POR: MONS.
BOAVENTURA KLOPPENBURG, O.F.M., OBISPO
1. LA EVANGELIZACIÓN CONSTITUYENTE
Y SUS VICISITUDES
Y SUS VICISITUDES
La Iglesia conoció en América Latina un siglo heroico de evangelización, que se
inició con el descubrimiento, en 1492, y duró hasta la mitad del siglo XVII.
Providencialmente, en esta época del descubrimiento, el Catolicismo en la
Península Ibérica, había entrado en un proceso de profunda renovación
espiritual. De este modo la Iglesia de la España del siglo XVI, antes del
concilio de Trento, estaba preparada para asumir con seriedad y audacia la tarea
de la evangelización del Nuevo Mundo. Dio prueba de una inteligente creatividad
metodológica y pedagógica para crear condiciones que hicieran posible la
aceptación de la fe. Hubo obispos y misioneros, especialmente de órdenes
religiosas, de notables cualidades espirituales y humanas, que se dedicaron
abnegadamente al trabajo de la evangelización y de la promoción humana de los
indígenas.
Este primer siglo y medio se caracterizó también por 26 concilios provinciales y
cerca de 70 concilios diocesanos, todos ellos de carácter sensiblemente
misionero, evangelizador y promotor de los aborígenes. Con razón podía informar
el documento episcopal de Puebla (1979) que «la evangelización está en los
orígenes de este Mundo Nuevo que es América Latina» (n. 4), y que «la
evangelización constituyente de América Latina es uno de los capítulos
relevantes de la Historia de la Iglesia. Ante las dificultades tan desmedidas
como inéditas, ella respondió con una capacidad creadora cuyo aliento mantiene
viva la religiosidad popular de la mayoría de nuestros pueblos» (n. 6).
En el discurso inaugural de Santo Domingo (12-10-1992) observaba, con razón, el
papa Juan Pablo II: «Los datos históricos demuestran que fue llevada a cabo una
válida, fecunda y admirable obra evangelizadora y que a través de ella, de tal
manera se abrió camino en América la verdad sobre Dios y el hombre, que, de
hecho, la propia evangelización constituyó una especie de tribunal de acusación
de los responsables de los abusos» de colonizadores sin escrúpulos».
La europeización no se llevó a cabo en América Latina como en América del Norte.
En el Norte los colonizadores no encontraron ninguna cultura capaz de resistir.
En cambio, en Méjico, en la América Central y en algunos lugares de América del
Sur, especialmente en 1as regiones andinas, como Perú, Ecuador, Chile y Bolivia,
los europeos encontraron culturas muy antiguas y ricas, capaces de resistir a
los impactos de la occidentalización. Por eso en esas regiones perviven
tenazmente en nuestros días reminiscencias religiosas precolombinas. Y antes de
1570 la propia Corona de España enviaba cuestionarios para conocer los ritos y
las creencias de los indígenas, con el fin de renovar los métodos misioneros. Y
desde 1580 el misionero se veía obligado a respetar la base indígena, sobre la
cual debía desarrollar su tarea, bautizando todo lo que fuera bautizable. Lo
mismo se puede decir de las culturas y religiones africanas en esta parte de
América, particularmente en el Brasil. El hecho de que alguien fuera un africano
trasladado a la fuerza, no modificaba su naturaleza con sus exigencias profundas
y sus aspiraciones íntimas.
El hecho de que la Iglesia es y debe ser universal (esto es, para todos, para la
masa o la multitud) y no sea una secta (es decir, para un grupo que tuvo una
experiencia religiosa más o menos homogénea), tenía evidentes implicaciones
pastorales y obligaba a no prescindir de las creencias populares.
Era el pueblo español y el pueblo portugués el que se trasladaba al Nuevo Mundo
con Ios conquistadores para llevar
allá sus creencias y su arte barroco, que iba a conformar las grandes líneas de
la religión y de la cultura popular de América Latina. Siguiendo luego la pauta
del concilio de Trento iba a consolidarse y unificarse la evangelización. Las
pautas fundamentales de la catequesis y del culto tendrían inspiración
tridentina. La instrucción religiosa insistiría principalmente en la aclaración
y explicación de las repuestas del Catecismo.
Hay que advertir que la Inquisición en América Latina sólo tenía jurisdición
sobre el europeo. Los indios permanecían sometidos a la jurisdicción episcopal y
a los delegados de ésta. Regía la norma de que los neófitos, a causa de sus
limitados conocimientos de la doctrina cristiana, no podían ser acusados de
herejía. La autoridad paternal del obispo era suficiente para controlarlo,
especialmente también porque, según la legislación colonial, el indio era
considerado jurídicamente como menor e irresponsable. Por eso las
manifestaciones y supersticiones paganas de los indios bautizados no preocuparon
a la Inquisición y aquélllos pudieron moverse a su aire.
Bajo este punto de vista los indígenas y los negros fueron subalimentados desde
el punto de vista religioso: sólo para mantener la vida de fe que ya tenían,
pero no para progresar en ella. La precaución se tomaba principalmente respecto
de la herejía, que amenazaba en otras esferas. Fue ésta la razón por la que el
Cristianismo no penetró suficientemente en las civilizaciones indígenas y negra
y permaneció un tanto estancada. Esto explica igualmente por qué el contenido
del Cristianismo puro se mantuvo pobre.
La pastoral dominante era la pastoral de protección: nacía de la convicción de
que se tenía ya en las manos una población católica; cuanto menor era la
libertad, se corrían menos riesgos. Por eso no se formó a cristianos libres y
responsables. Y todo esto venía acompañado por un cierto autoritarismo clerical:
en los pueblos rurales el párroco era (y aún lo es hoy) el líder de la
comunidad. De ello se derivó una pastoral más de poder que de servicio, que no
favoreció la creación de un laicado auténticamente apostólico.
Con ocasión de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en 1968
(Medellín, Colombia), los obispos informaban en el documento sobre la pastoral
popular: «Hasta ahora ha prevalecido una pastoral de conservación, basada en la
sacramentalización y con muy poco énfasis en la evangelización previa. Una
pastoral ciertamente válida, sin duda, en un tiempo en el que las estructuras
sociales coincidían con las estructuras religiosas, en el que los medios de
comunicación de los valores (familia, escuela, etc.) estaban impregnados de
principios cristianos y en el que la fe se transmitía por la propia inercia de
la tradición». Era también una pastoral centrada en las devociones. La liturgia,
distinta del pueblo y en latín, tuvo como efecto el dar excepocional importancia
a las devociones. Estas acabaron siendo esencialmente importantes en la vida de
la gente sencilla.
Los primeros religiosos misioneros (franciscanos, dominicos, agustinos) trataron
de organizar entre los indígenas las «doctrinas» o «parroquias de indios», que
no se regían por las leyes del Patronato, ni eran sustentadas por el diezmo. En
virtud de privilegios pontificios, los misioneros tenían una cierta autonomía
incluso con relación a Ios Obispos.
En el siglo XVII estos misioneros «doctrineros» fueron sustituidos por clérigos
diocesanos, y las «doctrinas» fueron diocesanizadas y transformadas en
parroquias sometidas a las leyes del Patronato y a la dirección pastoral de los
Obispos. Como consecuencia de este cambio se pudo observar que la sustitución
del fraile, acaso ignorante de una Teología más sistemática y formalista, pero
identificado con los indios y experimentado en la convivencia con ellos, trajo
como consecuencia efectos negativos en la práctica religiosa en una medida que
todavía no estamos en condiciones de concretar. En algunos lugares los
religiosos mantenían los cultos solemnes, mayor número de ministros, escuelas de
música y de primeras letras, colegios y bibliotecas, algo que el cura secular
era incapaz de sostener. Los religiosos podían defender con mayor coraje y
constancia a la clase indígena contra los desmanes cometidos por los
encomenderos y contra la tiranía de los encargados el poder político. Podía
gastar más dinero en la construcción y reparación de templos y evangelizar
desinteresadamente a mayor número de fieles. La prematura sustitución de los
misioneros religiosos por el clero diocesano constituyó un verdadero desastre
pastoral para muchas regiones.
Con la expulsión de más de 2.200 jesuitas (en 1759, en lo dominios de Portugal,
y, en 1767, en el resto del Continente), perdió América Latina al más selecto y
mejor preparado intelectualmente clero misionero. Este hecho, unido a las
dificultades de los nuevos misioneros para viajar a América Latina, supuso un
gran retroceso en la cristianización y en el mantenimiento puro y simple de la
religiosidad popular.
A comienzo del siglo XIX las guerras de la independencia y la formación de
numerosos Estados latinoamericanos de lengua española dejaron las iglesias casi
sin Episcopado y sin Seminarios. Esta carencia de sacerdotes favoreció la
ignorancia religiosa y el desarrollo de formas religiosas libres, de una
religiosidad casi natural, inspirada, más que nada, en motivaciones biológicas y
cosmológicas. El aislamiento cultural y espiritual del clero rural llevó a una
pastoral bastante primitiva y centrada en una visión sacral-mágica del mundo y
de la religión. La inmobilidad de la sociedad rural y la ausencia de contactos
culturales importantes (aislamiento rural) impidió a las masas latinoamericanas
una transmisión más perfecta y abundante de los valores evangélicos. Tengamos en
cuenta que hasta 1925, entre el 85 y el 90% de la población era rural. Ya en
esta década de 1990 más del 70% viven en la ciudad.
En la urbanización de la población latinoamericana no hubo un factor
secularizante de relieve, porque muchas veces no fue acompañada de la
industrialización y produjo por ello marginalidad y desarraigo social en los
barrios, causando no pocas veces el aumento de la religiosidad puramente sacral
y poco cristiana y hasta más degradada que la rural, tentadoramente abierta a la
invasión de ideologías y sectas de todo tipo.
Por todos estos motivos el mundo popular católico latinoamericano tiende a ser:
Cósmico: acudir a Dios (o a los espíritus o santos
«protectores») es, para muchos (en todos los estratos sociales, pero
especialmente en el mundo rural o en la marginación urbana) una forma de
enfrentarse a los elementos naturales, para combatirlos y entenderlos. De este
modo Dios pasa a convertirse en la respuesta a las incógnitas y a las
necesidades humanas y será el tapaagujeros de la metafísica popular.
Fatalista: Dios es el origen de todo, tanto del
bien como del mal. Por eso se tiene un concepción fatalista de la vida: «¡Dios
lo quiere!», «¡es preciso resignarse a la voluntad de Dios!» Consecuencia:
pasividad ante la vida y la construcción del mundo, lo que impide el crecimiento
en el proceso humanizador.
Sacramentalista: práctica masiva (por costumbre,
por imperativo de la propia sociedad) de algunos sacramentos, especialmente del
bautismo y de la primera comunión, que tiene más repercusiones sociales
(compadrazgo) que tiene una verdadera influencia en la vida cristiana. A veces
estos sacramentos se reciben para evitar males o maleficios. Se llega así a
atribuir efectos mágicos a algunos sacramentales, como escapularios, ramos
benditos, etc.
Devocionista: es una religiosidad de votos y
promesas, de peregrinaciones y de un sin número de devociones, con casi nula
participación en la vida de la comunidad.
Milagrera: muy accesible a lo maravilloso. Espera
el milagro, tiene hambre de milagro y, por ello, fácilmente ve milagro donde no
lo hay (entre pentecostales y espiritistas).
Santeristas: los santos son absolutizados por
muchos y se transforman en ídolos, y, su culto, en idolatría (el animismo de los
indios y de los negros lleva a idolatrar a los santos). En esta devoción hay
prácticas vacías y extravagantes, con oraciones absurdas y ridículas.
Ritualista: a esta forma le es fundamental la
noción de bendición. La bendición (que espera de Dios, de Cristo, de María, de
los Santos, de la Iglesia, de los Sacerdotes) aleja las adversidades, proteje
contra los peligros, trae suerte y prosperidad, cura enfermos, expulsa demonios,
ahuyenta a los espíritus malos y se convierte en protección general para la
vida. Este camino es buscado con ahínco en las sectas pentecostales.
Pseudomesiánica: es la misma actitud que tuvo el
pueblo judío respecto de Jesús.
Individualista y privatizaste: las relaciones
entre el hombre y Dios o los Santos es un asunto privado que prescinde de la
comunidad y de la mediación de la Iglesia. Los problemas que pretende resolver
mediante la religión son los de amor, de la salud o de la subsistencia.
