SUMARIO:
I. Mutua relación: 1. Aproximaciones; 2. El
lugar de la convergencia: la iniciación. II. Iniciar en la celebración: 1. Lo
específico de la celebración; 2. La vida como celebración. III. Iniciar
en la oración: 1. La oración; 2. Iniciación en la oración; 3. Jesús, pedagogo de
la oración; 4. Conclusión.
I. Mutua relación
La catequesis y la liturgia se relacionan mutuamente. Sin embargo, en tiempos
recientes, el equilibrio de relaciones no siempre ha sido fácil de mantener.
Quizás, preocupados los catequistas por una acentuación seria de la dimensión
antropológica de la catequesis y por el compromiso cristiano en la
transformación de la realidad mundana, se ha marginado un poco la relación
liturgia-catequesis. Es bueno recordar la llamada de atención que hacía el
Mensaje al pueblo de Dios al finalizar el sínodo de 1977: «En toda
catequesis íntegra hay que unir siempre de modo inseparable: el conocimiento de
la palabra de Dios, la celebración de la fe en los sacramentos, la confesión de
la fe en la vida cotidiana» (MPD 11).
¿De dónde vienen los problemas de la relación entre iniciación a la celebración
y a la oración y la catequesis? Creo que una de las fuentes del problema radica
en el concepto que se tiene de catequesis y de iniciación.
1. APROXIMACIONES. En la medida en que la catequesis se aproxima e inspira en
los métodos de la escuela, de la sola enseñanza, está perdiendo su carácter de
iniciación, propio de toda catequesis, donde hay que situar también la
iniciación en la celebración y en la oración.
No es desdeñable apuntar aquí, además, el marco mismo en el que se realiza la
catequesis. En ocasiones, el espacio geográfico en que se desarrolla la
catequesis influye positiva o negativamente en la dimensión de iniciación
litúrgica que aquella conlleva. El espacio propio de la comunidad cristiana, el
templo, ayuda a la acción catequética para iniciar en aquello que allí se
realiza: la reunión de la asamblea para la escucha de la Palabra y la
celebración de los sacramentos.
Algunos materiales habituales utilizados para la catequesis de niños, de
adolescentes y jóvenes ofrecen una iniciación que después no se ve reflejada en
las celebraciones de la comunidad cristiana. Una cosa es lo que se hace en la
sesión de catequesis y otra cosa es la vida celebrativa de la comunidad
cristiana. Se produce así una especie de ruptura o dualidad entre la celebración
real comunitaria y la iniciación a la celebración en el proceso de educación de
la fe.
Finalmente, reconociendo que la liturgia, considerada en su globalidad, tiene
una dimensión clara de educación de la fe, la catequesis ha olvidado su función
de iniciar en la celebración. Ha salido así perdiendo la celebración, dado que
lo que en ella se hacía y decía resultaba (y resulta) incomprensible para los
participantes. En algunos casos, la constatación de esta realidad ha llevado a
un número reducido de pastores a hacer de la celebración un espacio catequético,
cosa que no le es propia1. Algunos
liturgistas han defendido siempre el papel de la liturgia sobre la catequesis2.
En realidad, «catequesis y liturgia constituyen visiblemente dos dimensiones de
una misma realidad» (IC 39).
2. EL LUGAR DE LA CONVERGENCIA: LA INICIACIÓN. Como síntesis, diremos que
toda celebración tiene una dimensión catequética. En la celebración se
proclama la palabra de Dios y se explicita, a través de ritos y de la homilía,
para que el creyente capte la actualización de la salvación de Dios, aquí y
ahora, para la comunidad celebrante. Al mismo tiempo, la catequesis tiene que
iniciar a la celebración litúrgica, pues le corresponde a la catequesis «la
educación de las diferentes dimensiones de la fe, ya que la catequesis es una
formación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida cristiana.
En virtud de su misma dinámica interna, la fe pide ser conocida, celebrada,
vivida y hecha oración. La catequesis debe cultivar cada una de estas
dimensiones» (DGC 84; cf IC 42). La catequesis tiene el cometido de preparar a
la celebración de los sacramentos y de profundizar todo cuanto se celebra y se
vive en ellos (ritos, símbolos, signos, actitudes, calendario litúrgico, etc.)3.
Las dos realidades, liturgia y catequesis, son complementarias, no absolutas ni
excluyentes.
