los buenos. Esta protección divina con relación a Israel
está expresada en las palabras de Zeres, mujer de Amán, y de sus amigos: <
Si el Mardoqueo ese, delante del cual has
comenzado a caer, es de la raza de los judíos, no lo vencerás, sino que
acabarás de sucumbir ante él» (6, 13). El aspecto sanguinario y nacionalista
del libro se suaviza si tenemos en cuenta cómo su autor hace más hincapié en
el cambio de la situación por obra de Dios que en el desquite judío. El libro
quiere ser un aviso para todos los enemigos del pueblo judío, y a la vez
pretende advertir a éste cómo su vida entre los gentiles depende
exclusivamente del apoyo divino, el cual no le faltará si él lo implora con fe
y confianza.
Luis
Arnaldich
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.