Contractualista: caracterizada por las relaciones
del tipo «do ut des», que establecen con Dios y con los Santos, es decir, en
forma de contrato entre las partes con vistas a la obtención del beneficio
deseado (promesas, novenas de petición y de acción de gracias). De este modo
tenemos en los centros de peregrinación a los pagadores de promesas.
Sincretista: el que carece de una profundización
personal en el contenido de la doctrina cristiana y acepta y mezcla fácilmente
principios o prácticas ajenas y claramente no cristianas (por ejemplo, la
reencarnación) sin darse cuenta de su incompatibilidad con la fe católica.
Estamos ante una vida católica debilitada, viciada y abierta a todo tipo de
superstición y de credulidad. Exige un paciente trabajo de pedagogía pastoral,
en la que el catolicismo popular sea asumido, purificado, completado y
dinamizado.
2. FISURAS EN EL SUBSTRATO
CATÓLICO RADICAL
La fe de la Iglesia selló el alma del continente latinoamericano. Durante el
tiempo de la evangelización constituyente se echan los cimientos para un
substrato católico radical en América Latina: «Su evangelización fue
suficientemente profunda para que la fe pasase a ser constitutiva de su ser y de
su identidad, dándole esa unidad espiritual que subsiste a pesar de la ulterior
división en diversas naciones» (Puebla, n. 412). A pesar del pecado siempre
presente y de las dificultades y vicisitudes, «la fe de la Iglesia selló el alma
de América Latina, marcando su identidad histórica esencial y constituyéndose en
la matriz cultural del Continente, de la cual nacieron los nuevos pueblos. El
Evangelio encamado en nuestros pueblos lo congrega en una originalidad histórica
cultural que denominamos América Latina»
(ibid., 445s.).
Hay, como consecuencia, unos elementos comunes que permiten hablar de una
cultura latinoamericana. Sin olvidar que América Latina no es una realidad
uniforme y continua, con la persistencia de diversas culturas indígenas y
afroamericanas en estado más o menos puro y la existencia de grupos con diversos
grados de integración nacional, se puede afirmar que, del encuentro de tres
universos culturales (el indígena, el europeo y el africano) nació una especie
de mestizaje latinoamericano; y esta mezcla racial y cultural configuró
fundamentalmente el encuentro de las culturas, y su dinámica indica que seguirá
influyendo y determinando en el futuro, y que, en consecuencia, hay muchos
elementos idénticos, que constituyen una especie de patrimonio cultural común.
En este sentido se puede hablar, como lo hicieron los obispos reunidos en
Puebla, de una cultura latinoamericana. Esta cultura, explican ellos (nn.
413s.), impregnada de fe y con frecuencia sin una adecuada catequesis, se
pone de manifiesto en las actitudes propias de la religión popular, penetradas
de un profundo sentido de trascendencia y, al mismo tiempo, de proximidad de
Dios; se traducen en una sabiduría popular con expresiones contemplativas que
pone con la naturaleza de manifiesto el modo peculiar como el hombre
latinoamericano vive su relación y con los otros hombres, en un sentido de
trabajo y fiesta, de solidaridad, de amistad, y de parentesco; se da a conocer
con el sentimiento de su propia dignidad, que no se ve disminuida por una vida
pobre y humilde; se conserva de un modo más vivo y articulador en los sectores
pobres; está marcada particularmente por el corazón y su intuición; se expresa
en las artes plásticas, en la piedad hecha vida y en los espacios de convivencia
solidaria más que en categorías y organización mental características de las
ciencias. En resumen: el hombre latinoamericano tiene una tendencia innata a
acoger personas, a compartir lo que tiene, a vivir la caridad fraterna y al
desprendimiento, particularmente entre los pobres, para sentir con el otro la
desgracia en las necesidades. Valora mucho la familia y los vínculos especiales
de la amistad nacidos del padrinazgo (cfr.
ibid., n.17).
Entre tanto, también la Iglesia de América Latina conoció un proceso de
secularización de su mundo religioso. Los principales factores secularizantes de
este Continente católico fueron los siguientes:
Lo tiempos inquietos de la independencia
(comienzos del siglo XIX) coinciden con el surgimiento de las primeras élites
intelectuales no católicas o librepensadoras, anticlericales, herederas del
iluminismo francés y del utilitarismo inglés. Con ello pierde la Iglesia buena
parte de sus élites intelectuales.
El Laicismo de las nuevas Repúblicas: adoptan
rápidamente medidas de secularización de los bienes de la Iglesia, de
prohibición de la enseñanza religiosa en las escuelas del Estado, y, en algunos
lugares, de persecución abierta de la Iglesia. Las Repúblicas latinoamericanas
son regalistas e incluso josefinistas, y se consideran por derecho propio
herederas del Patronato regio y decretan gran número de detalles clericales y
litúrgicos, además de la injerencia en el nombramiento de obispos.
La fuerte influencia de la Masonería: por su
deísmo, por su laicismo, luchando por conseguir la enseñanza laica en las
escuelas, el matrimonio civil, el divorcio; por su extremado Liberalismo
(«librepensadores»); por su indiferentismo religioso («todas las religiones son
buenas») y la rigurosa privatización de la religión; por su Racionalismo
arreligioso; por su Naturalismo (la «religión natural» como ideal, con la
negación explícita de la revelación divina positiva); por su Anticlericalismo
radical.
La inspiración directa del positivismo en la
formación y en la legislación de muchos Estados latinoamericanos.
El Cientifismo de no pocos hombres de formación
científica (experimental) y técnica, persuadidos de que las ciencias
experimentales exploran la totalidad del campo del pensamiento racional y que
ellas mismas se bastan para explicar nuestros problemas y responder a nuestras
preguntas, quedándose incapaces para razonar algo que esté más allá de la Física
y de la verificación empírica.
Falta de una mayor sensibilidad de la comunidad
eclesial latinoamericana ante el fenómeno del descreimiento o del indiferentismo
religioso cada vez más invadido por el humanismo ateo.
La exaltación de nuevos valores: ciencia, técnica,
poder, economía, deporte, música, arte, cine, dinero, sexo, violencia, libertad
(sin freno), justicia (sin amor), realización personal, «carismas»,
«profetismo», conciencia personal como norma ética determinante, etc.
Misticismo extraño: nuevas formas de religiosidad
ambigua y vagabundeante (sobre todo, de tipo ocultista, espiritista,
esotérico...), que, al comienzo, satisfacen, pero luego decepcionan y ateízan.
Después del siglo decisivo de formación en América Latina hubo un ciclo de
estabilización, cansancio y rutina. Era un fenómeno histórico que se advertía
también en las comunidades eclesiales de Europa y que en América Latina se
manifestó como una disminución del espíritu misionero, aunque algunas Órdenes
continuaran su tarea evangelizadora en las «misiones vivas» entre los indígenas
todavía no cristianizados. Surgieron también en este tiempo contiendas estériles
entre obispos y religiosos a causa de la exención canónica y del trabajo
parroquial y decreció notablemente el número de las grandes figuras episcopales
y misioneras. En algunos sectores comenzó a circular una nueva «leyenda negra»
contra la Iglesia y su acción, con cusaciones indiscreminadas aceca de su
riqueza y de su supuesta connivencia con los poderosos. Si es cierto que la
Iglesia tuvo que soportar el peso de los desfallecimientos, de las alianzas con
los poderes de la tierra, de una visión pastoral incompleta y de la fuerza
destructiva del pecado, también es verdad que la evangelización que transformó
América Latina en un Continente de esperanza ha sido mucho más poderosa que las
sombras que lamentablemente le acompañaron.
Sobrevinieron después las grandes crisis del siglo XIX. La organización de la
Iglesia se llevó a cabo en un contexto de Patronato (derecho a conferir
beneficios eclesiásticos, a nombrar obispos, etc.), que frecuentemente la obligó
a acomodarse, y, en algunos países, incluso después de la independencia, a las
instancias del poder secular con menoscabo de su libertad espiritual. Esta
excesiva dependencia del poder secular tuvo consecuencias funestas, tales como,
después de la expulsión de los jesuitas, las dificultades para la erección de
nuevas Diócesis, ya que las que existían eran muy pocas y de excesiva extensión;
las sedes vacantes; el cierre de los noviciados de las Órdenes Religiosas
(Brasil, 1854); las dificultades para conseguir nuevos misioneros; el
consiguiente abandono pastoral de los fieles; el predominio del secularismo
liberal (masonería) y positivista; el despojo de los bienes eclesiásticos. Estas
grandes crisis del siglo XIX y comienzos del siglo XX procuraron persecuciones y
amarguras a la Iglesia, sometida a incertidumbres y conflictos que la sacudieron
en sus fundamentos. Con todo, consiguió reconstruirse y sobrevivir. Con el
primer concilio Plenario de América Latina, celebrado en Roma en 1899, distante
de cualquier intervención estatal, comienza una especie de
segunda
fundación de la Iglesia en América Latina, procurando los medios de una
estructuración más completa: la unidad en la doctrina y en la disciplina
pastoral.
La primera mitad del siglo XX, salvo algunas dramáticas persecuciones (México) y
tensiones, fue una etapa de estructuración institucional de las iglesias
particulares del Continente. Aumenta considerablemente el número de diócesis,
que son favorecidas considerablemente por la llegada de misioneros de Europa y
de Estados Unidos. Son los tiempos de la Acción Católica, de una notable
militancia de los laicos, de un renacimiento intelectual católico, especialmente
a partir de 1930. Se registra una mejoría general de la formación cristiana,
gracias a la actividad de numerosos centros de educación y cultura ligados a la
emergencia de nuevas clases medias y urbanas y al proceso de democratización. A
partir de 1950 se multiplican considerablemente las diócesis: en 1954, 324; en
1960, 435; en 1970, 492; en 1980, 639; en 1990, 675. Aparecen las Conferencias
Episcopales. En 1955 se reúne en Río de Janeiro la primera Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano y se funda el CELAM (Consejo Episcopal
Latinoamericano). Comienza paulatinamente una amplia tarea pastoral de reflexión
y de unión a partir de la situación latinoamericana: jornadas, estudios,
institutos pastorales, métodos nuevos, instrumentos de trabajo. Hay un creciente
movimiento episcopal a escala continental, que se consolida durante el concilio
Vaticano II con un renovado dinamismo evangelizador. Las actividades pastorales
de toda la América Latina reciben la ayuda financiera de la acción episcopal
«Adveniat» de los católicos
alemanes y también la de otros organismos internacionales de ayuda.
La religiosidad popular es el distintivo de la cultura latinoamericana. La
esencial vida católica se manifiesta notablemente en las formas de la
religiosidad o piedad popular; el conjunto de creencias profundas marcadas por
Dios, de las actitudes básicas que se derivan de esas convicciones y las
expresiones que las manifiestan. Este catolicismo popular tiene evidentes
aspectos positivos: la capacidad de síntesis vital, englobando creativamente lo
divino y lo humano, Cristo y María, espíritu y cuerpo, fe y patria, comunión e
institución, inteligencia y afecto; la afirmación radical de la dignidad de cada
persona humana como hija de Dios; el establecimiento de una fraternidad
fundamental, enseñando a descubrir la naturaleza y a comprender el trabajo,
proporcionando razones para la alegría y el buen humor incluso en ambientes de
vida difícil; el sentido de lo sagrado y de lo trascendente y, especialmente, de
la providencia de Dios Padre; la capacidad de expresar la fe en un lenguaje
total que supera los racionalismos (canto, imágenes, gestos, color, danza); la
sensibilidad para la peregrinación como símbolo de la existencia humana y
cristiana; la integración de los sacramentos y de los sacramentales en la vida
personal y social; la capacidad de sufrimiento y de heroísmo para superar las
provocaciones y confesar la fe; la resignación cristiana en situaciones
irremediables; el valor de la oración; el gusto por la oración; la
disponibilidad hacia la Palabra de Dios; el culto a Cristo paciente y muerto; la
devoción al Sagrado Corazón de Jesús; la acentuada piedad mariana; el culto a
los Santos y la oración por los muertos; el respeto filial a los Pastores como
representantes de Dios; la aceptación de los otros; la conciencia de la dignidad
personal y de la fraternidad solidaria; el sentido de la amistad, caridad y
unión familiar; el desprendimiento de lo material. Un conjunto impresionante de
rasgos cristianos en la vida humana.