El Directorio general para la catequesis (DGC), al enumerar las tareas
fundamentales de la catequesis, pone, en segundo lugar, la educación
litúrgica: «En efecto, "Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre
todo en la acción litúgica". La comunión con Jesucristo conduce a celebrar su
presencia salvífica en los sacramentos y, particularmente, en la eucaristía. La
Iglesia desea que se lleve a todos los fieles cristianos a aquella participación
plena, consciente y activa que exige la naturaleza de la liturgia misma y la
dignidad de su sacerdocio bautismal. Para ello, la catequesis, además de
propiciar el conocimiento del significado de la liturgia y de los sacramentos,
ha de educar a los discípulos de Jesucristo "para la oración, la acción de
gracias, la penitencia, la plegaria confiada, el sentido comunitario, la
captación recta del significado de los símbolos..."; ya que todo ello es
necesario para que exista una verdadera vida litúrgica» (DGC 85).
Desde el Vaticano II, especialmente el decreto Ad gentes, la Iglesia se
ha planteado seriamente el concepto de iniciación cristiana que, en los primeros
siglos, era la forma normal de acceso al bautismo, la confirmación y la
eucaristía. Cuando los niños fueron admitidos al bautismo, la iniciación
cristiana, tal como se llevaba a cabo entre los siglos II al VIII, perdió su
vigencia siendo reemplazada por el ambiente de cristiandad y por otras acciones
concretas de la comunidad cristiana, que variaron según los lugares y los
momentos de la historia.
En nuestros días, la iniciación cristiana ha vuelto a tomar importancia. Aunque
son muchos los factores que han contribuido a ello, señalamos aquí dos: la
pérdida del ambiente de cristiandad en la sociedad y el aumento de peticiones de
bautismo en las etapas de adolescencia y vida adulta.
La respuesta oficial a este problema la dio la Iglesia con la publicación
del Ritual de la iniciación cristiana de adultos (1972) y la adaptación a
la realidad particular española, llevada a cabo por la Conferencia episcopal en
La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones4
(IC). Sin embargo, hay que reconocer que es una tarea pendiente. El
Directorio general para la catequesis (1997) aborda de nuevo el problema y
describe la catequesis como «elemento fundamental de la iniciación cristiana,
estrechamente vinculada a los sacramentos de la iniciación, especialmente al
bautismo, sacramento de la fe. El eslabón que une la catequesis con el
bautismo es la profesión de fe, que es, a un tiempo, elemento interior de este
sacramento y meta de la catequesis. La finalidad de la acción catequética
consiste precisamente en esto: propiciar una viva, explícita y operante
profesión de fe. Para lograrlo, la Iglesia transmite a los catecúmenos y a los
catequizandos la experiencia viva que ella misma tiene del evangelio, su fe,
para que aquellos la hagan suya al profesarla. Por eso, la auténtica catequesis
es siempre una iniciación ordenada y sistemática a la revelación que Dios mismo
ha hecho al hombre en Jesucristo, revelación conservada en la memoria profunda
de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras, y comunicada constantemente,
mediante una traditio viva y activa, de generación en generación» (DGC
66).
II. Iniciar en la celebración
La exigencia de iniciar en la celebración se desprende de la misma identidad de
la catequesis y de la liturgia. El Concilio enseña que la liturgia es la «acción
sagrada por excelencia» (SC 7) y que representa «la cumbre a la cual tiende la
actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su
fuerza» (SC 10). El puesto que el Concilio reconoce a la liturgia es bien claro
dentro de la vida cristiana.
En el proceso de evangelización, la catequesis se define como momento
esencial al servicio de la iniciación cristiana. La catequesis es una
formación orgánica y sistemática, centrada en lo nuclear de la experiencia
cristiana, a través de tareas de iniciación, educación e instrucción (DGC 67,
68).
¿Cuál es la aportación que la catequesis tiene que hacer a la celebración?
1. LO ESPECÍFICO DE
LA CELEBRACIÓN. «La santa madre Iglesia desea
ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella
participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que
exige la naturaleza de la liturgia misma» (SC 14).
La tarea de la catequesis consiste en introducir al creyente en el contenido de
lo que se celebra: el misterio de Cristo. Este misterio no es una idea, es un
acontecimiento acaecido en la historia del pueblo de Israel y que tiene su
plenitud en la vida, muerte y resurrección de Jesús; hoy se perpetúa en la
Iglesia por medio del Espíritu.
