jueves, 1 de mayo de 2014

LOS CLAVOS DE CRISTO.

                La piadosa tradición determina que a Jesús lo crucificaron con tres clavos  y que Sante Elena los encontró siglos después, pero ahora, se vuelve a discutir si los clavos fueron dos, si fueron tres, si fueron cuatro o si no fue ninguno; si a Jesús le clavaron los brazos y los pies (lo más probable), si le ataron las manos y le clavaron solamente los pies o no lo clavaron en absoluto sino que tan sólo lo ataron.

 

               Regresaba santa Elena a Italia con su preciosa carretada de reliquias cuando la Providencia permitió que se desencadenara una terrible tempestad que amenazaba con hundir el navío. Santa Elena arrojó al encrespado piélago uno de los santos clavos e inmediatamente la mar se calmó. La santa hizo fundir los dos clavos santos restantes para fabricar un freno de caballó y un refuerzo para el yelmo del emperador Constantino, su hijo.

              No obstante existen en la cristiandad clavos de la cruz de Cristo para poner una ferretería. Herrmann echó la cuenta, con rigor germánico, y le salieron 27, pero puede que haya bastantes más, dado que hasta tiempos relativamente recientes en la basílica de la Santa Croce se vendían réplicas del clavo santo venerado en aquella iglesia. Es de cabeza redonda y sección cuadrada, y según unos mide 11,5 cm de longitud y uno de lado; según otros ciento veinticinco milímetros de largo y nueve de lado. Le falta la punta.

            En 1204, los cruzados camino de Tierra Santa atestiguaron haber visto dos santos clavos que los emperadores de Constantinopla veneraban en su capilla de Faros.

           En la catedral de Milán hay otro santo clavo; en la capilla del Palacio Real de Madrid, otro; y unido a la santa lanza de Viena, un tercero.

           "Además de esos clavos -nos informa el padre Ignacio Acuña Duarte, S. J.,- se veneran otros que también eran de la cruz, pues los brazos de la misma estaban clavados y el inri también.

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