Sin embargo, la fisura mayor en el universo católico latinoamericano viene
causado últimamente por la invasión de las sectas. De 420 millones de habitantes
cerca de 380 millones (90%) se dicen católicos, y, aproximadamente, 40 millones
(10% de la población) se dividen entre los más diversos grupos religiosos no
católicos. La tasa anual de crecimiento de la población no católica es muy
superior al crecimiento biológico: se calcula que puede ser del 11% (4.400.000)
al año. Este dato significa que cada día hay en América Latina un aumento de
unos 12.000 no católicos. Es el proceso del Protestantismo en América Latina. Se
asegura que en 1900 los protestantes eran 50.000; en 1967 serían unos 4
millones, en este momento, 40 millones. Se atribuye a Th. Rockefeller esta
sentencia: «Creo que será lenta y difícil la absorción de estos países (de la
América Latina) por los Estados Unidos mientras sigan siendo países católicos».
En 1910 se reunía en Edimburgo la Conferencia Misionera Internacional (no
católica). Se reconocía entonces que América Latina era un Continente cristiano
y no un campo de misión. Pero la delegación norteamericana no hizo caso y
decidió asumir por cuenta propia la tarea misionera. En 1916 convocaron un
congreso en Panamá, en el que se afirmó que el Catolicismo latinoamericano no
era cristiano sino pagano y que, por consiguiente, el Continente estaba
necesitado de una urgente primera evangelización. Desde entonces se viene
hablando entre ellos del «paganismo de la Iglesia Romana», de su «Cristianismo
corrupto», etc. Con estas ideas los protestantes pretendían justificar, y aún
hoy quieren legitimarla, su invasión misionera en América Latina. El
anticatolicismo fue, y aún lo es, una de las grandes características de la
predicación misionera protestante en estas naciones católicas. Son agresivos e
injustos, incapaces de distinguir entre la fe y la vida cristiana que la Iglesia
procura transmitir y la religiosidad popular vivida de hecho por mucha gente, la
cual, por los factores secularizantes ya mencionados, se distanció de los
ideales evangélicos.
3. ¿POR QUÉ ES TAN EFICAZ ESTA PENETRACIÓN DE LAS SECTAS?
El abandono pastoral de gran número de católicos parece ser la causa principal
de la alta tasa de crecimiento de los movimientos religiosos libres. En el
documento de Puebla, los obispos latinoamericanos confiesan con cierto
pesimismo: «El crecimiento demográfico superó a la capacidad que tiene la
Iglesia (católica) en este momento para llevar a todos la Buena Nueva. Faltan
los sacerdotes, escasean las vocaciones sacerdotales y religiosas, se produjeron
deserciones, las comunidades no cuentan con laicos más directamente
comprometidos con las funciones eclesiales; se dieron crisis en los movimientos
apostólicos tradicionales. Los ministros de la Palabra, las parroquias y otras
instituciones eclesiásticas son insuficientes para satisfacer el hambre de
Evangelio que siente el pueblo latino-americano. Los huecos han sido llenados
por otros, lo que ha conducido, en no pocos casos, al indeferentismo y a la
ignorancia religiosa. Mn no se ha conseguido «una catequesis que afecte
integramente a la vida» (n.78). En efecto, inmensas áreas están pastoralmente
abandonadas, literalmente sin Pastores y dejadas solas. En esta situación la
gente se decanta fácilmente por un tipo de pura religiosidad popular mezclada
con supersticiones y credulidades, pero conservando en todo momento la fachada
católica. Acaso el 70 o el 80% de este catolicismo popular, tanto en el interior
rural como en los enormes barrios de las grandes ciudades, vive en esta
situación de abandono pastoral. Y es principalmente en estos sectores, no (o
apenas superficialmente) dotada de atención pastoral tradicional, en la que la
acción misionera o proselitista de los grupos religiosos autónomos encuentran su
inexplorado campo de trabajo.
La insatisfacción de las necesidades religiosas del pueblo es ciertamente otra
causa importante para el fenómeno de las sectas. Religioso por naturaleza, el
ser humano tiene unas innatas hambre y sed de lo trascendente. A causa del
abandono pastoral, no hay quien les distribuya el alimento divino. Esta
situación se agravó con la implicación social de la Iglesia: muchos Pastores
gastan más tiempo y energías en la solución de los problemas sociales que en la
de las preocupaciones religiosas de sus fieles. Y entonces se produce la oferta
religiosa de las sectas.
El abandono pastoral no se debe tanto a la falta de Sacerdotes: lo produce
también la inadecuación de los métodos pastorales. Deconocemos muchas veces el
alma popular y las justas exigencias de su religiosidad. En medio del pueblo
sencillo nuestra pastoral es demasiado abstracta, intelectual, cultista, sin la
necesaria atención a la parte sensible, emocional y afectiva.
En este mundo religioso no católico latinoamericano hay de todo.
Entre los protestantes predominan sobre todo las
sectas pentecostales, notablemente las asambleas de Dios. Se puede decir que el
60% del universo protestante latinoamericano es pentecostal, formado en una
actitud fanáticamente anticatólica. Con ellos no se puede ni siquiera pensar en
una actividad ecumenista. Lo mismo se puede decir de las sectas adventistas (del
Séptimo Día, Mormones y Testigos de Jehová), que, además de proselitistas, son
agresivos. Ni siquiera se muestran amigos entre sí. Únicamente tienen una cierta
unidad cuando se trata de organizar un frente contra la Iglesia Católica. Menos
agresivos y proselitistas son los así llamados Protestantes Históricos
(Luteranos, Anglicanos, Metodistas, Presbiterianos). Es posible llevar a cabo
con ellos un encuentro ecuménico. Pero lo cierto es que son una minoría, y el
ecumenismo con ellos no afecta mínimamente a las sectas e incluso puede causar
confusión entre los católicos, que pueden suponer que son buenas
iglesias-hermanas en pie de igualdad en su fidelidad al Señor Jesucristo y a su
Iglesia.
Más insidiosos son los movimientos pseudoespiritualistas: Espiritismo, Teosofía,
Rosacruz, Iglesia Gnóstica, Masonería y otros movimientos de tipo ocultista. No
faltan tampoco los sincretismos foráneos tales como la asociación internacional
para la conciencia de Krishna, la Misión de la Luz Divina, el Seicho-no-ié, la
Fe Universal Baha'i, la Iglesia de la Unificación (moon), los Hijos de Dios,
etc. Casi todos estos grupos «espiritualistas» (es la designación genérica que
ellos mismos prefieren), si bien se colocan en el campo religioso, alegan, sin
embargo, que no son ni pretenden ser religión, sino filosofía, y que los
católicos no necesitan abandonar la Iglesia para adherirse a ellos. Causan de
este modo una gran variedad de formas de sincretismos. Interrogados sobre su
religión a la hora de hacer el censo, por lo general, contestan que son
católicos.
Generalmente la clase rica, conservadora, permanece en la religión en la que
nació; es decir, en América Latina se tienen por católicos, pero la mayoría de
ellos son poco o nada practicantes. Las sectas no tienen entre ellos una
penetración fácil. Como no son ateos y tienen poco conocimiento de la doctrina
cristiana, aceptan con relativa facilidad las ideas reencarnacionistas, sin
adherirse formalmente a ninguno de los movimientos espiritualistas. Herederos
del Ilusionismo racionalista, que la Masonería les propone, tienen de Dios una
noción vaga, dejando lugar para formas de Monismo o Panteísmo. La gente de la
clase media entra más facilmente en los movimientos espiritualistas ya
organizados, fundamentalmente en el Espiritismo de Allan Kardec, que les ofrece
una apariencia de ciencia (ocultismo, con sus variantes de psicología vulgar),
Filosofía (Reencarnacionismo) y Religón (en América Latina el Espiritismo se
presenta como tal). Las clases sociales pobres o miserables de los barrios de
las grandes ciudades se abren fácilmente a las sectas pentecostales
(Protestantes) y Umbandistas (Espiritistas), que les prometen soluciones fáciles
y baratas a sus problemas. Prácticamente todas ellas son curanderistas.
Resumiendo, no son pocos ni pequeños los problemas pastorales de América Latina.
Se pueden apreciar reconsiderando que:
-
en una población estimada en 420 millones de habitantes, cerca de 380 millones (90%) afirman que son cristianos católicos (el 40% del catolicismo mundial);
-
de éstos se calcula que de 380 millones acaso, con mucho el 20% (76 millones) participa regularmente de la vida cristiana que les ofrece la Iglesia;
-
esto significa que 304 millones (el 80% de la población católica) son católicos inconstantes de todo tipo: Espiritualistas o Materialistas, de buena o de mala fe, sencillamente ignorantes o ignorantones abandonados o perezosos, todavía ligados a lo sagrado o ya secularizados, habituales u ocasionales, desilusionados o amargados;
-
cerca del 40% de los padres que solicitan para sus hijos el sacramento del Bautismo viven en situaciones matrimoniales irregulares: o no están casados por la Iglesia, o sólo lo están por lo civil, o sencillamente se juntaron sin ninguna alianza matrimonial establecida, o ni siquiera viven juntos (madres solteras);
-
es probable que sólo el 40% de los niños bautizados reciban la primera Comunión eucarística;
-
no más de la mitad de los que hicieron la primera Comunión reciben el Sacramento de la Confirmación;
-
apenas se acerca al 30% el número de los jóvenes confirmados que luego se mantienen fieles a los compromisos adquiridos, y el 70% restante se hunden en el mar del indiferentismo religioso en el que viven sus padres y padrinos;
-
los 40 millones de no católicos (el 10% de la población latino-americana) tiene una tasa de crecimiento del 11% (4.400.000) al año;
-
se produce, pues, en América Latina un aumento diario de cerca de 12.000 no católicos.
Es evidente que detrás de tan graves problemas religiosos y pastorales hay algo
que sólo la Iglesia, en el cumplimiento de su misión, podrá y deberá solucionar.
A partir de esta problemática se impone una nueva evangelización de América
Latina, lo que requiere: penetración misionera en los ambientes católicos
irregularmente practicantes con el objetivo de hacerlos conscientemente
cristianos practicantes en la vida de la Iglesia para que vivan la santidad
recibida en el Bautismo, Será necesario aprovechar, con mucha creatividad, los
contactos pastorales espontáneos que los mismos católicos irregularmente
participantes ofrecen cuando acuden a la Iglesia a pedir el Bautismo para sus
hijos, o la primera Comunión para sus niños, o la Confirmación para sus
adolescentes, o el Matrimonio para sus jóvenes, o el consuelo para sus enfermos,
o los sufragios en favor de us difuntos. Habrá que buscar también contactos
pastorales en la organización de la labor pastoral con los novios, los jóvenes,
los enfermos y los emigrantes, y favoreciendo los proyectos especialmente
ideados para reavivar la vida cristiana de los católicos indiferentes, como es
el caso de los Cursillos de Cristiandad, el Movimiento Familiar Cristiano, el
encuentro de las Familias con Cristo, etc.
Al inaugurar la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Santo
Domingo, el 12 de octubre de 1992, dijo Juan Pablo II: «Al preocupante fenómeno
de las sectas se debe responder con una acción pastoral que ponga en el centro
de todo a la persona, su dimensión comunitaria y su anhelo de una relación
personal con Dios. Es un hecho evidente que allí donde la presencia de la
Iglesia es dinámica, como es el caso de las parroquias en las que se promueve
una asidua formación en la Palabra de Dios, donde existe una liturgia activa y
participada, una piedad mariana sólida, una efectiva solidaridad en el campo
social, una significativa solicitud pastoral por la familia, por los jóvenes,
por los enfermos, vemos cómo las sectas o los movimientos pararreligiosos no
consiguen instalarse ni progresar».
4. MAPA ECLESIAL DE LA AMÉRICA LATINA
La América Latina comprende un conjunto de 22
Conferencias Episcopales en un área total de 20 millones de Km.2, con
una población estimada de 420 millones, de los cuales se confiesan católicos 380
millones, el 40% de catolicismo mundial (930 millones). Con razón se puede
hablar todavía de un Continente católico. Echaremos, en primer lugar, una mirada
sobre cada una de las naciones latinoamericanas para ver su situación pastoral.