Uno de los criterios de presentación del mensaje evangélico que la catequesis ha
de tener presente es el carácter histórico de la salvación (cf DGC 107-108). Al
proponer la salvación como historia, la catequesis se ve obligada a acudir a la
Biblia para conocer las obras y palabras con las que Dios se ha revelado tanto
en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. La catequesis no inicia en una
historia que pasó y ya no pasa, sino que inicia en unas acciones de Dios en la
historia que siguen siendo historia de salvación hoy para todos los hombres y
para la persona concreta. «El misterio de la Palabra no sólo recuerda la
revelación de las maravillas de Dios hechas en el pasado..., sino que, al mismo
tiempo, interpreta, a la luz de esta revelación, la vida de los hombres de
nuestra época, los signos de los tiempos y las realidades de este mundo, ya que
en ellos se realiza el designio de Dios para la salvación de los hombres» (DCG
11). Es el aspecto bíblico y doctrinal de la catequesis.
El mandato de Jesús «Haced esto en recuerdo mío» (Lc 22,19; lCor 11,24) lleva a
la comunidad cristiana a recordar continuamente las intervenciones fundantes de
la historia de la salvación. Recordando, celebrando los acontecimientos del Dios
salvador, nos fundamos como comunidad salvada, inserta en la corriente de
salvación que Dios inició al principio de la creación. La celebración no podrá
ser nunca una aburrida repetición de algo ajeno a nuestra propia historia
y destino salvífico. «La referencia al hoy histórico-salvífico es
esencial en la catequesis. Se ayuda, así, a catecúmenos y catequizandos a
abrirse a la inteligencia espiritual de la economía de la salvación» (DGC 108).
La catequesis tiene que conjugar a la vez las dimensiones bíblica, doctrinal y
mistagógica que le son propias, para que la persona comprenda y celebre la
acción de Dios como acción que llega a la comunidad y a la persona en el momento
mismo de la celebración. Al celebrar los hechos de salvación, la comunidad y la
persona entran en diálogo con Dios a través de la Palabra proclamada y de los
signos realizados. La única forma que tenemos de participar en los hechos que
celebramos y actualizamos es por medio de signos; desde lo material y visible,
desde los gestos y los símbolos se facilita la participación en la realidad
salvífica, que de otra manera no podríamos ni siquiera atisbar.
Si bien es cierto que la celebración posee en sí misma elementos que inician en
la comprensión de lo que se realiza, es imprescindible la complementariedad de
la acción catequética. Sólo así el celebrante podrá percibir la profundidad de
los signos y de las palabras dentro de la celebración: la inmersión en el agua,
la fracción del pan, la unción con el aceite, la imposición
de manos... el misterio que está detrás de las cosas visibles que realizamos
(ritos) y utilizamos (pan, vino, agua, óleo santo...).
2. LA VIDA COMO
CELEBRACIÓN. «En la liturgia; toda la
vida personal es ofrenda espiritual» (DGC 87). La tarea de la catequesis no se
detiene en la iniciación en la celebración, considerada esta como una acción
litúrgica de la comunidad. La catequesis inicia también al catecúmeno en la
comprensión de su vida como celebración5. Lo
podemos resumir diciendo que la catequesis inicia a una manera de vivir en la
que vivir es celebrar.
La novedad del culto cristiano consiste, siguiendo el relato de la samaritana,
en poder celebrar sin necesidad de estar sujetos a lugares determinados (Jn
4,20-24). Entender la propia vida como liturgia conlleva entender qué es la
liturgia y el ritmo de la liturgia. Desde esa base, la catequesis podrá ayudar a
la persona a descubrir en los acontecimientos ordinarios de su vida el misterio
pascual de Jesús presente en su existencia.
En concreto, la catequesis ayudará al catecúmeno a leer e interpretar su vida
desde la referencia bíblica. Como la historia del pueblo elegido, la historia
personal y comunitaria, vistas en perspectiva de historia de salvación, están
salpicadas de momentos de éxodo, de desierto, de tentación, de llamada, de
negación, etc. Más aún, gracias a que no nos pasan cosas diferentes y no vivimos
cosas diferentes de las que vivieron los hombres y mujeres protagonistas de los
relatos bíblicos, nosotros podemos entender su historia y podemos admirar la
intervención de Dios, que les invitó, y nos invita hoy, a caminar por caminos
nuevos. Dios interviene en la historia humana realizando la salvación. La vida
de cada día y la vida en su totalidad están impregnadas de la presencia de Dios,
que llama continuamente a salir de la muerte y caminar hacia la vida, a renacer
al misterio de resurrección inaugurado por Jesucristo. El creyente iniciado sabe
que su vida es una celebración en la medida en que, con su hacer, colabora con
Dios en la preocupación porque todos los hombres se salven y que en todas las
partes se extienda el reino de las bienaventuranzas. La vida del creyente se
convierte en un intenso e íntimo diálogo con Dios en la actividad ordinaria: el
mundo entero y el puesto de trabajo son la mesa del sacrificio; los hermanos que
encuentra y a los que sirve son el signo de la presencia viva del Hijo de Dios,
que nos solicita a dejar una vida pensada y realizada desde el egoísmo; su
entrega y servicio, movido por el amor, son su ofrenda al Padre. Toda la vida se
convierte así en expresión de caridad.
III. Iniciar en la oración
1. LA ORACIÓN.
Al enumerar las tareas fundamentales de
la catequesis, el Directorio propone, en cuarto lugar, enseñar a orar.
Hay que subrayar, ante todo, la diversificación que se hace entre
celebración y oración. «La comunión con Jesucristo lleva a los discípulos a
asumir el carácter orante y contemplativo que tuvo el Maestro. Aprender a orar
con Jesús es orar con los mismos sentimientos
con que se dirigía al Padre: adoración, alabanza, acción de
gracias, confianza filial, súplica, admiración por su gloria. Estos sentimientos
quedan reflejados en el padrenuestro, la oración que Jesús enseñó a sus
discípulos, y que es modelo de toda oración cristiana. La entrega del
padrenuestro, resumen de todo el evangelio, es, por ello, verdadera expresión de
la realización de esta tarea. Cuando la catequesis está penetrada por un clima
de oración, el aprendizaje de la vida cristiana cobra toda su profundidad. Este
clima se hace particularmente necesario cuando los catecúmenos y los
catequizandos se enfrentan a los aspectos más exigentes del evangelio y se
sienten débiles, o cuando descubren —maravillados— la acción de Dios en sus
vidas» (DGC 85).
Si la celebración pone el acento en la dimensión más comunitaria de la persona,
la oración mira a la dimensión de relación personal entre el creyente y el Dios
vivo; es un encuentro con Dios. La oración se convierte en momento original y
decisivo de experiencia de Dios. La oración es una dimensión de la vida
cristiana, que es educable. En este sentido a la catequesis le compete
una tarea específica de iniciación.
Hay que reconocer hoy, por una parte, el malestar y la dificultad de muchos
creyentes ante la oración; al mismo tiempo, hay que reconocer las diversas
iniciativas de oración y escuelas de oración que están surgiendo en las
comunidades cristianas, impulsadas, en no pocos casos, por la actividad
catequética.
La experiencia de oración de Jesús es descrita en el Nuevo Testamento como
momentos fuertes de su vida que
posibilitan y engarzan con la vida ordinaria. Podemos resumirlo así: la oración
influye en la vida y la vida influye en la oración. La oración de Jesús es una
manifestación de la relación que mantiene con su Padre. Lo que especifica la
oración de Jesús es su sentirse hijo y su sentir a Dios como Padre. Jesús vive y
se entiende a sí mismo como hijo referido a un Dios que es Padre. Ora de una
determinada manera —la mejor expresión es la oración del padrenuestro— porque
vive de una determinada manera. No hay ruptura ni divergencia entre su vivir y
su orar. Su manera de vivir es oración. Su oración es su manera de vivir:
adoración, alabanza, acción de gracias, confianza filial, súplica, admiración,
búsqueda y realización de la voluntad del Padre.
2. INICIACIÓN EN LA
ORACIÓN. Iniciar en la oración es algo
más que enseñar a rezar. Igual que iniciar en los sacramentos es
algo más que llevar a los catequizandos a los sacramentos. En ocasiones nos
llevamos las manos a la cabeza y nos preguntamos: ¿pero cómo es posible que
estos catecúmenos abandonen los sacramentos con la insistencia y esfuerzo
que hemos puesto para que los practiquen?
La pregunta contiene ya la respuesta. Insistencia y esfuerzo no son precisamente
las palabras esenciales de lo que es la iniciación. Insistencia y esfuerzo
parece que hablan de una instrucción
o de una repetición machacona de
conceptos o de hábitos. Por no haber realizado una iniciación adecuada es por lo
que, entre otras cosas, al final nos encontramos con unos resultados concretos
que no nos agradan o que no esperábamos.