Téngase en cuenta, de todos modos, que los datos estadísticos son sólo
aproximados, porque se encuentran divergencias en las fuentes:
Argentina: una nación con
2.779.221 Km.2 y una población estimada de 32.3 millones de
habitantes. Cuenta con apenas 197.500 indígenas. No hay negros. Es el país más
«europeo» de América Latina, descendientes principalmente de españoles e
italianos. El 91% de la población es católica; el 6% son protestantes, y, el 4%,
de otras religiones, sobre todo judíos. Hay 13 Archidiócesis, 43 Diócesis, 3
Prelaturas, 1 Exarcado, 1 Eparquía y 1.976 Parroquias. Los sacerdotes diocesanos
son 2.469, y, los religiosos, 2.618. En las 90 comunidades masculinas hay 3.920
religiosos,y, en las femeninas, 12.363 religiosas. Tiene la Iglesia en la nación
10 Universidades y 3.720 Colegios y Escuelas.
Bolivia: En un área de 1.098.581
Km.2 se estima que habita una población de aproximadamente 7.3
millones de habitantes, de los cuales sólo el 54.5% son indígenas, el 31% son
mestizos y, el 14%, blancos. El 92, 5% son católicos; el 2, 3%, protestantes, y,
el 2.6% adheridos a Iglesias Orientales. La organización de la Iglesia comprende
4 Archidiócesis, 4 Diócesis, 32 Prelaturas, 6 Vicariatos Apostólicos y 814
Parroquias. El Clero está constituido por 228 sacerdotes diocesanos y 628
religiosos. En 94 comunidades femeninas hay 1.678 hermanas de vida consagrada.
Brasil: sobre un territorio de 8.511.965 Km.2
viven cerca de 150 millones de habitantes. Es la única nación latinoamericana de
lengua portuguesa. Todavía hay 220.000 indígenas. Aproximadamente 8 millones son
de color negro y 50 millones de color pardo (mulatos, cablocos y cafuzos). Los
blancos descienden de portugueses, italianos, alemanes, españoles, polacos,
holandeses, rusos, árabes y otros. Poco más o menos un millón son de origen
japonés. El 85% de la población se confiesa católica. Cerca del 10% son
protestantes y, el 6% son espiritistas. Hay, en Brasil, 36 Archidiócesis, 196
Diócesis, 13 Prelaturas, 2 Abadías, 3 Eparquías y 1 Exarquía. Existen cerca de
7.000 Parroquias, 5.500 sacerdotes diocesanos, 6.900 sacerdotes religiosos y
37.000 religiosas. Existen igualmente 6.914 obras filantrópicas con presencia de
la Iglesia, 1.824 instituciones sociales de la Iglesia y 1.498 obras (escuelas y
hospitales) de la Iglesia vinculadas al mercado, esto es, que cobran por el
servicio prestado.
Chile: cuenta esta nación con un área de 736.902
Km.2 y cerca de 13.2 millones de habitantes, de los cuales casi un
millón son indígenas, el 65% son mestizos y, el resto, descendientes
principalmente de españoles. El 81% de la población se considera católica, el
10% son protestantes y el 6.6% afirman no profesar ninguna religión. Desde el
punto de vista eclesiástico Chile se divide en 5 Archidiócesis, 16 Diócesis, 2
Prelaturas y 2 Vicariatos Apostólicos. Hay 830 Parroquias, 794 sacerdotes
diocesanos, 1.299 sacerdotes religiosos y 5.150 religiosas.
Colombia: esta República se extiende por un área
de 1.141.748 Km.2 con un población estimada de 33.6 millones de
habitantes, de los que el 74% son mestizos, el 20% blancos, el 5% negros y el 1%
indígenas. Desde el punto de vista religioso el 93.8% son católicos, el 1%
protestantes, el 1% viven aún su religión tribal y el 1% afirma no tener
religión alguna. Cuenta la Iglesia con 12 Archidiócesis, 40 Diócesis, 2
Prelaturas Apostólicas, 8 Vicariatos Apostólicos y 5 Prelaturas Apostólicas. Hay
2414 Parroquias, 3273 presbíteros diocesanos, 1.915 sacerdotes religiosos y más
de 17.000 religiosas.
Costa Rica: Con 51.10 Km.2 tiene esta
nación centroamericana cerca de 2.500.000 habitantes. Cuenta con apenas 32.240
indígenas. Casi no hay negros. El 90% de la población está alfabetizada. El 90%
son católicos y, el resto, se reparte entre las sectas que los invaden. Cuenta
con una Archidiócesis, 3 Diócesis y 1 Vicariato Apostólico. Existen 182
Parroquias, 284 sacerdotes diocesanos, 195 sacerdotes religiosos y 917
religiosas.
Cuba: tiene esta isla 114.524 Km.2 y 10
millones de habitantes. Su población es predominantemente blanca (73%), con,
aproximadamente un 14% de mestizos y un 12% de negros. Gobernada desde 1959
dictatorialmente por un sistema comunista ateo, tiene el más bajo nivel de
católicos (apenas el 32%) del Continente y el más alto porcentaje (55%) de gente
que dice no tener ninguna religión. Tiene la Iglesia 2 Archidiócesis, 5 Diócesis
y 253 Parroquias, contando para eso con 133 sacerdotes diocesanos y 72
Religiosos. Sus 15 comunidades religiosas femeninas constan de 251 miembros.
Ecuador: tiene una superficie de
283.561 Km.2 Cuenta con cerca de 10 millones de habitantes, de los
cuales 3.340.000 son autóctonos, el 41% son mestizos, el 5% negros y el resto
blancos. El 96% son católicos y el 2% protestantes. La Iglesia tiene una
organización de 3 Archidiócesis, 10 Diócesis, 2 Prelaturas Apostólicas y 7
Vicariatos Apostólicos. Cuenta con 1.082 Parroquias, 826 presbíteros diocesanos,
806 sacerdotes religiosos y 3.680 religiosas.
El Salvador: para casi 6 millones
de habitantes dispone de un superficie de 21.041 Km2., es decir, 248
habitantes por Km.2. Es la nación más densamente habitada de América
Latina. Tiene 293.000 aborígenes. El 95% de la población es católica. Cuenta con
una Archidiócesis, 4 Diócesis y 226 Parroquias. Dispone de 230 presbíteros
diocesanos, 163 sacerdotes religiosos y 885 hermanas de vida consagrada en las
146 comunidades religiosas femeninas.
Guatemala: con una superficie de
108.108 Km.2 cuenta con 8 millones de habitantes. Los guatemaltecos
son, en su mayoría (el 56%), descendientes de los mayas, el 30% son mestizos y
el resto son blancos. El 94% son católicos y el 5% son potestantes. Tiene esta
nación 1 Archidiócesis, 8 Diócesis, 2 Prelaturas, 2 Administraciones Apostólicas
y 347 Parroquias. Los presbíteros diocesanos son 209, los sacerdotes religiosos
son 451 y hay también 1.069 religiosas.
Haití: en sus 27.750 Km.2
habitan poco más de 5 millones de personas. Es la República más «africana» del
Continente: el 90% son negros puros y el 10% mulatos de ascendencia francesa. La
lengua es el francés. Es la nación más pobre del Continente. El 82.5% son
católicos y el 12% protestantes. Predomina un sincretismo afroamericano muy
fuerte y el vudú. Existe una Archidiócesis y 6 Diócesis, con 200 Parroquias. Los
sacerdotes diocesanos son 247 y los religiosos 200. Existen también 900
religiosas.
Honduras: tiene esta República 112.088 Km.2
con una población estimada de 4.400.000 habitantes. Los aborígenes son sólo
245.570. En su mayoría lo hondureños son mestizos, descendientes de los Mayas y
de los conquistadores españoles. El 93% son católicos. La Iglesia cuenta con 1
Archidiócesis, 4 Diócesis, 1 Prelatura y 123 Parroquias. Hay 76 presbíteros
diocesanos y 165 sacerdotes religiosos. En las 30 comunidades femeninas hay 340
hermanas.
Jamaica y otras Islas (Antillas): en 10.962 Km.2
tiene Jamaica 2.300.000 habitantes, de los que el 77% son negros, el 14.6%
mestizos y el 5% blancos. Apenas es católico el 9% de la población; el 54.7% son
protestantes y el 16.9% anglicanos. El idioma es el inglés. El conjunto de estas
islas menores de América Central constituyó una Conferencia Episcopal, unida al
CELAM. Tiene 3 Archidiócesis, 12 Diócesis y 1 Vicariato.
México: los Estados Unidos de México disponen de
una superficie de 1.958.201 Km.2, con una población estimada de
aproximadamente 86 millones. El 95.6% son católicos. Existe en este país la
mayor población indígena de América Latina: 23.500.000. Del resto el 54% son
mestizos y el 30% son blancos. La organización de la Iglesia comprende 17
Archidiócesis, 55 Diócesis, 7 Prelaturas y 1 Vicariato Apostólico. Hay un total
de 4283 Parroquias. Los presbíteros diocesanos son 6.915, los sacerdotes
religiosos, 2.900, y, las religiosas, 21.918.
Nicaragua: Sobre una superficie de 127.755 Km.2
viven cerca de 3.300.000 nicaragüenses. De ellos 152.000 son indígenas, el 69%
de la población son mestizo, el 17% blancos y el 9% negros. Son católicos el 94%
y el 5% son protestantes. Existen 1 Archidiócesis, 6 Diócesis, 2 Vicariatos y
187 Parroquias. Hay 120 presbíteros diocesanos, 161 sacerdotes religiosos y 531
religiosas.
Panamá: la superficie de este país es de 77.082
Km.2 y los
habitantes alcanzan la cifra de 2.200.000. El 72% de ellos son mulatos, el 14%negros,
el 12% blancos y hay, además, 126.000 indígenas. El 85% de la población se
considera católica, el 7% protestante, el 4.5% musulmán y el 1.6% pertenece a
religiones orientales. La Iglesia Católica tiene 1 Archidiócesis, 3 Diócesis, 1
Prelatura y 1 Vicariato Apostólico. Hay 146 Parroquias, 79 presbíteros
diocesanos, 200 sacerdotes religiosos y 437 religiosas.
Paraguay: La superficie del Paraguay es de 406.758
Km.2, con una población de 3.500.000. Además del Español se considera
también lengua oficial el Guaraní. El 65% de la población son guaraníes, el 30%
mestizos y, el resto blancos. Los católicos son el 96% de la población; el 2%
protestantes. Hay 1 Archidiócesis, 9 Diócesis, 1 Prelatura y 2 Vicariatos
Apostólicos. Cuenta con 293 Parroquias, 172 presbítros diocesanos, 357
sacerdotes religiosos y 1.057 religiosas.
Perú: esta patriarcal República andina tiene una
superficie de 1.285.215 Km2. Se calcula que su población alcanza casi
los 20 millones de habitantes. El 50% de la población andina habla Quechua o el
Aimará; el 9% son indígenas selváticos, en parte todavía nómadas; y el 41% son
blancos, mestizos, negros o asiáticos. Son oficialmente católicos el 95% de la
población total; el 3%, protestantes, y, el 1% mantienen las religiones
tribales. Tiene la nación peruana 7 Archidiócesis, 14 Diócesis, 7 Vicariatos
Apostólicos y 13 Prelaturas. Hay 1.293 Parroquias, 912 sacerdotes diocesanos,
1.285 sacerdotes religiosos y 4.678 hermana de vida consagrada.
Puerto Rico: aunque está incorporado a los Estados
Unidos como Estado Libre Asociado, forma parte de América Latina. Sobre una
superficie de 8.897 Km.2 vive una población de 3.5 millones de
habitantes, de los cuales son católicos el 78%. En las cinco circunscripciones
eclesiásticas hay 279 Parroquias, 289 presbíteros diocesanos, 421 sacerdotes
religiosos y 1.417 religiosas.
República Dominicana: ocupa una extensión de
48.442 Km.2 y su población anda por los 6.500.000. Se dividen en
mulatos (60%), blancos (28%) y negros (11.5%). Profesa la religión católica el
95% de los habitantes. La Iglesia tiene 1 Archidiócesis y 8 Diócesis. Las
Parroquias son 219, los sacerdotes diocesanos 122 y los sacerdotes religiosos
342.
Uruguay: Ocupa esta República una superficie de
176.215 Km.2 y cuenta con una población de aproximadamente tres
millones de habitantes. No hay indios ni negros. Tiene fama de serla nación más
laicizada del Continente. Más del 77.5% se dicen católicos. Existen 1
Archidióceis y 9 Diócesis.
Venezuela: este territorio, de 976.700 Km.2
cuenta con una población de casi 19 millones de habitantes. Se confiesan
católicos el 91.6%. Hay 6 Archidiócesis, 19 Diócesis y 3 Vicariatos Apostólicos.