Hay que señalar que
no hablamos ahora de una oración con adjetivación: oración infantil, joven o
adulta. Estas expresiones son, cuando menos, ambiguas y pueden dar origen a
confusión. Existen niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos que oran. El
núcleo de la oración es siempre el mismo: la relación de intimidad
que se establece entre dos personas. Unicamente la situación existencial de la
persona que reza es la que varía, o, si se prefiere, es concreta, es decir, está
determinada por un desarrollo y maduración personal que depende de muchos
factores, entre otros, de la edad biológica. Entender bien esta diferenciación
es importante para una correcta iniciación en la oración. Hay personas metidas
en la acción pastoral que hablan, por ejemplo, de una oración joven, cuya
originalidad consiste en la variedad constante de fórmulas, para evitar
—dicen—el cansancio, y en la búsqueda externa de modos de hacer llamadas
jóvenes: lenguaje juvenil, creatividad juvenil, estilo juvenil, etc. Así se
consumen esquemas y fórmulas
que quedan envejecidos y sin atractivo nada más
usarlos. Lo nuevo en este tipo de entrenamiento en la oración radica en
la novedad de la forma externa, sin importar mucho el corazón mismo de la
oración. Creemos que este no es un camino consistente de iniciación en la
oración.
Al tratar la iniciación en la oración es evidente el papel iniciador de
la palabra de Dios. La oración es relación interpersonal y diálogo, sí; pero
diálogo en el que hay que dejar a la persona principal, Dios, el cuidado de
llevar la iniciativa. La vida de oración es, ante todo, iniciación en la
escucha, el silencio y la meditación. La oración misma es respuesta adecuada a
la palabra escuchada y comprendida. La iniciación en la oración tiene como punto
de partida el concepto de relación-diálogo interpersonal. Y dentro de esta
perspectiva no es tan importante lo que tengo que responder y cómo tengo que
hacerlo cuanto lo que tengo que escuchar y cómo desarrollo mis posibilidades de
escucha de la palabra del Dios que se hace mi interlocutor.
3. JESÚS,
PEDAGOGO DE LA ORACIÓN. Jesús mismo
se nos presenta en los evangelios no sólo como orante, sino como pedagogo que
enseña a orar6.
El primer paso para iniciar en la oración es tomar a la persona donde está
para conducirla, progresivamente, hacia la relación que es posible entablar
con el Padre. El primer encuentro de toda relación madura es encontrarse la
persona consigo misma, con su realidad concreta. Difícilmente se entablará un
diálogo de verdadera oración si la persona prescinde, para orar, de su propia
realidad. El Dios revelado en la Biblia busca dialogantes reales, capaces de
mantenerse en su presencia. Aceptar permanecer en presencia del otro trae como
consecuencia una conversión al otro, en este caso una conversión a Dios, una
apertura a lo que el interlocutor divino es y desea que seamos. Esto es lo que
hace Jesús con sus discípulos: acepta su situación, su lento caminar hacia la
verdad que él es, sus dificultades para entrar en diálogo con él sin confundirlo
con un fantasma.
Iniciar en la oración va directamente correlacionado con una manera de ser:
no es válida la oración (es decir, una relación
amistosa con Dios) que olvida la reconciliación con el hermano (Mt 5,23-24). El
fin de la oración, que es la unión con Dios, no puede estar en contradicción con
una situación vital de división, de odio, de tensión en el orante. ¿Cómo es
pensable dialogar con Dios, a quien no vemos, y que nos amó también en situación
de tinieblas (Rom 5,9-10), si no dialogamos con el hermano, al que vemos (1Jn
4,20)?
Iniciar en la oración implica entrenamiento en el silencio
que es capaz de escuchar y de percibir los signos de su
presencia hasta en la oscuridad de la noche. Jesús se retira al silencio a orar
e invita a los discípulos a entrar en el silencio (Mt 6,6). Hay realidades de la
vida humana que sólo pueden existir en el silencio. Hay grados de relación
interpersonal que precisan silencio para llegar a ellos. El silencio no es
ausencia de presencia, sino profundidad del misterio personal que nos deja sin
palabras para contemplar la espesura de la realidad del Otro. La catequesis
tiene que llevar al catecúmeno del ruido al silencio, y del silencio a la
contemplación del misterio, que es donde el corazón prorrumpirá las palabras más
suyas y más densas. Iniciar en el verdadero silencio, en nuestro mundo de ruidos
físicos y mediáticos, es una de las tareas de la catequesis. Esta, luego, tendrá
que dejarse ayudar de otras ciencias del hombre para alcanzar la finalidad
perseguida.