Desde el punto de vista jurídico no se debe considerar a América Latina como
territorio misionero de la Sagrada Congregación para la Evangelización de los
Pueblos. Existen apenas 50 Vicariatos y Prefecturas Apostólicas con ese
específico carácter misionero. Incluso las Prefecturas de Brasil, que son de lo
más difíciles territorios de misión, no están vinculadas
a
Propaganda Fidei.
Hay, sin embargo, numerosas situaciones misioneras en tierras que son
consideradas cristianas católicas, en las cuales, según la descripción del papa
Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris missio (1990), «grupos enteros
de bautizados perdieron el sentido vivo de la fe, no se reconocen ya como
miembros de la Iglesia y llevan una vida distante de Cristo y de su Evangelio».
Ya el concilio Vaticano II, en 1965, en el decreto «Ad gentes» (n. 6),
había observado que hay grupos humanos, en medio de los cuales vive la Iglesia,
que se transforman totalmente, creando situaciones completamente inéditas que
exigen de nuevo la actividad misionera de la Iglesia. Es lo que el papa Juan
Pablo II viene llamando: «Nueva Evangelización» o «Reevangelización».
En este sentido más amplio América Latina es, sin duda, tierra de misión,
condición que antes del Concilio, era habitual atribuir a ciertas metrópolis y
regiones cristianas esta clasificación misionera. En la exhortación postsinodal
« Christideles laici», cuando, en el número 34 se anunciaba llegada la
hora de lanzarnos a una nueva evangelización, el papa Juan Pablo II se refería
así a América Latina: «En otras regiones o naciones, en cambio, se conservan
bien vivas todavía tradiciones de piedad y de religiosidad popular cristiana;
pero ese patrimonio moral y espiritual corre hoy el riesgo de chocar con
múltiples procesos, entre los que sobresalen la secularización y la difusión de
sectas. Sólo una nueva Evangelización podrá garantizar el crecimiento de una fe
limpia y profunda, capaz de convertir tales tradiciones en una fuerza de
libertad auténtica».
Además de la mayoría blanca de origen europeo, o los euroamericanos, tenemos en
América Latina la población aborigen, el grande contingente de afroamericanos y
unos cinco millones de asiáticoamericanos. Y, mezclado con todo esto, una
multitud no concretable de mestizos de todo tipo y en todas las naciones.
La población aborigen: cuando nos referimos a la
América Latina misionera, pensamos generalmente en su población aborigen (los
indios o amerindios). Nadie sabe cuántos eran los habitantes nativos del
Continente americano cuando, en 1492, descubrieron los europeos su existencia.
Hay tesis minimalistas, que los calculan entre los 12 y 15 millones, y las
maximalistas, que hablan de más de 100 millones. Lo cierto es que se produjo un
doloroso colapso demográfico entre la población indígena. Pero también las
estimaciones sobre el número de las víctimas varían enormemente y se apoyan más
en suposiciones que en realidades. De hecho, el aislamiento del Nuevo Continente
y de los propios pueblos indígenas hizo que los nativos tuvieran escasa
inmunidad contra las nuevas enfermedades, que causaron epidemias mortíferas de
viruela, sarampión, tifus, cólera y gripe (en el contagio con los españoles), o
la fiebre amarilla o malaria (en contacto con los esclavos negros). Además, la
historia conoce también otros colapsos demográficos por epidemias, como, por
ejemplo, la de la «peste negra» en la Europa del siglo XIV.
Se calcula que en la actualidad la totalidad de los pueblos indígenas en América
Latina se acerca a los 40.000.000, lo que equivale, aproximadamente, al 10% de
la población latinoamericana.
Casi el 90% de la población autóctona de América Latina vive en cinco países:
tres en el área andina (Bolivia, Perú y Ecuador) y dos en América Central
(Guatemala y México). El mayor número homogéneo aborigen es el de los aimaras de
los Andes peruanos y bolivianos, que hablan el Quechua, que fue la lengua
general del antiguo Imperio Inca. Son en la actualidad cerca de diez millones.
Otro grupo andino, bastante diferente de los aimaras y quechuas, son los
mapuches o auracanos de Chile y de Argentina. Los indígenas de América Central
se diversifican en varios grupos, con diferentes lenguas principales.
Estos indígenas andinos y centroamericanos se consideran católicos e
incorporaron ritos católicos en sus sistemas tradicionales. Hay que advertir,
sin embargo, que los esquemas valorativos e interpretativos de su vida
socio-religiosa proceden más de sus costumbres ancestrales y precristianos que
del Evangelio. No parece ser el factor determinante de su vida religiosa la
profundización consciente de su fe en Cristo. Y la presencia de sectas
protestantes en esos ambientes indígenas ha causado resultados negativos,
estableciendo una dicotomía entre la fe y la identidad cultural del pueblo,
entre la religión y los compromisos temporales, con lo que vienen a ofrecer la
imagen de una Iglesia dividida.
El restante 10% de la población autóctona están repartidos en más de 400 grupos
menores (tribus) en los territorios tropicales del Continente: en la América
Central, en las costas del Caribe, en la Amazonía, en las Guayanas y en el Gran
Chaco. La mitad de estos indígenas minoritarios, poco más de un millón, están en
la región amazónica. Cada una de las naciones de esta área (Bolivia, Brasil,
Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela) tiene entre 130.000 y 220.000 nativos.
Están repartidos entre 360 pueblos o tribus. Hay 267 grupos con menos de mil
personas. Sesenta y cinco grupos tienen menos de 5.000; 14 grupos entre cinco y
diez mil; y 9 grupos entre diez y veinte mil individuos. Los grupos mayores son
los chuares del Ecuador y de Perú (60.000) y los guajiros de Colombia y
Venezuela (35.000) y los chiquitos de Bolivia y algunos de Brasil. Se calcula
que al día de hoy, en el extenso territorio brasileño, hay cerca de 220.000
indios, con 180 grupos lingüísticos, lo que representa el 0.17% de la población
total del país. La gran mayoría de los descendientes de la población nativa que
había en Brasil, cuando se produjo el descubrimiento por el navegante portugués
Pedro Álvarez Cabral, en 1500, de los que nadie está en condiciones de decir
cuántos eran, sobrevive, en el llamado cabloco, el mestizo de indio con europeo.
La situación humana y religiosa de estos grupos nativos minoritarios no es
uniforme. Algunos optan por la integración en la sociedad nacional. Otros
afirman su identidad propia y defienden sus derechos básicos. Hay entre ellos un
grave problema generalizado: el derecho a sus territorios ancestrales, del que
depende su posibilidad de subsistir como indígenas en las condiciones ecológicas
de las selvas. Algunos grupos apenas mantienen ahora sus contactos primeros con
los misioneros.
Los afroamericanos: También es considerable el
número de los afro-americanos descendientes de los esclavos que desde el siglo
XVI fueron llevados de África al Continente americano. Los datos estadísticos
comprobables o, al menos, fiables, son todavía insuficientes. Se calcula que
afecte al 7% de la población latinoamericana. La conquista hispano-lusa, en el
siglo XVI, de las zonas tropicales americanas, menos aptas para la aclimatación
de los europeos, fue el comienzo de un creciente tráfico de esclavos negros.
Tomaron parte en este indecoroso negocio españoles, portugueses, ingleses,
holandeses, franceses y suecos, como también los jefes de tribus africanas o
tribus enteras que dominaban o explotaban a otras. En este tráfico de negros
tomaron parte católicos, anglicanos, calvinistas y luteranos. El doloroso
comercio duró tres siglos (en Brasil terminó hacia 1850).
Los cálculos sobre el número de esclavos traídos de África para el Nuevo Mundo,
incluida América del Norte, oscilan entre los 5 y los 12 millones. En América
Latina las mayores concentraciones de esclavos se produjeron en las Islas del
Caribe (Haití es casi en su totalidad de origen africano), en el norte de
Colombia, en la costa de Venezuela y, sobre todo, en la costa atlántica de
Brasil, que recibió, entre 1550 y 1850, aproximadamente tres millones de
esclavos africanos. En América Latina casi todos los esclavos fueron luego
bautizados, con insuficiente formación religiosa, aunque no fuera más que por el
sencillo motivo de que no entendían el español o el portugués, o también por el
poco tiempo de que disponían para sus catequesis. Como consecuencia, hay que
decir que necesariamente continuaban con sus convicciones religiosas nativas.
Como esclavos, vivían dispersos o se mezclaban unos con otros, los sudaneses con
los bantúes; pero también se dieron encuentros con los indígenas amerindios y
con los blancos europeos. En esta enorme mecla de razas, culturas y religiones
se produjo un proceso de mixtura con infinitas posibilidades de variantes y
matices. Nacen así las más diversas formas de sincretismos afroamericanos, como
el vudú en Haití, la santería en Cuba, o el candonblé y el umbanda en Brasil.
De todos modos, la casi totalidad de la población de origen africano residente
en la actualidad en América Latina se considera y se confiesa, para bien y para
mal, católica. Ante ella tiene ahora la Iglesia el reto de una nueva
evangelización, un amplísimo campo de acción pastoral.
No debemos olvidarnos de que el sincretismo nació del encuentro de la
religiosidad africana con el Catolicismo popular del tiempo colonial, centrado
principalmente en los Sacramentos, en las devociones y en las fiestas. En estos
tres campos el africano reencontraba elementos de su propia religión nativa.
Numerosos beneficios atribuidos por los católicos a los Santos (protectores o
patronos de determinados sectores de la vida o de la naturaleza) eran igualmente
atribuidos por los africanos taumaturgos de origen (ancestrales). Por ello el
africano no encontraba ninguna dificultad en identificarse con aquel tipo de
Catolicismo. El gusto por las fiestas ruidosas y por las imágenes, la riqueza de
las ceremonias religiosas con sus cantos, la importancia dada a las autoridades
religiosas y a la tradición, la doctrina sobre los ángeles de la guarda y los
demonios, el sentido positivo conferido a la vida y a la comunidad, el principio
de mediación (era principalmente en este punto en el que la creencia tradicional
africana, «orixá», se aproximaba al culto de los Santos) y de la comunión
de los santos, todo eso no constituía tanta novedad para el africano hecho
católico sin mucha instrucción previa. En estos puntos concretos es donde se
produjo principalmente el encuentro y en el que tuvo su origen el sincretismo.
Una religión inicialmente impuesta (si es verdad que hubo tal imposición) puede
posteriormente ser aceptada interiormente con sinceridad y convición, como
sucedió en muchos lugares de Europa, por ejemplo bajo el reinado de Carlomagno.
Hay que hablar también de la presencia de América Latina de grupos étnicos de
origen asiático. Son los asiáticoamericanos. Se calcula que su número es de 5
millones. Vinieron de Japón, de China, de la India, de Indonesia, de Corea y de
los países árabes. Están repartidos en todas las naciones latinoamericanas.
Tenemos noticias de que en Argentina, por poner un ejemplo, hay 700.000
musulmanes árabes. Los asiáticoamericanos son, muchas veces, agentes importantes
de comercio y, por lo general, no permanecen en la pobreza, como sucede, en
cambio, entre los indígenas y los afroamericanos, aunque aquéllos hayan emigrado
en estado de máxima pobreza. Debido a su adhesión a las grandes religiones de
Oriente, o también al proceso de secularización, no son cristianos. Los
nipoamericanos, sin embargo, presentan un panorama diferente. El número de
católicos japoneses en Brasil es mayor que en el mismo Japón.
Los euroamericanos constituyen, sin duda, la parte más numerosa de la población
latinoamericana. Epañoles y portugueses lanzaron sus bases determinantes en la
época colonial. Después vinieron otros. Entre 1850 y 1950 la América Latina
recibió un total de 17 millones de europeos:
6 millones de Italia, 4 millones de España, un
millón y medio de Portugal, muchos de Alemania, de Polonia, de Rusia, del
Líbano, de Siria, etc. Siete millones fueron a para a Argentina; cinco, a
Brasil; dos, a Chile; uno a Uruguay; otro a Cuba; medio millón, a México.
Se convirtió de esta manera América Latina en un Continente Nuevo, generosamente
abierto para recibir los excedentes, sobre todo pobres, del Viejo Mundo. Cada
uno de ellos con sus propias lenguas, cultura y religión. Aquí se encontraron
unos con otros, trabajaron, vivieron juntos, se conocieron, se mezclaron,
construyeron ciudades, abrieron carreteras, fundaron nuevas patrias.
La Iglesia no podía estar ausente ante este fenómeno. Muchas veces vino ella
misma con los colonos o emigrantes. Y aquí trata de cumplir su misión: propagar
el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a
todos los hombres partícipes de la redención salvadora y, por medio de ellos,
orientar realmente el Universo hacia el Verbo encarnado.
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4. ORIENTACIONES TEOLÓGICO-PASTORALES DE LAS
CONFERENCIAS GENERALES DEL EPISCOPADO
CONFERENCIAS GENERALES DEL EPISCOPADO
En la segunda mitad del siglo XX la Iglesia de América Latina fue
determinantemente marcada por las cuatro Conferencias Generales del Episcopado
Latinoamericano: Río de Janeiro, en 1955; Medellín, en 1968; Puebla, en 1979; y
Santo Domingo, en 1992.
4.1 Río 1955: grandes y graves problemas de la Iglesia
La I Conferencia General se reunió en Río de Janeiro, entonces capital de
Brasil, del 25 de julio al 4 de agosto de 1955, inmediatamente después del 36°
Congreso Eucarístico Internacional. El 29 de junio de 1955 el papa Pío XII había
escrito al Presidente de este encuentro episcopal su carta
«Ad Ecclesiana Christi»,
en la que se refería a los «grandes y graves
problemas de la Iglesia en América Latina», destacando «el más agudo y
peligroso: la escasez de Clero». Y después argumentaba que donde no hay
sacerdotes necesariamente se oscurece la fe, se debilitan las leyes y normas de
vida, languidece y se apaga la vida de gracia, se relajan las costumbres cayendo
en el descuido y la molicie, se desmorona en la conducta privada y pública la
saludable firmeza de propósitos que únicamente puede ponerse de manifiesto
cuando cada uno se deja guiar por la luz del Evangelio. Urgía entonces el Papa
el remedio de este problema, incluso mediante la búsqueda de sacerdotes de otros
Continentes, una más sistemática utilización de los religiosos y de las «hueste
de legos cristianos». Toda vez que, argumentaba el Papa, «son muchos,
desgraciadamente, los frentes de enemigos astutos contra los que hay que
combatir con diligencia y energía, como son las asechanzas masónicas, la
propaganda protestante, las múltiples formas de laicismo, superstición y
espiritismo, que se difunde tanto más fácilmente cuanto más se extiende la
ignorancia de las cosas divinas y más profundo es el descuido de la vida
cristiana. Todos estos movimientos van a ocupar, lamentablemente, el lugar de la
fe verdadera, apagando engañosamente la sed que el pueblo siente de Dios».
Solicitaba también el Papa de los obispos latinoamericanos que pusieran la mayor
atención en la presencia de la Iglesia, en cumplimiento de su misión, en el
campo social: «Si este problema es de gran interés para todos los pueblos, hay
motivos especiales para que la Sagrada Jerarquía de América Latina consagre a
esta tarea su solicitud pastoral, porque se trata de un asunto íntimamente
relacionado con la vida cristiana»,
especialmente a causa de las doctrinas perversas divulgadas entre el pueblo por
aquellos que, bajo falso pretexto de justicia social y de elevación del nivel de
vida de las clases más humildes, intentan arrancar de sus almas el tesoro
sumamente precioso de la religión».
El documento final de este encuentro episcopal de Río de Janeiro sigue siendo
muy poco conocido. Redactado antes del concilio Vaticano II, encontramos, sin
embargo, en él considerandos que pueden tenerse como frutos del Concilio. La
novedad postconciliar está más en la terminología que en el contenido. «Nuevos
misterios», «comunidades de base», «opción por los pobres», «concienciación»,
etc., ya aparecen conceptualmente en este documento de 1955. Es bastante amplio
y está dividido en once títulos o unidades.
En el título V, sobre la ordenación de la cura de almas, declara imprescindible
la elaboración, en cada diócesis, de un riguroso programa de apostolado para
preparar y formar laicos apostólicos, abnegados, decididos, animados, capaces de
realizar con éxito actividades en beneficio de las almas y de hacer frente a las
fuerzas del mal. Cada diócesis debe tener un centro catequético, y, cada
parroquia, una cofradía de la Doctrina Cristiana. Manda que se procure, sin
descuidar la atención espiritual y moral de los fieles que viven en las zonas
rurales, buscar lo medios para colaborar de la mejor manera posible a la
elevación de las condiciones de vida y de trabajo de esas personas, empleando
los recursos que sean posibles y oportunos, entre los que recuerda, por ejemplo,
todas las iniciativas aptas para la formación profesional, como es el caso de
escuelas y cursos de formación para el ejercicio de una profesión, cátedras
ambulantes, semanas rurales, centros de reunión del trabajador rural, etc.
El título VII se preocupa de los problemas del Protestantismo y de los
movimientos anticatólicos y de la preservación y defensa de la fe. Así, en el n.
72, «recomienda encarecidamente la intensificación del movimiento bíblico, de
tal manera que los fieles se habitúan a la lectura frecuente, e incluso diaria,
de las Sagradas Escrituras y, sobre todo, de los Santos Evangelios», promoviendo
ediciones populares de la Biblia, organizando cursos bíblicos, semanas bíblicas
populares y celebrando el Día Nacional de la Biblia. En el n. 74 aconseja una
prudente y caritativa aproximación a los hermanos que se alejaron de la Iglesia,
mediante la convivencia social y la amistad. Sugiere, en el n. 75, que se
incluya en los Catecismos un capítulo especial sobre Espiritismo y el
mandamiento divino que prohíbe las superticiones, la magia y la evocación de los
muertos y de los espíritus.
Y, en el n. 76, recomienda que se forme la conciencia de los fieles acerca del
carácter anticatólico de la Masonería.
Los problemas sociales se tratan en el título VIII. Declara que el Episcopado de
América Latina «no puede dejar de expresar su profunda preocupación ante los
problemas sociales de América Latina y sobre la angustiosa situación en que
todavía se encuentra, a pesar de la cantidad de bienes que la Providencia otorgó
al Continente, una no pequeña parte de sus habitantes y, en particular, algunos
grupos de trabajadores rurales y urbanos, sin olvidar igualmente a la llamada
clase media, a causa de los salarios insuficientes y de la falta de trabajo».
Sobre la cuestión social en América Latina los obispos publicaron entonces
también una declaración especial con una invitación urgente al compromiso social
cristiano.
Finalmente, en el título XI, solicitan de la Santa Sede la creación del Consejo
Episcopal Latinoamericano (Celam), al que han de asignarse estas funciones:
promoción de ayuda a las obras católicas, y preparación de nuevas Conferencias
Episcopales. La creación del Celam fue, sin duda, la resolución más fecunda del
encuentro episcopal de 1955.
4.2 Medellín 1968: La Iglesia en la transformación
de América Latina a la luz del Vaticano II
de América Latina a la luz del Vaticano II
La II Conferencia General tuvo lugar en Medellín, Colombia, del 26 de agosto al
6 de septiembre de 1968, para adaptar a la Iglesia en América Latina más
íntimamente al espíritu y a las decisiones del Concilio y, también a las nuevas
condiciones sociales, económicas y religiosas del Continente. En el discurso
inaugural, en Bogotá, el día 24 de agosto, el papa Pablo VI, presente en la
capital colombiana con motivo del 39 Congreso Eucarístico Internacional, dijo:
«se inaugura hoy un nuevo período de vida eclesiástica», y continuaba:
«procuremos adquirir conciencia exacta de este feliz momento, que parece ser,
por providencia divina, conclusivo y decisivo». Declaraba que «el futuro reclama
un esfuerzo, una audacia, un sacrificio, que colocan a la Iglesia en un estado
de ansia profunda». «Estamos ante un momento de reflexión total».
Habían escrito los obispos presentes en Medellín un total de 16 documentos:
cinco sobre la promoción humana, cuatro sobre la evangelización y crecimiento de
la fe, y siete sobre la Iglesia visible y sus estructuras. Ya no se estaba ante
el tranquilo clima de Río de Janeiro en 1955. Muchas cosas sucedieron desde
entonces en la Iglesia en América Latina. El papa Juan XXIII había sorprendido
al mundo con la convocatoria del concilio
Vaticano II, vigésimo primer concilio Ecuménico, y con sus dos encíclicas
sociales. También Pablo VI había publicado, en 1967, su encíclica sobre el
desarrollo de los pueblos, y, en 1968, la «Humanae vitae». Pero la mayor
novedad entre 1955 y 1968, fue, sin duda, el concilio (1962-1965) con sus 16
documentos. No fue una nueva primavera para la Iglesia, como lo había imaginado
su promotor, pero fue una inesperada revolución en todos los sectores de la
Iglesia, incluso en el campo social. Extraordinariamente enriquecida con los
documentos de Juan XXIII, Pablo VI y el XXI concilio Ecuménico, la doctrina
social de la Iglesia empezaba a percibir un evidente eclipse en el horizonte de
numerosos grupos de la Iglesia. Una honda simpatía por la solución socialista e
incluso marxista-leninista se imponía en el mundo, que todavía desconocía en su
propia carne la cruel experiencia del socialismo real, y fascinaba a
intelectuales y estudiantes, sin excluir a los Seminarios y al Clero más joven.
Fidel Castro y Che Guevara eran sus ídolos. La protesta de los estudiantes en
París (1968) suscitó movimientos similares en el inetrior de la Iglesia. Para
reprimir estas presiones y amenazas izquierdistas con sus guerrillas, los
militares se apoderaron de los Gobiernos en casi todos los países
latinoamericanos. Los movimientos que se consideraban y proclamaban
«progresistas», fuertemente intelectualizados, apoyados en los medios de
comunicación, agudizaron la conciencia revolucionaria («concienciación» era el
vocablo entonces divulgado por Paulo Freire). El que no comulgaba con ellos era
sumariamente descalificado como reaccionario, burgués y conservador.
En este nuevo contexto nació Medellín. Los obispos constataron y aceptaron que
ya no era posible continuar con una pastoral de simple conservación, basada en
el sacramentalismo y con poca atención a la evangelización; que ya no quedaba
otro camino que el de trabajar por la purificación y elevación de la
religiosidad de votos y promesas, de peregrinaciones y devociones con casi
ninguna participación en la vida eclesial y escasa adhesión a su organización;
que la Liturgia no estaba integrada orgánicamente en la educación religiosa; que
la estructura tradicional en muchas parroquias era incapaz de facilitar la vida
comunitaria; que existía una gran carencia de Clero especializado; que la casi
universal frustración de las legítimas aspiraciones creaba un clima de angustia
colectiva en el que se estaba viviendo; que la juventud era la gran fuerza nueva
de presión con los valores propios y dinamismo interno particular; que los
jóvenes son más sensibles a los problemas sociales y a los valores positivos del
proceso de secularización, deseando un mundo más comunitario y pluralista,
rechazando la imagen desfigurada de Dios, para buscar valores más auténticamente
evangélicos; que no tendríamos un Continente nuevo sin nuevas y renovadas
estructuras, sin hombres nuevos verdaderamente libres y responsables; que
tenemos la obligación de evitar el dualismo que separa la santificación de las
tareas temporales y lo sobrenatural de lo natural; que tenemos necesidad de un
mayor pluralismo en la Pastoral y en la Liturgia; que la evangelización debe
orientarse a la formación de una fe personal, adulta, interiormente formada,
operante y constantemente confrontada con los desafíos de la vida, en relación
con los signos de los tiempos.
En este importante encuentro en Medellín los obispos manifestaron un animoso
espíritu profético para la denuncia de las injusticias sociales, las dictaduras
económicas, el imperialismo ideológico, el armamentismo más allá de lo
razonable, el dominio internacional del dinero, el afán de hegemonismo de
algunas naciones más fuertes, la violencia institucionalizada, los poderosos
contrarios a cualquier cambio, los privilegios de los ricos, la venalidad de los
funcionarios, la insensibilidad y la inercia social de los empresarios, la fuga
de capitales y de personal competente, la distorsión creciente del comercio
internacional, los subterfugios para sustraerse al control de los sistemas
tributarios establecidos y los monopolios internacionales. Con no menor espíritu
profético invitan a la audacia y exigen reformas de las estructuras, de las
empresas y de las políticas agraria y tributaria. La Conferencia medillense se
mostró valiente, libre y desinhibida cuando examinaba las estructuras sociales,
económicas y políticas del Continente, para pedir cambios globales, profundos,
urgentes y valientes, exigiendo la fromación libre de estructuras intermedias
sin la intervención indebida de la autoridad o de grupos dominantes.