Iniciar en la oración exige cultivar en la persona actitudes de humildad
(Lc 18,9-13), de confianza (Mt 6,7-9), de
perseverancia (Lc 21,34-36). Estas actitudes centran a la persona en su
sitio verdadero: creatura frente al
Creador. La actitud de la primera ruptura entre el hombre y Dios que nana la
Biblia en Génesis 3,5 es una actitud de orgullo, de querer «ser como dioses».
Querer ser como dioses es lo que más nos distancia de Dios. En el cristianismo,
no es cuestión de querer escalar hasta donde Dios está, sino aceptar que Dios
baja donde nosotros estamos y nos toma de la mano. La oración del creyente no es
cuestión de muchas palabras ni de abrumar a Dios con obsequios. Todo lo
relacional es cuestión del corazón, es cuestión de amor y de confianza filial.
La relación con Dios no es inteligible desde los cálculos comerciales, sino
desde el amor de Padre a hijo y de hijo a Padre.
4. CONCLUSIÓN. Orar
es un ejercicio difícil. Exige iniciación. Orar en el sentido de entrar en
coloquio cálido y afectuoso con el Señor, en diálogo alejado de la rutina, en
diálogo en el que se ponga en juego toda nuestra vida, con nuestras alegrías y
nuestras penas, con nuestros éxitos y nuestros fracasos, en diálogo en el que
nos dispongamos ante el otro sin prejuicios, sin posturas previas, sin
condiciones...; orar así es difícil. Un diálogo que permita, si es necesario,
hacer que nuestra vida cambie, un diálogo en el que podemos arriesgarnos a todo,
no es fácil ni se puede lograr en unos días.
Orar bien requiere orar mucho. De la misma manera
que necesitamos muchas horas de nuestra vida para intimar con los amigos o con
la persona de nuestra vida, y siempre hay palabras nuevas que nos sorprenden; de
la misma manera que dedicamos muchas horas a dominar bien un oficio
o una profesión, debemos dedicar un tiempo diario y continuado para lograr una
buena oración. A orar se aprende orando, como a amar, amando, o a andar,
andando.
Y todo esto sin olvidar que no somos nosotros los interlocutores más importantes
en el diálogo. Dios siempre es Dios. Y en la oración, Dios es el principal
interlocutor. El impone su tiempo, su ritmo, que nosotros no sabemos. El es a la
vez interlocutor y contenido mismo de la oración. El se irá comunicando conforme
quiera y le parezca. La oración es un misterio de relación entre dos personas
vivas que quieren intimar. Dios es el protagonista principal.
NOTAS: 1. A. M.
TRIACCA, Homilía, en J. GEVAERT (dir.), Diccionario de catequética,
CCS, Madrid 1987, 434-436. — 2. E. ALBERICH, La catequesis en la Iglesia,
CCS, Madrid 1997, 218. — 3. S. PINTOR, Celebración, en J.
GEVAERT (dir.), o.c., 180-182. — 4 Este documento, aprobado por la LXX asamblea
de la Conferencia episcopal española el 27 de noviembre de 1998, publicado por
Edice, Madrid 1999, dedica a la liturgia de la iniciación cristiana todo el
apartado B del n° 2 de la segunda parte (nn. 45-59), y otros números sueltos de
la tercera (82, 99, 104, 109, 123, 132 y 135-138). — 5 M.
SODI, Celebrare, en Dizionario di pastorale giovanile, Ldc,
Leumann-Turín 1992, 160-165. — 6. CCE 2607-2615.
BIBL.: AA.VV.,
Educar a los jóvenes en la fe. Itinerario de evangelización para la comunidad
cristiana, CCS, Madrid 1991; ALBERICH E., La catequesis en la Iglesia,
CCS, Madrid 19972; ALDAZÁBAL J., Vocabulario básico de
liturgia, CPL, Barcelona 1994; BoROBIO D., La iniciación cristiana,
Sígueme, Salamanca 1996; La celebración en la Iglesia 1. Liturgia y
sacramentología fundamental, Sígueme, Salamanca 1991; LARRAÑAGA L,
Itinerario hacia Dios, PPC, Madrid 1997; MORENO A., Orar, tiempo del
Espíritu, PPC, Madrid 1998.
Álvaro Ginel
Vielva
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