En el documento sobre la justicia los obispos afirman que es indispensable la
formación de la conciencia social y la percepción realista de los problemas de
las comunidades y de las estructuras sociales. Para los planes pastorales
conjuntos proponen la tarea de la concienciación y educación social a fin de
despertar en todos los medios y grupos profesionales una conciencia social y
unos hábitos comunitarios. Piden a las Conferencias Episcopales que faciliten la
organización de cursos y encuentros para alcanzar la integración de los
responsables en las actividades sociales vinculadas a la acción pastoral. En
tales cursos deben participar también los dirigentes seglares que actúan en
problemas nacionales e internacionales para la elaboración de una doctrina
social aplicada a los problemas concretos del Continente.
Encontramos en los documentos medillenses una serie de expresiones o palabras en
uso, entonces relativamente recientes, en la terminología eclesiástica y, por
ello, en aquel momento todavía insuficientemente definidas y sujetas a
ambigüedades y que después, de hecho, fueron usadas en sentidos que no habían
sido el mismo en el que las emplearon los obispos de la Conferencia General.
Ejemplos: «liberación y locuciones derivadas, como educación libertadora,
catequesis liberadora, etc.; «concienciación» con una hipoteca claramente
ideologizada; «comunidad de base», surgida poco antes en Brasil y hasta entonces
con una insuficiente comprobación experimental; «opción por los pobres»; «pecado
social»; «estructura de pecado»; «violencia institucionalizada»; «dependencia»,
etc.
Desgraciadamente ciertas lecturas ideologizadas y reduccionistas echaron después
un manto de sospecha sobre los textos de Medellín. Sería injurioso atribuir a
los obispos reunidos en Medellín la paternidad de la posterior Teología de la
Liberación. A los Pastores congregados posteriormente en Puebla para la III
Conferencia General les diría el papa Juan Pablo II, el 28 de enero de 1979, que
Puebla «deberá tomar como punto de partida las conclusiones de Medellín, pero
sin olvidar las interpretaciones a veces incorrectas que se hicieron y que
exigen discernimiento, oportunas críticas y claras tomas de posición».
4.3 Puebla 1979: La evangelización ahora y en el futuro
La III Conferencia General tuvo lugar en Puebla, México, del 27 de enero al 13
de febrero de 1979. El Sínodo de los obispos de 1974 sobre la evangelización y
su documento postsinodal «Evangelii nuntiandi» (1975) determinaron su
tema central: « La evangelización ahora y en el futuro en América Latina». El
entonces recientemente elegido papa Juan Pablo II inauguró el encuentro
episcopal con un discurso programático, en lenguaje directo, sobre los problemas
pastorales latinoamericanos. Entre Medellín (1968) y Puebla (1979), la Iglesia
en América Latina había vivido un decenio agitado y perturbado. A partir del
llamado movimiento de los «Cristianos por el Socialismo» nació y se difundió la
«Teología de la Liberación», que pretendía poder resolver el grave problema de
la miseria social mediante una solidaridad de inspiración marxista con matices
leninistas. Sobre esta base se organizaron después de 1968 numerosos movimientos
sacerdotales, como son los de los «sacerdotes para el Tercer Mundo» (Argentina),
«sacerdotes para el Socialismo» (Chile), «Movimiento Sacerdotal Onis» (Perú),
«Movimiento de reflexión sacerdotal» (Ecuador), «sacerdotes para el Pueblo»
(México) y «sacerdotes para América Latina» (Colombia). Representantes de estos
organismos se confederaron, en febrero de 1973, en Lima, bajo la presidencia del
Padre Gustavo Gutiérrez, quien, en 1971, había publicado su «Teología de la
Liberación». De este encuentro salió un resumen de conclusiones que es el más
autorizado compendio de los principales propósitos soñados por la Teología de la
Liberación. Profundamente solidarizados con el socialismo marxista de color
leninista, proclamaban que las clases populares estaban llamadas a realizar la
transformación radical del actual orden social: que el cristiano tenía que
insertarse en la praxis revolucionaria e identificarse con los intereses del
proletariado, asumirlos como propios y participar en sus luchas revolucionarias.
«Será tarea nuestra —anunciaban— e importante contribuir a la promoción de una
Iglesia comprometida con los oprimidos, con las clases explotadas, a partir de
lo cual surgirá una relectura de nuestra fe».
Era éste el contexto teológico de más presión que se dejaba sentir la III
Conferencia General. El documento de trabajo para Puebla, elaborado en julio y
agosto de 1978, que resume las aportaciones de las 22 Conferencias Episcopales
del Continente, ponía de manifiesto, en el n. 183, la existencia de grupos, «en
el interior mismo de la Iglesia», a los que se atribuían estas concepciones
básicas:
-
La sociedad vive un conflicto entre opresores y oprimidos;
-
este conflicto es el efecto de las vigentes estructuras capitalistas;
-
la fe cristiana debe vivirse en el encuentro con el oprimido;
-
la Iglesia institucional está viciada por los compromisos históricos con los opresores y, por eso, es un obstáculo para las actividades cristianas revolucionarias y un impedimento para el encuentro con el hermano oprimido;
-
la Iglesia oficial está corrompida por su complicidad con las clases dominantes;
-
por todo ello es preciso organizar una «nueva» Iglesia, que sea «popular»;
-
con esta finalidad se debe hacer una opción por el Socialismo de tipo marxista, liberador de los oprimidos;
-
por eso se impone el análisis de la realidad con el método marxista;
-
todo eso incide en la Cristología, en la Eclesiología y en la actividad pastoral;
-
todo esto produjo una específica Teología de la Liberación.
Esa exigencia de una nueva Iglesia, y una Iglesia «popular», aparecía en todos
los campos de la doctrina cristiana y reclamaba, como decían, una
reinterpretación, o reforma o relectura de la fe, de la revelación, de
Jesucristo, de la unidad de la Iglesia, del hombre, de la gracia, de la
redención, de la liberación, etc., con una mentalidad contraria a todo lo que
peyorativamente rotulaban como «ortodoxia», a la que oponían su «ortopraxis».
Refiriéndose a estas manifestaciones teológicas latinoamericanas, diría, en
1984, la instrucción «Libertatis
nuntius», de la Congregación para la Doctrina de la Fe: «Estamos ante un
verdadero sistema teológico y, como tal, este sistema es una adulteración del
mensaje cristiano, tal como fue confiado por Dios a la Iglesia.
Consiguientemente este mensaje es puesto en jaque, en su conjunto, por teologías
de la liberación» (IX). La Instrucción explicará: «Conceptos tomados como
préstamo, de manera acrílica, de la ideología marxista y el recurso a tesis de
una hermenéutica bíblica marcada por el racionalismo se encuentran en la raíz de
la nueva interpretación, que viene a corromper lo que había de auténtico en el
generoso empeño inicial en favor de los pobres» (VI, 10).
En el extenso y programático discurso inaugural de la Conferencia de Puebla (27
de enero de 1979) el papa Juan Pablo II se refería a una «actitud de
desconfianza respecto de la Iglesia "institucional" u "oficial", calificada como
alienante, a la que se oponía otra Iglesia popular, "que nace del pueblo" y se
concreta en los pobres» (1.8). En este discurso el Papa comenzó recordando a los
Obispos su «deber principal»... el de ser maestros de la verdad que viene de
Dios, que es la única que ofrece una base sólida para una praxis adecuada. Del
conocimiento vivo de la verdad sobre Jesucristo dependerá el vigor de la fe de
millones de hombres y el valor de su adhesión a la Iglesia y de su presencia
activa como cristianos en el mundo. Y, decía, una visión correcta de la Iglesia
es punto de partida indispensable para una justa visión de la evangelización. Y
la verdad completa sobre el hombre es fundamental para la doctrina social y la
verdadera liberación.
El documento pueblano es un libro y no puede resumirse aquí. La obra concluye
con esta lista de nueve signos de esperanza y de alegría de la Iglesia en
América Latina:
-
las comunidades eclesiales de base en comunión con sus Pastores;
-
los movimientos apostólicos seglares organizados, como los de familia, de juventud y otros;
-
la conciencia más clara de los seglares respecto de su identidad y de su misión en la Iglesia;
-
los nuevos ministerios y servicios confiados a los seglares;
-
la intensa actividad pastoral comunitaria de los sacerdotes, religiosos y religiosas en las regiones más pobres;
-
la presencia cada vez mayor y más sencilla de los obispos en medio del pueblo;
-
una colegialidad episcopal mejor vivida;
-
la sed de Dios y su búsqueda en la oración y en la contemplación, a semejanza de María, que guardaba en su corazón las palabras y los hechos de su Hijo;
-
una conciencia cada vez más clara de la dignidad del hombre en su vida eclesial.
Gran documento, sin duda alguna. En la carta de aprobación (23 de enero de 1979)
observaba el papa Juan Pablo II que se trata de «un denso conjunto de
orientaciones pastorales y doctrinales sobre cuestiones de suma importancia, que
ha de servir, con sus válidos criterios, de luz y estímulo para la
evangelización ahora y en el futuro en América Latina».
4.4 Santo Domingo 1992: Nueva evangelización
Aprovechando la oportunidad del quinto centenario de la llegada de la Cruz de
Cristo al Continente (12 de octubre de 1492), se reunía en Santo Domingo,
República Dominicana, la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano del 12 al
28 de octubre de 1992. Se reunieron los Obispos –dijo el papa Juan Pablo II en
el discurso inaugural– «para preparar las líneas maestras de una estrategia
evangelizadora que ponga a Cristo en los corazones y en los labios de todos los
latinoamericanos. Esta es nuestra tarea: hacer que la verdad acerca de Cristo y
la verdad acerca del hombre penetren más profundamente en todos los segmentos de
la sociedad y la trasformen».
En Santo Domingo el ambiente era notablemente más sereno que en Puebla en 1979.
Era el resultado de la posición firme y orientadora del papa Juan Pablo II y de
la Congregación para la Doctrina de la Fe con relación a la agitada y sediciosa
Teología marxistizada de la Liberación. El sorprendente fracaso del socialismo
real en el Este europeo y en la propia URSS vino a perturbar el sueño de la
utopía de la Teología de la Liberación. Después de Puebla recibió la Iglesia
otras tres encíclicas que vinieron a enriquecer su doctrina social: la
«Laboreara exercens», de 1981,
que declaraba al trabajo humano «clave esencial de toda la cuestión social»;
la «Silicitudo rei socialis», de
1987, que retomaba la propuesta de desarrollo uniéndola a una nueva propuesta de
orden: la solidaridad; y la «Centesimus annus», de 1981, en el primer
centenario de la «Rerum novarum», indicando las «cosas nuevas» de
nuestros días, tales como: la caída de regímenes dictatoriales y opresivos en
América Latina; el difícil, pero fecundo, camino de transición a formas
políticas más participativas y más justas; el nacimiento de nuevas formas de
democracia y, sobre todo, los acontecimientos de 1989 con la espectacular caída
del Marxismo y la comprobación de la ineficacia del sistema económico socialista
y la clara apertura a la economía de mercado.
Especialmente oportunas fueron también, sobre todo para el contexto
teológico-pastoral latinoamericano, después de Puebla, las dos instrucciones de
la Congregación para la Doctrina de la Fe: la «Libertatis nuntius», de
1984, sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación para llamar la
tención de los Pastores, de los teólogos y de todos los fieles acerca de las
desviaciones y peligros de desviaciones, perjudiciales para la fe y la vida
cristiana, inherente a ciertas formas de Teología de la Liberación, en las que
se emplean conceptos de diversas corrientes de pensamiento marxista; y la «Libertatis
consciencia», de 1986, sobre la libertad cristiana y la liberación,
indicando sus principales aspectos teóricos y prácticos.
Después de tantos debates como los que se produjeron en América Latina a partir
de Medellín, no se podía obviar esta pregunta: ¿Cuál es, en definitiva, la
misión de la Iglesia?, ¿qué lugar e importancia hemos de otorgar a la acción
social?, ¿debe la promoción humana social ser considerada como principio
hermenéutico determinante de la fe cristiana, o como su consecuencia necesaria?
Fue precisamente en tomo a estas preguntas por donde discurrió la Teología de la
Liberación. Las preguntas eran verdadera y objetivamente importantes para unas
correctas fe y vida cristianas. Pero las respuestas podrían ser diferentes.
Estas divergencias causaron no pocas perplejidades entre los fieles. De la
diferencia de respuestas nacieron también divergentes tipos o planes de acción
pastoral. Todo ello produjo en muchos la impresión de que la Iglesia estaba
dividida. Se hacía necesaria una orientación superior para evitar la
radicalización de la división.
Esta tranquilizadora aclaración nos llegó a través de las dos mencionadas
Instrucciones de 1984 y 1986 y de los posteriores documentos del papa Juan Pablo
II. Ahora sabemos que la preocupación por la promoción humana social debe ser
entendida como prolongación, exigencia, consecuencia y obligación ética de la
liberación soteriológica. Capítulo importante de la enseñanza social de la
Iglesia, tiene su lugar, no en la Teología Dogmática, sino en la Moral.
En este tranquilizado ambiente los obispos de la IV Conferencia elaboraron un
documento mucho más breve que el de Puebla. Con vistas al futuro, los grandes
problemas de la Iglesia tendrá que afrontar, ante las nuevas situaciones que
emergen en América Latina y en el Mundo, son tratadas en tres unidades: nueva
evangelización, promoción humana y cultura cristiana.
1. La evidente exigencia de una nueva evangelización fue el elemento englobante
o idea central del conjunto de medios, acciones y actitudes adecuados para poner
el Evangelio en disposición de diálogo con la Modernidad y con la Postmodernidad,
tanto para interpretarlas como para dejarse interpelar por ellas. Y también el
esfuerzo de inculturar el Evangelio en la situación actual, principalmente en la
sobreviniente cultura urbana. Tiene como tarea suscitar la adhesión personal a
Cristo y a su Iglesia de millones de hombres y de mujeres bautizados que están
viviendo su fe sin energía. El contenido de la nueva evangelización será
efectivamente Jesucristo, para anunciar su nombre, su doctrina, su vida, sus
promesas, su reino, el misterio de Jesús de Nazaret, porque en Él todo adquiere
sentido. Él rompe el horizonte estrecho en el que la secularización encierra al
hombre, le devuelve su propia verdad y dignidad de hijo de Dios y no permite que
ninguna realidad temporal, ni el Estado, ni la economía, ni la técnica, se
convierta en la realidad última a la que el hombre deba someterse.
Difiere el documento de Santo Domingo de los anteriores de Medellín y de Puebla
en que no adopta el método ver-juzgar-actuar. En esta IV Conferencia los obispos
comenzaron con una extensa profesión de fe en Jesucristo, evangelio del Padre.
Muchos son los desafíos escuchados y no pocas las líneas pastorales prioritarias
en el documento de Santo Domingo. Ante todo, sin embargo, y como fundamnto para
cualquier acción evangelizadora en América Latina debemos sentimos llamados a
una vida santa. Por eso el documento comienza su exposición sobre la nueva
evangelización con un largo capítulo que lleva este título:' «La
Iglesia, convocada a la santidad». Proclaman que el santo es el mejor
evangelizador y que «únicamente la santidad de vida alimenta y orienta una
verdadera promoción humana y una cultura cristiana». La evangélica promoción
humana será entonces fruto, o, como dijo el Papa en el discurso inaugural,
consecuencia de la santidad recibida en el Bautismo, asumida en la Confirmación
y alimentada en la doble mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo del Señor.
De ahí la exclamación: «Esto son los hombres y las mujeres nuevos que necesita
América Latina: los que escucharon con corazón noble y generoso la llamada a la
conversión y renacieron por el Espíritu Santo según la imagen perfecta de Dios,
los que llaman a Dios "Padre" y expresan su amor en el reconocimiento de sus
hermanos».
2. La promoción humana será entonces la dimensión
privilegiada de la nueva evangelización. En el campo económico-social los
obispos se sienten pastoralmente desafiados por el creciente empobrecimiento de
millones de hermanos. Retoman con renovado ardor la evangélica opción
preferencial por los pobres en continuidad con Medellín y Puebla, mediante una
opción que no es exclusiva ni excluyente, para actuar en los frentes del
anuncio, de la denuncia y del testimonio y promoviendo iniciativas de
cooperación en el contexto de una economía de mercado. Prometen fomentar la
búsqueda y la puesta en funcionamiento de modelos socioeconómicos capaces de
conjurar la libre iniciativa, la creatividad de personas y grupos y la función
moderadora del Estado, con especial atención en todo momento a los necesitados,
y todo eso orientado a la realización de una economía de solidaridad y de
participación, concretado en varias formas de propiedad. Declaran también
«reconocer el papel fundamental de la empresa, del mercado, de la propiedad
privada y de la consiguiente responsabilidad por los medios de producción, de
libre creatividad humana en el sector de la economía, pero siempre en el marco
jurídico de la justicia social». El empeño por favorecer la instalación en
América Latina de una economía de mercado libre, solidaria y participativa, será
un ideal bien distinto del sueño de la Teología de la Liberación.
3. La tercera gran preocupación pastoral en Santo Domingo se resumía en el
propósito de procurar a América Latina una cultura cristiana. Piensan los
obispos que podemos hablar de cultura cristiana cuando el modo común de ver la
vida llega a verse interiormente penetrado por la asunción del mensaje cristiano
como base de sus pensamientos, de sus principios fundamentales de vida, en los
criterios de sus juicios, en sus normas de acción, para pasar de ahí al
comportamiento del pueblo, de sus instituciones y de todas sus estructuras.
Y, ya que estamos ante una crisis cultural de proporciones insospechadas, de la
cual van desapareciendo valores evangélicos e incluso humanos, la Iglesia se
siente desafiada por un esfuerzo de inculturación del Evangelio. Esta
inculturación ha de ser el centro, el medio y el objetivo de la nueva
evangelización. Pero, al encarnarse en las diversas culturas, la fe cristiana ha
de procurar corregir sus yerros y evitar sincretismos. Con feliz inspiración
enseñan los obispos que es preciso inculturar el Evangelio a la luz de los tres
grandes misterios de la salvación: la Navidad, que muestra el camino de la
encarnación y mueve al evangelizador a compartir su vida con el evangelizado; la
Pascua, que a través del sufrimiento lleva a la purificación de los pecados para
que sean perdonados; y Pentecostés, que nos posibilita, por la fuerza del
Espíritu, a entender en su propia lengua las maravillas de Dios.
Este esfuerzo de inculturación del Evangelio es particularmente urgente y
difícil cuando el evangelizador se ve situado ante una adveniente cultura
urbano-industrial o científico-técnica. Precisamente América Latina se encuentra
hoy en un acelerado proceso de urbanización. Hasta se urbaniza la zona rural
como consecuencia de las comunicaciones y del transporte. Pero a este nuevo
hombre urbano no lo alcanzará tan fácilmente nuestra nueva evangelización.
Porque, advierten los Obispos, ese hombre confía en la Ciencia y en la
Tecnología, está influido por la novedad, es consumista, audiovisual, anónimo en
medio de la masa y está desarraigado. ¿Cómo definir, en ese caso, su cultura?,
¿cómo evangelizarlo? Responde el documento de Santo Domingo: Debe discernir el
evangelizador sus valores y antivalores, captar su lenguaje y sus símbolos.
También la inculturación del Evangelio ha de pasar, en la actual cultura urbana,
por los misterios de la Navidad, de la Pascua y de Pentecostés.
Concluyen los Obispos de la IV Conferencia: «No situamos bajo la acción del
Espíritu Santo que desde Pentecostés conduce a la Iglesia en el amor. El nos
concedió la gracia del concilio Vaticano II y de nuestras Conferencias Generales
en Río de Janeiro, en Medellín y en Puebla. Estamos seguros de que no nos ha de
faltar su ayuda para seguir, a partir de Santo Domingo, más unidos entre
nosotros mismos bajo la orientación y la guía del Santo Padre, sucesor de Pedro,
y, a pesar de nuestras limitaciones, podremos impulsar con entusiasmo a nuestros
hermanos».
BIBLIOGRAFÍA
En la preparación de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), son sede en Santafé de Bogotá,
Colombia, publicó una serie de libros auxiliares, entre los que destacamos:
—Memoria Indígena.
Mexicana, Maya-Quiche, Quechua, Caribe 500 años después.
Bogotá 1991.
—Hacia la IV Conferencia.
Actas del seminario realizado en el Instituto Teológico-Pastoral del CELAM,
Bogotá, 8-16 de julio de 1991. Los
39 participantes estudiaron los aspectos históricos, teológicos y pastorales.
523 pp.
—Aportes de las Conferencias Episcopales a la IV
Conferencia. Santafé de Bogotá 1992, 616 pp.
—Evangelización, Teología
y Pastoral. Magisterio Episcopal Latinoamericano 1979-1990.
Organizado por Julio Jaramillo Martínez,
Santafé de Bogotá 1992, 590 pp.
—Indiferentismo y Sincretismo. Desafíos y
propuestas pastorales para la Nueva Evangelización de América Latina.
Actas del Simposio realizado en San
José de Costa Rica, de 19-21 de enero de 1992, 172 pp.
—Doctrina Social de la
Iglesia en América Latina. Memorias del 1 Congreso Latinoamericano de Doctrina
Social de la Iglesia. Santiago de
Chile 14-19 de octubre de 1991, 935 pp.
Sobre América Latina existe una biblioteca. Para los
objetivos del presente trabajo informativo, se consultaron las obras que a
continuación se indican:
—Historia de la
Evangelización de América. Trayectoria, identidad y esperanza de un Continente.
Simposio internacional, Ciudad el Vaticano 11-14
de mayo de 1992. Libreria Editrice Vaticana 1992, 914 pp.
—Congreso Iberoamericano
sobre la Nueva Evangelización y Ecumenismo.
Guadalupe-Cáceres, 20-26 de octubre de 1991. Madrid 1992, 508 pp.
—Hacia un Mapa Pastoral de
América Latina. Sideat, CELAM, Santafé de
Bogotá 11987, 506 pp.
—La Conquista Espiritual
de la América Española. 200 documentos del siglo XVI.
Organizado por Paulo Suess, Editora Vozes,
Petrópolis 1992. 1082 pp.
—La Evangelización
Fundante en América Latina. Estudio histórico del siglo XVI.
CELAM 1990, 417 pp.
—América, llegó tu hora de ser evangelizadora.
El tercer Congreso Misionero Latinoamericano, Bogotá del 5 al 9 de julio de
1988. CELAM, 348 pp.
—¿Otra Iglesia en la base? Encuentro sobre
Iglesia Popular, Río de Janeiro, 24-28 septiembre de 1984, CELAM, 386 pp.
—La Iglesia del Sefiior. Algunos aspectos hoy.
Encuentro sobre Eclesiología en América Latina. CELAM, Bogotá 11983,
345 pp.
—Juan Pablo II a la Iglesia de América Latina,
Santafé de Bogotá 1992, 231 pp.
—América Latina. Realidad
y perspectiva. Organizado por
María Antonieta Horta A. y Luis Pacheco Patene, Santafé de Bogotá 1992, 960 pp.
—Conflicto y No-Creencia
en América Latina. Hacia una superación a la luz de Puebla.
Seminario celebrado en Bogotá del 19 al 24 de
noviembre de 1981, CELAM, 244 pp.
—Sectas en América Latina,
CELAM, Bogotá 1982, 301 pp.
—Sectas y otras doctrinas
en la actualidad, de Francisco
Sampedro Nieto, C.M. CELAM, Santafé de Bogotá 1881, 544 pp.
—Cristianos divididos en
un Continente en cambio. Un panorama de Iglesias, y grupos cristianos en América
Latina, CELAM, Bogotá 1987, 300
pp.
—El crecimiento de la
Iglesia en América Latina. De
William Read, Víctor Monterroso y Harmon Johnson (se trata de una
visión protestante, con buenas informaciones estadísticas hasta 1968). Editora
Mundo Cristiano, Säo Paulo, 473 pp.
—Los Grupos Afroamericanos.
Aproximaciones y Pastoral.
Encuentro sobre pastoral con grupos afroamericanos, Cartagena, Colombia, en
1981. CELAM, 251 pp.
—De una pastoral
indigenista y una pastoral indígena.
Departamento de Misiones. CELAM 1987, 398 pp.
—Pastoral indígena hoy, en
la Amazonia. Departamento de
Misiones, CELAM 1989, 148 pp.
—Perfil del Hombre
Latinoamericano Hoy. Evangelio y Cultura,
de Javier García González, L.C. Roma 1992, 194 pp.
—Santos y Beatos de América. Cardenal
Agnelo Rossi. Sao Paulo 1992, 192 pp.
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